CAPÍTULO 74: EL ENVUELTO
SÛRAT
AL-MUDDAZIR
revelada
en Meca, 56 versículos
32. kallâ wa
l-qámari
¡Pero, no! ¡Por la luna!
33. wa l-láili
idz ádbara
¡Por la noche cuando declina!
34. wa
s-súbhi idzâ: ásfara
¡Por la mañana cuando apunta!
35. innahâ
la-ihdà l-kúbari
Ciertamente, se trata de una de las mayores...
36. nadzîran
lil-báshari
¡Advertencia para los seres humanos,
37. liman
shâ:a minkumû: an yataqáddama wa yataájjar*
para quien de vosotros quiera adelantarse o quedarse atrás!
El Corán nos habla de cosas sorprendentes y desmesuradas: de la Revelación
que trastornó la cotidianidad de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y lo lanzó a una
lucha; de la Resurrección con la que quedará inaugurada al-Âjira, la Otra Vida;
de los ángeles y su universo imperceptible para los sentidos; del Sáqar,
el terrible Fuego que aguarda a los hombres tras la muerte,... Todo ello puede
resultarnos chocante, porque, aparentemente, nada tiene que ver con nuestra
existencia diaria. Inducen al rechazo, porque parecen imaginaciones, como si
fuesen la fantasía desatada de un loco o de un poeta (y de ambas cosas se acusó
a Sidnâ Muhammad -s.a.s.-).
Sin embargo, el Corán, cuando expone esos temas, los
‘explica’ invitando al ser humano a mirar, sencillamente, a su alrededor: ¿es
que el mundo que le rodea es menos sorprendente? La luna, la noche, el
amanecer,... todo aquello a lo que está acostumbrado el hombre, ¿no son, en
verdad, un auténtico misterio? ¿No estamos rodeados de cosas extraordinarias a
las que, simplemente, nos hemos habituado? Por ello, el Corán nos llama a
reflexionar, a fijarnos en el universo, y entonces nuestra arrogancia, nuestra
seguridad, nuestra ciencia, son abatidas. ¿Cómo podemos decir que lo que
sucedió a Muhammad (s.a.s.) y lo que le fue revelado es mentira, cuando
sabemos, en realidad, tan poco, cuando estamos inmersos en una existencia cuyas
claves se nos escapan?
Constantemente, el Corán menciona al universo, las
realidades que lo pueblan (las estrellas, la luna, el sol,...), los fenómenos
que se producen en él (el amanecer, el atardecer, la lluvia, el viento,...),
todo lo cual está a la vista de cualquiera, y el Corán lo trae a colación
todo sin darle interpretaciones míticas, sin adornarlo. Sólo ofrece la verdad
desnuda de lo que el hombre percibe, y nada más; y, sin embargo, es suficiente
para producir en el ánimo una inquietud que es capaz de desencadenar el Îmân,
la sensibilidad del corazón gracias a
la cual el ser humano puede conectar con lo que hay de esencial en las cosas, y
entonces el corazón descubre a Allah.
Además, el Corán alude a esos temas siempre
utilizando expresiones poderosas, porque se trata de cosas poderosas. Recurre
muchas veces al juramento (qásam), que
es la forma más categórica de expresar algo, en correspondencia con la
gravedad e importancia del tema: kallâ
wa l-qámar, ¡Pero, no! ¡Por la
luna! Primero, encontramos la partícula kallâ,
¡pero, no!, que es una exclamación
tajante. Es como si las dudas y titubeos del ser humano ante el Corán fueran
cortados de raíz con la fuerza de una llamada de atención que ordena dejar atrás
las tonterías, las vacilaciones y las justificaciones.
