SÛRAT
AL-IJLÂS
revelada en Meca, 4 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
qul huwa llâhu áhad*
Di:
Él es Allah Único,
2.
Allâhu s-sámad*
Allah
el Irreductible,
3.
lam yálid wa lam yûlad*
no
ha engendrado ni ha sido engendrado,
4.
wa lam yákun lahû kúfuan áhad*
y
no tiene igual.
Según
algunos hadices, este brevísimo pero importante capítulo vale por una tercera
parte del Corán. Se cuenta que, cierta noche, en la mezquita del Profeta, un
hombre escuchó a otro repetir con insistencia esta sûra. Al día siguiente se
lo comentó a Rasûlullâh (s.a.s.) -y es como si le hubiera parecido excesivo o
inconveniente lo que hacía ese hombre-, pero el Mensajero de Allah (s.a.s.) le
dijo: “¡Por Aquél en cuyas Manos está
mi vida! Lo que recitaba cada vez era como si hubiera leído una tercera parte
del Corán”. Esta sûra es una de las más conocidas y repetidas por los
musulmanes.
No
es de extrañar: la Ahadía, la Unicidad
Radical, es la enseñanza básica que le fue ordenado transmitir a Muhammad
(s.a.s.): qul huwa llâhu áhad,
di: Él es Allah Único. En estas
pocas palabras queda resumido todo. La Ahadía
-la Unicidad-, con la fuerza de sus
connotaciones y la radicalidad de su alcance, es el cordón umbilical y el corazón
del Islam. La Ahadía es el
trasfondo de la existencia entera, es una explicación del ser, y es una manera
de vivir y una senda por la que transitar.
La
misión que se encomendó al Mensajero (s.a.s.) consistía esencialmente en
comunicar que Allah es Único. Allah le ordenó decir
(qâla-yaqûl) y
transmitir con claridad absoluta a las gentes que su Señor es lo Único Real (Áhad).
Allah es lo Verdadero, lo Relevante, lo Eficaz,... y todo lo demás es un
espejismo en disolución permanente. He aquí, en la Ahadía, el núcleo central en el que están las líneas que
perfilan el Islam.
El
término Áhad, Único,
es más preciso que el término Wâhid,
Uno. Efectivamente, Allah es Wâhid-Áhad,
es Uno en sí, homogéneo, indivisible y sin partes, Presente en cada momento
con todo su Ser,... pero además es excluyente. Este último matiz, de gran
importancia, es la precisión que añade el término Áhad:
nada hay junto al Uno Indivisible, Él está en su soledad sin que nada ni nadie
lo acompañe, sin que nada ni nadie comparta con Él sus cualidades únicas,
tales como el Ser, el Poder, la Ciencia, la Voluntad,...
Que
Allah sea Único quiere decir que nada ni nadie se le asemeja en lo más mínimo,
que todo desaparece en la insignificancia cuando se le enfoca a Él: Allah está
por encima de lo que el entendimiento pueda imaginar o los conceptos puedan
encerrar, remoto en su grandeza inabarcable, tremendo en su majestad
inigualable, eternamente Presente y Manifiesto, Reductor de todas las cosas.
Ante esta radicalidad, todo lo demás se evapora y nada queda. Nada hay con el
Uno, nada se le iguala, nada participa de Él, no está en nada y nada hay en Él,
no lo encierra el tiempo, no lo abarca el espacio, nada es consistente a su
lado: sólo Él, wáhdahu.
Ésta es su Ahadía.
A
efectos prácticos, la Ahadía quiere decir que únicamente Allah es real, que todo
lo demás es una nebulosa que de manera continua se está diluyendo como un sueño
y se esfuma al igual que un espejismo. Nuestro mundo, nuestros fantasmas,
nuestras ilusiones,... carecen de entidad. No hay, en verdad, más realidad que
la Suya. Nosotros, y todo lo que existe, estamos sujetos en nuestra raíz a esa
Verdad transcendente e inalcanzable. Carecemos de sentido y entidad fuera de Él.
Si existimos es en su Existencia, si vivimos es en su Vida: nuestra única
realidad es la sujeción que nos ata a Allah y la dependencia absoluta que nos
liga a Él en cada instante.
