Tafsir al-Qur'ân

Sura Yâ-sîn

'ABD L-WAHID ONTIVEROS

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Final

 

 

a wa lam yára l-insánu anná jalaqnáhu min nútfatin faidzá huwa jasímun mubín* 77/  wa dáraba laná mázalan wa násia jálqah* qála man yúhyi l-’idama wa hiya ramím* 78/ qul yuhyíha l-ladzí ánshaahá áwwala márratin wa huwa bikúlli jálqin ‘alím* 79/  al-ladzí yá’ala lakum mi ash-sháyari l-ájdari náran faidzá ántum minhu túqidún* 80/ a wa láisa l-ladzí jálaqa s-samáwati wa l-árda biqádirin ‘alá an yájluqa mízlahum* balá wa huwa l-jalláqu l-’alím* 81/ innamá ámruhu idzá aráda shái-an an yaqúla lahu kun* fayakún* 82/ fasubhána l-ladzí biyádihi malakútu kúlli shái-in wa iláihi turya’ún* 83.

 

 

“¿Es que no ve el ser humano que lo hemos creado a partir de una gota de esperma?, y he aquí (que se convierte en) un contrincante claro 77/ e inventa símiles de Nosotros, y olvida su creación, dijo: ¿Quién va a devolver la vida a los huesos cuando ya estén pulverizados? 78/ di: les devolverá la vida El que los hizo la primera vez, y El es de todo (acto) creador, conocedor 79/ El que ha hecho para vosotros a partir del árbol verde fuego, y he aquí que vosotros lo encendéis 80/ ¿es que El que ha creado los cielos y la tierra no podría crear otros semejantes?, efectivamente, El es el Creador Sabio 81/ sólo su orden, cuando quiere algo, es decir: Sea, y es 82/ por encima de todo pensamiento está Aquel en cuyas manos está el Malakút de toda cosa, y al que seréis devueltos” 83.

 
 

      No obedezcas a los hombres, no te sometas a ellos, no los hagas tus dioses, libérate de la opresión del hombre: a wa lam yára l-insánu anná jalaqnáhu min nútfatin, “¿es que no ve el ser humano que lo hemos creado a partir de una gota de esperma?”. Es como si nos dijera: ese hombre que te asusta, que te convence, que te entristece, ese hombre al que sin darte cuenta divinizas porque le están atribuyendo un poder que no tiene, ese “ser humano” (insán), ¿no ves que ha sido creado, como tú, a partir de una gota de esperma (nutfa)?. La nutfa, ese origen humilde, ese líquido que el hombre tiene por vil e insignificante, es su materia prima. Si profundizas aún más en esa nutfa, descubrirás al final que no es nada. Llega un momento en el que no descubres mas que un vacío, origen de todo, fuente de todo. Es en ese vacío donde actúa Allah, y aparece entonces la exuberancia del universo. Pero si no fuera por Allah, no habría nada, ni tan siquiera la insignificante nutfa a partir de la cual se desarrolla el insán, su raíz más remota a la que le está permitido a sus sentidos llegar. ¿Y qué es la nutfa sino un líquido, y además un líquido carente de todo valor para el hombre?, ¿en qué es tenida la nutfa?: en nada. El hombre ha nacido de algo que el mismo desprecia: un punto líquido, como dicen los comentaristas del Corán. Nutfa es eso, la referencia a los orígenes humildes que todo ser humano puede reconocer para su especie. Y a partir de ese “punto líquido” el hombre desarrolla todo su ser, faidzá huwa jasímun mubín, “y he aquí (que se convierte en ) un contrincante claro”. El káfir es ese jasím, ese oponente que sólo puede serlo cuando se ha aislado de la creación y entiende que existe un enfrentamiento entre él y cuanto le rodea. El káfir se endiosa apartándose, el múmin se agiganta reuniéndose con la existencia. Por ello, el Corán aquí recuerda al hombre sus orígenes: nada hay más ridículo que un dios hecho de semen, y nada hay más noble que el que lo transciende todo hasta convertirse en ser soberano, y no en fantoche.

