CAPÍTULO
81: EL OSCURECIMIENTO
SÛRAT
AT-TAKWÎR
revelada
en Meca, 29 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
idzâ sh-shámsu kúwwirat
Cuando
el sol sea oscurecido,
2.
wa idzâ n-nuÿûmu nkádarat
cuando
las estrellas se precipiten,
3.
wa idzâ l-ÿibâlu súyyirat
cuando
las montañas sean puestas a caminar,
4.
wa idzâ l-‘ishâru ‘úttilat
cuando
las camellas preñadas sean desatendidas,
5.
wa idzâ l-wuhûshu húshirat
cuando
las fieras sean agrupadas,
6.
wa idzâ l-bihâru súÿÿirat
cuando
los mares sean caldeados,
7.
wa idzâ n-nufûsu çúwwiÿat
cuando
los individuos sean emparejados,
8.
wa idzâ l-mau-ûdatu súilat
cuando
la recién nacida enterrada viva sea preguntada,
9.
bi-áyyi dzánbin qútilat
por
qué crimen fue matada,
10.
wa idzâ s-súhufu
núshirat
cuando
las páginas sean desplegadas,
11.
wa idzâ s-samâ:u kúshitat
cuando
el cielo sea desollado,
12.
wa idzâ l-ÿahîmu sú‘‘irat
cuando
el Yahîm sea avivado,
13.
wa idzâ l-ÿánnatu úçlifat
cuando
el Jardín sea acercado...
14.
‘álimat náfsun mâ: áhdarat*
Cada
uno sabrá lo que presenta.
Esta Sûra del Corán,
la Sûrat at-Takwîr, el
Capítulo del Oscurecimiento (o del
Plegamiento) tiene veintinueve versículos que dividiremos en dos partes.
Los primeros catorce están consagrados a describir el Yáum
al-Qiyâma, el Fin del Mundo y la
Resurrección. El resto de la sûra, con un lenguaje igualmente
inquietante, habla del fenómeno de la Revelación.
Ambos temas están
estrechamente vinculados, y, en realidad, cada uno de ellos explica el otro y
nos envía a él. Resurrección (Qiyâma) y
Revelación (Wahy) vienen después de la muerte. Toda muerte es desaparición de lo ilusorio, lo
circunstancial, abriendo paso a la emergencia de lo esencial, lo real. La
extinción del ego (nafs)
anula el mundo pequeño de cada persona para abrirla a espacios infinitos, y
la muerte del cuerpo, igualmente, como correlato de la anterior, introduce al
ser humano en al-Âjira, el Universo de
Allah. Con la muerte de su nafs,
de su ego, el musulmán prefigura y
precipita en su experiencia personal el Gran Acontecimiento (el Fin del Mundo
y la Resurrección) anunciado por los profetas, y que es el encuentro con
Allah.
En esta primera parte
de la sûra, al igual que en la segunda, nos encontramos con frases cortas e
imágenes impactantes. Sáyyid Qutb, en su Comentario al Corán, dice
que la contundencia del texto es tal que es superflua toda aclaración: no
pueden sustituir la emoción suficiente que provocan. Pero nos dice que el distanciamiento
que la vida moderna imprime al corazón lo incapacita incluso para sentir,
quedando justificadas las paráfrasis y explicaciones de los comentaristas
como intento de reconducción a lo que, de estar sano el espíritu del ser
humano, encontraría espontánemanente.
El lenguaje del Corán
es siempre extraordinariamente sugerente, y lo es más cuando expresa ideas
que tienen que ver con conmociones espirituales. Ninguna traducción hace
justicia a esa fuerza que emana de la sonoridad y connotaciones de cada
palabra. Sólo podemos aspirar a aproximar algunos conceptos.
Es conveniente
siempre tener en cuenta, para valorar la intensidad del texto, recordar las
circunstancias en que tuvo lugar su comunicación a la humanidad y el espíritu
con que cada musulmán recita el Corán. Esos factores son de extrema
importancia para conocer su verdadera significación.
El presente capítulo pertenece al periodo de Meca, cuando una honda
trasformación se producía en los corazones de los primeros musulmanes, que
iban siendo habilitados para su misión. Sus corazones tenían que ser
sacudidos con fuerza para que en ellos brotara una nueva luz. La Revelación
que sobresaltó a Muhammad (s.a.s.) conectándolo con la Verdad, fue
trasmitida a sus seguidores con una fuerza demoledora. Lo que en el Profeta
derribaba el mundo inmediato para hacerlo traslúcido ante él, se contagiaba
a sus Compañeros en estas imágenes tremendas que hacían desvanecerse todos
los ídolos: era entonces cuando podían intuir la envergadura de la Verdad
que sostiene los cielos y la tierra, que se pulverizan cuando Allah es
enfocado. De la misma manera, la recitación del Corán con la que el musulmán
se acerca a Allah es un acto en el que se impregna de la emoción que produce
la cercanía de su Señor. El mundo formal se disipa dejando paso a la
revelación de Allah...
