SÛRAT
AN-NÂS
revelada en Meca, 6 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
qul a‘ûdzu bi-rábbi nâsi
Di:
Me refugio en el Señor de las gentes,
2.
máliki n-nâsi
el
Rey de las gentes,
3.
ilâhi n-nâsi
el
Ilâh de las gentes,
4.
min shárri l-waswâsi l-jannâsi
contra
el mal del Murmurador que retrocede,
5.
l-ladzî yuwáswisu fî sudûri n-nâsi
el
que murmura en los pechos de las gentes,
6.
min al-ÿínnati wa n-nâs*
ya
sea del número de los ÿinn, o de las gentes.
Este
breve texto es la segunda de las dos sûras
talismánicas (al-mu‘awwidzatáin),
y es también el último de los capítulos del Corán. Con sus palabras queda
concluido el Libro Revelado. Al igual que la anterior, es una invocación con la
que el musulmán pide a Allah que le proteja contra los males que imagina, en
este caso especialmente los que se agitan en él mismo, causándole terror o
paralizándolo, como sucede con las obsesiones, el desasosiego, las fobias y las
manías. Si con la solicitud de la sûra anterior el musulmán espera ser
acogido por su Señor frente a las amenazas exteriores, ahora quiere depurar su
propio mundo interior de miedos y fantasmas que le impiden alcanzar la
serenidad.
Los
orígenes de esos terrores y discordias espirituales son oscuros, perversos y
ambiguos, y por su misterio e inmaterialidad fluyen por el ser humano de forma
eficaz e indetectable. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El
demonio se infiltra hasta el corazón del hombre y corre por sus venas como la
sangre”. A causa de esa ‘irreconocibilidad’ de su naturaleza y de sus
orígenes se denomina ‘influencias demoníacas’ a esas perturbaciones del ánimo.
El Profeta (s.a.s.) dijo: “Cada uno de
vosotros tiene un demonio que lo acompaña y al que está atado”, y le
preguntaron: “¿Y tú también?”, y respondió: “Incluso
yo. Pero mi Señor me ha dado fuerzas con las que someterlo, y ya sólo me
sugiere el bien”. Ibn ‘Abbâs contó que un hombre acudió al Profeta (s.a.s.)
y le dijo: “¡Oh, Mensajero de Allah! A
veces me ocurre que el alma me sugiere cosas terribles. En esos momentos yo
preferiría tirarme por un precipicio antes que contárselo a la gente”, y
Rasûlullâh (s.a.s.) le dijo: “Allah es
Más Grande. Alabanzas a Allah que ha reducido la fuerza de Shaitân a
simples sugestiones”.
Se
llama Shaitân, o demonio,
al origen enigmático de los fantasmas que torturan al ser humano en sus
adentros. Es pura ilusión, algo intangible, y por ello se le llama en esta sûra
Waswâs, Murmurador,
siendo una palabra onomatopéyica que sugiere la idea de ‘susurro’, es
decir, es algo inconcreto que ataca a las fuerzas del hombre y apaga su luz,
pero que, por su inconsistencia, se desvanece en cuanto el hombre recupera la
cordura recordando a su Señor Verdadero.
Como
en el caso anterior, el talismán consiste en recordar aspectos de Allah que
fortalezcan el ánimo del mûmin y despejen su corazón. Aquí se trata de rememorar tres de
las cualidades de Allah especialmente implicadas en el asunto y que son pilares
de la ‘Aqîda del musulmán, de su representación
del mundo desde la perspectiva de las enseñanzas unitarias del Islam.
La
primera de esas cualidades es la Rubûbía de Allah, es decir, su Señorío:
qul a‘ûdzu bi-rábbi nâs, di:
Me refugio en el Señor de las gentes. En segundo lugar, su Mulk,
su Dominio más allá de la presencia
inmediata de su Poder Determinante en cada criatura concreta: máliki
n-nâs, el Rey de las gentes. Y por último, su Ulûhía, su carácter
trascendente e impensable: ilâhi n-nâs,
el Ilâh de las gentes.
