CAPÍTULO
2: LA VACA
SÛRAT
AL-BÁQARA
Revelada en Medina, 286 versículos
(Versículos 1 al 5)
al-ladzîna
yûminûna bil-gáibi wa yuqîmûna s-salâta wa mimmâ raçaqnâhum
yunfiqûn* wa l-ladzîna yûminûna bimâ: únçila iláika wa mâ çunçila
min qáblika es bil-â:jirati hum yûqinûna, los
que están abiertos al Gáib, establecen el Salât y de lo que les hemos
provisto gastan (en los demás), los que están abiertos a lo que te ha sido
revelado y a lo que ha sido revelado antes de ti, y acerca de al-Âjira tienen
certeza. Lo primero que caracteriza a los muttaqîn
es la unidad de su sensibilidad positiva y activa, un sentido de la unidad que
junta en ellos la apertura del corazón hacia el mundo del espíritu (un mundo
interior que recibe el nombre de Gáib),
la realización estricta de las obligaciones que impone ese universo, la
apertura hacia todos los profetas y su aceptación, y por último la certeza
puesta en el reencuentro con Allah en al-Âjira.
La integración en un sentir de estos elementos distingue a la ‘Aqîda
del Islam, es decir, su concepción de la vida y de la trascendencia como
verdades íntimamente entrelazadas, sin rupturas, expresión una de la otra.
Esa reunificación de todo que caracteriza a la ‘Aqîda, caracteriza al
mûmin, el musulmán que
abre por completo su corazón y todo su ser a Allah, guiado a ello por su Taqwà,
es decir, su inquietud y alarma. Esa síntesis suprema es también lo más conveniente en el
último mensaje que es dirigido a la humanidad entera con el fin de unificarla
en el seno de una nación en la que prevalezca ese sentido de la unidad
integradora, para que las gentes vivan a su sombra, educando en ella su
sensibilidad, su comportamiento, sus relaciones, reunificando el corazón, la
inteligencia, el cuerpo y la acción, y reconduciéndolo todo hacia el Uno-Único,
el Singular, el Señor de los mundos.
Si empezamos a
desgranar los eslabones de esta descripción descubriremos en cada uno de
ellos valores fundamentales de la vida tal como la desea el Islam para la
humanidad entera:
al-ladzîna
yûminûna bil-gáib, los que se
abren al Gáib. La densidad material de la existencia que rodea a los
muttaqîn no es un obstáculo entre ellos y la Fuerza Poderosa e Inmensa de la
que surge todo, de la que mana la existencia, de la que nace el universo. En
lo que captan sus sentidos descubren verdades latentes, energías
conformadoras, criaturas interiores y potencias activadas.
Lo primero en
caracterizar a los muttaqîn es el Îmân,
la actitud abierta de sus corazones, que los hace ser mûminîn,
gentes abiertas (del verbo âmana-yûmin,
abrirse de corazón) al universo interior, el Gáib, el mundo ausente
porque es imperceptible y no está al alcance de los sentidos sino que es un
universo al que sólo accede el corazón dotado de Îmân, es decir, dotado de mirada penetrante, de actitud abierta y
receptiva.
El Îmân
en el Gáib, el acto de abrirse a
ese mundo interior y espiritual, es el umbral por el que pasa el ser humano y
con ello trasciende al animal que sólo percibe lo que recogen sus sentidos físicos,
y alcanza entonces el grado de criatura para la que la existencia es más
grande y completa que ese espacio pequeño y limitado que son capaces de
abarcar los cinco sentidos -y los instrumentos que sean extensión de esos órganos-.
Se trata de un ir más lejos en la capacidad del ser humano de representarse
la naturaleza de la existencia -y de su propio ser-, de la naturaleza y
envergadura de las fuerzas desatadas que estructuran esta existencia, una
capacidad nueva de su sensibilidad ante el universo y lo que se esconde tras
él, el poder y la voluntad determinantes que subyacen bajo las mil formas que
adquiere su acción, de la que es resultado todo lo que percibimos de un modo
u otro con nuestros sentidos, la razón y la imaginación. El Îmân tiene una influencia definitiva en la vida del mûmin
sobre la tierra: quien vive en el espacio pequeño y cerrado de lo que
recoge con sus sentidos no es como el que vive en un universo infinitamente
grande para el que usa también su intuición y su ojo interior, y recoge sus
ecos y sugerencias dentro de sus propias entrañas porque resuenan en las
profundidades privadas de su ser. Mûmin es el que presiente que su tiempo y su espacio son más
amplios que el tiempo y el espacio que puede concebir en su pequeña y
limitada vida, que detrás de las apariencias del cosmos hay una Verdad más
grande, una Verdad que es su fuente y de la que recoge su propia existencia,
la Verdad Esencial -Allah- para la que los ojos son insuficientes y ante la
que la inteligencia queda perpleja porque no es capaz de representársela de
ningún modo.
