CAPÍTULO
82: LA HENDIDURA
SÛRAT
AL-INFITÂR
revelada
en Meca, 19 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
idzâ s-samâ:u nfátarat
Cuando
el cielo se hienda,
2.
wa idzâ l-kawâkibu ntázarat
cuando
los astros se precipiten,
3.
wa idzâ l-bihâru fúÿÿirat
cuando
los mares se desborden,
4.
wa idzâ l-qubûru bú‘zirat
cuando
las tumbas se revuelvan,...
5.
‘álimat náfsun mâ qáddamat wa ájjarat*
sabrá
cada ser lo que ha adelantado y lo que ha atrasado.
6.
yâ: ayyuhâ l-insânu mâ gárraka bi-rábbika l-karîmi
¡Oh,
ser humano! ¿Qué te ha engañado apartándote de tu Señor, el Generoso,
7.
l-ladzî jálaqaka fa-sawwâka fa-‘áddalaka
el
que te ha creado, te ha nivelado y te ha equilibrado,
8.
fî: áyyi sûratin mâ shâ:a rákkabak*
dándote
la forma que ha querido?
9.
kallâ bal tukadzdzibûna bid-dîni
¡Pero
no! Declaráis mentira el Dîn,
10.
wa ínna ‘aláikum la-hâfizîna
pero
sobre vosotros hay vigilantes,
11.
kirâman kâtibîna
nobles
escribas,
12.
ya‘lamûna mâ taf‘alûn*
que
saben lo que hacéis.
13.
ínna l-abrâra la-fî na‘îm*
Ciertamente,
los rectos están en delite
14.
wa ínna l-fuÿÿâra la-fî ÿahîmin
y
los perversos en Yahîm
15.
yasláunahâ yáuma d-dîni
en
el que se abrasan el Día del Dîn,
16.
wa mâ hum ‘anhâ bi-gâ:ibîn*
y
de allí no se ausentan.
17.
wa mâ: adrâka mâ yáumu d-dîni
¿Qué
te hará saber lo que es el Día del Dîn?
18.
zúmma mâ adrâka mâ yáumu d-dîn*
Otra
vez, ¿qué te hará saber lo que es el Día del Dîn?
19.
yáuma lâ támliku náfsun li-náfsin shái:a*
El
Día en que nadie puede hacer nada por nadie.
wa
l-ámru yaumáidzin lillâh*
El
imperio pertenece ese Día a Allah.
Este capítulo
(sûra) del Corán, dividido en
diecinueve versículos (âyât, plural de aya, versículo,
signo, prodigio), pertenece, como casi todas las suras de la última parte
del Corán, a la época de las primeras revelaciones en la ciudad de Meca
(Makka).
Sidnâ Muhammad
(s.a.s.), movido por una profunda inquietud espiritual y con una poderosa
intuición que le hacía rechazar la grosera idolatría de sus conciudadanos,
decidió realizar retiros en la soledad de una inhóspita montaña en las
proximidades de Meca y en la que había una pequeña cueva conocida con el
nombre de Hirâ. La luz que conducía sus pasos recibe el nombre de Îmân,
que es la que se enciende en los corazones cuya sensibilidad primordial no ha
muerto y los arrastra hacia Allah. Su absoluta sinceridad fue recompensada con
la Revelación (Wahy). A partir de entonces, y a lo largo de veintitrés años,
el Corán le fue siendo dictado para guiar sus pasos y los de los mûminîn,
los que presienten a Allah, los dotados de Îmân,
a los que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) hermanaría dentro de una Nación
(Umma), el Islam.
Pero lo expresado en
el párrafo anterior no es completo. Cuando se profundiza en las enseñanzas
del Islam se descubre y se comprende que la sinceridad de Sidnâ Muhammad
(s.a.s.) no fue lo que desencadenó la Revelación. Hay en ello algo
infinitamente más radical: la elección de Allah. La nobleza de Sidnâ
Muhammad (s.a.s.) había sido querida por Allah, y sus méritos no eran más
que el fruto de la Voluntad que en realidad rige cada acontecimiento en la
existencia. Por ello, la Revelación del Corán trasciende toda justificación.
Es un estallido de lo eterno que fecunda el mundo y lo resquebraja para dejar
paso a la Verdad.
