CAPÍTULO 112: LA SINCERIDAD PURA

SÛRAT AL-IJLÂS

revelada en Meca, 4 versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. qul huwa llâhu áhad*

Di: Él es Allah Único,

2. Allâhu s-sámad*

Allah el Irreductible,

3. lam yálid wa lam yûlad*

no ha engendrado ni ha sido engendrado,

4. wa lam yákun lahû kúfuan áhad*

y no tiene igual.

 

            Según algunos hadices, este brevísimo pero importante capítulo vale por una tercera parte del Corán. Se cuenta que, cierta noche, en la mezquita del Profeta, un hombre escuchó a otro repetir con insistencia esta sûra. Al día siguiente se lo comentó a Rasûlullâh (s.a.s.) -y es como si le hubiera parecido excesivo o inconveniente lo que hacía ese hombre-, pero el Mensajero de Allah (s.a.s.) le dijo: “¡Por Aquél en cuyas Manos está mi vida! Lo que recitaba cada vez era como si hubiera leído una tercera parte del Corán”. Esta sûra es una de las más conocidas y repetidas por los musulmanes.

            No es de extrañar: la Ahadía, la Unicidad Radical, es la enseñanza básica que le fue ordenado transmitir a Muhammad (s.a.s.): qul huwa llâhu áhad, di: Él es Allah Único. En estas pocas palabras queda resumido todo. La Ahadía -la Unicidad-, con la fuerza de sus connotaciones y la radicalidad de su alcance, es el cordón umbilical y el corazón del Islam. La Ahadía es el trasfondo de la existencia entera, es una explicación del ser, y es una manera de vivir y una senda por la que transitar.

            La misión que se encomendó al Mensajero (s.a.s.) consistía esencialmente en comunicar que Allah es Único. Allah le ordenó decir (qâla-yaqûl) y transmitir con claridad absoluta a las gentes que su Señor es lo Único Real (Áhad). Allah es lo Verdadero, lo Relevante, lo Eficaz,... y todo lo demás es un espejismo en disolución permanente. He aquí, en la Ahadía, el núcleo central en el que están las líneas que perfilan el Islam.

            El término Áhad, Único, es más preciso que el término hid, Uno. Efectivamente, Allah es hid-Áhad, es Uno en sí, homogéneo, indivisible y sin partes, Presente en cada momento con todo su Ser,... pero además es excluyente. Este último matiz, de gran importancia, es la precisión que añade el término Áhad: nada hay junto al Uno Indivisible, Él está en su soledad sin que nada ni nadie lo acompañe, sin que nada ni nadie comparta con Él sus cualidades únicas, tales como el Ser, el Poder, la Ciencia, la Voluntad,...

            Que Allah sea Único quiere decir que nada ni nadie se le asemeja en lo más mínimo, que todo desaparece en la insignificancia cuando se le enfoca a Él: Allah está por encima de lo que el entendimiento pueda imaginar o los conceptos puedan encerrar, remoto en su grandeza inabarcable, tremendo en su majestad inigualable, eternamente Presente y Manifiesto, Reductor de todas las cosas. Ante esta radicalidad, todo lo demás se evapora y nada queda. Nada hay con el Uno, nada se le iguala, nada participa de Él, no está en nada y nada hay en Él, no lo encierra el tiempo, no lo abarca el espacio, nada es consistente a su lado: sólo Él, hdahu. Ésta es su Ahadía.

            A efectos prácticos, la Ahadía quiere decir que únicamente Allah es real, que todo lo demás es una nebulosa que de manera continua se está diluyendo como un sueño y se esfuma al igual que un espejismo. Nuestro mundo, nuestros fantasmas, nuestras ilusiones,... carecen de entidad. No hay, en verdad, más realidad que la Suya. Nosotros, y todo lo que existe, estamos sujetos en nuestra raíz a esa Verdad transcendente e inalcanzable. Carecemos de sentido y entidad fuera de Él. Si existimos es en su Existencia, si vivimos es en su Vida: nuestra única realidad es la sujeción que nos ata a Allah y la dependencia absoluta que nos liga a Él en cada instante.