Y, entonces, Allah jura por la luna (qámar). La luna,
carente de luz propia, nos ilumina de noche, en ausencia del sol, proyectando
sobre la tierra la luz del sol ya oculto. Algo simple, pero realmente revelador
para quien tiene Îmân, esa sensibilidad
capaz de sondear en la realidad. Para el que carece de Îmân,
la luna es un fenómeno que se repite todos los días, y ya está. Pero el que
tiene esa facultad, gracias a la cual el ser humano es algo más que un simple
objeto iluminado de noche por la luna, presiente que las infinitas
‘coincidencias’ que han tenido que darse para que suceda algo tan
aparentemente simple como que la luna esté donde esté y actúe como actúa,
encierran un misterio. Las cosas no son solamente lo que son, sino también lo
que significan, y el dotado de Îmân,
al admirar lo extraordinario incluso en lo cotidiano, está preparado para
conocer a Allah, el Gáib, el Ausente
a los sentidos, por antonomasia, la razón de lo que existe, el Significado por
todo.
El juramento coránico tiene continuidad: wa
l-láili idz ádbar, ¡Por la noche
cuando declina! Allah jura por la noche
(láil) cuando, al final de su
tiempo, va desapareciendo paulatinamente, declinando (ádbara-yúdbir, marcharse
volviendo la espalda). Y, a continuación, aparece el día: wa
s-súbhi idzâ: ásfar, ¡por la mañana cuando
apunta! La mañana, la primera hora de
la mañana (subh),
se separa de la noche despuntando (ásfara-yúsfir,
despuntar la mañana), pero este verbo, sobre todo, describe el
amanecer como fenómeno que ‘muestra’ lo que la noche había ocultado (ásfara-yúsfir, mostrar, retirar
un velo).
La luna que vigila, la oscuridad que oculta, la luz
que ilumina,... la muerte, la vida,... la nada, el todo,... la inexistencia, la
existencia,... Allah, la creación,... la constante repetición. Y también, en
nuestro seno, la tenue luz de nuestro yo, iluminado por el sol del espíritu
invisible, e iluminando nuestra existencia con una luz mortecina, hasta que el
alba del despertar anuncia la vivencia directa del sol, que pasa entonces a
iluminarlo todo. La intuición, que guía al hombre hasta que se le muestra
Allah, y Su Luz lo anega todo. Los profetas anteriores a Muhammad (s.a.s.), que
enseñaron a sus pueblos hasta que Muhammad (s.a.s.) fue enviado a la humanidad
entera... Constante Revelación... La Revelación está en todo.
Vivimos en medio de acontecimientos diarios que han dejado de llamarnos
la atención, pero que aparecen en el Corán como dignos avales de un juramento.
Allah jura por esos testigos para decir que el Sáqar,
el Fuego que aguarda a los hombres
tras la muerte, es un serio advertidor
(nadzîr).
El terrible Fuego de Sáqar es uno de los temas centrales en esta sûra: innahâ la-ihdà l-kúbar, ciertamente, se trata de una de las mayores... El Corán anuncia Sáqar como destino tras la Resurrección para quienes no abran los ojos en esta vida. Y dice que Sáqar es “una de las grandes”, es decir, una de las terribles calamidades y desgracias que aguardan al género humano, junto a los ángeles severos, custodios del Fuego, junto a los tormentos reservados a los negadores... Todas esas cosas son kúbar, grandes adversidades. Ese Fuego, y las demás calamidades, son nadzîr, un advertidor. Son mencionados por el Corán para que los seres humanos (báshar) se pongan en guardia: nadzîran lil-báshar, ¡advertencia para los seres humanos...
La luna, la noche y el amanecer son testigos de que lo que Allah jura es cierto, que existe Sáqar. Allah invoca esos poderosos fenómenos de la naturaleza, que están en correspondencia con grandes verdades, para asegurar que Su amenaza tiene una consistencia y una envergadura descomunales. Si la luna, la noche y el amanecer son testigos, es decir, si, a pesar de ser cosas inanimadas, ‘saben’ que Sáqar es una terrible realidad que pende sobre la existencia, y dan fe de ello, ¿cómo no habría de saberlo el ser humano en su fuero interno? Lo sabe, y sólo le falta recordarlo, y a recordarlo lo ayudan la luna, la noche y el amanecer, si el hombre mira hacia esas realidades con ojo penetrante.