El
todo, absolutamente, depende de Allah-Único: es existenciado y movido en cada
instante por su continuo y siempre renovado acto creador. Allah es el Corazón
palpitante de la existencia, es el Secreto del Ser, el Océano en el que
nuestras experiencias se agitan y se esfuman, y nada de nosotros o de nuestro
mundo -lo precario, lo transitorio y efímero- le es homologable. Lo nuestro es
circunstancial y está subordinado a Él, y es traducción en lo concreto de lo
que Él quiere y despliegue de sus capacidades.
La Wâhidía,
nombre técnico derivado de Wâhid,
Uno, es visualizar a Allah como Uno
Indivisible, Homogéneo y Sin Partes, pero la Ahadía es vivir y sentir a Allah como Único, como Presente
Real, y es desvanecerse en Él para contemplar su Radical Unicidad en la que la
creación entera queda obliterada. Ambas, la Unidad y la Unicidad -conjugadas-,
son el auténtico objetivo del Tawhîd,
el proceso reunificador que sigue el
musulmán para alcanzar a comprender lo que significa que Allah es Uno-Único
(Wâhid-Áhad).
Esto
quiere decir que en ese proceso del Tawhîd
el buscador va transformándose y creciendo haciéndose capaz de abarcar esa Soledad
Infinita de la Verdad (la Wahda)
en la que la criatura no deja de existir ni un solo instante. En esa peregrinación
hacia el infinito interior, el mûmin
se va depurando y ampliando, se va haciendo cada vez más simple al deshacerse
de ídolos, es decir, se va reunificando, va comprobando su propia
indivisibilidad para alcanzar su propia unicidad, y es en ese universo
-completamente desidolatrizado y definitivamente reunificado- donde intuye lo
que significa la Unidad-Unicidad de su Creador.
El Tawhîd,
el Camino hacia la Unidad-Unicidad, es
la lucha que emprende el musulmán, su gran combate en el que debe derrotar sus
ídolos y todos sus fantasmas, su ego distorsionador, su ignorancia, su
necesidad de controlarlo todo, para acceder a la nitidez del Ijlâs,
la Pura Sinceridad, la Verdad Desnuda, de sí mismo y de su Señor.
Esta
sûra, llamada Ijlâs, Pureza
Esencial, pone el acento en la Ahadía,
que es el oriente hacia el que el musulmán debe volverse. Con la simple mención
de este tema es como si se hubiera dado un paso adelante. Tras haber comprendido
que Allah es Uno e Indivisible, tras haber derrocado los burdos ídolos en los
que el hombre común deposita su confianza condenándose a la frustración y
desperdiciando su tiempo, el musulmán se adelanta hacia la comprensión de la
Unicidad de su Señor interior, se encamina hacia su Refugio y Origen.
Allah
es Único, y no hay nada más, y ésta es la clave. Lo que el hombre contempla,
la creación entera, la exuberancia de cuanto le rodea, todo carece de esencia y
fundamento en sí. Lo único verdadero, lo único esencial, es una Realidad
Trascendente en la que todo es conjugado: Allah.
En la sûra se alude a la Simplicidad del Uno-Único llamándole Huwa,
Él, es decir, la meta: Di:
‘Él’ es Allah Único, qul huwa
llâhu áhad.
Para
saborear lo que esto significa hay que dar el paso primero: la eliminación de
los dioses, el rechazo a las supersticiones, la negación de la eficacia de todo
aquello a lo que el ser humano, en su ignorancia, se ata. Una vez alcanzado el
desierto que deja la reducción a la nada de todo aquello en lo que se cree,
emerge la Verdad de Allah Único, lo Real en su desnudez absoluta, lo inaprensible
más que en el desierto al que se llega cuando se le ha quitado
importancia a todo..., el desierto de Él (Huwa).
Y Huwa
es el Ser Único, la Verdad que lo engulle todo, la Esencia sobre la que se
sustenta nuestra existencia y sirve de fundamento a lo que el hombre veía hasta
poco antes como seres aislados y autónomos. Tras la muerte de las cosas en su
vacío reaparecen en Allah: su existencia transitoria se muestra como
manifestación del Ser Uno, el Áhad Eterno en el Huwa
Insondable. Todo lo real evidencia a la Suprema Realidad, la traduce bajo un sin
fin de formas distintas. Lo verdadero es el Misterio que no deja de traslucirse
y hacerse palpable, pero que hasta entonces había estado oculto a la ceguera
del hombre que se había vendido a las apariencias.
