CAPÍTULO 104: EL DIFAMADOR

SÛRAT AL-HÚMAÇA

revelada en Meca, 9  versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm*

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. wáilun li-kúlli húmaçatin lúmaçatin

¡Ay de todo difamador maledicente

2. il-ladzî ÿáma‘a mâlan wa ‘addadahû

que amasa riquezas y las cuenta

3. hsibu ánna mâlahû: ajladahû

creyendo que sus posesiones lo hacen inmortal!

4. kallâ*

Pero no;

la-yúnbadzanna fî l-hútama*

Es arrojado a la Devoración.

5. wa mâ: adrâka mâ l-hútama*

¿Qué te hará saber lo que es la Devoración?

6. nâru llâhi l-mûqadatu

Es el Fuego encendido de Allah

7. l-latî táttali‘u ‘alà- l-áf-ida*

que se alza por las entrañas.

8. innahâ ‘aláihim mûsadatun

Se cierra sobre ellos

9. fî ‘ámadin mumáddada*

en columnas estiradas.

 

            Los difamadores de los que habla en concreto esta sûra personifican la vileza, y son lo opuesto a los mûminîn descritos en la sûra anterior. Son casos extremos de la ruina en la que está el hombre. Muhammad (s.a.s.) tropezó con ellos en Meca, y sufrió a causa de la perversidad de sus intenciones y lo solapado de sus maquinaciones. Intentaron arruinar su reputación extendiendo mentiras. Son siempre personas anónimas que difaman con guiños, ironías y medias palabras, y se refugian tras la aparente inocencia de no haber sido claros ni contundentes.

No se trata aquí de los grandes calumniadores, sino de otros más disimulados, esquivos y retorcidos en sus pequeñas almas, los que no se atreven a hablar cara a cara.

            La calumnia (namîma), la difamación (qadzf), la maledicencia (gáiba), la mentira (kádzib), el falso testimonio (çûr),... son algunas de las traiciones a la Verdad que el Corán y la Tradición musulmana denuncian con una severidad tajante. Ahora lo hace con el mismo rigor respecto a esas mismas bajezas cuando se disfrazan bajo la impunidad del anonimato. Esos difamadores son los que se camuflan para evitar una posible respuesta en toda regla, los que lanzan acusaciones bajo formas soterradas y enigmáticas como los guiños, las ironías, el susurro... No es menor la gravedad de esos actos furtivos, incluso es mayor, porque deja siempre un rastro que nada borra. El húmaça, el difamador de este tipo, el lúmaça, el maledicente que no dice claramente a qué se refiere con sus palabras, son un mismo personaje que se escabulle por los pliegues de su propio retorcimiento interior.

            Allah dice: wáilun li-kúlli húmaçatin lúmaça, ¡ay de todo difamador maledicente... La interjección ¡ay!, con la que se expresa dolor ante una desdicha o se sugiere una amenaza, en árabe es un sustantivo, wáil, que, según un hadiz, es el nombre de un río de fuego. Es como si, en el encabezamiento mismo de esta sûra, se anunciara que el wáil aguarda al difamador (húmaça) maledicente (lúmaça) para consumirlo en la eternidad de las connotaciones espirituales de sus maquinaciones, y eso es una amenaza grave que Allah le hace, y debiera ser para él motivo de lamento. Literalmente, el versículo dice: el wáil es para todo difamador maledicente.

            Las palabras difamador-maledicente (húmaça-lúmaça) -que tienen el matiz ya señalado de ‘disimulados e indirectos en sus acusaciones’- son usadas con mayor frecuencia en sus respectivos intensivos, hammâç-lammâç, pero al ser mencionados aquí bajo sus formas menos tensas, se sugiere que Allah no tolera ni disculpa ‘las alusiones malévolas’ ni tan siquiera en sus expresiones más débiles, suaves y aparentemente inocentes porque no sean más que ‘simples insinuaciones’.

            Por tanto, un terrible destino junto a Allah espera a los difamadores maledicentes que acechan y espían a las gentes y después difunden sus sospechas, insidias, dimes y diretes, cobardías, guiños y señales, dañando la reputación y el honor de los demás y dejando siempre el rastro de la duda y la desconfianza.

