CAPÍTULO 77: LAS ENVIADAS
SÛRAT
AL-MURSALÂT
revelada
en Meca, 50 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
wal-mursalâti ‘úrfan
¡Por
las enviadas sucesivamente!
2.
fal-‘âsifâti ‘ásfan
¡Por
las que soplan tempestuosamente!
3.
wa n-nâshirâti náshran
¡Por
las que se difunden extendiéndose
4.
fal-fâriqâti fárqan
y
separan con decisión,
5.
fal-mulqiyâti dzíkran
y
depositan un Recuerdo
6-
‘údzran wa núdzuran
como
disculpa o advertencia!
7.
innamâ tû‘adûna la-wâqi‘*
Lo
que se os anuncia tendrá lugar...
Uno de los Nombres más
demoledores de Allah es al-Haqq,
la Verdad. Esta forma de llamar al Creador y Articulador de la
existencia tiene, por un lado, enormes implicaciones, y, por otro, desbarata por
completo el mundo de seguridades y certezas del hombre común, abate sus ídolos,
ahoga sus esperanzas, destruye sus sueños, abriéndolo a lo desmesurado en
donde el ser humano, liberado de sus quimeras, nada en la Verdad, agigantándose
en lo infinito.
La Verdad a la que
nos referimos no es la seguridad del fanático ni la evidencia del científico,
no es el concepto que alguien pueda tener de lo que cree cierto. Aludimos más
bien a la inasible contundencia de lo real. Eso es Allah. Impenetrable en Sí,
Allah es lo auténtico que hace auténticas a las cosas. Es la Verdad que nadie
puede poseer, mientras Ella lo posee todo. Desde este punto de vista, aplicamos
a Allah los Nombres de Creador y Señor de los Mundos. Él es de lo que depende
toda realidad para presentársenos con la contundencia con que lo hace. Él es
la fuerza por la que el ser es evidente.
Negar a Allah es
negar lo verdadero, lo auténtico. A su vez, esto quiere decir que el que niega
a Allah vive en la mentira, el engaño, la ilusión. Todo lo que el Islam nos
enseña acerca de Allah tiene su opuesto en aquello
que vive el que niega a Allah. Allah es Uno, Poderoso, Sabio,
Misericordioso,... y así es la Verdad. Negar a Allah es vivir en la idolatría, la ignorancia,
la frustración, la dispersión, el mal. Negar
a Allah -el Kufr- es como decir
que la Verdad es mentira -Takdzîb-.
Pero la Verdad tiene fuerza en sí misma y borra a la mentira. Los anuncios de
la Verdad y la emergencia de la Verdad son destrucción de la mentira. De esto
va la presente sûra.
El Profeta -Sidnâ
Muhammad (s.a.s.)- fue el comunicador último de esa Verdad -Creadora, Rectora
y, a la vez, Aniquiladora-: la Verdad, que es lo auténtico e insustituible en
todo y que, cuando reemerge, abate las falsedades que el hombre ha inventado,
falsedades que son sus verdades
destinadas a esfumarse en la Presencia del Uno-Único. Se llama mukádzdzib,
desmentidor, al que dice, engañado
por sus seguridades, que la Verdad es mentira
(kádzib). El Takdzîb, decir que Allah y
sus Signos son mentira es la estrategia del kâfir, el que rechaza la
Verdad, y con ello se evita tener que enfrentarse a lo Insondable que está
en la raíz de su ser y en la de todo lo que existe.
Esta sûra -revelada
en Meca- lleva por nombre la primera de sus palabras: al-Mursalât,
las Enviadas. El verbo ársala-yúrsil significa efectivamente enviar,
pero también soltar, desatar
algo para que corra, liberar. ¿Quiénes
o qué son las Mursalât, las Enviadas, las Desatadas?
Según unos, son los vientos (riyâh,
plural de rîh, viento, femenino en árabe) que anuncian lluvia y tempestades; según
otros, son los ángeles (malâika,
que carecen de género y gramaticalmente puede ser tenidos por femeninos o
masculinos).
El término múrsal,
enviado, es sinónimo de rasûl,
profeta; y, según esto, las mursalât
son las almas (nufûs) de los mensajeros de Allah enviadas a los hombres. También
se ha dicho que las mursalât son los
alientos de vida (arwâh,
plural de rûh, espíritu, también femenino) que son enviados a los cuerpos (tanto
al principio de la existencia individual como los espíritus de la iluminación
que despiertan las conciencias ya en el seno de la vida, o los que, finalmente,
provocarán la resurrección).
Esta sûra empieza
con un juramento: wal-mursalâti ‘úrfan, ¡por
las enviadas sucesivamente!... No se trata de elegir una de las
posibilidades señaladas en los párrafos anteriores para el término mursalât:
habría que imaginarlas todas ellas en esa palabra. Y se nos dice de las
enviadas que llegan ‘úrfan, sucesivamente.
En realidad, ‘úrfan describe el trote reconocible de caballos que vienen unos detrás de otros, en
oleadas. Los vientos, los ángeles, los profetas, los ánimos, nos llegan como ráfagas
anunciadoras. Y Allah jura por las
enviadas, esas brisas sutiles que se convierten en tormentas...
A continuación,
Allah nos dice: fal-‘âsifâti ‘ásfan, ¡por las que soplan tempestuosamente!... Esos aires son ‘âsifât,
vientos desatados que soplan
con violencia, ‘ásfan.
El espíritu (rûh), el viento (rîh),
así como la Revelación (Wahy,
el Susurro), como el Islam, como el Profeta, y los etéreos ángeles
que se agitan en el aire, el avance del espíritu que da vida venciendo a la
nada o a la muerte, todo ello es lo mismo,... y son como una tormenta a punto de
ser liberada para que se apodere de todo: wa
n-nâshirâti náshran, ¡por las que
se difunden extendiéndose..., al igual que la vida que ha sido desatada por
Allah y fluye por el cuerpo, esos espíritus se
difunden, son nâshirât, que se
extienden (náshran), sumiendo en su estrépito a la creación entera, fal-fâriqâti
fárqan, y separan con decisión,...
es decir, con su presencia, son fâriqât,
son divisorias entre la vida y la
muerte, entre la verdad y la mentira -son la Ley
del universo (Sharî‘a)- y lo hacen
fárqan, estableciendo una distinción clara entre las cosas.
