CAPÍTULO 95: LA HIGUERA

SÛRAT AT-TÎN

Revelada en Meca, 8 versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. wa t-tîni wa ç-çaitûni

¡Por la higuera y el olivo,

2. wa tûri sînîna

y por el monte Sinaí,

3. wa hâdzâ l-báladi l-amîni

y por este país de paz!

4. láqad jalaqnâ l-insâna fî: áhsani taqwîmin

Hemos creado al ser humano dándole la más bella disposición

5. zumma radadnâhu ásfala sâfilîna

y después lo hemos hundido en lo más bajo,

6. illâ l-ladzîna â:manû wa ‘amilû s-sâlihâti

salvo quienes se han abierto (a Allah) y han actuado rectamente.

fa-lahumû: áÿrun gáiru mamnûn*

Ellos tienen una recompensa ininterrumpida.

7. fa-mâ yukádzdzibuka bá‘du bid-dîn*

¿Qué es lo que aún te hace desmentir el Dîn?

8. a láisa llâhu bi-áhkami l-hâkimîn*

¿No es Allah el mejor de los gobernadores?  

             

            El tema central de esta sûra es la Fitra, la naturaleza original del ser humano. El concepto de Fitra es fundamental en el Islam y difícil de traducir y explicar. Viene del verbo tara-yáftur, que significa hender, rajar, crear. Allah hendió la Nada, modeló en ella algo hermoso y surgimos cada uno de nosotros. Uno de los Nombres de Allah es tir as-Samâwât wa l-Ard, es decir, Creador de los Cielos y de la Tierra. Allah rompió el silencio del vació anterior a la existencia depositando en él una simiente espléndida.

            Esa simiente es la Fitra, lo primordial. En la Fitra, en su semilla, en lo más auténtico de sí, el ser humano intuye inmediatamente a Allah y está en su proximidad. Las circunstancias, la educación, los acontecimientos de la vida, los condicionantes, todo lo posterior a ese momento original, van alejando al hombre de ese instante puro.

            El Islam es retorno a la Fitra. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Todo recién nacido está en estado de Fitra. Sus padres lo hacen judío, cristiano o zoroastriano”, y sus Compañeros apostillaron: “...o musulmán”, pero él aclaró: “No. El Islam es la Fitra”. El verdadero Islam, por tanto, es la recuperación de la frescura, la inocencia y la receptividad de un recién nacido.

            La Fitra es espontaneidad, unión, ausencia de reservas, predisposición, apertura, inmersión en la abundancia creadora... Es el primer instante de la criatura en el que está abierta a todo. Esa es la actitud que hay que recuperar para poder acceder a Allah, de quien hemos surgido y al que volveremos tras la muerte. Los avatares de la vida, la sucesión de acontecimientos, las contradicciones del hombre, todo ello apaga el poder de esa energía inicial, la desvía y confunde. El Îmân -el trabajo que consiste en alimentar el corazón para abrirlo de nuevo hacia Allah- es el propósito que se hace el musulmán de reestablecer esa comunicación inmediata con la Grandeza Infinita de su Creador, la Inmensidad en la que aprende lo que es y lo que se espera de él. El Îmân reaviva la Fitra.

            La sûra comienza con un juramento (qásam). En el juramento se mencionan cuatro cosas: la higuera (tîn), el olivo (çaitûn), el monte Sinaí (tûr sînîn) y Meca (el país de paz, al-bálad al-amîn). Allah jura y nos dice: wa t-tîni wa ç-çaitûni wa tûri sînîna wa hâdzâ l-báladi l-amîn, ¡por la higuera y el olivo, y por el monte Sinaí, y por este país de paz! ...

            En el Corán, los juramentos no son arbitrarios. En primer lugar, sirven para dar fuerza y contundencia al texto. En segundo lugar, en cualquier juramento se apela a testigos veraces que tengan autoridad. Por ello, a un musulmán sólo le está autorizado poner por testigo a Allah, la Verdad Única. Y Allah, a su vez, jura poniendo por testigos cosas de relevancia que tengan que ver con el tema del que va a hablar. De ello deducimos que la higuera, el olivo, el Sinaí y Meca están estrechamente vinculados a la cuestión de la Fitra, la naturaleza original que late en todas las criaturas soterrada bajo el orín que el hombre va acumulando a lo largo de su vida. Y también están relacionados con el Îmân, la intención de recuperar ese valor primigenio.

            Algunos comentaristas del Corán han intentado identificar la higuera (tîn) y el olivo (çaitûn) mencionados en este capítulo. Se ha dicho que son una higuera y un olivo existentes en el Jardín (Yanna) donde estuvieron Adán y Eva. También se ha dicho que aluden a Damasco y a Jerusalem respectivamente. También se ha afirmado que la higuera estaba sobre el monte en el que encalló el Arca de Noé y el olivo es la rama que le trajo la paloma anunciando que había tierra emergida,... Pero la mayoría de los comentaristas asegura que simplemente se trata de las higueras y los olivos que conocemos como tales, que tienen profundas raíces y cuya generosidad y exuberancia recuerdan  la riqueza propia de la naturaleza innata de las cosas. Son, pues, los símbolos de esa riqueza en la que fue tallado el ser humano.

