CAPÍTULO 86: EL ASTRO NOCTURNO

SÛRAT AT-TÂRIQ

revelada en Meca, 17  versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. wa s-samâ:i wa t-târiqi

¡Por el cielo y el astro nocturno!

2. wa mâ: adrâka mâ t-târiqu

¿Qué te hará saber lo que es el astro nocturno?

3. n-náÿmu z-zâqibu

Es la estrella penetrante...

4. in kúllu náfsin lamâ ‘alaihâ hâfiz*

Sobre cada vida hay un guardián...

5. fal-yánzuri l-insânu mímma júliq*

¡Que mire el ser humano de qué ha sido creado!

6. júliqa min mâ:in dâfiqin

Ha sido creado a partir de un líquido que fluye,

7. yájruÿu min báini s-súlbi wa t-tarâ:ib*

que sale de entre la columna vertebral y las costillas...

8. innahû ‘alà raÿ‘ihî la-qâdirun

Él es capaz de hacerle volver

9. yáuma tublà s-sarâ:iru

el Día en que sean probados los secretos:

10. fa-mâ lahû min qúwwatin wa lâ nâsir*

no tendrá fuerza ni quien lo auxilie...

 

             Las sûras reveladas en Meca coinciden en su carácter apremiante. Todas son llamadas de atención, gritos -muchas veces espeluznantes- que quieren despertar algo dormido en el oyente. Son advertencias que adquieren formas contundentes, empleando un lenguaje que insinúa desproporciones a las que es ajeno el ser humano en su cotidianidad, y en las que radica su esencia y su destino.

            Y esta sûra -el capítulo del astro nocturno (târiq)-, de diecisiete versículos revelados todos ellos en Meca, es modélica. En ella se conjugan un ritmo marcado y una rima en armonía con el sonido y connotaciones de las palabras y la fuerza de sus temas. Como todos los textos del Corán, es para ser recitada, es decir, para ser saboreada en el paladar de modo que participe en su significación todo el ser, y no haya sólo un entendimiento superficial basado en lo que quieren decir las palabras y los verbos... El Corán no pretende satisfacer ninguna curiosidad sino remover cimientos.

            Esta sûra nos habla de algo que nos protege, guía y vigila, y ante ese algo no tenemos fuerza ni quien nos auxilie: estamos expuestos a un Guardián (Hâfiz) Eterno, y esto es serio, y no una frivolidad... De ello se deriva una terrible amenaza: las artimañas del hombre son nada, todo aquello con lo que se evade es inútil, y por siempre está a merced del Guardián. Y el tiempo es nada al lado de esa Verdad, y por ello, el musulmán no debe ser confundido por los avatares de la vida ni apresurarse, pues todo es según una sabiduría que tiene las proporciones de lo infinito... Y el Corán nos habla de todo esto en esta sûra incluyéndolo entre juramentos que dirigen nuestra visión hacia la envergadura inconmensurable del cosmos en el que residimos. La majestad del universo es signo de la grandeza que lo sostiene, y es como si antes no nos hubiéramos dado cuenta de algo tan revelador, sencillo, definitivo y contundente...

            La sûra comienza con la fuerza de un juramento (qásam) que nos habla del cielo y de las estrellas: wa s-samâ:i wa t-târiq, ¡por el cielo y el astro nocturno!... Estas palabras nos sitúan en la noche, cuando el cielo (samâ) es intensamente oscuro, pero en él brilla un astro nocturno (târiq). El târiq es lucero, y literalmente significa alguien que llega de noche, alguien que llama a la puerta... ¿A qué luminaria se refiere el Corán?: wa mâ: adrâka mâ t-târiq, ¿qué te hará saber lo que es el astro nocturno?... Cada vez que el Corán habla de algo cuyo sentido no es inmediato, interpola este tipo de paradas en el texto que sugieren un significado profundo que no es posible captar sin un momento de reflexión: ¿qué te hará saber (ádraka-yúdrik) lo que es el târiq? A continuación, el Corán responde a su propia pregunta con una descripción genérica: an-náÿmu z-zâqib, es la estrella penetrante... El astro nocturno es toda estrella (naÿm, colectivo de naÿma, estrella) penetrante (zâqib) cuya luz atraviesa la oscuridad de la noche y la quiebra siendo una excepción en su negrura. No se trata de una estrella en concreto: el târiq es la luz que rompe la densidad del cielo en la noche... Ahora bien, lo que debe sugerirnos cada estrella del firmamento, viene explicado a continuación.

            La sûra empieza con el juramento que menciona el cielo y las estrellas para que nos sirvan de marco cósmico (máshhad kauní) a la expresión de una esencia o realidad perceptible por la sensibilidad espiritual (haqîqa îmânía), implicando esta coincidencia una estrecha conexión entre los acontecimientos que se suceden en el mundo material y en el espiritual: in kúllu náfsin lamâ ‘alaihâ hâfiz, sobre cada vida hay un guardián... La energía del juramento tiene como correlato en esta frase el uso de los intensivos in y lamâ que le dan un carácter rotundo a la aseveración: ciertamente, cada vida, sin duda, tiene sobre ella un vigilante...