Sepa, pues, el ser humano que Sáqar es un inquietante nadzîr, un advertidor que anuncia y avisa de un peligro. Sáqar nos alerta contra sí mismo, liman shâ:a minkumû: an yataqáddama wa yataájjar, para quien de vosotros quiera adelantarse o quedarse atrás!... Todo esto es una llamada de atención, para que el ser humano decida: si quiere (shâa-yashâ) puede adelantarse (taqáddama-yataqáddam) y dirigirse, en lugar de hacia el Fuego que aguarda a la inercia del común de los hombres, hacia Jardines esplendorosos; o bien, si lo prefiere, puede quedarse atrás (taájjara-yataájjar), sumirse en sus miserias y hundirse en lo que entonces se convierte en algo inevitable...
38. kúllu
náfsin bimâ kásabat rahînatun
Cada vida, de lo que haya adquirido, es rehén,
39. illâ:
as-hâba l-yamîn*
salvo la Gente de la Derecha,
40. fî yannâtin
yatasâ:alûna
(están) en Jardines, preguntándose
41. ‘ani l-muyrimîna
por los malhechores…
42. mâ sálakakum
fî sáqar*
¿Qué os ha conducido a Sáqar?
43. qâlû lam
náku min al-musallihîna
Dicen.
“No éramos de los que establecen el Salât,
44. wa lam náku
nút‘imu l-miskîna
ni alimentábamos al pobre,
45. wa kunnâ
najûdu ma‘a l-jâ:idîna
nos entreteníamos en vanas discusiones con los polemistas,
46. wa kunnâ
nukádzdzibu bi-yáumi d-dîni
y declarábamos falso el Día de la Justicia,
47. hattà:
atânâ l-yaqîn*
hasta que nos ha llegado la certeza”.
48. famâ tánfa‘uhum
shafâ‘atu sh-shâfi‘în*
¡No les sirve la intercesión de los intercesores!
En este pasaje, el Corán explica cosas soterradas en sus afirmaciones anteriores y describe también escenas que tienen lugar en al-Âjira, esa Otra Vida, trasfondo y destino de nuestra existencia actual. Comienza con una sentencia de carácter lapidario: kúllu náfsin bimâ kásabat rahîna, Cada vida, de lo que haya adquirido, es rehén... A lo largo de nuestras vidas, nos vamos cargando de fardos, y somos rehenes de nuestras adquisiciones, que nos van marcando. Cada nafs, cada persona, cada individuo, cada vida concreta, es rahîn, rehén de sus actos. Todo ser humano está atado a lo que hace, y en todo lo que hace adquiere (kásaba-yáksib) algo, gana algo que lo marca, algo que pesa sobre él y va alimentando su Sáqar, su Infierno. Librarse de ello es imposible, illâ: as-hâba l-yamîn, salvo la Gente de la Derecha,... La gente de la derecha (as-hâb al-yamîn), están libres de esa regla universal. ‘Gente de la Derecha’ es una expresión para la idea de ‘afortunados’. ‘Afortunados’ son aquello que no son rehenes de sus actos.
No son rehenes de sus actos quienes ‘se han liberado de sus actos’, es decir, aquellos que han puesto sus vidas en Manos de Allah, de modo que es Él el que los guía. El hombre se conduce inexorablemente a ese Fuego que alimenta con sus propias acciones. Sólo el que ‘se adelanta’ a sí mismo, en lugar de ‘quedarse atrás’ en sí mismo, se aparta de ese destino. Esos son las Gentes de la Derecha, los Afortunados, fî yannâtin yatasâ:alûn, que (están) en Jardines, preguntándose... Los As-hâb al-yamîn, las Gentes de la Derecha, son descritos ahora por el Corán estando en Jardines (ŷannât) exuberantes, y ahí se preguntan entre ellos (tasâala-yatasâla) por los que se han quedado atrás.
