CAPÍTULO
79: LAS QUE ARRANCAN
SÛRAT
AN-NÂÇI‘ÂT
revelada
en Meca, 46 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
wa n-nâçi‘âti gárqan
¡Por
las que arrancan ahogando!
2.
wa n-nâshitâti náshtan
¡Por
las que se mueven con agilidad!
3.
wa s-sâbihâti sábhan
¡Por
las que nadan en la profundidad
4.
fas-sâbiqâti sábqan
y
se adelantan con ventaja
5.
fal-mudabbirâti ámran
y
gestionan un asunto!
6.
yáuma tárÿufu r-râÿifatu
El
Día que tiemble la que se estremece
7.
tatba‘uhâ r-râdifa*
seguido
del segundo temblor...
8.
qulûbun yaumáidzin wâÿifatun
Ese
Día habrá corazones palpitando
9.
absâruhâ jâshi‘a*
cuyos
ojos estarán aterrorizados.
10.
yaqûlûna a innâ la-mardudûna fî l-hâfirati
Dicen:
“¿Es que se nos devuelve al estado del que venimos
11.
idzâ kunnâ ‘izâman nájira*
cuando
ya somos huesos pulverizados?”
12.
qâlû tílka ídzan kárratun jâsiratun
Dijeron:
“Ésa es una repetición fracasada”.
13.
fa-innamâ hiya çáÿratun wâhidatun
Sólo
habrá un único grito
14.
fa-idzâ hum bis-sâhira*
y
estarán despiertos en la superficie de la tierra...
El Corán siempre es
desconcertante. Su fuerza radica en un empleo magistral de la lengua árabe
junto a una capacidad única para absorber la atención del lector trasladándolo
a otro mundo. Ese otro mundo, que está
más allá de esta vida, es al-Âjira,
literalmente, la Última, la Otra... y es, por decirlo de alguna manera, el Universo de Allah,
la desproporción de la eternidad en la que se diluye la aparente consistencia
de nuestras seguridades. Situándonos en al-Âjira, el Corán logra que intuyamos la Presencia Inmediata de
Allah, su Fuerza Creadora y, a la vez, Reductora, y que es la energía
espiritual que da hechura a cada realidad. Pero adentrarse en al-Âjira
exige que todo desaparezca antes, para que se muestre la Esencia Real en su
desnudez.
Sobretodo al
principio de la Revelación, en los tiempos difíciles de la clandestinidad, el
Corán hacía hincapié en esa salida
hacia las inmensidades de al-Âjira.
Las circunstancias de los musulmanes, a quienes la persecución de los idólatras
obligaba a una introspección en todos los sentidos, eran el contexto adecuado
para que las enseñanzas sobre al-Âjira
adquirieran toda su magnífica proporción. Este capítulo -de cuarenta y seis
versículos-, efectivamente, pertenece a ese periodo. En esta parte,
analizaremos los primeros versículos de esta sûra que tiene un título
desgarrador, an-Nâçi‘ât, las
que arrancan...
Al comentar el Corán
pretendemos aclarar su significación, pero muchas veces la tarea es difícil;
no obstante, el comentarista insiste en ‘aclarar’ todo lo que a veces es
inidentificable. Y en ello hay una trampa. Si bien la intención es lícita,
muchas veces con las ‘aclaraciones’ se esfuma el carácter simplemente
sugerente de muchos pasajes. El mismo califa ‘Omar nos da un ejemplo, cuando
se cuenta que en cierta ocasión topó en el Corán con alguna palabra cuya
significación desconocía; tras intentar investigar su significado, se detuvo y
dijo: “Y, ¿qué pasa si no comprendo
alguna de las palabras del Corán?”... Es mejor muchas veces abandonarse a
la emoción que produce la ambigüedad misma del texto, una ambigüedad aceptada
como tal por quienes fueron contemporáneos de la Revelación. Se trata de una
ambigüedad suficiente en sí porque nos traslada a lo inasible. Y esta sûra es
un ejemplo de ello. De todos modos, repasando lo que grandes exegetas han dicho,
intentaremos ‘aclarar’ el sentido de cada frase.
