CAPÍTULO 93: LA CLARIDAD DE LA  MAÑANA

SÛRAT AD-DUHÀ

Revelada en Meca, 11 versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. wa d-duhà

¡Por la claridad de la mañana!

2. wa l-láili idzâ saÿà

¡Por la noche cuando reina la calma!

3. mâ wádda‘aka rábbuka wa mâ qalà*

No te ha abandonado tu Señor ni te ha aborrecido.

4. wa lal-â:jiratu jáirun láka min al-û:là*

La Última para ti es mejor que la Primera.

5. wa la-sáufa yu‘tîka rábbuka fa-tardà*

Te dará tu Señor y quedarás satisfecho.

6. a lam yáÿidka yatîman fa-a:wà

¿No te encontró huérfano y te cobijó?

7. wa wáÿadaka dâ:llan fa-hadà

¿No te encontró perdido y te guió?

8. wa wáÿadaka ‘â:ilan fa-agnà*

¿No te encontró pobre y te enriqueció?

9. fa-ammâ l-yatîma falâ táqhar*

En cuanto al huérfano, ¡no le oprimas!

10. wa ammâ s-sâ:ila falâ tánhar*

En cuanto al mendigo, ¡no le rechaces!

11. wa ammâ bi-ní‘mati rábbika fa-háddiz*

En cuanto al Favor de tu Señor, ¡comunícalo!  

            

            Según varios relatos, tras las primeras revelaciones hubo un periodo (fatra) en que ésta se interrumpió. La palabra fatra se emplea para designar el tiempo que pasa entre un profeta y otro, y también para el tiempo que va, en el seno de una misma revelación, de la primera manifestación a la segunda. Y así, entre Jesús y Muhammad (s.a.s.) la fatra duró seiscientos años, y varios meses pasaron entre la Revelación de los primeros textos del Corán en la Cueva de Hirâ y las demás apariciones de Yibrîl, el Ángel -el Ser de Luz (Málak)- que transmitía a Muhammad (s.a.s.) los mensajes de su Señor, reconfortándolo en las profundidades a las que lo había conducido la peregrinación hacia la Autenticidad.

            Toda Revelación, que saca al ser humano de su soledad existencial, remueve cimientos y sumerge -al que es objeto de la irrupción de Allah- en un estado de ebriedad espiritual en el que se desata la pasión. Por ello es necesario un tiempo de reposo en el que se va madurando la experiencia, ésta va tomando cuerpo y se posibilita la sobriedad capaz de engendrar una Tradición. Pero la fatra también es un tiempo de angustia en la que el hombre sospecha que ha sido abandonado, que ha vuelto al estadio previo en el que se sentía sólo y abandonado en la existencia.

            Sabemos por las riwâyât (los relatos contextualizadores) que los momentos de intimidad con Allah, por violentos que fueran al principio, eran esenciales para Muhammad (s.a.s.) y la interrupción del contacto (la fatra) fue muy dura y dolorosa para él. Además, los idólatras (mushrikîn) de Meca aprovecharon la ocasión -dentro de sus estrategias desprestigiadoras- para hacer correr el rumor de que a Muhammad lo había abandonado su Señor. Entonces, volvió a aparecer Yibrîl y le comunicó esta sûra.

            La Revelación (Wahy), los encuentros con Yibrîl, el contacto con Allah,... eran la provisión de Muhammad (s.a.s.) de la que recogía inspiración y fuerzas. Eran la erupción en él de verdades que le abrían nuevos horizontes indelimitables. Cuando se lanzó a la difícil misión de comunicar lo que le era revelado, sólo encontraba consuelo en esos momentos intensos en los que entraba en comunicación con el mundo interior.

            La interrupción de la Revelación -la fatra- supuso para él una sensación de soledad que lo desarmó. Era como si la fuente de la que bebía hubiera dejado de ofrecerle agua fresca. Entonces, ese manantial volvió a brotar para proporcionarle primero consuelo y en segundo lugar para orientarlo definitivamente y aclarar ante él el camino que debía seguir en adelante.

