CAPÍTULO 110: EL AUXILIO

SÛRAT AN-NASR

revelada en Medina, 3 versículos  

 

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bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. idzâ ÿâ:a násru llâhi wa l-fáthu

Cuando venga el auxilio de Allah, y la conquista,

2. wa ra-áita n-nâsa yadjulûna fî dîni llâhi afwâÿan

y veas a la gente entrar en el Dîn de Allah en grupos,

3. fa-sábbih bi-hámdi rábbika wa stágfirh*

proclama entonces la alabanza de tu Señor y pídele que te disculpe.

innahû kâna tawwâba*

Ciertamente, Él es Tawwâb.

 

            Esta sûra de tan solo tres versículos, al contrario del resto de los capítulos que la rodean, fue revelada en Medina, muy poco antes de que los musulmanes volvieran triunfadores a Meca, de la que varios años antes habían tenido que salir clandestinamente tras sufrir persecuciones.

En este capítulo se promete a Muhammad (s.a.s.) el Nasr, el auxilio de Allah, una ayuda especialmente intensa y efectiva, que al instante se traduce en una victoria, en un logro importante. La misma palabra, Nasr -auxilio, apoyo, refuerzo-, podría ser traducida por su consecuencia necesaria: victoria. Este sería, pues, el capítulo del auxilio de Allah, o el de la victoria, como se prefiera. Efectivamente, en árabe, Nasr es sinónimo siempre de victoria, triunfo.

            Esta breve sûra predice la proximidad inminente de la llegada del auxilio de Allah, es decir, un éxito que hará que los musulmanes se impongan a sus enemigos y conquisten finalmente Meca. La victoria (Nasr) va seguida de una conquista (Fath). La palabra Fath significa apertura, el acto de abrir algo que hasta entonces había estado cerrado. Un Fath es un logro, una conquista. En la espiritualidad musulmana, el Fath es la iluminación.

            Junto a la victoria -Nasr- y la conquista -Fath-, este capítulo anuncia al Profeta (s.a.s.) la entrada en el Islam de las gentes en masa, en grupos (afwâÿ, plural de fáwÿ, grupo, multitud). Cuando poco después los musulmanes entraron triunfantes en Meca las tribus árabes vieron en ello la señal definitiva de la autenticidad del Mensaje de Muhammad (s.a.s.). La ciudad era el centro neurálgico de la península, y la toma del corazón de Arabia por parte de los musulmanes tuvo grandes resonancias. Meca siempre había sido algo más que una simple ciudad, y de ahí el fuerte carácter simbólico que tenía y sigue teniendo.

            La sûra transmite así a los musulmanes una buena noticia (bushrà), pero a la vez orienta al Nabí (s.a.s.) hacia Allah en esos momentos exultantes. No debe dejarse embriagar por el éxito, sino que éste debe recordarle a su Señor: Él, -Allah-, es el sir, el Auxiliador, el Victorioso, mientras que el hombre es mansûr, el Auxiliado por Allah, el victorioso indirectamente gracias a esa Presencia que lo anima y refuerza y sin la que no podría hacer nada ni conseguir nada.

            En resumen, la sûra comunica una buena noticia (bushrà) que es la proximidad de la victoria, la conquista de Meca y la aceptación generalizada del Islam, y por otra parte, en el texto se orienta al Profeta (s.a.s.) -y con él al resto de los musulmanes- hacia Allah en el triunfo que les espera, advirtiéndoles contra la arrogancia en el éxito y el olvido de Allah.

Es posible, por tanto, entresacar de esta sûra enseñanzas estrechamente conectadas con la ‘Aqîda, con la representación que el musulmán se hace de la Realidad, en la que impera el Uno-Único Integrador de todas las cosas y todos los acontecimientos. Es así como el Corán hace que la ‘Aqîda no sea un simple enunciado teórico, porque la relaciona inmediatamente con las experiencias concretas y con el devenir del ser humano. Son el movimiento y la actitud que resultan de las enseñanzas del Islam los que tienen valor y mérito, y no la fe ciega en sus contenidos.

            La ‘Aqîda, la Enseñanza Fundamental -es decir, el Tawhîd, la Unidad y Unicidad del Creador Presente-, tiene como objetivo orientar progresivamente al ser humano hacia Allah-Uno, erradicando su idolatría, tanto la idolatría grosera como la que se oculta tras el egoísmo o las elucubraciones sofisticadas. Esa orientación tiene que tener la naturaleza del hombre, es decir, tiene que ser acción y modo de actuar.

            Ahora bien, para un profeta, y sobre todo para Muhammad (s.a.s.), la buena nueva no podía ser otra que la proximidad del reencuentro con su Señor: ésa sería su verdadera victoria y su auténtica conquista. Por eso, a la vez, esta sûra le comunica la cercanía de la muerte. Ibn ‘Abbâs era todavía un niño cuando fue revelada esta sûra, pero el Profeta ya había observado su perspicacia en la interpretación del Corán. Fue el primero de sus Compañeros en percatarse de la verdadera significación de la sûra.

