SÛRAT
AL-MÁSAD
revelada en Meca, 5 versículos
bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîmi
Con
el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm
1.
tábbat yadâ: abî láhabin wa tabb*
¡Sean
destruidas las manos de Abû Láhab! Ha sido destruido.
2.
mâ: agnâ ‘ánhu mâluhû wa mâ kásab*
No
lo libran ni sus riquezas ni lo que ha ganado.
3.
sayaslà nâran dzâta láhabin
Arderá
en un Fuego de llamas,
4.
wa mráatuh*
con
su mujer,
hammâlatu
l-hátabi
la
acarreadora de leña:
5.
fî ÿîdihâ háblun min másad*
a
su cuello lleva una cuerda de fibras.
Esta
sûra nos devuelve a la revelación del Corán en Meca, antes, por tanto, de la
Emigración (la Hégira o Hiÿra)
que sacaría a los musulmanes de la clandestinidad y les permitiría emanciparse
en Medina. Diez años después volvieron triunfadores a la ciudad de la que se
vieron expulsados por la intolerancia de los idólatras.
Durante
ese difícil primer periodo, de necesaria introspección, el Corán se propone
ante todo cimentar el Islam sobre las sólidas bases de una ‘Aqîda clara, de una concepción
de la Unidad que fuera calando en los corazones y los vaciara de ídolos, orientándolos
hacia Allah-Uno y preparándolos para la constitución de una comunidad cuando
llegue el momento. Su principal objetivo es despertar en los hombres el Îmân,
la inclinación hacia lo Absoluto, la apertura
hacia Allah, pero el Îmân también
se define por su opuesto, el Kufr, la
cerrazón, que se traduce de hecho en aversión hacia el Islam.
Prevenir contra esto último y condenarlo será el tema de la sûra, que en
lugar de ofrecer un enunciado teórico propone una imagen práctica. El Kufr
tiene nombres y apellidos.
Abû
Láhab (el Padre de la Llamarada) era
el apodo de ‘Abd al-‘Uçça ibn ‘Abd al-Muttalib, tío paterno de
Muhammad (s.a.s.), próspero comerciante de Meca que encabezaba con saña la
oposición a su sobrino. Su apodo lo debía a lo sonrojado de su rostro. Su
mujer era conocida como Umm Yamîl, aunque su verdadero nombre era Árwa bint Harb
ibn Umayya, hermana de otro de los líderes de Meca, Abû Sufiân. Era, junto a
su marido, una de las más acérrimas enemigas del Islam. Esta pareja va ser
tomada por el Corán como modelo del Kufr más agresivo.
Abû
Láhab y Umm Yamîl, a pesar del parentesco que los unía a Muhammad (s.a.s.),
fueron encarnizados en su intento por desprestigiar y dañar a Rasûlullâh (s.a.s.).
En su Sîra,
o Biografía del Profeta, Ibn Ishâq transmite el siguiente
relato en el que queda ejemplificado el modo de actuar de Abû Láhab. Rabî‘a
ibn ‘Abbâd ad-Dáili contó que cuando era joven acompañó a su padre a una
reunión concertada por Rasûlullâh (s.a.s.) con representantes de diversas
tribus entre las que buscaba difundir el Islam y protección para los
musulmanes. Detrás de él iba un hombre bizco, de rostro claro y cabellera
larga. Rasûlullâh (s.a.s.) decía: “¡Gentes!
Yo soy el Mensajero de Allah entre vosotros, y os enseño que no reconozcáis
como Señor más que a Allah, y no le asociéis nada. Confirmadme y
salvaguardadme, hasta que cumpla aquello para lo que he sido enviado”.
Cuando acabó sus palabras y se retiró, el que venía detrás dijo: “¡Gentes!
Éste quiere despojaros de vuestros dioses al-Lât y al-‘Uçça y separaros de
vuestros aliados entre los genios. Os trae una novedad que es error y perdición.
No le escuchéis ni le sigáis”. El narrador del relato preguntó a su
padre quién era ese segundo hombre, y le respondió: “Es su tío Abû Láhab”.
