CAPÍTULO
2: LA VACA
SÛRAT
AL-BÁQARA
Revelada en Medina, 286 versículos
INTRODUCCIÓN
Tras este preludio
encontramos inmediatamente en el texto una descripción de los kuffâr, los idólatras,
los que combaten el Islam. Se trata de una referencia general al Kufr, a la
actitud de rechazo. Pero en primer lugar es una descripción de los kuffâr
con los que entonces tenía que enfrentarse el Da‘wa, tanto en Meca
como en los alrededores de la misma Medina: “Aquellos
que rechazan, igual es que les comuniques la advertencia o no lo hagas, no se
abrirán a Allah. Allah ha sellado sus corazones y sus oídos, y sobre sus
ojos hay un denso velo. Tienen un castigo inmenso”.
También estaba el
grupo de los hipócritas (munâfiqîn). La existencia de este grupo surgió
directamente de la situación que creó la Emigración del Profeta (al-Hiÿra
an-Nabawía) a Medina y las circunstancias en las que tuvo lugar, según ya
hemos señalado. Ese grupo no tenía existencia en Meca. El Islam en Meca
carecía de organización y fuerza, y no era respaldado por ningún poder que
la gente de Meca debiera temer y ante el que debieran mostrarse hipócritas.
Al contrario, el Islam era oprimido y el Da‘wa era perseguido, y aquellos
que se atrevían a sumarse a su fila eran necesariamente sinceros en su ‘Aqîda,
prefiriéndola a toda otra cosa y dispuestos a soportar todo por ella. Pero
en Yázrib -que a partir de entonces fue conocida con el nombre de Medina (Madînat
ar-Rasûl), es decir, la Ciudad del Profeta- el Islam adquirió una fuerza a
tener en cuenta que obligó a muchos a relacionarse con ella con más o menos
cuidado y adulación -sobre todo tras la batalla de Badr en la que los
musulmanes obtuvieron una importante victoria-. A la vanguardia de quienes se
vieron obligados a tratar con artificialidad a los musulmanes estaba un grupo
de notables de Medina cuyas gentes y seguidores habían entrado en el Islam, y
también lo hicieron ellos con el fin de salvaguardar el rango que habían
heredado y sus intereses. Fingieron abrazar el camino que habían elegido los
suyos y sus partidarios. Entre ellos se contaba a ‘Abd Allah ibn Ubai ibn
Salûl cuyo pueblo estaba organizando su coronación poco antes de la llegada
del Islam a Medina.
Encontramos al
principio de la sûra una extensa descripción de estos hipócritas (munâfiqîn),
y percibimos en algunos de sus párrafos que la referencia directa es a esos
notables que se vieron obligados a aparentar ser musulmanes y no podían
olvidar aún su sentido de élite que los alzaba sobre el común de las gentes
a las que llamaban ‘estúpidos’ al modo de los tiranos: “Entre
las gentes hay quien dice: ‘Nos hemos abierto a Allah y al Último Día’,
pero no son mûminîn. Engañan a Allah y a los que se han abierto a Él, pero
no se engañan más que a sí mismos y no se dan cuenta. En sus corazones hay
una enfermedad, y Allah ha aumentado su enfermedad. Para ellos hay un castigo
doloroso por sus mentiras. Cuando se les dice: ‘No destruyáis la tierra’,
responden: ‘Somos reformadores’. Pero no: son destructores y no se dan
cuenta. Y cuando se les dice: ‘Abríos a Allah como se abren las gentes’,
responden: ‘¿Vamos a abrir nuestros corazones como hacen los estúpidos?’.
Pero no: ellos son los estúpidos, pero no lo saben. Cuando se encuentran con
los que se han abierto a Allah dicen: ‘Nos hemos abierto a Allah’, pero
cuando se encuentran a solas con sus demonios, dicen: ‘Estamos con
vosotros. No hacemos sino burlarnos de ellos’. Allah se burla de ellos: los
abandona en su injusticia hasta que quedan engullidos. Estos son los que han
comprado el error pagando como precio el acierto, y su negocio no ha sido próspero.
No estaban bien guiados. Son como
quien enciende un fuego: cuando ilumina lo que les rodea Allah hace desaparecer
su luz y los deja en tinieblas y no ven. Sordos, mudos, ciegos, no se echan
atrás. O como una tormenta del cielo en la
que hay tinieblas, relámpagos y truenos: se ponen los dedos en los oídos
para no oír
el estrépito por temor a la muerte: Allah cerca a los negadores.