            El todo, absolutamente, depende de Allah-Único: es existenciado y movido en cada instante por su continuo y siempre renovado acto creador. Allah es el Corazón palpitante de la existencia, es el Secreto del Ser, el Océano en el que nuestras experiencias se agitan y se esfuman, y nada de nosotros o de nuestro mundo -lo precario, lo transitorio y efímero- le es homologable. Lo nuestro es circunstancial y está subordinado a Él, y es traducción en lo concreto de lo que Él quiere y despliegue de sus capacidades.

            La hidía, nombre técnico derivado de hid, Uno, es visualizar a Allah como Uno Indivisible, Homogéneo y Sin Partes, pero la Ahadía es vivir y sentir a Allah como Único, como Presente Real, y es desvanecerse en Él para contemplar su Radical Unicidad en la que la creación entera queda obliterada. Ambas, la Unidad y la Unicidad -conjugadas-, son el auténtico objetivo del Tawhîd, el proceso reunificador que sigue el musulmán para alcanzar a comprender lo que significa que Allah es Uno-Único (hid-Áhad).

            Esto quiere decir que en ese proceso del Tawhîd el buscador va transformándose y creciendo haciéndose capaz de abarcar esa Soledad Infinita de la Verdad (la Wahda) en la que la criatura no deja de existir ni un solo instante. En esa peregrinación hacia el infinito interior, el mûmin se va depurando y ampliando, se va haciendo cada vez más simple al deshacerse de ídolos, es decir, se va reunificando, va comprobando su propia indivisibilidad para alcanzar su propia unicidad, y es en ese universo -completamente desidolatrizado y definitivamente reunificado- donde intuye lo que significa la Unidad-Unicidad de su Creador.

            El Tawhîd, el Camino hacia la Unidad-Unicidad, es la lucha que emprende el musulmán, su gran combate en el que debe derrotar sus ídolos y todos sus fantasmas, su ego distorsionador, su ignorancia, su necesidad de controlarlo todo, para acceder a la nitidez del Ijlâs, la Pura Sinceridad, la Verdad Desnuda, de sí mismo y de su Señor.

            Esta sûra, llamada Ijlâs, Pureza Esencial, pone el acento en la Ahadía, que es el oriente hacia el que el musulmán debe volverse. Con la simple mención de este tema es como si se hubiera dado un paso adelante. Tras haber comprendido que Allah es Uno e Indivisible, tras haber derrocado los burdos ídolos en los que el hombre común deposita su confianza condenándose a la frustración y desperdiciando su tiempo, el musulmán se adelanta hacia la comprensión de la Unicidad de su Señor interior, se encamina hacia su Refugio y Origen.

            Allah es Único, y no hay nada más, y ésta es la clave. Lo que el hombre contempla, la creación entera, la exuberancia de cuanto le rodea, todo carece de esencia y fundamento en sí. Lo único verdadero, lo único esencial, es una Realidad Trascendente en la que todo es conjugado: Allah. En la sûra se alude a la Simplicidad del Uno-Único llamándole Huwa, Él, es decir, la meta: Di: ‘Él’ es Allah Único, qul huwa llâhu áhad.

            Para saborear lo que esto significa hay que dar el paso primero: la eliminación de los dioses, el rechazo a las supersticiones, la negación de la eficacia de todo aquello a lo que el ser humano, en su ignorancia, se ata. Una vez alcanzado el desierto que deja la reducción a la nada de todo aquello en lo que se cree, emerge la Verdad de Allah Único, lo Real en su desnudez absoluta, lo inaprensible más que en el desierto al que se llega cuando se le ha quitado importancia a todo..., el desierto de Él (Huwa).

            Y Huwa es el Ser Único, la Verdad que lo engulle todo, la Esencia sobre la que se sustenta nuestra existencia y sirve de fundamento a lo que el hombre veía hasta poco antes como seres aislados y autónomos. Tras la muerte de las cosas en su vacío reaparecen en Allah: su existencia transitoria se muestra como manifestación del Ser Uno, el Áhad Eterno en el Huwa Insondable. Todo lo real evidencia a la Suprema Realidad, la traduce bajo un sin fin de formas distintas. Lo verdadero es el Misterio que no deja de traslucirse y hacerse palpable, pero que hasta entonces había estado oculto a la ceguera del hombre que se había vendido a las apariencias.