La sûra comienza de
repente con una larga serie de imágenes en las que lo imponente (el sol, las
estrellas, las montañas, los océanos,...) y lo inmediato al ser humano (el
ganado, sus crímenes,...), y también mundos interiores (el infierno, el paraíso),
todo ello es desmontado e invertido en un trastrocamiento que permite
vislumbrar que tras todo está la Majestad Creadora, la única realidad, lo
verdaderamente eficaz, desatendido hasta ahora en medio de las ilusiones en
las que vive el hombre: idzâ sh-shámsu kúwwirat, cuando
el sol sea oscurecido... El verbo kúwwira-yukáwwar,
voz pasiva que puede recibir diversas traducciones, significa en principio ser enrollado o plegado, o
bien ser oscurecido. El sol
(shams), que ilumina nuestra existencia y proporciona calor a
nuestras vidas, será apagado, lo cual sugiere que, a pesar de su apariencia
impresionante, a pesar de su envergadura, en realidad es pasivo en Manos de su
Creador, que puede plegarlo y oscurecerlo. Por tanto, en realidad no
dependemos del sol, sino del Señor del sol. Cuando, en el Yáum al-Qiyâma, el Día del Fin del Mundo que anuncia la
Resurrección, Allah lo oscurezca dejando al mundo en una fría penumbra,
entonces el ser humano se dará cuenta de hasta qué punto se había dejado
engañar por la aparente consistencia de un universo que tan fácilmente se
disipa, de hasta qué punto él y cuanto existe están a merced de una Verdad
infinitamente más relevante que el gigantesco universo.
No es necesario
esperar ese acontecimiento que señalará el final del tiempo. En nosotros
reside un sol, que es el espíritu, cuya luz -la vida- se apaga con la muerte.
Cada fallecimiento es signo de la precariedad de nuestra condición en el que
podemos leer la fragilidad de todo cuanto existe. Sólo lo que nos hace ser
está fuera de esa regla, a pesar de su misterio y su carácter huidizo, o tal
vez precisamente por ello, porque escapa a nuestra capacidad de atraparlo,
porque no puede ser abarcado de modo alguno, y ello es a lo que llamamos
Allah.
Después, el Corán
nos dice: wa idzâ n-nuÿûmu nkádarat, cuando
las estrellas se precipiten... Las estrellas
(nuÿûm, plural de naÿma),
que en el Corán suelen aparecer en su valor de orientación porque siguen órbitas
regulares y fijas que permiten situarse a los viajeros en el seno de la noche,
perderán su orden y se precipitarán de forma caótica (inkádara-yánkadir,
diseminarse perdiendo el brillo).
El espectáculo
sobrecogedor de un cielo negro en el que las estrellas se dispersan desvaneciéndose
anunciando el fin de todo para dejar paso a al-Âjira,
el Universo de Allah, la Verdad,
tiene su correlato en la desorientación que produce la frustración que
produce cuando cae un ídolo: en ese desierto dejado por la muerte de las
seguridades del hombre está la posibilidad de adivinar a Allah, la Verdad que
queda cuando lo falso se difumina. Y también tiene su signo en la muerte física,
cuando se apagan los sentidos y el ser humano deja de percibir el mundo que le
rodea, abriéndose en él otro modo de percibir en el mundo del espíritu.
El apagamiento del
sol, el desmoronamiento del cielo, se simultanearán con el gran temblor que
sacudirá a la tierra: wa idzâ l-ÿibâlu
súyyirat, cuando las montañas sean
puestas a caminar... Las montañas
(ÿibâl, plural de ÿábal),
de las que llama la atención precisamente su firmeza, su densidad que les da
la apariencia de definitivas, serán puestas a andar (súyyira-yusáyyar, ser
puesto a andar, ser conducido), es decir, serán pulverizadas, reducidas a
elementos primarios, frágiles e invisibles, y al igual que el sol las montañas
son objetos pasivos de una acción que se les impone. Su imponente solidez es
una ficción: están en Manos de quien las ha levantado. En sí, son polvo
suspendido en el aire, como todo lo que existe.
No hay nada que tenga
entidad propia: es nuestra ilusión la que crea dioses, ídolos, realidades
definitivas. Confiamos en lo que creemos fuerte, pero hasta nuestros huesos
duros, se corroerán pudriéndose. Lo más sólido en nosotros, nuestras montañas
interiores, se diluirán en la tumba, respondiendo a una orden que viene de un
Misterio. Lo verdaderamente eficaz no tiene cuerpo, no tiene densidad, pero a
su mandato el sol se apaga, las estrellas se diluyen y las montañas se
rompen...