            La sûra comienza con un juramento (qásam). Es así como adopta un carácter contundente desde el principio: wa d-duhà wa l-láili idzâ saÿà, ¡por la claridad de la mañana! ¡por la noche cuando reina la calma! ... Pero a pesar de la severidad que hay en todo juramento, las palabras son suaves y dulces, acordes con el deseo de sosegar al Profeta (s.a.s.).

            Allah propone como testigos las primeras horas de la mañana (duhà), cuando la claridad se va imponiendo poco a poco y las tinieblas de la noche se van retirando. Duhâ es el periodo que va de la oscuridad total al reino paulatino de la luz. Y Allah jura también por la noche (láil), pero habla de su paz (dice de ella que ‘está en calma’, saÿâ-yasÿû, estar en calma). La noche de Allah es recogimiento e introspección necesaria. Muhammad (s.a.s.) no tiene motivos para el desasosiego. Todo en el universo es un fluir armonioso y acompasado bajo el Poder Determinante del Uno-Único. Es así como Allah invita a su Profeta (Rasûl o Nabí) a que se reponga de su inquietud recordándole que está en Manos de su Señor, que no es sino Noche Calmada y Amanecer Resplandeciente.

            La Claridad Matutina (ad-Duhà) y la Noche cuando está Serena (al-Láil idzâ Saÿâ) son el marco en el que queda encuadrada esta sûra. Allah pone tranquilidad en los sentimientos de Muhammad (s.a.s.) comunicándolo con los ritmos calmados de la naturaleza. En medio de su agitación, al serles mencionados el amanecer y la paz nocturna, Muhammad (s.a.s.) respiró, cobró aliento y encontró quietud.

            Es así como el Corán establece correspondencias en las que el hombre puede penetrar hasta el secreto de las realidades. Efectivamente, todo aislamiento en medio del agobio de una existencia excesivamente marcada por lo que nos preocupa corta los lazos del ser humano con las grandes verdades y es entonces engullido por el vértigo de la agitación. Una vez Muhammad (s.a.s.) es devuelto a la serenidad que emana del ritmo sólido de la naturaleza fue capaz de olvidar sus querellas y sus conflictos y obtener una perspectiva que lo reducía todo a su justa medida.

            Allah jura por las primeras horas de la mañana y por la calma de la noche que en ningún momento ha dejado solo a Muhammad (s.a.s.): mâ wádda‘aka rábbuka wa mâ qalà, no te ha abandonado tu Señor ni te ha aborrecido. Tu Señor (Rabb) -es decir, ‘Allah presente en ti rigiendo cada uno de tus instantes’- jamás te ha abandonado (wádda‘a-yuwáddi‘, abandonar, despedirse de alguien), ni la interrupción de la Revelación es signo de aborrecimiento hacia ti (qalâ-yaqlû, odiar, detestar), ni las dificultades que atraviesas con las gentes y los acontecimientos que te contrarían son señales de desafecto de Allah, sino que son la fragua en la que vas siendo ennoblecido y es donde la sabiduría se va enraizando hasta convertirse en tu sello.

            Esa interrupción guardaba un secreto, pero en ningún caso representaba un desdén hacia el Profeta. Las acusaciones de los idólatras -que acabaron hiriendo a Muhammad (s.a.s.)- están injustificadas, máxime si Muhammad -y con él cualquier musulmán- recordaba que toda su existencia había sido una sucesión de signos que evidenciaban el favor del que siempre ha disfrutado. Es más, lo que le aguarda tras la muerte, aun cuando tiene que pasar necesariamente por ese mal trago, es algo infinitamente mejor: wa lal-â:jiratu jáirun láka min al-û:là, lo Último para ti es mejor que lo Primero.