El texto que nos
ocupa, como es frecuente en los textos revelados en Meca, comienza con un extraño
juramento (qásam).
Allah jura -dando fuerza a lo que dirá después- poniendo por testigos a
fuerzas descomunales que son una incógnita para el ser humano: wa
n-nâçi‘âti gárqan, ¡por las que
arrancan ahogando!... ¿quiénes o qué son las nâçi‘ât, las que arrancan
-y lo hacen ahogando (gárqan),
es decir, con una violencia que hunde a la víctima de su intensa fuerza-? La
palabra nâçi‘ (que arranca, que
despoja) viene del verbo náça‘a-yánça‘,
arrancar, quitar, y también alejarse,
apartarse, y reuniendo los significados, nâçi‘ es el que se retira
tras un acto de violencia... que el Corán subraya al utilizar la expresión
gárqan, ahogando, es decir, el nâçi‘
se aleja alzándose él y sumergiendo su punto de partida en el ahogo, en la
oscuridad. Se ha dicho que son las estrellas, que inician sus ciclos abandonando
con una fuerza descomunal su lugar de origen. Y se ha dicho que son los ángeles
(malâika) que arrancan la vida a los seres humanos abandonándolos
en las tinieblas de la muerte...
En segundo lugar: wa
n-nâshitâti náshtan, ¡por
las que se mueven con agilidad!... También se ha dicho que se trata de las
estrellas o de los ángeles, que son nâshitât,
se mueven ágilmente
(nashtan), surcando espacios
inmensurables. Con esto se sugieren movimientos que están fuera del alcance de
la percepción humana.
A continuación, wa
s-sâbihâti sábhan, ¡por
las que nadan en la profundidad..., sâbih,
nadador, del verbo sábaha-yásbah, nadar, y
se repite la raíz en el término sábhan,
indicando pericia en el nado, intensidad en la acción. Son las estrellas o los
ángeles surcando los espacios inmensurables, cumpliendo ciclos, marchando hacia
su destino. La descripción sigue: fas-sâbiqâti
sábqan, y se adelantan con ventaja...,
es decir, avanzan continuamente, a gran velocidad (sâbiq, es corredor, el
que se adelanta, y la fuerza del movimiento se recalca con la mención del término
sábqan, como en los versículos anteriores, redundando en la noción
básica). Por último se nos dice: fal-mudabbirâti
ámran, y gestionan un asunto!... mudábbir
es el que administra una cuestión (amr,
asunto). Las estrellas, con sus movimientos, influyen en el curso de
la naturaleza, así como los Malâika,
que vigilan y acompañan a cada criatura, más allá de nuestras percepciones
sensoriales.
Para evitar
interpretaciones astrológicas, los comentaristas suelen reservar esta última
cualidad, la de la gestión de asuntos, a los ángeles, que rigen interiormente
el mundo. Según esto, las nâçi‘ât nâshitât sâbihât sâbiqât son o los
ángeles o las estrellas, mientras que las mudabbirât
son los ángeles en exclusiva. Sea cual fuera la interpretación que se escoja,
lo importante es que el texto primero pretende conmover y sugerir las
proporciones gigantescas de la existencia, en la que se producen acontecimientos
desproporcionados para el entendimiento humano, y muchas veces imperceptibles.
El Corán nos sitúa en dimensiones colosales e incluso misteriosas, todo como
introducción a varios temas que exigen, para su íntima comprensión, tener
nociones previas sobre la desproporción de la existencia, sacándonos de
nuestros límites estrechos y nuestras percepciones escasas y mediocres.
6.
yáuma tárÿufu r-râÿifatu
El
Día que tiemble la que se estremece
7.
tatba‘uhâ r-râdifa*
seguido
de la segunda...
8.
qulûbun yaumáidzin wâÿifatun
Ese
Día habrá corazones palpitando
9.
absâruhâ jâshi‘a*
cuyos
ojos estarán aterrorizados.
10.
yaqûlûna a innâ l-mardudûna fî l-hâfirati
Dicen:
“¿Es que se nos devuelve al estado del que vinimos
11.
idzâ kunnâ ‘izâman nájira*
cuando
ya somos huesos pulverizados?”