A continuación, se
nos dice: wa idzâ l-‘ishâru ‘úttilat, cuando las camellas preñadas sean desatendidas... Se llama ‘ishâr
a las camellas preñadas en su décimo mes, que es cuando son más apreciadas
porque añaden a su valor propio el de su cría y la abundancia de leche que
producirá a partir del momento del alumbramiento. Los beduinos miman a sus
camellas y presumen de ellas porque son su riqueza, pero cuando se abata sobre
el mundo la gran calamidad de su última destrucción se olvidarán de ellas
(las camellas serán desatendidas, ‘úttila-yu‘áttal, ser
abandonado, ser dejado a la inutilidad -es decir, no ser aprovechado-).
Ante una desgracia,
el ser humano relega lo que hasta entonces tenía para él importancia para
centrar su atención y su desesperación en lo que lo reclama con fuerza. La
muerte es dejar atrás todo lo que se aprecia, todo lo que se ama, todo lo que
es relevante, para enfrentarse a la Verdad. La relatividad de nuestras
valoraciones es así destacada por el Corán: nuestras verdades continuamente
se desmoronan, y cuando Allah arrasa, su Poder Absoluto hace que nos olvidemos
de todo, quedando al descubierto la insuficiencia de cuanto existe al lado del
Uno-Único. Simplemente, hasta entonces nos habíamos dejado hipnotizar y
seducir por lo que en realidad carece de sustancia...
Toda independencia es
ficticia: wa
idzâ l-wuhûshu húshirat, cuando
las fieras sean agrupadas... Las fieras reciben en árabe el nombre de wuhûsh
(plural de wahsh, animal salvaje, monstruo) porque son asociales, viven en soledad (wahsha,
soledad, melancolía). Su corpulencia, su fuerza física, su
agresividad, les hace prescindir de compañía, pero el terror del Día del
Fin del Mundo los agrupará (húshira-yúhshar,
ser agrupado). Se reunirán porque el miedo les obligará a buscar
compañía.
La confianza en sí
mismo, la habilidad, la inteligencia, la fuerza física, todo ello son fieras
salvajes en el ser humano, que lo hacen olvidar y prescindir de Allah. Son
como monstruos que sumen al hombre en una soledad en la que se cree autónomo,
separándolo de la Verdad. Pero cuando Allah se presenta, ya sea rompiendo el
ego, ya sea en la Resurrección, esas potencias quedan encogidas, se reúnen,
y no pueden nada: la fuerza se convierte en debilidad, la razón es
desbordada, la habilidad no tiene recursos, la confianza en sí se vuelve patética,...
y todo junto es nada ante Allah.
Al igual que nuestras
ilusiones, hasta el océano se evaporará: wa
idzâ l-bihâru súÿÿirat, cuando
los mares sean caldeados... Los inmensos mares
(bihâr, plural de bahr),
que el hombre logra surcar sobre frágiles navíos, serán calentados (súÿÿira-yusáÿÿar, ser
caldeado) hasta esfumarse. El verbo significa realmente ser
hecho rebosar, entendiéndose entonces que los mares se mezclarán hasta inundarlo
todo. En cualquier caso, la expresión trasmite una gran violencia que acaba
en la pulverización. Para los sufíes, se trata de la reducción de todo a un
sólo elemento, una recuperación de la unidad original, que es un todo ante
Allah. Y comienza ahora la Resurrección...
Lo primero que se nos
dice tiene un tono enigmático: wa idzâ
n-nufûsu çúwwiÿat, cuando los
individuos sean emparejados... El emparejamiento
(taçwîÿ) de los nufûs (los individuos,
los egos, plural de nafs)
se ha interpretado como la devolución del espíritu a los cuerpos inertes,
reviviendo lo muerto, o bien como agrupamiento por merecimientos (los
adelantados, las gentes de la derecha, las gentes de la izquierda), o, bien,
cualquier otro tipo de reunificación. Los nufûs
serán emparejados (çúwwiÿa-yuçáwwaÿ)
con los complementos que les dan entidad.
Seguidamente, en un
par de versículos, el Corán hace una alusión significativa: wa
idzâ l-mau-ûdatu súilat bi-áyyi
dzánbin qútilat, cuando la recién
nacida enterrada viva sea preguntada por qué crimen fue matada... Tuvo
que ser una costumbre extendida en la ÿâhilía
(la Arabia preislámica) en enterramiento
de recién nacidas (wa-d al-banât)
porque el Corán condena esa práctica con especial énfasis. Se llama mau-ûda a la niña a la que sus padres entierran viva bien a causa
de la pobreza o avergonzados por haber tenido una hija (considerado un
deshonor). El Corán dice que en el Yáum
al-Qiyâma, la mau-ûda también
resucitará y se le preguntará (súila-yusal,
voz pasiva de sáala-yásal, preguntar) por la falta
o delito (dzanb) que pudo
haber cometido para merecer ser matada
(qútila-yúqtal, voz pasiva de qátala-yáqtul,
matar).