A
la Unicidad del Ser (Ahadíat
al-Wuÿûd) la acompaña la Unicidad
de la Acción (Ahadíat al-Af‘âl):
si Allah es la Única Verdad, por ello mismo Él es el Único Agente. Sólo Él
actúa. Es el Hacedor de las cosas y el Hacedor en las cosas. El Ser y el
Movimiento quedan así reducidos a un único principio en el que está el enigma
del Destino. Pero esto sólo lo desentraña quien primero ha dado los pasos
convenientes, quien ha ido descubriendo su propio secreto interior, quien ha
practicado hasta el límite el Ijlâs,
la Sinceridad Pura, sumergiéndose en
la Ahadía hasta saborear sus
últimas implicaciones.
Todo
lo dicho no sirve de nada si no se está inmerso en la peregrinación que
conduce a la Ahadía. No se
empieza con la Ahadía, sino
que se desemboca en ella. Esto es importante; de lo contrario la cuestión no es
más que una elucubración estéril y un fingimiento mental. No se trata de
especulación panteísta sino de una experiencia auténtica de la Unidad que lo
rige todo. Pero sí es importante desde el principio empezar a intuirla, dejarse
empapar por sus connotaciones, para alimentar en uno mismo la sensibilidad que
el Islam desea en los musulmanes, una sensibilidad que lo comunica con la
existencia, que lo reúne con el universo, que anula horizontes pequeños, que
agiganta el espíritu, que lo hace capaz de abarcar lo eterno y lo infinito.
Cuando
el deseo de Unidad -más que su teoría- se ha asentado definitivamente en el
corazón -gracias a la práctica del Islam-, entonces la receptividad del hombre
se va purificando, va eliminando lo accesorio, lo insustancial, va deshaciéndose
de sus pequeños ídolos y obsesiones, de sus preocupaciones y sus ataduras, de
sus valores con los que cree poder medirlo todo, y se va abriendo a Allah. El
Corán enseña la Unidad de Allah para proponerla como aliciente a ese corazón
inquieto. Cuando el ser humano sabe que su Señor es Uno, que todo está sujeto
a Él, que todo depende de Él, que todo lo demás es insustancial, con ello el
Corán lo está orientado hacia la Verdad Única. Es necesario, pues, poner todo
el empeño en desembarazarse primero de lo que perturbe la intención del
buscador y la desoriente.
Es
importante recordar la insubstancialidad de las cosas. No se es parte de Allah:
Allah es Uno-Indivisible (Wâhid),
y no una amalgama. Allah no está en las cosas (que en última instancia ni
existen realmente), ni está fuera de ellas: Allah es Áhad,
Único. Allah carece de una relación
que pueda definirlo u homologarlo con algo. Nadie encuentra a Allah en sí mismo
ni en las cosas: no existe ese nivel en el que pudiera establecerse algún tipo
de coincidencia, equiparación o paralelismo. No ‘se es’ junto a Allah, el
‘yo’ no cabe al lado del Uno-Único. Toda otra consideración es idolatría (Shirk)
camuflada bajo ropajes sofisticados y pretensiones retóricas, porque al fin y
al cabo se estaría confiriendo entidad y consistencia a lo que es vaporoso y no
hace constantemente más que desaparecer..
Afirmar
que se es Allah o que se
es parte de Allah, o que Allah está
en las cosas como si fuera un componente más de su identidad, todo ello
delata falta de saboreo en la comprensión de lo que es la verdadera Ahadía.
Quien no se ha reunificado no alcanza
la intuición de lo que implica la Unicidad.
La
Unicidad no es una teoría que se afirme o se niegue sino un desafío lanzado al
corazón. La mente, por mucho que se esfuerce en entender la Ahadía, no puede salir del dualismo pues no cuenta con los
recursos necesarios. El Océano de la Unidad es un territorio reservado a otra
habilidad del ser humano, a otra facultad que posee y que es la esponjosidad del
Îmân, la receptividad de la que es capaz el corazón que en sí mismo es el
vedado y la Kaaba de Allah Uno-Único en el ser humano.
El
Ijlâs es la desnudez de lo
verdadero. Para alcanzar ese grado es necesario ejercitarse en el desapego.
