CAPÍTULO 113: EL ALBA

SÛRAT AL-FÁLAQ

revelada en Meca, 5 versículos 

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. qul a‘ûdzu bi-rábbi l-fálaqi

Di: Me refugio en el Señor del alba

2. min shárri mâ jálaqa

contra el mal de lo que ha creado,

3. wa min shárri gâsiqin idzâ wáqaba

contra el mal de la oscuridad cuando se desliza,

4. wa min shárri n-naffâzâti fî l-‘úqadi

contra el mal de las que soplan en los nudos,

5. wa min shárri hâsidin idzâ hásad*

contra el mal del envidioso cuando envidia.

 

            Esta sûra y la que la sigue, quedando con ellas finalizado el Corán, son una orientación que Allah ofrece a su Profeta (Nabí) -y con él a todos los mûminîn- para que busquen cobijo bajo la protección de la Única Verdad y Fuente de todas las cosas y acontecimientos y se resguarden a su sombra contra lo que les atemorice, ya sea la causa del miedo algo invisible o visible, desconocido o conocido. La sûra hace referencia a esto de modo general, y también detalla algunos aspectos.

            Es como si, acabando el Corán, Allah abriera a los suyos el espacio seguro de su protección y desplegara su poder para reducir a la nada cuanto angustia y confunde al ser humano. Las sombras que les espantan son ilusión al lado de Allah, y junto a Él se disipan en la inconsistencia nebulosa de lo irreal. Allah convoca a los hombres y los orienta hacia Sí, hacia donde no hay miedo porque ahí está la luz creadora. Los fantasmas, materiales o inmateriales, que sobrecogen a los hombres, se desvanecen ante la representación de la existencia que el Islam ofrece a los musulmanes. El mundo que sugestiona con la fuerza de su apariencia se convierte en espacio de seguridad y paz para los que se vuelven hacia Allah, Señor de los Mundos.

            Es muy difícil desembarazarse de los fantasmas y los ídolos. Ésa es una empresa que debe proponerse el musulmán: eliminar lo que obstaculiza el crecimiento del ser humano como criatura soberana y le impide asomarse al océano de la eternidad. Sellando el Corán, Allah ordena a los mûminîn, a los que se han abierto a Él, que le recuerden cada vez que algo les espante o siembre la discordia en sus corazones para que el temor quede anulado en la claridad del Uno-Único que todo lo rige y es el Rahmân-Rahîm, el Posibilitador y el Expansionador, Aquél en el que han depositado su confianza los que se han abierto al Secreto que subyace bajo las cosas, pues saben que Allah propicia lo bueno y lo conduce a su plenitud.

            Los miedos, las sospechas, las ilusiones,... son los mayores distorsionadores de la Verdad. Falsean nuestro mundo, falsean nuestra espiritualidad, falsean la significación del Corán. Son mentiras que nos obligan a más mentiras con las que buscamos librarnos de la inseguridad en la que existimos, engañándonos a nosotros mismos. El Corán nos invita a tomar conciencia de este hecho, pues sólo alejando esos males la vida se convierte en vergel y el Corán es fuente de verdadera inspiración.

            Las dos sûras o capítulos, ésta y la que sigue, empiezan con una orden que Allah dirige a su Profeta, y a todos los musulmanes para que le imiten: “Di: Me refugio en el Señor del alba...”; “Di: Me refugio en el Señor de las gentes...”. Con estas dos sûras el musulmán exorciza sus miedos. Articula palabras que le recuerdan que el único Poderoso, que la única Verdad, es Allah. Y ante la inmensidad a la que los asoma este recuerdo lo demás se vuelve irrelevante e incapaz.

            ‘Uqba ibn ‘Âmir contó que el Mensajero de Allah (s.a.s.), cuando le fueron reveladas estas dos sûras, dijo: “Me han sido mostradas dos sûras que no tienen par: ‘Di: Me refugio en el Señor del alba’ y ‘Di: Me refugio en el Señor de las gentes’...”.

