CAPÍTULO 88: LA QUE CUBRE

SÛRAT AL-GÂSHIA

revelada en Meca, 26 versículos

 

índice

 

 17. a fa-lâ yanzurûna ilà l-íbili káifa júliqat

¿Es que no miran hacia los camellos? ¿cómo fueron creados?

18. wa ilà s-samâ:i káifa rúfi‘at

¿y el cielo? ¿cómo ha sido elevado?

19. wa ilà l-ÿibâli káifa núsibat

¿y las montañas? ¿cómo han sido erigidas?

20. wa ilà l-árdi káifa sútihat*

¿y la tierra? ¿cómo ha sido extendida?

21. fa-dzákkir innamâ: ánta mudzákkir*

¡Hazles recordar! Sólo eres un recordador...

22. lásta ‘aláihim bi-musáitir*

¡No tienes autoridad sobre ellos!

23. illâ man tawallâ wa káfara

Pero a quien vuelva la espalda y rechace

24. fa-yu‘ádzdzibuhu llâhu l-‘adzâba l-ákbar*

Allah lo atormentará con el Castigo Mayor...

25. ínna ilainâ: iyâbahum

Hacia Nos regresan,

26. zúmma ‘aláinâ hisâbuhum*

y nos encargamos de pedirles cuentas.

 

             El Corán nos ha sugerido el carácter tremendo del Poder (Qudra) de Allah que adopta dos formas opuestas, una destructiva (el Qahr) y otra creadora (Rahma); dicho en otras palabras, un poder majestuoso y aterrador (ÿalâl) y un poder hermoso y amable (ÿamâl). Nos ha hecho sentirlos introduciéndonos en el reino de la muerte donde el rigor de ésta nos hace completamente pasivos: no podemos resistirnos ahí a Allah y Él se impone en esas soledades. La imaginación entonces nos muestra a nosotros mismos expuestos sin remedio a la intensidad de esas fuerzas magnificadas en la desmesura de lo que supone estar fuera del tiempo y el espacio, en lo infinito de al-Âjira.

            Pues bien, el Corán a continuación nos hace ver que ese mismo Poder Infinito, que hemos presentido en la desproporción de al-Âjira, es lo que que configura nuestra existencia actual, lo que hace ser a cada realidad. Sólo la ceguera de nuestra agitación nos lo impide ver. Tras habernos asomado al Fuego y al Jardín, el Corán nos devuelve a nuestro mundo inmediato (duniâ), provistos ahora de una visión más aguda que nos permitirá maravillarnos ante cosas que antes nos pasaban desapercibidas.

            Allah habla a la humanidad y le hace preguntas y reproches: a fa-lâ yanzurûna ilà l-íbili káifa júliqat, ¿es que no miran hacia los camellos? ¿cómo fueron creados?... El verbo mirar (zara-yánzur) significa fijarse, posar la vista sobre algo con detenimiento, y también analizar, tener en consideración, reflexionar. ¿Es que los hombres jamás se han hecho preguntas sobre los camellos (íbil)? Hemos dicho que Allah hace estas preguntas a todas las gentes, pero las cuestiones hacen referencia a elementos más cercanos a los beduinos. Y esto no sólo en atención al contexto en el que fue revelado el Corán, sino porque los animales, el cielo, las montañas y la tierra, majestuosos y bellos, tienen una fuerza primigenia en el desierto, como si estuvieran en su estado más puro. Ahí, nada distrae al hombre: todo se presenta ante él con la intensidad de lo telúrico. Al situarnos en ese medio, el Corán nos invita a pensar en la realidad desnuda de los artificios con los que la disfrazamos nosotros. Es en la aridez de los espacios desérticos donde la verdad está más cerca.

            Por tanto, el Corán, en lugar de hablarnos de animales en general, nos sitúa en el desierto al citar en concreto a los camellos (íbil, nombre genérico). El camello tiene una serie de carácterísticas que el beduino reconoce inmediatamente: es un animal extremadamente útil, y a la vez nada exigente; es fuerte y tiene envergadura, y a la vez es tan dócil que un niño puede guiarlo. Algo tan sorprendente, ¿nadie nunca ha preguntado de dónde viene?