Se preguntan ‘ani
l-muyrimîn, por los
malhechores… El término muŷrim, malhechor, criminal,
delincuente, describe a los hombres comunes en sus actuaciones de las que
son rehenes. El ‘mal hacer’ es lo que se convierte en un terrible fardo que
alimenta el Fuego de Sáqar. Las Gentes de la Derecha se preguntan entre
sí por las razones que han dejado atrás a los muŷrimîn, y, no
encontrando la respuesta, desde sus altos Jardines, se asoman a los abismos de Sáqar
y les preguntan: mâ sálakakum fî sáqar,
¿qué os ha conducido a Sáqar?... Los que se han
liberado de sus acciones sometiéndolas a Allah, preguntan ahora a los muŷrimîn -término que
literalmente significa criminales, malhechores, pero que en el Corán
designa a aquellos que son esclavos de sus actos-, les preguntan qué es
lo que los ha conducido (sálaka-yáslak)
a ese destino, a esta estancia eterna en el Fuego de Sáqar.
La pregunta de los As-hâb al-Yamîn es significativa. Es como si ignoraran la diferencia que hay entre ellos y los muŷrimîn. ¿Qué los ha distinguido de ellos? Cosas sencillas, que los muŷrimîn han descubierto en el Fuego, y lo explican: qâlû lam náku min al-musallihîn, dicen. “No éramos de los que establecen el Salât,... Un musallî es alguien que realiza el Salât, y el Salât es la forma física que adopta el Îmân, la sensibilidad del corazón. No realizar el Salât es sinónimo, en el Corán, de carecer de Îmân. Por tanto, una de las cosas que ha condenado a los muŷrimîn a su triste destino es la ausencia en ellos de esa virtud que alza a los hombres, y los hace ‘avanzar’. Se han quedado atrás, en la falta de Îmân, y esa carencia los ha hecho rehenes de sus acciones.
Las confesiones de los muŷrimîn continúan:
wa lam náku nút‘imu l-miskîn,
ni alimentábamos al pobre... Además de la falta de Îmân,
y como consecuencia de ello, descuidaron a sus semejantes, y no alimentaron
(át‘ama-yút‘im) al necesitado (miskîn).
Si el Îmân es un puente tendido hacia la esencia de las cosas, la
generosidad es comunicación con el mundo exterior, y ambos extremos sacan al
hombre de su aislamiento, que es la clave de su Sáqar, su Infierno
eterno.
¿Qué es lo que el múŷrim, el criminal
consagrado a su ego, hacía en su aislamiento?: wa
kunnâ najûdu ma‘a l-jâ:idîn,
nos entreteníamos en vanas discusiones con los polemistas. El
verbo jâda-yajûd significa sumergirse en un
tema, abismarse en una pelea, y eso es lo que hacen los muŷrimîn,
ahondar en su egoísmo en lugar de salir de él. La pasión de un debate fútil
es el síntoma de que no se quiere salir del conflicto, es signo de que éste
produce un placer suficiente, y ahí queda encerrado el corazón del múŷrim.
Ahí es donde se carga de fardos que no le permite ‘avanzar’, y entonces
‘se queda atrás’, sumido en sí mismo, encaminándose a donde poco a poco
lo van conduciendo sus acciones, de las que acaba siendo definitivamente rehén.
Los jâidîn, los polemistas, son, en el Corán, los
representantes de una vanidad satisfecha en sí misma, incapaces de salir de la
polémica al reto de la vida y a la exuberancia de los Jardines.
Las declaraciones de los muŷrimîn
acaban con la siguiente confesión: wa
kunnâ nukádzdzibu bi-yáumi d-dîn,
y declarábamos falso el Día de la Justicia. Carentes de Îmân,
de sentido de la generosidad, inmersos en sus conflictos y en sus frivolidades,
no dieron crédito tampoco a lo que les anunciaban los profetas. Han cegado las
posibilidades de saber a partir de sí mismos, y han rechazado a los que les venían
de Allah para reparar su ceguera, y se han sumergido en sus mentiras, y han
declarado embusteros a los que les traían una verdad que tiene su raíz en
ellos mismos. Se ha completado el círculo, son rehenes de sus actos, y con
ellos han adquirido el Fuego de Sáqar.
