CAPÍTULO 76: EL SER HUMANO
SÛRAT
AL-INSÂN
revelada
en Medina, 31 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
hal atâ ‘alà l-insâni hînun min d-dáhri lam yákun shái:an
madzkûra*
¿Acaso
trascurrió para el ser humano un espacio de tiempo en el que no fue algo
mencionado?
2.
innâ jalaqnâ l-insâna min nútfatin amshâÿin nabtalîhi fa-ÿa‘alnâhu
samî‘an basîra*
Hemos
creado al ser humano a partir de una gota de mezclas; lo pusimos ha prueba y lo
hicimos oyente y vidente.
3.
innâ hadainâhu s-sabîla immâ shâkiran wa immâ kafûra*
Le
conducimos por el camino, o bien agradecido, o bien desagradecido.
4.
innâ a‘tadnâ lil-kâfirîna salâsilan wa aglâlan wa sa‘îra*
Hemos
preparado para los desagradecidos cadenas, argollas y un fuego ardiente...
Así comienza Sûrat
al-Insân, el Capítulo del Ser Humano,
de treinta y un versículos, que, según algunos relatos, fue revelado en
Medina, después de la Hégira, y así lo hemos puesto en el encabezamiento;
pero otras tradiciones sitúan su descenso
(nuçûl) en la ciudad de Meca, en
los comienzos del Islam.
Según Sayyid Qutb,
es más probable que esta sûra fuera dictada al Profeta en Meca, porque su
estilo coincide plenamente con el de los primeros textos del Corán. Es más,
considera que debe ser de los capítulos más antiguos. No sólo su estilo sino
también los temas de los que se ocupa invitan a tener en cuenta la opinión de
Sayyid: esta sûra es un llamamiento a cobijarse en Allah, a buscar
satisfacerle, obedecerle, recordar sus dones, sentir su favor, apartarse de su
castigo y despertar hacia Él, todo ello en medio de menciones a los orígenes
de las criaturas y a la preeminencia de Allah, que justifican que sea ésa la
actitud que debe adoptar el ser humano
(el insân), coincidiendo con la existencia.
Los primeros versículos
de esta sûra son un recordatorio (tadzkîr) que nos habla de la formación
(násh-a) del género humano y de
cada persona en particular, dejando claro que en esa formación hay Medida
y Decisión (Taqdîr), es
decir, que es resultado de un Querer y de una Voluntad. La razón de la
existencia, su sentido, es el Ibtilâ,
la Puesta a Prueba. Cada criatura debe
responder a un desafío y su respuesta determina su situación en la existencia.
El Ibtilâ, la Puesta a Prueba, el Reto,
es constante; comenzó en el instante mismo de la creación y después en cada
nueva concepción, pero el que nos atañe como seres conscientes tiene su raíz
en la Revelación, y su resultado (‘âqiba),
su fruto último, es la sobredimensión del ser en la eternidad de al-Âjira,
el Universo de Allah, que sigue a la muerte, nuevo parto del ser humano
que lo sitúa en el contexto de la Verdad Absoluta de su Creador. En todo, en esta
vida (Duniâ) y en la que nos aguarda (Âjira),
hay Taqdîr de Allah, Medida
y Decisión, y hay Tadbîr,
constante Gestión, por los que Allah
merece el Nombre de Rabb al-‘Âlamîn,
el Señor de los Mundos.
El ser
humano (el insân) -que es califa (jalîfa), criatura
soberana, pues el Corán emplea el término insân
para aludir a la dignidad del hombre- no puede pasar de largo ante estas
realidades que estructuran su existencia, y no puede hacerlo porque en él hay
algo especial, la capacidad para percibir
(el idrâk): es lo que hay en él de
espiritual, lo que lo hace ser oyente y vidente. Lo simplemente material, lo
terrestre, es mudo, sordo y ciego, pero el ser humano contiene un espíritu
(rûh), en él hay la presencia de algo insondable, que lo
alza por encima de la naturaleza y que lo prepara para triunfar en el gran
reto (el Ibtilâ). Ha sido creado para ser puesto a prueba en innumerables
ocasiones, y su respuesta positiva a esos desafíos lo abre a la vida. Ahora la
Revelación le propone un nuevo reto, un Ibtilâ
que lo conduce a al-Âjira.
El Islam es Da‘wa,
una Invitación dirigida al ser
humano, un Llamamiento al que, de un
modo u otro, responde y su respuesta es el signo de su situación en el mundo y
señal de su destino. La sûra empieza con una pregunta que nos pone de repente
delante de una gran cuestión: ¿dónde estaba el hombre antes de existir? hal
atâ ‘alà l-insâni hînun min d-dáhri lam yákun shái:an madzkûra,
¿acaso trascurrió para el ser humano un
espacio de tiempo en el que no fue algo mencionado?... Es una pregunta, pero
en realidad es una afirmación tajante: efectivamente, hubo un tiempo en que el
ser humano fue algo no mencionado, es decir, algo inexistente. No era, pero pasó
a ser. ¿Qué lo hizo ser? ¿Qué lo sacó de la nada? ¿Qué lo arrancó del
anonimato de la no-existencia?
En realidad, la
pregunta no puede ser ¿qué?, sino ¿quién?,
porque en nuestra preguntas estamos declarando una fuerza, una decisión, una
voluntad creadora, que no pueden pertenecer a un concepto abstracto y neutro, a
una idea inconcreta, a algo sin vida ni entendimiento, y por tanto sin eficacia,
sino que son la actuación de alguien.
El azar no existe, es impensable; la naturaleza y sus leyes son un producto, no
son protagonistas en la esencia de las cosas. Ese Alguien indescifrable y poderoso que está en todos los orígenes es
a quien llamamos Allah. Pero el versículo
(aya) merece un análisis más pormenorizado.
Como hemos dicho, es
una interrogación (istifhâm),
pero en realidad es una afirmación
tajante (taqrîr), y es porque la respuesta sólo puede ser una confirmación,
y por tanto el Corán ni la cita, la da por supuesta en la pregunta misma: sí,
efectivamente, sin duda alguna, hubo un
espacio de tiempo (hîn min
ad-dahr) en el que el ser humano (insân)
fue algo no mencionado (algo no madzkûr), es decir, inexistente. Al igual que cada uno de nosotros
ha sido precedido por un tiempo en el que no existía, la humanidad entera
apareció en un momento dado.
En realidad, el Corán
quiere que nos hagamos esa pregunta que formula al comienzo de esta sûra para
atraer nuestra atención e inquietarnos: ¿es que no sabemos que trascurrió
(atà-yâtî) para el ser humano
(‘alà l-insân) un espacio de tiempo (hîn
min ad-dahr) en el que éramos algo
(shai) no madzkûr, no mencionado?
Hemos surgido en el tiempo: ¿Quién nos ha puesto en él? ¿Quién nos ha
mencionado haciéndonos ser? ¿Quién se ha dirigido a nosotros y nos ha hecho
despertar de la nada? Somos el resultado de una decisión: ¿a quién pertenece?
Y también, ¿qué somos en el fondo sino algo a merced de Allah?
Allah mencionó
(dzákara-yádzkur) al ser humano, se dirigió a él, y éste pasó a existir.
Somos -la humanidad entera y cada uno de nosotros- una Mención de Allah (el Dzikr
de Allah), el objeto de un Discurso (Jitâb).