            A la Unicidad del Ser (Ahadíat al-Wuÿûd) la acompaña la Unicidad de la Acción (Ahadíat al-Af‘âl): si Allah es la Única Verdad, por ello mismo Él es el Único Agente. Sólo Él actúa. Es el Hacedor de las cosas y el Hacedor en las cosas. El Ser y el Movimiento quedan así reducidos a un único principio en el que está el enigma del Destino. Pero esto sólo lo desentraña quien primero ha dado los pasos convenientes, quien ha ido descubriendo su propio secreto interior, quien ha practicado hasta el límite el Ijlâs, la Sinceridad Pura, sumergiéndose en la Ahadía hasta saborear sus últimas implicaciones.

            Todo lo dicho no sirve de nada si no se está inmerso en la peregrinación que conduce a la Ahadía. No se empieza con la Ahadía, sino que se desemboca en ella. Esto es importante; de lo contrario la cuestión no es más que una elucubración estéril y un fingimiento mental. No se trata de especulación panteísta sino de una experiencia auténtica de la Unidad que lo rige todo. Pero sí es importante desde el principio empezar a intuirla, dejarse empapar por sus connotaciones, para alimentar en uno mismo la sensibilidad que el Islam desea en los musulmanes, una sensibilidad que lo comunica con la existencia, que lo reúne con el universo, que anula horizontes pequeños, que agiganta el espíritu, que lo hace capaz de abarcar lo eterno y lo infinito.

            Cuando el deseo de Unidad -más que su teoría- se ha asentado definitivamente en el corazón -gracias a la práctica del Islam-, entonces la receptividad del hombre se va purificando, va eliminando lo accesorio, lo insustancial, va deshaciéndose de sus pequeños ídolos y obsesiones, de sus preocupaciones y sus ataduras, de sus valores con los que cree poder medirlo todo, y se va abriendo a Allah. El Corán enseña la Unidad de Allah para proponerla como aliciente a ese corazón inquieto. Cuando el ser humano sabe que su Señor es Uno, que todo está sujeto a Él, que todo depende de Él, que todo lo demás es insustancial, con ello el Corán lo está orientado hacia la Verdad Única. Es necesario, pues, poner todo el empeño en desembarazarse primero de lo que perturbe la intención del buscador y la desoriente.

            Es importante recordar la insubstancialidad de las cosas. No se es parte de Allah: Allah es Uno-Indivisible (hid), y no una amalgama. Allah no está en las cosas (que en última instancia ni existen realmente), ni está fuera de ellas: Allah es Áhad, Único. Allah carece de una relación que pueda definirlo u homologarlo con algo. Nadie encuentra a Allah en sí mismo ni en las cosas: no existe ese nivel en el que pudiera establecerse algún tipo de coincidencia, equiparación o paralelismo. No ‘se es’ junto a Allah, el ‘yo’ no cabe al lado del Uno-Único. Toda otra consideración es idolatría (Shirk) camuflada bajo ropajes sofisticados y pretensiones retóricas, porque al fin y al cabo se estaría confiriendo entidad y consistencia a lo que es vaporoso y no hace constantemente más que desaparecer..

            Afirmar que se es Allah o que se es parte de Allah, o que Allah está en las cosas como si fuera un componente más de su identidad, todo ello delata falta de saboreo en la comprensión de lo que es la verdadera Ahadía. Quien no se ha reunificado no alcanza la intuición de lo que implica la Unicidad.

            La Unicidad no es una teoría que se afirme o se niegue sino un desafío lanzado al corazón. La mente, por mucho que se esfuerce en entender la Ahadía, no puede salir del dualismo pues no cuenta con los recursos necesarios. El Océano de la Unidad es un territorio reservado a otra habilidad del ser humano, a otra facultad que posee y que es la esponjosidad del Îmân, la receptividad de la que es capaz el corazón que en sí mismo es el vedado y la Kaaba de Allah Uno-Único en el ser humano.