            Para los sufíes, atentos al significado de las palabras coránicas en el presente de cada hombre, el wáil es el nombre del velo que ciega a los difamadores maledicentes, es decir, a los que están pendientes de los defectos de los demás, ansiosos por encontrar algo que criticar y divulgar. Ese velo les impide ver ‘que todo cuanto acontece es fruto del Destino’. Efectivamente, quien es consciente de que todo está en Manos de Allah no tiene nada de que objetar a las criaturas, y para sus juicios no tienen más criterio que la Sharî‘a. Se libra de ese río de fuego -en su presente y en su destino tras la muerte- quien descorre ese velo y descubre a Allah.

            Para esos sabios, todo está inmerso en el Poder de Allah, el cual rige con sabiduría los acontecimientos desde las profundidades de lo verdadero. El que se dedica a espiar y censurar a los demás lo hace movido por la fuerza que tienen para él las apariencias, y éstas son el afán que lo atosiga y el velo que lo ciega; son su wáil, su desgracia, la calamidad en la que está sumido, su río de fuego en el que vive atormentado, y no se da cuenta. Los maestros de espiritualidad musulmana aconsejan al que es seducido por las apariencias que desvíe su mirada hacia sus propios defectos de modo que los lime, evitando que su mal alcance a los demás, y desgarre finalmente así ese velo que lo separa de la Verdad.

            En cualquier caso, el maledicente-difamador, aquél para el que tanta importancia tienen los comportamientos ajenos y encuentra siempre algo censurable en ellos, lo hace por ruindad. Esa ruindad es descrita en el versículo siguiente: al-ladzî ÿáma‘a mâlan wa ‘áddadah, el que amasa riquezas y las cuenta. La avidez y la avaricia son las compañeras de esa enfermedad. La vileza del difamador-maledicente tiene su origen en su agonía por el mundo: ha depositado su confianza más íntima en las posesiones (mâl, bienes, riquezas), y por ello se afana en reunirlas (ÿáma‘a-yáÿma‘, reunir, juntar) y contarlas (‘áddada-yu‘áddid, contar, enumerar). No tiene otro fin en la vida que el de apoderarse de cosas (materiales o espirituales) y aferrarse a ellas como si fueran a salvarlo de algo o como si lo hicieran inmune a Allah. Eso le hace ser ruin y malévolo, y sospecha de los demás y busca arruinarles, vaya a ser que le quiten algo.

            Con todo ello, el difamador-maledicente no busca sino paliar sus inseguridades y espera que sus posesiones, sean del tipo que sean, le den alguna firmeza existencial, espera que le confieran consistencia pues es consciente de lo precario de su ser: hsibu ánna mâlahû: ájladah, creyendo que sus posesiones lo hacen inmortal! Las posesiones (mâl), según los sufíes, no son sólo los bienes materiales, sino todas las certezas en las que el hombre cree (hásiba-hsib, creer, calcular) y con las que juzga a los demás. Esas certezas, al poseerlas, piensa que lo liberan de la inanidad y de su vacío. Por ello se aferra con avidez a ellas y las convierte en criterio absoluto.

            El ser humano, en la angustia de saberse inconsistente y leve, vulnerable y asediado, busca algo que lo proteja y lo haga inmune, y se ata a aquello en lo que cree encontrar seguridad, aquello que le hace soñar que está a buen recaudo (ájlada-yújlid, hacer a alguien inmortal). Lucha desesperadamente contra el presentimiento de su precariedad, por ello busca cobijo en la riqueza, o el poder, o la salud, o la fama, o el éxito, o en el saber, o en sus pensamientos, o en la religión, y se aferra a aquello en lo que consigue depositar su confianza pensando que le dan la solidez que le falta en sus raíces. Y con su rasero lo mide todo. Esa seguridad nacida de una ficción lo hace pavonearse y considerar que ha superado el estadio de la zozobra. Es por lo que se atreve a juzgar a los demás.

            La respuesta del Corán es contundente y simple: kallâ, pero no. De nada sirve al hombre el poseer riquezas, o todo el poder posible o todo el conocimiento del que sea capaz. Nada lo libra de su condición: es una criatura en manos de Allah y sujeta a una Verdad que no controla. El Islam es abandono en el fluir que impone la existencia.

            Las descripciones que el Corán hace del destino que aguarda al ser humano tras la muerte tienen un doble valor: son un anuncio y también tienen una significación presente al describir el mundo interior de aquellos de los que habla. Esta interpretación la posibilita el lenguaje que emplea: entrecortado, atropellado, ambiguo y a la vez sugerente, e intraducible en toda su riqueza connotativa.

