CAPÍTULO
92: LA NOCHE
SÛRAT
AL-LÁIL
Revelada en Meca, 21 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
wa l-láili idzâ yagshà
¡Por
la noche cuando extiende un velo!
2.
wa n-nahâri idzâ taÿallà
¡Por
el día cuando resplandece!
3.
wa mâ jálaqa dz-dzákara wa l-unzâ:
¡Por
lo que ha creado al macho y a la hembra!
4.
ínna sá‘yakum la-shattà*
Ciertamente,
vuestro esfuerzo es diverso.
5.
fa-ammâ man a‘tà wa ttaqà
Quien
da y se precavee,
6.
wa sáddaqa bil-husnà
y
confirma la veracidad de la Más Bella,
7.
fa-sanuyássiruhû lil-yusrà*
le
facilitaremos la Más Fácil.
8.
wa ammâ man bájila wa stagnà
Quien
se muestre avaro y crea bastarse a sí mismo,
9.
wa kádzdzaba bil-husnà
y
declare falsa a la Más Bella,
10.
fa-sanuyássiruhû lil-‘usrà*
le
facilitaremos la Más Difícil.
11.
wa mâ yugnî ‘anhu mâluhû: idzâ
taraddà*
¡De
nada le servirá su riqueza cuando sea precipitado por el abismo!
La Sûra de la Noche tiene veintiún versículos que dividiremos en dos
partes. Comenzaremos por el estudio de los once primeros enunciados de este
capítulo en el que se nos habla de la acción
humana (‘ámal) y la retribución
(ÿaçâ), que es su consecuencia junto
a Allah, es decir, en al-Âjira.
El
ÿaçâ es la repercusión en lo
infinito de todo acto. Los orígenes de cada instante de la existencia tienen raíces
profundas que la imaginación no adivina. De igual modo sus resultados, ramas y
frutos, tienen alcances que se nos escapan. Sólo las anteojeras del interés
inmediato nos impiden presentir esas dimensiones remotas de nuestro ser y de
nuestra actividad.
Reducidos
a los límites estrechos de nuestro pequeño mundo somos incapaces de comprender
su trascendencia e ignoramos su verdadera magnitud: cada uno de nuestros
momentos es un prodigio único, algo improbable al que se le ha dado hechura en
medio de la eternidad. Esa eternidad insondable en la que se fragua lo que somos
y en la que reverbera nuestra vida es a lo que llamamos al-Âjira,
el Universo de Allah, que nos hizo al nacer y al que volvemos al
morir. Ese Océano Inmenso e Inagotable en el que somos como una gota
insignificante es lo que se le reveló a Muhammad (s.a.s.) cuando se retiró a
la Cueva de Hirâ para acercarse a Allah.
Llamamos
Jalq al acto creador de Allah que nos sacó de la Noche de la Nada en la que
todo es imposible para hacernos pasar a la Luz del Día de la Existencia, y
llamamos ÿaçâ, retribución, a las consecuencias de nuestra vida, sobre todo tras
el regreso a la Fuente de la que procedemos. Lo extraordinario de la acción de
Allah tiene como paralelo lo infinito de la repercusión de nuestros instantes
efímeros.
La
sûra comienza con un juramento (qásam).
Allah empieza jurando por la noche y por el día: wa
l-láili idzâ yagshà wa n-nahâri idzâ taÿallà, ¡por
la noche cuando extiende un velo! ¡por el día cuando resplandece!... La noche
(láil) y el día (nahâr)
son dos opuestos que se suceden y compaginan. La noche extiende
su velo (gashiya-yagshà), ocultando las cosas, haciéndolas informes, como la Nada
en la que estaba sumido el universo antes de ser creado, y como la muerte en la
que todo queda inmerso al final.
El
día resplandece y retira ese velo (taÿallà-yataÿallà), las cosas adoptan formas y colores, y todo se
diversifica y se multiplica. Se trata del acto vivificante de Allah con el que
saca de lo oscuro e indeterminado a todas las criaturas y permite que cada una
de ellas se realice, sea distinta y singular, y saque a relucir lo que hay en
ella de bueno y de malo. Sucedió tras la Noche de la Nada y sucederá tras la
Noche de la Muerte con la que todo regresa a Él, es decir, a lo infinito y
eterno.
