CAPÍTULO
84: EL
DESGARRO
SÛRAT
AL-INSHIQÂQ
revelada en Meca, 25 versículos
16.
falâ: úqsimu bish-sháfaqi
¡Pero
no! Juro por el crepúsculo,
17.
wa l-láili wa mâ wásaqa
y
por la noche y lo que congrega,
18.
wa l-qámari idzâ ttásaqa
y
por la luna cuando se completa,...
19.
la-tárkabunna tábaqan ‘an tábaq*
¡pasaréis de un estado a otro!
20.
fa-mâ láhum lâ yûminûna
¿Qué
les pasa que no abren sus corazones,
21.
wa idzâ qúria ‘aláihimu l-qur-ânu lâ yasÿudûn*
y
cuando se les lee el Corán no se prosternan?
22.
bal il-ladzîna kafarû yukadzdzibûna
Pero
los que han negado a Allah desmienten
23.
wa llâhu á‘lamu bi-mâ yû‘ûn*
y
Allah sabe bien lo que contienen...
24.
fa-báshshirhum bi-‘adzâbin alîm*
¡Anúnciales
un castigo doloroso!
25.
illâ l-ladzîna â:manû wa ‘amilû s-sâlihâti
Pero no a los que se han
abierto de corazón y actúan rectamente:
lahumû:
áÿrun gáiru mamnûn*
hay
para ellos una recompensa ininterrumpida...
Tras
habernos introducido en al-Âjira, el
Universo de Allah, al que accederemos con la muerte -la cuál nos expondrá
por completo a lo que Allah quiera-, el Corán nos devuelve a este mundo-signo
de Allah (‘âlam). Para el mûmin,
el universo entero es reverberación de las verdades que están en sus
cimientos, y sus cimientos son el Poder Absoluto de Allah y su Eternidad.
En
el Islam se le llama duniâ al mundo en su
materialidad. No es una denominación peyorativa, pero pone el acento en su
densidad que muchas veces ciega al hombre y le impide ver más allá. Pero
cuando el mundo se trasforma ante el musulmán, gracias a su experiencia
espiritual, y pasa a ser signo (aya, ‘alâma) y le dice
muchas cosas, entonces el mundo pasa a llamarse ‘âlam, y Allah es Rabb
al-‘Âlamîn, el Señor de los
Mundos.
Después
de habernos sumergido en lo que nos aguarda, que es nuestra desnudez ante el
Poder Absoluto de Allah, y habernos hecho saborearlo en lo definitivo de la
eternidad, regresamos a nuestro mundo, y ante nosotros el mundo es ahora otra
cosa y descubrimos el Poder de Allah forjando ya cada instante: falâ:
úqsimu bish-sháfaq, ¡Pero no!
Juro por el crepúsculo,... Esta tercera parte de la sûra comienza con un
¡no! tajante (lâ, ¡no!). Es una
exclamación que sirve para romper el discurso y reclamar de nuevo nuestra
atención. Tras habernos permitido la contemplación de un mundo interior
extraordinario, el Corán nos ‘espabila’ con el ¡no! que nos sitúa ahora en otra parte.
Para
que no disminuya la intensidad, inmediatamente a continuación Allah jura (áqsama-yúqsim,
jurar). El juramento (qásam)
es un recurso constante en el Corán durante su primera época. Con él el
lenguaje se hace contundente y las expresiones son vigorosas.
El
juramento comienza mencionando el crepúsculo (sháfaq),
que es el instante que sigue a la puesta del sol: la naturaleza se calma
mientras las penumbras van apoderándose del mundo wa
l-láili wa mâ wásaq, y por la
noche y lo que congrega,... el juramento sigue para hablar de la noche
(láil) que junta y reúne (wásaqa-yásiq,
congregar, acumular, abarcar), como si abrazara y acogiera en su
seno a la existencia entera sumiéndola en la oscuridad. Es difícil no darse
cuenta de la consonancia con lo dicho antes sobre el efecto de la muerte, y el
juramento resulta ser una escenificación de las verdades referidas, y que
tienen su plasmación en la sucesión del tiempo en nuestra existencia
cotidiana: wa l-qámari idzâ ttásaq,
y por la luna cuando se completa,...
y en medio de esa oscuridad nocturna, semejante a las penumbras de la tumba,
resplandece la luna (qámar)
de la Resurrección, y se completa todo (ittásaqa-yáttasiq,
completarse, alcanzar la armonía)... La creación sigue una lógica
interna que la conjuga, y todo está entrelazado sobre una suprema significación
(ma‘nà).
Las imágenes eran para enmarcar lo que sigue: la-tárkabunna tábaqan ‘an tábaq, ¡pasaréis de un estado a otro!... el crepúsculo, la noche y la luna son testigos de la verdad de lo que Allah dice, y es que vosotros, los seres humanos pasaréis de un estado a otro, al igual que todo en la naturaleza. Hay una constante superación de fases (tábaq, fase, estado, nivel, capa) hasta alcanzar la plenitud, y todas ellas las cabalgará (rákiba-yárkab, cabalgar, montar) el hombre. Cada criatura da pasos hacia su Señor, superando la distancia, hasta encontrarse con Él en la muerte, a partir de la que también empiezan nuevas fases, y el hombre pasará por la Exposición de los Actos, la Balanza, el Interrogatorio, el Sendero, el Estanque, etc.
