CAPÍTULO 114: LAS GENTES

SÛRAT AN-NÂS

revelada en Meca, 6 versículos

 

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bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. qul a‘ûdzu bi-rábbi nâsi

Di: Me refugio en el Señor de las gentes,

2. máliki n-nâsi

el Rey de las gentes,

3. ilâhi n-nâsi

el Ilâh de las gentes,

4. min shárri l-waswâsi l-jannâsi

contra el mal del Murmurador que retrocede,

5. l-ladzî yuwáswisu fî sudûri n-nâsi

el que murmura en los pechos de las gentes,

6. min al-ÿínnati wa n-nâs*

ya sea del número de los ÿinn, o de las gentes.

 

            Este breve texto es la segunda de las dos sûras talismánicas (al-mu‘awwidzatáin), y es también el último de los capítulos del Corán. Con sus palabras queda concluido el Libro Revelado. Al igual que la anterior, es una invocación con la que el musulmán pide a Allah que le proteja contra los males que imagina, en este caso especialmente los que se agitan en él mismo, causándole terror o paralizándolo, como sucede con las obsesiones, el desasosiego, las fobias y las manías. Si con la solicitud de la sûra anterior el musulmán espera ser acogido por su Señor frente a las amenazas exteriores, ahora quiere depurar su propio mundo interior de miedos y fantasmas que le impiden alcanzar la serenidad.

            Los orígenes de esos terrores y discordias espirituales son oscuros, perversos y ambiguos, y por su misterio e inmaterialidad fluyen por el ser humano de forma eficaz e indetectable. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El demonio se infiltra hasta el corazón del hombre y corre por sus venas como la sangre”. A causa de esa ‘irreconocibilidad’ de su naturaleza y de sus orígenes se denomina ‘influencias demoníacas’ a esas perturbaciones del ánimo. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Cada uno de vosotros tiene un demonio que lo acompaña y al que está atado”, y le preguntaron: “¿Y tú también?”, y respondió: “Incluso yo. Pero mi Señor me ha dado fuerzas con las que someterlo, y ya sólo me sugiere el bien”. Ibn ‘Abbâs contó que un hombre acudió al Profeta (s.a.s.) y le dijo: “¡Oh, Mensajero de Allah! A veces me ocurre que el alma me sugiere cosas terribles. En esos momentos yo preferiría tirarme por un precipicio antes que contárselo a la gente”, y Rasûlullâh (s.a.s.) le dijo: “Allah es Más Grande. Alabanzas a Allah que ha reducido la fuerza de Shaitân a simples sugestiones”.

            Se llama Shaitân, o demonio, al origen enigmático de los fantasmas que torturan al ser humano en sus adentros. Es pura ilusión, algo intangible, y por ello se le llama en esta sûra Waswâs, Murmurador, siendo una palabra onomatopéyica que sugiere la idea de ‘susurro’, es decir, es algo inconcreto que ataca a las fuerzas del hombre y apaga su luz, pero que, por su inconsistencia, se desvanece en cuanto el hombre recupera la cordura recordando a su Señor Verdadero.

            Como en el caso anterior, el talismán consiste en recordar aspectos de Allah que fortalezcan el ánimo del mûmin y despejen su corazón. Aquí se trata de rememorar tres de las cualidades de Allah especialmente implicadas en el asunto y que son pilares de la ‘Aqîda del musulmán, de su representación del mundo desde la perspectiva de las enseñanzas unitarias del Islam.

            La primera de esas cualidades es la Rubûbía de Allah, es decir, su Señorío: qul a‘ûdzu bi-rábbi nâs, di: Me refugio en el Señor de las gentes. En segundo lugar, su Mulk, su Dominio más allá de la presencia inmediata de su Poder Determinante en cada criatura concreta: máliki n-nâs, el Rey de las gentes. Y por último, su Ulûhía, su carácter trascendente e impensable: ilâhi n-nâs, el Ilâh de las gentes.