Allah
ordena a su Profeta (s.a.s.) -y con él a todos los musulmanes- que busquen
refugio (‘âdza-ya‘ûdz,
refugiarse) en Él. Deben ‘decirlo’ (qâla-yaqûl, decir),
deben hacerlo conscientemente, recordando, deteniéndose en ello, para que su
intención tenga fuerzas. Esto es importante: las palabras pronunciadas por el
hombre tienen capacidad transformadora porque ‘aclaran’, y lo que más se
necesita cuando algo extraño y misterioso acecha es iluminarlo con la energía
que Allah ha depositado en las palabras. El articular sonidos con significado es
uno de los mayores dones que Allah ha hecho al ser humano. Es más, ésa es la
clave de su califato, de su soberanía. El hombre debe ‘decir’ para ser.
Como
ya se ha señalado, son tres las cualidades de Allah que deben ser rememoradas
para deshacer el daño del mal contra el que se va a luchar en esta sûra, y que
es la perturbación que producen las fobias.
La
primera de las cualidades que deben ser meditadas es la Rubûbía,
el Señorío. Allah es Rabb,
el Señor de todas las cosas, y en
especial de las gentes (nâs),
de los seres humanos, que son las criaturas que son atacadas por las obsesiones.
El Nombre de Allah ‘Rabb’ implica
que Él es el que rige desde dentro a la criatura, el que la gobierna, el que la
activa, el que la hace avanzar, el que la orienta, el que la cultiva y el que la
hace crecer. Él es el verdadero y único motor en cada ser.
La
segunda cualidad es el Mulk, el Dominio. Es el Rey
(Málik) de los mundos. El Málik
es más que una presencia rectora en cada criatura, es el Uno que conjuga la
existencia entera bajo su imperio. El Todo le pertenece y Él interviene en su
conjunto con un Dominio al que nada escapa. Si la Rubûbía implica cercanía de Allah, el Mulk nos habla de su majestad.
La
tercera es la Ulûhía, el carácter
trascendente, inasequible e insondable de la realidad de Allah. Allah recibe
entonces el Nombre de Ilâh, la Verdad Abismal cuyo efecto en los hombres es despertar en ellos la
perplejidad al descubrirse incapaces de penetrar en lo que sea Allah. La Ulûhía
implica que el Señorío y el Domino de Allah se realizan de modo sutil,
imperceptible, pero eficaz y absoluto, y penetra hasta lo más recóndito,... en
este caso, ahí donde nacen las obsesiones del hombre, el lugar ignoto de su ser
del que emergen sus pesadillas, sus manías, su intolerancia para consigo mismo
o para con los demás..., y que no son sino oscuridades ficticias, nacidas con
el egoísmo y que pretenden ocultar la Luz esencial que brilla dando existencia
a la criatura.
Allah
es Rabb-Málik-Ilâh de todas las cosas, pero la mención de las gentes
(nâs) tras cada uno de estos tres Nombres básicos entraña una noción
de particular proximidad al género humano. Por otro lado, es el hombre el que
puede llegar a ser consciente de esas cualidades y buscar con su esfuerzo la
seguridad que implican, eliminando todo lo que le aparte del Uno Original, arrojándolo
a las tinieblas del miedo y los fantasmas.
Allah
ordena al musulmán que busque refugio en esos pilares de la Unidad de la Verdad
Creadora... min shárri l-waswâsi l-jannâs, contra
el mal del Murmurador que retrocede. El Corán enseña a los musulmanes que
deben resguardarse en la evocación de las cualidades de Allah mencionadas más
arriba para anular un mal (sharr)
sibilino, un mal que llega de manera siniestra y anida en el corazón y se mueve
por él imperceptiblemente sin que se sepa a ciencia cierta cómo llega al corazón
o cómo actúa en él. El Corán habla de un murmurador
(waswâs) que provoca un murmullo
(wáswasa), que es una voz baja, casi inaudible, pero de gran efecto
sobre el ánimo, y dice de ese murmurador -que obsesiona al corazón con sus
intrigas-, dice de él que es jannâs,
que retrocede ante el Recuerdo de Allah, es decir, es absolutamente
inconsistente y carece de fuerza en sí. Sólo el miedo, el descuido y el olvido
del hombre le conceden energías y eficacia.
En
el versículo siguiente el Corán describe la acción del murmurador: al-ladzî
yuwáswisu fî sudûri n-nâs, el
que murmura en los pechos de las gentes. El murmurador, el ambiguo causante
del mal del murmullo, murmura (wáswasa-yuwáswis,
murmurar) en los pechos (sudûr,
plural de sadr, pecho), no en los oídos. Es el que se infiltra hasta los corazones,
el que genera ofuscaciones, rarezas, intranquilidad, manías,...