            Al-Bujâri recoge en su Sahîh el siguiente relato en el que Ibn ‘Abbâs cuenta: “Aunque yo era un niño, ‘Omar me llevaba a las reuniones de los Grandes Sahâba (los Compañeros del Profeta que habían estado junto a él en la batalla de Badr, siendo de los primeros musulmanes, y a los que Ibn ‘Abbâs llama Ashyâj Badr, los Ancianos de Badr). Algunos de ellos se sentían molestos con la presencia de un menor, y le decían a ‘Omar: ‘¿Por qué vienes con éste? Tenemos hijos de su edad’, y ‘Omar les respondía: ‘Ya sabéis quién es’. Un día los convocó para demostrarles quién era yo, y les preguntó cuál era el significado de idzâ ÿâa násru llâhi wa l-fath, cuando venga el auxilio de Allah y la conquista... Unos callaron y otros respondieron: ‘En esa sûra se nos ordena ensalzar a Allah y pedirle disculpas cuando nos sintamos socorridos y obtengamos una victoria’. Entonces, ‘Omar me preguntó: ‘¿Es así?’, y le respondí: ‘No. Con ella Allah comunicaba a Rasûlullâh (s.a.s.) la proximidad de su fallecimiento: ‘cuando llegue el auxilio de Allah y la conquista...’ era el signo de la proximidad de su muerte, y entonces debía proclamar la alabanza de su Señor y pedirle disculpas, pues ciertamente, Él es Tawwâb, es decir, Receptor del ser humano’. Y ‘Omar me dijo: ‘Del significado de esta sûra sólo sé lo que tú dices’...”.

            Hay otro hadiz que corrobora la interpretación de Ibn ‘Abbâs. Cuando fue revelada esta sûra, Rasûlullâh (s.a.s.) llamó a su hija Fâtima y le dijo que le había sido comunicada la proximidad de su muerte. Ella empezó a llorar, pero salió de la habitación riendo, y más tarde contó: “Salí contenta porque después me dijo que yo sería la primera de su familia en reunirse con él”. En otra versión de este mismo relato se cuenta que Fâtima explicó: “Lloré cuando me contó -el año en que los musulmanes entramos en Meca- que pronto moriría, pero después reí porque añadió que también pronto yo sería la señora de las mujeres del Jardín, salvo de Maryam”.

            La primera frase de la sûra ya es de sí sugerente para el que ha abierto su corazón al Uno-Único. Le recuerda lo esencial en los acontecimientos de la existencia entera, le habla del Hacedor de todas las cosas, el Eje del que procede todo, el Centro que activa y orienta el devenir:  idzâ ÿâ:a násru llâhi wa l-fáth, cuando venga el auxilio de Allah, y la conquista... El auxilio, la victoria, -el Nasr-, y la conquista (Fath) vienen (ÿâa-yaÿî, venir) de Allah, y no es el producto del mérito de los hombres.

Es Allah el que determina el triunfo: decide su momento, su modo, su objetivo. Ni tan siquiera el Profeta ni sus Compañeros (los Sahâba) tienen nada que ver en el asunto. Los logros no son del Profeta, ni de los musulmanes, ni de ningún triunfador: son siempre de quien vienen, de Allah, el Uno-Único. Son cosa de Allah, que deposita su Nasr donde quiere y da el Fath abriendo lo que quiere ante quien quiere. Cuando alguien obtiene un logro, cuando triunfa en una empresa, es beneficiario de un Favor especial de Allah, y nada más. El Todo es el Amr de Allah, su Imperativo. La existencia es el cumplimiento de lo que Allah quiere en cada instante.

            El ser humano consiste en su esfuerzo: él ‘es’ su actividad misma. Su acción es su propia estructura, y es lo que le da sentido en la existencia, pero no es lo determinante. Allah es quien pone en marcha al hombre, el que lo crea y dota, el que lo rige, el que lo conduce, y el que decide, porque Él es lo esencial y verdadero, mientras el hombre es el movimiento, el dinamismo, la ejecución de la Orden de Allah. Se cumple lo que Allah desea. Que Él culmine el esfuerzo del hombre con la victoria es para el musulmán un signo a descifrar, y no el resultado de un mérito.