El
juramento sigue, y a continuación Allah jura por su propio Poder Determinante,
por su Ciencia Abarcadora y su Voluntad Irreductible, diciendo: wa
mâ jálaqa dz-dzákara wa l-unzâ:, ¡por
lo que ha creado al macho y a la hembra!... Allah jura poniendo por testigos
sus fuerzas infinitas que se conjugaron en las inmensidades de la eternidad para
crear (jálaqa-yájluq),
y de esa coincidencia de las energías de Allah surgió un mundo diverso, rico,
matizado: Allah creó al macho (dzákar) y a la hembra (unzà),
cada cual perfectamente diferenciado. Sólo Él es el Uno-Único, el Nexo que
todo lo vértebra y en el que todo se encuentra, y Él es la urdimbre unitaria
sobre la que se yergue un universo plural y exultante.
El
acto creador de Allah (el Jalq)
originó la diversidad. Lo vago y ambiguo adquirió cuerpo y estructura. Con
ello se diferenció la noche del día, el macho de la hembra. El torrente
caudaloso de la existencia quedó desencadenado y se inicia la acción
(‘ámal) de las criaturas.
De
la nebulosa de lo indeterminado surgieron criaturas concretas y definidas
y cada una de ellas fue dotada de rasgos distintivos, de estímulos
diferenciados, de naturaleza propia y de destino concreto. Y sus acciones, sus
metas, sus aspiraciones,... también todo ello se diversifica y persigue fines
incensables, y Allah atiende a cada matiz, y cada cual se dirige a su lugar de
asentamiento: ínna sá‘yakum la-shattà,
ciertamente, vuestro esfuerzo es diverso.
El sa‘y es el esfuerzo
de cada criatura, su marcha tras su destino, su objetivo, su dirección, su acción (‘ámal),...
todo ello es el sa‘y de cada cual,
y el sa‘y es diverso (shattà), es
distinto en cada criatura al de los demás seres. Cada cual ha sido marcado con
el sello de la singularidad, así como sus actos y sus metas en las que habrá
de reposar.
Cada
sa‘y tiene su propio ÿaçâ,
su retribución y destino en el Océano Infinito de Allah. Esto es lo
que significa que todo esté en camino, es lo que significa que todo esté en
movimiento, y es la razón del vértigo de la vida. Cada realidad se dirige
hacia su verdad y tiene una actuación en ese sentido. Y eso es lo esencial, lo
que es: que el ser va hacia el
cumplimiento de su propio destino. Pero hay otra verdad, de carácter general,
que agrupa a los seres humanos y debe ser criterio y balanza para el sabio, una
verdad por la que saber dónde está y a qué atenerse, un criterio para
orientar su acción.
Tras
afirmar el fundamento real de las cosas, el Corán orienta a su gente, a quienes
se dejan guiar por su luz, los destinados a la Rahma de Allah, para despertar en ellos su aspiración
latente y dirigirlos a lo mejor y más fecundo, y dice: fa-ammâ man a‘tà wa ttaqà, quien da y se precave...,
es decir, quien da (a‘tà-yu‘tî)
de sí lo mejor, quien es generoso, quien manifiesta algo bueno y hermoso que
hay en su naturaleza o en las posibilidades de su acción, y lo comunica y se
convierte en instrumento con el que Allah propaga su acto creador, el que crece
y acrecienta cuanto le rodea, y a la vez se
precave (ittaqà-yattaqî), es decir, quien se guarda de la Ira de Allah,
amoldándose a su Voluntad, y wa sáddaqa bil-husnà,
y confirma la veracidad de la Más Bella,...
es decir, y además declara la
autenticidad (sáddaqa-yusáddiq)
de la Revelación, llamada aquí la Más
Bella (al-Husnà) en
cuanto que guía los pasos del ser humano al mejor y más hermoso destino, y
sobretodo es una enseñanza bella en sí al servir de buen juicio y sensatez
para los hombres...
Quien
sigue esa senda, la de mayor belleza, la más fecunda y rica, fa-sanuyássiruhû
lil-yusrà, le facilitaremos la Más Fácil...
es decir, Allah le facilitará (yássara-yuyássir) el acceso a lo más
cómodo y fácil (al-Yusrà), lo
que puede satisfacer más al ser humano relajándolo y colmándolo en la
plenitud más absoluta, tanto en esta vida como en la existencia en al-Âjira junto a Allah, librándolo de la fatiga, el conflicto, el
disparate y la inquietud en los que se debate el hombre común, enredado en un
mundo que le sobrepuja siempre y lo derrota en un enmarañamiento del que no es
capaz de salir.