Desapegarse significa dejar de depender de todo lo que existe, desidolatrizar
cuanto nos rodea, destetar nuestra existencia. La noción de desapego se expresa
en árabe con las palabras ‘abandono de
la subordinación a todo lo que no sea Allah’,
y es la exigencia implícita en la afirmación qul huwa llâhu áhad, di:
Él es Allah Único. No significa apartarse del mundo o ser desconsiderado o
desafecto, sino vaciar el corazón hacia Allah, o bien ir descubriendo a Allah,
manifiesto e irreductible en todas las cosas y acontecimientos, y enamorarse de
lo que hay de esencial en ellos. Este es el verdadero desapego, pero no se
consigue fácilmente. Es más cómodo el ascetismo o la vida asocial, que el
Islam desaconseja y censura.
El
grado máximo de la Sinceridad Pura consiste en no ver otra cosa más que a
Allah. Pero esto no puede ser nunca el resultado de una teoría panteísta o de
una abstracción que nos aleje de lo real e inmediato, sino el fruto de una
verdadera contemplación. De lo contrario, sólo se está fingiendo, y el
fingimiento no sustituye lo que se siente. Cuando se llega a apreciar que no
existe más que Allah y que sólo Él es Agente, cuando la Presencia es real
para la conciencia y su contundencia subsume todo en Ella, entonces se está en
condiciones de hablar del Ijlâs. Mientras tanto se debe ir dando sus primeros pasos,
que consisten en buscar a Allah sin otro interés más que Allah mismo. Es ir
dejando atrás el ego en la búsqueda. Esto es el Ijlâs para el que comienza su peregrinación hacia Allah.
Cuando
el ser humano se ha hecho transparente y se ha liberado de lo que no es Allah
-en definitiva de todo lo que no es realmente-, cuando presiente al Verdadero y queda
atrás lo ficticio, entonces eso es sinónimo de que han desaparecido sus
amarras. Se ha deshecho de la vanidad, de la ambición, de la falsa expectativa,
de las insatisfacciones, de las esperanzas infundadas que antes entretenían su
tiempo, se ha deshecho de sus temores, de su ansiedad, de su adhesión a las
apariencias, de su oscurantismo. Quien tiene a Allah es inmensamente rico, quien
carece de Allah está frente al vacío. ¿Qué puede temer el que presiente a
Allah detrás de todos los acontecimientos? ¿Qué puede desear si ya lo ha
reunido todo dentro de sí?
A
la reunificación del Ser la acompaña, como ya hemos señalado, la reunificación
de la Acción. La causalidad y la rutina pierden firmeza. La Verdadera Causa es
Allah. El muwáhhid, el unitario,
el reunificador, remite todo al Señor interior que gobierna las cosas
y los acontecimientos. Lo mismo que cada criatura emerge del Ser Uno-Único, sus
acciones y los resultados de sus acciones son manifestación del Poder
Determinante que lo activa todo. Toda cosa, todo suceso, todo movimiento, tiene
su origen en la Causa Primordial, y es Ella la que los gobierna y dirige, y
recrea a partir de ellos. Éste es un tema al que el Corán confiere suma
importancia, y es uno de los pilares de la ‘Aqîda,
de la representación que el musulmán
se hace de lo trascendente. Una y otra vez el Corán nos remite a Allah: “No
disparaste cuando disparaste: fue Allah el que disparó”, “El
logro es de Allah”, “Sólo queréis
cuando Allah quiere”,...
Esta
enseñanza acerca de la Unidad de la Acción que organiza el mundo tiene un
aspecto práctico fundamental. Si Allah es el Verdadero Agente y la Causa Auténtica,
Él es lo que debe ser enfocado por la aspiración del musulmán. Él es a Quien
se debe pedir y Él es a quien se debe temer. Siempre, sólo
Él (wáhdahu).
En
lugar de dispersarse ante ídolos extraños, el musulmán se reúne ante su Señor
Uno, ante la Fuente Única de todas las cosas, ante el Creador Verdadero de cada
instante. Y en todo esto no hay una renuncia a la vida cotidiana y a la lucha de
todos los días. El Islam no invita al fatalismo o a la pereza o el desafecto,
al contrario, empuja al musulmán a una continua acción transformadora de su
ser y de su mundo inmediato. Y es porque aspira a una auténtica reunificación
que lo armonice todo, pues todo es manifestación del Querer de Allah. Inserto
en el mundo y en la comunidad, el musulmán profundiza en el secreto que revelan
espontáneamente los acontecimientos y las criaturas, descubre en todo, sin
retirarse, la Presencia del Uno-Único. El Islam es una postura ante la
realidad, no una huida.
