CAPÍTULO
2: LA VACA
SÛRAT
AL-BÁQARA
Revelada en Medina, 286 versículos
8.
wa min an-nâsi man yaqûlu â:mannâ
bil-lâhi wa bil-yáumi l-â:jiri
Entre
la gente hay quien dice: “Estamos abiertos a Allah y al Día Último”,
wa
mâ hum bi-mûminîn*
pero
no son mûminîn.
9.
yujâdi‘ûna llâha wa l-ladzîna
â:manû*
¡Engañan
a Allah y a los que se han abierto a Él!:
wa
mâ yujâdi‘ûna illâ: ánfusahum wa mâ yash‘urûn*
no
se engañan más que a sí mismos, y no se dan cuenta.
10.
fî qulûbihim márad*
En
sus corazones hay una enfermedad,
fa-çâdahumu
llâhu márada*
y
Allah aumenta su enfermedad.
wa
láhum ‘adzâbun alîmun bimâ kânu yukadzdzibûn*
Para
ellos hay un tormento doloroso por lo que han desmentido.
11.
wa idzâ qîla láhum lâ tufsidû fî
l-árdi
Cuando
se les dice: “No corrompáis en la tierra”,
qâlû:
innamâ náhnu muslihûn*
dicen:
“Sólo somos reformadores”.
12.
a lâ: ínnahum húmu l-mufsidûna wa lâkin lâ yash‘urûn*
Pero
no. Ciertamente, son los corruptores, y no se dan cuenta.
13.
wa idzâ qîla lahumû: â:minû kamâ:
â:mana n-nâsu
Cuando
se les dice: “Abríos a Allah tal como se abre la gente”,
qâlû: a nûminu kamâ: â:mana s-sufahâ*
dicen:
“¿Vamos a abrir nuestros corazones como lo hacen los estúpidos?”.
a
lâ: ínnahum húmu s-sufahâ:u wa lâkin lâ ya‘lamûn*
Pero
no. Ellos son los estúpidos, y no lo saben.
14.
wa idzâ laqû l-ladzîna â:manû qâlû:
â:mannâ*
Cuando
se encuentran con los mûminîn dicen: “Nos hemos abierto”
wa
idzâ jalau ilà shayâtînihim qâlû: innâ ma‘akumû:
y
cuando se retiran con sus demonios, dicen: “Estamos con vosotros.
innamâ náhnu mustahçi-ûn*
No
hacemos sino ser burlones”
15.
allâhu yástahçi-u bíhim wa
yamudduhum fî tugiânihim ya‘mahûn*
Allah
se burla de ellos, y los deja en su tiranía vagando.
16.
ulâ:ika l-ladzîna shtarau id-dalâlata
bil-hudà
Esos
son los que han comprado el error a cambio de la orientación.
fa-mâ
rábihat tiÿâratuhum wa mâ kânu muhtadîn*
Su
negocio no ha ganado, y no están bien guiados.
Esta es la primera
parte de las dos en la que hemos dividido la extensa descripción que hace el
Corán del tercer modelo de actitud ante la revelación, y es la propia de los
hipócritas (munâfiqîn).
La primera descripción fue la de los mûminîn-muttaqîn, los sinceramente
abiertos de corazón hacia Allah, los sobrecogidos ante la gravedad del asunto
al que se han asomado. En segundo lugar está la que se refiere a los kâfirîn,
los que se han cerrado en sí mismos. La tercera descripción, la más
extensa, se detiene en analizar el Nifâq,
la hipocresía.
Esta descripción
tiene un referente histórico y real: los hipócritas en Medina, un grupo
-principalmente, personajes notables de la ciudad- que abrazó el Islam sin
convicción para no perder prestigio entre sus antiguos súbditos mientras
esperaban la oportunidad para reestablecer la situación anterior a la llegada
del Profeta a Medina. Los hipócritas fueron fuente de graves problemas y
constantes conflictos y tensiones que en muchos momentos amenazaron la
existencia del Islam y sus posibilidades de convertirse en una realidad sólida
y fructífera.
Pero si traspasamos
las circunstancias de tiempo y espacio descubrimos en la descripción que hace
el texto un modelo repetido a lo largo de las generaciones humanas.