Con ello se ha entablado una Conversación
Confidencial (Munâÿâ) en lo más
íntimo, y en el caso del ser humano y debido a su naturaleza excepcional ese
Discurso es un Taklîf, la imposición de una responsabilidad. El Corán no emplea el término
técnico mawÿûd para decir existente.
Utiliza como sinónimo una palabra infinitamente más sugerente: madzkûr,
mencionado, recordado. Y en esa palabra hay contenidos secretos que hacen ser al
hombre lo que es en concreto.
Este poderoso versículo,
difícil de verter al castellano pero que en árabe es perfecto y amplio, y ha
sugerido muchas cosas a los comentaristas, y es porque nos invita a imaginar el
universo antes de la existencia del ser humano, el instante en el que el hombre
vino al ser, la Voluntad que lo quiso y el Poder que lo extrajo de la nada,...
Pero sobre todo el versículo deja en ridículo a la soberbia humana. La
arrogancia del hombre es patética: el hombre que se pavonea por lo que cree ser
resulta que es prescindible, el universo no depende de él, ni tan siquiera él
mismo depende de sí, sino de la Voluntad y el Poder que lo han forjado y que lo
recrean en cada instante, porque en sí el hombre es nada, pura necesidad de que
lo hagan ser, pura necesidad de ser mencionado por su Señor.
El hombre, el insân,
fue creado a partir de la nada, pero también su reproducción y su permanencia
son gobernadas por la ley que Allah ha instaurado: innâ jalaqnâ l-insâna min nútfatin amshâÿin nabtalîhi fa-ÿa‘alnâhu
samî‘an basîra, hemos
creado al ser humano a partir de una gota de mezclas; lo pusimos ha prueba y lo
hicimos oyente y vidente... Es Allah -que habla aquí en plural mayestático,
Nos- quien crea (jálaqa-yájluq) al ser
humano, y lo hace con una gota minúscula
(nutfa) que en realidad es un compuesto,
una mezcla (amshâÿ) de
espermatozoide y óvulo, o de genes.
Esa es la materia
prima del ser humano, su semilla, tan humilde como la nada que está en los
comienzos absolutos. Allah realiza esa conjunción, y la pone
a prueba (ibtalà-yabtalî), pone al embrión ante retos formidables, lo obliga a
superar trabas gigantescas antes de convertirse en un feto.
Al principio, el ser
humano es pura materia, naturaleza en pugna. Pero finalmente Allah lo hace
ser (ÿá‘ala-yáÿ‘al) una criatura que oye (samî‘,
oyente) y que ve (basîr,
vidente), lo dota de percepciones, lo saca de la indeterminación de
sus primeros momentos, lo singulariza, lo convierte en un hombre con conciencia
de sí mismo... Comienza así el ser
humano (el insân), la cumbre de
la creación, el califa, el ser soberano, que alcanza el conocimiento, y
desarrolla, gracias a Allah, conciencia de sí y sentido de la responsabilidad.
Estamos ya ante el
ser humano tal como lo conocemos. Pero su evolución no ha acabado. A esa
criatura única, Allah se le revela: innâ
hadainâhu s-sabîla immâ shâkiran wa immâ kafûra, le
conducimos por el camino, o bien agradecido, o bien desagradecido... Allah guía
al ser humano (hadà-yahdî), es decir,
se le revela y le muestra el camino (sabîl),
y el hombre responde con gratitud (siendo shâkir,
agradecido) o con ingratitud (siendo kafûr, intensivo de kâfir,
ingrato). Se dice de alguien que es agradecido
para con Allah cuando los dones de los que es objeto no le impiden reconocer al
Donador, y se le llama ingrato cuando
disfruta de los dones y fija en ellos toda su atención y descuida al Donador:
los dones lo han hipnotizado, y esto es lo que sucede a la mayoría de los
hombres (los dones -la existencia, la subsistencia, el placer- atraen toda su
atención y no tiene en cuenta a Allah, y los dones acaban haciéndolo avaro, ávido
de más, lo preocupan, lo agotan, lo destruyen).
El hombre oye y ve, y
Allah se le muestra. El ser humano es naturaleza y espíritu, y puede a su vez
recordar a Allah, rememorarlo, instalarlo en su vida, hacerlo existir para él.
La gratitud (el Shukr)
es el primer paso, es el reconocimiento de quien se da cuenta de que todo lo que
tiene le ha sido dado, y ahí está el principio de un despertar que desemboca
en la Evocación (Dzikr), y el hombre se asoma a lo indecible, comenzando para él al-Âjira,
el Universo de Allah. Su contrario, el Kufr, la ingratitud, es
incapacidad para avanzar hacia la culminación de la existencia, es detenerse y
morir en el dolor de lo que se queda a medias.
Allah puso a prueba a
la gota minúscula de mezcla (nutfa
amshâÿ), y de ella hizo algo que oye y ve. Ahora vuelve a poner a prueba
al ser humano para hacer de él algo más grande, para hacerle percibir deleites
inmensos como se explicará en el próximo texto, pero antes de pasar a él
sugiere el destino de aquellos que fracasan ante la prueba, los ingratos que no
responden a Allah: innâ a‘tadnâ lil-kâfirîna
salâsilan wa aglâlan wa sa‘îra, hemos preparado para los desagradecidos cadenas, argollas y un fuego
ardiente...
Los kâfirîn,
los ingratos, los negadores de Allah,
los que rechazan su guía (hudà),
están destinados al Fuego. No han superado el Ibtilâ,
la puesta a prueba, y han elegido el Kufr,
la ingratitud ciega que no les ha permitido crecer. Allah ha
preparado (i‘tâda-ya‘tâd) para
ellos, para los farsantes, terribles cadenas
(salâsil) con las que serán atados,
argollas (aglâl) que los sujetarán por el cuello, y un
ardiente infierno (el Sa‘îr).
Los sufíes dicen que las cadenas que atan a los kâfirîn
durante esta vida son las ocupaciones que entretienen al común de los hombres y
las argollas son los apegos que les impiden alzar el vuelo. Sus frivolidades y
pasiones viles privan al espíritu de la eternidad en la Fuente de la
Misericordia, y desatan en ellos un infierno de frustraciones y privaciones. Y
todo esto, que son sufrimientos interiores en la tierra, se materializará tras
la muerte en la inmensidad de al-Âjira.
El Sa‘îr, el Infierno, será entonces el dolor abrasante de la ausencia de
Misericordia.
Antes de continuar,
debemos matizar el sentido del término Ibtilâ,
la Prueba. Este término alude a la existencia como constante tensión
que remueve al hombre para hacerle cumplir su destino. El Ibtilâ es el padecimiento que estrecha un instante para que
sea el principio de otra cosa. Podría ser traducido por desgracia,
calamidad, el fin de algo para abrir
una nueva puerta. Allah pone a prueba la sinceridad del ser humano. Hay varias
palabras en árabe que significan sinceridad, pero la más poderosa es Ijlâs.
Ijlâs es sinceridad
desinteresada, auténtico desapego,
pureza absoluta en la intención y en
la acción. Es un acto de liberación
(jalâs). Quien supera esa
prueba accede a un mundo trasparente, descontaminado, en el que las cosas no
ocultan a Allah sino que son su signo y presencia de su riqueza. Con el Ijlâs,
el hombre disfruta de la existencia en su raíz, en la eternidad que está en su
fundamento. El Ijlâs es la
victoria del espíritu sobre la pesadez de la gota de mezclas, es la hegemonía
de la capacidad del hombre para percibir.