            En este punto se hace necesaria una aclaración importante. En lo dicho no hay en absoluto una invitación al fatalismo o a la pereza. Al contrario, hay una invitación a una acción constante y enérgica, porque eso es ‘lo que es el ser humano’: es vida, movimiento, tránsito, dinamismo, sin dejarse derrotar por el fracaso ni hacerse soberbio con el éxito. La conciencia de haber sido derrotado o la satisfacción de haber conseguido una victoria definitiva son lo que paraliza al hombre. El Islam exige al musulmán ‘acción’, no derrota o triunfo. Es el Yihâd, el esfuerzo, la lucha, el movimiento, lo que conviene a la naturaleza del ser humano, tal como dijo el Profeta (s.a.s.): “El Yihâd no acaba más que con el fin del mundo”.

            El encabezamiento de la sûra anuncia a los musulmanes un próximo triunfo. La consecuencia de ese triunfo es el asentamiento del Islam en la península de los árabes: wa ra-áita n-nâsa yadjulûna fî dîni llâhi afwâÿan, y veas a la gente entrar en el Dîn de Allah en grupos... Es decir, como fruto del auxilio de Allah, el Profeta (s.a.s.) y sus Compañeros verán (ràa-yarà, ver) a las gentes (nâs) entrar (dájala-yádjul) en el Islam (en el Dîn, la Senda) en grandes grupos (afwâÿ, plural de fáwÿ, grupo, multitud).

            La misión de Rasûlullâh (s.a.s.) consistía en comunicar el Islam a las gentes, sin hacer distinciones y sólo iluminado por su Único Señor: esa era su acción, su lucha, su Yihâd. Que el Islam triunfe, que abra y entre en los corazones, eso ya es cosa de Allah. Eso pertenece al ámbito de las realidades interiores donde exclusivamente está la Verdad. Esto es importante: ni tan siquiera es el Profeta el que guía a los sinceros, sino que lo es Allah de manera directa. Él es el que actúa en los corazones, el que despierta en ellos la inquietud, el que les hace oír las palabras del Profeta, el que genera correspondencias que les recuerdan a su Señor. El Profeta no salva a nadie, ni elige a nadie ni convence a nadie, sino que es Allah el que se deja rememorar. El Profeta no triunfa, sino que Allah se manifiesta, se hace visible al corazón, y entonces lo somete y lo engulle.

            Esto no desmerece en nada al Profeta. Todo lo contrario, lo engrandece ante los musulmanes, que son capaces de reconocer en él una función única y el ser el vórtice desde el que se desborda y se revela con fuerza el Querer Irreductible de Allah-Uno: Muhammad (s.a.s.), en sí, es un signo, un indicio hacia Allah-Uno-Único. Pero la ‘Aqîda, el reconocimiento de la Unicidad que impera en todos los acontecimientos, obliga a los musulmanes a remitirlo todo a la Verdad Hacedora, sumergiéndolos en una Realidad que abarca a la existencia entera.

            Así, pues, con la llegada del triunfo, en lugar de dejar a los musulmanes ser arrastrados por la soberbia, esta breve sûra les ordena que se vuelvan con todo su ser hacia Allah: fa-sábbih bi-hámdi rábbika wa stágfirh, proclama entonces la alabanza de tu Señor y pídele que te disculpe. Se trata de proclamar en todo triunfo la victoria de Allah. El verbo sábbaha-yusábbih, que hemos traducido como proclamar la alabanza (hamd) de Allah, es elocuente. Significa realmente sumergirse del todo en la contemplación de la grandeza del Uno-Único. No hay alabanza que sea capaz de hacer justicia a Allah: únicamente el que penetra en la Inmensidad intuye lo que significa el Océano de la Unidad. Sus palabras sólo pueden repetir lo que ya dice el Corán: al-hámdu lillâh, Alabanzas a Allah. Éste es el Tasbîh, el acto de proclamar la alabanza de Allah, con el que el musulmán expresa su estupor, dejándose envolver por Allah.

            El éxito desconcierta al ser humano porque corona su esfuerzo y lo cree resultado de su acción y mérito. Olvida entonces a Allah, y se apodera de él el ego. Por ello, el Corán reorienta a los musulmanes hacia su Señor, hacia el Infinitamente Grande, el Inaprensible, que reduce a nada el ego del hombre y sus previsiones. Al ser el triunfo una manifestación de la Inmensidad de Allah, es oportunidad para contemplar esa grandeza, y se ordena entonces el Tasbîh. Y también el Istigfâr. El Istigfâr es la petición de disculpas ante Allah (del verbo istágfara-yastágfir, pedir disculpas a Allah). Su fórmula habitual entre los musulmanes es astágfiru llâh, pido disculpas a Allah.

            En la intensidad de la euforia que sigue a una victoria, esa sencilla frase desencadena intuiciones tremendas. La fuerza de ese instante de alegría desbordada por el logro alcanzado es capaz de integrar completamente al hombre que advierte su significado en el Poder de su Señor.