12.
qâlû tílka ídzan kárratun jâsiratun
Dicen:
“Ésa es una repetición fracasada”.
13.
fa-innamâ hiya çáÿratun wâhidatun
Sólo
habrá un único grito
14.
fa-idzâ hum bis-sâhira*
y
estarán despiertos en la superficie de la tierra...
El juramento que
encabeza la sûra ha servido para enmarcar la trascendencia de lo que se dice
aquí: nos ha situado en la emoción necesaria y ha despertado las intuiciones
que se requieren para penetrar en el alcance tremendo de todo lo relacionado con
el Fin del Mundo y la Resurrección: yáuma
tárÿufu r-râÿifa, el Día que
tiemble la que se estremece... El verbo ráÿafa-yárÿuf significa temblar,
estremecerse, y râÿif es el que tiembla
(en primer lugar es una fiebre convulsiva).
El Corán nos habla de un Día (Yáum)
en el que la tierra sufrirá una poderosa sacudida, y la tierra, de por sí, a
pesar de su ficticia calma, siempre está agitada: es pura inestabilidad bajo su
aparente consistencia, al igual que todo lo que existe es nada ante Allah. El
mismo verbo también significa resonar,
y râÿif es el grito sobrecogedor del Ángel que hará que todo quede pulverizado.
En cualquier caso,
sea el que sea el sentido exacto de la frase, se nos habla de una terrible
convulsión en la que perecerá todo lo vivo y la tierra entera estalle tatba‘uhâ
r-râdifa, seguido de la segunda...
La segunda (râdif, el
que viene en segundo lugar) sigue (tábi‘a-yátba‘, seguir) a la
destrucción de la tierra,... y es el cielo; o, en la segunda interpretación
que ve en el ‘primer temblor’ un Grito destructor, el râdif es el segundo Grito a cuya orden todo resucita... En resumen,
la tierra será pulverizada y sobre ella se desplomará el cielo a la orden de
un Grito, seguido de un segundo Grito que hará que los seres humanos resuciten
saliendo de sus ‘tumbas’. Esto, que parece fabuloso, es descrito en el
contexto del Poder Infinito de Allah, al que se ha aludido en el juramento
inicial, que nos ponía ante las fuerzas misteriosas que rigen el universo y que
desconocemos, que han sido creadas por Allah y están a su servicio.
La Resurrección
(al-Ba‘z, al-Qiyâma) comienza, y el desconcierto y el pánico se apoderan de
las criaturas, que se ven ante lo desconocido, lo tremendo, y presienten la
gravedad del tema: qulûbun yaumáidzin wâÿifa,
ese Día habrá corazones palpitando...
los corazones (qulûb,
plural de qalb, corazón) estarán
inquietos, trémulos (wâÿif, que
late). Incertidumbre, inquietud, desasosiego, espanto, de los muertos
resucitados absâruhâ jâshi‘a, cuyos
ojos estarán aterrorizados..., los ojos
(absâr, plural de básar,
ojo, visión) de esos corazones darán muestras de estar asustados (jâshi‘,
sobrecogido, aterrorizado). El estado de ánimo será el de pánico,
y toda la atención será puesta en lo que está sucediendo, sin que nada
entretenga los sentidos.
Las gentes (los que
habían negado la Resurrección): yaqûlûna
a innâ la-mardudûna fî l-hâfira, dicen:
“¿es que se nos devuelve al estado del que vinimos... Son las palabras de
quienes no saben lo que está pasando: han sido devueltos (mardûdûn,
plural de mardûd, devuelto)
a al-hâfira, la
anterior, la existencia primera, la vida. Se llama al-hâfira al camino por el que ya se ha ido una vez. Es como
si hubieran dado un paso atrás, y he aquí que están de nuevo en la vida tras
haber estado muertos: idzâ kunnâ ‘izâman
nájira, cuando ya somos huesos
pulverizados..., éramos huesos (‘izâm)
pulverizados (nâjir), y
he aquí que hemos sido recompuestos, ¿qué es esto? Para ellos, es como si
todo volviera a ser como antes, pero saben que se trata de la Resurrección con
la que habían sido amenazados: qâlû tílka
ídzan kárratun jâsira, dicen: “Ésa
es una repetición fracasada”..., entonces dicen
(qâla-yaqûl, decir) ésa (ésta)
es una repetición (karra)
fracasada (jâsir), es
decir, en la que fracasamos, y es nuestra ruina, porque es verdad aquello que
habíamos declarado mentira, y no nos habíamos preparado.