Encontramos que este modelo se reproduce sobretodo entre los miembros de las
clases sociales más elevadas los cuales no tienen en sí mismos el valor
suficiente para asumir las exigencias del Îmân como tampoco lo encuentran
para enfrentarse a la Verdad con un rechazo absoluto y transparente. Y sus
titubeos e inseguridades, su falta de trasparencia y resolución, son tenidos
por ellos como signo de distinción por encima del común de las gentes y
fruto de una reflexión seria sobre las cosas. Por ello nos inclinamos en
estos comentarios a considerar esta descripción como una referencia sobretodo
a los rasgos generales que encierra, como si describiera a los hipócritas tal
como son siempre, no importando la generación o el momento histórico en el
que se encuentren, porque en el fondo la sûra pretende visualizar ante
nosotros un esquema que se repite siempre, por diferentes que sean las formas
que adopte en función de las circunstancias.
wa
min an-nâsi man yaqûlu â:mannâ bil-lâhi wa bil-yáumi l-â:jiri wa mâ
hum bi-mûminîn, entre la gente hay
quien dice: “Estamos abiertos a Allah y al Último Día”, pero no son mûminîn.
Entre la gente (nâs), es decir, entre los musulmanes, hay quienes dicen (qâla-yaqûl,
decir) estar abiertos (âmana-yûmin)
a Allah y al Último Día (al-Yáum al-Âjir), es decir, afirman estar dotados de certeza
acerca del momento en que empieza al-Âjira.
Pero en realidad, a pesar de sus palabras, no son del número de los mûminîn,
no pertenecen al grupo de los sinceros descritos al principio de esta sûra y
no hay que confundirlos con ellos.
Los hipócritas
(los munâfiqîn) son los que
afirman -sólo con sus lenguas y no con sus intenciones ni con sus acciones-
tener los corazones abiertos a Allah y al Último Día -el momento del
reencuentro con Allah en la muerte, que es el Día de la Justicia y la
Retribución-. Afirman que son del número de los mûminîn, que su actitud es
la de apertura (Îmân), pero
mientras sus lenguas dicen esas palabras sus corazones están en otro lado,
sumidos en la cerrazón (Kufr).
En realidad, los hipócritas son kâfirîn que ante los mûminîn no se
atreven o no les interesa expresar lo que en realidad son.
Para ellos, sus
argucias y embustes son signo de inteligencia y astucia, y se creen capaces de
engañar a los que consideran simples y necios. El Corán delata la naturaleza
de su actitud. Con ironía nos dice que no sólo engañan a los mûminîn sino
que engañan en primer lugar a Allah (o al menos lo intentan): yujâdi‘ûna
llâha wa l-ladzîna â:manû, ¡engañan
a Allah y a los que se han abierto a Él!
Este texto, y otros
semejantes, nos obligan a detenernos para analizar una gran realidad que es
uno de los grandes favores de Allah, una realidad que el Corán no deja de
repetir y confirmar, la realidad del especial nexo que vincula entre ellos a
Allah y a los mûminîn: Allah se pone en la fila de sus partidarios, y sus
asuntos son Su Asunto del mismo modo en que los mûminîn han hecho de Allah
su causa. Allah los acoge porque se dirigen hacia Él y esperan todo únicamente
de Él, los sostiene en su seno, hace del enemigo que los ataca Su enemigo, y
el daño que se pretende hacerles lo considera un mal dirigido contra Él
mismo -estando Él como está por encima de todas las cosas-, y éste es su
favor supremo, la expresión de su generosidad sin límites para con quienes
han orientado su ser hacia ella. Es un don que eleva el rango de los mûminîn
a un nivel alto, un don que sugiere que la esencia del Îmân es algo
inapreciable en su verdadera dimensión dentro de esta existencia, y que es la
más noble de las cualidades con las que un ser humano puede engalanar su
corazón, una cualidad que motiva el desbordamiento de la generosidad de Allah
para con él. Todo esto confiere sosiego al corazón del mûmin, que nota a su
Único Señor hacer causa común con él, convertir la batalla del hombre
abierto a Él en Su propia guerra y en su objetivo, haciendo del
enemigo de su partidario Su enemigo personal, y se coloca en la fila del mûmin
y lo eleva hasta Él. ¿Qué le puede importar a partir de esta certeza al mûmin
su enemigo, sus argucias y el daño que pueda hacerle?