            Y según Yâbir, en cierta ocasión en que Muhammad (s.a.s.) le ordenó recitar algo de Corán, le dijo: “¿Qué he de recitar?”, y Rasûlullâh (s.a.s.) le pidió que recitara “Di: Me refugio en el Señor del alba” y “Di: Me refugio en el Señor de las gentes”. Cuando Yâbir hubo concluido la recitación, el Profeta (s.a.s.) le aconsejó: “Recítalas con frecuencia, pues no hay nada que se les asemeje”.

            El musulmán acude a estos dos talismanes (al-mu‘awwidzatáin) para afianzarse en su ‘Aqîda, en su visión unitaria de la existencia. Cuando una amenaza -real o fantástica- enturbia su paz, recurre al Recuerdo y hace presentes los significados de las enseñanzas del Islam. Para el mûmin, el que ha abierto su corazón a lo infinito, las acechanzas que imagina el común de la gente se evaporan ante la nitidez de unas palabras con las que rememora la grandeza de la Verdad en la que existe, y entonces la pequeñez de las circunstancias que lo atemorizan quedan relegadas a la insignificancia.

            El Corán menciona en esta sûra la cualidad de Allah que al ser recordada por el mûmin le confiere seguridad ante los miedos que asaltan al común de los hombres y los confunden alzando ídolos y quimeras ante él. Esa cualidad es la Rubûbía, el Señorío. Es Allah el que impera en todas las cosas y en todos los acontecimientos, Él es el que rige cada instante, el que lo configura y le da hechura. El que ha creado al ser humano, el que le provee de cuanto necesita, el que le da firmeza y lo guía, el que está presente en todo momento, estructurando cada segundo, y es la misma Verdad que fundamenta la existencia entera, y gobierna también aquello cuya apariencia sobrecogedora aterroriza al hombre: qul a‘ûdzu bi-rábbi l-fálaq, di: Me refugio en el Señor del alba..., es decir, en el que ilumina lo tenebroso.

            El alba (fálaq) es el despuntar del sol, el momento en que se inicia la luz. Es sinónimo, por tanto, de la creación entera. Allah es el Señor (Rabb) de todo lo que emerge, de todo lo que pasa a ser. El Corán dice en otra parte: “Allah es el que hace amanecer a la semilla y saca lo vivo de lo muerto, y saca lo muerto de lo vivo”, y también dice: “Allah es el que hace despuntar el alba, el que ha hecho de la noche un tiempo para el reposo, y al sol y a la luna les ha dado un movimiento calculado”.

            El Corán ordena a Muhammad (s.a.s.) -y con él a todos los musulmanes- decir (qâla-yaqûl) que buscan refugio (‘âdza-ya‘ûdz, refugiarse, cobijarse, protegerse) en el Recuerdo del Señor de la Creación y de la Luz, en el Uno-Fuente de la que beben todas las cosas, el Iniciador de cuanto existe, el Rector de lo creado, el que saca la vida de la oscuridad y el miedo, el Destino al que las realidades vuelven constantemente.

            En esa Rubûbía absoluta, en ese Poder Determinante, la existencia es igualada, queda al mismo nivel, y lo que antes era enemigo y amenaza se hace amable o queda diluido en la exuberancia de la Verdad integradora y cuya Voluntad es el bien y la perfección. Allah es lo poderoso, lo presente con su fuerza en aquello cuya intensidad desconcierta al ser humano. Esa contundencia de Allah invita a los que se han abierto a Él a encontrarlo en lugar de hundirse en el terror, y lo que descubren es la Majestad.