El estrépito
inquietante de una tormenta, el surgimiento arrollador de cada vida, el desafío
al corazón que lanza un profeta, todo cuanto nos remueve en lo más hondo, son
señales y avisos fal-mulqiyâti dzíkran, y
depositan un Recuerdo... Los vientos, los ángeles, los mensajeros, todas
-en tanto que madres- son mulqiyât, depositarias
de una semilla que es el Dzikr, el Recuerdo de Allah, es decir, despiertan en el ser humano la memoria
de la Verdad. Fecundan esa semilla con la lluvia de la que son portadoras. La
trasportan y la alimentan: ‘údzran wa
núdzuran, como disculpa o
advertencia!... En el florecimiento de esa semilla hay ‘udzr, disculpa y excusa
para unos, y hay núdzur, advertencia
y amenaza para otros. El Dzikr de
Allah es una bendición para aquellos en los que encuentra acogida y es la
presencia de una maldición para los que le vuelven la espalda.
Hay que conjugar todo
lo dicho hasta aquí para comprender lo que es el Islam. Simultanear todas esas
ideas y presentimientos es la clave para abordar esa síntesis suprema a la que
damos el nombre de Islam. Y el fruto de esa síntesis es resumido en el versículo
siguiente: innamâ tû‘adûna la-wâqi‘, lo
que se os anuncia tendrá lugar... Lo que se os anuncia, aquello con lo que
se os amenaza (así de intenso es el significado del verbo wú‘ida-yû‘ad, ser
amenazado) -y se trata del encuentro con Allah- será o ya es wâqi‘,
algo que tiene lugar, algo inevitable, la
realidad misma.
El juramento concluye
con esta frase de gran intensidad: innamâ,
ciertamente, aquello que tû‘adûna,
se os anuncia, aquello con lo que se
os amenaza, es wâqi‘, es inevitable.
Lo inevitable es la realidad actual, cuyo fondo abismal ignora el ser humano; y
lo inevitable será el encuentro definitivo con Allah cuando la muerte retire el
velo que nos impide ver ese fondo abismal de la existencia, y tenga lugar lo que
sucede en cada instante, el al-Yáum al-Âjir,
el Último Día, la Resurrección.
El al-Yáum
al-Âjir, el Día Último, la
Resurrección, será el Gran Viento de Allah. Y es anunciado por las
tormentas, por los ángeles, por los profetas y por la vida misma, porque Allah
es al-Haqq, la Verdad,
y sus tempestades (la vida, la revelación, la muerte, la resurrección) son los
violentos remolinos que lo desempolvan. Todo lo que existe, todo lo que sucede,
es Signo de Allah, quien no deja de mostrarse a cada instante -es más, la
realidad es su configuración-. La Verdad es el Wâqi‘, lo Inevitable,
el Acontecimiento Real, y es Resurrección para aquél en cuyo corazón germine
la semilla del Dzikr, y lo será para
la humanidad entera cuando la gran realidad -la muerte- se apodere de todo y el
mundo sea aniquilado por la Presencia.
En el desierto de
Arabia un hombre -Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- fue escogido y enviado (fue liberado
del mundo) por Allah a los idólatras para anunciarles la proximidad de la Hora
(Sâ‘a) en la que el mundo se
desvanecería para dejar lugar a la Presencia Inmediata de Allah, el Señor de
los Mundos. Se trataba del anuncio de algo tremendo, de una destrucción
absoluta de lo que tiene acostumbrado el ser humano. Los dioses caerán ante el
Uno-Único y su Majestad engullirá todas las cosas. Eso es la Realidad actual,
pero el denso velo de la ceguera del hombre le impide verlo. La muerte descorrerá
ese velo, y el hombre tendrá que enfrentarse a lo que supone la precariedad del
mundo. Y todo eso es relatado siempre por los innumerables mensajeros de Allah:
los vientos, cada vida, cada muerte, todo ello son signos constantes de la
Verdad...
8.
fa-idzâ n-nuÿûmu túmisat
Cuando
las estrellas se apaguen,
9.
wa idzâ s-samâ:u fúriÿat
cuando
el cielo se raje,
10.
wa idzâ l-ÿibâlu núsifat
cuando
las montañas se pulvericen,
11.
wa idzâ r-rúsulu úqqitat
cuando
los mensajeros sean emplazados...
12.
li-áyyi yáumin úÿÿilat
¿Para
qué Día han sido aplazados?
13.
li-yáumi l-fasl*
Para
el Día de la Distinción...
14.
wa mâ: adrâka mâ yáumu l-fasl*
¿Qué
puede hacerte saber lo que es el Día de la Distinción?
15.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
En este segundo
pasaje se describe el al-Yáum al-Âjir, el Día Último
del universo tal como lo conocemos para dejar paso a la Resurrección. Se nos
dice que las estrellas se apagarán: fa-idzâ n-nuÿûmu túmisat, cuando las estrellas se apaguen,... la estrellas (nuÿûm) se
extinguirán (túmisa-yútmas, hacerle perder
a algo su brillo, cegar a alguien).
Los astros que iluminan nuestro mundo dejarán de lucir quedando sumido el
universo en la oscuridad. Junto a esas luces, desaparecerá toda la seguridad
que el ser humano tiene en sí mismo. Cuando el Poder de Allah se muestra, todo
queda hundido en su impotencia original. La Verdad se manifiesta, y aquello en
lo que el hombre creía hasta
entonces se disipa en su artificialidad.
Con mucha frecuencia,
las estrellas de nuestra reflexión se apagan ante lo inexplicable.