A la vez, en las
palabras del versículo hay también una amenaza implícita y terrible
dirigida a quienes intentan engañar o usar ardides contra los mûminîn, o
causarles cualquier daño. Una amenaza que consiste en hacerles saber que la
guerra que declaren a los mûminîn no sólo va dirigida contra ellos sino
también contra Allah, el Fuerte, el Inmenso, el Irreductible. Quienes
combatan a los íntimos de Allah (los auliyâ de Allah) luchan contra el
Creador y el Señor de los mundos, y no hacen sino exponerse a una violencia
cuya magnitud no son capaces de imaginar, una venganza para la que se alía y
conjuga la existencia entera.
Esta realidad, en sus
dos vertientes, es buen motivo de reflexión para los mûminîn, para que sus
corazones encuentren paz y firmeza, y puedan seguir adelante en su camino, sin
importarles las argucias de quienes quieran obstaculizar con embustes y
subterfugios la senda que siguen, ni teman a quienes deseen causarles daño.
También es un conveniente motivo de meditación para quienes quieran declarar
la guerra a los mûminîn, y esa meditación les sirva para detenerse al saber
a quienes combaten en realidad y a qué venganza se exponen cuando atacan a
los mûminîn.
Volvamos al tema de
aquellos que quieren engañar a Allah y a los que se han abierto a Él
diciendo: “Nos hemos abierto de corazón
a Allah y al Día Último”, creyendo ser astutos e inteligentes. Este
versículo se burla de ellos antes de acabar: wa
mâ yujâdi‘ûna illâ: ánfusahum wa mâ yash‘urûn, no
se engañan más que a sí mismos, y no se dan cuenta.
Es tal su descuido y
negligencia, es tal el sopor en el que viven y tan profundo el sueño en el
que están sumidos sus espíritus, sus corazones y sus inteligencias, que en
realidad sólo se mienten a sí mismos (jâda‘a-yujâdi‘, engañar, timar):
Allah sabe de sus embustes, y por otro lado los mûminîn están protegidos
por Allah y Él los resguarda contra los viles. Ante esto, esos necios resulta
que no hacen sino engañarse y estafarse a sí mismos, sin darse cuenta (shá‘ara-yásh‘ur, darse cuenta,
sentir). Se engañan a sí mismos cuando creen que ganan algo con la hipocresía (Nifâq),
cuando la confunden con un buen adorno, cuando piensan que los protege. No se
dan cuenta de que esas apariencias son más destructoras que el Kufr.
¿Qué les empuja a
engañar a los mûminîn intentando confundirles? ¿Por qué, en lugar de
enfrentarse directamente a los musulmanes como hacen los kâfirîn, los hipócritas
se enredan en embustes?: fî
qulûbihim márad, en sus
corazones hay una enfermedad... En sus naturalezas hay un defecto, en sus
corazones hay una desviación, y esto es lo que les impide seguir un camino
claro y recto. La enfermedad (márad)
de sus corazones (qulûb,
plural de qalb) es la vileza. Mientras que los corazones de los kâfirîn están
muertos, los de los munâfiqîn están enfermos.
Allah aumenta (çâda-yaçîd,
aumentar, añadir) lo que en su espíritu sea el hombre, pues junto
a Allah, en al-Âjira -tras la vida
condicionada por el tiempo y el espacio-, todo es sobredimensionado en el
infinito: a la salud del corazón del mûmin le corresponde la inmensidad de
la Misericordia de Allah (la Rahma);
a la muerte del kâfir, el dolor ilimitado de la frustración y la nada (el ‘adzâb o tormento); y a
la enfermedad del munâfiq le corresponde un aumento de ese sufrimiento, el dolor
(álam) que acompaña a la enfermedad: fa-çâdahumu llâhu márada, y Allah aumenta su enfermedad.
