CAPÍTULO
80: FRUNCIÓ EL CEÑO
SÛRAT
‘ÁBASA
revelada
en Meca, 42 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.
1.
‘ábasa wa tawallà:
Frunció
el ceño y volvió la espalda
2.
an ÿâ:ahu l-a‘mà*
cuando
le vino el ciego.
3.
wa mâ yudrîk* la‘allahû yaççakkà:
¿Qué
sabes? A lo mejor se purifica,
4.
wa yadzdzákkaru fa-tánfa‘uhu dz-dzikrà*
y
recuerda y le beneficia el Recuerdo.
5.
ammâ man istagnà
En
cuanto al enriquecido,
6.
fa-ánta lahû tassaddà
tú
le dedicas atención,
7.
wa mâ ‘aláika allâ yaççakkà*
y
no es obligación tuya que se purifique.
8.
wa ammâ: man ÿâ:aka yas‘à
Quien
te ha venido superando dificultades
9.
wa huwa yajshà
y
temiendo a Allah,
10.
fa-ánta ‘ánhu talahhà
tú
te despreocupas de él.
11.
kallâ* innahâ tádzkira*
¡Pero
no! Es un Recordatorio
12.
fa-man shâ:a dzakarahû
-quien
quiera, que recuerde-
13.
fî súhufin mukárramatin
que
está en páginas veneradas,
14.
marfû‘atin mutahharatin
elevadas,
purificadas,
15.
bi-aidî sáfaratin
en
manos de emisarios
16.
kirâmin bárara*
nobles
y virtuosos.
Este capítulo
(sûra) del Corán (al que sirve de
nombre el verbo que aparece a su cabeza -‘ábasa,
frunció el ceño-) fue revelado en
los difíciles tiempos de Meca, cuando el Islam era víctima de la oposición
de los poderosos de la ciudad. Consta de cuarenta y dos versículos, que son
breves e impactantes. Lo dividiremos en dos partes para su mejor análisis,
limitándonos aquí al estudio de los primeros dieciséis versículos
(âyât).
Esta Sûra es
demoledora. Comienza con un gran reproche dirigido al Profeta (s.a.s.). Él
había organizado una reunión a la que asistían los poderosos de Meca, los
grandes comerciantes que estaban a la cabeza de la ciudad, con la intención
de convencerles para que se hicieran musulmanes o bien para que abandonaran su
hostilidad hacia los musulmanes, una hostilidad que ya anunciaba una época de
persecuciones. En esto, un ciego -ajeno a lo que estaba sucediendo- irrumpió
en la habitación, y pidió a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) que le enseñara el
Islam. El Profeta (s.a.s.) se molestó por la interrupción, frunció el ceño
y volvió la espalda al anciano para continuar con la crucial discusión que
sostenía con los poderosos. Ese gesto le mereció un reproche de dimensiones
inquietantes.
Esta Sûra viene a
enseñarnos que en el Islam no caben estrategias. Precisamente, Islam
significa ‘abandonarse a Allah’, con lo que está fuera de lugar toda
angustia que obligue al musulmán a componendas o negociaciones. Lo que hace
de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) un maestro extraordinario es que diera ocasión a
ese reproche trascendental para clarificar qué es el Islam.
Ibn Abî Maktûm era
un hombre anciano, pobre y ciego, insignificante en la ciudad de Meca. Oyó
hablar de Muhammad (s.a.s.) y de su Mensaje, y acudió a él para escuchar su
enseñanza. Pero Sidnâ Muhammad (s.a.s.) se encontraba en un acalorada e
importante discusión que él creía vital para el futuro del Islam: ‘ábasa
wa tawallà: an ÿâ:ahu l-a‘mà,
frunció el ceño y volvió la espalda
cuando le vino el ciego... El reproche que se le dirige adquiere mayor
severidad al aparecer bajo una forma indirecta. Allah habla a Muhammad
(s.a.s.) para censurar la actitud de ‘ese
que frunció el ceño...’, expresión que debió resultar especialmente
dolorosa al Profeta.
