CAPÍTULO
I: LA APERTURA
SÛRAT
AL-FÂTIHA
Revelada en Meca, 7 versículos
ar-rahmâni
r-rahîm, el Rahmân,
el Rahîm... Estos Nombres de Allah que abarcan todas las
significaciones, las circunstancias y los campos de acción de la Rahma,
es decir, el amor con el que Allah
crea, se repiten aquí en el corazón de la sûra, en un versículo
independiente, para confirmar la cualidad sobresaliente en la Rubûbía,
en el Señorío en el que están
insertos todos los seres. Se repiten para recordar con insistencia el nexo
perpétuo entre el Señor y aquéllos que están en su poder, entre el Creador
y sus criaturas. La Rahma, el permanente acto creador lleno de
misericordia, es la relación que vincula a Allah y los mundos, y darse cuenta
de ello es lo que incita a los musulmanes a expresarlo en alabanzas y elogios
de su Señor. Esta relación invita a la paz y hace latir el amor; y el Hamd,
la alabanza, es la reacción natural cuando se siente la frescura de la
Rahma vivificante.
El Señor -la Verdad realizadora
de todas las cosas- en el Islam no persigue a sus siervos como se hace con los
enemigos o los contrincantes. Allah no es uno de los dioses del Olimpo que se
divierte a costa de los hombres en sus entretenimientos y en sus
enfrentamientos. Ni busca su ruina para vengarse como hace el dios del Antiguo
Testamento según la interpretacion distorsionada que ofrecen los judíos y
los cristianos, sumiendo a los hombres en una Babel inútil.
máliki
yáumi d-dîn, el Rey del Día de la
Retribución. He aquí la referencia a uno de los fundamentos esenciales
de la ‘Aqîda del Islam y una de las nociones de mayor y más profundo
calado en la vida de los seres humanos, la idea de al-Âjira,
la existencia junto a Allah tras la
muerte. La palabra Mulk -reino,
dominio- designa el grado más alto de hegemonía y poder, y Málik
es Rey, Soberano. El Yáum
ad-Dîn es el Día de la Justicia y la Retribución en al-Âjira.
Con frecuencia los
hombres han reconocido un poder creador
trascendente e inefable (la Ulûhía,
de donde viene la palabra Allah).
Han atribuído a Allah la Ulûhía, el carácter trascendente, la inefabilidad
y el primer acto creador. Pero a pesar de ello no han sospechado que tendrían
que rendir cuentas ante Él. El Corán se refiere a ello cuando cita sus
palabras: “Si les preguntas quien ha creado los cielos y la tierra, responden:
Allah”, y en otro pasaje dice: “Se
sorprenden cuando les llega un advertidor que surge de entre ellos, y dicen
los kâfirîn: ¿Cuando muramos y seamos polvo...? ¡Ése es un retorno
improbable!”.
La firme aceptación
del Yáum ad-Dîn, el
Día de la Retribución, es una de las nociones generales de la ‘Aqîda
del Islam que tiene el valor de fijar la mirada y los corazones de los seres
humanos en otro mundo tras la existencia en la tierra, y con ello consigue que
las exigencias de la tierra no se les impongan de forma tiránica. Es entonces
cuando los hombres pueden remontar esas necesidades. Entonces no los gobierna
la angustia por encontrar contrapartida a sus esfuerzos durante unas vidas
cortas y limitadas y en el espacio cercado de la tierra. Es cuando pueden
desarrollar una acción por Allah y esperar la contrapartida donde Allah lo
determine, bien sea en la tierra o bien sea en al-Âjira, todo ello con
esperanza calmada en Allah, con confianza en el bien, insistiendo en la
verdad, con un espíritu amplio, tolerante y lleno de certeza. Por ello, esta
noción general es tenida por un elemento que diferencia y separa la
supeditación a la arbitrariedad y los caprichos de la amplitud de miras que
conviene al ser humano, es la certeza interior que distingue entre el
sometimiento a las representaciones que nacen del apego a la tierra, sus
valores y criterios, y el apego a los valores señoriales y la superación de
la lógica de la ignorancia (la Yâhilía). La noción del Yáum ad-Dîn es
bifurcación de caminos entre la humanidad en su esencia suprema tal como la
quiere Allah para sus criaturas y el camino de las imágenes ilusorias de la
vida, distorsionadas y desviadas, a las que no está destinada la perfección.