 El káfir es un jasím mubín, un contrincante cierto: wa dáraba lana mázalan wa násia jalqah, “e inventa símiles de Nosotros, y olvida su creación”. El mázal, la imagen, el símil, es aquí la representación que el hombre se hace de Allah. El hombre inventa el mázal, creyendo poder imaginar a Allah, y olvida su origen (su creación, su jalq): ¿cómo puede él condicionar a Allah?. El es el que ha sido condicionado por su Señor, y no a la inversa. No se trata de imaginar a Allah; sino de volverse hacia El, y esperar de El. El mázal es lo peor que puede hacer el ser humano (una de las etimologías de la palabra insán la hace remontar a la raíz nasia, olvidar: el hombre, esencialmente, olvida porque es nada; por ello “conocer” es recordar, y en ese sentido, el Corán es Dzikr, recuerdo y memoria). Si el hombre recordara su jalq, el momento en que es concebido, a partir de entonces no se atrevería a fabricar un mázal para Allah, que es absolutamente libre, ajeno a todo lo que el hombre pueda imaginar, y el hombre sólo puede imaginar dentro de sus propios límites, e impone esos límites a lo pensado: por ello, todo discurso acerca de Allah es vano, sólo se puede señalar constantemente su trascendencia.

 

     El káfir, después de imaginar a Allah, después de concebirlo según sus propias limitaciones y obsesiones, después de haber elaborado su mázal, qála mán yúhyi l-’idáma wa hiya ramím, “dijo: ¿Quién va a devolver la vida a los huesos cuando ya estén pulverizados?”, considerando a Allah incapaz de lo que él es incapaz. El mensajero (el múrsal) le está anunciando que todo ha de volver a Allah, y el káfir sonríe con sorna y dice: ¿Quién va a devolver la vida a los muertos?. El káfir señala los restos de los hombres, sus ‘idám (huesos) que está carcomidos (ramím), y no recuerda el origen sorprendente de todo eso, la Nutfa que no era nada y de la que Allah hizo al hombre. Por ello, el Corán ordena al múmin qul yúhyiha l-ladzí ánshaaha awwala márra, “di: les devolverá la vida El que los hizo la primera vez”, así es como rompe el esquema metal del káfir, destruye la lógica de su mázal con el que atribuía incapacidad a Allah, le está recordando que cuando él era aún más incapaz, cuando ni siquiera existía, Allah lo hizo surgir de la nada, ¿qué puede impedir a Allah hacer lo que quiera?: wa huwa bikúlli jálqin ‘alím, “y El es de todo (acto) creador, conocedor”, El, Allah, sabe crear, es ‘Alím, el que está dotado de la verdadera ciencia (‘ilm), aquella a la que nada escapa. Allah conoce la medida de todo jalq, de toda creación, y El sabe recrear, El llega a lo que el hombre es incapaz de intuir. Lo importante es que el hombre volverá a Aquél que lo ha creado, y la muerte es el paso decisivo en ese retorno. Y nada habrá de impedirlo por mucho que el káfir se fije en el polvo inerte en el que se han convertido los que antes eran seres vivos, y piense que todo ha concluido porque sea incapaz de trascender el espectáculo que le ofrece el mundo. El káfir siempre se mantendrá en esa superficie, no comprendiendo el significado último de lo que significan las palabras wa huwa bikúlli jálqin ‘alím.

 

     La pregunta era: ¿quién devolverá la vida a los huesos carcomidos?. La primer respuesta ha sido tajante y cortante: el mismo que los hizo por primera vez. ¿Qué se lo impedirá?, ¿vuestra lógica de las cosas?, ¿vuestro mázal?. Pero aún sigue otra respuesta: alladzí yá’ala lakum min ash-sháyari l-ájdari náran faidzá ántum minhu túqidún, “el que ha hecho para vosotros a partir del árbol verde fuego, y he aquí que vosotros lo encendéis”. La traducción es muy forzada porque el texto es rico en significados, y es imposible contenerlos en una frase bien compuesta. En primer lugar, el Corán invita al asombro ante un hecho ordinario que debiera ser motivo de reflexión: todo contiene su contrario, la nada contiene al todo, y el todo es nada, la vida surge de la muerte, y en la muerte hay vida. Para ello, el Corán ya nos había hablado del esperma, que es nada, en el que está el hombre en su totalidad, pero a su vez el hombre, en toda su grandeza es nada, algo efímero y fugitivo. Y ahora nos habla del árbol, que está verde, por sus entrañas fluyen líquidos, su savia, es algo vivo, pero en sí contiene aquello que lo destruye, el fuego: su madera es fuego en potencia. Con esa realidad aparentemente contradictoria, vosotros calentáis diariamente vuestros hogares, y de lo que cocináis, os alimentáis, y he aquí nueva vida. Ciertamente, Allah es ‘Alim, es sabedor de una ciencia cuyas implicaciones el hombre no puede abarcar: la vida y la muerte, la nada y el todo, están en sus manos, El guía con su saber esa inmensidad, y su sutileza no deja nada fuera. ¿Quién puede juzgar a Allah?: de lo vivo extrae lo muerto, de lo muerto extrae lo vivo, y sus procesos y significaciones no los puede advertir el káfir. Sólo el múmin, el que “se ha puesto frente a la puerta de Allah y se ha extinguido en su Recuerdo”, sólo ese es capaz de intuir lo que Allah comunica al hombre a través de los mensajeros, su corazón reconoce las palabras y late con ellas, las asimila donde deben ser asimiladas, en sus secreto, en la intimidad más profunda de sus entrañas. Es en ese recóndito lugar donde comprende como el árbol verde (ash-sháyar al-ájdar) muere en su propio fuego (nar) para resucitar en una nueva vida cuyos pasos sólo Allah guía. Y sabe con ello, que él mismo es ese árbol verde. Y sabe que todo ha de volver a Allah por donde Allah nos conduzca. Y sabe que nada puede detener a Allah, porque no existe nada que pueda hacerlo.