La enfermedad trae
enfermedad, la desviación comienza siendo insignificante pero el ángulo de
diferencia aumenta a cada paso que se da hacia adelante: se dirigen hacia un
destino concreto y distinto, el destino al que conduce el engaño: wa
láhum ‘adzâbun alîmun bimâ kânu yukadzdzibûn, para
ellos hay un tormento doloroso por lo que han desmentido. Mientras que el tormento
(‘adzâb) que aguarda a los kâfirîn es inmenso (‘azîm),
el que espera a los munâfiqîn es doloroso
(alîm). Allah añade a la
desproporción del tormento que resulta del Kufr el dolor al haber añadido
los hipócritas a su cerrazón la mentira y el embuste. En el fondo ellos
desmentían (kádzdzaba-yukádzdzib, desmentir,
declarar que algo es mentira) al Profeta, pero lo hacían con mentiras, y
ello es más grave, es añadir dolor a la inmensidad de su ceguera. El acto de
desmentir a los profetas (Takdzîb)
caracteriza a los kâfirîn. Por el contrario, los hipócritas aparentan
confirmarlos y se declaran partidarios del mensaje que transmiten a la
humanidad, pero se trata de una mentira y una argucia, por lo que su Takdzîb
es peor que el del kâfir, pues en él no hay nada de sinceridad ni
transparencia. Si el kâfir es capaz de declarar la guerra al mûmin, el munâfiq
siembra la discordia entre aquellos que se han abierto de corazón a su Señor
Verdadero.
Otro de los rasgos
que distinguen a los hipócritas -en especial a los que de entre ellos ocupan
un lugar privilegiado socialmente como sucedía con los munâfiqîn de la época
del Profeta (s.a.s.), que detentaban el poder y el liderazgo en sus tribus,
tales como ‘Abd Allah ibn Abî Salûl- es la terquedad, la justificación de
sus desmanes y la fanfarronería cuando se sienten seguros:
wa
idzâ qîla láhum lâ tufsidû fî l-árdi qâlû: innamâ náhnu
muslihûn, cuando se
les dice: “No corrompáis
en la tierra”, dicen: “Sólo somos
reformadores”. No se limitan a mentir y tratar de confundir, sino que añaden
a sus estratagemas la necedad y la pretensión arrogante. Cuando se les dice
(cuando les es dicho, qîla-yuqâl, ser
dicho, voz pasiva del verbo qâla-yaqûl, decir) que no
extiendan la corrupción (la destrucción
y la discordia, fasâd) por la
tierra (ard), no se limitan a negar que sean agentes de esa destrucción
sino que afirman ser todo lo contrario y dicen ser muslihîn,
reformadores, reparadores y benefactores
del mundo. Ellos no corrompen (áfsada-yúfsid,
corromper, estropear, destruir) la tierra, no son corruptores (mufsidîn,
plural de múfsid, corruptor, destructor), no extienden la cizaña, sino que persiguen
el bien y lo mejor (salâh)
para las criaturas, ellos reforman y arreglan (áslaha-yúslih,
reformar algo, enderezarlo, arreglarlo,
dejarlo mejor de lo que estaba). Pero son hipócritas, y todo lo que dicen
es lo contrario de lo que sienten y de lo que hacen.
En todas las épocas
son muchos los que dicen ser reformadores y benefactores de la humanidad (muslihîn) cuando en realidad son destructores y
corruptores (mufsidîn). Lo dicen
sin sonrojarse porque han trastocado los valores. Cuando a alguien le faltan
la sinceridad y el desinterés, todos sus demás criterios sufren un
desajuste. Quienes no son sinceros con Allah en las profundidades de sus
corazones son incapaces de darse cuenta de la perversidad de sus acciones,
porque en sus adentros los criterios para juzgar el bien y el mal, la bondad
constructora (salâh)
y la corrupción destructora (fasâd)
dependen de sus arbitrariedades y caprichos y se tambalean con ellos: carecen
de una base señorial.
Por ello, el versículo
apostilla con resolución: a lâ: ínnahum
húmu l-mufsidûna wa lâkin lâ yash‘urûn, pero
no; ellos son los corruptores, pero no se dan cuenta. No se dan cuenta ni
pueden darse cuenta (shá‘ara-yásh‘ur, darse cuenta,
sentir) porque en ellos todo está trastocado, no tienen valores ni
criterios firmes. ¿Con qué pueden juzgar sus propios actos si no es con sus
inclinaciones y sus intereses más mezquinos?