En resumen, para los que aún no ven con el ojo interior, esas descripciones les hablan de algo que desconocen y está por suceder, pero para los que sí están dotados de sensibilidad espiritual se trata de algo que ya sucede en lo eterno de cada instante y lo ven con sus propios ojos pues ante ellos ha sido retirado el velo que resguarda las realidades interiores.

            El wáil, el río de fuego, es a lo que serán sometidos eternamente los difamadores-maledicentes. Por otro lado, es el fuego que arde ya en ellos; es más, es la causa de sus torpezas: es el velo que los separa  de Allah, es decir, de la feunte de todo bien. Al tratarse ese fuego actual de algo espiritual, la mayoría de la gente no lo verá hasta que la muerte no les abra los ojos. Bajo esta doble perspectiva deben ser entendidos estos textos. No se trata de interpretaciones distintas: sólo depende del grado espiritual, la capacidad de síntesis y la perspectiva del lector el captar una u otra dimensión según perciba la grandeza abismal de la existencia.

            Todo es materialización de lo que ocurre en el espíritu. El difamador-maledicente lo es porque en sus adentros hay un incendio y un velo cegador, que sólo sentirá en toda su intensidad después de la muerte. Ahora ‘lo entretiene el mundo’. Los acontecimientos espirituales son realidades eternas. La materialidad de sus manifestaciones son indicios. El que es iluminado por Allah los descifra y es guiado por su Señor.

            Los amados por Allah despiertan con las sugerencias del Corán, y siguen el Camino que los conduce al Jardín según ha prescrito una Sabiduría que sólo Allah posee. En cuanto al vil la-yúnbadzanna fî l-hútama, es arrojado a la Devoración. El verbo nábadza-yánbudz, es arrojar con desprecio, desterrar, condenar a la humillación. Aquí aparece en su forma pasiva, núbidza-yúnbadz, ser arrojado. Será (y está) abandonado a su suerte, que es el Fuego que hay en él. Se trata de un Fuego Devorador (al-Hútama), uno de los nombres del Pozo sin fondo de Yahannam, las profundidades tétricas, la privación absoluta, el Fuego (Nâr) de Allah, que es frustración y dolor de un vacío, de dimensiones inimaginables.

            A continuación, Allah nos dice en esta sûra: wa mâ: adrâka mâ l-hútama, ¿qué te hará saber lo que es la Devoración? ¿Qué imagen te hará alcanzar (ádraka-yúdrik, alcanzar, comprender) el presentimiento de los que es al-Hútama? nâru llâhi l-mûqada, es el Fuego encendido de Allah. Ésta es la imagen más cercana. Es la Ira, la ausencia de todo bien, la quemazón de algo encendido (mûqad) en el interior. Y es de Allah, es decir, tiene proporciones infinitas, y al-latî táttali‘u ‘alà- l-áf-ida, se alza por las entrañas.

            Esta última es una expresión interesante. Describe el dolor que aguarda al difamador maledicente emergiendo desde las profundidades del espíritu para  apoderarse y arrasarlo todo tras la muerte, pero también es una alusión al presente al describir cómo el mal asciende (ittála‘a-ttali‘, ascender, asomarse) desde sus entrañas (af-ida, plural de fuâd, entraña, corazón) y sale por su boca bajo la forma de calumnias y sospechas. Tras la muerte, arderá en la fuente de esas reacciones malignas, porque nada en la existencia es intrascendente; al contrario, es la rama de unas raíces que se hunden en lo imperceptible que abarca espacios y tiempos in delimitados.

            Por último, el carácter definitivo y amenazante de todo lo dicho antes queda señalado a continuación: innahâ ‘aláihim mûsada, se cierra sobre ellos, es decir, ese Fuego está cerrado (sad) sobre ellos, no dejándoles huir, como si los atara fî ‘ámadin mumáddada, a una columna estirada. Ese Fuego es el pilar (‘ámad) al que están atados, y es un Fuego que asciende hacia el cielo estirándose (mumáddad) y convirtiéndose en su destino. Sólo nos queda pedir a Allah que nos libre de ese sufrimiento y nos lo evite en el presente y en el Destino.

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