Por
su parte, en su Sahîh,
al-Bujâri recoge el siguiente hadîz transmitido por Ibn ‘Abbâs y en el que
se descubre que Abû Láhab adoptó esa postura contra el Islam desde el primer
momento: “Cuando le fue dada la orden de comunicar el Islam, el Nabí (s.a.s.)
salió a la explanada de Meca y, subiéndose sobre el montículo, exclamó: ‘¡Ay
de esta mañana!’, y la tribu de los Quráish se congregó a su alrededor.
Les dijo: ‘¿Me creeríais si os comunicara que un ejército enemigo está al
acecho y que llegará aquí esta mañana o luego por la tarde?’, y le
respondieron: ‘Sí, pues sabemos que
eres digno de crédito’. Entonces, Muhammad (s.a.s.) les dijo: ‘Pues
bien, soy el anunciador de un castigo terrible’. Entonces Abû Láhab le
interrumpió y dijo: ‘¿Para esto nos
has reunido? ¡Seas destruido!’. Y fue entonces cuando Allah reveló la sûra
tábbat yadâ: abî láhabin wa tabb...”.
Cuando
el clan de los Banû Hâshim -al que pertenecían Muhammad (s.a.s.) y Abû Láhab-
decidió, a pesar de no aceptar el Islam, defender al Profeta frente a la agresión
de los demás clanes, para mantener la ancestral costumbre que obligaba a cada
grupo proteger a sus miembros en cualquier circunstancia, Abû Láhab se opuso a
ello. No dudó en aliarse con los demás quraishíes contra su sobrino, y estuvo
en la reunión en la que las familias poderosas de Meca condenaron a los Banû Hâshim
a la incomunicación en sus barrios para forzarles por el hambre a entregar a
Muhammad (s.a.s.) y a los musulmanes. Fue la intervención de otros notables de
la ciudad la que impidió que la incomunicación alcanzara niveles desastrosos.
Umm
Yamîl no le iba en la zaga en el propósito de destruir el Islam. El Corán
deja adivinar que era una instigadora que soliviantaba a las gentes contra Rasûlullâh
(s.a.s.). Según un relato, incluso agredía físicamente al Profeta. En cierta
ocasión arrojó espinos a sus pies cuando caminaba descalzo. De ahí que el Corán
la describa como ‘acarreadora de leña’, que puede ser entendido como una
referencia literal a dicha anécdota o bien en sentido metafórico como
‘alimentadora’ del odio que había en Meca contra Muhammad (s.a.s.). En
cualquier caso, se nos dice en la Tradición que aprovechaba la proximidad de su
casa a la del Profeta (s.a.s.) para molestarle. También se cuenta que, antes
del Islam, Abû Láhab y Umm Yamîl casaron a dos de sus hijos con Ruqaya y Umm
Kulzûm, hijas de Muhammad (s.a.s.), pero cuando el Profeta comenzó a comunicar
el Islam, les obligaron a repudiarlas.
La
sûra retoma la imprecación que Abû Láhab lanzó contra Muhammad (s.a.s.)
convirtiéndola en una maldición que ahora recae sobre él: tábbat
yadâ: abî láhabin wa tabb, ¡sean
destruidas las manos de Abû Láhab! Ha sido destruido... Cuando Rasûlullâh
(s.a.s.) empezó a comunicar públicamente el Islam, Abû Láhab le dijo: tábban
lak, ¡seas destruido!, y ahora Allah se hace cargo de responder por su
Mensajero, y vuelve la maldición contra Abû Láhab: ‘¡sea él destruido!’. Al ser una invocación de Allah, el Corán
apostilla confirmando su cumplimiento: ‘y
ya ha sido destruido’.
El
verbo tábba-yatubb
significa ser destruido, hacer perecer, cortar. En la expresión coránica tábbat
yadâ: abî láhabin, ¡sean
destruidas -o cortadas, o mueran- las manos de Abû Láhab!... se citan sus
manos como objetos maldecidos. La mano
(yad) es con lo que se manipula las cosas, es la materialización de
la energía de una persona. ¡Sea, por
tanto, reducida a la nada la fuerza de Abû Láhab!, y, al instante, su
poder se ha desvanecido: wa tabb, ¡ha
sido destruido!
Con
la intervención de la Única Verdad, toda la aparente consistencia de Abû Láhab
quedó disuelta como por encantamiento. Su furia, su odio,... se disiparon. Lo
imponente de su agresividad, su prestigio en Meca, la influencia que ejercía
con su riqueza, todo pierde importancia ante la severidad de esta maldición
inmediatamente ejecutada. Una vez maldito por Allah, el poder del kâfir se desvanece ante el mûmin:
ya no es nadie, ya no puede atemorizarlo.