Efectivamente, al
verse interrumpido por el ciego (a‘mà), Muhammad frunció el ceño (‘ábasa-yá‘bis, arrugar
el entrecejo) y le volvió la
espalda (tawallà-yatawallà). Ibn
Abî Maktûm había venido (ÿâa-yaÿî,
venir) hasta él y no fue atendido porque Muhammad (s.a.s.) había
privilegiado a los poderosos o había privilegiado una discusión con ellos
que entendía crucial para el futuro Islam. ¡Pero nada hay en manos del ser
humano...! He aquí una clave esencial.
A continuación, el
Corán cambia de estilo y ya sí habla directamente al Profeta: wa
mâ yudrîk* la‘allahû yaççakkà: wa
yadzdzákkaru fa-tánfa‘uhu dz-dzikrà,
¿qué sabes? A lo mejor se
purifica, y recuerda y le beneficia el Recuerdo... Tú, ¿cómo podrías
saber (adrà-yudrî, hacer saber; mâ
yudrîk, literalmente, significa: ¿qué
te hace saber?) o preveer el futuro? Tal
vez (la‘alla) tus palabras sí sirvan al ciego, y él se purificaría (iççakkà-yaççakkî)
de la idolatría, y recuerde (idzdzákkara-yadzdzákkir)
a Allah, despertando en él algo que haga que le sea de utilidad (náfa‘a-yánfa‘, servir, ser
beneficioso) ese Recuerdo (Dzikrà).
En el texto se utilizan verbos bajo formas poco usuales (iççakkà-yaççakkî,
idzdzákkara-yadzdzákkir)
pero que tienen la ventaja de expresar con densidad lo que significan.
Sidnâ Muhammad
(s.a.s.) -y que sea él precisamente el protagonista de este incidente
acrecienta el alcance y significación de cada palabra- desatendió en esa
reunión al anciano para ‘seguir con su plan’: ammâ
man istagnà fa-ánta lahû tassaddà, en
cuanto al enriquecido, tú le dedicas atención... El Corán se refiere a
los potentados de Meca, reunidos por el Profeta con la intención de guiarlos
al Islam. Con ello albergaba la esperanza de que las cosas fueran mejor para
el Islam. Pero, soterrado en ello, había valoraciones impropias de un musulmán,
había una ‘preferencia’ que iba contra aquello que el Corán quería
sembrar en la tierra.
Veamos las palabras
que emplea el Corán: en cuanto al que se ha enriquecido (istagnà-yastagnî,
enriquecerse), a ése le prestas
atención (tasaddà-yatasaddà),
por el motivo que sea, ya sea impresionado por su riqueza o poder, o ya sea
por considerar que puede facilitarte algo. Pero lo esencial en el Islam es
saber que todo depende de Allah... Esta es la clave, la luz que puede cambiar
las valoraciones, la que puede trastocar toda la existencia rutinaria de los
seres humanos.
La apostilla final
tiene una gran importancia: wa mâ
‘aláika allâ yaççakkà, y no
es obligación tuya que se purifique... Los corazones están en manos de
Allah. No eres tú el que los cambia, sino el Secreto que gobierna los cielos
y la tierra, por lo que no pesa sobre ti esa obligación, la de que se
purifiquen (iççakkà-yaççakkà). Tú eres un comunicador, un maestro, y es Allah el que
es Señor de los Mundos. Cuando el hombre quiere intervenir en los corazones,
cuando desea regir el destino, está compitiendo con Allah. Y eso es contra lo
que nos previene el Corán, del modo radical como lo está haciendo en esta Sûra
sorprendente.
La reunión no era en
sí algo malo, no se censura al Profeta porque hablara con los poderosos, sino
que todo el detalle está en el momento en que frunció el ceño y volvió la
espalda al ciego. Con ello, la asamblea dejó de ser una táctica, una
estrategia lícita, para convertirse en signo de ‘algo que anidaba en su
corazón y que había que erradicar’. Al poner sus esperanzas en el
resultado de esa asamblea y emplearse a fondo por lograr el éxito en ella, el
Profeta había dejado por un instante de tener en cuenta a Allah y había
depositado su confianza en su propio esfuerzo y en un juicio humano, el
supuesto valor de los ricos para mover la historia. Pero el Islam es
‘abandonarse a Allah’, con una radicalidad tan absoluta que cualquier otra
consideración se disipa en la nada.