El miedo a la pobreza
o el sentido del deshonor no justifican crímenes, y si éstos pasan
desapercibidos en sociedades que los admiten, ante Allah encontrarán
justicia. La inocencia de la recién nacida asesinada clamará en ese Universo
de Allah (al-Âjira) contra
quienes, tal vez, ni tan siquiera eran conscientes de su crueldad, tal como se
sentencia en el Islam cuando se dice que ni el mal es olvidado ni el bien
muere.
Para los sufíes,
recién nacida es también la naturaleza primigenia del ser humano sepultada y
enterrada viva por la violencia ciega del ego que se va desarrollando
oprimiendo al corazón.
En el Yáum
al-Qiyâma, en la Resurrección
que sigue al Fin del Mundo, Allah
desplegará ante los seres humanos el Libro de sus vidas y de sus acciones: wa idzâ s-súhufu núshirat, cuando
las páginas sean desplegadas... El terror y la angustia se apoderarán de
los hombres cuando se den cuenta de que ni uno sólo de los instantes de sus
existencias anteriores ha pasado inadvertido. Todo ha sido registrado en páginas
(súhuf, plural de sahîfa)
que serán desplegadas (núshira-yúnshar) ante
ellos.
La fugacidad de
nuestros momentos actuales nos engaña. No presentimos la necesaria Inmensidad
que da hechura y sostiene cada uno de nuestros instantes. Nada pasa sin más
ni nada es insignificante, sino que es resultado de algo prodigioso donde
resuena para la eternidad. Quien reflexiona sobre el prodigio que supone el
existir intuye esa Majestad, y queda advertido por su propio entendimiento. En
cualquier caso, cuando la muerte nos enfrente con la Verdad, en su seno
tropezaremos con la auténtica dimensión del ser, y el miedo se adueñará de
cada nafs, de cada aliento
de vida, un miedo que lo rendirá definitivamente a Allah. El desplegamiento
de las hojas (nashr as-súhuf)
alude al descubrimiento de la envergadura infinita de cada uno de nuestros
instantes en la Presencia de Allah.
Al desplegamiento de
las hojas lo acompaña una imagen terrible que subraya el dramatismo de la
conmoción que ese descubrimiento significa para el ser humano: wa
idzâ s-samâ:u kúshitat, cuando
el cielo sea desollado... El cielo
(samâ), que es el horizonte del
hombre, desaparecerá violentamente, como si se le arrancara la piel (kúshita-yúkshat, ser desollado).
Esa desaparición última del horizonte del ser humano es la puerta de acceso
a una dimensión interior en la que las realidades son tremendas: el infierno
(ÿahîm, o ÿahánnam,
el Nâr, el Fuego) y el paraíso (ÿanna,
el jardín), correlatos eternos en al-Âjira
de las pasiones humanas.
Primero, el Corán
nos habla del Fuego de Allah: wa idzâ
l-ÿahîmu sú‘‘irat, cuando
el Yahîm sea avivado. El Yáum
al-Qiyâma es la circunstancia en la que el infierno
latente del ser humano (ÿahîm)
será avivado (sú‘ira-yusá‘‘ar),
se convertirá en sa‘îr -otro de
los nombres que el Corán da para ese agujero de dolor infinito- y lo califica
en su ardor inagotable, por siempre desencadenado. La ira, el rencor, la
envida, la cobardía, la mentira, la ignorancia, los dioses... del ser humano,
son la leña que alimentará su sufrimiento en al-Âjira.
Pero también está
el polo opuesto: wa idzâ l-ÿánnatu úçlifat, cuando
el Jardín sea acercado... El Jardín
de Allah (ÿanna) hará acto de
presencia en esa Hora tremenda, y será
acercado (úçlifa-yúçlaf)
para los destinados a morar en su exuberancia. Les será acercado, se deslizará
hasta ellos, es decir, la nobleza de sus vidas, sus cualidades generosas, sus
acciones rectas, todo hará que en la Resurrección encuentren sólo placer, y
serán servidos como huéspedes del Misericordioso
(Rahmân), a los que todo es
facilitado.
En ese despliegue de autenticidades -porque tiene lugar en las inmensidades de al-Âjira en la que todo es verdad- es donde serán retirados todos los velos, donde la ilusión se esfumará, y cada ser humano comprenderá en medida exacta el alcance de lo que significa existir: ‘álimat náfsun mâ: áhdarat, cada uno sabrá lo que presenta... Cada nafs, cada persona en concreto, cada yo, cada individuo, será consciente de lo que presenta (áhdara-yúhdir) ante Allah en ese instante, sabrá del valor de cada una de sus acciones anteriores, de lo que ha significado su vida en el eco de al-Âjira.