CAPÍTULO
99: EL TERREMOTO
SÛRAT
AÇ-ÇÁLÇALA
Revelada en Medina, 8 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîm
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
idzâ çúlçilati l-árdu çilçâlahâ
Cuando
sea sacudida la tierra por su terremoto,
2.
wa ájraÿati l-árdu azqâlahâ
y
expulse la tierra su carga,
3.
wa qâla l-insânu mâ lahâ
y
el hombre diga: “¿Qué le pasa?”,...
4.
yaumáidzin tuháddizu ajbârahâ
ese
Día contará sus noticias
5.
bi-ánna rábbaka auhâ lahâ*
pues
tu Señor la inspirará.
6.
yaumáidzin yásduru n-nâsu
ashtâtan li-yúrau a‘mâlahum*
Ese
Día surgirán las gentes en grupos separados para que les sean mostradas sus
acciones.
7.
fa-man yá‘mal mizqâla dzárratin jáiran
yárah*
Quien
haya hecho el peso de un átomo de bien, lo verá.
8.
wa man yá‘mal mizqâla dzárratin shárran yárah*
Quien
haya hecho el peso de un átomo de mal, lo verá.
En el encabezamiento de esta sûra se anota que fue revelada en Medina, y
así lo confirman algunos relatos
contextualizadores (riwâyât),
pero hay otros en los que se dice que fue revelada en Meca: su estilo y su tema
apoyan esta última aserción.
Este
capítulo es una sacudida violenta que se imprime a los corazones que viven en
la desidia. Es como el cataclismo que remueve los cimientos de quien de repente
tropieza en sus adentros con la Grandeza Aniquiladora de Allah. Su sonoridad, su
carácter tremendo, la imagen que ofrece y la vehemencia con la que describe una
catástrofe definitiva que no deja tras de sí nada en pie,... todo ello está
destinado a producir ese efecto demoledor en la sensibilidad de quien lo lee con
la intención de empaparse de las emociones que el Corán quiere sugerir.
El
Corán mismo es un grito poderoso capaz de hacer que el ser humano se
convulsione y renazca en la misma vibración que lo sacude. Cuando el corazón
despierta del trastocamiento que produce la Revelación se ve como sometido a un
ajuste de cuentas, ve ante sí una balanza y las repercusiones de su existencia.
El
Corán, trasponiendo el tema a las magnitudes del Fin del Mundo, nos habla aquí
del Grito que acabará con la tierra y cuantos habitan sobre ella, marcando el
inicio de otra forma de percibir. Todo esto -la contundencia de Allah en lo
personal de cada ser y en lo universal de la existencia entera- es insinuado en
los breves versículos de esta sûra.
Este
tono es el de toda la parte última del Corán, y esta sûra lo representa de un
modo especial. Los textos coránicos revelados en Meca tiene una fuerza
extraordinaria porque sobre ellos se va acimentar la personalidad del musulmán,
que ha de romper radicalmente con la idolatría que entonces reinaba en la
ciudad.
El
Yáum al-Qiyâma, el Día del Restablecimiento, el Yáum
ad-Dîn, el Día de la Deuda, el Yáum
al-Yaçâ, el Día de la Retribución,... todos son nombres para el momento cumbre
en el que culmina la existencia abriéndose definitivamente hacia la Verdad de
Allah. Todo converge en ese Océano de Unidad Creadora y Receptora de la
existencia. El Corán dice: “A Allah
pertenecemos y a Él volvemos”. En ese encuentro final con la Verdad todo
es concluido en la reabsorción.
Nuestras
vidas, la existencia entera de la creación, son un instante insignificante en
lo Absoluto, un paréntesis en medio del Océano de la Unidad, pero es un
momento de repercusiones colosales para cada criatura, pues todo está
interrelacionado. Mientras vivimos, lo que creemos ser y lo que nos rodea
entretienen nuestro tiempo y desvían nuestra atención, pero todo es enderezado
al final en un indescriptible Día (yáum)
en la Presencia de Allah (el qiyâma,
el restablecimiento). De eso habla esta sûra, de la deuda contraida
(el dîn, la exigencia que se presiente), y que es la existencia, y pone de punta
los vellos de quienes intuyen la Grandeza infinita de su Señor, de la Verdad
que los sostiene, a la que pertenecen, la que los envuelve y a la que vuelven, y
en la que todo se sumerge con la muerte, sea esta real o bien sea una
experiencia espiritual.