Y queda así
salvaguardada la energía intelectual orientándola el Islam hacia su auténtica
función. Queda a salvo de la dispersión, el desgarramiento y toda acción de
la que es incapaz, pues no le ha sido dada fuerza para abarcarlo todo y de
nada sirve que malgaste su energía en lo que no le ha sido dado percibir. La
energía intelectual que Allah ha regalado al ser humano es el instrumento que
le permite establecer su califato, es decir, su soberanía y protagonismo en
la tierra. Su función consiste en hacerse cargo de la vida como se le
presenta en su inmediatez, la cual debe analizar, profundizar en ella y agotar
sus posibilidades, trabajando para mejorar sus condiciones y producir frutos
que sean de provecho al hombre, para desarrollar la vida y embellecerla, con
la condición de apoyarse en esa otra energía espiritual que sí está
facultada para entrar en contacto con la existencia en su unicidad y con el
Creador Uno de esa existencia unificada, dejando en lo desconocido lo que
pertenece al Gáib, a ese mundo interior en el que se penetra con el ojo interior
y para el que la inteligencia no es herramienta. Intentar recoger con la
inteligencia lo que se oculta tras la realidad inmediata que tiene los límites
de la tierra y la vida sobre ella, sin apoyarse en el espíritu inspirador y
con visión espiritual abierta y sin dejar en el espacio de lo ininteligible
lo que pertenece al Gáib, ese
intento es en primer lugar un fracaso, y en segundo lugar es una falta de
responsabilidad. Es un fracaso desde el momento en que emplea un instrumento
inadecuado para sondear ese dominio, y es una irresponsabilidad porque
dispersa las energías de la inteligencia que no han sido creadas para indagar
por ese espacio. Si la inteligencia humana no se rinde a la primera de las
evidencias según lo cual lo limitado no puede encerrar lo absoluto e
infinito, está obligada -por respeto a sí misma y a su propia lógica- a
aceptar que la percepción de lo absoluto es imposible para ella y que esa
imposibilidad de percibir no niega la existencia de lo infinito por los
pliegues del oculto Gáib, y por
ello debe poner ese conocomiento en manos de otra de las capacidades del ser
humano que no son las de la inteligencia, y esas capacidades las resume la
lengua árabe en una sola palabra: el Îmân,
la posibilidad que tiene el hombre de abrirse a ese mundo interior, infinito,
inescrutable, que es el Gáib. El
ser humano tiene esa puerta en su corazón, y a través de ella le llega la
sabiduría que viene del Conocedor que todo lo contiene, Allah, sabedor de lo
manifiesto y lo oculto, lo ausente y lo presente. Este respeto a la lógica de
la inteligencia en estos asuntos es una de las cortesías que adornan a los mûminîn,
y es la primera de las cualidades de los muttaqîn.
La capacidad para
abrirse al mundo (al-Îmân bil-Gáib) infinito es el signo que determina el avance
del ser humano que lo hace alzarse sobre la condición de bestia. Pero los
materialistas de estos tiempos, como los de todos los tiempos, quieren hacer
retroceder al ser humano, devolverlo al mundo animal en el que sólo tiene
existencia lo que llega a través de los cinco sentidos. A eso lo llaman
progreso cuando es la degeneración de la que Allah protege a los mûminîn
despertando en ellos la cautela que los hace ser muttaqîn,
es decir, prevenidos y estar alerta ante lo que pueda causar daño a su
condición humana. Por ello son descritos por el Corán como ‘aquéllos
que se abren al Gáib’.
wa
yuqîmûna s-salâ, y
establecen el Salât, es decir, se orientan hacia Allah
reconociendo en Él a su Único Señor. Con esto se alzan por encima de
cualquier sujeción y dependencia respecto a las criaturas y las cosas.
Dirigen su ser hacia la fuerza absoluta, libre de toda limitación, y llevan
la frente al suelo ante Allah, y no ante semejantes suyos. El corazón que
verdaderamente se encoge ante Allah y comunica con Él de noche y de día
alimenta en sí el presentimiento de su nexo con el Existente Necesario y
descubre que su vida tiene un sentido que escapa a la tierra y a las
condiciones que impone la tierra, y encuentra en sí algo que lo hace más
poderoso que las demás criaturas porque hace presente su vinculación al
Creador de las criaturas. Todo esto es fuente de fuerza para la conciencia
-del mismo modo que es fuente de reparo y Taqwà,
es decir, cautela y sobrecogimiento-.
La energía que mana de esa fuente confiere fortaleza y hace señorial la
personalidad del mûmin: lo hace
ser señorial en su sensibilidad y señorial en su comportamiento y en sus
movimientos.