Por eso, el tema
recurrente en los primeros textos del Corán es el del Yáum
ad-Dîn, el Día de la Resurrección
(también Yáum al-Qiyâma, entre
otras muchas denominaciones, cada una con un matiz propio). Sidnâ Muhammad
(s.a.s.) fue el anunciador de que en la existencia de cada ser humano, y en la
de la humanidad entera, tendría lugar lo que él había vivido en la Cueva de
Hirâ. Su propia experiencia fue el correlato de la Inevitable, la
Estremecedora, la Destructora, es decir, de la Hora
(Sâ‘a) en la que todo se
desvanecerá en la emergencia de Allah. Nuestra realidad actual es un velo
tendido sobre esa Esencia.
Cuando Allah se
muestra, todo desaparece, porque Él no es algo que se añada a la existencia,
sino que Él es el Real, el Uno-Único, el Señor de los Mundos, ante quien
todo se reduce a su nada. El Yáum ad-Dîn
es el Día de la Verdad, y es tremendo y violento porque se esfuma todo
aquello en lo que el hombre confiaba, hasta entonces, seducido por su aparente
contundencia, pero ese Día ‘el imperio es de Allah’. Esto es lo que vivió
Sidnâ Muhammad (s.a.s.) en la Cueva de Hirâ, en la montaña de la luz (ÿábal
an-nûr), en la cumbre de su aspiración, en la cima de su viaje.
La idea del Yáum
ad-Dîn es central en el Islam, y no podía ser de otro de modo. Está en
su origen y es su clave. Es el paso del duniâ,
el munfo formal, a al-Âjira,
el universo de Allah. Es la inflexión del espíritu. Ese Puente
tiene infinitas manifestaciones: en la vida personal del que aspira a Allah y
peregrina hacia Él, en todo lo terrible y grave, en la muerte real de cada
individuo, en la destrucción final del cosmos,... donde cada uno y todos
pasan a vivir en la inmensidad del Único Real, una vez retirado el velo de
las circunstancias en las que cada ser humano se expresa justificando y
concretando su Destino en al-Âjira.
Todo repite ese centro en el que Allah se reencuentra con cada criatura en el
seno de la Verdad.
La Otra
Vida, el Más Allá (al-Âjira), no es para el musulmán una esperanza. No se trata de un
dogma en el que tener fe. Es el núcleo de una sensibilidad enraizada en una
complicidad con la existencia. Es a lo que se llama Tawhîd, Unidad y
Unicidad. A una percepción de la realidad en la que cada objeto y cada
acontecimiento es un fragmento aislado y aislable, el musulmán opone su
sensibilidad integradora que avanza hasta descubrir el corazón de la
existencia, la Verdad reunificadora, Allah. Ese instante supone una conmoción
en la que se diluye toda diferencia para manifestarse el Uno, pero en Él cada
cosa pasa a recuperar su identidad en la vastedad de lo infinito, cerrándose
el círculo en el que quedan completadas e integradas todas las dimensiones, y
eso es a lo que se llama Juicio de Allah,
el Hisâb.
Occidente, que ha
recibido las enseñanzas de Jesús (Sidnâ ‘Isà -a.s.-) las ha tergiversado
y acomodado a su modo de sentir la existencia, convirtiendo el tema del Yáum
ad-Dîn en un ‘añadido’ a la realidad en lugar de presentir en él el
punto en que la conciencia es reconducida hacia su misterio más insondable.
La religión, dios, la salvación,... son términos devaluados en esa confusión
nacida de una historia compleja y tensa. Es más, son contrarios al espíritu
que está en sus orígenes, y no sirven para aprehender el fondo de la cuestión.
Los descartamos de nuestras traducciones para posibilitar un entendimiento que
nos acerque al corazón de la sensibilidad de los unitarios (los muwahhidîn, los musulmanes).
Pero es inevitable hacer concesiones, y así emplearemos términos que no nos
satisfacen, como Resurrección, Revelación,
y otros muchos, en aras de una progresión que los vaya superando.
Para cualquier musulmán,
el Yáum ad-Dîn y al-Âjira
significan muchas cosas a la vez. En realidad, los vive y prefigura en cada
uno de los gestos con que da forma a su anhelo espiritual. Las ‘Ibâdas, las prácticas islámicas, son expresiones de una
‘peregrinación’ hacia Allah Absorbente que magnifica en su Ser a cada
musulmán. El sincero se rinde en Allah y es agigantado por su Señor.