Adquirir
conciencia de esa deuda es empezar a vivir en un conocimiento que lo polariza
todo en Allah, el Creador de la existencia, el trasfondo de cada uno de
nuestros instantes. Y la muerte es el reencuentro. Es ahí donde cada ser se
enfrenta con lo Real: con su verdad y con la Verdad; y es donde todo es
retribuido, es decir, donde todo encuentra su correlato en el universo de la
eternidad (el ÿaçâ, la retribución, en al-Âjira,
el universo de Allah). Ésa es la
Justicia de Allah: el cumplimiento de lo real.
El
trastocamiento que supone descubrir a Allah,... esa poderosa experiencia de los
sufíes, y la conmoción final que supone la muerte, están estrechamente
ligados: el uno remite al otro. Son lo mismo, se significan mutuamente y ambos
nos abren hacia un nuevo mundo. Cada uno de esos extremos explican lo que es en
realidad el otro. El que en vida pasa a presentir a Allah sabe lo que es la
muerte y a donde lo conduce. Su muerte en vida -su despertar espiritual- es el
acontecimiento en el que ve lo que le aguarda, pues todo está ligado entre sí
en la visión del unitario (muwáhhid).
El presentimiento de Allah-Uno-Único es demoledor: quien es arrebatado por esa
intuición ve derrumbarse su mundo. Un terremoto sacude los cimientos de sus ídolos
y la Luz lo ciega para abrir en él nuevos ojos.
La
vuelta a Allah es irremediable: la muerte está ahí para recordarlo. Nuestras
vidas son impugnadas por ese destino. Hemos surgido de la Indeterminable
Voluntad Creadora y a Ella retornamos, regresando a esa indeterminación que es
plenitud absoluta.
Esta
sûra se llama Çálçala, el Terremoto
(que también se dice Çilçâl). En
ella se nos habla de la convulsión última con la que el universo desaparecerá
engullido por su propia verdad interior, al modo en que el hombre de espíritu
sabe que su ser es reabsorbido por su Señor cuando Éste se le manifiesta. No
se trata de un fin tranquilo, el mundo no se consumirá en paz: su aniquilación
será el resultado de una gran violencia que lo sacudirá para reducirlo a la
nada. Es de una eclosión de lo que resurgirá la vida en la eternidad del
Sin-Principio y el Sin-Final, al modo de un parto, al modo de la explosión de
la que surgió el universo en sus principios. Por ello, el seísmo es el anuncio
de una reinstauración. Pero se trata de un resurgir en el aturdimiento y en
medio del terror: se desencadena la devastación que lo sume todo en el vacío
para que en él aparezca la Verdad apabullante del Uno-Único.
Esto
nos advierte de la gravedad para nosotros de la emergencia última de Allah en
su plenitud absoluta. El Terremoto y el posterior resurgimiento a partir de la
muerte nos enfrentarán a la Majestad. Nuestras medidas, nuestro mundo, nuestras
referencias, son reducidas a la nada por la muerte, y lo que hay después de
ella es inexpresable.
El
Corán aquí describe el Yáum al-Qiyâma,
el Día del restablecimiento, el
momento en que todo verdaderamente se ponga an pie, del siguiente modo:
idzâ çúlçilati l-árdu
çilçâlahâ, cuando sea sacudida la
tierra por su terremoto. La tierra (ard) será
sacudida (çúlçila-yuçálçal,
ser sacudido, voz pasiva del verbo çálçala-yuçálçil, sacudir)
por un terremoto (çilçâl) que
la hará desmoronarse totalmente.
Es
decir, Allah removerá la tierra, la revolverá y la invertirá, para que wa
ájraÿati l-árdu azqâlahâ,
expulse la tierra su carga,... la tierra sacará (ájraÿa-yújriÿ)
fuera de sí lo que lleva en sus adentros, los pesos
(azqâl) que hay en ella, es decir,
lo que oculta, sus raíces, lo que la estructura realmente, todo lo grave y auténtico.
Ese
terremoto lo pondrá todo al revés: sacará a los muertos de sus tumbas, lo que
estaba escondido en medio de las tinieblas emergerá, lo que estaba enterrado
saldrá a la luz, lo que estaba dentro pasará a estar afuera mientras que por
el contrario lo superficial y aparente será engullido en esa inversión mortal.
Esa es la Hora de Allah (Sâ‘a),
cuando lo Verdadero Latente aparece y borra la existencia de lo que no es la
Verdad.