            Este versículo quiere decir muchas cosas: lo último (al-Âjira) es el momento siguiente al presente (la primera, o al-Ûlâ), es decir, los agobios actuales anuncian un bello futuro, así como nuestra vida (al-Ûlà) va seguida de un infinito (al-Âjira). Lo que te aguarda es mejor (jáir) que lo que tienes ahora. Confía en tu Señor, cuyo favor siempre te ha acompañado y piérdele miedo a las circunstancias en las que ahora estás inmerso. Quien se dirige hacia Allah con corazón puro encuentra en lo siguiente algo eterno e infinito. Que la escasez del momento actual no enturbie tu corazón ni te confunda no dejándote apreciar la inmensidad de la Rahma de Allah, su Misericordia que no deja de desbordarse sobre quienes se abren sin miedos ni reparos a ella..

            Muhammad (s.a.s.) no es invitado a confiar ciegamente en Allah. Él sabe que puede confiar en su Señor Verdadero, el Creador de cada uno de sus instantes, como lo sabe en su corazón todo ser humano. La vida es expresión de la presencia de la Rahma de Allah, de su Misericordia Creadora, que mantiene y hace crecer la vida, sin más interés que el amor por la vida, su plenitud y su crecimiento hasta el infinito. Existimos en la Rahma: ¿a qué viene la intranquilidad? La desconfianza nace de la avidez, la ignorancia, el afán de control, el aislamiento en el ego, la competencia, el temor, la estrechez de miras,... La desconfianza en Allah no viene de la sabiduría.

            La sensatez invita a confiar en Allah, a fluir con Él. Por lo tanto, algo malo espera al que no se entrega en paz a su Señor, el que se aparta de Él:  separado de su Señor sólo encontrará el vacío y la frustración de lo que no existe más que como dolor. Pero el que se deja conducir por la sabiduría que hay en su corazón hasta a Allah, en al-Âjira, en lo Otro, lo Último, siempre encontrará algo mejor (jáir), porque Allah conduce hacia algo más abundante, hacia la plenitud en toda su exuberancia, tal como demuestra la sucesión de los acontecimientos en la vida humana. Al-Âjira es, pues, siempre infinitamente mejor para el que confía en su Señor, para el que confía en el flujo que le hace ser y lo guía y lo conduce hacia algo desconocido pero que es una promesa en la que puede depositar su confianza.

            Por ello, el Corán dice a continuación: wa la-sáufa yu‘tîka rábbuka fa-tardà, te dará tu Señor y quedarás satisfecho. Esta es la promesa que Allah hace a Muhammad (s.a.s.): le dará (a‘tà-yu‘tî, dar, proporcionar) algo cuya inmensidad no es reducible a palabras y por ello no es citado, y esa riqueza sin límites lo satisfacerá (radiya-yardà) por siempre. Muhammad (s.a.s.) será satisfecho en la Satisfacción de Allah (el Ridâ). En esto hay un anuncio: los obstáculos que te abruman serán retirados, y lo que se te presenta como insalvable se disipará como si fuera nada, todo lo que ahora te preocupa, llegará un momento en que se disuelva y hasta su recuerdo no será más que una anécdota. Y todo ello será sustituido por el placer en el Placer de Allah, la Satisfacción absoluta, el Ridâ.

            ¿Cómo no depositar la confianza en Allah? En Él se apoyan los que tienen una sensibilidad espiritual auténtica. El Tawákkul, el ‘poner la confianza en Allah con una entrega absoluta, sin reparos ni fingimientos’ es la virtud de los que han saboreado la esencia de la realidad, los que conocen el entresijo de cada instante. En el Tawákkul se disipa toda tribulación, toda resistencia frustrante al devenir, todo afán de control, toda avidez desmedida. El Tawákkul es tener conciencia de que Allah rige el universo, y su Poder es irreductible y su Voluntad desea el bien y lo mejor. El mutawákkil -el que deposita su confianza en Allah- es la persona cuyo prisma no le impide ver el todo, el que no reduce la existencia a sus esperanzas y a sus frustraciones, a sus miedos y a sus expectativas, al alcance de su imaginación o a las trampas de su fantasía,... es el que descubre que todo es mucho mayor de lo que puede medir, que su balanza es escasa para la inmensidad en la que reside, y sus horizontes no le ocultan lo infinito que la razón no puede adivinar. Y su sensatez le invita a integrarse en el Ser Infinito, y salir de la miseria de su cortedad como criatura estafada por su egoísmo exclusivista.