De
todo lo anterior nace una forma de ser, de vivir y de expresarse de la que el
Profeta (s.a.s.) fue ejemplo y modelo. El Tawhîd,
el empeño por alcanzar la Unidad, ilumina al musulmán en su
comportamiento. Le ofrece primero grandes nociones, y de esas ideas-fuerza
germina su actitud, su acción que aspira siempre a realizar en lo concreto las
enseñanzas que ha recibido.
El
musulmán reconoce en su fuero interno a Allah como su Único Señor, Aquél que
‘sólo Él existe en realidad’, el verdadero Motor que pone en
funcionamiento a cada criatura. Ante ello, se doblega, y expresa su rendición a
la Verdad que lo rige con la ‘Ibâda,
llevando la frente al suelo. Es decir, desarrolla una intensa vida espiritual en
la que cada gesto físico y cada palabra e intención representan el abandono
absoluto en Allah Uno-Único.
Para
sus deseos y temores tiene también como único oriente a Allah. Sólo a Él
dirige sus invocaciones, pronunciando sus necesidades y sus desesperaciones. Y
reconoce a su Señor en todo lo que le sucede, ya sea agradable o desagradable.
Se sabe inserto en la Unidad que cimienta la existencia, y en ella penetra aún más
gracias a su conciencia del devenir.
El
musulmán alimenta en sí una receptividad total que va sobreponiéndose
gradualmente al dualismo. Lo recoge todo de Allah-Solo, a quien se abre sin
condiciones (¿quién podría poner límites al Uno-Libre?). Lo que deba saber
acerca de la sutileza (la ‘Aqîda),
lo que deba hacer para acercarse a su Señor (la ‘Ibâda), el modo en que deba relacionarse consigo mismo y con el
mundo que le rodea (la Mu‘âmala),
la corrección (el Ádab),... todo lo
aprende de Allah, es decir, del Corán y del Mensajero (s.a.s.).
En
todo, se amolda a la Revelación Coránica, y no a su propio arbitrio, su
parecer o su capricho, que son su mundo separado. Sus valores, sus criterios,... todo lo conforma a
la Voluntad que gobierna la existencia, relativizando así los criterios y
valores que le inspira su ego y su aislamiento, buscando encontrarse con lo que
lo comunica con lo universal. Y es así como ilumina cada uno de sus momentos y
cada uno de sus movimientos.
En
todo debe practicar el Ijlâs, el desinterés
puro. Una vez lo ha relativizado todo abandonando los ídolos ya no tiene más
deseo que lo más grande: Allah.
Eliminar las barreras que aún lo separan le exige tener a Allah como única
meta, y para ello lo debe supeditar todo a Él. No lo busca para ser reconocido,
para alcanzar algún privilegio, para ser tenido por santo o sabio, no lo
reconoce como su Único Señor para satisfacer a otros dioses humanos o para
conseguir poderes. Esto es el Ijlâs,
el tener a Allah como única meta. Y es lo fundamental para alcanzar el éxito.
Esto hace al musulmán absolutamente generoso: no espera recibir nada a cambio
de sus esfuerzos ni espera gratitud; espera a Allah.
Este
es el camino que lo une. Es puente hacia Allah y hacia la creación de Allah. No
margina ninguno de los aspectos de lo real. Mira hacia Allah y ama la creación
de Allah, y se identifica con lo que Allah ha creado, se reconoce
entre las criaturas, y se ve inmerso en el Poder Determinante. Es esta la
forma de una absoluta integración en la Verdad. Es la solidaridad que
reunifica, que introduce, por lo tanto, a un saboreo sincero de la
Unidad-Unicidad anunciada en qul huwa llâhu
áhad, di: Él es Allah Único.
Allah es la Qibla y el oriente del
unitario, un oriente que resplandece en todo.
Hemos
visto hasta aquí alguna de las connotaciones de la frase qul
huwa llâhu áhad, di: Él es
Allah Único, y su relación con el título de la sûra, el Ijlâs.
El resto del capítulo insiste en la idea y desarrolla ciertos aspectos que
acaban por definir la cuestión.