El
verbo kádzdzaba-yukádzdzib aparece con frecuencia en el Corán para
describir la actitud de los muŷrimîn,
y significa declarar mentira lo que alguien dice, tachar de embustero
a alguien. Los rehenes de sus actos, para justificarse definitivamente en su
aislamiento, realizan un último gesto que consiste en rechazar a los profetas
que anuncian el Día de la Justicia (Yáum ad-Dîn),
que es el de la Resurrección. Si al menos hubieran admitido a los profetas,
ante ellos se habría abierto una puerta por la que salir de su aislamiento
hacia el espacio infinito de lo que está más allá de los límites del ser
humano. Pero han preferido cerrar esa puerta, y ahora tienen que conformarse
consigo mismos, con la frustración, con la absoluta privación, con el tormento
de su Fuego en el seno de la muerte, y la muerte no es la nada, sino pura
sensibilidad del corazón en medio de la eternidad. y, así, los muŷrimîn hicieron todo eso (deshacerse del Îmân, no alimentar al pobre, entretenerse en polémicas y
negar a los profetas) hattà: atânâ l-yaqîn, hasta que nos llegó la certeza...
hasta que les vino (atà-yâti), la certeza (yaqîn),
que es la muerte, y se la llama certeza porque es el instante que el hombre
entronca con la esencia de las cosas... En la muerte, queda revelado todo. Es la
noche que va seguida de un amanecer (la Resurrección) en la que el hombre
recibe directamente la Luz del ‘sol’ de Allah. Si la vida ha sido un estar a
la luz tenue de la luna, la muerte es el despuntar de la verdadera Luz, la de
plenitud absoluta.
Y,
ahí, desvalido completamente, el hombre, ya pura pasividad, no puede hacer
nada: famâ
tánfa‘uhum shafâ‘atu sh-shâfi‘în, ¡no les sirve la intervención de los
intercesores!... Los intercesores (shâfi‘în)
del hombre son sus actos. Pero, ¿cómo habrían de serles de utilidad (náfa‘a-yánfa‘)
sus crímenes (la ausencia de Îmân,
la avaricia, el conflicto, el rechazo a los
profetas)? Son rehenes de maldades, que tienen su retribución, su paralelo, en
el Fuego de Sáqar.
En
el extremo opuesto, los As-hâb
al-Yamîn, las afortunadas Gentes de la Derecha, tendrán
shâfi‘în, intercesores,
en su Îmân, en su generosidad, en su
paz y en su aceptación de los profetas, siendo Sidnâ Muhammad (s.a.s.) el
supremo Shâfi‘, el Intercesor que
conducirá a los suyos a los Jardines...
49. famâ
láhum ‘ani t-tádkirati mu‘ridîna
¿Qué les pasa que vuelven la espalda al Recordatorio,
50. ka-ánnahum
húmurun mústanfaratun
como si fueran asnos espantados
51. fárrat
min qáswara*
que huyen de un león?
52. bal yurîdu
kúllu mri-in minhumû: an yûtâ súhufan munáshshara*
Cada hombre de ellos quiere que le sean entregadas Hojas Desplegadas...
53. kallâ bal
lâ yajâfûna l-â:jira*
¡Pero, no! No temen al-Âjira.
54. kallâ:
innahû tádzkira*
¡Pero, no! Ciertamente, es un Recordatorio.
55. fa-man shâ:a dzákarah*
Quien
quiera, que lo recuerde.
56. wa mâ
tadzkurûna illâ: an yashâ: allâh* huwa áhlu t-taqwà wa áhlu l-mágfira*
No recordáis, salvo que Allah quiera. Él es digno de ser temido y digno en perdonar.
Esta sûra
acaba con una pregunta seguida de sentencias: famâ láhum ‘ani t-tádkirati
mu‘ridîna ka-ánnahum húmurun mústanfaratun fárrat min qáswara,
¿qué les pasa (a los seres humanos) que vuelven la espalda al
Recordatorio, como si fueran asnos espantados que
huyen de un león?...
En primer lugar, se nos está diciendo que el Corán, el Islam, el Profeta
(s.a.s.), y todos sus anuncios, son un Recordatorio
(Tádzkira).
La Revelación es un intento por que el ser humano ‘recuerde’, es decir,
todo lo que enseñan el Corán, el Islam y el Profeta, ya están en la
naturaleza del hombre, en su Îmân.