            Estos dos actos, el Tasbîh y el Istigfâr, son modos de la cortesía (el ádab) con la que el Profeta (s.a.s.) refinaba el comportamiento de sus Compañeros. Iban comprendiendo así la naturaleza del Islam. Para empezar, con ello desidolatrizaban a Muhammad (s.a.s.): es Allah el realizador de la victoria, y no el hombre que estaba a la cabeza del Islam. Y esto los asoma a lo que hay de trascendente en los acontecimientos. Se veían, por tanto, portadores de un Secreto que les desbordaba y ante el que confiesan sus limitaciones, tanto pasadas como presentes. Piden disculpas por el frecuente asalto del ego que a menudo enturbia los propósitos y confunde ante Allah, por las flaquezas cuando el asunto es grave y de un alcance que no se adivina, por la soberbia que se entromete cuando en realidad todo está en Allah, por los desvíos hacia la superficialidad que surgen de la incompetencia para valorar a Allah en su justa medida. Era así, gracias al recurso al Tasbîh y al Istigfâr, como el Profeta los iba educando en el Islam, afinando sus percepciones, limando sus asperezas, engrandeciendo progresivamente sus ánimos y ampliando sus horizontes.

            El Tasbîh y el Istigfâr son las llaves de la puerta del retorno hacia Allah (la Táuba). El acto de proclamar la grandeza de Allah (el Tasbîh) es reconocimiento de su Unidad-Unicidad y de su carácter oceánico: Allah lo abarca todo y el musulmán se asoma a esa desproporción para la que no tiene medidas ni criterios; y el acto de pedirle disculpas (el Istigfâr) es el comienzo efectivo de la vuelta hacia ese Océano.

El Corán cuenta que, cuando Adán descendió a la tierra, Allah le comunicó ‘ciertas palabras’. Adán las pronunció y fue nuevamente aceptado por su Señor. Esas palabras que Allah le enseñó -y con las que tomó conciencia-, según la Tradición musulmana, son las del Istigfâr. Con ellas, el hombre golpea y abre la puerta de la Táuba, la puerta del retorno a su Señor... innahû kâna tawwâba, ciertamente, Él es Tawwâb, es decir, Receptor del que se vuelve hacia Él. Tawwâb es uno de los Nombres de Allah y lo designa en tanto que acepta y acoge en su seno al hombre que se da cuenta de su desvío hacia la nada y desea volver a su Señor.

            En su triunfo, el musulmán reconoce su propia insuficiencia y aprovecha la ocasión para volverse hacia Allah. En el vértigo del éxito busca ser aceptado por el que le ha dado la victoria. Para el sincero, cuando el logro corona su esfuerzo, su éxito es signo de la cercanía de su Señor, y es entonces un momento apropiado para la reconciliación con la Verdad que lo ha activado. La soberbia, la arrogancia, el rencor, el deseo de venganza,... todo ello lo desviaría lejos de Allah. Y esto es una garantía para los vencidos, que no serán sometidos a humillaciones. Incluso los derrotados, al no ver ensañamiento en sus vencedores, presienten a Allah-Creador en aquellos que han sido desnudados del ego destructor.

            Todo lo anterior bosqueja un horizonte luminoso. El Corán señala en esa dirección y estimula a dar los pasos necesarios. El Islam convoca a los musulmanes para que realicen en lo posible ese ideal que haga de ellos califas, seres soberanos y creadores, y no esclavos destructores. Es por ello por lo que reconocen en todo la grandeza de Allah: es el Poder Determinante de Allah el que impera, y suya es la victoria y hacia Él todo se encamina.

            En sus luchas, el mûmin, el que se ha abierto a Allah, busca derrotar a su ego, busca superar la cortedad de miras que le imponen sus circunstancias y su escasez, y ésa es la verdadera victoria que Allah le facilita inspirándole e iluminándole definitivamente con el Corán. Cuando entraron en Meca, los musulmanes entraban en sus propios corazones después de dejar atrás y vencido al ego que aparta a los hombres del Uno-Único y los hunde en miserias y vilezas.

            Cuando atravesaba las puertas de Meca, Muhammad (s.a.s.), a lomos de su cabalgadura y en el momento cumbre de su triunfo, llevaba la cabeza agachada y no dejaba de pronunciar el Tasbîh y el Istigfâr, es decir, elogiando y contemplando la Grandeza de Allah y declarando su Unidad en primer lugar, y después pidiéndole disculpas, haciéndose humilde ante Él.

Siguiendo su ejemplo, fue imitado por sus Compañeros (los Sahâba). Y esta poderosa imagen de la culminación del Islam pervive en el recuerdo de los musulmanes.

            Poco tiempo después, y ya en Medina, Rasûlullâh (s.a.s.) moriría alcanzando con ello su gran victoria, volviendo, desde la ciudad que lo había acogido en tiempos difíciles, a la verdadera Meca reconquistada, junto al Compañero Supremo (ar-Rafîq al-A‘là).

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