‘Abandonarse
completamente a Allah’ es salir de las apreciaciones, los juicios, los
valores, las estrategias y las conveniencias comunes. Todo ello debe quedar
atrás para aceptar la Inmensidad como reto que alza al que lo afronta muy por
encima de la mediocridad de los supuestos y las circunstancias. ‘Abandonarse
a Allah’ es liberarse por completo de la pesadez del mundo.
En otro lugar, el Corán
dice: ínna ákramakum ‘índa llâhi atqâkum, el más noble de entre vosotros ante Allah es el más sobrecogido ante
Él. La ‘aristocracia’ que el Islam inaugura se basa en la Taqwà, en el Temor a Allah,
en el Sobrecogimiento ante Él, que
es desatender cualquier interés mundano o egoísta porque el conocimiento y
el saboreo que se tiene de Allah absorbe por completo a ese ‘noble’, lo
engulle para sumergirlo en la contemplación de la Inmensidad y ahí se libera
de fardos. Una imagen sugerente de lo que significa esto es la del Imâm
durante el Salât: la gente que está detrás reproduce sus gestos
desde el momento en que les vuelve la espalda para empezar y dirigir el Salât:
es entonces cuando es Imâm, cuando sirve como modelo para la comunidad, pero
en cuanto acaba el Salât, cuando abandona su recogimiento y se vuelve
hacia la gente, la reunión de disuelve. Es el ensimismamiento en Allah lo que
hace a un musulmán digno de consideración y de ser tenido por noble.
Pero la rutina, los
valores sociales, los juicios derivados de nuestras relaciones, el engaño en
el que vive el común de los mortales, las convenciones nacidas de la historia
particular de cada pueblo, todo ello tiene un peso innegable. La sumisión a
poderes terrestres, la admiración por la riqueza, la valoración de las
apariencias, la asunción de estrategias en cuya efectividad se cree
ciegamente, todo ello es algo de lo que es muy difícil desprenderse. Es
vanidad pretender que se está por encima de eso, y por ello la anécdota a la
que se refiere aquí el Corán -y que tiene como protagonista al mismo Profeta
(s.a.s.)- es una invitación a aceptar que es un reto superar dichas
convenciones, que hasta el Profeta -cuya perfección es uno de los fundamentos
de la Cosmovisión musulmana- fue reprendido por Allah por caer en esa
torpeza, por lo que el musulmán debe emprender toda una lucha personal en lo
más profundo de su corazón para derrotar esos dioses esquivos que acampan en
los corazones sin que muchas veces se les advierta. Y debe saber de antemano
que esa lucha es decisiva y muy penosa, que no se vence pronto ni tiene
soluciones fáciles y tampoco admite concesiones.
El Profeta, a pesar
de su perfección, prestó atención a unos hombres perversos confiando en
convencerles y desatendió a alguien que acudió a él con sinceridad y a
quien era probable que sus palabras sirvieran infinitamente más que a los
poderosos que dominaban la ciudad: wa
ammâ: man ÿâ:aka yas‘à wa
huwa yajshà fa-ánta ‘ánhu talahhà, quien
te ha venido superando dificultades y temiendo a Allah, tú te despreocupas de
él... El reproche continúa, y Allah dice a su Amado -a Muhammad
(s.a.s.)- que había despreciado a alguien que había
venido (ÿâa-yaÿî) hasta él
superando dificultades (sa‘à-yas‘à,
caminar realizando algún esfuerzo), debido a su ceguera y a su
vejez, y lo hacía con sinceridad, con el corazón limpio, movido por el Temor
a Allah (jashia-yajshà, temer). Sin
embargo, Muhammad (s.a.s.) se despreocupó
de él (talahhà-yatalahhà), y este último verbo es especialmente duro porque en
realidad significa despreocuparse de
algo perdiendo el tiempo, entretenerse
en algo vano cuando hay algo importante por hacer. Todos los verbos de
este pasaje de la Sûra coinciden en añadir la sonoridad de sus formas a la
intensidad de sus significados, por lo que el tono de reproche se acrecienta,
pero es intraducible.