Por eso, el Corán nos introduce a continuación en una poderosa visión.
5.
ínna l-abrâra yashrabûna min ká-sin kâna miçâÿuhâ kâfûran
Los
justos beben de una copa de una mezcla de alcanfor,
6.
‘áinan yáshrabu bihâ ‘ibâdu llâhi yufaÿÿirûnahâ tafÿîra*
de
una fuente de la que beben los siervos de Allah haciéndola manar
esplendorosamente.
7.
yûfûna bin-nádzri wa yajâfûna yáuman kâna sharruhû mustatîra*
Ellos
cumplen sus votos y temen un Día cuyo mal se desata.
8.
wa yut‘imûna t-ta‘âma ‘alà hubbihî
miskînan wa yatîman wa asîran
Dan
comida -aunque la aman- al pobre, al huérfano y al cautivo:
9.
innamâ nút‘imukum li-wáÿhi llâh*
“Sólo
os alimentamos por la Faz de Allah,
lâ
nurîdu mínkum ÿaçâ:an wa lâ shukûra*
y
no queremos de vosotros ni retribución ni gratitud.
10.
innâ najâfu min rabbinâ yáuman ‘abûsan qamtarîra*
Nosotros
tememos de nuestro Señor un Día ceñudo y tenebroso”
11.
fa-waqâhumu llâhu shárra dzâlika l-yáumi wa laqqâhum nádratan
wa surûra*
Allah
los ha protegido del mal de ese Día y les ha hecho encontrar resplandor y alegría,
12.
wa ÿaçâhum bimâ sabarû ÿánnatan wa harîran
y
les ha pagado por la paciencia que han tenido con un jardín y seda,
13.
muttaki:îna fîhâ ‘alà l-arâ:iki lâ yaráuna fîhâ shámsan wa lâ
çamharîran
Estarán
recostados ahí sobre lechos y no verán ni sol ni helada.
14.
wa dâniatan ‘aláihim zilâluhâ wa dzúllilat qutûfuhâ
tadzlîla*
Sus
sombras se acercan a ellos y sus frutos se les presentan sumisos.
15.
wa yutâfu ‘aláihim bi-â:niatin min fíddatin wa akwâbin
kânat qawârîra*
Se
circula entre ellos con vasijas de plata y copas que son de cristal,
16.
qawârîran min fíddatin qaddarûhâ taqdîra*
cristal
de plata, cuyas medidas han sido precisadas.
17.
wa yusqáuna fîhâ ká-san kâna miçâÿuhâ çanÿabîlan
Se
les da de beber ahí de una copa cuya mezcla a base de gengibre.
18.
‘áinan fîhâ tusammà salsabîla*
Ahí
hay una fuente que se llama Salsabîl.
19.
yatûfu ‘aláihim wildânun mujalladûna idzâ raáitahum hasibtahum
lú-lu-an manzûra*
Circulan
entre ellos adolescentes eternos. Al verlos crees que son perlas esparcidas.
20.
wa idzâ raáita zámma raáita na‘îman wa múlkan kabîran
Cuando
miras ahí ves deleite y un gran reino.
21.
‘aláihim ziyâbu súndusin júdrin wa ístabraq*
(Sus
moradores) llevan vestidos de raso verde y
brocado,
wa
hullû: asâwira min fidda*
adornados
con brazaletes de plata.
wa
saqâhum rábbuhum sharâban tahûra*
Su
Señor les ha dado de beber un licor puro:
22.
ínna hâdzâ kâna lákum ÿaçâ:an wa kâna sá‘yukum mashkûra*
“Esto
es para vosotros como retribución. Vuestro esfuerzo ha sido agradecido”.
El Corán llama al
hombre insân, ser humano, para,
como se ha dicho, resaltar su alta dignidad
(karâma). El insân es jalîfa, califa,
soberano... Y la creación es un jardín en el que ha sido alojado
el hombre, como anuncio de lo que es capaz Allah. La Rahma, la Misericordia
Creadora, está estrechamente vinculada a la noción de Yanna, el Jardín. La vida
es Ibtilâ, una puesta a prueba, un sacar lo
que hay en el hombre para construir con ello un Jardín definitivo o un
Infierno en las inmensidades de al-Âjira,
lo que viene después de la muerte,
segundo parto que desemboca en las eternidades desproporcionadas de la
Misericordia o de la Ira de Allah si el hombre ha pervertido aquello que le ha
sido dado.
El Corán nos ha
hablado de las cadenas, argollas y fuego que aguardan a los kâfirîn,
y que en este mundo son los apegos y sufrimientos de los ignorantes. Ahora nos
habla de los placeres, el Na‘îm o Deleite
que espera a los abrâr, los justos, los ‘ibâd Allâh,
los siervos de Allah. Todo ello, ahí,
en al-Âjira, es ÿaçâ, retribución, es
decir, la consecuencia en lo eterno de los instantes del hombre. Son el
correlato de lo que es el hombre y de
cuanto le rodea, y por eso el Corán hace su narración en presente, aludiendo
tanto a un futuro como al entramado actual de ese destino. Es posible leer este
pasaje en ambas claves para descifrar el presente y conocer su paralelo en el
mundo del espíritu. Y ese mundo del espíritu es tan material como el que
conocemos ahora. Tanto el Jardín como el Fuego son físicos. No se trata de metáforas.
Lo dicho en último
lugar es de extrema importancia. Mucha gente preferiría que las imágenes que
el Corán describe tuvieran meramente un sentido alegórico, como si así
pudiera ser más creible. Pero los musulmanes saben que no se trata de eso. Esas imágenes
son verdad (haqq).
¿Que ello nos resulta difícil de entender? ¿Por qué? El Corán es fácil de
entender, pero oponemos obstáculos basados en razonamientos ridículos. Nada
podemos saber sobre lo que hay en la muerte. Nada sabemos de la zona interior de
la existencia. Allah nos informa, eso es todo. Nos corresponde recoger esas enseñanzas
y profundizar en ellas, pero no forzarlas a decir lo que nos resulte digerible.
Hay en las expresiones coránicas un gran reto, que nos invita en primer lugar a
superar la dicotomía tan del gusto occidental de espíritu y materia. En el
Islam no existe esa ruptura, y el Jardín y el Fuego son necesariamente físicos
porque la Verdad no tiene una sola dimensión, sino que es la reunificación de
todos los aspectos. Lo espiritual y lo material se complementan y se
simultanean. Y en segundo lugar, nos enseña que lo espiritual aquí es material
ahí, en al-Âjira.
Realicemos, pues, la
doble lectura que integra materia y espíritu, futuro y presente, en el Corán.
El Corán nos habla ahora de los abrâr,
palabra que hemos traducido -de modo muy insuficiente- por justos
(plural de bârr, justo). El bârr
es la persona que cumple estrictamente con todas sus obligaciones tanto
esprituales como materiales haciendo que el Ijlâs,
la Sinceridad, el Desinterés, la ruptura con el
egoísmo, presida sus actos: ínna l-abrâra
yashrabûna min ká-sin kâna miçâÿuhâ kâfûra, los justos beben de una copa de una mezcla de alcanfor... En al-Âjira,
los abrâr beben y beberán tras la muerte aún con mayor intensidad (sháriba-yáshrab, beber) de un
licor contenido en una copa (kâ-s)
que es una mezcla (miçâÿ) de vino
y alcanfor (kâfûr). Los árabes preislámicos solían mezclar el vino con
alcanfor o gengibre para densificar su sabor y hacer más intenso el deleite.