Constantemente tropezamos en nuestra cotidianidad con Allah y la razón queda
nublada. Cuando ello sucede se nos está brindando la posibilidad de asomarnos a
lo indecible, pero pronto nos echamos atrás y buscamos explicaciones con la que
satisfacer nuestra inquietud y volver a la rutina. Hemos tenido anuncios del
abismo en el que existimos, pero los hemos desmentido.
Pero con la muerte
nuestras estrellas se apagarán definitivamente, y el cielo entero se
resquebrajará: wa idzâ s-samâ:u fúriÿat, cuando
el cielo se raje,... El cielo (samâ)
se agrietará
(fúriÿa-yúfraÿ),
algo poderoso lo hendirá. Lo más colosal -el firmamento- dejará paso a la
Verdad que tiene detrás, a la fuerza que lo sostiene. El universo entero se
desmoronará ante el ser humano, hasta entonces cegado por la aparente
consistencia de su mundo. Nuestros ideales, nuestras tribulaciones, nuestros
dioses, que nos apabullan ahora, todo quedará pulverizado. Todo es de Allah, y
ante Él todo se retirará.
Y en la tierra, lo
que la sostiene -las montañas- quedarán reducidas a polvo: wa
idzâ l-ÿibâlu núsifat, cuando las
montañas se pulvericen,... las montañas
(ÿibâl) estallarán (núsifa-yúnsaf, pulverizarse,
esfumarse) dejando solo polvo suspendido en el aire. La tierra
quedará disuelta y desarticulada. La tierra es también nuestro cuerpo, que se
esfumará; y es también nuestro ego, que quedará indefenso ante la inmensidad.
Todas estas
experiencias son vividas con intensidad por el sufí, que se deshace para
agigantarse en al-Âjira, en el
Universo de Allah. Se somete a una dura disciplina en la que mata su mundo
de falsedades para, con su última expiración, pasar a la Verdad que está en
el cimiento de su existencia. De esa vivencia retorna convertido en sabio, en
califa, en alguien que ha saboreado con todo su ser lo que significa Allah.
Hasta él han llegado los anuncios de las
enviadas en cuya tempestad ha sabido remover sus fundamentos, y, una vez
hecho eso, se ha apagado su mundo y ha quedado desarticulado su universo para
pasar a estar iluminados por su Señor Verdadero.
El al-Yáum
al-Âjir, el Último Día, es el
del Fin del Mundo y el de la Resurrección. Tras ser todo destruido, los
profetas serán convocados: wa idzâ r-rúsulu
úqqitat, cuando los mensajeros sean
emplazados... Todos los anunciadores (rúsul,
plural de rasûl, mensajero,
profeta) serán reunidos en ese momento determinado: li-áyyi
yáumin úÿÿilat, ¿para qué Día
han sido aplazados?... los profetas, la creación entera, han sido creados
para ese momento, ¿para qué (li-áyy) día (yáum)
todo ha sido aplazado (úÿÿila-yuáÿÿal)? li-yáumi l-fasl,
para el Día de la Distinción... todo
tendrá sentido un Día terrible, el del Fasl,
el de la Distinción, cuando sea
relegada la mentira, cuando la Verdad sea separada de la confusión y se muestre
Allah.
¿De qué se trata?
De algo para lo que no hay palabras: wa mâ:
adrâka mâ yáumu l-fasl, ¿qué
puede hacerte saber lo que es el Día de la Distinción?... Nada puede
hacerte saber (adrà-yudrî, hacer
saber) lo que es el Yáum al-Fasl,
el Día de la Distinción. Sólo cabe
decir lo siguiente: wáilun yaumáidzin
lil-mukadzdzibîn, ¡ay ese Día de
los que dicen que es mentira!... Ese Día será una gran desgracia para los
que hoy dicen que no tendrá lugar, los que dicen que es mentira la Verdad, los mukadzdzibîn,
los desmentidores del anuncio.
16.
a lam núhliki l-awwalîn*
¿No
hemos destruido a los primeros?
17.
zúmma nútbi‘uhumu l-â:jirîn*
Los
haremos seguir por los últimos.
18.
kadzâlika náf‘alu bil-muÿrimîn*
Así
hacemos con los criminales.
19.
wáilun yaumáidzin bil-mukádzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
20.
a lam nájluqkum min mâ:in mahînin
¿No
os hemos creado a partir de un líquido insignificante
21.
fa-ÿa‘alnâhu fî qarârin makînin
al
que pusimos en un receptáculo firme
22.
ilà qádarin ma‘lûmin
por
un tiempo determinado?
23.
fa-qaddarnâ*
Decretamos;
fa-ní‘ma
l-qâdirûn*
¡Excelentes
Decretadores!
24.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
25.
a lam náÿ‘ali l-árda kifâtan
¿No
hemos hecho de la tierra un lugar común
26.
ahyâ:an wa amwâtan
para
vivos y muertos?
27. wa ÿa‘alnâ fîhâ rawâsia shâmijâtin
¿No
hemos puesto en ella montañas colosales?
wa
asqainâkum mâ:an furâta*
¿No
os hemos dado de beber un agua dulce?
28.
wáilun yáumaidzin lil-mukádzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
Si bien el hombre
sabe a ciencia cierta que su vida es precaria, que su existencia siempre está
amenazada, que la muerte es su destino inevitable, a pesar de ello... su
instante lo engaña. Irremediablemente, el hombre se endiosa, se afirma a sí
mismo desconectándonse de su realidad esencial, que es su dependencia, su
sujeción a lo que le hace ser, a Allah. En cierto modo, en lo más hondo, el
hombre se cree eterno, como si la insustancialidad no fuera con él.