El
Islam queda definido en estos versículos como la Senda Más Bella (al-Husnà)
y la Más Fácil (al-Yusrà). O bien, dicho de otro modo, el Islam es la Senda Más
Bella que conduce a la claridad de la Más Fácil, que es la Enseñanza de la Unidad, es decir, el Tawhîd, en el que todo es absorbido en la serenidad y
abundancia de lo original y verdadero, en Allah Señor de los Mundos. El Tawhîd
está en las profundidades del Islam, y el Islam -la rendición incondicionada a
Allah-, con sus sutilezas capaces de sumergir al musulmán en el Océano del
Uno-Único, es el camino más hermoso hacia esa vivencia de paz. El Tawhîd
es la Enseñanza Más Fácil porque sólo consiste en que Allah es radicalmente
Uno.
Es
necesario aclarar aún más las ideas expresadas en los párrafos anteriores. El
Corán muestra que, de todas las criaturas que surgen del acto creador de Allah,
los seres más afortunados (su‘adâ,
plural de sa‘îd, afortunado, feliz)
son aquellos en que se cumplen una serie de condiciones.
En
primer lugar nos dice que son las que dan
de sí (a‘tà-yu‘tî),
las que no se aíslan, las que se abren y ofrecen al mundo la riqueza que Allah
ha depositado en ellas así como comparten con los demás todo lo que ganan de
sus acciones en este mundo. Se trata del acto
de dar (‘atâ), es
decir, de la generosidad en todas sus manifestaciones, virtud esencial en el
musulmán.
Al
crearnos, Allah ha puesto en nosotros infinitos dones. Quien los exterioriza,
quien actúa según esas posibilidades que residen en él, quien obsequia lo que
tiene al igual que lo ha recibido todo de Allah como obsequio, cumple con esta
primera condición al aumentar con ello lo que ya tiene y además amplía el
mundo. La generosidad desinteresada es uno de los mayores méritos y la ganancia
más valiosa, y es por tanto riqueza añadida al tesoro depositado en los
adentros de cada criatura, y es luz sobre luz.
La
segunda condición es el Taqwà, la precaución,
el temor a Allah, la conciencia de que Él está presente rigiéndolo
todo. Cumplen esta condición los que no se entregan a la desidia común. La
cumplen quienes están despiertos y atentos a Allah, los que liman sus asperezas
interiores para hacerse sutiles y transparentes y abrir en ellos mismos un ojo
con el que ver la realidad esencial que hay en las cosas y en los
acontecimientos. A la extroversión implicada en la primera virtud mencionada
antes se le añade ahora una necesaria tensión espiritual que no relaje al ser
humano para que esté completamente abierto a lo que Allah ofrece en cada
instante.
Una
de las traducciones que hemos dado a la palabra Tawqà es la de temor, y Taqwà
es estado de alerta porque quien se asoma permanentemente a lo que
quiere decir en sus profundidades la palabra Allah es sobrecogido por la inmensidad que le revela. Esa introversión
y sobrecogimiento son Taqwà,
son certeza de la Presencia real, inmediata y eficaz del Poder Determinante que
nos creó y nos rige en cada instante, y no deja de manifestársenos. Mantener
constante ese sobrecogimiento es lo que nos señala a Allah como meta a
conquistar y no simplemente como destino inevitable. Eso es lo que hace crecer
al ser humano, lo que lo corrige y sanea y lo hace infinitamente más abundante
de lo que ya es. A la vez que da de sí hacia afuera con generosidad está
recogiendo del Señor de sus adentros, en un constante intercambio. Por ello, en
esta sûra, después de hablarnos de la magnanimidad, menciona la Taqwâ como cualidad que describe a los afortunados: son los que
están precavidos, los que son atentos a Allah (ittaqà-yattaqî, precaverse,
estar alerta) protegiéndose contra lo que amenace y corte su comunicación
con la Fuente de todo bien.
La
tercera de esas condiciones es el Tasdîq,
la confirmación de lo auténtico. Sidq
-de donde deriva el término Tasdîq-
significa sinceridad. El que es
radicalmente sincero (sâdiq) se convierte en confirmador
de la Verdad (se convierte en musáddiq).
El que es auténtico en sí, el que es puro, descubre al Auténtico -que lo ha
conformado- y lo confirma con su misma existencia y en cada uno de sus
movimientos.