            El Ijlâs es la desnudez de lo verdadero. Para alcanzar ese grado es necesario ejercitarse en el desapego. Desapegarse significa dejar de depender de todo lo que existe, desidolatrizar cuanto nos rodea, destetar nuestra existencia. La noción de desapego se expresa en árabe con las palabras ‘abandono de la subordinación a todo lo que no sea Allah’, y es la exigencia implícita en la afirmación qul huwa llâhu áhad, di: Él es Allah Único. No significa apartarse del mundo o ser desconsiderado o desafecto, sino vaciar el corazón hacia Allah, o bien ir descubriendo a Allah, manifiesto e irreductible en todas las cosas y acontecimientos, y enamorarse de lo que hay de esencial en ellos. Este es el verdadero desapego, pero no se consigue fácilmente. Es más cómodo el ascetismo o la vida asocial, que el Islam desaconseja y censura.

            El grado máximo de la Sinceridad Pura consiste en no ver otra cosa más que a Allah. Pero esto no puede ser nunca el resultado de una teoría panteísta o de una abstracción que nos aleje de lo real e inmediato, sino el fruto de una verdadera contemplación. De lo contrario, sólo se está fingiendo, y el fingimiento no sustituye lo que se siente. Cuando se llega a apreciar que no existe más que Allah y que sólo Él es Agente, cuando la Presencia es real para la conciencia y su contundencia subsume todo en Ella, entonces se está en condiciones de hablar del Ijlâs. Mientras tanto se debe ir dando sus primeros pasos, que consisten en buscar a Allah sin otro interés más que Allah mismo. Es ir dejando atrás el ego en la búsqueda. Esto es el Ijlâs para el que comienza su peregrinación hacia Allah.

            Cuando el ser humano se ha hecho transparente y se ha liberado de lo que no es Allah -en definitiva de todo lo que no es realmente-, cuando presiente al Verdadero y queda atrás lo ficticio, entonces eso es sinónimo de que han desaparecido sus amarras. Se ha deshecho de la vanidad, de la ambición, de la falsa expectativa, de las insatisfacciones, de las esperanzas infundadas que antes entretenían su tiempo, se ha deshecho de sus temores, de su ansiedad, de su adhesión a las apariencias, de su oscurantismo. Quien tiene a Allah es inmensamente rico, quien carece de Allah está frente al vacío. ¿Qué puede temer el que presiente a Allah detrás de todos los acontecimientos? ¿Qué puede desear si ya lo ha reunido todo dentro de sí?

            A la reunificación del Ser la acompaña, como ya hemos señalado, la reunificación de la Acción. La causalidad y la rutina pierden firmeza. La Verdadera Causa es Allah. El muwáhhid, el unitario, el reunificador, remite todo al Señor interior que gobierna las cosas y los acontecimientos. Lo mismo que cada criatura emerge del Ser Uno-Único, sus acciones y los resultados de sus acciones son manifestación del Poder Determinante que lo activa todo. Toda cosa, todo suceso, todo movimiento, tiene su origen en la Causa Primordial, y es Ella la que los gobierna y dirige, y recrea a partir de ellos. Éste es un tema al que el Corán confiere suma importancia, y es uno de los pilares de la ‘Aqîda, de la representación que el musulmán se hace de lo trascendente. Una y otra vez el Corán nos remite a Allah: “No disparaste cuando disparaste: fue Allah el que disparó”, “El logro es de Allah”, “Sólo queréis cuando Allah quiere”,...

            Esta enseñanza acerca de la Unidad de la Acción que organiza el mundo tiene un aspecto práctico fundamental. Si Allah es el Verdadero Agente y la Causa Auténtica, Él es lo que debe ser enfocado por la aspiración del musulmán. Él es a Quien se debe pedir y Él es a quien se debe temer. Siempre, sólo Él (hdahu).

            En lugar de dispersarse ante ídolos extraños, el musulmán se reúne ante su Señor Uno, ante la Fuente Única de todas las cosas, ante el Creador Verdadero de cada instante. Y en todo esto no hay una renuncia a la vida cotidiana y a la lucha de todos los días. El Islam no invita al fatalismo o a la pereza o el desafecto, al contrario, empuja al musulmán a una continua acción transformadora de su ser y de su mundo inmediato. Y es porque aspira a una auténtica reunificación que lo armonice todo, pues todo es manifestación del Querer de Allah. Inserto en el mundo y en la comunidad, el musulmán profundiza en el secreto que revelan espontáneamente los acontecimientos y las criaturas, descubre en todo, sin retirarse, la Presencia del Uno-Único. El Islam es una postura ante la realidad, no una huida.