La Tádzkira
es un suplemento. Pero ante ella, como ante el Îmân, el hombre común se hace mú‘rid,
alguien
que vuelve la espalda, y el Corán expresa su sorpresa: ¿qué le pasa al
ser humano, que vuelve la espalda a lo que sabe en su fuero interno?
Volviendo la espalda a la Tádzkira, al Recordatorio, el hombre se asemeja a un asno (himâr;
húmur
en plural) que huye
espantado (mustánfar) ante un león
feroz (qáswara). Es decir, el hombre intuye la fuerza que hay en lo que sabe
internamente y le confirma el Profeta, pero ante ese reto que le obliga a
cambiar, a librarse de sus actos, a rendirse a la Verdad, prefiere huir
(farra-yafirr), y lo hace como asno salvaje asustado por un león.
El hombre se porta así, como un cobarde satisfecho
en sí mismo, pero, además, es estúpido al que vence la envidia y la cortedad:
bal yurîdu kúllu mri-in minhumû: an yûtâ súhufan
munáshshara, cada hombre de ellos quiere que le sean
entregadas Hojas Desplegadas,... Efectivamente, una de las razones por la
que el hombre (imru-imri) rechaza a un profeta es por envidia y necedad. Se
considera a sí mismo digno de ese rango, ¿por qué a él no se le han dado
(utia-yûtà) Páginas Desplegadas (Súhuf
Munáshshara),
en alusión al Corán?
Y si volvemos a Meca en
tiempos de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) encontraremos en abundancia ejemplos de
ello: los notables de la ciudad, los ricos comerciantes y los jefes de tribu,
que son a los que, fundamentalmente, se está refiriendo el Corán a cada
momento, eran seres groseros, carentes de corazón, atentos únicamente a sus
intereses, avaros y arrogantes, y cuando les fue anunciado el Corán le
volvieron la espalda porque no estaban dispuestos a seguir a un semejante, a
Muhammad, un árabe como ellos, incluso inferior en clase. Si Allah debía
honrar a alguien, sería a ellos. Y esto era suficiente para declarar al Profeta
farsante.
Pero hasta su envidia es
una falsa excusa: kallâ
bal lâ yajâfûna l-â:jira, ¡pero, no! no temen al-Âjira,... De nuevo
volvemos a encontrarnos con el tajante kallâ
con el que el Corán interrumpe reflexiones para devolvernos a la esencia de los
asuntos. Ni tan siquiera la envidia los justifica. Lo que sucede en sus adentros
es que no temen (jâfa-yajâf).
Es necesario precisar a qué
temor se refiere el Corán. El miedo verdadero es el que despierta en el ánimo
Allah, y al-Âjira,
el Universo de Allah, lo que hay tras la muerte. Los demás miedos del
ser humano son fantasmas... Cuando el hombre empieza a presentir realmente a
Allah, entonces todas sus arrogancias y banalidades se difuminan, sus terrores
se deshacen en la nada, y se abre a lo infinito. Ese terror espiritual es el
signo de haber comprendido en lo más íntimo del ser la desproporción de lo
verdadero, y ante ello el corazón se encoge, se sabe falto de recursos, y no le
queda más remedio que el Islam, la entrega incondicionada a Quien hace ser a
las cosas. Ese miedo que produce Allah y al-Âjira
(el futuro como reencuentro con Allah) es el detonante de una trasformación que
arranca al ser humano de sus miserias y bajezas. El un terror creativo,
liberador. A esos que rechazan al Profeta (s.a.s.) y se escudan en mil
justificaciones, les falta ese resorte que definitivamente los saque de sus
apegos y de sus terrores pequeños. ¡No temen al-Âjira!
Esta es la verdadera razón de su inmovilismo, lo que los ata a su mundo y a sus
acciones y los hace rehenes de sus vilezas, hasta que les llegue la certeza...