El
sâdiq-musáddiq, el que es sincero
y es buscador y confirmador de lo
verdadero, es el que da fe de la autenticidad del Islam, que es la Más
Bella de las enseñanzas (al-Husnà),
y al encontrarla se convierte en su fiel seguidor allá hasta donde lo conduzca,
y a donde lo conduce es a la Rahma
de Allah, a su Misericordia que
agiganta lo creado, la que lo expansiona en el infinito de al-Âjira. Y en esa dirección es guiado por la senda Más
Fácil (al-Yusrà), la que no se desvía hacia las tortuosidades que se
originan de las elucubraciones humanas. Al-Yusrà,
el camino de la facilidad, el de la amplitud, es el de las cosas sencillas, el
de los actos simples y las ideas claras, el de la rectitud en todas las cosas,
el de la sensatez, la prudencia y el equilibrio. Es la Senda del Tawhîd,
el de la Unidad que reunifica lo
disperso y no dispersa al hombre entre fingimientos, sucedáneos, dioses,
quimeras y fantasmas.
Finalmente,
al-Yusrà, la facilidad, la amplitud, es
sobre todo la consecuencia en al-Âjira
de la acción del hombre, siendo el ÿaçâ,
la retribución hermosa y la comodidad
y amplitud que le aguardan tras la muerte. El musulmán pide a Allah que le
facilite al-Yusrà tanto en esta vida
inmediata como junto a Él en el universo de la eternidad.
Lo
dicho nos ayudará a comprender el polo opuesto -el de la mediocridad, el miedo
y el retraimiento- que es descrito a continuación: wa ammâ man bájila wa stagnà, quien
se muestre avaro y crea bastarse a sí mismo... Frente al ‘Atâ
-el acto de dar y comunicar con
generosidad- está la avaricia (bujl). El que es avaro (bájila-yábjal,
ser avaro, retener), el que se reserva con avidez lo que Allah le ha
dado y no lo expansiona, el que permite que las cosas se le pudran en las manos,
y cree bastarse a sí mismo (istagnà-yastagnî), el que se encierra en sí, es decir, el que en medio de
su agonía espiritual piensa que no hay mayor crecimiento posible, que toda
exteriorización es pérdida y mengua de lo que posee -y que le ha sido dado por
Allah- ése está condenado a atrofiarse en sí mismo. La avaricia (bujl) y la autosuficiencia
(istignâ) privan al hombre de la posibilidad del crecimiento y el
aumento y lo encarcelan en la mediocridad, el recelo y la envidia, que lo van
destruyendo hasta convertir su existencia definitivamente en un infierno.
Existe
una clara simetría que opone al afortunado
(sa‘îd) y al desafortunado (shaqí):
el avaro (bajîl) es reservado donde el musulmán es expansivo
(avaricia-generosidad) y pone arrogancia donde el musulmán se muestra
introspectivo (Istignâ, autosuficiencia;
Taqwà, sobrecogimiento).
Son polos opuestos, naturalezas distintas y destinos irreconciliables.
En
su aislamiento espiritual, atormentado por el miedo, en la avaricia y la
confusión que le hace creerse suficiente, declara falso lo verdadero, sumando
una mayor cerrazón a su estancamiento: wa kádzdzaba
bil-husnà, y declara falsa a
la Más Bella... Es decir, y además niega
la autenticidad de la Más Bella (al-Husnà)
que es el Islam y el Tawhîd, oponiéndose a ella y combatiéndola, como
hacían los idólatras de Meca, arrogantes en su riqueza y encarnizados enemigos
de lo que atentara contra sus seguridades. Ellos desmintieron el Islam (kádzdzaba-yukádzdzib, desmentir, decir
que algo sea mentira), y la estrechez en la que estaban se fue cerrando poco
a poco cada vez más sobre ellos, asfixiando sus existencias. Lo más
interesante del Corán es que describe acontecimientos interiores que pueden ser
seguidos en la historia del primer Islam. Efectivamente, la avidez de los
idólatras y su rechazo frontal al Islam se transformaron finalmente en derrota
ante él, una derrota que acabó con ellos y fueron erradicados y olvidados.
Por
tanto, finalmente, el Tasdîq,
la confirmación, se opone al Takdzîb,
el desmentido. El musáddiq,
el confirmador, está en el polo
contrario del mukádzdzib, el desmentidor.
El primero, el que recuerda a Allah, se sitúa en el campo de lo auténtico, de
lo verdadero y creador, mientras el segundo existe en un mundo fantasmal, de
falsedades de las que da fe y en las que se engaña y en medio de las cuales al
final es destruido en la banalidad de sus quimeras evanescentes.