El Islam prohibe
tajantemente el consumo de vino. Los abrâr,
por tanto, no beben ningún tipo de alcohol. No se trata de nada de eso, pero
los sufíes enseñan que el vino tiene
un significado espiritual, que es el amor
a Allah, que embriaga los sentidos. Ese vino espiritual es el que los abrâr consumen en este mundo y que se materializará en al-Âjira,
densificando su sabor. Beben aquí de lo que los colma de Allah y ahí lo beberán
como licor, produciéndose el mismo efecto pero en la infinitud de al-Âjira.
Aquí, en el mundo de la materia, los abrâr
han optado por el espíritu para equilibrar el predominio de lo físico, y en al-Âjira
gozarán de un vino material, para darle cuerpo a la intensidad de sus vivencias
espirituales. Aquí no beben el vino del mundo, sino el del espíritu, y ahí
beberán el vino que los haga disfrutar sensualmente de su espíritu. Han
renunciado aquí al mundo, no se han dejado embriagar por él y ello para ganar
el deleite de al-Âjira, en el que resultará que han conquistado el espíritu y
el mundo.
Se nos dice en la
Tradición musulmana que no hay palabras para describir ese Vino del Jardín, y
también que no causa malestar alguno. Es distinto del vino del mundo. El vino
del mundo -es decir, amar el mundo y dejarse hipnotizar por él- causa apego a
lo ilusorio y, por tanto, frustración. Quien ama a Allah bebe de un licor
placentero que dura eternamente. Los abrâr
beben esclusivamente del Vino de Allah, y lo mezclan con alcanfor para
intensificar su sabor, y el alcanfor es la enseñanza muhammadiana, la Vía, el
Islam. La copa (ka-s) que lo
contiene todo es la Revelación.
Esa mezcla
(miçâÿ) de Vino y Alcanfor
proviene de una fuente extraordinaria: ‘áinan
yáshrabu bihâ ‘ibâdu llâhi yufaÿÿirûnahâ tafÿîra, de una fuente de la que beben los siervos de Allah haciéndola manar
esplendorosamente... A los abrâr
se les llama aquí ‘ibâd Allâh, siervos
de Allah (plural de ‘abd Allâh),
y esta denominación sugiere ante todo su proximidad a Allah, su familiaridad
con Él: son los que se han acercado a Allah, a la Fuente, entregándose a su
Voluntad. Los sufíes llaman a esa Fuente Yaqîn,
Certeza, que es el río de aguas
claras y puras. Ellos, bebiendo de esas aguas, amando a Allah, hacen manar (fáÿÿara-yufáÿÿir)
ese manantial (‘áin), que
brota entonces esplendorosamente
(matiz añadido por el complemento tafÿîran).
Es así como el Islam se ha engrandecido.
Allah ha respondido a
la inquietud de los hombres. Los abrâr,
los de corazón limpio y acciones rectas, los ‘ibâd
Allâh, los siervos de Allah, los
cercanos a Él, los que se han identificado con su Voluntad, han hecho brotar a Allah, que se ha manifestado como la Fuente de un río
caudaloso ofreciéndose a ser bebido por los seres humanos, que han saciado en
Él su deseo y han sobredimensionado su ser hasta alcanzar el rango de califas.
Y en el Jardín, esa Fuente es un río de Vino y Alcanfor...
Pero los términos abrâr
y ‘ibâd Allâh son excesivamente
vagos. El Corán nos los describe más concretamente a continuación: yûfûna
bin-nádzri wa yajâfûna yáuman kâna sharruhû mustatîra, ellos
cumplen sus votos y temen un Día cuyo mal se desata... Nos dice de ellos
que cumplen (awfà-yûfî) la palabra
dada (el nadzr, el voto).
Son honestos y fieles, leales a sus promesas. Han combatido su egoísmo hasta
alcanzar el rango del Ijlâs,
la sinceridad desinteresada, la pureza
de corazón más absoluta.
El verbo awfà-yûfî
significa realmente llevar a su
cumplimiento. Los justos y los siervos de Allah son los que coronan todos
sus esfuerzos con la virtud del Ijlâs,
la Sinceridad más absoluta, la que alcanza el estado de pureza, la que
hace del ser humano una criatura reunificada, sin dispersión alguna. Pero ese
éxito no los hace arrogantes -no debe confundirse la virtud a la que el Islam
nos convoca con la caridad salvadora, sino que esa virtud es la verdadera
naturaleza del hombre-, y por siempre temen
a Allah (jâfa-yajâf):
saben que están en sus Manos y que Él es Libre. Conocen realmente a su Señor
y ese conocimiento da miedo. Sus buenas intenciones y acciones no son
suficientes, sólo Allah decide en última instancia. Y temen a Allah -cuya
Inmensidad y Libertad intuyen- porque saben que la muerte les hará encontrarlo,
y ése será un Día (Yáum) de un mal
(sharr) desatado (mustatîr),
porque le Poder de Allah, su Violencia, son de una fuerza reductora que está
por encima de todas las prevenciones.
Los abrâr,
los ‘ibâd Allâh, saben que la
muerte no es otra cosa que la victoria de Allah sobre la arrogancia humana, y
que por ello mismo la muerte es Resurrección
(Qiyâma), un encuentro con la
Verdad. Y esa Verdad que ha arrasado nuestro mundo se nos mostrará en toda su
plenitud, imponiendo la preeminencia de su Libertad, y esto es el origen de un pánico
(jáuf, miedo) signo de un conocimiento que se vive, que ha arraigado en el
corazón. Si conocer a Allah no va acompañado de miedo -como aldabonazo que
anuncia la proximidad del enamoramiento-, no es más que pura elucubración y
entretenimiento de la mente.
Los abrâr,
los ‘ibâd Allâh, cumplen con sus
obligaciones -que consisten en aplacar el predominio de sus egos- y a la vez
temen a Allah, y a continuación el Corán nos proporciona un ejemplo: wa
yut‘imûna t-ta‘âma ‘alà hubbihî miskînan
wa yatîman wa asîra, dan comida -aunque la aman- al pobre, al huérfano y al cautivo...
Ellos alimentan (át‘ama-yút‘im)
a los necesitados, les dan comida (ta‘âm),
a pesar de sus propias necesidades: son pobres, pero alimentan a los pobres, no
tienen recursos pero los procuran a los demás, y este es el significado de la
expresión ‘alà húbbihi, aunque
la aman (a la comida, es decir, sienten inclinación -hubb,
amor- hacia ella, pero son capaces de
renunciar a lo que desean en favor de los demás. Ponen por delante de ellos
mismos al pobre (miskîn), al huérfano (yatîm)
y al cautivo (asîr). Cumplen
así con la palabra dada, el voto que han hecho en favor de los hombres... La
escasez no es para ellos un impedimento para desatar sus virtudes supremas que
son la generosidad y la solidaridad. Y esto es particularmente visible entre los
musulmanes, que han hecho de la hospitalidad (que es dar de comer, it‘âm
at-ta‘âm) el signo que los distingue a pesar de todas las
pobrezas.