 

     Mientras el káfir elabora su mázal, el múmin se sumerge en la dimensión indefinible de Allah, contempla la belleza de esa inmensidad ante la que renuncia a toda equiparación. Ante él se muestra el poder creador a partir del cual emerge el universo que lo asombra, ¿cómo poner barreras a Allah?: a wa láisa l-ladzí jálaqa s-samawáti wa l-árda  biqádirin ‘ala an yájluqa mizlahum, “¿es que El que ha creado los cielos y la tierra no podría crear otros semejantes?”: todo está en sus manos, y es lo que El quiera que sea; nada le impone algo a lo que deba someterse: balá wa húwa l-jalláqu l-’alím, “efectivamente, El es el Creador Sabio”, utilizando un intensivo de Jáliq, Creador, Jalláq, y recordándonos su Ciencia, su ‘ilm, por lo que lo llamamos ‘Alím, Sabio, el que está dotado de ‘ilm verdadero. El universo es para el múmin ese Signo Claro en el que no puede dejar de ver la Acción de Allah, mientras todo lo que no es Allah desaparece en su precariedad: ínnamá ámruhu idzá aráda sháian an yaqúla lahu kun fayakún, “sólo su orden, cuando quiere algo, es decir: Sea, y es”. Cuando Allah quiere algo (idzá aráda sháian) sólo tiene que ordenarle (ámruhu) que se forme, y el deseo de Allah se cumple, sin necesidad de nada, ni instrumento, ni materia, ni acción. Le dice: kun, sea, y el Káun, el universo, aparece (fayakún). El Poder de Allah (Qudra) no es dado a la imaginación del hombre, como tampoco es dada su Ciencia (‘Ilm): sus significados transcienden lo que podamos entender sobre esos temas. Allah se retrotrae siempre ante cualquier análisis, escapa a las miradas, El y todo lo que es El. Por que aquí tenemos otro elemento, su Palabra, su Orden (Amr) que es el espacio intermedio entre Allah y el objeto creado. A esa dimensión se le llama Malakút, ahí donde está la expresión de Allah, el mundo en el que el hombre lo encuentra. Es el universo al que se asoma el múmin con su corazón, el lugar de las Palabras creadoras de Allah, las luces con las que ilumina la nada, el reino de los Maláika, el puente entre el Uno-Unico y la pluralidad de la existencia. Ese Malakút habitado por todo lo que inspira al hombre, por todo lo que crea en él algo que lo hace trascender, ese cielo de Allah al que escala la intención del ser humano, pertenece a un orden de la realidad para el que los sentidos ordinarios no sirven: ¿qué oído podría captar el sonido de la Palabra de Allah?, ¿qué ojos pueden ver las formas de los Maláika de luz?, ¿con que manos tocar lo que carece de dimensiones?. Se trata del mundo del Corazón donde se produce la Revelación, donde es descorrido el velo que impide ver a los ojos del káfir.

 

     Las últimas palabras de la Sura no pueden tener una mejor resonancia: fasubhána l-ladzí biyádihi malakútu kulli sháiin wa iláihi turya’ún, “por encima de todo pensamiento está Aquél en cuyas manos está el Malakút de toda cosa, y al que seréis devueltos”.