Observemos cómo el
Corán relata en pocas palabras muchas cosas: los verbos aparecen en presente,
como si la Resurrección estuviera ocurriendo ahora, cuando la lógica obligaría
a que estuvieran en futuro (hay una significativa ruptura del tiempo que nos da
las dimensiones de eternidad y actualidad a los sucesos trascendentes, por lo
que son ‘vivibles’ para los que se sumergen en todas sus connotaciones); a
la vez, cita las palabras que los negadores dirán entonces tal como las han
dicho en la pasado (que la Resurrección -ésa- es un ‘fracaso’ quiere decir
que es mentira) pero que en el contexto del acontecimiento futuro significan que
‘nosotros somos los fracasados, los que hemos estado en la mentira’. Hay una
síntesis absoluta que lo remite todo a todo, que nos sitúa en las coordenadas
de algo que no puede ser reducido a una información sobre algo que acontecerá
sino que es la estructura real de cada instante en sus profundidades abismales.
El Corán no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre ‘el más allá’,
sino remover nuestros cimientos, asomarnos a lo indecible, sacudirnos en lo más
íntimo para que nuestras perspectivas se agiganten y nuestro mundo se trasforme
retomando su propia raíz.
El relato continúa: fa-innamâ
hiya çáÿratun wâhida, sólo
habrá un único grito... Un solo Grito
Aterrorizador (Çaÿra) bastará
para que todo vuelva a la vida. Tras el Grito Destructor, será suficiente un
nuevo Grito para que los seres humanos se pongan de nuevo en pie: todo les
parecerá igual que antes, pero estarán en otro mundo: fa-idzâ hum bis-sâhira, y
estarán despiertos en la superficie de la tierra... estarán en as-sâhira,
que es un lugar donde se está despierto
y es una enorme Explanada, una tierra blanca y brillante, según las descripciones del Profeta
(s.a.s.). Se trata de una especie de reproducción de nuestro mundo, por lo que
todo parecerá familiar, pero se estará, en realidad, más allá de este mundo,
se estará en la desproporción de al-Âjira.
Será tan familiar que incluso se reconocerá el lugar, porque todo es lo mismo,
es el mismo mundo, son los mismos seres, pero simultáneamente todo tendrá otra
significación... Y es lo que ya sucede a quien afila su espiritualidad, quien
hace agudo su corazón cultivando en él la visión penetrante del Îmân,
la sensibilidad que le muestra en este mundo la profundidad abismal de
la realidad, que se sostiene sobre lo Infinito.
Un ejemplo: cuando
llegue la Hora, los muertos se levantarán a un Grito desgarrador al que el Corán
llama aquí Çaÿra, un Grito poderoso, conmovedor, terrible, espantoso... Es la
llamada de Allah en boca de un Ángel. Cinco veces al día, a su Hora, los
musulmanes responden a la llamada que los convoca a las mezquitas, lugares de
Resurrección en los que cada uno se encuentra en su recogimiento ante su Señor
Inmenso. Se ponen en pie ante Allah: primero está la llamada que los convoca, y
después una segunda llamada (la Iqâma)
que los activa, y a partir de ese momento, centran toda su atención en la
grandeza de su Creador y su Destino. Es así como los musulmanes, al reproducir
los acontecimientos que el Corán relata en claves universales se
sobredimensionan en una experiencia que los hace penetrar en el Mundo de Allah,
en este mundo que deja de ser circunstancial y precario para traducir la
contundencia de la Presencia de Allah y de su Poder Único que rige todas las
existencias. El tema de al-Qiyâma
deja de ser una propuesta para la fe para convertirse en la vivencia cotidiana
de los musulmanes. Al-Qiyâma es el
encuentro con Allah, un encuentro de carácter absoluto, un estado que hace ser
a cada criatura lo que es ahora, además de anunciar el Gran Encuentro en el
seno de la muerte, y para el que el musulmán se prepara. Todo es Tawhîd,
Pura Unidad.