Los afanes del ser
humano, su despotismo, su crueldad, su avaricia, su desasosiego continuo, su
insatisfacción, incluso su auto desprecio, son los signos de una anclada
creencia en sí. Allah quiere devolver al hombre la cordura, recordarle su
verdad: a lam núhliki l-awwalîn, ¿no
hemos destruido a los primeros?... Allah ha consumido (áhlaka-yúhlik, destruir,
aniquilar, dar muerte) a
los primeros (awwalîn), que son los antiguos, nuestros antepasados. Tenían
nuestras mismas esperanzas, los movían las mismas ambiciones, les inquietaban
los mismos sueños, pero el tiempo se apoderó de ellos y fueron tragados por la
muerte. Allah los aniquiló. Sólo Él es la Verdad, no el ser humano. La
condición del hombre es la de desaparecer, la de esfumarse.
Por lo general, con
el término awwalîn, los primeros, el
Corán se refiere en especial a los tiranos del pasado. A pesar de su
arrogancia, de sus grandes logros, de sus imperios magníficos, sucumbieron a la
Ley de Allah: zúmma nútbi‘uhumu l-â:jirîn,
los haremos seguir por los últimos...
Nosotros, y quienes vengan después de nosotros, no somos una excepción. Allah
hará que sigamos (átba‘a-yútbi‘,
hacer seguir, poner a
continuación) a los primeros, que nuestro fin sea el mismo que el de los
antiguos. Los últimos (âjirîn),
la última generación de la humanidad, al igual que la primera, morirá, será
arrasada por la Verdad.
El hombre sabe que
eso es así, pero en lo hondo de su ser se aferra a una ficción que lo hace ser
perverso. El origen de todos los males está en la confianza ciega en nosotros
mismos, porque ello nos aísla, y al aislarnos nos hace interesarnos únicamente
en nosotros. De nada nos sirven los infinitos signos que hay en nosotros y que
nos rodean recordándonos en cada instante que estamos sujetos a mil
circunstancias, que dependemos de mil conjunciones, que no somos nada, que sólo
somos lo que Allah quiere que seamos.
Cuando perdemos de
vista nuestra dependencia, nos convertimos en monstruos:
kadzâlika náf‘alu bil-muÿrimîn, así
hacemos con los criminales... Allah llama muÿrimîn, criminales
(plural de múÿrim), a los seres
humanos. Allah mata a los criminales, y en la muerte descubren su verdad y se
sumergen en su supremo dolor. Eso hace
(fá‘ala-yáf‘al) con ellos, y se establece la Separación (Fasl),
la división que restituye a cada realidad su verdad: wáilun yaumáidzin bil-mukádzdzibîn, ¡ay ese Día de los que dicen que es mentira!... Ese Día
(Yáum), el de la Separación, será causa de lamento y desesperación (wáil)
para los que volvieron la espalda a los profetas que lo anunciaron, diciendo que
era mentira que fuera a tener lugar ese encuentro con la Verdad (se trata de los
mukadzdzibîn, los desmentidores).
El Corán nos ha
hablado de la aniquilación que nos aguarda ineludiblemente, para demostrarnos
nuestra insustancialidad. No podemos oponernos a ese destino. Aunque viviéramos
mil años, al cabo nos reencontraríamos con que algo extraordinariamente
poderoso -a lo que no podemos ofrecer resistencia alguna porque está más allá
de lo concebible- nos devolverá a nuestro vacío.
Y si nos retrotraemos
a nuestros orígenes, ahí también descubrimos nuestra insignificancia: a
lam nájluqkum min mâ:in mahîn, ¿no
os hemos creado a partir de un líquido insignificante... ¿es que Allah -la
Verdad que te hace ser- no te ha creado
(jálaqa-yájluq) a partir de un líquido
(mâ) sin valor alguno (mahîn)?
La materia prima de nuestra vida es una gota de semen, algo a lo que no
prestamos ninguna consideración, incluso nos resulta despreciable o repugnante:
fa-ÿa‘alnâhu fî qarârin makîn, al
que pusimos en un receptáculo firme..., un líquido que Allah depositó
(ÿá‘ala-yáÿ‘al) en un depósito
(qarâr) sólido y seguro (makîn),
refiriéndose al útero materno.
Ni siquiera nosotros
guiamos los pasos de ese líquido. Fue Allah el que lo puso a buen resguardo, de
lo contrario no hubiese sobrevivido: ilà
qádarin ma‘lûm, por un tiempo
determinado..., Allah fijó una medida
(qádar) concreta (ma‘lûm)
para las evoluciones de esa semilla hasta que se materializa en un ser humano
que sale de su madre para llevar su propia vida aparentemente independiente,
pero que en realidad siempre está sujeta a lo que Allah determina: fa-qaddarnâ,
decretamos..., es decir, Nosotros
(Allah) no dejamos de decretar (qáddara-yuqáddir,
decretar, determinar).
Allah es Qâdir, Determinante: fa-ní‘ma l-qâdirûn,
¡Excelentes Decretadores!... Esta es
una expresión de admiración: Allah es ni‘ma, es excelente al
fijar la medida de toda cosa, y es excelente y sobreabundante porque es Eficaz.
Como ya hemos dicho, Allah emplea el plural mayestático cuando alude a la
pluralidad de capacidades de su Ser.
Estas reflexiones
sobre el origen de cada ser humano son selladas por el mismo versículo con el
que se puso punto y final a la parte en la que se nos habló de la muerte: wáilun
yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira!... Es decir, ¡ay (wáil) de aquellos
que no quieren ver nada de lo dicho hasta aquí y siguen pavoneándose alejándose
cada vez más de su propia Fuente! ¡ay de los que, con su actitud arrogante,
con lo que hacen con sus vidas, dicen que
es mentira (los mukadzdzibîn)
todo lo anterior!, porque el Día de la
Distinción (Yáum al-Fasl)
estarán desarmados ante Allah, en el dolor, lejos de la Rahma, de la Misericordia
sobre la que se sostiene la existencia.