            Recordar al Señor de la Luz da paz frente a lo oscuro y ambiguo, confiere claridad a lo que el hombre teme porque escape a su entendimiento o a su control. La inseguridad del ser humano ante lo inabarcable y lo misterioso de la existencia es atenuada por la evocación de la raíz común que lo conjuga todo. La importancia del daño que pueda hacerle el mundo se desvanece cuanto lo ve todo integrado en una única Voluntad que trasciende la necesidad de controlar que siente el hombre. El musulmán se abandona a su Señor y recoge lo que viene de Él, y con ello todo ‘mal’ queda exorcizado.

            El Corán ordena a los musulmanes cobijarse en Allah, Señor de la Luz, min shárri mâ jálaq, contra el mal de lo que ha creado. Allah ha creado (jálaqa-yájluq, crear) las cosas, todo lo que existe, todo lo que el hombre percibe con sus sentidos o imagina. El mal (sharr) de la creación es la capacidad que tiene lo creado de sugestionar al hombre. La creación, al presentarse ante el hombre con la fuerza de lo Real lo confunde y le hace creer que es algo aislado con poder autónomo. El ser humano empieza entonces a temer esa influencia imaginaria que su propia inseguridad ha conferido a las cosas creadas. Pero todo está sujeto a Allah, es Allah lo único verdaderamente eficaz. Él es el centro y el eje de la Rubûbía. Cuando el musulmán vuelve su atención hacia Allah, desidolatriza la existencia, y la creación y su poder quedan disueltos en la Voluntad Una.

            Estamos en el mundo, insertos en él, sometidos a su influencia, y no podemos obviar lo que nos rodea, lo mismo que no podemos siempre evitar ser causantes de daño para los demás. Esto es lo que percibimos, y no debemos negarlo. Su negación no es más que retórica.

            Buscar cobijo en Allah es detenernos un instante para sumergirnos en la Unidad que todo lo crea y cobrar energías y certezas en esa Fuente. Sabemos y sentimos que las criaturas, en su contacto unas con otras, se dañan, lo mismo que se benefician. Con el recurso a esta sûra nos asentamos en el deseo de eliminar lo malo y perjudicial para que sólo quede lo bueno y lo beneficioso, a la vez que degustamos los sentidos interiores de la existencia.

            El que ha creado las cosas y está presente con su Poder Determinante en ellas, es capaz de orientarlas y hacerlas favorables a quien expresa el deseo contenido en las palabras de esta sûra. Es así como las expresiones coránicas que hemos analizado cobran una doble significación: un sentido espiritual y unas connotaciones prácticas e inmediatas.

Tras la generalización contenida en los dos primeros versículos, el Corán desarrolla algunos aspectos de los temores habituales entre las gentes. Uno de ellos es el siguiente. Allah ordena a los musulmanes refugiarse en el recuerdo de Allah wa min shárri gâsiqin idzâ wáqab, contra el mal de la oscuridad cuando se desliza. La noche y la oscuridad (gâsiq) son manantial de terrores.

            El término gâsiq está muy matizado en árabe: es sinónimo de luna oscura, tinieblas, frío glacial,... sugiere, por tanto, una oscuridad gélida, cargada de amenazas, en la que acecha algo ambiguo y terrible. Eso tenebroso se desliza (wáqaba-yáqib, deslizarse como el sol cuando se pone) hasta el corazón. Se trata de un verbo que también está lleno de connotaciones: entrar en una gruta, eclipsarse, hundirse un astro en su órbita, extenderse silenciosamente. La oscuridad anula los sentidos del hombre: no puede controlar lo que le rodea y ello es causa de terror y ansiedad. Contra ese mal, contra ese miedo paralizante, el musulmán busca cobijo junto a su Creador, del que sabe que está presente con su Poder en todo lo que le rodea. Al recordar a Allah, la luz aparece en el corazón del mûmin, y el fantasma tenebroso se disipa en la nada de su oscuridad.