El cumplimiento
estricto de ese deber con el que superan las espectativas del ego no los hace
arrogantes, y el Corán nos relata las palabras que pronuncian, signos de Ijlâs,
de Sinceridad en sus intenciones y
actos: innamâ nút‘imukum li-wáÿhi
llâh, “Sólo os alimentamos por la
Faz de Allah,... es decir, nuestra acción (el it‘âm at-ta‘âm, el acto de dar de comer) es por Allah, por la Faz de Allah (li-waÿhi
llâh), no un fingimiento; es porque sabemos que ello agrada y satisface a
nuestro Señor, a la Verdad, y lâ nurîdu
mínkum ÿaçâ:an wa lâ shukûra, no
queremos de vosotros ni retribución ni gratitud... es decir, no queremos
(arâda-yurîd) de
vosotros nada a cambio -sólo deseamos la Faz
(waÿh) de Allah, es decir, que Allah
nos sonría-. No esperamos de vosotros
ningún pago (ÿaçâ, retribución,
compensación) y ni tan siquiera deseamos vuestra gratidud
(shukûr), es decir, somos absolutamente sinceros y desinteresados
respecto a vosotros, hemos renunciado a
vosotros... Lo hacemos porque innâ
najâfu min rabbinâ yáuman ‘abûsan qamtarîra, nosotros tememos de nuestro Señor un Día ceñudo y tenebroso”...
es decir, nos aterra pensar en lo que viene de nuestro Señor (Rabb), y que es
un Día en que Allah, en lugar de sonreir estará ceñudo (‘abûs). Estas
expresiones antropomorfistas no son del gusto del Corán, y por eso lo aplica al
Día: ese Día será ceñudo y funesto
(qamtarîr). Ese Día expresará la Ira de Allah hacia los
hombres, que han pervertido el don que se les ha hecho.
Los abrâr,
los ‘ibâd Allâh, con su pureza,
con su Ijlâs, se han hecho
merecedores de la satisfacción de
Allah (su Ridâ), y ello los
protege del mal (sharr) de ese Día inevitable y catastrófico. Ese ese es el talismán:
fa-waqâhumu llâhu shárra dzâlika l-yáumi
wa laqqâhum nádratan wa surûra, Allah
los ha protegido del mal de ese Día y les ha hecho encontrar resplandor y alegría...
Ellos han temido a Allah y se han protegido con una virtud a la que se llama Taqwà,
el sobrecogimiento que los ha puesto
en tensión y los ha resguardado de la Ira, y por ello Allah, a su vez, los protege
(waqqà-yuwaqqî), y en
lugar de encontrar el Fuego de la Ira, que tanto temían, Allah los hará
encontrar (laqqà-yulaqqî) un resplandor
(nadra) placentero y una alegría
(surûr) imperecedera. Verán la Faz
(waÿh), la sonrisa de
Allah, siendo inundados por la satisfacción.
Allah los protegerá
del mal (sharr).
No los alcanzará la violencia del Fuego
(el shárar). Pero no sólo ello, en
lugar de dolor encontrarán placer: wa ÿaçâhum
bimâ sabarû ÿánnatan wa harîra, les ha pagado por la paciencia que han tenido con un jardín y seda,...
El sobrecogimiento que han vivido los ha protegido, y el bien que han hecho -un
bien presidido por el Ijlâs-
recibirá como retribución (ÿaçâ)
un Jardín (ÿanna) y un
vestido de seda (harîr). Allah pagará
(ÿaçà-yuÿaçî, retribuir, compensar)
sus esfuerzos con lo que corresponde materialmente a la nobleza de sus
intenciones. Han construido con sus esfuerzos un Jardín en al-Âjira
y se han revestido con la nobleza y la suavidad de la seda. Lo que han hecho en
esta vida -que ha tenido interiormente la recompensa de la sabiduría y la
certeza- se materializará para ellos en la muerte, en la Resurrección para
pasar a las Inmensidades de Allah Uno. Este es el significado de la palabra ÿaçâ,
la retribución, el correlato en
la eternidad de cada instante presente y que será vivido con intensidad en la
muerte.
Quienes en esta vida
ya viven en el Jardín y se hanlibrado del Fuego son los ue han bebido de la
Certeza, y han apagado el ardor de las inquietudes humanas. Las ansiedades del
hombre común, su miedo a la pobreza, a la enfermedad, a la imprevisibilidad de
la existencia, son fuegos que queman a quienes no conocen a Allah. Quienes saben
que la Única Verdad es Allah se sumergen en la infinita exuberancia creadora de
cada instante y para ellos la realidad se trasforma en un Jardín.
El Corán describe
con sensualidad el placer de la estancia infinita en el Jardín interior: muttaki:îna
fîhâ ‘alà l-arâ:iki lâ yaráuna fîhâ shámsan wa lâ çamharîra, están
recostados ahí sobre lechos y no ven ni sol ni helada..., ahí, en el Jardín
(ÿanna), estarán recostados
(muttakiîn), descansados, sobre arâik,
confortables lechos, y no sentirán (raà-yarà, ver) las
inclemencias del tiempo, no sufriran del calor del sol (shams) ni padecerán
frío (çamharîr, helada). El resultado de sus esfuerzos con los que han suavizado su
egoísmo en vida ha sido evitarse el insoportable calor de la angustia y la
inquietud humanas (a lo que se llama libre albedrío), pero ello no los ha
hundido en el hielo del fatalismo. Se han sometido a la Voluntad de Allah sin
abandonar su propio protagonismo en la existencia. Están en paz, y en al-Âjira,
su ÿaçâ, su equivalente,
es un clima atemperado...
Tras el esfuerzo
viene el sosiego en la paz de Allah, acompañado de facilidad. Quien en este
mundo ha conquistado a su Señor se ha apoderado a la vez del mundo y el
universo está a su servicio. En el Jardín, su correlato es la comodidad: wa
dâniatan ‘aláihim zilâluhâ wa dzúllilat qutûfuhâ tadzlîla,
sus sombras se acercan a ellos y sus
frutos se les presentan sumisos..., es decir, no tendrán que buscar las sombras
(zilâl) frescas del Jardín: ellas mismas se acercarán a
ellos, estarán siempre dânia, en la
proximidad. Hasta los frutos
maduros (qutûf) serán puestos
a su servicio (dzúllila-yudzállal)
y, humildemente (tadzlîlan),
se ofrecerán acercándose a los comensales. Una vez que los abrâr, los ‘ibâd Allah,
han conquistado el Jardín de la Paz, ese será su reino en el que son califas,
y todo les está y les estará sometido.
Han sido guerreros
(muÿâhidîn), han combatido hasta
reducir su egoísmo a la nada, y entonces han conquistado el universo entero, y
su correlato en al-Âjira, lo que
viene después de la muerte, es un Jardín
(ÿanna) de paz en el que serán
servidos por la materialización de todo lo que es espiritual en este mundo: wa
yutâfu ‘aláihim bi-â:niatin min fíddatin wa akwâbin kânat
qawârîra, se circula entre ellos con vasijas de plata y copas que son de cristal,...
Por entre ellos se circulará (tûfa-yutâf), es decir, criaturas de naturaleza espiritual
deambularán entre los comensales de ese Jardín dispuestos a servirles el Vino
de Allah, contenido en un recipiente (ânia)
de plata (fidda), y
en copas (akwâb) que son cristales trasparentes
(qawârîr), pero hay algo aún más sorprendente: qawârîran min fíddatin qaddarûhâ taqdîra, cristal
de plata, cuyas medidas han sido precisadas...esos vasos trasparentes son qawârîr, es decir, de
cristal trasparente, sólo en apariencia, pues en realidad son de plata
(fidda), y las medidas de esos recipientes serán exactas y
ellos las valorarán y admirarán (qáddara-yuqáddir, valorar) debidamente
(idea sugerida por el complemento taqdîran).