El relámpago a punto está de arrebatarles la vista: cuando alumbra caminan a
su luz y cuando oscurece se detienen. Si Allah quisiera, les arrebataría el oído
y la vista. Allah es determinante en todas las cosas”.
A lo largo de la
descripción de los munâfiqîn -que son quienes ‘tienen una enfermedad en
el corazón’- encontramos una alusión a sus ‘demonios’ (shayâtîn).
Por el contexto de la sûra y por los acontecimientos de la Sîra (la biografía
del Profeta y la historia de los primeros años del Islam) parece que se
refiere a los judíos (yahûd) contra la que la sûra lanza intensas campañas
un poco más adelante. En cuanto a la historia de los judíos en su relación
con el Da‘wa, la resumimos en las pocas líneas siguientes:
Los judíos fueron
los primeros en chocar con el Da‘wa en Medina. Este choque tuvo muchos
motivos. En Yázrib los judíos gozaban de un estatuto privilegiado por ser
‘gentes de libro’ entre árabes iletrados -los Áws y los Jáçraÿ-. Si
bien los idólatras árabes no mostraron inclinación por abrazar el judaísmo
consideraban por otra parte a los judíos más sabios que ellos porque tenían
una cultura derivada del libro. También favorecía a los judíos la división
y enfrentamiento que existía entre los Áws y los Jaçraÿ -un ambiente en el
que los judíos siempre han sabido moverse-. Pero en cuanto llegó el Islam,
les requisó todos estos privilegios. El Islam llegó a Medina con un Libro
que confirmaba y reemplazaba el que ellos tenían y, a la vez, se declaraba
hegemónico. Y también eliminó la división entre tribus por la que se
infiltraban los judíos con sus insidias y subterfugios para obtener ganancia
en el río revuelto de Medina. La fila musulmana se fortaleció y en ella se
integraron los Áws y los Jáçraÿ, los cuales serían conocidos a partir de
entonces con el sobrenombre de Ansâr, los auxiliares, los que
socorrieron a los emigrantes (Muhâÿirîn). Con todos ellos, los Ansâr
y los Muhâÿirîn, tomó cuerpo la comunidad musulmana, en la que no había
fisuras, una comunidad de una solidez como no ha habido otra en la historia de
la humanidad.
Los judíos pretendían
ser el pueblo elegido de Allah, y que para ellos sería por siempre en
exclusiva la Revelación y el Libro. Esperaban que de entre ellos surgiera el
último profeta, tal como siempre habían imaginado que sucedería. Cuando el
profeta resultó ser un árabe creyeron que estaban al margen de su Da‘wa y
que limitaría sus enseñanzas a los árabes iletrados (ummiyîn). Cuando se
dieron cuenta de que les dirigía la misma llamada invitándolos al Libro de
Allah -estuvieron entre los primeros en ser convocados puesto que eran mejores
conocedores de las tradiciones proféticas que los idólatras y debían por
eso mismo haber sido los primeros en responder-, se apoderó de ellos el amor
propio y consideraron que un árabe los interpelara como una humillación y un
desprecio hacia su condición de elegidos.
Envidiaron al Rasûl
(s.a.s.) por dos motivos: uno, porque Allah lo escogiera y le revelara el
Libro -algo de cuya autenticidad no dudaban-, el otro motivo fue el éxito rápido
y total que logró en la ciudad de Medina.
Pero había también
otra causa para su rencor y su postura negativa ante el Islam que determinó
desde el principio el que le declararan enemistad y lo atacaran: el peligro
que se cernía sobre ellos de verse aislados en Medina tras haber mantenido un
liderazgo intelectual y económico basado en un próspero comercio y en la
explotación de la usura. Luchar contra el Islam que iba adquiriendo grandes
proporciones o disolverse en él eran las dos alternativas que tenían, y la más
dulce de ella ya era amarga para su mentalidad.
Por todo lo anterior
los judíos mantuvieron ante el Da‘wa la postura que describe esta sûra (el
tema vuelve a aparecer en otras muchas) con un detalle que busca la precisión.