A
continuación, el Corán explica: mâ: agnâ ‘ánhu mâluhû wa mâ kásab, no lo libran ni sus riquezas ni lo que ha ganado. Este versículo reúne
varias significaciones. La más inmediata es que ni su riqueza (mâl,
riqueza, bienes materiales) ni
su prosperidad, es decir, lo que ha ganado (kásaba-yáksib, ganar,
adquirir) con sus negocios invirtiendo su fortuna, nada de ello lo libran de
la maldición que ha sido proferida contra él. Pero el verbo agnà-yugnî
tiene más connotaciones. Efectivamente, significa evitar:
sus riquezas y ganancias no le evitan la maldición. Pero el verbo significa en
realidad ‘enriquecer’, es decir,
sus riquezas y sus ganancias no lo han enriquecido,... en definitiva, no lo han
hecho autosuficiente frente a Allah, no lo libran de Él ni borran su supeditación
a quien lo ha creado y lo recrea en cada instante.
Ganí,
Rico, es uno de los Nombres de Allah,
y significa que Él es Suficiente para Sí mismo, mientras que todo lo que no es
Él está supeditado a su Querer y está necesitado -para existir en cada
momento- de su Voluntad Creadora. Todo lo que no es Allah es faqîr,
pobre, insuficiente en sí, necesitado de Allah.
El
problema del kâfir es que, cegado
por sus posesiones, cree estar al margen de Allah, cree, en definitiva, ser una
realidad independiente. Pero en su raíz todo está sujeto ineludiblemente a
Allah. Es esa autoafirmación al margen de Allah lo que cierra al kâfir
en su propio círculo y lo aísla en su mundo quimérico, y es a la vez la razón
de su rechazo y lo que configura su terrible destino. Cree ser rico cuando es
pobre, cree ser autónomo cuando en realidad ignora su propia fuente en la que
está su Señor, la Verdad que lo gobierna, y la creencia en su riqueza y su
autosuficiencia lo condenan a la nada de su realidad y a la frustración de sus
esperanzas.
Sus
riquezas, que son todo lo que Allah le ha ofrecido -desde el ser y la existencia
hasta las facultades y el cuerpo con los que cuenta- y sus acciones -lo que gana
haciendo uso de lo que Allah le ha dado- lo han confundido, le han hecho
elaborarse una identidad falsa y separada de lo esencial,
y ya no reconoce a Allah en Su Presencia Inmediata. Es decir, lo que
Allah ha depositado en él se ha convertido en una maldición para el kâfir,
porque la inclinación hacia las banales pretensiones del ego lo hunde en la
nada de lo ilusorio, en lo ‘ajeno’ a su misma verdad configuradora, y el kâfir
se desvanece.
Por
ello, el Corán enuncia a continuación: sayaslà
nâran dzâta láhab, arderá en un
Fuego de llamas. Definitivamente, porque es incapaz de salir de su pozo, Abû
Láhab (el Padre de la Llamarada, es
decir, la ira, el odio) arderá (saliya-yaslà,
arder, abrasarse) en un fuego
(nâr) poseedor de llamas
(láhab). ‘Poseedor de llamas’ quiere decir ‘agitado, inquieto,
revuelto’, tal cual es la naturaleza de Abû Láhab, el padre de su propio
fuego. Existe, pues, consonancia entre su nombre, su naturaleza espiritual y su
destino.
El
versículo anterior le anunciaba la ruina y la frustración en este
mundo (Duniâ), y este versículo
le anuncia la ruina y el dolor junto a
Allah tras la muerte (al-Âjira),
siendo ambas experiencias las dos caras de de su ser, una la de lo efímero y
pasajero, y la otra, la de lo eterno.
Lo
anterior es aplicable a su mujer (imraa). Como en el
caso de Abû Láhab -cuyo nombre (el Padre
de la Llamarada) era indicio de su mundo interior agitado por el fuego de la
ira en la que acaba consumiéndose-, Umm Yamîl es descrita como acarreadora
de leña por su actividad misma como instigadora, que anuncia su destino: es
la que alimenta el fuego de una ira que se revuelve en ella: Abû Láhab arde en
su fuego... wa mráatuh* hammâlatu
l-hátab, y (también)
su mujer, la acarreadora de leña.