Todo el el ÿanna es y será
sorprendente: las sombras se aproximan para dar frescor, los frutos se
desprenderán de los árboles buscando a los comensales, la plata será
trasparente,...
En este mundo, cuando
alguien es penetrado por el Amor a Allah, cuando su inteligencia es iluminada
por la presencia de ese Vino turbador, se desbordan en su interior intuiciones
delicadas, sutiles, de un valor extraordinario: parecen ideas de plata pero son
trasparentes como el cristal.
De nuevo, el Corán
insiste en el licor que beberán los moradores del Jardín. Si antes era
una mezcla a base de alcanfor, ahora el condimento es el gengibre: wa
yusqáuna fîhâ ká-san kâna miçâÿuhâ çanÿabîla, se
les da de beber ahí de una copa cuya mezcla a base de gengibre... A los
habitantes del Jardín más profundo se les dará
de beber (súqia-yusqà) de una copa (ka-s)
que contiene una mezcla (miçâÿ) compuesta de vino y gengibre
(çanÿabîl), y se nos dice el
nombre de la Fuente de la que mana esa bebida: ‘áinan
fîhâ tusammà salsabîla, ahí hay
una fuente que se llama Salsabîl... en ese Jardín hay una fuente (‘ain) que se
llama (súmmia-yusammà, llamarse) Salsabîl,
palabra que sugiere gran dulzura y sutileza...
También antes se nos
habló misteriosamente de que por entre los comensales de ese Jardín eterno se
discurre sirviéndoles esas magníficas copas de dimensiones proporcionadas que
suscitan la admiración. Ahora se nos habla de esos seres y se nos dice que se
trata de adolescentes enternos (wildân
mujalladûn), de gran belleza por quienes no pasa el tiempo: yatûfu
‘aláihim wildânun mujalladûna idzâ raáitahum hasibtahum lú-lu-an
manzûra, circulan entre ellos adolescentes eternos. Al verlos crees que son
perlas esparcidas... Si pudiéramos lanzar una mirada en el Jardín, esos jóvenes
que circulan (tâfa-yatûf)
entre los habitantes de la Paz nos parecerían
(hásiba-yáhsab) semejantes a magníficas perlas (lú-lu) esparcidas
(manzûr) entre las demás bellezas del ÿanna.
Todo ahí será
inagotable: wa idzâ raáita zámma raáita na‘îman wa múlkan kabîra, cuando
miras ahí ves deleite y un gran reino... Esta frase podría traducirse de
esta otra manera: si miras y vuelves a mirar, ves deleite y un gran reino. Por
mucho que se mire (raa-yarà, mirar,
ver), no dejan de descubrirse nuevos placeres (na‘îm), pues
se trata de un reino (mulk,
dominio) grande (kabîr),
inabarcable... Este versículo es emocionante y pretende resumir el sentimiento
de placer infinito que hay en una visión que recoge la exuberancia de la
Misericordia, que es un Mulk, un Reino en el que viven e imperan los justos, los abrâr, los
que están cerca de Allah, los ‘ibâd
Allâh. Las descripciones anteriores han sido el intento de matizar lo que
es sintetizado en las palabras de este versículo, que es pura emoción.
A continuación, el
Corán sigue describiendo a esos califas: ‘aláihim
ziyâbu súndusin júdrin wa ístabraq, (sus
moradores) llevan vestidos de raso verde y
brocado,... van recubiertos por túnicas excelsas, de raso
(súndus) verde (judr) y
también visten brocados (istábraq).
El súndus es un tipo de seda delicada mientras que el istábraq
es seda espesa. Se trata de los mantos de los reyes, la túnicas de la soberanía,
y también van recubiertos de joyas preciosas: wa
hullû: asâwira min fidda, adornados
con brazaletes de plata... Los moradores del Yanna habrán sido investidos
de una alta dignidad, habrán sido adornados (húllia-yuhallà,
ser adornado) con brazaletes
(asâwir) de plata (fidda),
signos de su realeza. Y de nuevo la noción principal y que se repite
constantemente: wa saqâhum rábbuhum
sharâban tahûra, su Señor
les ha dado de beber un licor puro... Allah -su Señor
(Rabb)- les da de beber (saqà-yasqî)
ahí un licor (sharâb, bebida)
que en este versículo recibe la calificación de tahûr,
puro y purificante, a diferencia del vino del mundo, que es impuro. El Vino
de Allah es halâl, lícito,
apropiado, bueno, mientras
que el que ofrece el mundo es harâm,
ilícito, es decir, aparta de Allah.
Allah les ofrecerá
ese Vino -que es Él mismo-, y les dirá: ínna
hâdzâ kâna lákum ÿaçâ:an wa kâna sá‘yukum mashkûra, “esto
es para vosotros como retribución. Vuestro esfuerzo ha sido agradecido”...
Ese Vino extraordinario es ÿaçâ, retribución,
el correlato de vuestro sa‘y, de
vuestro esmero, que es así reconocido
(mashkûr).
Con esto acaba este
apartado del presente capítulo del Corán -la Sûra del Ser Humano-, que es una
evocación de la Rahma de Allah, de su Misericordia
Creadora, que es simiente de un Jardín para aquellos seres humanos
capaces de penetrar en el hondo sentido de la existencia y retirar el velo que
recubre la verdadera fecundidad de Allah. Los abrâr,
los ‘ibâd Allâh, son los que no han sido paralizados por cadenas ni
argollas, ni para ellos hay un Sa‘îr,
un Infierno Abrasador, sino un Jardín
de exuberancia infinita.
23.
innâ náhnu naççalnâ ‘aláika l-qur-âna tançîla*
Nosotros
hacemos descender sobre ti el Corán gradualmente.
24.
fá-sbir li-húkmi rábbika wa lâ túti‘ minhumû:
â:ziman au kafûra*
Ten
paciencia ante la decisión de tu Señor, y no obedezcas entre ellos a ningún
perverso ni a ningún desagradecido.
25.
wa dzkur ísma rábbika búkratan wa asîla*
Evoca
el Nombre de tu Señor por la mañana y al atardecer.
26.
wa min al-láili fá-sÿud lahû wa sábbih-hu láilan tawîla*
Y
por la noche, prostérnate para Él y proclama su grandeza buena parte de la
noche.
27.
ínna hâ:ulâ:i yuhibbûna l-‘âÿilata wa yadzarûna warâ:ahum
yáuman zaqîla*
Éstos
aman lo inmediato y dan la espalda dejándo atrás un Día Grave.
28.
náhnu jalaqnâhum wa shadadnâ: ásrahum wa idzâ shi-nâ
baddalnâ: amzâlahum tabdîla*
Nosotros
los hemos creado y hemos fortalecido su constitución, y cuando queramos
pondremos en su lugar a otros semejantes a ellos.
29.
ínna hâdzihî tádzkira*
Esto
es un recordatorio.
fa-man
shâ:a ttájadza ilà rabbihî sabîla*
Quien
quiera, que tome hacia su Señor un camino.
30.wa mâ tashâ:ûna illâ: an yashâ:a llâh*
Pero
no queréis hasta que quiere Allah.
ínna
llâha kâna ‘alîman hakîma*
Ciertamente,
Allah es Conocedor y Sabio.