La vida humana no se
endereza sobre la la elevada vía de Allah mientras la idea del Yáum ad-Dîn
no se asienta realmente entre las representaciones interiores del hombre y
mientras no se calman sus corazones en el hecho de que las contrapartidas a
sus acciones en la tierra no son su suerte última y mientras el individuo, de
vida limitada, no confíe en que tiene otra vida por la que merece que se
esfuerce y luche sacrificándose por auxiliar a la verdad y el bien esperando
una retribución que encontrará en su última
morada (al-Âjira).
No están al mismo
nivel los que están abiertos a al-Âjira y los que la niegan, no son iguales
en sensibilidad, ni en comportamiento, ni en acción. Son dos tipos distintos
de criaturas, dos naturalezas diferenciadas que no coinciden en la tierra y en
la acción ni coinciden en al-Âjira y en la retribución. Esta es la
bifurcación de caminos.
iyyâka
ná‘budu wa iyyâka nasta‘în, Sólo
a ti reconocemos y sólo a ti pedimos ayuda. Este es el resultado práctico
de la asimilación profunda de lo que significan los fundamentos anteriores.
El musulmán sólo reconoce el señorío de Allah y sólo de Él espera
auxilio. El verbo ‘ábada-yá‘bud
significa reconocer como señor y dueño,
y la frase iyyâka ná‘bud es ‘sólo
a ti reconocemos como dueño nuestro’, es decir, sólo estamos sujetos a
ti, sólo de ti dependemos, y de nada más. Y el verbo ista‘âna-yasta‘în significa pedir
ayuda, buscar auxilio, y la
frase iyyâka nasta‘în es ‘sólo
de ti esperamos asistencia’, es decir, sólo Tú puedes satisfacer
nuestras demandas, sólo Tú tienes poder para cubrir nuestras necesidades, sólo
en ti nos apoyamos. En resumen, reconocimiento
(‘Ibâda) de una sola Esencia inefable y de su señorío absoluto y
petición de ayuda (Isti‘âna) dirigida únicamente a Ella.
En esto hay otra
bifurcación entre caminos, el de la liberación absoluta de toda sujeción y
el de la sujeción absoluta a las criaturas. Este versículo anuncia el
nacimiento de la liberación completa y global de la humanidad, la liberación
de la esclavitud respecto a las ilusiones, los regímenes y la realidad que
condiciona al ser. Si sólo Allah es reconocido como señor y si sólo de Él
se espera toda ayuda, la conciencia humana queda liberada de tener que
humillarse ante los regímenes, las realidades que se le imponen y las
personas, del mismo modo en que había quedado liberada de los mitos, las
fantasías y las supersticiones.
Aquí debe ser
expuesta la postura del musulmán ante las fuerzas humanas y las fuerzas de la
naturaleza.
En cuanto a las
fuerzas humanas -para el musulmán- son de dos tipos: una fuerza bien guiada,
abierta a Allah, seguidora del camino de Allah,... debe reforzarla con su
aporte, colaborar con ella por el bien, la verdad y lo justo. Y una fuerza
desviada, incomunicada con Allah, que no sigue su senda,... debe oponerse a
ella, combatirla y transformarla.
Al musulmán no lo
asusta que la fuerza desviada sea grande u opresora, pues al haberse apartado
de su fuente primera ha perdido su verdadera fuerza. Le falta el alimento que
la nutra constantemente y que preserve su energía. Es como un meteorito
grande separado de una estrella incandescente: el meteorito no tarda en
apagarse y enfriarse perdiendo su fuego y su luz, por gigantesco que sea su
tamaño. Sin embargo, cualquier molécula adherida a su fuente originaria
mantiene su calor y su brillo: “¡Cuántos grupos pequeños han vencido a grupos grandes con el permiso
de Allah!”, y los han derrotado gracias a su unión a su fuente primera,
por recoger fuerzas y orgullo del único manantial de vida.