            Por ello, Allah enumera seguidamente una serie de reproches que dirige al que ha olvidado con demasiada facilidad su propia historia. Son como los reproches del Amante a quien hubiera defraudado su Amado, y el tono general de la sûra hace que la ternura que hay en ellos quede descubierta con facilidad. Son reproches que Allah dirige a Muhammad (s.a.s.) sin recriminaciones: a lam yáÿidka yatîman fa-a:wà, ¿no te encontró huérfano y te cobijó?... Tu Señor te encontró (wáÿada-yáÿid, encontrar) en el estado de soledad del huérfano (yatîm) y te dio recogió (awà-yâwî, cobijar). Así es como Allah invita a su Profeta (s.a.s.) a recordar para aprender de su propia vida. Muhammad (s.a.s.) era huérfano: su padre murió pocos meses antes de que él naciera, y su madre murió pocos años después. La falta de protección paterna condenaba a los hombres en la Arabia preislámica a una vida de desarraigo y deriva. Sin embargo, se fueron trabando secuencias que impidieron que Muhammad (s.a.s.) encontrara ese destino. Se vio rodeado del afecto y la protección de su abuelo y de su tío hasta alcanzar edad madura.

            De igual manera, toda criatura es, en realidad, huérfana: Allah nos ha sacado de nuestra verdadera condición que es la orfandad. La Verdad Absoluta se ha apiadado de nuestra nada y nos ha sacado del vacío de la inexistencia, retirando de sobre nuestro cuello ese yugo, y nos ha dado vida y vela por cada uno de nuestros instantes con una Presencia eficaz e inmediata. Esto es lo que debiera presentir cada corazón, porque es así. Quien deje, aunque sólo sea un instante, de estar ofuscado por su cotidianidad, por sus luchas y sus sueños, y medita en lo que es en realidad, tropieza con su Señor, con la Verdad que lo sostiene porque en sí la criatura humana no es nada, es un vacío, una sombra, a la que algo desmesurado confiere entidad y cobijo.

            Allah nos ha sacado de nuestra orfandad esencial y nos ha comunicado existencia, y soporta esa existencia, y la conduce hasta donde Él quiere sin que lo advierta el hombre cuyas ocupaciones lo tienen hipnotizado, entretenido y disperso entre fantasías y quimeras. Todo va siendo tramado por Allah mientras el ser humano vive sus sueños y sus pesadillas, juzgando la existencia con sus pobres recursos sin percibir el carácter tremendo de la Verdad que lo sostiene y lo mueve.

            Quien tiene un instante iluminado por estas verdades será capaz de reorientar su acción en el mundo. El Islam no enseña la renuncia a la vida, sino su enfoque tras metas nobles y generosas que nos aparten de la desidia y la ignorancia. Recordar esto es un acicate al Tawákkul, a depositar la confianza en Allah y alcanzar con la conciencia despierta la meta que Él ha designado para nosotros sin que nada pueda evitarlo.

            El segundo reproche es el siguiente: wa wáÿadaka dâ:llan fa-hadà, ¿no te encontró perdido y te guió?... Allah encontró (wáÿada-yáÿid) a Muhammad perdido (dâll) en un mar de confusiones, y lo guió (hadà-yahdî) hasta Sí Mismo. Muhammad (s.a.s.) se crió en la Yâhilía -la Ignorancia preislámica-, en medio de creencias infundadas y supersticiones inhumanas, entre dioses fantasmales, valores  arbitrarios y comportamientos insensatos. Allah no permitió que su espíritu se complaciera en esa realidad y dejó que la inquietud se apoderara de él para que no encontrara paz ni certeza en esas desviaciones, de modo que algo instintivo lo empujara hacia la Verdad. Eso fue lo que condujo sus pasos hacia la Cueva de Hirâ donde se reencontraría con su Señor Uno-Único.