Tras mostrarnos en la
muerte y en el origen de la vida los signos de nuestra insustancialidad, Allah
dirige nuestras miradas al mundo que nos rodea: a
lam náÿ‘ali l-árda kifâtan ahyâ:an
wa amwâtan, ¿no hemos hecho de la
tierra un lugar común para vivos y muertos?... Allah ha hecho (ÿá‘ala-yáÿ‘al, hacer
algo con una finalidad) que la tierra
(ard) sea kifât, un
lugar en el que se reúnen
muchas cosas, los ahyâ (seres
vivientes, plural de hayy)
y los amwât (muertos, plural de
máyit).
En la tierra hay vida
y muerte, y de cada extremo debemos aprender algo. Son signos que nos hablan de
la Bondad y la Unicidad de quien da forma a cada cosa. Por su Misericordia
somos, y por su Exclusividad desaparecemos. Su Exuberancia da vida a infinitas
cosas, y su Fuerza las reduce a su Verdad.
Su Belleza nos adorna, y su Majestad nos empequeñece. La tierra es kifât,
el lugar en el que se manifiestan todos esos elementos forjadores de nuestras
realidades, y por ello hay vivos y muertos...
Y la tierra es
estructurada por sólidos pilares: wa ÿa‘alnâ
fîhâ rawâsia shâmijât, ¿no hemos
puesto en ella montañas colosales?... Nos habla Allah, la Verdad Absoluta,
y nos dice que los huesos de la tierra son las montañas,
llamadas aquí rawâsî, y que son shâmijât, colosales.
Allah las ha puesto (ÿá‘ala-yáÿ‘al,
colocar, hacer con una
finalidad) para que sean los puntales
de nuestro mundo. Y son elevadas para que sus cimas penetren en el cielo y
detengan a las nubes y las arremolinen, para que llueve sobre ellas y por sus
laderas corra el agua que lleva vida a la tierra: wa
asqainâkum mâ:an furâta, ¿no os
hemos dado de beber un agua dulce?... El agua
(mâ) llega así a los hombres, que la encuentran furât, dulce, fresca,
cristalina.
Es Allah quien nos
está dando de beber (asqà-yusqî, dar
de beber), porque todo, en última instancia nos viene de Él: Él ha creado
la tierra, la ha apuntalado, y ha hecho, de las montañas, colosos que apresan
nubes y las destilan. En nada de ello interviene el hombre, quien recibe el bien
abundante del Misericordioso. Pero tendrá que enfrentarse también al
Majestuoso. Allah es las dos cosas, y no sólo uno de los extremos, y es así
porque Él es Uno, la Fuente de todo.
A todo lo anterior se
le llama Taqdîr, la Determinación
de Allah, su Decisión Reguladora de
la existencia, la Medida que impone a
cada momento del ser. Nada está al margen del Taqdîr. Allah tiene Poder,
Capacidad (Qudra), y Él es Qâdir, Determinante,
Eficaz. Él es el origen de todo, y todo cumple una función en
conformidad con el Taqdîr, en
conformidad con lo que ha decidido el Poderoso, el Verdaderamente Poderoso, el
Único Poderoso en el fondo de las cosas. Al conjunto (la Qudra -el Poder- y el Taqdîr
-la Concreción del Poder-), se le llama Qádar, el Destino. El
Destino es el trasfondo de la existencia, su entramado unitario. Todo es Qádar,
materialización constante del Poder de Allah. El Qádar
es su Presencia con la que rige cada instante.
Pero el hombre, ante
el espectáculo deslumbrante de la naturaleza, vuelve la espalda y la declara
mentira: wáilun yáumaidzin lil-mukádzdzibîn, ¡ay ese Día de los que dicen que es mentira!... Ay ese Día -el Día
de la Distinción- de quienes hayan sido mukadzdzibîn!
El mukádzdzib, el que dice que los signos de Allah son mentiras, el que no
comprende lo que es el Qádar, aquél
para el que las cosas no tienen significación, vive en medio de la existencia
sin entender su alcance, aislado en sí, sujeto a su insustancialidad, expuesto
a la arbitrariedad, trasformando su frialdad en perversión, y ese Día estará
condenado a su propia desolación, que, en al-Âjira,
en la desmesura de la Verdad, es Fuego.
El Fuego
(Nâr) es algo que también es
considerado mentira por el mukádzdzib.
No sabe que hay un Fuego que lo aguarda. Todo lo que ahora se revuelve en él,
todo lo que lo quema por dentro, su arrogancia y su malestar, todo ello es signo
del Fuego eterno hacia el que partirá definitivamente en la muerte.
29.
intaliqû: ilà mâ kúntum bihî tukadzdzibûna
¡Partid hacia aquello que declarabais que era mentira!
30.
ntaliqû: ilà zíllin dzî zalâzi shú‘abin
¡Partid
hacia una sombra de tres ramas,
31.
lâ zalîlin wa lâ yugnî min al-láhab*
que
ni da sombra ni protege de la llama!
32.
innahâ tarmî bi-shárarin kal-qásri
Arroja
chispas como alcázares,
33.
ka-annahû ÿimâlâtun sufr*
como
si fueran camellos pardos...
34.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
35.
hâdzâ yáumun lâ yantiqûna
Este
es el Día en que no pronuncian palabra
36.
wa lâ yûdzanu láhum fa-ya‘tadzirûn*
ni
se les autoriza excusarse.
37.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
38.
hâdzâ yáumu l-fásli ÿama‘nâkum wa l-awwalîna
Este
es el Día de la Separación en el que os reunimos junto a los primeros.
39.
fa-in kâna lákum káidun fa-kîdûn*
¡Si
tenéis alguna estratagema, tendedla!
40.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡Ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
El Final y la
Resurrección son para el Ajuste de Cuentas (Hisâb)
y la Retribución (Yaçâ).
El Yáum al-Fasl, el Día
de la Separación, también recibe los nombres de Yáum al-Hisâb y de Yáum
al-Yaçâ. Al igual que ahora, en esta vida, cada cosa tiene su consecuencia
y su fruto, la existencia misma tendrá su Retribución en la inmensidad de al-Âjira.