En cuanto a las
fuerzas de la naturaleza, la postura del musulmán es de observación para
conocerlas y amistad, y no una postura temerosa o de agresión. Es porque
tanto las fuerza del hombre como la de la naturaleza brotan de la voluntad y
el querer de Allah, gobernadas por la voluntad y el querer de Allah, que se
armonizan y colaboran en su movimiento y orientación.
La ‘Aqîda del
musulmán le sugiere que Allah, su Señor, ha creado todas esas fuerzas para
que sean sus amigas, lo ayuden y colaboren con él, y que el modo de ganar esa
amistad es la reflexión, conocerlas y colaborar con ellas, y dirigirse con
ellas hacia Allah, Señor de todos los mundos. Y si a veces esas fuerzas le
causan daño, le dañan por que no las ha meditado ni se ha propuesto
conocerlas o no ha conseguido penetrar hasta descubrir los ritmos que las
ponen en marcha.
Los occidentales
-herederos de la Yâhilía romana- han introducido la expresión ‘vencer a
la naturaleza, dominarla’. Este modo de expresarse tiene un significado
evidente que delata la ignorancia del que ha cortado su vinculación con Allah
y con el espíritu del universo que responde a Allah. En cuanto al musulmán
que tiene el corazón comunicado con su Señor
(Rabb) Misericordioso y Propiciador
de vida (Rahmân-Rahîm), y tiene el espíritu comunicado con el espíritu de
esta existencia que no deja de proclamar la inmensidad de la Inefabilidad de
Allah, Señor de los mundos, está abierto a que hay otra relación posible a
parte de la de dominio y la sequedad. El musulmán está seguro de que Allah
es el Creador Excelente de todas esas fuerzas, las ha creado de acuerdo a un
único ritmo, para que colaboren entre sí y alcancen unas metas que les han
sido determinadas según ese ritmo, y que las ha puesto a disposición del ser
humano, en principio, y le ha facilitado descubrir sus secretos y sus normas,
y que el ser humano debe dar las gracias a Allah cada vez que lo prepara todo
para permitirle conseguir la ayuda de alguna de esas fuerzas: es Allah el que
lo dispone todo y no es él, el hombre, el que las conquista o domina: “Es
Él el que ha predispuesto para vosotros la tierra entera”.
Por tanto, los
fantasmas no llenan su sensibilidad ante las fuerzas de la naturaleza ni se
inerponen miedos entre él y ellas: está abierto a Allah Uno, reconoce su señorío
absoluto, y se ayuda con Allah solo, y esas fuerzas son creación de su Señor,
y el musulmán las piensa, intima con ellas, penetre en sus secretos, y
entonces le brindan su colaboración, les desvelan sus misterios, y vive con
ellas en un universo que lo acompaña, amigo y atento. Son espléndidas las
palabras de Rasûlullâh (s.a.s.) cuando, mirando hacia la montaña de Uhud,
dijo: “Ésta es una montaña que nos
ama y a la que amamos...”, pues en estas palabras está contenido lo que
había en el corazón del primer musulmán, y que era amor, intimidad y
complicidad con la naturaleza incluso ante sus aspectos gigantescos y más
secos.
Después de haber
asentado las generalidades anteriores que son fundamentos de la visión islámica
y haber concluido con la necesidad de orientarse hacia Allah con una actitud
de reconocimiento de su Señorío único y absoluto y señalando que, por
tanto, sólo de Él se debe esperar socorro y ayuda, la sûra comienza una
aplicación práctica dirigiendo hacia Allah una invocación
de contenidos generales de acuerdo a la atmósfera y naturaleza de esta
sûra:
ihdinâ
s-sirâta l-mustaqîma sirâta l-ladzîna
án‘amta ‘aláihim gáiri l-magdûbi ‘aláihim wa lâ d-dâ:llîn,
Guíanos al Sendero Recto, el Sendero de
aquéllos a los que has favorecido, no el de los que son objeto de la ira, ni
el de los errados.