            Lo bueno de Muhammad (s.a.s.) es que se sintió perdido y ello le impidió aferrarse a las tradiciones de sus mayores, o a las de los cristianos y judíos. Cuando renunció a marcarse un rumbo, Allah lo dirigió hacia Sí. Se puso en Manos de su Señor, se confió a Él, hizo un poderoso acto de Tawákkul, y encontró la meta. Ahora, el Corán invita al Profeta a recordar esos momentos, y como todo se iban entretejiendo para que al final fuera afortunado en la Esencia de su Señor. Fue el abandono en Allah lo que lo condujo, y no sus méritos o su intención: era alguien sin rumbo, sin control sobre la realidad, y esa fue su puerta hacia lo insondable, lo que no se deja atrapar sino que se apodera de los corazones vacíos de todo lo que no sea deseo ardiente de Autenticidad.

            El tercer reproche, lleno de afecto, es el siguiente: wa wáÿadaka ‘â:ilan fa-agnà, ¿no te encontró pobre y te enriqueció?... Allah encontró (wáÿada-yáÿid) a Muhammad pobre (‘âil, pobre, alguien sobre el que pesan cargas familiares a las que le cuesta responder), y lo enriqueció (agnà-yugnî). Muhammad (s.a.s.), a pesar de las circunstancias que le eran desfavorables, consiguió siempre no ser vencido por la pobreza. Incluso en su necesidad era rico. Nunca tuvo la carga de sentirse sin recursos: Allah siempre allanó ante él el camino. Cuando realizó negocios, tuvo éxito; cuando se casó, su mujer tenía recursos, y su familia (‘âila) no fue para él un peso insostenible. No tuvo cargas que desviaran su atención ni que lo obligaran a un esfuerzo que consumiera su tiempo y su atención.

            La principal riqueza (ginà) es el conformidad con lo que se tiene (qanâ‘a), la ausencia de voracidad, la paz interior que borra la envidia, el rencor, la avidez,... En este sentido, Allah hizo a Muhammad (s.a.s.) absolutamente rico (ganí). Incluso en momentos difíciles y de verdadera necesidad siempre fue opulento y acaudalado porque no se sentía pobre. Pero la verdadera riqueza tiene un sentido aún más profundo y verdadero: es absolutamente afortunado el que tiene a Allah. También en este sentido Muhammad (s.a.s.) fue infinitamente rico.

            Estas son las circunstancias que Allah quiere que Muhammad (s.a.s.) recuerde para no sentirse abandonado: nunca lo ha estado. Siempre junto a él ha estado su Señor. Todas las dificultades han sido abatidas por el Poder de Allah. El único problema del hombre es la prisa, la ansiedad. Eso es lo que le confunde. Pero el tiempo es nada junto al Señor del espacio y el tiempo. Allah habla desde esa perspectiva, y espera que el Profeta la asuma. Y una vez haya descubierto a Allah rigiéndolo todo, en lugar de hacer de su abandono en sus Manos un acto pasivo, en lugar de eso, Allah espera de quien se le rinda que se convierta en un vórtice de acción y generosidad desbordada.

            Muhammad (s.a.s.) debía regir su comportamiento por el ejemplo que Allah le daba. Una vez superado el olvido, una vez sumido en el Recuerdo de Allah (el Dzikr) gracias a la inmersión en los secretos a los que se ha aludido en los versículos anteriores, el hombre debe engrandecerse. Debe abandonar la mezquindad porque ha pasado a existir en el Inmensidad desbordada de su Señor. Los gestos de Allah son reproducidos por el que ha llegado hasta Él: fa-ammâ l-yatîma falâ táqhar, en cuanto al huérfano, ¡no le oprimas!... Allah ordena a Muhammad (s.a.s.) que acoja a todo huérfano (yatîm).