La tumba es la puerta hacia ese resultado de nuestra vida. Por tanto, hay un
peligro y sobre cada ser humano pende una amenaza
(wa‘îd), el del Fuego. Los
profetas han venido para advertirnos de aquello con lo que se nos amenaza en las
honduras del ser.
En la Resurrección,
al acabar el Hisâb -el Ajuste de
Cuentas-, a los que han declarado mentira el Fuego, se les dirá:
intaliqû: ilà mâ kúntum
bihî tukadzdzibûn, ¡partid hacia
aquello que declarabais
que era mentira!... El Juicio -el Hisâb-
será como estar encadenado, como ser presa de Allah, y, al acabar, al
desmentidor se le ordenará partir (intálaqa-yántaliq),
pero ¿hacia dónde? Hacia aquello que había declarado mentira (kádzdzaba-yukádzdzib, decir que algo es
mentira). Y aquello que había negado es el Fuego. El mukádzdzib, el desmentidor
del Fuego, es el que no ha tenido conciencia de que su vida tendrá su eco en la
eternidad de al-Âjira. Y ahora, ante
Allah, la tendrá ante sí, y será un Fuego aterrador: intaliqû: ilà zíllin dzî zalâzi shú‘ab, ¡partid hacia una sombra de tres ramas,... Con esto se nos describe
ese Fuego (Nâr) sin mencionarlo. Se nos dice que es una Sombra (Zill). Se
refiere a la temible Sombra que produce el humo que se desprende del Fuego, una
Sombra de tres (zalâz) ramas (shú‘ab,
plural de shu‘ba, ramificación,
derivación). El Fuego tiene tres
lenguas y cada una deellas produce una tenebrosa sombra...
El Fuego
Eterno (el Nâr) es la retribución (ÿaçâ)
que corresponde al fuego que anida en el ser humano debido a tres sombras que le
impiden ver. Esas tres sombras, según los sufíes, son la despreocupación (gafla),
la frivolidad (hawà) y la belleza de las
criaturas (husn al-kâinât).
Son tres oscuridades proyectadas por un fuego: lâ zalîlin wa lâ yugnî min al-láhab, que ni da sombra ni protege de la llama!... Ese Fuego produce una
Sombra, pero no es una sombra fresca y reconfortante, no es zalîl,
no da sombra realmente, porque esa sombra no protege (agnà-yugnî, proteger, evitar
un mal) del dolor de la llama (láhab).
El hombre se
despreocupa, se entrega a sus frivolidades, se apega a las criaturas, cuya
belleza lo hipnotiza, y cree estar a gusto, al fresco de una sombra, pero esa
sombra es falsa, y tras ella hay un Fuego abrasador, y todo acaba siempre en
frustración y tormento. Así pasa en la vida, que tiene su proyección en al-Âjira,
pero en la desproporción de la Verdad.
El Corán continúa
describiendo ese Fuego destructor: innahâ
tarmî bi-shárarin kal-qásr, arroja
chispas como alcázares,... La violencia descomunal de esa amenaza
(wa‘îd) que pende sobre la
existencia de cada ser humano es sugerida de este modo: ese Fuego arroja (ramà-yarmî, lanzar) chispas
(shárar) del tamaño de palacios
(qasr), que se suceden ka-annahû
ÿimâlâtun sufr, como si
fueran camellos pardos... es decir, como una caravana de camellos
(ÿimâlât) de color pardo (sufr).
Esas chispas formidables son los signos de la Ira contenida en el Fuego. Son, en
Allah, en la Verdad, el correlato -la retribución- de la frustración y la
arrogancia de la naturaleza ígnea del ser humano. Los velos que ciegan al
hombre, las tres ramificaciones a las que hemos aludido antes, amasan esas
chispas que, desprendiéndose del hombre, queman lo que le rodea. Se nos está
describiendo al tirano, aquel en el que impera el fuego de su ‘yo’, y al que
aguarda el Fuego de Allah.
La amenaza es sellada
por el versículo que se repite al cabo de cada secuencia en esta sûra: wáilun
yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira!... Ya se lamentarán aquellos que
dicen que es mentira la existencia de ese Fuego. Los quemará en la eternidad al
igual que ahora lo hace en lo más profundo de sí mismos. Si no lo
desmintieran, tendrían la oportunidad de corregirse, de apagar ese Fuego.
Llegará el Día en
que tengan que enfrentarse a lo que ahora dicen
que es mentira: hâdzâ yáumun lâ yantiqûn,
este es el Día en que no pronuncian
palabra... El Corán pone en presente su amenaza: éste
(hâdzâ) es ese Día (Yáum). En Allah no
hay tiempo, y tampoco en su Palabra, en el Corán. Ya está sucediendo lo que se
anuncia, y el hombre no se da cuenta. Es engañado por su mundo y dice (con su
ser, con su posicionamiento en la vida, no sólo con sus palabras) que es verdad
lo que es mentira y que es mentira lo que es verdad, y con ello hacer
ser verdad a la mentira y hace ser
falso lo verdadero (este es el significado auténtico del verbo kádzdzaba-yukádzdzib).
Pues bien, su mundo desaparecerá y será actual el mundo de Allah, al-Âjira. Ahí, los hombres carecen de palabra (nátaqa-yántiq,
pronunciar, hablar). Ante Allah simplemente estarán expuestos a lo infinito.
Es el momento del
Ajuste de Cuentas y la Retribución, el de la Consecuencia de la vida: ahí no
hablan wa lâ yûdzanu láhum fa-ya‘tadzirûn,
ni se les autoriza excusarse... Se
trata del silencio en la Presencia. El hombre, el ego, enmudece ante Allah.
Nadie es autorizado (údzina-yûdzan, ser
autorizado) a hablar, por tanto, nadie podrá justificarse
(i‘tádzara-yá‘tadzir). No es momento ni lugar para la mentira, para la
palabra del hombre, sino para la Palabra de la Verdad, la de Allah: wáilun
yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira!... ¡Ay entonces de los que no han
respondido a Allah en vida! Se han corrompido al no abrirse a su Señor,
permaneciendo en su fuego hasta que lo tengan delante el Día en que no puedan
hacer nada, porque estarán muertos, pasivos a merced de su Señor Verdadero...