            Allah ordena a su Profeta (s.a.s.) -y con él a todos los musulmanes- que busquen refugio (‘âdza-ya‘ûdz, refugiarse) en Él. Deben ‘decirlo’ (qâla-yaqûl, decir), deben hacerlo conscientemente, recordando, deteniéndose en ello, para que su intención tenga fuerzas. Esto es importante: las palabras pronunciadas por el hombre tienen capacidad transformadora porque ‘aclaran’, y lo que más se necesita cuando algo extraño y misterioso acecha es iluminarlo con la energía que Allah ha depositado en las palabras. El articular sonidos con significado es uno de los mayores dones que Allah ha hecho al ser humano. Es más, ésa es la clave de su califato, de su soberanía. El hombre debe ‘decir’ para ser.

            Como ya se ha señalado, son tres las cualidades de Allah que deben ser rememoradas para deshacer el daño del mal contra el que se va a luchar en esta sûra, y que es la perturbación que producen las fobias.

            La primera de las cualidades que deben ser meditadas es la Rubûbía, el Señorío. Allah es Rabb, el Señor de todas las cosas, y en especial de las gentes (nâs), de los seres humanos, que son las criaturas que son atacadas por las obsesiones. El Nombre de Allah ‘Rabb’ implica que Él es el que rige desde dentro a la criatura, el que la gobierna, el que la activa, el que la hace avanzar, el que la orienta, el que la cultiva y el que la hace crecer. Él es el verdadero y único motor en cada ser.

            La segunda cualidad es el Mulk, el Dominio. Es el Rey (Málik) de los mundos. El Málik es más que una presencia rectora en cada criatura, es el Uno que conjuga la existencia entera bajo su imperio. El Todo le pertenece y Él interviene en su conjunto con un Dominio al que nada escapa. Si la Rubûbía implica cercanía de Allah, el Mulk nos habla de su majestad.

            La tercera es la Ulûhía, el carácter trascendente, inasequible e insondable de la realidad de Allah. Allah recibe entonces el Nombre de Ilâh, la Verdad Abismal cuyo efecto en los hombres es despertar en ellos la perplejidad al descubrirse incapaces de penetrar en lo que sea Allah. La Ulûhía implica que el Señorío y el Domino de Allah se realizan de modo sutil, imperceptible, pero eficaz y absoluto, y penetra hasta lo más recóndito,... en este caso, ahí donde nacen las obsesiones del hombre, el lugar ignoto de su ser del que emergen sus pesadillas, sus manías, su intolerancia para consigo mismo o para con los demás..., y que no son sino oscuridades ficticias, nacidas con el egoísmo y que pretenden ocultar la Luz esencial que brilla dando existencia a la criatura.

            Allah es Rabb-Málik-Ilâh de todas las cosas, pero la mención de las gentes (nâs) tras cada uno de estos tres Nombres básicos entraña una noción de particular proximidad al género humano. Por otro lado, es el hombre el que puede llegar a ser consciente de esas cualidades y buscar con su esfuerzo la seguridad que implican, eliminando todo lo que le aparte del Uno Original, arrojándolo a las tinieblas del miedo y los fantasmas.

            Allah ordena al musulmán que busque refugio en esos pilares de la Unidad de la Verdad Creadora... min shárri l-waswâsi l-jannâs, contra el mal del Murmurador que retrocede. El Corán enseña a los musulmanes que deben resguardarse en la evocación de las cualidades de Allah mencionadas más arriba para anular un mal (sharr) sibilino, un mal que llega de manera siniestra y anida en el corazón y se mueve por él imperceptiblemente sin que se sepa a ciencia cierta cómo llega al corazón o cómo actúa en él. El Corán habla de un murmurador (waswâs) que provoca un murmullo (wáswasa), que es una voz baja, casi inaudible, pero de gran efecto sobre el ánimo, y dice de ese murmurador -que obsesiona al corazón con sus intrigas-, dice de él  que es jannâs, que retrocede ante el Recuerdo de Allah, es decir, es absolutamente inconsistente y carece de fuerza en sí. Sólo el miedo, el descuido y el olvido del hombre le conceden energías y eficacia.

            En el versículo siguiente el Corán describe la acción del murmurador: al-ladzî yuwáswisu fî sudûri n-nâs, el que murmura en los pechos de las gentes. El murmurador, el ambiguo causante del mal del murmullo, murmura (wáswasa-yuwáswis, murmurar) en los pechos (sudûr, plural de sadr, pecho), no en los oídos. Es el que se infiltra hasta los corazones, el que genera ofuscaciones, rarezas, intranquilidad, manías,...