            De todo lo anterior nace una forma de ser, de vivir y de expresarse de la que el Profeta (s.a.s.) fue ejemplo y modelo. El Tawhîd, el empeño por alcanzar la Unidad, ilumina al musulmán en su comportamiento. Le ofrece primero grandes nociones, y de esas ideas-fuerza germina su actitud, su acción que aspira siempre a realizar en lo concreto las enseñanzas que ha recibido.

            El musulmán reconoce en su fuero interno a Allah como su Único Señor, Aquél que ‘sólo Él existe en realidad’, el verdadero Motor que pone en funcionamiento a cada criatura. Ante ello, se doblega, y expresa su rendición a la Verdad que lo rige con la ‘Ibâda, llevando la frente al suelo. Es decir, desarrolla una intensa vida espiritual en la que cada gesto físico y cada palabra e intención representan el abandono absoluto en Allah Uno-Único.

            Para sus deseos y temores tiene también como único oriente a Allah. Sólo a Él dirige sus invocaciones, pronunciando sus necesidades y sus desesperaciones. Y reconoce a su Señor en todo lo que le sucede, ya sea agradable o desagradable. Se sabe inserto en la Unidad que cimienta la existencia, y en ella penetra aún más gracias a su conciencia del devenir.

            El musulmán alimenta en sí una receptividad total que va sobreponiéndose gradualmente al dualismo. Lo recoge todo de Allah-Solo, a quien se abre sin condiciones (¿quién podría poner límites al Uno-Libre?). Lo que deba saber acerca de la sutileza (la ‘Aqîda), lo que deba hacer para acercarse a su Señor (la ‘Ibâda), el modo en que deba relacionarse consigo mismo y con el mundo que le rodea (la Mu‘âmala), la corrección (el Ádab),... todo lo aprende de Allah, es decir, del Corán y del Mensajero (s.a.s.).

            En todo, se amolda a la Revelación Coránica, y no a su propio arbitrio, su parecer o su capricho, que son su mundo separado. Sus valores, sus criterios,... todo lo conforma a la Voluntad que gobierna la existencia, relativizando así los criterios y valores que le inspira su ego y su aislamiento, buscando encontrarse con lo que lo comunica con lo universal. Y es así como ilumina cada uno de sus momentos y cada uno de sus movimientos.

            En todo debe practicar el Ijlâs, el desinterés puro. Una vez lo ha relativizado todo abandonando los ídolos ya no tiene más deseo que lo más grande: Allah. Eliminar las barreras que aún lo separan le exige tener a Allah como única meta, y para ello lo debe supeditar todo a Él. No lo busca para ser reconocido, para alcanzar algún privilegio, para ser tenido por santo o sabio, no lo reconoce como su Único Señor para satisfacer a otros dioses humanos o para conseguir poderes. Esto es el Ijlâs, el tener a Allah como única meta. Y es lo fundamental para alcanzar el éxito. Esto hace al musulmán absolutamente generoso: no espera recibir nada a cambio de sus esfuerzos ni espera gratitud; espera a Allah.

            Este es el camino que lo une. Es puente hacia Allah y hacia la creación de Allah. No margina ninguno de los aspectos de lo real. Mira hacia Allah y ama la creación de Allah, y se identifica con lo que Allah ha creado, se reconoce  entre las criaturas, y se ve inmerso en el Poder Determinante. Es esta la forma de una absoluta integración en la Verdad. Es la solidaridad que reunifica, que introduce, por lo tanto, a un saboreo sincero de la Unidad-Unicidad anunciada en qul huwa llâhu áhad, di: Él es Allah Único. Allah es la Qibla y el oriente del unitario, un oriente que resplandece en todo.

            Hemos visto hasta aquí alguna de las connotaciones de la frase qul huwa llâhu áhad, di: Él es Allah Único, y su relación con el título de la sûra, el Ijlâs. El resto del capítulo insiste en la idea y desarrolla ciertos aspectos que acaban por definir la cuestión.