El
Corán dice que a quien sea avaro, se crea suficiente y niegue el Islam fa-sanuyássiruhû
lil-‘usrà, le facilitaremos la Más
Difícil, es decir, Allah -el eficaz trasfondo en todas las cosas- hará que
su existencia sea tortuosa, en medio de complicaciones innecesarias y resultados
que no tardan en desvanecerse, todo en medio de la inconsistencia y el miedo. La Más Difícil
(al-‘Usrà) es la existencia de los no-musulmanes, es decir, los
que no fluyen con la vida, los que se aislan en sus seguridades, en sus bienes y
en sus creencias. En esa prisión se enredan consigo mismos, y lo que es fácil
se convierte para ellos en algo complejo y absurdo que acaba torturándolos,
frustrándolos y ahogándolos. Allah les facilitará
(yássara-yuyássir) ese camino tortuoso, es decir, será el único que les
quede y no saldrán de él. Esa complejidad es lo más fácil para ellos, por
ello quedan sumidos en ella, y creerán que salir es más difícil todavía que
seguir ofuscados en medio de sus laberintos. Se habrán hundido definitivamente
en su propia dificultad, en la verdad abismal de aquello hacia lo que se han
inclinado a lo largo de sus vidas.
Al-‘Usrà, la Más Difícil, es la idolatría, las mentiras, las quimeras y las
ilusiones del común de los hombres, es un mundo irreal e inconsistente pero que
se les ofrece como única verdad y en ella se debaten angustiosamente hasta que
la muerte los sorprende y quedan abismados en la frustración definitiva: wa
mâ yugnî ‘anhu mâluhû: idzâ taraddà, ¡de
nada le servirá su riqueza cuando sea precipitado por el abismo!... De
igual modo que durante su vida no le ha servido de nada (agnà-yugnî,
servir, ser suficiente) las riquezas que Allah ha depositado en él, ya
que no lo han librado del enmarañamiento en el que se ha asfixiado, ante Allah
no le servirá de nada lo que haya ganado con sus transacciones a lo largo de su
existencia (sus riquezas o bienes
ganados, mâl), no lo rescatarán
y de nada le servirán cuando se vea arrojado (taraddà-yataraddà, ser
arrojado, ser lanzado por un abismo) a la consecuencia de sus actos en al-Âjira,
es decir, al Fuego (Nâr).
Este es su ÿaçâ, su retribución
junto a Allah.
En lo dicho quedan explicados los temas del Jalq, el acto creador de Allah del que surge la diversidad y la oposición, y el del ‘ámal, la acción humana que aprovecha lo que Allah ha creado pero se orienta en direcciones distintas que acaban en el ÿaçâ, la retribución o fruto en Allah. La sûra continúa, diciendo:
12.
ínna ‘aláinâ lal-hudà
De
Nosotros depende el guiar,
13.
wa ínna lanâ lal-â:jirata wa l-û:là*
y
nos pertenece la última vida y la primera.
14.
fa-ándzartukum nâran talazzà
Os
he advertido contra un Fuego que abrasa
15.
lâ yaslahâ: illâ l-ashqà
en
el que sólo se consumirá el más desafortunado,
16.
al-ladzî kádzdzaba wa tawallà*
el
que ha desmentido y ha vuelto la espalda,
17.
wa sayuÿánnibuhâ l-atqà
y
lo dejará de lado el más sobrecogido,
18.
al-ladzî yûtî mâlahû yataçakkà*
el
que da de lo que tiene y se purifica,
19.
wa mâ li-áhadin ‘indahû min
ní‘matin tuÿçà:
el
que cuando hace un bien a alguien no espera ser retribuido
20.
illâ btigâ:a wáÿhi rábbihi l-a‘là*
y
sólo tiene el deseo de alcanzar la Faz de su Señor, el Más Elevado.
21.
wa la-sáufa yardà*
¡Será
complacido!
Hemos visto en el pasaje anterior que Allah facilita
(yássara-yuyássir) tanto la Más Fácil
(al-Yusrà) como la Más Difícil (al-‘Usrà),
es decir, el buen o el mal encauzamiento del ser humano, su felicidad o su
desdicha, el alcance de la más noble o la más vil de las metas. Allah es el
que desencadena los acontecimientos. Al crear quiso que cada realidad alcanzara
su objetivo, para bien o para mal -según los criterios humanos-, pero lo
importante es que todo tenga pleno cumplimiento.