Nos dice Allah en
esta sûra: “Cuando el cielo se
hienda, cuando los astros se precipiten, cuando los mares se desborden, cuando
las tumbas se revuelvan,... sabrá cada ser lo que ha adelantado y lo que ha
atrasado”. Antes de analizar, uno a uno, estos cinco primeros versículos
de la sûra, es conveniente una aclaración. Es muy difícil, por no decir
imposible, verter al castellano las posibilidades del texto. Las muchas
connotaciones de cada término árabe no tienen equivalente en castellano.
Además, ni tan siquiera los verbos pueden ser traducidos en un tiempo
definitivo: en árabe están en pasado en frases con valor condicional. Cada
enunciado sirve para describir la experiencia del Profeta, o bien se puede
analizar como exposición de una vía hacia Allah, o ser puesto en futuro como
anuncio de algo por suceder. Una cosa importante, ninguna de las opciones
excluye a la otra, pues en el Tawhîd
no hay tiempo y todo es correlato e imagen de todo. Sería empobrecedor y
falta de criterio la preferencia por un sólo sentido.
Tenemos que empezar
por donde comienzan los musulmanes: se trata de una imagen impactante,
sobrecogedora, que nos sitúa en un extremo límite en el que acaba cuanto
conocemos y comienza lo desconocido, mostrándose desnudo el Poder del dador
de vida y de muerte. Nuestro mundo, aparentemente compacto, se derrumba ante
Allah: idzâ s-samâ:u nfátarat,
cuando el cielo se hienda,... El cielo
(samâ), que en el Corán sugiere
siempre cobijo que da refugio al ser humano, techo de su gran casa, sólido y
sin grietas, se resquebrajará (infátara-yanfátir,
hendirse). De este verbo, que es especialmente sugerente, deriva el
nombre de la sûra: al-Infitâr,
la Hendidura, el resquebrajamiento.
La fragilidad de la creación es símbolo de la inconsistencia de las
seguridades y espectativas del hombre. Salvo Allah, todo es precario.
En ese cielo que ha
perdido su equilibrio para desmoronarse, las estrellas errarán sin dirección,
deshaciéndose: wa idzâ l-kawâkibu ntázarat, cuando
los astros se precipiten,... Los astros
(kawâkib, plural de káwkab),
que hasta entonces orientaban a los viajeros en la noche, dejarán de servir
de guías para precipitarse (intázara-yántazir) esparciéndose en todas las direcciones. El caos se
impondrá ahí donde había orden y precisión. Sólo Allah es inmutable.
Sobre la faz de la
tierra reinará también la destrucción que lo altera todo: wa
idzâ l-bihâru fúÿÿirat, cuando
los mares se desborden,... Los mares (bihâr,
plural de bahr) se desbordarán
(fúÿÿira-yufáÿÿar,
desbordarse, salir de sí, estallar) trasgrediendo sus límites y
anegándolo todo. El mismo verbo podría traducirse como explotarán: los mares
se desintegrarán a la vez que inhundan la tierra.
Por último, la
tierra, perdiendo su estabilidad, escupirá lo que tiene dentro, culminándose
la inversión: wa idzâ l-qubûru bú‘zirat, cuando
las tumbas se revuelvan,... Ese Día terrible, las tumbas (qubûr, plural de
qabr) se revolverán diseminando lo
que contenían (bú‘zira-yubá‘zar,
volcarse hacia fuera).
Se trata del
trastocamiento que acompaña a la emergencia de la Verdad, hasta entonces
disimulada por los pliegues de nuestra existencia. Todo lo guardado, lo que
pasaba desapercibido, aparecerá a la luz del día en la muerte de las
apariencias. Allah nos hace ser y se nos muestra aniquilándonos, y lo formal
se desvanece dejando paso a lo esencial: ‘álimat náfsun mâ qáddamat wa ájjarat, sabrá cada ser lo que ha adelantado y lo que ha atrasado... Cada ser,
cada vida, cada individuo, cada
yo (nafs) sabrá (‘álima-yá‘lam) entonces la trascendencia de cada uno de sus actos
anteriores porque resonarán en el infinito
universo de Allah (al-Âjira).