La
imagen es suficientemente explícita. La acarreadora
(hammâla) de leña
(hátab) va asfixiada por la carga que soporta: fî
ÿîdihâ háblun min másad, a
su cuello lleva una cuerda de fibras. Se trata de la cuerda
(habl), formada con trenzas de
fibras de palma (másad), con la que las beduinas sujetan a sus espaldas la madera y
los espinos, pasando la cuerda por el cuello
(ÿîd). Aquello con lo que Umm Yamîl
quiere hacer daño pesa sobre ella, la fatiga y la oprime, ahogándola. Su
rabia, su rencor,... son una cuerda de fibras que ha ido trenzando en torno a su
propio cuello con cada estratagema que urdía. Ese esfuerzo tiene su correlato
en el ‘mundo de Allah’, en al-Âjira,
y es la eternización de su acto y su intención: su acción exterior es reflejo
de su universo interior y signo de su destino.
Umm
Yamîl, a la que a partir de entonces se la conocerá bajo el apode de ‘la
acarreadora de leña’ (Hammâlat
al-Hátab), entendió de esta sûra que se trataba de una
simple sátira con la que Muhammad (s.a.s.) quería ridiculizarla. El Corán la
retrata como si fuera una pobre beduina acarreando leña y vencida bajo el peso
de su carga. Ibn Ishâq, uno de los biógrafos de Muhammad (s.a.s.) dice:
“Me han contado que Umm Yamîl, la acarreadora de leña, cuando oyó lo que
fue revelado concerniente a ella y a su marido fue a buscar al Profeta (s.a.s.)
junto a la Ka‘ba. Él estaba ahí sentado junto a su compañero Abû Bakr. Umm
Yamîl llevaba en la mano una piedra, pero cuando se detuvo ante ellos, Allah le
impidió ver a Muhammad (s.a.s.), y solo veía a Abû Bakr. Le preguntó: ‘Abû
Bakr, ¿dónde está tu compañero? Me han dicho que se burla de mí. Juro que
si lo viera le golpearía la boca con esta piedra. Yo también sé componer
versos: -Es vil aquél al que no aceptamos, / y su enseñanza rechazamos-’.
Y se marchó. Entonces, Abû Bakr preguntó a Muhammad (s.a.s.), que estaba a su
lado: ‘¿Cómo es posible que no te haya
visto?’. Y Rasûlullâh (s.a.s.) le respondió: ‘Allah
ha apartado su mirada de mí’...”.
Existe
otra versión, la de Ibn ‘Abbâs, que cuenta así el suceso: “Cuando fue
revelada la sûra de tábbat yadâ: abî
láhabin wa tabb, Umm Yamîl fue a la Mezquita en busca del Nabí (s.a.s.).
Él estaba ahí con Abû Bakr, que le dijo cuando vio que se acercaba Umm Yamîl:
‘Si te pones detrás de mí no te verá
ni podrá dañarte’, pero Rasûlullâh (s.a.s.) le contestó: ‘Allah
se interpondrá entre ella y yo’. Cuando Umm Yamîl llegó a donde
estaban, dijo a Abû Bakr: ‘Tu compañero me ha ridiculizado con sus versos’, y Abû Bakr le
dijo: ‘No, y te lo juro por el Dueño de
este Edificio, él no dice versos’, y entonces ella se fue. Abû Bakr
preguntó entonces a Muhammad (s.a.s.): ‘¿No
te ha visto?’, y él le respondió: ‘Allah
me ha estado tapando hasta que ella se ha dado la vuelta’...”.
Sûrat al-Másad, el Capítulo de las Fibras Trenzadas, es un texto duro, de ecos y resonancias terribles. Incluso su ritmo es violento, propio de una maldición aprovechada para explicar a lo largo de ella, bajo el efecto de la intensidad de su lenguaje crudo, verdades viscerales. No podría ser menos al tratar de un personaje que se llama el Padre del Fuego, es decir, de la ira, de la furia y del rencor,... y de otro que es la Acarreadora de Leña. Hay en esta sûra un torbellino llameante, destructor, que describe la agitación de corazones turbios en los que se remueven sentimientos dañinos, que se desencadenan devorando a sus propios protagonistas.