El verbo hadà-yahdî
significa guiar, sirât es sendero
y mustaqîm es recto: ihdinâ s-sirâta
l-mustaqîm, Guíanos al Sendero
Recto, es decir, propicia para nosotros el conocimiento del camino recto
que conduce hasta ti, y propicia el que seamos rectos sobre él tras
reconocerlo. El acto con el que Allah guía
(hidâya), que es en el fondo su
cuidado y misericordia, tiene como frutos el conocimiento y la rectitud (istiqâma), del
mismo modo que el haberse orientado hacia Allah con esta invocación había
sido el fruto de la ‘Aqîda que enseña que Él es Uno y que sólo Él puede
auxiliar al ser humano y guiarlo. Y este asunto -conseguir la hidâya- es lo más grande y lo primero que debe buscar el mûmin,
lo primero que debe pedir a su Señor: que Él lo auxilie en esta empresa. La hidâya,
que es la intervención de Allah con que que permite que el ser humano acierte
en su búsqueda, el guiarse hasta el
Sendero Recto (as-Sirât al-Mustaqîm) y guiarse después por
él, es la garantía de la felicidad en el mundo y en al-Âjira, con toda
certeza. En realidad, la hidâya es
que la naturaleza primordial del ser humano redescubra su camino de vuelta
hacia Allah, hacia el ritmo que Él ha creado y que armoniza el movimiento del
ser humano y el movimiento de la existencia entera en dirección a Allah, Señor
de los mundos.
Por último, la sûra
revela la naturaleza de ese Sendero Recto: sirâta
l-ladzîna án‘amta ‘aláihim, el
Sendero de aquéllos a los que has favorecido, es decir, se trata por
tanto del mismo camino seguido por aquellos a los que Allah ha dispensado su favor
(ni‘ma). El verbo án‘ama-yún‘im
significa, favorecer, beneficiar.
‘Aquéllos a los que Allah ha favorecido’ es una expresión con la que el
Corán se refiere a quienes han visto realizarse todo lo dicho hasta aquí,
aquellos a los que Allah ha respondido y los ha guiado y han alcanzado la
meta. Y para concluir, gáiri l-magdûbi
‘aláihim wa lâ d-dâ:llîn, no
el de los que son objeto de la ira, ni el de los errados, es decir, ese
camino no es el de los que son objeto de la ira
(gádab) de Allah, los magdûb
‘aláihim, que son quienes conocen el camino pero no lo siguen porque
prefieren apartarse, ni es el de los que están en el error
(dalâl), los dâllîn, que ni lo han intuido. Al contrario, es el sendero
de los felices, los bien guiados, los que se han vinculado a Allah.
Ésta es la sûra
elegida para ser repetida en cada salât, y si no es recitada el salât
queda invalidado. A pesar de su brevedad, enuncia de modo general los
principales fundamentos de la cosmovisión islámica y los principios que
moldean la sensibilidad espiritual del musulmán que surgen espontáneamente
de la asimilación de esos saberes creadores de emociones, a los que se llama ‘Aqîda.
En un hadiz que
aparece en la recopilación de Muslim (Sahîh Muslim),
según Abû Huráira, Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: “Allah ha dicho: ‘He
dividido el salât, una me corresponde y otra corresponde a mi siervo,
y sea para mi siervo lo que solicite’. Cuando el siervo dice: al-hámdu
lil-lâhi rábbi l-‘âlamîn, Allah responde: ‘Mi siervo me ha
elogiado’. Y cuando dice: máliki yáumi d-dîn, Allah responde: ‘Mi siervo me ha
glorificado’. Y cuando dice: iyyâka
ná‘budu wa iyyâka nasta‘în, Allah responde: ‘Esto es entre
nosotros, y sea para mi siervo lo que solicite’. Y cuando dice: ihdinâ
s-sirâta l-mustaqîma sirâta l-ladzîna
án‘amta ‘aláihim gáiri l-magdûbi ‘aláihim wa lâ d-dâ:llîn,
Allah responde: ‘Esto es para mi siervo, y sea para mi siervo lo que ha
solicitado’...”.
Tal vez este hadîz sahîh
-tras lo dicho a lo largo del comentario de la sûra- revele uno de los
secretos que hay en la sûra que explica por qué ha sido elegida para ser
repetida diecisiete veces al día, o las veces que Allah quiera que sea
repetida por el musulmán cada vez que se levante para hacer el salât.