El reproche acaba de
una forma violenta: kallâ, ¡pero no!... Es la única vez en todo el Corán que Allah dirige
esta interjección al Profeta (s.a.s.). Sólo se emplea para censurar algo del
todo intolerable. Tiene tal fuerza que los comentaristas del Corán coinciden
en señalar que marcó un nuevo ‘nacimiento’en Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y
determinó la orientación que a partir de entonces debía tener el Islam. A
partir de entonces, Muhammad (s.a.s.) dejó de intentar ser un
‘estadista’, para pasar a fluir con Allah, sirviendo de modelo válido
para todo musulmán.
El Profeta (s.a.s.)
estaba cumpliendo su misión, que es el Da‘wa,
la Difusión del Islam. Con ello, derramaba Agua Pura sobre la creación.
Al trasmitir el Islam, todo musulmán está purificando el mundo que le rodea,
pero no debe confundir su acción con una batalla particular. Por ello, debe
saber exactamente qué es el Islam, qué Mensaje está trasmitiendo, y a ello
responde a continuación el Corán: innahâ
tádzkira, es un Recordatorio...
El Islam es Tádzkira, un Recordatorio,
consiste en comunicar una enseñanza capaz de despertar un Recuerdo antiguo en
el corazón del ser humano. Eso que debe ser recordado es la Pureza, es Allah,
es la Inmensidad: fa-man shâ:a
dzakarahû, -quien quiera, que
recuerde-,... es decir, no compete al mensajero que su interlocutor acepte
o rechace lo que le trasmite, quien quiera
(shâa-yashâ), que recuerde a Allah (dzákara-yádzkur),
y quien no quiera recordar a Allah que no lo haga, y es porque eso depende de
lo que haya en el corazón, y ese ámbito pertenece en exclusiva a Allah. No
se puede forzar a nadie a ser musulmán, no se puede obligar a nadie a que
sienta lo que no siente. En eso no caben estrategias, ni negociaciones, ni
componendas,...
Pero hay más, y es
la nobleza de ese Mensaje dirigido a la humanidad, y cuya grandeza no debe ser
contaminada por las angustias o las prisas del que lo trasmite: fî
súhufin mukárrama,
está en páginas veneradas,... ese mensaje viene de Páginas
(Súhuf) Veneradas
(Mukárrama), es decir, primero ha sido inscrito por Allah en
‘naturalezas de luz’ que son puras, que han sido glorificadas por Allah
mismo, marfû‘atin mutahhara,
elevadas, purificadas,... páginas
que están muy por encima de la tierra y de las circunstancias de la tierra (marfû‘a,
son páginas elevadas), y son puras
(mutáhhara), están exentas
de las frivolidades y manipulaciones de los seres humanos,... bi-aidî sáfaratin kirâmin
bárara,... en manos de emisarios
nobles y virtuosos... Ese Mensaje venerado, elevado, puro, está en manos
(aidî, plural de yad, mano)
de emisarios (sáfara,
plural de safîr, emisario,
embajador) que son nobles (kirâm, plural de karîm,
noble, generoso) y virtuosos (bárara,
plural de bârr), que son los Malâika,
los Ángeles, los Seres de Luz,
a quienes deben asemejarse los seres humanos que emprendan el Da‘wa,
la Difusión del Islam. El modelo está ahí, en ese Mundo
Trascendente, y no en las supercherías, los tejemanejes y las estrategias de
los hombres...
En los comentarios a este pasaje del Corán las explicaciones aparecen intercaladas por numerosos ejemplos de cómo el primer Islam se empapó de las implicaciones de las palabras que acabamos de analizar. Un sin fin de anécdotas nos hablan del esfuerzo del Profeta (s.a.s.) por inculcar en los primeros musulmanes los nuevos valores que le iban siendo revelados hasta configurar una generación de una nobleza extraordinaria y que fue la que protagonizó el extraordinario empuje que se desbordó fuera de los desiertos de Arabia para crear una nueva civilización.