Sabrá lo que haya adelantado (qáddama-yuqáddim) para ese momento, su ÿihâd,
lo que haya hecho con el objeto de que le sea de provecho en las inmensidades
de lo eterno; y sabrá también lo que dejó atrás (ájjara-yuwájjir), sabrá
de sus esfuerzos inútiles, los que dedicó a un mundo destinado a esfumarse y
que se habrán esfumado con él: todas sus ambiciones, todas sus esperanzas y
miedos, todos sus esmeros y maldades por alcanzar bienes y glorias, todo ello
quedará sumido en la muerte de lo ficticio.
El universo entero
tiene un plazo (áÿal). Cada ser
humano tiene fijado su áÿal.
Cuando se cumple su tiempo, cada realidad regresa a Allah y en Él encuentra
su sentido. Hacia eso nos conduce nuestra existencia, irremisiblemente. Nada
es duradero aquí, tal como nos enseña la experiencia, pero fuera del tiempo,
en la Verdad, no hay condiciones más que la Voluntad de Allah. Ese paso dramático
a lo insondable es lo que está en la raíz de las imágenes anteriores,
expresadas con una contundencia sugerente.
En quien ahonda en
esos presentimientos despierta una luz a la que se llama jáshia,
temor a Allah. Ese temor es una
bendición porque engendra una reflexión urgente. Si el cosmos que la mente
no puede abarcar se rendirá de ese modo a Allah y volverá a Él, ¿cómo
alguien insignificante podría escapar? Es entonces cuando el corazón se
rinde, se vuelve hacia Allah e inicia hacia Él el viaje inevitable, siguiendo
el proceso de la vida misma.
Ese temor
(jáshia) es la clave del amor a
Allah. Allah sacude al que lee el Corán con una descripción como la
anterior, genera en él un pánico que centra su atención en el que lo ha
creado, y descubre entonces toda su Belleza. El enamoramiento viene tras el
impacto que produce la Presencia reductora del Amado. La violencia de Allah es
vivificante, y por ello tras la muerte viene la vida verdadera, o el dolor
eterno si Allah te rechaza.
Tras llamar
poderosamente la atención del que tenía el corazón dormido, tras el
estallido que saca al negligente de su desidia y olvido y lo enfrenta a la
inmensidad del Poder que le aguarda tras la muerte, Allah dice: “¡Oh,
ser humano! ¿Qué te ha engañado apartándote de tu Señor, el Generoso, el
que te ha creado, te ha nivelado y te ha equilibrado, dándote la forma que ha
querido?”. El Corán se propone despertar la gratitud y el amor del ser
humano hacia Allah recordándole los favores con los que lo ha beneficiado. Lo
que es capaz de enamorar al ser humano es intuir la Fuerza, la Bondad y la
Belleza que se esconden tras lo que lo ha hecho ser, lo que le ha dado vida.
Allah no es accesible
en Sí: escapa a los sentidos, no se deja atrapar por los pensamientos. Es más,
cuando la reflexión hace a Allah objeto de sus aspiraciones, lo corrompe.
Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “No penséis en Allah, pensad en los dones de
Allah”. Los dones de Allah nos dejan adivinar su grandeza, y en ellos se le
reconoce y la pasión que se apodera del que es arrebatado por esa Belleza
velada lo conduce hasta sus aledaños.
El ser
humano (insân), llamado así
para subrayar la dignidad y centralidad de las que disfruta, se ha apartado de
Allah dejándose seducir por sus favores: yâ:
ayyuhâ l-insânu mâ gárraka bi-rábbika l-karîm, ¡oh,
ser humano! ¿Qué te ha engañado apartándote de tu Señor, el Generoso,...
El Corán, tras llamar la atención adelantando la escena de la destrucción
del mundo y el despertar de la vida ante Allah, dirige al ser humano un
pregunta: ¿qué es lo que te ha
seducido (garra-yagurr) alejándote de tu Fuente, tu Señor (Rabb), que es Generoso
(Karîm)? Todo lo que tienes te viene de Él, y te aparta de Él,
porque engendra en tí gurûr, que
es una falsa seguridad.