Este
segundo pasaje nos dice: ínna ‘aláinâ
lal-hudà, de Nosotros depende el
guiar,... es decir, Allah se ha hecho cargo de ofrecer a los seres humanos
una Guía (Hudà). La expresión árabe es rotunda: la comunicación de la
Guía depende de Él, Él se ha hecho cargo obligándose, pesa sobre (‘alà) Él esa
responsabilidad que ha tomado libremente,... lo que quiere decir que la
comunicación de esa Guía (Hudà)
es un hecho que se ejecuta con resolución, realizándose en cada criatura y en
el conjunto de todas ellas.
Hudà
-la Vía- es el Islam en tanto que modo de actuar, y es la Revelación y
el Corán para la reflexión, y es la explicación del Tawhîd para el
saboreo de las realidades unitarias, etc. Allah, al ofrecer una Guía a la
humanidad, facilita el camino para los afortunados y los estimula, sacando de
ellos la predisposición que hay en sus adentros, y son aquellos que son capaces
de cumplir las condiciones señaladas en los párrafos anteriores: la
generosidad sin límites, el sobrecogimiento interior, la confirmación de la
Verdad.
Pero
a la vez, al mostrar el Camino, Allah provoca el rechazo de los desafortunados,
con lo que exteriorizan su infortunio y se encaminan decididamente hacia su
destino, que es el Fuego de la Privación, quedando facilitado ante ellos el
camino que los conduce a la realización de lo que han elegido en sus corazones.
Es así como Allah desata y estimula a cada ser humano, es así como lo conduce
a su destino, sea el que deba ser. Y es así como el acto de guiar de Allah es
absoluto.
Allah
se ha hecho cargo de transmitir a la humanidad una Guía (Hudà),
enseñando el camino a los suyos, a los afortunados
(su‘adâ), es decir, aquellos en
los que se dan las condiciones señaladas de generosidad, sobrecogimiento y
confirmación. Ese camino hacia Él, la senda hacia la Rahma, la Extroversión
de Allah, la plenitud de su acto creador, fue revelado a cada criatura en la
eternidad anterior a la existencia. Está en la Fitra, en la naturaleza primordial de cada ser. Es el camino
de lo sencillo, sin embargo el hombre no tarda en caer en las complicaciones.
Por
ello, Allah reforzó la inspiración a través del envío de profetas y maestros
a la humanidad. Cada mensaje era renovación de la enseñanza contenida en el
germen del ser humano, en su Fitra
o naturaleza más privada, la que lo
comunica con lo universal y eterno. Y al final coronó el proceso con Muhammad (s.a.s.)
en el que lo reunió todo y le reveló el Corán, la Síntesis Suprema, en el
que está la Hudà, el Sendero,
la Guía definitiva, resumiéndolo todo: wa ínna lanâ lal-â:jirata wa l-û:là, nos pertenece la última vida y la primera. Y esta es la
quintaesencia de la enseñanza coránica, que todo pertenece a Allah y a Él
vuelve, y Él es el Uno-Único que todo lo crea y a Él todo regresa, y en Él
todo es reintegrado.
Este
versículo -nos pertenece la última vida
y la primera- significa: la existencia que sigue a nuestra existencia actual
(al-Âjira) así como ésta misma en
sí (al-Ûlâ) pertenecen a Allah,
son suyas y están bajo su dominio. Son expresión de su Voluntad, de su Ciencia
y de su Poder, y no otra cosa. Todo vive dentro de ese Océano Infinito
Unificado por el Ser de Allah. Nada escapa a ese universo unitario que está en
la raíz y es expresado por las cosas. Incluso el que lo rechaza está inmerso
en él. ¿A dónde huye el que se aparta de Allah? Lo que hace es alejarse de la
Rahma de Allah, de la Fuente
de toda abundancia y de todo bien. Se aleja de la Rahma de Allah para caer en la Ira de Allah (Gádab),
que no es sino un polo opuesto dentro de la misma y única Verdad.
Por
ello, en el siguiente versículo se da la voz de alarma: fa-ándzartukum nâran talazzà, os he advertido contra un Fuego que abrasa. Fuera de la Rahma
de Allah está el Fuego de Allah (el Nâr). El Corán nos advierte
(ándzara-yúndzir) contra ese abismo terrible. Nos dice de él que arde
y abrasa (talazzà-yatalazzà,
que también significa inflamarse de cólera).
Opuesta a la creatividad y expansión de la Rahma de Allah está la Ira
(Gádab) de Allah, y los
rechazadores del bien de Allah se dirigen a satisfacer esa violencia que es
también de Allah: a Él pertenece lo último
y lo primero, lo cercano a Él y lo alejado de Él, y Él lo cerca todo y
penetra en todo, y suyas son la Belleza y la Majestad, y todos los opuestos.