El
último día (el Yáum al-Qiyâma) es
el del estremecimiento final de la tierra. El mundo se disgregará y su
contenido, lo enterrado en él, saldrá expulsado con violencia. Todo lo que la
tierra guardaba en sus entrañas quedará expuesto a la luz, como si se
aligerara de ese peso (de ahí la utilización del término azqâl,
pesos). La expresión árabe
‘expulsar un peso’ describe también un parto: será el alumbramiento de un
nuevo día, el Día de Allah.
Todo
cuanto el ser humano considera firme se tambalea ante Allah. Llegará un momento
inevitable en que la tierra -su hogar seguro- no sostendrá ya sus pasos: wa
qâla l-insânu mâ lahâ, y el hombre
diga: “¿Qué le pasa?”,... Se trata del desconcierto: el hombre (insân,
el ser humano), durante el temblor de la tierra, dirá (qâla-yaqûl,
decir) preguntándose qué le pasa a su mundo mientras su mundo se
derrumba y se hace añicos. Se trata de la pregunta de alguien sorprendido,
asustado, que ve algo a lo que no está acostumbrado, alguien que ve lo que
nunca ha sido visto y las palabras se le escapan porque no puede mantener el
silencio: ¿qué le pasa a la tierra?
(mâ lahâ), ¿qué es lo que la hace
temblar y la inquieta de este modo? Se hace esas preguntas mientras se tambalea
sobre su universo fracturado, y a la vez quiere aferrarse a algo, a alguna
explicación lógica. Pero todo es puesto del revés, y nada consolará la
intriga del ser humano. Al contrario, su muerte lo asoma a la desmesura del
infinito del que ha surgido todo lo concreto, e irá de perplejidad en
perplejidad.
El
ser humano (insân) ha sido testigo de grandes cataclismos, de terremotos
destructivos, de explosiones volcánicas y de un sin fin de desastres. Pero la
inquietud que refleja la sûra dice algo más. El Terremoto del que habla es
algo desproporcionado. No tiene precedentes que le sirvan al ser humano de
referencia. Se trata de otra cosa. El secreto que hay detrás del término que
emplea el Corán no es reproducible, y la palabra Çilçâl, Terremoto, Sacudida,
simplemente pretende acercarlo al entendimiento. El desconcierto del hombre
frente a él delata su carácter completamente distinto: es algo aún más
grave, algo que supera las medidas. Y es porque se trata de la emergencia de la
Verdad, la emergencia del Uno-Único que no deja nada a su lado, y lo arrasa
todo para mostrarse en su Majestad Solitaria.
El
Terremoto es inversión. Lo interior sale hacia fuera. Lo material pasa a un
segundo plano y lo sutil aflora. Nuestro mundo queda reabsorbido en el espíritu
y la vida es tragada por la muerte para que en ella sea contemplado lo que
siempre había estado dentro del universo, latiendo en él y dándole vida. Se
dice entonces que todo se encuentra con Allah, con el Uno en el que todo acaba,
y Él empieza entonces de modo evidente.
La
experiencia de la Revelación debió de ser así para Muhammad (s.a.s.).
Efectivamente, sabemos que cuando le era revelada cualquier parte del Corán, su
cuerpo se estremecía ante la sacudida y brotaba lo que había sepultado en su
corazón sin que él lo supiera. Cada texto del Corán destruía para él dioses
e ídolos, y todo reaparecía ante él iluminado de otra manera.
La
muerte de las certezas es una dolorosa quiebra, pero tras ella se muestra un
fragmento de la Verdad, de lo auténtico que quedaba velado tras la satisfacción
que el hombre sentía al poseer su pequeña seguridad, que no era más que una
ilusión. Pero es la Verdad se apodera de la criatura, y no es ella la que la
posee. Esto es importante, y de ahí el lenguaje poderoso que emplea el Corán a
la hora de describir lo que supone el encuentro con Allah, ya sea del individuo
en vida, o tras su muerte, o del universo entero tras la aniquilación de la
existencia. Todo es lo mismo.
Allah
se manifiesta y la tierra se parte. Lo que estaba dentro sale afuera. El Corán
dice que entonces se sabrá la Verdad,... y la tierra yaumáidzin tuháddizu ajbârahâ, ese Día contará sus noticias. No habrá otra cosa que la verdad,
pues lo banal, lo superficial, la transformación, el movimiento,... todo lo que
crea ilusiones y confusiones, todo lo pasajero e insustancial, todo cuanto ata
al hombre y lo fascina, habrá desaparecido con el mundo anterior que fue
aniquilado por el Terremoto.