Por tanto, ¿qué es la
Revelación? ¿qué es el Corán: kallâ:
innahû tádzkira,
¡pero, no! ciertamente, es un Recordatorio... Al igual que la luna, la
noche, el amanecer, el Corán es Tádzkira,
un Recordatorio, un anuncio que complementa con palabras inteligibles lo
que ya dice el universo entero, lo que el hombre encubre en sus adentros, lo
presente en todos los horizontes: fa-man
shâ:a dzákarah,
quien quiera, que recuerde... El Corán es ofrecido a la humanidad
entera; así, pues, quien quiera, que remueva con su ayuda en sus propios
cimientos hasta recordar (dzákara-yádzkur), es decir, hasta recuperar lo que sabe en
sus adentros, y entonces quedará libre de sus miserias y el terror a Allah lo
elevará. Y, así, parece como si Allah dejara a la libre elección del hombre
-a su responsabilidad, por tanto- el seguir un camino u otro, pero no son así
las cosas en su realidad más íntima.
Efectivamente, el hombre se
siente protagonista de su realidad, libre elector entre opciones distintas y
opuestas, y, mientras sea así, es rehén de sus actos, adquiere (kasb) en cada uno de ellos algo que pesa sobre su corazón.
A este nivel, así son las cosas. Pero el Corán se dirige también a los que
son capaces de comprender lo que forja las realidades, y les dice: wa mâ tadzkurûna illâ: an yashâ: allâh,
no recordáis, salvo que Allah quiera... Y esta es la verdad de las
verdades, algo a lo que solo tienen acceso los de corazón puro: sólo es lo que
Allah quiere que sea, y sólo si Él quiere que el Recordatorio sea de utilidad
para alguien, entonces la Tádzkira
produce ese efecto.
Este versículo es uno de
los de ‘esencia’. Nos habla del secreto guardado entre los repliegues del
ser. Únicamente Allah es la razón de cada cosa. Y resulta entonces que los
acontecimientos son signos de Su Querer (Mashía).
Él rige, desde el secreto de Su inaccesibilidad, todos los destinos. Ni tan
siquiera el acto por el que una persona decide ser musulmana o no musulmana le
pertenece personalmente. No hay decisiones, sino cumplimientos del Querer. Esta
sabiduría está reservada a quien antes ha retirado los velos ‘que lo
separan’, y entonces se libera definitivamente de todos sus actos en la Acción
de Allah, y ya no es rehén de nada...
Por todo lo dicho, por el
carácter extraordinario de la Verdad que confiere realidad a todo lo que
existe, huwa áhlu t-taqwà wa áhlu l-mágfira,
Él es digno de ser temido, y digno en perdonar... Él (Huwa), Allah, es ahl at-taqwà,
el Único digno de ser temido por el ser humano. La palabra Taqwa es nombre para el temor reverencial, el sobrecogimiento
que produce la íntima comprensión de todo lo que entraña Allah. Todo depende
de Allah, y Allah nos hace escoger, pero la elección no es nuestra... ¿dónde
está el ser humano? ¿qué poder tiene? ¿a qué puede ampararse en semejante
caos? Sólo le queda lo único que tiene, Allah, su Señor. El desvalimiento que
producen esas certezas es Taqwà,
la mayor de las virtudes, el miedo que devuelve el hombre a Allah, a la Verdad,
alejándolo de sus propias quimeras, de sus dioses, de sus esperanzas, de sus
frustraciones, de su Fuego de Sáqar,
en definitiva.
Acogiéndose a Allah, el
musulmán se acoge a la Inmensidad de una eternidad infinita... Su temor lo
adentra por los parajes de lo que hace ser a la realidad, y ahí sólo hay Poder
que lo sobrepasa, mientras se ve a sí mismo precario, insuficiente, cargado de
fardos, pero el Corán, sellando esta sura tremenda, la acaba con luz: Él es ahl al-mágfira, Allah es el más digno en perdonar.
Su Poder es Bondad y Misericordia, y disculpa, transige y perdona al ser humano,
es decir, lo descarga de sus fardos, recompensa su intención, y lo acerca a Sus
Jardines. Por ello, si el destino lo arrastra a esas desproporciones guardadas
en el seno de la palabra Allah, el musulmán acompaña su terror de esperanza y
confianza en su Señor, y el todo conforma una pasión a la que se llama Amor.