Mencionamos a continuación algunos de los muchos versículos que aluden a la
cuestión. El tema comienza a ser desarrollado tras la siguiente invocación:
“¡Gentes de Israel! Recordad mi don
con el que os favorecí. Cumplid lo que habéis acordado conmigo y Yo cumpliré
mi parte. Huid hacia mí. Abrid vuestros corazones a lo que he revelado
confirmando lo que ya tenéis. No seáis los primeros en rechazarlo. No vendáis
mis Signos por poco precio. Y temedme. No disfracéis la verdad con lo falso,
ni ocultéis la verdad, siendo así que vosotros sabéis. Estableced el Salât
y el Çakât, e inclinaos
con los que se inclinan. ¿Ordenáis a la gente el
bien y os olvidáis de vosotros mismos? ¿leéis el Libro? ¿No os detenéis a
reflexionar?”. Tras recordarles con detenimiento su postura ante su
profeta nacional, Mûsà (Moisés), del que contínuamente se desviaban
rechazando con ello el don que Allah les hacía y traicionando lo pactado, el
Corán advierte a los musulmanes diciéndoles: “¿Acaso esperáis que se os abran cuando parte de ellos escucharon la
Palabra de Allah y la distorsionaron, aunque la comprendieron, y a sabiendas
de lo que hacían? Cuando se encuentran con los que se han abierto
sinceramente a Allah, les dicen: ‘Nos hemos abierto a Allah’. Pero cuando
se encuentran a solas entre sí, se dicen: ‘¿Es que les vais a contar lo
que Allah os ha revelado para que les sirva de argumento contra vosotros ante
vuestro Señor? ¿No pensáis?’...”. “Y
dicen: ‘El Fuego no nos tocará, salvo días contados’. Diles: ‘¿Se ha
comprometido Allah con vosotros? Allah no traicionaría entonces su
compromiso. ¿O más bien decís de Allah lo que no sabéis?’...”. “Cuando
les ha llegado de Allah un Libro que confirma lo que ya tenían -y antes ellos
mismos lo habían anunciado a los idólatras-, cuando les ha venido y se han
dado cuenta de lo que contiene lo rechazan, ¡la maldición de Allah sea sobre
los rechazadores!”. “Y cuando se
les dice: ‘Abríos a lo que Allah ha revelado’, responden: ‘Abrimos
nuestros corazones a lo que nos ha sido revelado’, y rechazan lo que viene
después. Pero es la verdad que viene a confirmar lo que tienen”. “Cuando ha llegado hasta ellos un mensajero de Allah confirmando lo que
ya sabían, una parte de aquellos a quienes ha sido dado el Libro han vuelto
al Libro de Allah la espalda, como si nada supieran”. “Muchos de las gentes del libro quisieran devolveros al estado de negación
tras vuestra apertura hacia Allah, para que os volváis rechazadores, por
envidia que nace en ellos cuando se les ha evidenciado la verdad”. “Y
han dicho: ‘No entrará en el Jardín sino quienes sean judíos -o
cristianos-. Esas son sus falsas esperanzas”. “No
estarán satisfechos contigo ni los judíos ni los cristianos
a menos que
siguas su religión”, etc.
El gran prodigio del
Corán consiste en haberlos descrito conforme a su manera constante de
comportarse, tanto antes del Islam y después como en nuestros días. Por
ello, el Corán se les dirigía -en la época del Nabí (s.a.s.)- como si
fuesen los mismos judíos de la época de Moisés y los profetas que le
sucedieron, considerándolos a todos la misma generación, con las mismas
características, manteniendo siempre la misma postura ante la Verdad y ante
la creación, inalterables a lo largo del tiempo. Encontramos en el Corán
muchas interrupciones del relato sobre las peripecias del pueblo de Moisés
para dirigir el discurso directamente a los judíos de Medina, interrupciones
en las que Allah habla a todas las generaciones de los Banû Isrâîl. Son
palabras vivas con las que el Corán hace una descripción válida en la
actualidad cuando el enfrentamiento entre la Umma musulmana y los judíos
sigue estando en pie. El Corán habla de la recepción de los judíos a la
‘Aqîda y al Da‘wa, la misma que se produce hoy, la que se producirá mañana,
igual exactamente a la que hicieron en el pasado. Y es como si esas palabras
eternas fueran un aviso presente y una advertencia permanente para la Umma
musulmana para que esté en guardia ante sus enemigos que opusieron a sus
antepasados las mismas insidias y argucias de hoy declarando a los musulmanes
guerras de apariencias múltiples pero única en su intención.