            Por su parte, la mención del monte Sinaí (Tûr Sînîn) y el País de Paz (al-Bálad al-Amîn), que es Meca, nos recuerdan las sucesiones de la Revelación, es decir, nos hablan del Îmân, de la apertura hacia Allah, con el que la frescura de la Fitra queda recuperada y acrecentada. Es así como en el juramento, bajo la forma de símbolos, son enunciados los dos complementos en los que se basa el Islam: la Fitra y el Îmân.

            Para los sufíes, la higuera es el árbol del corazón (qalb), el olivo es el espíritu (h), el monte Sinaí es el secreto íntimo (sirr) donde se produce el encuentro con Allah, y el País de Paz es la perfección y la plenitud (kamâl) en las que queda disuelto todo conflicto y se recupera la serenidad en la sabiduría. Todo esto es lo que hay de potencial en el ser humano, lo que hay depositado en su naturaleza y que crece y se despliega cuando el hombre se abre a su Señor y se expande en su Grandeza Inmensa.

            A continuación, Allah dice: láqad jalaqnâ l-insâna fî: áhsani taqwîm, hemos creado al ser humano dándole la más bella disposición. Allah ha creado (jálaqa-yájluq) al ser humano (insân) labrándolo y proporcionándole una forma perfecta que contiene una disposición (taqwîm) que es la más bella (áhsan) de todas. Se trata de la Fitra, el Jardín Interior.

            El Corán emplea el término Taqwîm (disposición) para referirse a la Fitra (la naturaleza original), y con ello nos la describe. Allah modeló al hombre. La palabra Taqwîm tiene muchos matices. Nos sugiere la forma completa -y bella- del cuerpo humano y todas las facultades que contiene, todo diseñado con precisión y preparado para cumplir sus funciones y alcanzar los más altos fines. Nos sugiere también que su senda es el encauzamiento hacia la Verdad, el enderezamiento (qiyâm), es decir, que el hombre se yerga (qiyâma) y tenga, gracias a la sabia disposición de todas las cosas en su cuerpo, un camino fácil para lograr cuanto desee, y sobre todo encuentre un camino hacia Allah. La Fitra es, por tanto, áhsan taqwîm, la más bella conjunción. El hombre ha sido preparado y en él todo es posible.

            Inmediatamente a continuación Allah añade: zumma radadnâhu ásfala sâfilîn, y después lo hemos hundido en lo más bajo. Todo esto está representado en la historia de Adán, que existía en el Jardín de la Fitra hasta que descendió al más bajo de los mundos. El contacto con el mundo, el paso del tiempo, los condicionantes, las circunstancias, todo eso va estropeando esa forma perfecta. El cuerpo se deteriora, enferma, envejece, y también la orientación hacia Allah es olvidada en el vértigo de la vida, y la grandeza que le aguardaba queda diluida. Es así como el hombre se ve hundido en lo más bajo de lo bajo (ásfala sâfilîn), mejor dicho, es devuelto (rádda-yarudd, devolver, ser hundido) a la Nada, al Vacío. La dejadez, la desidia, el olvido, la obsesión, el paso del tiempo, la carga de las responsabilidades, los fracasos, todo ello se confabula para destruir el áhsan taqwîm, la más bella de las disposiciones. Lo que Allah había creado para la perfección y la plenitud absolutas se desvía hacia lo más bajo de lo bajo (ásfala sâfilîn). La desatención del hombre frustra lo que hubiera podido ser. La pesadez de la vida en la tierra hunde al hombre en la miseria.

            Sólo escapan a ese destino decretado por Allah: illâ l-ladzîna â:manû wa ‘amilû s-sâlihât, quienes se han abierto (a Allah) y han actuado rectamente. Si bien la degeneración de la Fitra es inevitable, existe siempre una segunda oportunidad, y es la que brinda la Revelación. A pesar de que la higuera y el olivo se sequen, el monte Sinaí y el País de la Paz resarcen esa pérdida. Aquellos que se ven iluminados por el Îmân, los que se han abierto sinceramente a Allah, y obran en consecuencia realizando sâlihât, es decir, acciones rectas, rectifican lo que el paso del tiempo y los condicionantes malogran. Los que se han abierto a Allah (al-ladzîna âmanû) y los que han actuado rectamente (‘amilû s-sâlihât) se libran de caer en lo más bajo de lo bajo, recuperando la Fitra y alcanzando la meta que ésta tenía marcada.