Para que recuperemos
la cordura, el Corán quiere que nos retrotraigamos al momento en que
aparecimos en la existencia, y nos dice de Allah que Él es al-ladzî
jálaqaka fa-sawwâka fa-‘áddalak, el
que te ha creado, te ha nivelado y te ha equilibrado,... Allah, que habrá
de juzgarte en al-Âjira, cuyo
poder infinito adivinas en todo lo que te destruye, te ha
creado (jálaqa-yájluq),
pero no solo eso, también te ha
nivelado (sawwà-yusawwî)
depositando en ti todo lo que necesitas, y lo ha equilibrado (‘áddala-yu‘áddil)
para hacer de ti lo que eres, fî: áyyi
sûratin mâ shâ:a rákkabak, dándote
la forma que ha querido,... y de este modo, eres lo que Él quiere. Él te
ha construido (rákkaba-yurákkib) con
la forma (sûra) que ha deseado: eres lo que Él quiere. ¿Por qué te
apartas de Él hacia dioses y fantasmas? ¿Por qué te sometes a aquello de lo
que no dependes?
Al igual que el
cielo, las estrellas, los mares y la tierra, el ser humano es un prodigio
portentoso, pero al igual que ellos es frágil y quebradizo. Su realidad es
signo del Poder impensable de Allah, su precisión es señal inequívoca de la
Sabiduría de lo que lo ha creado, sus habilidades insólitas y su fuerza, su
creatividad, su imaginación, todos son indicios de las capacidades de la
Verdad que lo configura y estructura, y su muerte y extinción, finalmente,
son testimonios de la preeminencia de Allah.
Cuando a la gente se
le anuncia todo lo anterior, lo declara mentira, negando lo que está en sus
orígenes, volviendo la espalda a la Verdad que los reclama: kallâ
bal tukadzdzibûna bid-dîn, ¡pero
no! declaráis mentira el Dîn,... Con la contundencia de la partícula kallâ, ¡pero no!, típica
de los textos coránicos revelados en Meca, Allah reprocha a los hombres que desmientan
(kádzdzaba-yukádzdzib)
el Dîn, palabra tremenda que
designa al Islam, y también da nombre a la destrucción del mundo y a la
Resurrección, y todo ello está estrechamente relacionado. El término Dîn viene de dáin, deuda.
Es lo que el ser humano debe a Allah: le adeuda el ser, y el ser acaba
volviendo a Él. El Islâm, la claudicación
ante Allah, es el reconocimiento de esa deuda y la peregrinación hacia Allah.
El desmentido
(takdzîb) del ser humano con el
que vuelve la espalda al Profeta, al Corán y a Allah, es una agresión contra
la Verdad, una huida de ella que lo conduce a su opuesto, a la vivencia de la
frustración. El Takdzîb es la
gran mentira del ser humano: al declarar falsa la Revelación, se condena a su
propia mentira, a su existencia al margen de Allah, arraigándose en lo
destinado a ser destruido. Lo contrario al Takdzîb
es el Tasdîq, que consiste
en declarar la autenticidad de la Verdad, la sinceridad del Profeta y la del
Corán, con lo que el ser humano se orienta hacia la Esencia.
El ser humano, seducido
y engañado (magrûr) por la
aparente consistencia de su mundo, se afirma en lo precario, se enorgullece en
su supuesta autonomía y pierde la noción de la Verdad que lo reunifica todo:
wa ínna ‘aláikum la-hâfizîn,
pero sobre vosotros hay vigilantes,...
sobre vosotros, es decir, abarcándoos, hay vigilantes
(hâfizîn, plural de
hâfiz), y se trata
de los ángeles guardianes, que son kirâman
kâtibîn, nobles escribas,...
son seres nobles (kirâm, plural de
karîm, noble, generoso) ya‘lamûna
mâ taf‘alûn, que saben lo que
hacéis..., ellos saben (‘álima-yá‘lam) y
registran lo que hacéis (fá‘ala-yáf‘al)
y vuestras acciones ni se pierden ni son olvidadas, sino que resuenan en el
mundo del espíritu, a la espera del juicio de Allah.