            Que Allah sea Único (Áhad) quiere decir que Él es Sámad, y así lo expresa el siguiente versículo: Allâhu s-sámad, Allah es el Irreductible. El término Sámad, que hemos traducido por Irreductible, tiene una significación más amplia. Uno de sus matices es el de sólido, compacto, completo, resistente, sin fisuras ni partes aisladas. Y también significa suficiente en sí. Allah es Sámad, Absoluto, Perfecto, no necesita de nada ni de nadie. Es pura Unicidad. Nadie puede concebirlo, nadie lo puede reducir a un concepto o una idea, nadie puede delimitarlo, es Irreductible a cualquier intento de definirlo, inalcanzable, impenetrable, porque no tiene límites ni en Él hay grietas: no está dentro ni fuera, ni cerca ni lejos, ni encima ni abajo. Abarca desde dentro, domina desde fuera, remotamente inaprehensible e inmediato, Presente sin ‘estar’, Ausente sin dejar de ‘estar’.

            El entendimiento no tiene acceso a su inefabilidad. El Sámad, según algunos comentaristas, también es Allah en tanto que Aquél al que se necesita para todo, Aquél del que no se puede prescindir. Allah es, por tanto, la Verdad que da hechura a las cosas, el Realizador que hace reales las cosas en cada instante, y en sí escapa a toda delimitación.

            Sámad es un Nombre de Allah que invita a una total rendición y a una renuncia absoluta a todo intento de controlarlo o encerrarlo en una idea, un concepto, una imagen o un pensamiento. Intuir que Allah es Sámad es encaminarse hacia Él sin prejuicios, vacío de todo, con un temor reverencial acorde con el progreso de la marcha en dirección hacia ese Océano que cada vez se va dilatando más conforme se amplía la capacidad del ser humano para vislumbrar lo infinito e insondable.

            A continuación, la sûra, ahonda en la radicalidad sin concesiones de la Ahadía, y explica:  lam yálid wa lam yûlad, no ha engendrado ni ha sido engendrado. Al decir el Corán que Allah no ha engendrado (wálada-yálid, engendrar) se refiere a que no tiene prolongación de ningún tipo: las criaturas creadas por Él no son sus ‘hijos’, no son su continuación, ni son tampoco algo que le faltaba ni nada que satisfaga alguna mengua o carencia en Él, ni lo encarnan ni lo representan ni lo sustituyen. Y al afirmar que no ha sido engendrado (wúlida-yûlad, ser engendrado, voz pasiva del verbo anterior) le niega orígenes. Allah es el Absoluto Sin-Principio y Sin-Final, y para Él no hay momentos ni sucesiones, ni un ‘antes’ ni un ‘después’. Es un abismo impensable, radicalmente indeterminado. No tiene hijos ni es hijo de nada.

            En definitiva wa lam yákun lahû kúfuan áhad, no tiene igual. Nada equivale a Allah, nada lo representa, nada nos lo hace comprender realmente porque no hay coincidencias ni semejanzas entre Él y lo que podamos concebir. El kúfu, el igual, el homólogo a Allah, simplemente, no existe. Los ídolos de los hombres, sus miedos, sus esperanzas, son sueños.

            Esta sûra enuncia con firmeza el principio esencial que el Islam desarrolla y concreta con su propia historia. La ‘Aqîda del Tawhîd, la valoración de la existencia desde el unitarismo, encuentra su plena plasmación en estas pocas palabras del Capítulo de la Sinceridad Pura (Sûrat al-Ijlâs).

            Continuando el relato con el que hemos empezado este comentario, se cuenta que el Profeta (s.a.s.) mandó llamar al hombre que recitaba con insistencia la Sûra del Ijlâs, y le preguntó por qué lo hacía: “Porque amo sus palabras”, le respondió. Muhammad (s.a.s.) le dijo entonces: “Ese amor te hará entrar en el Jardín”.

            Este breve capítulo del Corán vale por una tercera parte del Libro porque condensa la ‘Aqîda, la cosmovisión del Islam. La posesión y comprensión de esta ‘Aqîda es lo que se niega a los kâfirûn: nada saben de ella. Esta sûra es la respuesta tajante que se da a las pretensiones y elucubraciones de los hombres en torno a la Verdad Creadora. De ahí el tono cortante que se empleó en la Sûrat al-Kâfirûn. Por ello, Rasûlullâh (s.a.s.) inauguraba sus días recitando en el Salât as-Subh -tras la al-Fâtiha- esas dos sûras, la de los kâfirûn y la del Ijlâs, rompiendo, cada amanecer, con el Kufr y afirmándose en el Îmân más radical.

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