El Yáum
al-Fasl, el Día de la Separación,
cuando quede atrás lo falso y se destaque la Verdad que está en las esencias,
es el Día para el que cada ser humano ha sido creado: hâdzâ
yáumu l-fásli ÿama‘nâkum wa l-awwalîn, este es el Día de la Separación en el que os reunimos junto a los
primeros... Allah reunirá (ÿáma‘a-yaÿma‘) a humanidad entera, a la generación presente así como a
sus antepasados (los awwalîn, los primeros).
Los unirá y los separará, los congregará a todos y a cada uno dará su
destino en al-Âjira.
El Día de la
Separación será cuando la Verdad se imponga de forma evidente, sin que ninguna
confusión la vele, y el hombre descubrirá con todo su ser que su mundo era
falso, que había vivido en una quimera. Descubrirá, fundamentalmente, que no
tiene poder, que el Poder es de Allah. Cuando no pueda ni tan siquiera hablar y
excusarse sentirá lo que es, sentirá su profunda sujeción a Quien le hace
ser: fa-in kâna lákum káidun fa-kîdûn,
¡si tenéis alguna estratagema, tendedla!...
Estas palabras son la expresión de un hiriente desafío que nos viene de lo más
hondo. ¿Tenemos alguna argucia (káid) que nos libre de Allah, de la Verdad que nos hace ser? No. ¿Cómo
habríamos de tender alguna de nuestras
trampas (kâda-yakîd)
ante Él el Día en que se nos muestre? La conclusión sólo puede ser el versículo
con el que acabe esta y todas las secuencias en este capítulo del Corán: wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay ese Día de los que dicen que es mentira!...
41.
ínna l-muttaqîna fî zilâlin wa ‘uyûnin
Ciertamente,
los sobrecogidos están entre sombras y fuentes
42.
wa fawâkiha mimmâ yashtahûn*
y
frutas que deseen:
43.
kulû wa shrabû* hanî:an bimâ kúntum ta‘malûn*
“¡Comed
y bebed! ¡Enhorabuena por lo que habéis hecho!”
44.
innâ kadzâlika naÿçî l-muhsinîn*
Así
retribuímos a los excelentes.
45.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira!
46.
kulû wa tamátta‘û qalîlan ínnakum muÿrimûn*
“¡Comed
y disfrutad un poco! Sois criminales...
47.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira
48.
wa idzâ qîla láhumu rka‘û lâ yarka‘ûn*
Cuando se les dice: “¡Inclinaos!”, no se inclinan.
49.
wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn*
¡ay
ese Día de los que dicen que es mentira
50.
fa-biáyi hadîzin ba‘dahû yûminûn*
¿A
qué palabras, después de estas, se abrirán?
¿Qué puede
trastocar lo dicho hasta aquí? ¿Cómo el Takdzîb
(el desmentido esencial) puede convertirse en su opuesto, el Tasdîq,
la afirmación de la verdad? ¿Cómo el mukádzdzib, el desmentidor,
pasaría a ser musáddiq, confirmador
de Allah? A la virtud que opera esa profunda trasformación se la llama Taqwà, sobrecogimiento, conciencia
de Allah. Los muttaqîn son
aquellos en quienes no ha muerto el Recuerdo de Allah. Son los que tienen
memoria de su Señor, y sus corazones responden a la Inmensidad con la emoción
que corresponde a esa certeza: Taqwà,
el sobrecogimiento que los hace sensatos y prudentes, un miedo que los
activa y los empuja hacia Allah.
Reflexionar, ahondar,
mirar,... todo esto estimula una luz que hay en el corazón y a la que llamamos Taqwà.
El que se inquieta al oír el Corán -la Voz de Allah-, está a punto de que
brote esa luz que lo emancipe del destino del común de los hombres. Se libera
así del Fuego: ínna l-muttaqîna fî zilâlin
wa ‘uyûn, ciertamente, los
sobrecogidos están entre sombras y fuentes... Aquellos en los que
fructifica esa virtud, los muttaqîn,
los que se sobrecogen cuando recuerdan a Allah, estarán (y ya están) entre sombras
(zilâl, plural de zill,
sombra) verdaderas y beben de fuentes
(‘uyûn, plural de ‘áin,
manantial) frescas, wa fawâkiha mimmâ yashtahûn, y
frutas que deseen... y recogen los frutos
(fawâkih, plural de fâkiha,
fruta) que se les apetece (ishtahà-yashtahî,
desear, apetecer).
El Jardín que
aguarda a los muttaqîn es ÿanna, un frondoso
vergel. Es el correlato -la retribución
(ÿaçâ)- de su exuberancia interior: kulû wa shrabû, “¡Comed y
bebed!”... Allah les dirigirá en ese Paraíso un imperativo distinto a su
sentencia contra los mukádzdzibîn:
¡Comed! (ákala-yâkul, comer) y ¡Bebed!
(sháriba-yáshrab), es decir, disfrutad de mi Rahma, de mi Misericordia
y Exuberancia, a resguardo de mi Ira,
hacedlo en paz y con satisfacción, hanî:an
bimâ kúntum ta‘malûn, ¡enhorabuena
por lo que habéis hecho!... La expresión hanían quiere decir ¡enhorabuena!
o bien indica el modo: en paz.
Allah permite a los muttaqîn gozar, con entera libertad, de su bondad la cual han
liberado con sus acciones. Ellos han
actuado (‘ámila-yá‘mal) de modo recto, sacando de sí lo mejor, y están en la Excelencia
(el Ihsân), en contraposición con los desmentidores, los que
han invertido la realidad: innâ kadzâlika
naÿçî l-muhsinîn, así retribuimos
a los excelentes... Es así (kadzâlika),
con vergeles frondosos, con lo que Allah retribuye
(ÿaçà-yaÿçî) a los excelentes,
los muhsinîn. Los muttaqîn
son muhsinîn, los sobrecogidos interiormente se manifiestan exteriormente
actuando en conformidad con la Excelencia,
el Ihsân. La virtud a la que
llamamos Taqwà, se materializa
adoptando la forma de Ihsân.
