CAPÍTULO 2: LA VACA

SÛRAT AL-BÁQARA

Revelada en Medina, 286 versículos

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN  

 

         Esta sûra fue una de las primeras que fueron reveladas tras la Hégira (Hiÿra), y es, con diferencia, el capítulo más extenso del Corán. La opinión generalizada es que no fue comunicada de una vez ni de golpe, sino que otros versículos de otros capítulos fueron dictados a Sidnâ Muhammad (s.a.s.) entre tanto se completaba el conjunto de esta sûra. Un repaso de las circunstancias en que fueron enunciados algunos de sus pasajes, así como el de otros del periodo de Medina, -aun cuando las razones no son definitivas ni del todo suficientes-, demuestra que las largas sûras de Medina fueron dictadas a intervalos en los que otros textos eran proclamados. Sucedía que eran revelados versículos de una sûra siguiente antes de que lo fueran todos los de la anterior. Ahora bien, lo que se tiene en cuenta a la hora de establecer el orden cronológico de las sûras es la revelación de sus primeros versículos, no la del total. Y así, si bien en este capítulo hay textos que corresponden a los últimos momentos del Corán -como los relativos a la usura- lo más probable es que su principio sea de lo primero en revelarse del Corán una vez establecidos los musulmanes en Medina.

         La reunión y orden de los versículos fueron establecidos por Rasûlullâh (s.a.s.) conforme le iba ordenando hacerlo la revelación. En la colección de hadices de at-Tirmidzi se nos cuenta que Ibn ‘Abbâs preguntó a ‘Uzmân ibn ‘Affân: “¿Qué es lo que os ha empujado a poner sûrat al-Anfâl, que pertenece al grupo de sûras mazânis, y sûrat Barâa, que es de las miîn, una tras la otra, sin separarlas con la Básmala, y las habéis colocado entre las tiwâl? ¿Qué os ha llevado a hacer eso?”. ‘Uzmân respondió: “Pasaba el tiempo mientras a Rasûlullâh (s.a.s.) le eran revelados muchos versículos. Cada vez que le era revelado alguno mandaba llamar a los que sabían escribir y les decía: ‘Colocad este versículo en la sûra en la que se menciona tal o cual tema’. Al-Anfâl estaba entre las primeras sûras reveladas en Medina mientras que la de Barâ-a pertenece a las últimas, y lo que relatan se asemeja entre sí y temí que una fuera parte de la otra, y además Rasûlullâh (s.a.s.) murió antes de aclararnos esta cuestión. Por ello he puesto una a continuación de la otra y no las he separado con la Básmala, y las he puesto entre las Siete Sûras más largas”.

         Este relato demuestra que el orden de los versículos era establecido por Rasûlullâh (s.a.s.). Según al-Bujâri y Muslim, Ibn ‘Abbâs dijo que Nabiullâh (s.a.s.) era el más generoso de las gentes y más generoso era en Ramadán cuando se encontraba con Yibrîl. Yibrîl iba a su encuentro cada noche de Ramadán, y estaban juntos hasta el amanecer. Rasûlullâh (s.a.s.) le recitaba el Corán -según otro relato, Muhammad (s.a.s.) hacía recitar el Corán a Yibrîl-. Ambos se recitaron enteramente el Corán el uno al otro. El significado de esto es que lo hacían ordenadamente, cada versículo en el lugar que le correspondía de cada capítulo quedando así establecido el Corán desde el principio tal como lo conocemos en la actualidad.

         Por ello, quien vive a la sombra del Corán nota que cada capítulo tiene una personalidad diferenciada, una personalidad con vida propia que el corazón sabe revivir como si tuviera un espíritu que le confiriera rasgos, perfiles y aliento. Cada sûra tiene un tema central, o varios, vertebrado por un eje concreto. Cada capítulo cuenta con una atmósfera peculiar que conjuga todos los temas, y su estilo trata esas cuestiones desde aspectos determinados, armonizados por su ambiente general. Cada uno tiene su ritmo musical propio, y si a lo  largo del texto cambia es en función de una variante temática concreta. Esto da su sello personal a cada sûra del Corán, y de esta regla no se aparta el capítulo presente a pesar de su longitud y del tiempo transcurrido desde la revelación de sus primeros versículos hasta los últimos.