Que
Allah sea Único (Áhad)
quiere decir que Él es Sámad,
y así lo expresa el siguiente versículo: Allâhu
s-sámad, Allah es el
Irreductible. El término Sámad,
que hemos traducido por Irreductible,
tiene una significación más amplia. Uno de sus matices es el de sólido,
compacto, completo, resistente, sin
fisuras ni partes aisladas. Y también significa suficiente en sí. Allah es Sámad,
Absoluto, Perfecto, no necesita de nada ni de nadie. Es pura Unicidad. Nadie
puede concebirlo, nadie lo puede reducir a un concepto o una idea, nadie puede
delimitarlo, es Irreductible a cualquier intento de definirlo, inalcanzable,
impenetrable, porque no tiene límites ni en Él hay grietas: no está dentro ni
fuera, ni cerca ni lejos, ni encima ni abajo. Abarca desde dentro, domina desde
fuera, remotamente inaprehensible e inmediato, Presente sin ‘estar’, Ausente
sin dejar de ‘estar’.
El
entendimiento no tiene acceso a su inefabilidad. El Sámad,
según algunos comentaristas, también es Allah en tanto que Aquél al que se
necesita para todo, Aquél del que no se puede prescindir. Allah es, por tanto,
la Verdad que da hechura a las cosas, el Realizador que hace reales las cosas en
cada instante, y en sí escapa a toda delimitación.
Sámad
es un Nombre de Allah que invita a una total rendición y a una renuncia
absoluta a todo intento de controlarlo o encerrarlo en una idea, un concepto,
una imagen o un pensamiento. Intuir que Allah es Sámad es encaminarse hacia Él sin prejuicios, vacío de
todo, con un temor reverencial acorde con el progreso de la marcha en dirección
hacia ese Océano que cada vez se va dilatando más conforme se amplía la
capacidad del ser humano para vislumbrar lo infinito e insondable.
A
continuación, la sûra, ahonda en la radicalidad sin concesiones de la Ahadía,
y explica: lam yálid wa lam yûlad, no
ha engendrado ni ha sido engendrado. Al decir el Corán que Allah no ha
engendrado (wálada-yálid, engendrar) se
refiere a que no tiene prolongación de ningún tipo: las criaturas creadas por
Él no son sus ‘hijos’, no son su continuación, ni son tampoco algo que le
faltaba ni nada que satisfaga alguna mengua o carencia en Él, ni lo encarnan ni
lo representan ni lo sustituyen. Y al afirmar que no ha sido engendrado (wúlida-yûlad, ser engendrado,
voz pasiva del verbo anterior) le niega orígenes. Allah es el Absoluto
Sin-Principio y Sin-Final, y para Él no hay momentos ni sucesiones, ni un
‘antes’ ni un ‘después’. Es un abismo impensable, radicalmente
indeterminado. No tiene hijos ni es hijo de nada.
En
definitiva wa lam yákun lahû kúfuan áhad,
no tiene igual. Nada equivale a Allah,
nada lo representa, nada nos lo hace comprender realmente porque no hay
coincidencias ni semejanzas entre Él y lo que podamos concebir. El kúfu,
el igual, el homólogo a Allah, simplemente, no existe. Los ídolos de los
hombres, sus miedos, sus esperanzas, son sueños.
Esta
sûra enuncia con firmeza el principio esencial que el Islam desarrolla y
concreta con su propia historia. La ‘Aqîda del Tawhîd,
la valoración de la existencia desde el
unitarismo, encuentra su plena plasmación en estas pocas palabras del Capítulo
de la Sinceridad Pura (Sûrat al-Ijlâs).
Continuando
el relato con el que hemos empezado este comentario, se cuenta que el Profeta (s.a.s.)
mandó llamar al hombre que recitaba con insistencia la Sûra del Ijlâs,
y le preguntó por qué lo hacía: “Porque
amo sus palabras”, le respondió. Muhammad (s.a.s.) le dijo entonces: “Ese amor te hará entrar en el Jardín”.
Este breve capítulo del Corán vale por una tercera parte del Libro porque condensa la ‘Aqîda, la cosmovisión del Islam. La posesión y comprensión de esta ‘Aqîda es lo que se niega a los kâfirûn: nada saben de ella. Esta sûra es la respuesta tajante que se da a las pretensiones y elucubraciones de los hombres en torno a la Verdad Creadora. De ahí el tono cortante que se empleó en la Sûrat al-Kâfirûn. Por ello, Rasûlullâh (s.a.s.) inauguraba sus días recitando en el Salât as-Subh -tras la al-Fâtiha- esas dos sûras, la de los kâfirûn y la del Ijlâs, rompiendo, cada amanecer, con el Kufr y afirmándose en el Îmân más radical.