El
Corán establece oposiciones y correspondencias: la generosidad, el
sobrecogimiento espiritual, la confirmación de la Verdad, la Más Bella, la Más
Fácil, el Jardín, la expansión,... por un lado; por otro la avaricia, el
aislamiento en la autosuficiencia y por tanto en la escasez, la cerrazón del
desmentido, la Más Difícil y angosta de las sendas, el Fuego, la Ira, el
encogimiento,... Todo esto expresado en el marco de los juramentos que inician
la sûra, en los que se habla del origen Uno de la variedad y el destino
distinto que aguarda a cada ser en función del modo en que manifiesta lo que
es.
El
Corán sigue hablándonos del Fuego de Allah, y dice de él: lâ yaslahâ: illâ l-ashqà, en el que sólo se consumirá el más desafortunado... En ese Fuego
de Ira, que es la correspondencia espiritual de la soberbia arrogante del que se
considera suficiente en sí, se consumirá (sáliya-yaslà,
quemarse, arder) el más pobre de los seres, el avaro, el que ha
sido incapaz de incrementar sus riquezas y ha echado a perder lo que le ha sido
dado por Allah, es decir, el más
desafortunado (ashqà,
aumentativo de shaqí, desafortunado, desgraciado). Su infortunio adquiere proporciones
inconcebibles en medio de ese Fuego colérico, urdimbre de su existencia y de
sus rencores y miedos, presente en sus días, y abismo en el que acaba con la
muerte.
El
Corán describe al más desafortunado diciendo de él que es: al-ladzî kádzdzaba wa tawallà, el
que ha desmentido y ha vuelto la espalda... Es aquél cuya arrogancia le ha
hecho declarar falsa (kádzdzaba-yukádzdzib) la Revelación, aquél cuya autosuficiencia no le
permite seguir la Senda (Hudà) de Allah, y le ha
vuelto la espalda (tawallà-yatawallà),
alejándose en la dirección opuesta a la de la Rahma,
la Abundancia de Allah, recorriendo
los tortuosos caminos, la Más Difícil de las sendas, hacia la Ira (Gádab)
definitiva y en la que se consume a sí mismo.
En
cuanto al afortunado (el sa‘îd),
el que ha descubierto a su Señor en medio de su sobrecogimiento espiritual, el
que ha mantenido esa tensión para crecer en ella, ése está dejando de lado el
Fuego en el que vive el común de los hombres:
wa sayuÿánnibuhâ l-atqà, lo
dejará de lado el más sobrecogido... Allah nos habla aquí del atqà,
el más sobrecogido, -aumentativo de taqí,
sobrecogido, el que tiene Taqwà,
el que se
precave
y está atento (ittaqà-yattaqî)-, correspondiente al más
afortunado (ás‘ad,
aumentativo de sa‘îd), con lo que
la Taqwà
resalta especialmente entre las virtudes que debe practicar el que peregrine
hacia la Belleza de Allah.
El
Corán nos dice del que está pendiente de Allah deja de lado y se aparta del Fuego (ÿánnaba-yuÿánnib), es
decir, abandona la autosuficiencia, la pretensión, la ira, la envidia y el
rencor, liberándose de las miserias en la grandeza de la Rahma, gracias
precisamente a esa atención sobrecogedora que mantiene avivada en sus adentros
y le facilita vadear los escollos que se presentan en la vida y que entretienen
y desvían al ser humano.
Y
si la Taqwà, el temor a Allah, el sobrecogimiento
interior, es de la máxima importancia, lo es también la extroversión con
la que se manifiesta, que es la generosidad: al-ladzî
yûtî mâlahû yataçakkà, el que da
de lo que tiene y se purifica... En la primera parte de la sûra, al hablar
de los afortunados, entre sus cualidades se citaba primero la generosidad que da
de sí todo (el ‘Atâ) y en
segundo lugar la Taqwà. En este caso
se invierte el orden y se cita la Taqwà
para después definirla por la generosidad, y es así porque ambas están
estrechamente vinculadas: no existe la una sin la otra, no hay introversión sin
extroversión, no se juntan la atención a Allah y la desatención hacia el
mundo. Ambas cualidades están unificadas, y se alimentan.