15.
hal atâka hadîzu mûsà:
¿Te
ha llegado el relato de Moisés?
16.
idz nâdâhu rabbuhû bil-wâdi l-muqáddasi tuwâ*
Cuando
lo llamó su Señor en el Valle Insondable de Tuwà:
17.
ídzhab ilà fir‘áuna innahû tagà
“¡Ve
a Faraón! Ciertamente, ha trasgredido todo límite.
18.
fa-qul hal láka an taçakkà
y
dile: ‘¿Quieres purificarte
19.
wa áhdiaka ilà rábbika fa-tajshà*
y
que te guie hasta tu Señor, y temerás’...”.
20.
fa-arâhu l-âyata l-kubrà
Le
mostró el Signo Supremo
21.
fa-kádzdzaba wa ‘asà
pero
lo declaró mentira y se revolvió,
22.
zumma ádbara yas‘à
después
volvió la espalda y se dedicó a lo suyo;
23.
fa-háshara fa-nâdà
reunió
a los suyos y proclamó,
24.
fa-qâla ana rábbukumu l-a‘là
diciendo:
“Yo soy vuestro Señor, el Más Elevado”.
25.
fa-ájadzahu llâhu nakâla l-â:jirati wa l-ûlà*
Allah
se apoderó de él con el castigo de la Última y la Primera...
26.
ínna fî dzâlika la-‘íbratan liman yajshà*
Ciertamente,
en ello hay una enseñanza para quien teme.
La grandeza del
universo, su misterio impenetrable, todo conjugado por el Uno-Único,.. ésta es
la estructura del ser tal como nos lo describe el Corán, el Libro de la Unidad.
En ese mundo-signo se agita la existencia humana. Y resulta que todo tiene una
trascendencia y una gravedad que la precipitación, el descuido y la
inconsciencia de nuestras vidas nos impiden apreciar. El Corán apremia a los
musulmanes: es necesario salir del espejismo para redescubrir el verdadero
alcance de nuestras existencias cimentadas sobre ese entramado unitario de
profundidades tremendas. Nuestras vidas, nuestras acciones, a pesar de que no
nos demos cuenta, están dentro de ese marco que es el Poder de Allah.
En este pasaje, el
Corán nos habla de Faraón (Fir‘áun), que
es el déspota por antonomasia. Es el hombre ‘que sólo se ve a sí’ y ‘se
endiosa’, y lo hace porque es ignorante: no sabe de las proporciones de la
existencia y de su insignificancia en medio del Ser. Se aísla en sí y lo
reduce todo a su medida. Es la personificación del kâfir,
el negador de Allah, y del nafs,
el yo, el ‘ego’ que se impone: hal
atâka hadîzu mûsà, ¿te ha
llegado el relato de Moisés?... Allah pregunta a Sidnâ Muhammad (s.a.s.)
-y con él a todos los lectores del Corán- si sabe algo de Moisés (Mûsà), si le
ha llegado (atà-yâtî, venir, llegar) el relato
(hadîz) de lo que le sucedió con el tirano, con Faraón, el
rey de Egipto. El término hadîz
significa relato en el que sobretodo hay
una conversación... Sidnâ Musâ
-Moisés- fue el profeta (nabí o rasûl)
enviado para liberar a su pueblo de la tiranía de Faraón. Los sufíes ven en
él la voz de la razón que intenta doblegar al ego. Llega un momento, con la
madurez, que la razón escucha a Allah, al igual que sucedió a Moisés: idz
nâdâhu rabbuhû bil-wâdi l-muqáddasi tuwâ, cuando lo llamó su Señor en el Valle Insondable de Tuwà....