Por
último, el Corán nos dice quién es ese murmurador: min
al-ÿínnati wa n-nâs, ya sea del número
de los ÿinn, o del de las gentes. El murmullo que inquieta el corazón
puede tener como causante algo misterioso (un ÿinní,
o genio, demonio, en plural ÿinna
o ÿinn), o bien puede ser su causa un intrigante humano, alguien del
número de las gentes (nâs),
pero que por su manera de actuar siembra insidias y querellas actuando al modo
de esos demonios interiores que nunca se presentan de una manera clara.
El
mal que producen estos murmuradores no puede ser atajado por el hombre ya que no
pasa por el filtro de la razón sino que ataca a las emociones. Sólo Allah
puede evitar que su daño sea irreversible, y por ello a Él se acude
directamente, pues tiene las cualidades necesarias para detener ese mal, tal
como han sido mencionadas al principio de la sûra.
El
texto empieza describiendo al causante de ese mal: es el Waswâs
Jannâs, el Murmurador que retrocede.
A continuación delimita su acción: es el que murmura al pecho. Por último,
dice quién es: o un demonio espiritual o un demonio humano. Este orden busca
despertar en el musulmán un estado de alerta y atención ante su enemigo, su
modo de actuar y las formas bajo las que se disfraza. Con este conocimiento
queda habilitado para combatirle. Si no sabe quién es su enemigo ni cómo actúa,
estará a su merced.
El
Murmurador es todo creador de insidias, al modo en que imaginamos que lo hace un
demonio -que es lo que causa mal sin dejarse percibir-. Es muy difícil combatir
al Murmurador, que juega con las sospechas, los deseos más íntimos, las
inclinaciones,...sobre todo si es de índole espiritual. Pero cuando se
reconocen en uno mismo los efectos de sus intrigas, es posible detectar la
enfermedad y acudir al Remedio, que es Allah mismo.
Nada
sabemos del murmullo de origen espiritual, el que producen los ÿinn.
Sólo sabemos que está ahí, que se nos escapa el origen de la mayoría de
nuestras obsesiones y manías. Sabemos que ésa es una lucha que acompaña al
ser humano desde sus principios, retratada en el Corán en el relato que hace de
la tensión entre Adán y Shaitân. Sabemos que todo se inicia con la
arrogancia, con la aparición del ego. Según Ibn ‘Abbâs, Rasûlullâh (s.a.s.)
dijo: “Shaitân está recostado
acechante sobre el corazón del ser humano. Cuando el hombre recuerda a Allah,
Shaitân retrocede. Cuando el hombre olvida, Shaitân comienza a
murmurarle”. Pero también el Corán nos enseña que es posible derrotar
esa causa espiritual de las obsesiones y las pesadillas. La sinceridad pura en
la orientación del ser humano hacia su Verdadero Señor es lo que disuelve ese
peligro.
En
cuanto al modo en que la gente introduce insidias en los corazones de los
hombres, sí sabemos de ello. El mal compañero que siempre está sugiriendo
maldades y lo hace de modo que apenas se perciben sus verdaderas intenciones
porque antes se ha ganado la confianza de su amigo. Los consejeros perversos que
añaden leña a la perversidad de un tirano. El calumniador que sabe adornar sus
palabras para hacerlas creíbles y seductoras. El traficante de necedades que
inventa para las gentes necesidades que no existen... Hay decenas de ejemplos de
murmuradores que no hablan a la inteligencia de los seres humanos sino que
tienden trampas escondidas y abren resquicios en los corazones para entrar por
ellos hasta lo más íntimo y derramar ahí el veneno de la inquietud y la
angustia, al modo en que imaginamos que actúan los demonios espirituales.
Es muy sugerente que el Corán acabe en estos dos talismanes. El musulmán se recoge en ellos contra todo lo que le desequilibre, todo lo que distorsione la claridad y radicalidad de su ‘Aqîda, y hace de ésta la cordura con la que disipa cuanto confunde a los hombres y los somete a su arbitrio y su terror. Con estas últimas palabras del Corán el mûmin queda protegido y firmemente asentado en la luz del Tawhîd.