Esto es a lo que
aluden las palabras que describen a los muttaqîn como establecedores del Salât.
El establecimiento del Salât (la iqâma,
del verbo aqâma-yuqîm, establecer, levantar,
enderezar, erigir) es el acto de tender y mantener ese puente que los liga
a Allah y los engrandece.
wa
mimmâ raçaqnâhum yunfiqûn, y de
lo que les proveemos gastan (en los demás). En primer lugar, los mûminîn-muttaqîn
reconocen que los bienes que tienen entre manos es riqueza
y provisión (riçq) que les viene de Allah, y no son ellos los creadores de lo
que tienen y de lo que disfrutan, y por tanto no tienen sobre ello ninguna
propiedad absoluta. Es Allah el que provee al hombre (ráçaqa-yárçuq, proveer),
el que lo aprovisiona de todo lo que el ser humano acaba creyendo que es suyo
pero que en realidad es obra del Creador. De este reconocimiento del beneficio
que se les ha hecho con el riçq
-la provisión de bienes que les permite vivir y estar cómodos- deriva un
sentido de solidaridad al saber que todo aquello que enriquece la vida es de
Allah y es para las criaturas de Allah. El mérito de esta certeza se muestra
en que combate la avaricia y la sustituye por la solidaridad activa. Esta
certeza en que cuanto existe es de Allah hace de la vida un momento para
compartir el bien que viene de Allah y no un campo de batalla.
El Infâq,
el acto de gastar en los demás (del
verbo ánfaqa-yúnfiq, gastar en los demás)
abarca el Çakât y la Sádaqa, y todo aquello que como muestra de
solidaridad, amistad o generosidad se ofrece a los demás. El Islam estipuló
el Infâq antes de darle una de sus
formas concretas bajo la reglamentación del Çakât. La invitación a una
solidaridad activa es la idea a la que más tarde el Çakât da una forma
particular, sin agotar no obstante sus posibilidades. Según Fâtima bint
Qáis,
Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: “Sobre las
riquezas pesan derechos de los demás aparte del Çakât”. En el versículo
presente se alude al objetivo general que es anterior a la imposición del Çakât.
La descripción de
los rasgos y perfiles de los mûminîn-muttaqîn no se agota en lo anterior,
y de ellos el Corán dice a continuación:
wa
l-ladzîna yûminûna bimâ: únçila iláika wa mâ: únçila min qáblika,
los que están abiertos a lo que te ha sido revelado y a lo que ha sido
revelado antes de ti. Esta es la actitud que conviene a la nación
musulmana, heredera de la ‘Aqîda primordial, heredera de la tradición profética
que se inauguró con el amanecer de la humanidad, lo que la convierte en la
atesoradora de esa ‘Aqîda y ese patrimonio, y la pone a la cabeza de la
caravana del Îmân en la tierra
hasta el final de los tiempos. La cualidad que describe el versículo tiene el
valor de alimentar el sentimiento de coincidencia de la humanidad, la unidad
de su camino, la unidad de sus profetas y la unidad de su Señor. Este sentido
de la universalidad en el Islam purifica el espíritu de los musulmanes de
todo vil fanatismo contra los sistemas espirituales de los demás pueblos y
contra sus seguidores, incluso apreciándolos mientras estén sobre el camino
auténtico de sus antepasados. Y la enseñanza contenida en este versículo
invita también a confiar en Allah y calmarse en Él al sugerir la atención
que Allah concede al ser humano a lo largo de las eras y las generaciones, una
atención que se traduce en que no deja de guiar a los hombres, cualquiera que
sea supertenencia. El musulmán reconoce así la autenticidad de los
profetas quese han sucedido a lo largo del tiempo, los reconoce como
transmisores de un mismo mensaje esencial, los reconoce como indicadores de un
mismo camino hacia un mismo Señor, pues la Hudà,
la orientación, la senda, a pesar de las circunstancias y los medios, es algo firme y
permanente, a semejanza de la estrella que guía los viajeros en la espesura
de las tinieblas.
Los mûminîn-muttaqîn
están abiertos de corazón (âmana-yûmin, abrirse) a la revelación
(Tançîl). Saben que es Allah el que ha hecho bajar (ánçala-yúnçil, hacer bajar, revelar)
los mensajes comunicados por los profetas a los hombres, y su Îmân
es una actitud abierta hacia lo que es revelado (únçila-yúnçal,
voz pasiva: ser hecho bajar, ser
revelado) a Muhammad (s.a.s.) y también lo es hacia lo que ha sido
revelado antes de él, recibiendo así la herencia de las tradiciones
anteriores y negando toda exclusividad.