Habiendo
mencionado aquí en primer lugar la Taqwà,
Allah no desea que sea olvidada la generosidad, que no es sino la forma bajo la
que se manifiesta la Taqwà. Por
ello, el atqà, el más
sobrecogido ante Allah, es definido por su magnanimidad. Atqà
es el que da (âtà-yûtî, ofrecer, entregar)
de lo que tiene, de su mâl, sus bienes,
no definidos exclusivamente como riquezas materiales, sino todo lo que se posee
y todo lo que se gana. El atqà, el más sobrecogido ante Allah, se desborda en actos de generosidad,
y lo hace para purificarse (taçakkà-yataçakkà). Curiosamente, este verbo que significa purificarse
es el mismo que se emplea para designar el acto de entregar
el Çakât, es decir, el porcentaje sobre los bienes que el Islam establece
que debe ser entregado a los necesitados y que constituye el tercero de los
pilares del Islam. Ser generoso es purificarse, dar es depurar. Lo contrario, la
avaricia, es pudrirse, corromperse.
Existe
el peligro de que la generosidad se transforme en caridad, en un gesto altanero,
y por ello el Corán matiza a continuación la generosidad que quiere que
practiquen los musulmanes: wa mâ li-áhadin
‘indahû min ní‘matin tuÿçà, el que cuando hace un bien a alguien no espera ser retribuido... Se purifica
(taçakkà-yataçakkà) en
la generosidad el que se desapega de su gesto. Es decir, es el que siendo
magnánimo olvida inmediatamente su mérito, y nada espera de nadie: ni compensación
(ÿaçâ), ni gratitud (shukr),
ni reconocimiento de ningún tipo ni nada que se le asemeje. Al instante, se ha
olvidado. El que se acuerda de Allah olvida todo lo que no sea Él. Ése es el
que se purifica en la liberalidad, el que crece espiritualmente en ella.
La
expresión coránica es contundente. Traducido de otro modo, más literalmente,
el versículo anterior dice: el atqá
es el que no ha hecho ningún favor
ni ningún bien (ni‘ma) a nadie (áhad)
por el que deba ser compensado (úÿçiya-yuÿçà,
ser retribuido, ser compensado por algo, voz pasiva del verbo aÿçà-yuÿçî, retribuir, compensar,
de donde ÿaçâ, retribución, compensación). Es decir, ha olvidado su ni‘ma,
ha olvidado el bien que ha podido
hacer a cualquiera y, por tanto, no espera nada de nadie.
El
Corán aún insiste más en la idea y la desarrolla, y dice: illâ btigâ:a wáÿhi rábbihi l-a‘là, sólo tiene el deseo de alcanzar la Faz de su Señor, el Más Elevado.
Los actos del atqà son un ibtigâ,
el deseo de alcanzar algo, un único
deseo que lo orienta hacia la Faz
de Allah (Waÿh), es decir, hacia
Allah en Sí. Sus gestos son generosos por que busca ser absorbido en su pasión
por el Más Generoso, su Señor (Rabb)
que lo ha creado, ha depositado en él todo y lo ha guiado. Y su Señor es el
Más Elevado (al-A‘là), está
por encima de todas las cosas, y muy por debajo queda todo lo demás, muy por
debajo quedan los gestos, los fingimientos, la gratitud y el reconocimiento de
los hombres,... El atqà es el que
busca elevarse hasta esa dignidad que deja atrás los valores humanos. Su
acción es un deseo apasionado del Rostro Verdadero, la Faz del Más Elevado, y
en ella no hay ninguna teatralidad, ningún interés personal, salvo la
necesidad de plenitud en la Inmensidad de la que ha surgido su existencia.
Quien alcanza esa grandeza wa la-sáufa yardà, ¡será complacido!... Lo que aguarda al que es tal como se ha descrito en los versículos anteriores es el Ridà, la satisfacción más absoluta. Esa plenitud embargará su vida penetrando hasta su espíritu y volviendo a emerger convirtiéndose en actos puros, llenos de serenidad que comunican calma a los corazones. El Ridà es su ÿaçâ, la retribución de Allah con la que compensa su esfuerzo: ¡será complacido!... Estará satisfecho (rádiya-yardà, complacerse en algo) de su senda, de su Señor, de su Destino, de su fortuna, de su alegría y de su tristeza, de su esperanza y de su miedo, de su riqueza y de su pobreza, pues todo para él será fácil. La vida se hace para él puro deleite: nada lo desasosiega porque ha encontrado, en el momento mismo de desearlo con el corazón, todo lo que quería: Allah, el Presente, el Abundante. Y tras la muerte lo espera el Ridà eterno, el que no es limitado por ninguna contingencia porque se ha liberado de fronteras, tiempos y espacios, el Ridà en la inmensidad de Allah Uno-Único, en la exuberancia de la Rahma en su potencialidad más absoluta.