            La noche está cargada de presentimientos: fieras reales o imaginarias, peligros verdaderos o ilusorios, pensamientos fundados o infundados, todos con capacidad para erizar el corazón y detener los pasos del hombre.  Por su parte, el Islam enseña que se ha de ser resuelto y activo, y afrontar los peligros y las acechanzas, y seguir adelante. Esta sûra talismánica es para disolver esos miedos y estimular al ser humano.

            El ser humano es muy impresionable, y la sugestión hace mella en él. Las supersticiones y la magia son medios que se han utilizado para dominar el ánimo de las personas. El Corán ordena a los musulmanes buscar refugio en Allah wa min shárri n-naffâzâti fî l-‘úqad, contra el mal de las que soplan en los nudos. Las que soplan (naffâzât, plural de naffâza, sopladora) en los nudos (‘úqad, plural de ‘uqda, nudo) son las brujas.

Hacer un nudo expresa en árabe la idea de tomar una decisión. Las brujas hacían nudos y soplaban en ellos, deshaciéndolos, mientras pensaban en alguien, y con ello pretendían quebrar la fuerza del individuo que tenían en mente y debilitarlo o someterlo a su voluntad. La efectividad de estos hechizos sólo Allah la sabe, y en cualquier caso es Él el que en todo momento protagoniza los acontecimientos. Volverse hacia Él es desear que nada de esto afecte de un modo u otro el ánimo del que recuerda a su Señor y se confía a Él.

            Siempre se trata de lo mismo. Lo que atemoriza al ser humano es lo que desconoce, lo que no puede controlar. El supuesto poder de su enemigo, sea éste real o ficticio, le produce dudas que debe vencer. Retrotraerse es algo que el Islam censura constantemente y ofrece al musulmán fórmulas que le permitan sobreponerse.

            Por último, el Corán ordena a los musulmanes buscar protección en Allah  wa min shárri hâsidin idzâ hásad, contra el mal del envidioso cuando envidia. La envidia (hásad) es la reacción del egoísmo frente a un bien que Allah hace a otra persona. Cuando el envidioso (hâsid) envidia (hásada-hsid, envidiar) algo terrible se agita en su interior. Bien se reprima o bien actúe movido por el rencor contra el beneficiario del favor de Allah, el envidioso es siempre causante de males.

            La creencia en el mal de ojo estaba muy extendida en tiempos del Profeta (s.a.s.) y subyace en este versículo. Incluso hay relatos que cuentan que en cierta ocasión Muhammad (s.a.s.) fue víctima de un hechizo de estas características y del que lo sacó la recitación de las dos sûras talismánicas. Sin embargo, Sayyid Qutb pone en duda la autenticidad de esas narraciones.

            Que las emociones interiores tienen expresión misteriosa en el mundo que nos rodea es algo aceptado en el Islam. Todo está conjugado en una unidad que trasciende los formalismos y se ramifica por el mundo del espíritu afectando a todas las cosas. Las causas y los efectos no siempre están al alcance del entendimiento y la percepción, y esto es fuente de miedos e inseguridades que el Corán amansa recordando al musulmán que en cualquier caso en Allah está el refugio.

            Así concluye la primera de las dos sûras talismánicas con las que el Corán queda clausurado. En este capítulo se orienta al musulmán para que recuerde a su verdadero Señor -y Señor de todas las cosas y de todas las criaturas- cada vez que presienta una amenaza extraña.

            Por ello, Rasûlullâh (s.a.s.) aconsejaba a todo musulmán la recitación de esta sûra -junto al capítulo anterior y el siguiente- cada vez que se prepara para dormir y sumergirse en el mundo de los sueños y de las pesadillas. Según ‘Âisha, cuando Rasûlullâh (s.a.s.) se metía en el lecho, juntaba las manos, soplaba en ellas y repetía las sûras “Di: Él es Allah Uno”, “Di: Me refugio en el Señor del alba” y “Di: Me refugio en el Señor de las gentes”, y después se frotaba las partes del cuerpo que podía, empezando por la cabeza, y repetía la misma operación tres veces.

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