            El estado primordial de Fitra es irrelevante si no se produce su decadencia. He aquí algo que es necesario comprender. La Fitra es algo dado al hombre pero que debe reconquistar para añadir el mérito de la conciencia y el esfuerzo al modelo en el que fue tallado. Es así como convierte su ser en califato, en un acto de soberanía y singularidad. La Fitra se pierde, pero puede ser ganada de nuevo y a partir de entonces la existencia en ella es puro deleite de sus posibilidades y no un simple estado dado y vivido sin conciencia. Quien no pone sus medios para retornar a ese Jardín perdido se hunde en la ausencia de todo bien, y es el destino que aguarda a muchos. Sólo los mûminîn, los que se abren a Allah, los sâlihîn, los que obran rectamente, recuperan su esencia y se sumergen para siempre en su infinita belleza.

            Allah hundió al ser humano (insân) en lo más bajo de lo bajo (ásfala sâfilîn) entregándolo primero a la tierra, y después, tras la muerte, al Fuego. Quienes no ponen en funcionamiento sus capacidades, todas ellas enraizadas en la Fitra, y despegan de ese movimiento descendente se dirigen al peor de los destinos, al de la degeneración más absoluta, pues se han hecho inmerecedores. Allah reveló el Corán para ofrecer un camino de vuelta al Jardín. Quien se abre interiormente hacia su Señor y obra en consecuencia remonta esa senda que lo devuelve al Infinito del que todo ha surgido.

            El Îmân es un estado conciente de apertura hacia Allah. El ‘Ámal Sâlih, la acción recta, es su fruto. Consiste en actos por los que el hombre se orienta hacia Allah (‘Ibâda) y en actos de transacción justa con la creación (Mu‘âmala), todos ellos basados en la sabiduría revelada. Gracias a la Revelación, la Fitra, que era comunicación con Allah y generosidad desbordada (como las de la higuera y el olivo), se convierte en el acto soberano del mûmin-sâlih, el abierto a Allah, el que actúa con nobleza.

            Por eso fa-lahumû: áÿrun gáiru mamnûn, ellos tienen una recompensa ininterrumpida. Ellos, los mûminîn-sâlihîn, comprueban desde la conciencia, la exuberancia de Allah y se vuelven a sumergir en ella, que se convierte en experiencia de placer, y ya no es un simple estado primordial. Esa será la recompensa (aÿr) a sus esfuerzos, la recompensa a su Îmân y a sus sâlihât, sus obras rectas, generosas y nobles, semejantes a las de la higuera y el olivo originales. Y esa recompensa será gáir mamnûn, es decir, permanente y sin interrupción en la eternidad de Allah. El Aÿr que aguarda a los mûminîn-sâlihîn es un Jardin (ÿanna) aún mucho más grande y reconfortante que el Yanna de la Fitra. Por el contrario, quienes siguen en el abismo, con la muerte despertarán al carácter infinito de su propia frustración pues las dimensiones espirituales de cada realidad carecen de límites. Ése es el Fuego (Nâr), el pozo sin fondo (ÿahánnam), en el que están abrasados y hundidos ahora pero que la agitación de la vida no les permite conocer en toda su magnitud y en los que estarán por siempre, en su esencia misma, en lo infinito de al-Âjira, el Universo de Allah al que se pasa con la muerte.

            En todo lo anterior hay una gran sabiduría (hikma). Allah ha creado al hombre con lo mejor y le ha deseado algo aún más elevado: la conciencia del bien del que goza para que su disfrute sea absoluto. Lo hundió en lo más bajo de lo bajo para que se hiciera conquistador. Y en cada instante de su existencia el ser humano encuentra signos de esto. En todos sus procesos y experiencias revive la historia ancestral de Adán, el primer profeta. Cada instante del hombre está entretejido por los elementos configuradores de ese relato. Tiene, pues, en cada instante una revelación. Si no se abre a ella aprovechando la oportunidad de reencontrarse con las verdades interiores, está condenado a sufrir su fracaso, como le sucede en la vida cotidiana, sólo que junto a Allah todo es desproporcionado.

            Hay, pues, una gran sabiduría (hikma) en cada momento de la existencia, una sabiduría que gobierna (hukm) el devenir. Por ello llamamos a Allah ‘el mejor de los gobernantes’ (áhkam al-hâkimîn), que es lo mismo que decir ‘el mejor de los sabios’, pues rige la vida con sabiduría: fa-mâ yukádzdzibuka bá‘du bid-dîn, ¿qué es lo que aún te hace desmentir el Dîn?¿Qué te impide darte cuenta de todo esto? ¿Qué te impide seguir la Senda (Dîn) que te reconduce a tu Señor? ¿Porqué declaras falso (kádzdzaba-yukádzdzib) lo que te recuerda a Allah? a láisa llâhu bi-áhkami l-hâkimîn, ¿No es Allah el mejor de los gobernadores?... Sólo la desidia y el olvido hacen rechazar a Allah e ignorar su sabiduría rectora de todas las cosas.

            Por ello, según un hadiz, cuando se acabe de recitar o de escuchar esta sûra, el musulmán debe decir en sus adentros: balà wa ana ‘alà dzâlika min ash-shâhidînEfectivamente, así, es (que Allah es el más sabio) y soy del número de los que dan fe de ello”.

 

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