31.
yúdjilu man yashâ:u fî ráhmatih*
Él
introduce en su Misericordia a quien quiere,
wa
z-zâlimîna á‘adda láhum ‘adzâban alîma*
y
para los injustos ha preparado un castigo doloroso.
El Islam surgió para
proclamar la Unidad y Unicidad de Allah
(Tawhîd). Allah, por un lado,
es Uno, y, por otro, es infinitamente Rico. Allah basta al ser humano. Todo lo
demás es fantasmal. Sólo Allah hace de la vida y de al-Âjira
realidades esplendorosas, mientras la banalidad humana se hunde en su miseria.
El Islam es profundamente antiidolátrico: los dioses de los hombres, sus
preocupaciones, sus esperanzas y sus miedos, todo ello es algo que hay que
superar para penetrar en la Verdad Exuberante que crea mundos infinitos.
El Islam apareció
como Da‘wa, como una Invitación
dirigida a la humanidad entera, para que la humanidad abandone sus dioses y
afronte la Prueba, el Ibtilâ, que es purificar los mundos. El Islam es Dzikr,
Evocación de Allah, para que al recordar a Allah el hombre se
emancipe de lo que lo empequeñece y aspire entonces al califato, que es el
sentido de su ser.
Al ser humano lo atan
los apegos, sus valores, miedos y esperanzas -sus dioses, en definitiva-. Pero
esas ilusiones son muy poderosas, tanto que el hombre se ha identificado con
ellas: renunciar a sus dioses supone al hombre ‘morir’. Y el Islam anuncia
que tras esa muerte de la mentira hay un renacer, una resurrección. El Ibtilâ,
la Prueba, consiste en aceptar a Allah
y correr el riesgo. Si bien la idolatría es inconsistente, lo que la rodea, los
valores en que se fundamenta, hacen a los hombres tercos y los mueven a declarar
falso lo que en su esencia es Verdad Absoluta. El ‘inâd,
la terquedad, y el takdzîb,
el desmentido, son los grandes
enemigos que el hombre debe vencer en su universo interior y en el que le rodea.
El Ibtilâ tiene esa doble dimensión.
El ser humano, en el Tawhîd,
en la Reunficación, es uno en sí y
uno con el mundo, y tiene ante él dos campos para su esfuerzo espiritual. No
basta combatir la oposición que impone su ego sino también la del mundo, y
cuando se vence en ambos frentes se alcanza la plenitud y es posible la inmersión
en el Tawhîd, la clave
unitaria del Islam.
Muhammad (s.a.s.)
anunció la Resurrección, y fue aceptado por los mûminîn,
los que tenían el corazón abierto a su
Señor, y fue rechazado por los kuffâr,
los que eran incapaces de ver más allá
de sus dioses. Y los musulmanes, los mûminîn,
soportaron la prueba de la sinceridad: dejaron atrás a sus dioses, sus valores
anteriores, sus criterios, para asomarse a lo que les iba siendo revelado. Y
soportaron la oposición de sus conciudadanos, que estaban aferrados a su mundo
y alarmados ante la libertad de espíritu de los musulmanes. Sobre todo los
ricos, los poderosos, los que dependían para su bienestar de que las cosas
siguieran igual, intentaron por todos los medios evitar que el Islam creciara.
Quisieron tentar al profeta, más tarde intentaron desacreditarlo y por último
organizaron una persecución total que obligó a los musulmanes a emigrar de
Meca a Medina. En todo lo anterior hay una gran simbología.
El Ibtilâ,
la Prueba de la sinceridad consistió,
una vez demolidos los dioses interiores, en resistir todas esas argucias, y al
final la estrechez soportada se convirtió en una salida hacia la grandeza. El
Islam florecería en Medina, y desde ella se recuperó Meca y, en poco tiempo,
el Islam se difundió por el mundo. Esos triunfos exigieron pasar antes la
prueba que depuró a los destinados a forjar esa nueva realidad en la que la
idolatría fue vencida.
Al final de esta sûra,
Allah dicta al Profeta (s.a.s.) directrices para mostrarse firme en el Ibtilâ,
la Prueba, la Calamidad, y le dice: innâ náhnu
naççalnâ ‘aláika l-qur-âna tançîla, Nosotros hacemos descender sobre ti el Corán gradualmente..., es
decir, Nosotros (Nahnu, Nosotros
-Allah y todas sus capacidades-) te revelamos el Corán, de Mí te viene, de mi
Abundancia es signo, y Yo lo hago
descender (náççala-yunáççil)
sobre tu corazón, y lo hago tançîlan,
gradualmente, mostrándote poco a poco
el camino, acompañando tus momentos, para que en cada circunstancia tengas una
inspiración. Hay en esto dos cosas. Primero, que el Corán (al-Qur-ân)
viene de Allah, lo que le está siendo comunicado a Muhammad y que está
trastornando su existencia tiene como fuente el Origen de la Existencia, y no
debe, por tanto, temer ni desconfiar, sino entregarse absolutamente. Segundo,
que hay una sabiduría que guía el proceso, nada está sucediendo al azar, y, a
pesar de los problemas, todo es de acuerdo a la Voluntad de Allah.
Muhammad (s.a.s.) no
debe vacilar: fá-sbir li-húkmi rábbika wa lâ túti‘ minhumû:
â:ziman au kafûra, ten paciencia
ante la decisión de tu Señor, y no obedezcas entre ellos a ningún perverso ni
a ningún desagradecido... En todo hay un Hukm,
una decisión de Allah, en todo se
cumple una norma que ha sido impuesta por el Creador de los cielos y de la
tierra, y el Ibtilâ, la Puesta
a Prueba, no es una simple dificultad en el camino sino una sabia disposición
de la que mana algo bueno. Por tanto, ten
paciencia (ísbir,
imperativo del verbo sábara-yásbir, tener
paciencia, aguantar), mantente
firme, se constante, y deja pasar el Hukm
de tu Señor (Rabb), para que todo tenga cumplimiento. No aceptes componendas ni
renuncies a nada, no obedezcas (atâ‘a-yutî‘)
a quien te tienta ni a quien te oprime, el idólatra que quiere que retrocedas,
y que es âzim, un perverso, alguien que delinque
contra Allah, y es kâfûr, un negador
de Allah, un desagradecido, alguien que no conoce a su Señor. No caigas en las trampas que te
acechan, y mantente firme en Allah para que Él purifique tu corazón, y habrá
llegado el momento del triunfo.
El Sabr,
la paciencia, la constancia, es la máxima virtud. Consiste en no dejarse vencer en
el Ibtilâ, la Prueba. Pero el Sabr
es amargo, es una resistencia. Se necesitan fuerzas para mantenerse firme, y
Allah enseña al Profeta donde recoger energías: wa dzkur ísma rábbika búkratan wa asîla, evoca
el Nombre de tu Señor por la mañana y al atardecer... Allah ordena a Sidnâ
Muhammad practicar la Mención del
Nombre de Allah (el Dzikr), le ordena
evocar (dzákara-yádzkur, recordar, mencionar)
el Nombre (Ism) de su Señor
(Rabb), le ordena decir Allâh,
Allâh, tanto al amanecer (bukra) como al atardecer
(asîl), porque esa palabra tiene una fuerza extraordinaria.
El amanecer y el atardecer son todo el tiempo, desde el nacimiento hasta la
muerte.