Los hâfizîn
son custodios y albaceas del ser humano, sus testigos en la dimensión
interior. Ellos son los que preservan al hombre, y también los que
proporcionan a cada instante en esta existencia un eco que sólo podemos
calibrar cuando presentimos, imbuidos por el Tawhîd,
que todo tiene una trascendencia que necesariamente se nos escapa ahora, que
todo tiene raíces y consecuencias infinitas. Esto es lo que hace de ellos seres
generosos (kirâm): son obsequio de Allah que tiene como objeto
sobredimensionar al hombre arrancándolo de la precariedad. Nuestro origen está
en lo eterno y la muerte nos devuelve a esa magnitud impensable, y cada uno de nuestros movimientos y cada una de
nuestras calmas son, como nosotros, realidades profundas que emergen del Océano
del Uno y en Él se hunden. Quien afila su sensibilidad, quien pule su Îmân,
entra en contacto con esa Realidad y fluye con ella, conversa en la intimidad
con lo verdadero...
Saber todo lo
anterior es urgente porque inquieta los corazones de los dotados de
esponjosidad ante Allah y los estimula, despertándolos de la hipnosis que
produce el mundo y los conduce hacia la Rahma de Allah, hacia su Misericordia
que los aguarda para hacerse plena en ellos: ínna
l-abrâra la-fî na‘îm, ciertamente,
los rectos están en delite... El Na‘îm,
el deleite, es disfrutar de Allah. Los abrâr, los rectos (plural
de barr, que es la persona recta,
de visión penetrante, que va más allá de las apariencias para descubrir el
corazón de las realidades) son aquéllos que saben de la verdadera medida de
las cosas: el favor (ni‘ma) de Allah, del que disfrutan, no les vela a Allah, y por
ello, porque avanzan en Allah, su deleite va en aumento hasta alcanzar la
eternidad del Secreto que sustenta todas las cosas. Todo aquello de lo que
disfrutamos (la existencia, la vida, los sentidos, el espíritu, y todo lo que
los alimenta y hace crecer) es Ni‘ma
de Allah, es su Favor con el que nos
da placer. Na‘îm es el Paraíso,
es la sensación de gozo, la expansión del ánimo, que crece en lo infinito
de Allah.
Pero hay quienes se
estrechan, aquéllos cuya codicia convierte el Favor de Allah en un infierno: wa ínna l-fuÿÿâra la-fî ÿahîm, los perversos (están) en Yahîm... Los fuÿÿâr (plural de fâÿir)
son los perversos, los trasgresores, los que corrompen el Favor de Allah para
convertirlo en maldad, vivirán en ÿahîm, en el sufrimiento, en un Fuego yasláunahâ
yáuma d-dîn, en el que se abrasarán
el Día del Dîn,... un infierno
(ÿahîm) en el que se
quemarán (salia-yaslà)
el Día de la resurrección, wa mâ hum
‘anhâ bi-gâ:ibîn, y de allí no
se ausentarán... de ahí no tandrán escapatoria, no estarán ausentes
(gâibîn), sino realmente
presentes, sintiendo las consecuencias de su desviación
(fuÿûr).
En el párrafo anterior ha vuelto a ser mencionado el terrible Yáum ad-Dîn, el Día del Dîn, el momento de la justicia: wa mâ: adrâka mâ yáumu d-dîn, ¿qué te hará saber lo que es el Día del Dîn?... Se trata de algo tremendo que escapa a la imaginación y a la capacidad de entendimiento del ser humano, ¿qué puede hacerte comprender (adrà-yudrî, hacer saber) qué es eso? zúmma mâ adrâka mâ yáumu d-dîn, otra vez, ¿qué te hará saber lo que es el Día del Dîn?... la insistencia es para llamar la atención sobre la relevancia del tema. No es algo sobre lo que se pueda pasar sin más. El Yáum ad-Dîn es yáuma lâ támliku náfsun li-náfsin shái:a, el Día en que nadie puede hacer nada por nadie... Es el Día (Yáum) de Allah sólo, de la Verdad Absoluta, cuando ningún ser (nafs) posea (málaka-yámlik) nada de utilidad para otro ser, cuando nadie pueda hacer nada por nadie, wa l-ámru yaumáidzin lillâh, el imperio pertenece ese Día a Allah,... es el seno de la muerte en la que se producirá la Resurrección y cada criatura se enfrente a su Señor, que tendrá entonces el imperio (amr). Con la destrucción del mundo, con el abatimiento del cuerpo, con la disolución de todas las ficciones, cuando se esfumen todas las mentiras, entonces se mostrará el Poder Verdadero, ante el que no habrá recursos. Ese Día (yaumáidzin) es la Hora de Allah...