Allah -el Señor (Rabb) de Moisés- llamó (nâdà-yunâdî,
llamar, convocar) a Moisés cuando se encontraba en un lugar
especial: el Valle Insondable (Wâd
Muqáddas) de Tuwà, al lado derecho del Tûr, el Monte (Sinaí).
Cuando Moisés, en su evolución espiritual, alcanzó el grado de la máxima
abstracción, oyó entonces a su Señor, que le ordena servir de guía a Faraón:
ídzhab ilà fir‘áuna innahû tagà,
“¡ve a Faraón! Ciertamente, ha
trasgredido todo límite... Se trata de un imperativo inexcusable (ídzhab,
¡ve!, del verbo dzáhaba-yádzhab, ir)
que obligará a Moisés a dirigirse hacia Faraón
(Fir‘áun), el Ego Imperante, para intentar reconducirlo, pues,
ciertamente, ha trasgredido todo límite (tagà-yatgà,
ir más allá del límite, convertirse en un déspota, de donde tâgîa,
tirano, y tâgût,
demonio, ídolo).
El ego
(el nafs) es el sentido que tenemos
de nosotros, es un bien preciado gracias al cual somos conscientes de nosotros
mismos, pero cuando ‘impera’ en el ser humano de modo absoluto lo endiosa,
lo aisla, le hace perder el contacto con la realidad desbordante de la
existencia, y convierte al ser humano en un monstruo, en un tirano. El poseído
por su ego es, o un loco que se autodestruye, o un déspota que destruye lo que
le rodea. La inteligencia (‘aql, la
razón) es otro regalo de Allah con el
que corregir los desmanes del ego, y es como Moisés en cada uno de nosotros
frente a Faraón: fa-qul hal láka an taçakkà,
dile: ‘¿Quieres purificarte...
En el Valle Insondable de Tuwà, Moisés recibió la orden de ir a Faraón y
decirle (qâla-yaqûl, decir) que se
purificara (taçakkà-yataçakkà),
es decir, que se desprendiera de todo lo ilícito, que se descontaminara de
cuanto lo entorpecía, pudiendo así abrirse al Infinito de Allah. Del verbo
purificarse deriva la palabra Çakât,
uno de los pilares del Islam, que consiste en privarse de parte de los bienes
que se poseen para entregarlos a los necesitados, purificando así lo que se
posee y expandiéndose el musulmán en actos de generosidad. Es esta la Purificación
a la que nos referimos aquí: no es un acto de consagración sino de soltar
lastre para poder alzarse por encima de la mezquindad.
Moisés debía
proponer a Faraón que se purificase para así poder servirle de guía: wa
áhdiaka ilà rábbika fa-tajshà, y
te guíe
hasta tu Señor, y temerás’...”. Si Faraón se purificaba, Moisés sería
su guía (hadà-yahdî, guiar) hasta las
proximidades de Allah; y el Faráon, de tirano pasaría a ser uno que teme (jáshia-yajshà, temer): su arrogancia se trasformaría en el
sobrecogimiento de quien es consciente de la Presencia de Allah, su altanería
se convertiría en humildad ante el Poder de su Señor, y su mal se trasmutaría
en bien. El temor a Allah (Taqwà, Jáshia) al que
el Corán continuamente nos invita no es, ni mucho menos, el estado de ánimo
del pusilánime ni un retraimiento enfermizo, sino la actitud que resulta de ser
realmente consciente de Allah. Si en una persona no hay Taqwà y Jáshia, todo su
discurso sobre Allah no es más que teoría y pretensión y no las palabras de
quien conoce a Allah.