            El beduino no lo ha creado, ni el camello ha surgido por generación espontánea. ¿Cómo ha sido creado (júliqa-yújalq, ser creado, voz pasiva de jálaqa-yájluq, crear)? La palabra jalq significa creación, y también significa manera de ser: ¿qué es lo que ha creado al camello? ¿quién lo ha hecho ser como es? No se trata de algo con lo que simplemente tropezamos en el desierto; es un animal fundamental para la existencia del beduino, que depende de él para sus viajes, su comercio, su alimentación, sus guerras,... Sólo algo fabuloso ha podido ser el origen de un ser -si se analiza- tan fabuloso como es el camello, como lo es cualquier animal, como lo es cualquier forma de vida... Es el Poder de Allah (al-Qudra al-Ilâhía), que hemos adivinado en las escenas apabullantes que nos hablan de esa energía en su estado puro, configurando nuestro infierno o nuestro paraíso y dando hechura a cada ser y a cada acontecimiento.

            La siguiente pregunta hace referencia al cielo: wa ilà s-samâ:i káifa rúfi‘at, ¿y el cielo? ¿cómo ha sido elevado?... La mención del camello en el versículo anterior nos sugiere que el Corán se refiere al cielo (samâ) del desierto: es ahí donde es más claro, más infinito, más primario. Con frecuencia, el Libro orienta nuestras miradas hacia las inmensidades del cielo, que es sugerente, enigmático, grandioso... El cielo sugiere alturas infinitas, ¿cómo ha sido alzado (rúfi‘a-yúrfa‘, ser elevado, voz pasiva de ráfa‘a-yárfa‘, elevar)? ¿quién lo ha poblado de estrellas? La emoción que produce el cielo en quien fija en él su mirada contiene la respuesta, e invita a un recogimiento que inmediatamente comunica al ser humano con su propio Creador, en quien está el Poder Infinito, un poder majestuoso y bello...

            A continuación, el Corán nos pregunta por las montañas: wa ilà l-ÿibâli káifa núsibat, ¿y las montañas? ¿cómo han sido erigidas?... Las montañas (ÿibâl, plural de ÿábal) es tierra que se alza hacia el cielo: han sido erigidas (siba-yúnsab, voz pasiva de saba-yánsab, erigir). Son como un deseo, como la fuerza de la aspiración en el ser humano, como la energía de su intención. Por eso, las montañas son siempre gigantes. Fue en una montaña donde Muhammad (s.a.s.) recibió la Revelación.

            Por último, el Corán dirige la atención de la humanidad hacia la tierra sobre la que habita: wa ilà l-árdi káifa sútihat, ¿y la tierra? ¿cómo ha sido extendida?... La tierra (ard) es como una superficie que ha sido aplanada (tiha-yústah, voz pasiva de taha-yastah, extender, allanar) para acoger la vida. ¿Quién la ha configurado de tal modo que es idónea para el hombre? ¿qué Poder irrepresentable la ha abierto a la vida? La tierra invita a depositar la confianza en quien ha creado el universo.

            El cielo, las montañas, la tierra, son anteriores al hombre: él ha sido precedido por lo que lo ha posibilitado ¿no es capaz de reflexionar sobre la grandeza de la existencia y salir de su círculo cerrado, de su estrechez en medio de mentiras y frustraciones? El universo entero le habla de Allah, del Absoluto en el que reside la Voluntad que se alía al Poder y la Ciencia para dar forma a la Rahma, la Misericordia Vivificante, la esencia que urde a cada ser humano. En esas inmensidades el corazón encuentra paz y es estimulado. Estas sencillas reflexiones son capaces de liberar al hombre y sacarlo de sus tribulaciones, y transformarlo en soberano (jalîfa). Y para completar su favor (fadl) a la humanidad, Allah envía recordadores: mensajeros suyos cuya misión es la de reorientar al hombre e incitar en él una meditación que lo saque de la estrechez, al igual que Allah hizo cuando lo extrajo de la nada para darle existencia y vida...

            Ahora, Allah se dirige a su Mensajero (s.a.s.) y le da una orden: fa-dzákkir innamâ: ánta mudzákkir, ¡hazles recordar! sólo eres un recordador... o bien: “ciertamente, tú eres un recordador (mudzákkir)”. La misión de Muhammad (s.a.s.) -como la de todos los profetas- es la de hacer recordar (dzákkara-yudzákkir). ¿Qué es lo que el ser humano debe recordar? Debe recordar a Allah, el Inmenso, y salir con ese Recuerdo (Dzikr) de sus penurias. Recordar a Allah es sumergirse en lo que Él significa, en todo lo que evoca su Nombre. Cuando se conoce a Allah y se le menciona, caen los ídolos, se desvanecen los fantasmas, y todo se diluye en la grandeza del Uno, la Única Verdad (al-Haqq). Y en el Recuerdo de Allah está la clave para salir del aprieto en este mundo (duniâ) y tras él, en al-Âjira, cuando todo se reúna ante la Verdad.