El término Taqwà
significa temor reverencial, sobrecogimiento,
y también precaución, atención. Ambas significaciones están estrechamente conectadas:
quien conoce realmente a Allah, quien sabe lo que significa la palabra Allah,
quien presiente la Inmensidad contenida en ese Nombre, quien palpa la Presencia
de la Verdad, es arrebatado por una emoción de sobrecogimiento. Pero ese pánico
no es negativo, es un motor que lo hace atento. Y quien es atento a Allah vuelve
la espalda a la mentira. Para los sufíes, Taqwà es abstenerse de todo lo que no sea Allah. Quien alimenta en
sí esa intuición que lo orienta hacia la Exuberancia Creadora es amparado por
la Sombra de la Proximidad de su Señor y su Fuego es apagado por el frescor del
agua de la Rendición Incondicionada a la Verdad, fluyendo con el Destino en
lugar de oponer su ego y su interés. Beben lo mejor de la existencia, y
encuentran en ella lo más noble. Gozan de un Fruto Supremo, que consiste en ver
a Allah, que los envuelve satisfaciendo todo su ser, agigantando hasta el infinito
su existencia, colmando todos sus anhelos. Comen y beben de lo que Allah
constantemente ofrece, y lo hacen en paz con la Verdad. Sus vidas son jardín, y
será Jardín Eterno en la muerte y la resurrección: wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay ese Día de los que dicen que es mentira!... ¡Ay
(wáil) de los que dicen que es
mentira el Jardín, porque no podrán desearlo! El miedo al Fuego y el anhelo
por el Jardín podrían haberlos arrancado de su inercia y alzarlos a la Fronda
Suprema...
Allah, dirigiéndose
a los mukadzdzibîn, a los desmentidores, que disfrutan ahora del favor de
Allah, pero a los que aguarda su Ira, les dice: kulû
wa tamátta‘û qalîlan ínnakum muÿrimûn, “¡comed
y disfrutad un poco! Sois criminales... Los que niegan a Allah y todo lo que
implica Allah comen (ákala-yâkul) y disfrutan
(tamátta‘a-yatamátta‘)
de sus dones actuales, pero son bienes para un tiempo limitado. ¡Comed y
disfrutad un poco (qalîl)! El tiempo entero es poca cosa en Allah. Lo grande es al-Âjira.
¡Comed y bebed y disfrutad corrompiéndoos y destruyendo: sois criminales
(muÿrimîn)! Habéis convertido los
dones de Allah -que podrían ser sombra y manantiales para vosotros- en fuego,
humo y chispas de maldad.
La existencia no los
ha sobrecogido, han desatendido los anuncios infinitos, y se han hundido en su
aislamiento: wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn, ¡ay ese Día de los que dicen que es mentira!... ¡Ay de los que no
han empleado lo que Allah les ofrece para alzarse hasta Él!
Para alzarse hasta
Allah hay que inclinarse ante Él. No hay otra senda. Inclinarse ante Allah
significa doblegar el ego para que el espíritu se emancipe: wa
idzâ qîla láhumu rka‘û lâ yarka‘ûn, cuando
se les dice: “¡inclinaos!”,
no se inclinan... Hasta ellos han llegado los vientos, el espíritu, los
profetas, para decirles que se inclinen (ráka‘a-yárka‘)
ante Allah, y no lo han hecho, se les ha dicho (qîla-yuqâl,
ser dicho) de mil maneras distintas, y han vuelto la espalda. No han
querido reconocer que el único modo de escapar al Fuego es sumergiéndose en el
Agua de Allah: wáilun yaumáidzin lil-mukadzdzibîn,
¡ay ese Día de los que dicen que es
mentira!... ¡Ay de los que han ignorado esa Vía y se han mantenido en su
mentira!
Tras todo lo
expuesto, ¿qué queda por decir? Si lo anterior no ha bastado para el que tiene
corazón, ¿qué otras palabras lo activarán?: fa-biáyi
hadîzin ba‘dahû yûminûn, ¿a
qué palabras, después de estas, se abrirán?... El Corán es un hadîz,
es un relato suficiente, palabras
de Allah dirigidas a los más íntimo de cada ser. Si los desmentidores no se
abren (âmana-yûmin)
a lo que Allah les dice, ¿qué otro relato los conmocionará? Quien no se
inclina ante el Corán, quien no se le rinde, no tiene ningún camino hacia su
Señor. Si a alguien no le basta Allah, ¿que podrá conducirlo hasta la Rahma?
En este último versículo
de la sûra, que tiene un tono retador innegable, hay una luz sorprendente.
Quien sinceramente medita con la radicalidad que se le exige, llegará a
conclusiones tremendas. El Islam, el Corán, el Profeta,... no son un juego. Son
realidades apabullantes que se afirman a sí mismas con la fuerza de lo
esencial. Ante esto no caben devaneos. La autenticidad del Corán está en su
fuerza, en la urgencia con la que demanda una respuesta. Es Allah quien habla en
el Corán, y no hace concesiones. No pretende convencer sino que algo estalle en
el corazón y sirva al hombre de guía hacia la Verdad.
Cada palabra del Corán es una enviada. Son vientos anunciadores capaces de desatar un huracán. Son palabras que exigen al hombre inclinarse ante Allah, someterse a lo que lo hace ser y reconocer a su Señor Verdadero. Al igual que los vientos, los ángeles, el espíritu de la vida, el Profeta,... cada palabra del Corán se impone por sí misma. Al igual que Allah, arrasa con la firmeza de su naturaleza creadora y el poder de su imperio. Después de la Palabra de Allah ¿qué podría ser atendido por el hombre? Nada, solo queda Fuego.