Sólo
se verá lo que estaba ‘dentro’, lo que estructuraba la realidad en la que
el hombre vivía entretenido en el devenir. Ese
Día (yaumáidzin) la tierra contará
(háddaza-yuháddiz)
entonces sus noticias (ajbâr,
plural de jábar, noticia). Lo que
hasta entonces había estado velado bajo la existencia formal se tornará
elocuente, tomará la iniciativa, y se expresará.
¿Qué
significa esto? ¿Cómo contará la tierra sus cosas? bi-ánna rábbaka auhâ lahâ, pues tu Señor la inspirará, que se podría traducir también: a
la manera que tu Señor le inspire, o del
modo en que Él le ordene, dejando en la ambigüedad todo lo relacionado con
este tema en concreto. Pero sí queda claro lo esencial: la tierra (la
existencia entera), obedeciendo a Allah, expresará, como tenga que hacerlo, la
verdad de las cosas. En definitiva, hasta lo que el hombre cree desprovisto de
sensibilidad y vida -como la tierra y las piedras- con Allah se hace
significante.
Tu
Señor (Rabb) -es decir, Allah-
le revelará el modo en que la tierra deba expresarse: el verbo inspirar
o revelar (auhà-yûhî)
quiere decir obligar. La Revelación (Wahy)
no es la simple comunicación de un mensaje, sino que es, en realidad, un
imperativo ineludible de Allah que no deja márgenes a la voluntad.
Cuando
decimos que Allah reveló el Corán a Muhammad (s.a.s.) estamos diciendo que su
Señor se apoderó completamente de él. En esos momentos, lo que salía por la
boca del Profeta (s.a.s.) era la Palabra de Allah, no la suya. La Revelación de
Allah es siempre su Imperio Pleno que gobierna las cosas desde las honduras del
ser. Pero hay momentos en que esa Presencia es sentida en toda su envergadura, y
es entonces cuando se habla con propiedad de Revelación (Wahy).
Que Allah inspirará algo a la tierra no quiere decir que se lo vaya a sugerir,
sino que se lo impondrá. Y la tierra (y el universo, y todo lo que existe)
hablará y mostrará su verdad, lo que tenía enterrado en su interior, siendo
el modo en que esto ocurra algo que ha sido velado y no podemos ni tan siquiera
representárnoslo.
Al
igual que el universo entero, con la muerte el ser humano será removido por la
Presencia de Allah. Lo dicho sobre la globalidad de la existencia se reproduce
en cada criatura concreta. Si las piedras y los minerales ‘hablarán’ de sí
y ‘contarán sus noticias’ ante Allah, ¿cómo no habría de denunciarse el
ser humano a sí mismo en presencia de su Señor?
Lo
que es verdaderamente cada persona, la verdad infinita que había en ella y no
lo sabía, emerge entonces ante su Señor saliendo de su tumba, del lugar en el
que hasta entonces había estado soterrada en las profundidades de cada persona:
yaumáidzin yásduru n-nâsu ashtâtan
li-yúrau a‘mâlahum, ese Día
surgirán las gentes en grupos separados para que les sean mostradas sus
acciones. En el universo de al-Âjira,
es decir, en el Sin-Principio y el Sin-Final de Allah, las gentes (nâs) surgirán (sádara-yásdur, surgir,
emerger, avanzar), y formarán grupos
diferentes (ashtât), y se
les hará ver (rúia-yurà) sus acciones
(a‘mâl, plural de ‘ámal,
acción), es decir, contemplarán lo
que han sido sus vidas desde otra perspectiva, desde las honduras de la realidad
conformadora de todas las cosas en las raíces originales, y ahí, en esa
Fuente, descubrirán las consecuencias de sus actos ya en ese mundo de eternidad
irrepresentable.
Resulta
entonces que el ser humano descubre ahí que cada gesto suyo había surgido de
abismos infinitos y tenía consecuencias también infinitas. La realidad de cada
uno de nuestros instantes en esta vida es el resultado de un secreto insondable,
y a su vez esos instantes repercuten en ese misterio indescifrable, pues todo
está íntimamente relacionado en la conciencia de quien presiente la Unidad íntima
como lo esencial en la existencia.
Hipnotizados
por el devenir y la sucesión vertiginosa de los acontecimientos actuales no
sentimos ni apreciamos el desmedido valor de nuestras cosas, incluso las que
consideramos más insignificantes. Todo es el fruto de una vastísima conjunción,
y ese universo incontenible por el pensamiento al que llamamos en árabe al-Âjira
también es afectado y modelado por nuestras cortas vidas y hasta por lo menos
relevante en la valoración que el ser humano hace de las cosas.