Esta sûra que
contiene estas descripciones, este aviso y esta advertencia, contiene también
elementos necesarios para la construcción de una comunidad musulmana (ÿamâ‘a)
preparándola para cargar con el peso de la misión en la tierra que le dicta
su ‘Aqîda tras la suspensión de los Banû Isrâîl, incapaces desde el
principio de hacerse responsables de ella, es más, su declarada enemistad a
lo que representa esa misión, sobre todo en su manifestación última: el
Islam.
Tal como ya dijimos,
la sûra comienza con la descripción de los tres grupos con los que se
encontró el Da‘wa en los primeros momentos de su instalación en Medina,
con una alusión indirecta a los judíos en la mención de los demonios con
los que se reúnen a solas los hipócritas para después desarrollar en extenso
el tema de los Banû Isrâîl. Esos grupos son los mismos con los que tiene
que habérselas el Islam siempre, invariablemente. La sûra sigue
desarrollando su eje esencial de dos líneas hasta su final, manteniendo
siempre una apreciable unidad que confiere personalidad propia al conjunto, a
pesar de la multiplicidad y variedad de temas de los que trata.
Después de la
exposición de los tres modelos -los muttaqîn (los musulmanes sinceros), los
kâfirîn (los idólatras) y los munâfiqîn (los hipócritas), y la alusión implícita
a los judíos (yahûd) bajo el término ‘demonios’ (shayâtîn),
tras todo ello viene una invitación dirigida a todas las gentes para que
reconozcan a Allah como único Señor y abran sus corazones al Libro que ha
revelado a su siervo, y desafía a los que duden sobre la autenticidad de
dicha revelación: si son capaces, si el Corán es humano, que presenten algo
semejante hecho por hombres. A continuación, amenaza a los que lo rechacen
ciegamente, los amenaza con el Fuego, mientras por otro lado comunica a los
que abren sus corazones la buena nueva de un Jardín. Después, el Corán
expresa su sorpresa ante quienes niegan y rechazan a Allah: “¿Cómo
podéis rechazar a Allah siendo así que estabais
muertos y os dio
la vida?
Después os da la muerte y después os vuelve a dar la vida, y entonces volvéis
a Él. Él es quien ha creado para vosotros toda la tierra y después se
dirigió al cielo y lo igualó en siete niveles. Él sabe todas las cosas”.
Aprovechando el
pasaje anterior que alude a la creación de la tierra entera para los seres
humanos el Corán comienza el relato del Istijlâf, la creación de Adán como
criatura soberana: “Cuando tu Señor dijo a los malâika: Voy a poner sobre la tierra un
califa...”. El relato continúa narrando la batalla eterna entre Adán y
Shaitân para acabar concretando el pacto del Istijlâf
con la que el ser humano que se abre a Allah es declarado califa,
criatura soberana para la que ha sido creado todo lo que existe: “Les
dijo: ‘Bajad todos de él (el Jardín del Edén). Os vendrá de Mí una
senda. Quienes sigan mi senda no habrán de temer ni se entristecerán.
Quienes rechacen y declaren falsos nuestros signos serán las gentes del
Fuego, en el que morarán por siempre”.
Tras lo anterior el
texto empieza un largo y amplio recorrido por la historia de los Banû Isrâîl
-en los párrafos anteriores hemos aludido a algunas de las ideas centrales-,
interrumpida a veces con la invitación a adherirse a la senda de Allah y a lo
que revela confirmando lo que ya sabían recordándoles sus tropiezos, sus
errores, su doblez y sus falseamientos desde los días de Moisés. Este
recorrido ocupa toda la primera parte de esta sûra.