            Para vida, el Corán emplea aquí el término nafs, que es individualidad, ego, ‘yo’, entidad consciente sí misma, y es la sede de los secretos, las reflexiones íntimas y las reacciones de cada criatura, y es ‘con lo que Allah se relaciona’, pues es el eje de los actos, el detonante de las decisiones, lo ‘responsable y libre’ en cada ser (y también se le llama ‘aql, inteligencia, qalb, corazón, h, espíritu, dependiendo del matiz que se le quiera añadir)... Pues bien, sobre (‘alà) cada nafs -es decir, abarcando a la criatura- hay, de parte de Allah, un guardián (hâfiz). Hâfiz es uno de los Nombres de Allah: Él preserva a todo ser, lo guarda y protege. Esa constante protección (hifz) -que hace permanecer a cada criatura en la existencia- tiene origen en Él, y en el universo sutil del espíritu se manifiesta en los Malâika, los seres de luz, que acompañan a cada hombre (al igual que en el universo material la protección se expresa en las leyes de la naturaleza que se imponen y preservan la vida)... Cada hombre tiene su hâfiz, su guardián, su norma y su ángel, todo ello eco del hifz de Allah, de su protección con la que salvaguarda a la criatura creada por Él.

            El hifz es protección, y es vigilancia. La protección de Allah es su Presencia: Él nos da el ser y lo preserva y sostiene, al igual que la noche es iluminada por el astro... Allah -en Sí Mismo, en sus Malâika, en sus leyes- nos resguarda (con el taqdîr, predeterminándolo todo; y con el tadbîr, gestionándolo todo), y ello quiere decir que está con nosotros, que está al tanto de cada uno de nuestros instantes, abarcándonos, atravesando nuestra densidad, penetrando en nuestras vidas, sosteniéndonos y aguardándonos para hacer justicia a nuestra realidad. En el mismo hecho de nuestra existencia está implicado el juicio al que seremos sometidos, pues existir es ser vigilado.

            Eres el resultado del hifz de Allah, de su continua protección, del taqdîr (la predeterminación) y el tadbîr (la gestión); y si no lo entiendes, reflexiona en tus orígenes y en qué te has convertido: fal-yánzuri l-insânu mímma júliq, ¡que mire el ser humano de qué ha sido creado!... El Corán nos ordena mirar (zara-yánzur, mirar detenidamente, reflexionar, analizar) y pensar en aquello a partir de lo cual hemos sido creados (júliqa-yújlaq, ser creado, voz pasiva de jálaqa-yájluq, crear).

            Retroceder al momento de nuestra concepción (an-násh-a al-ûlà, la primera formación) es llegar al instante en el que ‘no existíamos’; sin embargo, al margen de nuestra voluntad, más allá de nuestras posibilidades, se iban conjugando las condiciones que nos harían ser. No somos nosotros quienes nos configuramos, no somos nosotros quienes construimos nuestro ser: todo se va encadenando a lo largo de un proceso predeterminado (taqdîr) y que va siendo gestionado (tadbîr), un proceso al que somos ajenos, pero dependemos esencialmente de esa otra Voluntad, que es íntimamente sabia, poderosa y presente...

            El ser humano (cada nafs, cada ‘yo’) júliqa min mâ:in dâfiq, ha sido creado a partir de un líquido que fluye,... El hombre ha sido creado (júliqa-yújlaq) a partir de un líquido (, agua) que fluye (que es dâfiq); ha nacido a partir de un fluido yájruÿu min báini s-súlbi wa t-tarâ:ib, que sale de entre la columna vertebral y las costillas... Ese líquido aparentemente insignificante sale (járaÿa-yájruÿ) de entre la base de la columna vertebral (sulb, la región lumbar) del varón y la parte de las costillas (tarâib) de la hembra. En el óvulo fecundando por el esperma se gesta la nueva criatura, y de entre millones de posibilidades surges tú, el protegido... Pero ahí no acaba el prodigio, sino que el feto sigue desarrollándose de acuerdo a leyes precisas tanto en el mundo interior como en el físico, superando contrariedades y protegido por ángeles, urdiendo lo que has de ser de acuerdo a la Voluntad que rige los cielos y la tierra y en consonancia con ritmos infinitos, insondables, todos los cuales confluyen en un Centro, la Dzât de Allah, el Eje de la Verdad. En todos esos pasos está presente el Guardián, el Preservador, el Vigilante,... el Hâfiz.