La
sûra acaba con dos versículos en los que se subraya lo que acabamos de
explicar: fa-man yá‘mal mizqâla dzárratin
jáiran yárah, quien haya hecho el
peso de un átomo de bien, lo verá. Y también wa man yá‘mal mizqâla dzárratin shárran yárah, quien haya hecho el peso de un átomo de mal, lo verá. La palabra átomo
(dzarra) significa ‘lo más pequeño que pueda ser imaginado’. Lo
que haga (‘ámila-yá‘mal, hacer) el ser
humano, aunque sea del peso (mizqâl)
aparentemente insignificante de un átomo, hunde sus raíces en un Poder
inconcebible y tiene repercusiones inabarcables por el entendimiento.
Sólo
el que es removido en sus entrañas por la intuición de la grandeza infinita de
la existencia, el que no vive en la desidia, renace a estas contemplaciones que
trastocan totalmente su mundo y sus valoraciones. A partir del momento en que es
sacudido en sus cimientos por la significación de la Sûra del Terremoto pasa a
vivir en otro mundo, y todo lo que estaba enterrado en él, todo lo que
realmente pesaba en él, sale a la luz del día, invertido todo por el poder
sugerente de las palabras de este breve capítulo del Corán.
Ve
entonces en cada átomo las proporciones gigantescas del Ser. Y en esa magnitud
infinita escucha sus resonancias interminables. El bien (jáir) y el mal
(sharr), lo que el ser humano considera bueno o malo, lo que
posibilita la vida y lo que la destruye, resulta que lo afectan en una medida
que está mucho más allá de lo que hasta entonces podía calibrar. Y sabe que
eso lo verá (raà-yarà, ver)
al final, es decir, lo sabrá y lo saboreará en sus consecuencias últimas
cuando todo reaparezca en Allah.
La
Sûra del Terremoto describe un Día grandioso en el que la tierra es removida
para que lo que hasta entonces había estado oculto en ella salga a la luz. En
medio de ese seísmo, el Nafs, el yo
humano, se ve hundido en la inquietud: ¿qué es lo que pasa? Y he aquí que
de repente se encuentra ante un soberbio y descomunal ajuste de cuentas: ese
Día surgirán las gentes en grupos separados para que les sean mostradas sus
acciones. Algo se ha apoderado del hombre, algo lo ha transfigurado haciéndole
perder la medida de las cosas. Agitado, sale de su tumba. Conmocionado, no
gobierna sus movimientos. Sólo responde a una poderosa llamada. Se trata de
otra realidad, de la que nada sabe. Ahí, el ser humano, es sólo puro espanto
ante la inmensidad.
El
texto quiere reflejar ese estado: ese Día, las gentes ‘surgirán’ como si
brotaran del suelo, la tierra se quebrará abriéndoles camino, asomarán a una
nueva luz en la que no hay nada reconocible. En la Unidad de Allah se
reencontrará con miles de generaciones, con la humanidad entera, con la
existencia en su plenitud. Y cada criatura, en medio de esa multitud infinita,
es ella misma, en su absoluta singularidad, y es centro de la atención de la
existencia. En ese eje le serán mostradas sus acciones. Un enorme peso gravita
sobre esa criatura, algo desmesurado se cierne, y nada sabe. Todo es puro
sobrecogimiento. He aquí que se le ha revelado la Inmensidad del Ser.
El
Corán deja que las emociones habituales de los hombres se desaten: en ese
centro de la existencia que sigue a la muerte, el ser humano se ve descubierto
ante sí mismo. Todo lo que ocultaba quedará evidenciado. Y no puede huir. Se
enfrentará con todas sus verdades y todas sus mentiras, en medio de la
humanidad y el universo entero, y en la Presencia del Majestuoso, el Inmenso, el
Irreductible.
Los
últimos versículos acentúan la fuerza de la imagen: Allah -la Verdad Una- no
pasará por alto el peso de un átomo. Todo está censado en Él. Se nos deja
intuir que el ser humano saboreará o padecerá la desmesura de cada uno de sus
actos, incluso aquellos que consideraba insignificantes. En el Yáum
al-Qiyâma hay otras medidas. La Balanza de Allah recoge el peso del átomo.
Esa
Balanza, sin embargo, tiene un equivalente en la tierra, y es el Corazón de
quien se ha abierto sinceramente hacia Allah. Ese Corazón tiene la capacidad
para presentir el peso de un átomo. Ese Corazón es el capaz de estremecerse
ante todo, y encuentra su justa medida.