            Por último, el Corán nos dice quién es ese murmurador: min al-ÿínnati wa n-nâs, ya sea del número de los ÿinn, o del de las gentes. El murmullo que inquieta el corazón puede tener como causante algo misterioso (un ÿinní, o genio, demonio, en plural ÿinna o ÿinn), o bien puede ser su causa un intrigante humano, alguien del número de las gentes (nâs), pero que por su manera de actuar siembra insidias y querellas actuando al modo de esos demonios interiores que nunca se presentan de una manera clara.

            El mal que producen estos murmuradores no puede ser atajado por el hombre ya que no pasa por el filtro de la razón sino que ataca a las emociones. Sólo Allah puede evitar que su daño sea irreversible, y por ello a Él se acude directamente, pues tiene las cualidades necesarias para detener ese mal, tal como han sido mencionadas al principio de la sûra.

            El texto empieza describiendo al causante de ese mal: es el Waswâs Jannâs, el Murmurador que retrocede. A continuación delimita su acción: es el que murmura al pecho. Por último, dice quién es: o un demonio espiritual o un demonio humano. Este orden busca despertar en el musulmán un estado de alerta y atención ante su enemigo, su modo de actuar y las formas bajo las que se disfraza. Con este conocimiento queda habilitado para combatirle. Si no sabe quién es su enemigo ni cómo actúa, estará a su merced.

            El Murmurador es todo creador de insidias, al modo en que imaginamos que lo hace un demonio -que es lo que causa mal sin dejarse percibir-. Es muy difícil combatir al Murmurador, que juega con las sospechas, los deseos más íntimos, las inclinaciones,...sobre todo si es de índole espiritual. Pero cuando se reconocen en uno mismo los efectos de sus intrigas, es posible detectar la enfermedad y acudir al Remedio, que es Allah mismo.

            Nada sabemos del murmullo de origen espiritual, el que producen los ÿinn. Sólo sabemos que está ahí, que se nos escapa el origen de la mayoría de nuestras obsesiones y manías. Sabemos que ésa es una lucha que acompaña al ser humano desde sus principios, retratada en el Corán en el relato que hace de la tensión entre Adán y Shaitân. Sabemos que todo se inicia con la arrogancia, con la aparición del ego. Según Ibn ‘Abbâs, Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: “Shaitân está recostado acechante sobre el corazón del ser humano. Cuando el hombre recuerda a Allah, Shaitân retrocede. Cuando el hombre olvida, Shaitân comienza a murmurarle”. Pero también el Corán nos enseña que es posible derrotar esa causa espiritual de las obsesiones y las pesadillas. La sinceridad pura en la orientación del ser humano hacia su Verdadero Señor es lo que disuelve ese peligro.

            En cuanto al modo en que la gente introduce insidias en los corazones de los hombres, sí sabemos de ello. El mal compañero que siempre está sugiriendo maldades y lo hace de modo que apenas se perciben sus verdaderas intenciones porque antes se ha ganado la confianza de su amigo. Los consejeros perversos que añaden leña a la perversidad de un tirano. El calumniador que sabe adornar sus palabras para hacerlas creíbles y seductoras. El traficante de necedades que inventa para las gentes necesidades que no existen... Hay decenas de ejemplos de murmuradores que no hablan a la inteligencia de los seres humanos sino que tienden trampas escondidas y abren resquicios en los corazones para entrar por ellos hasta lo más íntimo y derramar ahí el veneno de la inquietud y la angustia, al modo en que imaginamos que actúan los demonios espirituales.

            Es muy sugerente que el Corán acabe en estos dos talismanes. El musulmán se recoge en ellos contra todo lo que le desequilibre, todo lo que distorsione la claridad y radicalidad de su ‘Aqîda, y hace de ésta la cordura con la que disipa cuanto confunde a los hombres y los somete a su arbitrio y su terror. Con estas últimas palabras del Corán el mûmin queda protegido y firmemente asentado en la luz del Tawhîd.