wa
bil-â:jirati hum yûqinûn, y
acerca de al-Âjira tienen certeza. Con esta apostilla se cierra la
descripción de los mûminîn-muttaqîn, los musulmanes sinceros en su
orientación hacia Allah. Es la conclusión apropiada que relaciona el mundo y
la vida sobre la tierra con al-Âjira,
la existencia tras la muerte, relaciona el principio con el destino, la acción
con la retribución. Acerca de esta relación estrecha el que está abierto a
Allah (mûmin), el que está atento (muttaqî) tiene una certeza
(yaqîn) que determina su vida y su
comportamiento, por ello se utiliza la poderosa expresión ‘tiene certeza’ (áiqana-yûqin,
tener certeza, saber a ciencia cierta, estar convencido). Por un
lado, el versículo sugiere que el ser humano no es una criatura abandonada ni
ha sido creada arbitrariamente. Por otro lado, el versículo insinúa la
existencia de una justicia absoluta que aguarda al hombre, para que su corazón
se apacigüe y su inquietud acerca de la validez de sus esfuerzos y el sentido
de su existencia se estabilice, y lo invita a una acción recta esperando para
ella la justicia y la misericordia de Allah al final de su peregrinación.
La certeza
(yaqîn) puesta en al-Âjira, es decir, el convencimiento de un reencuentro con Allah
tras la muerte y que Él hará justicia a los actos del ser humano, es una
importante bifurcación de caminos entre quien vive encerrado entre los muros
de la materialidad y quien existe en un universo amplio y sin límites, entre
quien cree que su vida sobre la tierra es toda su suerte en esta existencia y
quien presiente que su vida sobre la tierra es acción que espera ser
retribuida, y que la vida verdadera es la que le aguarda tras las
circunstancias de este espacio limitado hecho a su medida en espera de las
proporciones infinitas de Allah.
Cada una de las
cualidades y actitudes señaladas más arriba -como hemos visto- tiene
resonancias que determinan una forma de vivir y un comportamiento atentos a
Allah y sensibles a la unidad que lo rige todo, y por ello describen a los muttaqîn,
los atentos, los vigilantes. En su conjunción todo queda armonizado. Son los
elementos de una descripción que alude a un profundo sentido de la unidad
capaz de armonizar la existencia en toda su grandeza y todos sus aspectos en
un mismo ser. Este es el resultado de la Taqwà,
ese sobrecogimiento ante la magnitud
de la existencia que se combina con el Îmân,
la apertura del corazón que es
capaz de recoger la inmensidad. Taqwà e Îmân son sensibilidad y emoción
poderosas que generan orientaciones y acciones. Son detonantes que posibilitan
hacer coincidir los mundos interiores y exteriores de la criatura. Con ellos
pierden intensidad las apariencias y desaparecen los velos que ocultan las
esencias. Este es el fruto inmediato del asomo al Gáib,
y después viene tender hacia él un puente efectivo, el Salât. Esta vinculación con la fuente de la vida hace
generoso y solidario al ser humano y lo invita a desbordarse también él, y
entonces ‘gasta en los demás el bien
que le ha sido dado’. Esta
suma queda respaldada por una conciencia de universalidad que obliga a
reconocer a todos los profetas y tradiciones, abandonando los fanatismos de
cualquier tipo. Por último, el Yaqîn,
la certeza: la existencia última y
definitiva en el seno de la eternidad de Allah, donde todo es concluido y
tiene sus consecuencias en lo infinito previo y posterior a la existencia del
ser humano.
Lo anterior describe
a los mûminîn-muttaqîn, y así eran los primerosmusulmanes de la comunidad
de Medina, la nación que crearon los muhâÿirîn y los ansâr, los
que abandonaron Meca y los que los acogieron. Esa comunidad fue una realidad
que se fue formando desarrollando los potenciales del Îmân y transformó el
mundo. Con ella Allah hizo cosas grandes en la tierra y en la vida de los
hombres.
Por ello, la
descripción de los primeros musulmanes, válida para todos los sinceros que
se abren a Allah y se sobrecogen ante esa inmensidad y se comprometen con sus implicaciones, acaba con una apostilla:
ulâ:ika
‘alà húdan min rábbihim* wa ulâ:ika húmu l-muflihûn, ésos están sobre la senda de su Señor; y ésos son los triunfadores.
Ésa es la senda de la orientación
hacia Allah (hudà), la que viene de
Él y reconduce hacia Él y su exhuberancia, y los mûminîn-muttaqîn son los
que están sobre ella, sobre el camino de su Señor
(Rabb), y ellos son los
destinados al triunfo (falâh),
es decir, la consecución de los más altos beneficios que posibilita la
existencia, por eso ellos ya son los muflihûn,
los triunfadores, los satisfechos,
los que no caen en la frustración a la que están condenados los que no se
vinculan a Allah, pues todo lo que no es Allah es vacío y angustia.