Recordar a Allah no
es solo pronunciar su Nombre sino tener presente todo lo que significa, y, al
hacerse, el mundo entero y toda su aparente consistencia se derrumban, se esfuma
el poder de los podersosos, la riqueza de los ricos, las argucias de los
estrategas y todas las demás maquinaciones e ídolos del ser humano. En la
palabra Allâh hay un poder inmenso que hace llevadera la paciencia
necesaria con la que aforontar el Ibtilâ.
Junto a la práctica
del Dzikr, la Evocación
del Nombre de Allah así como su significación, el Corán aconseja la práctica
del Salât, el Recogimiento
espiritual, sobre todo en la noche: wa
min al-láili fá-sÿud lahû wa sábbih-hu láilan tawîla, y
por la noche, prostérnate para Él y proclama su grandeza buena parte de la
noche... Allah ordena a su Profeta (y con él a todos los musulmanes) que
tome una parte de la noche (láil) para llevar
la frente al suelo (sáÿada-yásÿud,
prosternarse) ante Allah, aprovechando esa rendición de su ser para
proclamar la grandeza infinita de Allah (sábbaha-yusábbih,
elogiar a Allah, ‘nadar’
en su inmensidad). A ello, el musulmán debe dedicar buena parte de la noche (láilan
tawîlan).
Tras aconsejar al
Profeta (y con él a todos los musulmanes) las prácticas del Dzikr,
el Salât y el Tasbîh, el Corán explica secretos que están en la esencia
de todas estas cosas: ínna hâ:ulâ:i yuhibbûna
l-‘âÿilata wa yadzarûna warâ:ahum yáuman zaqîla, éstos aman lo inmediato y dan la espalda dejándo atrás un Día Grave...
El Corán se refiere a los kuffâr,
los negadores de Allah, y los llama éstos
(hâulâi), y dice de ellos que aman
(ahabba-yuhíbb) la vida
mundanal (al-‘âÿila, lo inmediato, lo apresurado),
y no tienen en cuenta (yadzar)
que habrán de afrontar un Día (yáum) que será grave (zaqîl,
pesado)...
El hombre común es
apresado por el amor (hubb) que
siente a todo aquello de lo que disfruta (la existencia, la vida, los bienes
materiales y espirituales). Ese amor por al-‘âÿila,
las cosas destinadas a pasar, es, por
un lado, signo de que todo eso es bueno. Todo es un don de Allah, y por ello es
amado cada bien que Él nos hace. Pero en el caso de aquellos que ponen toda su
atención en esas riquezas, ese amor se convierte en un velo que les impide ver
que tras todo ello hay algo terrible: Allâh.
La muerte los enfrentará, un Día Grave, con la Verdad, y ahí es donde serán
derrotados. El amor por las cosas vence a los ciegos, a los ignorantes (los kuffâr),
y los hace desagradecidos, mientras que el caso de los abrâr
y los ‘ibâd Allâh ese amor no los
cegaba, y a pesar de él eran generosos...
Con esto, el Corán
quiere que Muhammad (y con él los musulmanes) no se confunda. Para que su Sabr,
su paciencia, sea perfecta, debe tener
en cuenta lo anterior y aspirar a al-Âjira,
la Otra, la que no está destinada a
perecer, la Vida en la Inmensidad de Allah. Es a ese espacio infinito hacia
donde tiene que volcar su amor para que el deseo lo conduzca a la Fuente de toda
Bondad, la Rahma de Allah, su Misericordia
Creadora.
El Corán sigue hablándonos
de los kuffâr, los que niegan a Allah, los desagradecidos, los que no
reconocen al Donador de todos los bienes de los que disfrutan: náhnu
jalaqnâhum wa shadadnâ: ásrahum wa idzâ shi-nâ baddalnâ: amzâlahum tabdîla,
Nosotros los hemos creado y hemos fortalecido su constitución, y cuando
queramos pondremos en su lugar a otros semejantes a ellos... Allah (y sus
capacidades) ha creado (jálaqa-yájluq) a los kuffâr:
le deben la existencia y la vida, y Él ha dado hechura (shádda-yashudd, fortalecer)
a su constitución (asr). Los
ha hecho seres consistentes, fuertes, pero cuando Él quiera (shâa-yashâ)
los destruirá, hará que la muerte se apodere de ellos, y otras generaciones, semejantes a ellos (amzâl),
los sustituirán (báddala-yubáddil,
cambiar, poner en su lugar).
Ellos, confundidos por los bienes de los que gozan, se creen eternos, se han
hecho a sí mismos dioses, y no se dan cuenta de que a cada momento están a
merced de quien los ha creado.
La sûra acaba con
unos versículos papidarios: ínna hâdzihî
tádzkira, esto es un recordatorio...
Todo lo anterior es una tádzkira, un
recordatorio, palabras con las que
Allah quiere despertar intuiciones y aspiraciones en el ser humano, de modo que fa-man
shâ:a ttájadza ilà rabbihî sabîla, quien
quiera, que tome hacia su Señor un camino... Quien quiera
(shâa-yashâ) que tome (ittájadza-yattájidz) un camino (sabîl)
que lo conduzca hacia Allah, es decir, quien quiera, que se haga musulmán, y
siga las enseñanzas del Profeta, guiándose hacia su Señor Verdadero.
Pero inmediatamente,
el Corán nos devuelve a la gran verdad: wa
mâ tashâ:ûna illâ: an yashâ:a llâh, pero
no queréis hasta que quiere Allah... Es decir, no creáis que la decisión,
en el fondo, es vuestra, ni creáis que vuestros esfuerzos y acciones sobre ese
camino son un mérito vuestro: vosotros sólo queréis
(shâa-yashâ) cuando
Allah quiere que queráis. Todo viene de Él, incluso vuestra voluntad. Esta es
la gran realidad que está en toda raíz: ínna
llâha kâna ‘alîman hakîma, ciertamente,
Allah es Conocedor y Sabio..., ciertamente, Allah es ‘Alîm, Conocedor, todo
lo sabe, y es Hakîm, Sabio,
todo lo hace con precisión y nada hay al margen de su Conocimiento y de su
Sabiduría.
Él es el Uno-Único,
el trasfondo de la existencia. Este es el entramado de lo que los musulmanes
llaman Destino. Todo es en función del Querer
de Allah (Mashía). El hombre quiere, pero es Allah el que realmente está
queriendo: yúdjilu man yashâ:u fî ráhmatih,
Él introduce en su Misericordia a quien
quiere... Sólo quien Allah quiere tiene acceso a la Fuente de la
Existencia, la Misericordia Creadora, la Rahma.
Es Él el que introduce (ádjala-yúdjil) en esa abundancia sin límite a quien desea. Nada es
merecedor de ese Bien: ni la voluntad del hombre, ni sus esfuerzos. Allah es
pura generosidad y liberalidad. Y porque Él quiera, y no porque nada se lo
imponga, wa z-zâlimîna á‘adda
láhum ‘adzâban alîma, para los
injustos ha preparado un castigo doloroso... La Misericorida de Allah es
signo de su Generosidad, y su Castigo
(‘Adzâb) es signo de su Fuerza y
Violencia. Y que haya destinado a los mejores a la Misericordia y a los peores
(los zâlimîn, los injustos)
al Fuego de su Castigo es signo de su justicia. Para los zâlimîn,
Él ha preparado (a‘adda-yu‘idd) un
castigo doloroso (alîm)...