A lo largo de esos
relatos va quedando esbozado el retrato claro de un modo de ser que explica la
recepción que brindaron los Banû Isrâîl al Islam, a su Mensajero y a su
Libro. Fueron los primeros en rechazarlo, falseaban lo verdadero disfrazándolo
con los ropajes de lo falso, ordenaban a la gente el bien -y el bien es
fundamentalmente el acto de abrir el corazón a Allah (el Îmân) mientras que
olvidaban de practicarlo ellos mismos, oían la Palabra de Allah y después la
distorsionaban tras haberla comprendido, engañaban a los musulmanes sinceros
(los mûminîn) fingiendo ser de ellos pero cuando se reunían a solas entre sí
se advertían los unos a los otros y se prohibían mutuamente mostrar a los
musulmanes lo que sabían del Profeta (s.a.s.) y sobre la autenticidad de su
mensaje, y querían hacer retornar a los musulmanes al Kufr, a la negación y
el rechazo de Allah, y para ello declaraban que sólo los judíos -como por su
lado también afirmaban los pocos cristianos que había en la península- eran
los únicos en poder estar bien guiados, y declaraban su enemistad hacia Yibrîl
por haber sido él quien comunicó la revelación a Muhammad (s.a.s.),
detestaban todo lo bueno que pudiera suceder a los musulmanes y esperaban su
mal, aprovechaban todas las ocasiones en que pudieran filtrar dudas entre
ellos sobre la autenticidad y validez de las órdenes que recibían del Nabí
(s.a.s.) negando que les fueran dictadas por Allah -tal como hicieron cuando
se declaró el cambio de Qibla-, y junto a todo lo anterior eran fuente de
inspiración para los hipócritas y de ánimos para los idólatras de Meca.
Lo anterior nos
explica la dureza de la campaña que dirige contra ellos esta sûra que no
deja de advertir contra sus artimañas y recordar posturas semejantes que
mantuvieron ante su propio profeta, Moisés, y quienes le sucedieron a lo
largo de muchas generaciones, y en todo momento el Corán se dirige
directamente a ellos, a los judíos de Medina, como si fueran los mismos judíos
que rechazaron a Moisés, como si todos fueran la misma generación, como si
no hubiera habido cambios ni transformaciones en un modo de ser y posicionarse constante e idéntico a sí mismo.
Esta primera parte de
Sûrat al-Báqara acaba aconsejando a los musulmanes que desesperan de la
posibilidad de que se abran los judíos a Allah pues se lo impide su retorcida
naturaleza y lo oscuro de sus intenciones. Al final de estos primeros pasajes
encontramos también declarando definitivamente la falsedad de sus
pretensiones respecto a ser los únicos bien guiados por ser los herederos de
Abraham (Ibrâhîm) y el Corán sentencia que sus verdaderos herederos son los
que siguen su senda y se suman al pacto que hizo con su Señor. Por tanto, es
Muhammad (s.a.s.) el verdadero heredero de Abraham, así como los mûminîn
que están con él, puesto que los judíos se han desviado de ese camino, lo
han distorsionado y han perdido el privilegio de ser los depositarios de la
verdadera ‘Aqîda y el califato en la tierra. De ello se han hecho cargo
Muhammad y quienes están con él. Y este acontecimiento es la respuesta que
Allah da a la invocación de Abraham y su hijo Ismael cuando levantaban los
pilares de la Casa: “Señor, haznos
musulmanes para ti, y de nuestra descendencia haz una nación musulmana para
ti. Muéstranos nuestros ritos y vuélvete hacia nosotros. Tú eres el que se
vuelve hacia el ser humano, el Propiciador. Señor, haz surgir entre ellos un
mensajero que les lea tus signos, y les enseñe el Libro y la Sabiduría, y
los purifique. Tú eres el Poderoso, el Sabio”.
A partir de ese límite
la sûra comienza una segunda parte en la que se dirige al Nabí (s.a.s.) y a la
comunidad musulmana que le rodea y va poniendo los cimientos sobre los que
sostener la vida des esta comunidad declarada soberana y heredera de la
invitación que Allah hace a la humanidad (el Da‘wa), proporcionando a esta
comunidad su propio sello y una personalidad diferenciada de su entorno y
cultivando en ella la ‘Aqîda, la visión unitaria de la existencia.
Esto comienza
indicando una nueva orientación (Qibla) hacial a que dirigirse la comunidad,
una Qibla que es el al-Báit al-Harâm que Allah ordenó a Abraham y a
Ismael que erigieran y purificaran para que fuera un espacio en el que sólo
se recordará a Allah y se declarara en él la sujeción de todas las criaturas
a su Señor Verdadero. Esa era la Qibla que el Nabí (s.a.s.) deseaba pero no
se atrevía a dirigir el salât en su dirección: “Vemos
cómo miras hacia el cielo (esperando que te sea ordenado volverte en dirección
hacia el al-Báit al-Harâm). Volveremos tu rostro hacia una orientación
que te satisfacerá. Vuelve tu rostro hacia la Mezquita Harâm. Donde
estéis, volved vuestros rostros hacia ella”.