También los
caracteriza el engreimiento y la arrogancia, y la creencia de que están por
encima de la generalidad de la gente
(nâs), y así se convencen a ellos mismos de la altura de su rango.
wa
idzâ qîla lahumû: â:minû kamâ: â:mana n-nâsu qâlû: a nûminu kamâ:
â:mana s-sufahâ, cuando se les
dice: “Abríos a Allah como se abre la gente”, dicen: “¿Vamos a abrir
nuestros corazones como lo hacen los estúpidos?”. La invitación que se
les hacía era la que se proclamó en Medina, una invitación a que se
adhirieran a la sinceridad para con Allah, a una apertura verdadera y recta,
desinteresada, sin someter el espíritu a los caprichos y a las
arbitrariedades del ego. Y a esa invitación respondieron las gentes de
Medina, que entraron en la paz a la que el Islam convocaba a los seres
humanos, y abrieron sus pechos a Rasûlullâh (s.a.s.): él los encauzaba
hacia Allah y ellos lo seguían con todo su ser, con sinceridad y sin
intereses personales. Esas son las gentes a las que aquí se refiere el Corán
e invita a los hipócritas a sumarse a ellos para que a su semejanza se abran
de corazón a Allah, con una sinceridad clara y recta.
Pero la generalidad
de la gente era para los hipócritas una masa de pobres e ignorantes necios
y estúpidos (sufahâ, plural de safîh)
que nada tenían que ver con ellos, la élite. Es decir, para ellos eran
plebe.
El Corán responde a
esas pretensiones con contundencia: a lâ:
ínnahum húmu s-sufahâ:u wa lâkin lâ ya‘lamûn, pero
no; ellos son los estúpidos, pero no lo saben. Y ¿cómo habrían de
saberlo (‘álima-yá‘lam, saber)
si son estúpidos? ¿Cuándo el de naturaleza desviada del camino recto
reconoce que no está en el acierto?
Por último, el
retrato de los munâfiqîn se completa con una alusión que desvela el alcance
de su relación con los airados judíos de Medina. Los hipócritas no se
detienen en el límite de la mentira y el ardid, la necedad y las arrogantes
pretensiones, sino que añaden a todo ello la debilidad de carácter, la
vileza y la conspiración en las tinieblas:
wa
idzâ laqu l-ladzîna â:manû qâlû: â:mannâ wa idzâ jalau ilà shayâtînihim
qâlû innâ ma‘akumû: innamâ náhnu mustahçi-ûn, cuando se encuentran con los que se han abierto a Allah dicen:
“Nosotros nos hemos abierto”; y cuando se retiran a solas con sus
demonios, dicen: “Estamos con vosotros. No hacemos sino ser burlones”.
Hay gente que considera la vileza un mérito y un signo de fuerza, y entienden
que la astucia traicionera es señal de genialidad, pero en realidad son
debilidad y mezquindad. El fuerte no es vil ni malintencionado, ni timador ni
confabulador, ni hace guiños a escondidas, ni es difamador. Pero los munâfiqîn
evitan el enfrentamiento cara a cara: cuando se encuentran con los mûminîn
aparentan ser de su número para evitar granjearse su antipatía y haciendo de
ese fingimiento un velo que les permita causar un daño soterrado. Pero cuando
se encuentran a solas (jalâ-yajlû, encontrarse a solas
con alguien) con sus verdaderos aliados -a los que el Corán llama aquí
‘sus demonios’ (shayâtîn,
plural de shaitân, demonio)
porque son quienes les inspiran y aconsejan ese modo de actuar traicionero y
vil- refiriéndose seguramente a los judíos que encontraban en los hipócritas
la herramienta más adecuada para desgarrar y dispersar la fila musulmana, del
mismo modo en que los munâfiqîn tenían en los judíos un seguro apoyo y
cobijo,... cuando los munâfiqîn se encontraban a solas con sus demonios
revelaban sus verdaderas afinidades: “Estamos
con vosotros”. Y justificaban su fingimiento ante los mûminîn como un
acto de burla: los munâfiqîn son sagaces burlones
(mustahçi-în, plural de mústahçi,
burlón), no hacen sino burlarse
(istáhça-yastahçi) de
los mûminîn, tomándoles el pelo, confundiéndolos y engañándolos con
sagacidad.