            Al igual que Allah se ha apiadado de la soledad y desprotección del hombre, el musulmán está obligado a repetir el mismo gesto. Ése es el signo de su proximidad a Allah. La inclinación a oprimir (qáhara-yaqhar) al débil es lo contrario a lo que Allah ha hecho, y es el acto del que se aleja de Allah. Es cierto que uno de los Nombres de Allah es Qahhâr -Opresor, Reductor-, pero significa que Allah oprime y reduce a la humillación a los soberbios: por eso en el Islam se habla del Fuego (Nâr) que aguarda a los tenebrosos, y ese Fuego es el Poder Aplastante de Allah que se cierne sobre el que oprime a sus semejantes. Y de igual manera que el musulmán se acerca a Allah en el trato protector que brinda a los débiles, se le acerca también por otro lado siendo una amenaza para los opresores. No hay nada de Allah que un musulmán no intente imitar, y sobre esta senda se construye el Islam y los valores que deben regir el comportamiento de todo musulmán.

            En segundo lugar, el Corán dice: wa ammâ s-sâ:ila falâ tánhar, en cuanto al mendigo, ¡no le rechaces!... Es decir: responde afablemente a todo el que se te acerque pidiendo tu ayuda o buscando tu consejo. El sâil, el mendigo, es todo el que acuda a ti por necesidad de algo que tengas. Allah prohíbe que sea rechazado (náhara-yánhar, rechazar, despedir a alguien de mala manera, tratar a alguien haciéndole reproches). Según las significaciones de este verbo, incluso atender de mala gana al sâil está prohibido por la fuerza del imperativo que utiliza el Corán. Lejos de Allah está el que, pudiendo, se niegue a los demás, pero también el que ayuda con altanería. Ese está lejos de la Generosidad que sirve de modelo al musulmán. Está lejos de la Generosidad de Allah, es decir, está cerca del Rechazo a Allah, y será contado entre los rechazados por Allah.

            Por último, la sûra concluye diciendo: wa ammâ bi-ní‘mati rábbika fa-háddiz, en cuanto al Favor de tu Señor, ¡comunícalo!... Es decir: habla y comunica (háddaza-yuháddiz) el Favor (ní‘ma) de tu Señor del que disfrutas; no te lo reserves; al contrario, hazlo público. Y Muhammad (s.a.s.) inundó el mundo con sus hadices, es decir, con sus palabras en las que relata el Favor (ni‘ma) de su Señor, transmitiéndonos su sabiduría, que emergió de esa conciencia. La Sunna es el cumplimiento por parte de Muhammad (s.a.s.) de esta orden que le vino de su Señor.

            La Ni‘ma de Allah, todo aquello con lo que afirma al ser humano, todo aquello con lo que le beneficia no debe ser ocultado. Al contrario, debe ser desvelado y entregado a los seres humanos, iniciando caminos de vuelta a Allah. Ése es el sentido de la Revelación y eso es lo que Allah quería. Gracias a que Muhammad (s.a.s.) no lo ocultó existe un paradigma -la Sunna- que conduce a lo que él (s.a.s.) alcanzó gracias al Favor que le hizo su Señor.

            Atendiendo al huérfano, respondiendo al mendigo, hablando del Favor de Allah,... Muhammad (s.a.s.) agradecía el bien que se le había hecho. El verdadero secreto de la gratitud (shukr) es la imitación del Modelo Creador, y el Profeta (s.a.s.) era en cada momento un signo de sabiduría profunda. Él bebió directamente de esa Fuente, y de ella bebemos los musulmanes en el ejemplo de Rasûlullâh (s.a.s.). 

 

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