            Ésa era la misión de Muhammad -ése era su Mensaje, Risâla-, y a ello dedicó su vida desde que fue iluminado en la montaña de Hirâ. Ésa es la función que debía cumplir, lásta ‘aláihim bi-musáitir, ¡no tienes autoridad sobre ellos!... La Hegemonía (sáitara) corresponde a Allah, y no a ningún otro. Él es quien decide, y no su Profeta, que es su esclavo, y no puede imponer nada (no es musáitir -o musáitir-, alguien dotado de poder o autoridad). Es Allah el que guía o confunde, el que mueve la existencia en una dirección u otra, Él es el Eficaz, el Hacedor. Es Allah el que doblega al hombre. Por tanto, el Profeta no debía esperar éxito como resultado de sus esfuerzos. Sólo la Voluntad de Allah tiene cumplimiento. El hombre debe actuar: ésa es su esencia. Pero es Allah el que culmina las acciones, del mismo modo en que es Él el que las inicia y las sostiene.

            Y todo eso es extraordinariamente importante: es el antídoto contra la arrogancia o la frustración del ser humano. El musulmán es invitado a desplegar sus potenciales como cumplimiento de lo que Allah ha depositado en él, pero con una visión amplia con la que se integra -gracias al conocimiento que le inspira el Corán- en ritmos que le trascienden. Queda así desbloqueado, pierde la obsesión por el control, y permite la realización de verdades de la que es traductor con su existencia. Y a través de él se derrama entonces la luz creadora, y su dinamismo lo conduce finalmente a la abundancia infinita de Allah.

            El Corán fue revelado para expandir al ser humano, para mostrarle la grandeza del universo, para mostrarle el Secreto que lo hace ser, para insinuarle la grandeza del Poder que lo configura, para orientarlo en esa única dirección. Quien responde a la llamada del Corán se asoma a Allah, illâ man tawallâ wa káfar, pero a quien vuelva la espalda y rechace... quien desprecie el Corán o al Mensajero (tawallà-yatawallà, volver la espalda a algo) y lo rechace (káfara-yákfur, rechazar algo, negarlo, ser ingrato), ése seguirá inmerso en su miseria fa-yu‘ádzdzibuhu llâhu l-‘adzâba l-ákbar, y Allah lo atormentará con el Castigo Mayor... en la muerte y en la Resurrección. Su vida es tormento (‘adzâb), y lo encontrará sobredimensionado en lo infinito de al-Âjira, y saboreará entonces el Castigo Mayor (al-‘Adzâb al-Ákbar). Allah lo atormentará (‘ádzdzaba-yu‘ádzdzib) de un modo inimaginable, en un Fuego (Nâr) eterno, correlato de su ignorancia, su escasez, su maldad, y su frustración...

            Al final de la sûra, resumiéndolo todo, Allah habla de sí: ínna ilainâ: iyâbahum, hacia Nos regresan,... el iyâb, la vuelta de los seres humano, su muerte, es hacia Allah. Todo regresa a Él: de Allah parte la existencia y en Él se consume. Su Voluntad, su Poder y su Ciencia (de ahí el plural mayestático) han configurado a cada ser, lo han sostenido y finalmente lo recuperan. Y ahí, en el reencuentro con las esencia  zúmma ‘aláinâ hisâbuhum, nos encargamos de pedirles cuentas..., en ese momento, Allah hace justicia. Es el Hisâb de Allah, su Cálculo con el que todo tiene su cumplimiento en la Verdad.

            ¿Qué significó toda esta última parte de la sûra para Muhammad (s.a.s.), a quien va dirigida en especial? Él (s.a.s.) se supo encargado de cumplir una misión, pero tropezó con la resistencia de sus conciudadanos de Meca. Sus fracasos eran causa de un sufrimiento que le hacía creer que no cumplía adecuadamente con lo que debía hacer. El Corán responde a su inquietud y le consuela: él no es el que decide. Su acción es suficiente en sí, o debe mejorarla, pero es Allah el que en última instancia se impone, y frustra incluso al mismo Profeta para que jamás se vea como centro de nada, invitándolo a una constante abdicación ante Allah, no ante las circunstancias adversas. Es Allah el que se manifiesta, es Él el que convoca a los hombres, y lo hace porque a Él van a retornar con la muerte y Él es el que les va a exigir cuentas, no Muhammad (s.a.s.). Es Él el centro, y cada cual, a lo largo de su vida, debe despertar a esa Verdad, y no hay otra.

 

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