            Es Allah el que crea, el que determina, el que guía al cumplimiento de lo que Él ha decretado en su eternidad, y tú eres el resultado. Tú -en el vacío anterior al ser- estabas desprotegido, desnudo, inexistente, sin nada, hasta que Él te resguardó: te dió el ser y lo mantiene hasta que Él quiera arrebatártelo, pues por siempre estarás a su merced. Y ésta es la realidad de cada ser, su sujeción (‘ubûdía) a quien da la vida y la quita, a lo que está constantemente presente rigiendo cada momento. Al igual que la noche está poblada de estrellas luminosas, el ser humano está habitado por luces, que son la manifestación del Hâfiz. Intuimos sus dimensiones en el vacío de nuestra ausencia, y por ello el Corán nos remite a los secretos que hay en la concepción de nuestro ser para que percibamos en esos instantes el Poder Infinito que nos realizaba, un Poder que ahora nos pasa desapercibido a causa de nuestra aparente ‘independencia’ -¡nos independizamos ‘en lo que Él nos ha dado y con lo que Él nos ha dado’!- y al que deberemos volver a enfrentarnos cuando ‘dejemos de ser’,... en la muerte, que disuelve nuestra libertad y nuestros fantasmas en las inmensidades de la Verdad.

            El Corán nos devuelve a nuestros principios para que en ellos adivinemos lo que nos aguarda: innahû ‘alà raÿ‘ihî la-qâdir, Él es capaz de hacerle volver... Ciertamente, Allah es Qâdir, Poderoso, Capaz, tiene Capacidad (Qudra) para devolver la vida a lo muerto, y la prueba la tenéis en vuestros orígenes cuando os labró en la nada. La devolución (raÿ‘) de la vida, que al ignorante le parece imposible, es más fácil que su creación a partir de nada. El Corán emplea esta sencilla lógica para desbarajustar los argumentos de los que rechazan la posibilidad de la Resurrección (al-Qiyâma): el que nos da la vida y nos la quita nos la puede devolver, y para tener certeza de que eso sucederá no hace falta más que Su Promesa (Wa‘d; que también es una Amenaza, Wa‘îd) y para expresarlas se han sucedido las Revelaciones...

            ¿Cuándo sucederá ese acontecimiento? yáuma tublà s-sarâ:ir, el Día en que sean probados los secretos... El Corán nos habla de un Día (Yáum) fabuloso en el que tendrá cumplimiento todo. Es el Yáum al-Ba‘z, el Día de la Reinstauración, el Yáum al-Qiyâma, el Día del Restablecimiento, es decir, el Día del Fin del Mundo y la Resurrección. Cuando todo haya acabado, cuando nuestra realidad se haya agotado, resurgirá todo en el ‘espacio’ infinito y eterno de Allah, en al-Âjira. Será el Día en que todo sea probado ante Él (búlia-yublà, ser probado, voz pasiva de balâ-yablû, poner a prueba, templar, examinar algo; estas dos formas están estrechamente vinculadas en su raíz a balia-yablà, estar viejo o raído, caducar). Cuando los secretos, las intimidades, las realidades más recónditas del ser humano (las sarâir, plural de sarîra) se hayan agotado en esta existencia, cuando hayan dado de sí todo lo que tenían que dar (y lo hacen a cada instante), resurgen para ser cumplidas por Allah en su eternidad, en el correlato trascendente de cada momento... En las tres palabras de las que se compone este brevísimo versículo se amontonan una gran cúmulo de ideas que es preciso analizar con cuidado y detalle, porque a ellas hay que añadir otras consonancias.

            En cada hombre habita una sarîra, un algo personal y profundo, un secreto (sirr) que es en lo que cada criatura estriba, una verdad en la que reposa (sarîr, lecho): es el nafs -del que hemos hablado más arriba, la vida, el yo, lo que lo hace ser lo que es-... El nafs se manifiesta como apegos, como individualismo e incluso como egoísmo grosero -o como expansión espiritual, o sabiduría o generosidad- pero en sus honduras (en las que recibe el nombre de sarîra) es una luz inefable. Allah, que lo ha configurado, le da existencia para que se exprese, y una vez que lo ha hecho ‘lo juzga’ ante Él mismo en la grandeza de un Día que necesariamente será terrible. Se trata de la muerte en la que el hombre ‘pierde el control’ sobre la existencia y se convierte en objeto pasivo en manos del Querer de Allah: fa-mâ lahû min qúwwatin wa lâ nâsir, no tendrá fuerza ni quien lo auxilie... Con la muerte, el hombre retorna a sus orígenes, cuando carecía de fuerza en sí mismo (qúwwa) y no encontrará, fuera de la Verdad de Allah, a ningún auxiliador (sir), pues sólo Allah se le mostrará como Real en las inmensidades de al-Âjira, y sólo lo Suyo tendrá realización. Desprotegido con la muerte de sus ilusiones y de su mundo, el ser humano se enfrentará a su destino.

 

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