Moisés acudió ante
Faraón y le trasmitió las palabras de Allah. Sin embargo, no pretendía que el
rey acatara sin más sus consejos: fa-arâhu
l-âyata l-kubrà, le mostró el Signo
Supremo... Moisés mostró (arà-yûrî) a Faraón el
Signo Supremo (al-Aya al-Kubrà), es decir, realizó ante él prodigios (como
trasformar su bastón en serpiente, etc.). Allah hace que sus mensajeros rompan
la resistencia de la gente obrando milagros
(mu‘ÿiçât), que son signos
(âyât): son la prueba de su sinceridad, de que son respaldados por
Allah mismo. El milagro es imprescindible para que la fe no sea ciega. El milagro
(mú‘ÿiça), el signo (aya),
es expresión de que la Voluntad de Allah quiere que el ser humano siga lo que
le convence. Y, así, en el plano en el que interpretábamos la figura de Moisés
como correlato en la historia de la razón en el ser humano, la inteligencia
debe aportar pruebas con las que doblegar la cerrazón del ego: esas pruebas son
el equivalente de los prodigios...
A pesar de todo, Faraón
se cerró ante lo evidente como el ego rechaza las pruebas y argumentos de la
razón: fa-kádzdzaba wa ‘asà, pero
lo declaró mentira y se revolvió,... El tirano declaró falso lo evidente
(kádzdzaba-yukádzdzib, decir que algo es
mentira). Aunque los milagros de Moisés fueran extraordinarios y
constantes, Faraón se prefirió a sí mismo, y esto es lo que hizo que su
maldad, a partir de entonces, fuera culpable. Su perversión, desde el momento
en que Moisés le mostró el Signo Supremo, ya no era la inclinación del ego,
sino una rebelión contra Allah (‘asà-ya‘sî,
rebelarse, revolverse): zumma
ádbara yas‘à, después volvió la
espalda y se dedicó a lo suyo... Hasta entonces, la maldad de Faraón era
ignorancia, pero ahora volvía la espalda
a Allah (ádbara-yúdbir) y continuó con sus quehaceres (sa‘à-yas‘à, esforzarse,
proponerse algo). Es más, en lugar de purificarse y dejarse guiar para
alcanzar el rango del Temor a Allah, lo que hizo fue crecer en arrogancia: fa-háshara
fa-nâdà, reunió a los suyos y
proclamó..., es decir, congregó a su pueblo (háshara-yáhshur,
reunir, congregar) para hacer una
proclama oficial (nâdà-yunâdî,
llamar, convocar): fa-qâla
ana rábbukumu l-a‘là, diciendo:
“Yo soy vuestro Señor, el Más Elevado”... En esa proclama, Faraón se
asentó definitivamente en su mal, se endiosó por completo, diciendo (qâla-yaqûl)
que él era el Señor (Rabb) de su pueblo, que él estaba por encima de todo (que él era al-A‘là,
el Más Elevado, el Altísimo)...
Eso es lo que precipitó
su destrucción: fa-ájadzahu llâhu nakâla l-â:jirati wa l-ûlà, Allah se apoderó de él con el castigo de la Última y la Primera...
Allah se apoderó de él, lo arrebató (ájadza-yâjudz,
tomar), y esto quiere decir que le impuso su Majestad aniquiladora,
que es Nakâl, un Castigo
Destructor, que lo fulminó en al-Âjira
(la Última) así como lo hizo en la
Primera (al-Ûlà, la vida
actual). Y aquí debemos recordar el contexto en el que está enmarcado este
breve hadîz (relato):
las inmensidades de la existencia y la vuelta de todo lo creado a Allah tras la
muerte. El acontecimiento no es anecdótico, la existencia humana se desenvuelve
en las coordenadas infinitas de la Verdad
(al-Haqq), de Allah, en las
que las resonancias de todo tienen ecos impensables.
El relato de lo que
sucedió a Moisés y faraón era y es popular. En lugar desconsiderarlo una fábula,
lo importante es descubrir su significación, lo que quiere decirnos a todos los
niveles: ínna fî dzâlika la-‘íbratan liman yajshà, ciertamente, en ello hay una enseñanza para quien teme... Se trata
de una narración en la que hay una ‘ibra,
una enseñanza, apropiada para quien teme
a Allah (jáshia-yajshà), para
quien intuye lo que es su Señor, y entonces todo para él es signo. Quien no
teme a Allah se entretiene con todo menos con lo importante del relato. Pero el
dotado de la sensibilidad del sobrecogimiento ante Allah descubre inmediatamente
su significado y se pone en marcha hacia el Señor de los Mundos.