La sûra continúa
detallando el camino señorial que Allah quiere para esta comunidad musulmana,
un camino para la imaginación unitaria, para la acción espiritual y para la
cotidianidad, normas para el comportamiento y la interacción con uno mismo,
con Allah y con los demás. La sûra aclara que aquellos que mueran sobre esta
senda no están muertos sino vivos. Que el miedo, el hambre, la pobreza, la
disminución de los recursos, no son un mal que se le desea a los musulmanes,
sino pruebas para templarlos, y que para aquellos que sepan tener paciencia
ante esas desgracias los aguardan las bendiciones y la riqueza de Allah. La sûra
advierte que es Shaitân el que amenaza con la pobreza y hace temerla y
sugiere al hombre la ruindad para evitarla, pero quienes confíen en Allah,
Allah les promete su disculpa y su favor. Allah es el aliado de los que se
abren a Él y los saca de las tinieblas a la luz, mientras que los kuffâr son
servidores del Tâgût, el Tirano que esclaviza al ser humano y lo hace
ser mezquino, lo saca de la luz y lo lanza a las tinieblas. La sûra continúa
dilucidando entre lo halâl y lo harâm, enseñando a los
musulmanes algunos de los alimentos de los que deben apartarse. Les enseña
también cuál es la naturaleza verdadera de la bondad, desviando la atención
de sus simples manifestaciones externas. Sigue explicando cuáles son las
normas que deben regir el Qasâs (el precio de la sangre, la ley de Talión),
las reglas que deben observarse para la repartición de las herencias, en el
ayuno, el ÿihâd, la peregrinación, el matrimonio y el divorcio (tratados
con cierto detalle para conferir entidad y consistencia a las familias
musulmanas), la sádaqa, la usura, las deudas, el comercio,...
En momentos
convenientes, a lo largo de la exposición de los temas anteriores, el texto
vuelve a referirse a los Banû Isrâîl después de Moisés y algunos pasajes
se refieren a acontecimientos de la vida de Abraham. Pero el cuerpo central de
la sûra, después de la primera parte de la que trataremos en extenso a
continuación, se dedica esencialmente a construir la comunidad musulmana
preparándola para el cumplimiento de sus responsabilidades como comunidad
soberana con un mensaje que transmitir a la humanidad entera y que es la ‘Aqîda.
El objetivo es dotarla de personalidad propia y diferenciada del entorno idólatra
y relacionarla directamente con su Señor Uno que la ha elegido para esa función
en la historia dela humanidad.
Al final, vemos la
clausura de la sûra retomando el tema que la abre, declarando la naturaleza
de la representación islámica a la que el musulmán se acerca con el corazón
abierto, siendo esta actitud, el Îmân, la postura del Islam ante todos los
profetas y todas las revelaciones, una actitud abierta al mundo interior y
secreto (el Gáib), prestando oído y obediencia: “El
Rasûl se ha abierto a lo que su Señor le revela, y así hacen con él los mûminîn.
Todos se han abierto a Allah, a sus malâika, a sus libros y a sus mensajeros.
No diferenciamos entre sus mensajeros. Han dicho: ‘Hemos oído y hemos
obedecido. Discúlpanos, Señor. Hacia ti es el devenir’. Allah no hace
responsable a nadie de algo más de lo que pueda cargar: cada vida tiene lo
que gana y contra ella está lo que comete. ‘Señor, no nos reproches
nuestros olvidos ni nuestros errores. Señor, no nos cargues con un fardo
como aquél con el que cargaste a quienes nos han precedido. Señor, no nos
cargues con lo que no podamos aguantar. Discúlpanos, perdónalos, apiádate
de nosotros. Tú eres nuestro Dueño: danos la victoria sobre el pueblo
rechazador’...”.
Es así como
armonizan el principio y el final y es como se agrupan los temas de la sûra
entre las descripciones de los mûminîn y de las características del Îmân.