Pero el Corán,
apenas ha mencionado sus confabulaciones y sus palabras de desprecio, lanza
contra ellos una condena y una maldición capaz de hacer temblar a las montañas:
allâhu yástahçi-u bíhim,
Allah se burla de ellos. La
mayor miseria en la que puede estar un hombre consiste en ser objeto de la
burla del Inmenso Señor de los cielos y de la tierra. No existe peor
desgracia que ser burlado por Él. Cuesta trabajo a la imaginación
representarse lo que esto significa. Tan sólo puede intuir que se trata de
una situación en la que el hombre acaba vagando sin rumbo en medio de una
existencia en la que todo es confuso y busca su ruina, dándole esperanzas y
desengañándolo. Hemos dicho ya que Allah responde a la forma de ser y de
conducirse de su criatura: el hipócrita es retorcido, indeciso y tambaleante,
y lo mismo encuentra, sobredimensionado, en la realidad infinita de Allah, en al-Âjira. Su corazón jamás encontrará sosiego: wa yamudduhum fî tugiânihim ya‘mahûn, y los deja en su tiranía vagando. Es decir, los abandona a su
suerte en el laberinto en el que existen. La expresión es poderosa: los deja
(mádda-yamúdd, dejar, abandonar,
pero sobre todo, hundir) abandonándolos
a su tiranía (Tugiân,
la injusticia y el mal que
surge y acompaña a la actitud propia de los hipócritas). El Tugiân
-tiranía, opresión, desbordamiento del mal, la discordia que desata
el hipócrita y en la que al final él mismo acaba consumido- es el camino en
el que está el munâfiq, un camino que no conduce a ninguna parte, un camino
del que desconocen la meta. Allah los deja en ese camino, revolcándose en su
inconsistencia absoluta, vagando (‘amiha-yá‘mah,
errar, vagar, perderse) por él, como ratones pegando saltos en una
trampa mortal confeccionada por ellos mismos. Ese hundirse cada vez más en su
propia miseria es la burla que Allah hace de ellos cuando eran ellos los que
pensaban que se estaban burlando de las gentes con sus maquinaciones y manera
retorcida de ser. Ante esto, sus astucias son ridículas y cómicas, y la
existencia entera los burla y se burla de ellos.
Aquí de nuevo
conviene recordar esa realidad a la que hemos aludido antes: la verdad
profunda y fructífera de la vinculación de Allah con los mûminîn, la
alianza que hace que Él responda por ellos lo mismo que los mûminîn han
hecho de su Palabra la causa que rige sus vidas y se orientan hacia la Rahma.
Allah se hace cargo de ellos y de sus asuntos para que calmen sus corazones y
los dirijan hacia Él desapegándose de lo que les amenace. Esto es lo que
confiere paz a los auliyâ, los que han intimado con Allah y han trabado con
firmeza el nexo que relaciona al Creador con sus criaturas. Y el mismo hecho
sugiere la situación terrible en la que se sumerge el que rompe ese lazo:
Allah los declara sus enemigos y los hunde en la dirección que han tomado,
los hace ser presa de la tiranía que han desatado, los ciega en su oscuridad
y los abandona en su propio descuido y desidia.
Esta primera parte de la
descripción de los munâfiqîn finaliza con unas palabras que dejan adivinar
el alcance y magnitud de su ruina: ulâ:ika
l-ladzîna shtarau id-dalâlata bil-hudà, Esos
son los que han comprado el error a cambio de la orientación. Tenían
cerca la orientación y la senda (hudà, senda, orientación, método) pero la
han vendido para a cambio adquirir (ishtarà-yashtarî,
comprar) el error (dalâla,
el extravío). Es decir, su contacto con los mûminîn les facilitaba el
encontrar el buen sendero, pero las inclinaciones de su egoísmo les hacía
preferir los vericuetos sin meta de la arbitrariedad y el capricho, y por esos
pedregales se han perdido: fa-mâ rábihat
tiÿâratuhum wa mâ kânu muhtadîn, su
negocio no ha ganado, y no están bien guiados. Ese intercambio (tiÿâra, comercio,
negocio, transacción) no ha sido ventajoso para ellos, nada han ganado
con él (rábiha-yárbah,
ganar), al contrario, los ha
arruinado, y es porque no contaban con un criterio acertado, no estaban bien
guiados en sus pasos (muhtadîn, bien
guiados, plural de muhtad). Se
han mostrado como pésimos negociantes.