Mientras resuenan en los oídos
del lector las últimas palabras del pasaje anterior, el Corán expresa su
asombro ante la desidia del hombre, el cual vive en medio de signos que no
dejan de recordarle que la existencia entera se dirige a su ocaso en la verdad
en la que ha tenido origen, y en la que se reencontrará con su Señor: fa-mâ
láhum lâ yûminûn, ¿qué les
pasa que no abren sus corazones,... ¿qué sucede al hombre que no abre su
corazón a pesar de que Allah llama a su puerta en cada signo con el que se
encuentra? El cosmos, la naturaleza, el ser humano en si, todo habla de Allah,
de su Fuerza y de su Ciencia. El Îmân,
la apertura exigida, es sensibilidad,
es esponjosidad. Pero en lugar de
expandir esa riqueza, el hombre se cierra (káfara-yákfur,
cerrarse, esconder, camuflar, negar, rechazar, ser desagradecido).
El
Corán se pregunta por qué el ser humano no se abre (âmana-yûmin, abrirse hacia Él,
recoger lo que viene de Él, confiar en Él), por qué no estimula en sí
el Îmân, por qué no se expande
con él, por qué no lo acompaña al infinito al que aspira el Îmân, la intuición más
íntima que anida en su corazón.
El
Îmân es estimulado una y otra vez
por los infinitos signos de Allah y por los profetas, es decir, por las
Revelaciones en medio de las que vive cada hombre. Y de entre esos signos
extraordianrios, el más grande es el Corán. ¿Por qué wa idzâ qúria ‘aláihimu l-qur-ânu lâ yasÿudûn, cuando se les lee el Corán no se prosternan?... El Corán le es
recitado (qúria-yuqra, ser recitado o leído,
voz pasiva de qáraa-yaqra,
recitar, leer) al hombre y
el hombre no reacciona, y su reacción debiera ser prosternarse, llevar la frente al suelo (sáÿada-yásÿud), es
decir, rendirse por completo a Allah, someterse a Él, retornar a Él...
Para
no hacerlo, el hombre se revuelve: bal
il-ladzîna kafarû yukadzdzibûn, pero
los que han negado a Allah desmienten... los que reprimen su Îmân,
los que se cierran y se tornan
insensibles (káfara-yákfur, cerrarse, esconder,
camuflar, negar, rechazar, ser desagradecido) se escudan tras el takdzîb,
el desmentido. Dicen que el Corán miente, que los signos engañan, que
nada significa nada, y así cierran los ojos y se hunden en su ignorancia y
egoísmo: wa llâhu á‘lamu bi-mâ yû‘ûn,
y Allah sabe bien lo que contienen...
Allah sabe bien (es á‘lam, el mejor
conocedor) de lo que hay en ellos (au‘à-yû‘î, contener). Él
sabe mejor que nadie lo que guardan en sus pechos, los secretos que esconden,
las enfermedades que encierran en sus corazones, las causas más secretas de
sus maldades, lo que les hace retrotraerse, lo que les aleja, lo que les lleva
a declarar falsos los signos de su Señor, y es algo que será quemado... fa-báshshirhum
bi-‘adzâbin alîm, ¡anúnciales
un castigo doloroso!... les aguarda un tormento (‘adzâb,
tormento, castigo) que será alîm,
doloroso.
Allah
ordena al Profeta trasmitir (báshshara-yubnáshshir, anunciar)
a los kuffâr la noticia del tormento que les aguarda porque él ha sido
enviado a todos, a los musulmanes y a los no-musulmanes, para comunicar a cada
cual su Destino en la Inmensidad de Allah, en al-Âjira, en la existencia
que hay tras la muerte. El verbo báshshara-yubáshshir
significa en realidad dar una buena noticia, comunicar una bushrà
o bishâra, una noticia que alegra. Al Profeta (s.a.s.) se le llama también Bashîr,
el Anunciador de una buena noticia. Suponemos que aquí se emplea el verbo
con ironía. Normalmente, el Corán emplea en estos casos el verbo ándzara-yúndizr, advertir, amenazar,
pues la función del Profeta (s.a.s) ante los kuffâr es la de ser un Advertidor
(Nadzîr), alguien que pronuncia
una advertencia (indzâr).
Después
de haber ordenado al Profeta anunciar a los kuffâr
un destino terrible en al-Âjira
(el ‘adzâb alîm, el castigo
doloroso), se introduce una excepción retórica: illâ
l-ladzîna â:manû wa ‘amilû s-sâlihât, pero
no a los que se han abierto de corazón y actúan rectamente... Es retórica
porque en ningún momento el Profeta debía comunicar ese destino a los mûminîn
como para ser después exceptuados. El empleo de la partícula illâ,
pero no a, excepto, salvo, es para
interrumpir la sentencia e introducir un mensaje contrario y hacerlo de forma
desconcertante y quede así subrayada, precisamente, la diferencia.
En
contraposición, para los mûminîn, para quienes se
hayan abierto a Allah interiormente (âmana-yûmin)
y exteriormente hayan obrado con rectitud (‘ámila-yá‘mal,
hacer, sâlihât,
acciones rectas y conformes a la
Voluntad de Allah), en lugar de un castigo doloroso, lahumû: áÿrun gáiru mamnûn,
hay para ellos una recompensa ininterrumpida... para ellos habrá una recompensa
(aÿr), es decir, recogerán junto a Allah el fruto en la eternidad
de su Îmân y de sus acciones
presentes (las sâlihât,
los actos nobles), y ese fruto será
mamnûn, ininterrumpido en la Casa de
la Eternidad (Dâr al-Baqâ).