         Esta sûra trata varios temas, pero el eje que los vertebra a todos es uno y doble, cada una de cuyas líneas está estrechamente vinculada a la otra. Por un lado gira en torno a la postura de los Banû Isrâîl ante la convocatoria islámica (Da‘wa) en Medina, la recepción que hicieron de esa proclama, su enfrentamiento a Rasûlullâh (s.a.s.) y su oposición a la comunidad musulmana naciente. Dentro de este tema aparecen todo lo relacionado con esa postura, las fuertes relaciones entre los judíos (yahûd) y los hipócritas (munâfiqîn), y entre los judíos y los idólatras (mushrikîn). Por otro lado gira en torno a la postura de la comunidad musulmana al principio de su formación, su paulatina preparación para hacerse cargo de la responsabilidad de transmitir el Da‘wa, es decir, la llamada dirigida por el Islam a la humanidad para establecer el califato del hombre sobre la tierra, tras haber declarado la sûra a los Banû Isrâîl incapaces de cumplir esa función, por haber roto el pacto con Allah y haber perdido la nobleza de la pertenencia verdadera a Abraham (Ibrâhim), primer fundador de la hanîfía, la espiritualidad unitaria semita; con ello, se abre los ojos a la comunidad musulmana y se la advierte contra los escollos que interpondrían los Banû Isrâîl a la difusión del Islam como consecuencia de haber sido despojados de ese honor inmenso. Todos los temas de la sûra giran en torno a este doble eje con sus dos líneas principales, tal como aparecerá en su exposición detallada.

         Para que quede claro el alcance de la relación entre el eje de la sûra y sus diferentes temas por un lado y entre la marcha del Da‘wa en su primera época en Medina y la vida de la comunidad musulmana (ÿamâ‘a) y las interferencias que sufrió, es bueno que lancemos alguna luz sobre la generalidad de esas interferencias con las que la realización del Islam, su transmisión y afianzamiento, todo lo cual recibe el nombre de Da‘wa, debió enfrentarse en sus principios, avisando siempre que esas interferencias para el desarrollo del Islam son las mismas -o con pequeñas variantes- con las que se enfrenta en todas las épocas, y son los escollos que interponen a su desarrollo sus enemigos y también sus amigos, lo cual hace de estas orientaciones coránicas un verdadero modelo para la realización del Islam, propagándose por sus textos una vida que se renueva en su confrontamiento en todas las épocas y bajo distintas formas y se convierten en orientaciones que sirven de indicadores a la Nación Musulmana (Umma) con los que se guía a lo largo de su camino entre enemistades de aspecto diferente pero de una misma naturaleza. He aquí la inimitable capacidad del Corán para expresar en pocas palabras nociones siempre válidas que confiere un carácter personal a cada uno de sus textos.

         La Emigración o Hégira (Hiÿra) del Rasûl (s.a.s.) a Medina se completó tras una planificación firme y una buena y estudiada preparación. Se produjo bajo la influencia de circunstancias que obligaron a llevar a cabo dicha emigración haciendo de ella un procedimiento necesario para la buena marcha del Da‘wa -la transmisión y difusión del Islam- en la línea señalada tal como la había determinado Allah en su gestión de los asuntos de la existencia. La postura tenaz de los Quráish en Meca contra el Islam -sobre todo tras la muerte de Jadîÿa y de Abû Tâlib, tutor y protector de Rasûlullâh (s.a.s.)- casi había acabado congelando el Da‘wa en Meca y sus alrededores. Aunque continuaban entrando en la comunidad musulmana (ÿamâ‘a) personas a pesar de todas las persecuciones y trampas tendidas, puede considerarse que efectivamente el Da‘wa estaba congelado en Meca y sus alrededores como consecuencia de la postura que los Quráish mantenían frente a la propagación del Islam pues se habían puesto de acuerdo en combatirlo por todos los medios, lo que había hecho que el resto de los árabes se mantuvieran en cautela y a la espera, atentos al resultado de la batalla entre el Rasûl (s.a.s.) y su clan a cuya cabeza estaban Abû Láhab, ‘Umru ibn Hishâm, Abû Sufiân ibn Harb y otros que estaban emparentados de cerca con el Dâ‘i, el Convocador de los hombres, el Mensajero de Allah (s.a.s.). No había nada que animara a los árabes -en un medio tribal en la que los lazos familiares tenían una gran importancia- a entrar en una nueva concepción de la existencia (‘Aqîda) promulgada por un hombre  al que se oponían de ese modo sus allegados, en especial si además se tiene en cuenta que su clan era el encargado de la administración de la Ka‘ba que simbolizaba el aspecto espiritual de la península.

         Por ello el Rasûl (s.a.s.) buscó otra base fuera de Meca, una base en la que estuviera protegida la ‘Aqîda, le garantizara libertad y le permitiera librarse de la congelación a la que estaba condenada en Meca. Había necesidad de un lugar en el que conseguir libertad para el Da‘wa y protección para los que lo abrazaban frente a las agresiones y la discordia. En mi opinión, ésta fue la primera y más importante razón de la Hégira (Hiÿra).