Tafsir al-Qur'ân

Sura Yâ-sîn

'ABD L-WAHID ONTIVEROS

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4ª parte

 

68/ wa ma ‘allamnáhu sh-shí’ra wa ma yánbaghi lah* in huwa illá dzíkrun wa qur-ánun mubínun 69/ liyúndzira man kána háyyan wa yahiqqa l-qáulu ‘ala l-káfirin* 70/ a wa lam yárau anná jalaqná lahum mimmá ‘ámilat aidína an’áman fahum lahá málikun* 71/ wa dzallalnáha lahum faminha rakúbuhum wa minha yákulun* 72/ wa lahum fíha manáfi’u wa mashárib* a falá yashkurún* 73/ wa ttajjadzú min dúni lláhi álihatan la’állahum yunsarúna 74/ la yastati’úna násrahum wa hum lahum yúndun múhdarún* 75/ falá yahçunka qáuluhum* inná ná’lamu ma yusirrúna wa ma yú’linún* 76/

 

 

“y no le hemos enseñado poesía, ni le conviene, ciertamente, es Dzikr y Corán claro 69/ para que adviertas al que está vivo y se cumpla la Sentencia contra los Káfirin 70/ ¿es que no ven que hemos creado para ellos lo que han hecho nuestras Manos, bienes de los que no son propietarios? 71/ se los hemos sometido, de unos (se sirven) a modo de monturas de otros se alimentan 72/ y tienen en ellos provecho y bebida, ¿es que no se van a mostrar agradecidos? 73/ adoptan, aparte de Allah, álihas, tal vez los socorran 74/ no pueden ayudarlos, son ellos los que (se convierten) para los (álihas) en un ejército preparado 75/ que no te entristezcan sus palabras, Nosotros (Allah) sabemos lo que guardan en secreto y lo que manifiestan en público 76/

 

 
        Este último apartado de la Sura condensa todo lo dicho hasta aquí. En una sucesión rápida de alusiones, el Corán se va a referir al Wahy (la Revelación) describiendo su naturaleza distinta a la de la intuición o inspiración, hablará también de la Uluhía, es decir, la dimensión transcendente de Allah que lo hace inabarcable al pensamiento pero a la vez es el secreto íntimo de su Unidad y de su Voluntad creadora, y volverá a recordarnos el Ba’z y el Nushúr, el destino de los seres humanos junto a Allah, origen, soporte y meta de la vida. Todo ello a base de signos entrecortados, esbozos de grandes temas que van acompañados de expresiones intensas capaces de conmocionar a los corazones atentos. El Corán pretende, no ofrecer datos, sino mas bien despertar en el hombre significados que guarda en sus entresijos, como si la fugacidad eterna de sus palabras tuviera la misión de iluminar zonas ocultas y, al verlas repentinamente, el ser humano pudiera recuperar sus implicaciones. Este poder revelador del Corán está resumido en las pocas palabras con las que concluye la Sura: “Infinitamente por encima de todo pensamiento está Aquél en cuya manos están las llaves de todas las cosas, Aquél al que retornareis”.

 

        En esta recapitulación debemos recordar las primeras palabras de la Sura: “Ya-Sin, por el Corán al-Hakim; ciertamente, tú eres uno de los mursalín, estás sobre un Sendero Recto, Sirat Mustaqím, Revelación del que es ‘Açíç-Rahím”. Esas cadencias inaugurales nos introducían en el verdadero ritmo del Corán cuyo manantial era la ‘Içça, el Poder, la Fuerza, una ‘Içça que a la vez era Rahma, voluntad de vida, deseo de conferir vida. Así, el Corán que tenemos entre las manos “desciende” (Tançíl) de esos dos fundamentos por los que calificábamos a Allah de ‘Açíç-Rahím. Por esa intensa combinación de ‘Içça y Rahma que mutuamente se matizan, el Corán es Sabio-Hakím. Su sabiduría (Hikma) es su capacidad transformadora que alcanza a lo más íntimo del ser humano. Este poder revulsivo es al que ahora se refiere la Sura: wa ma ‘allamnáhu sh-shí’ra wa ma yánbaghi lah, “y no le hemos enseñado poesía, ni le conviene”. Allah no ha enseñado (ma ‘állama) poesía (shi’r) a su mensajero. La poesía, el shi’r, es intuición de la belleza, inspiración en ella, un acto con el que el ser humano transciende la simple palabra, la adorna, la hermosea, completando el acto creador de Allah tal como nos fue enseñado en otro lugar de esta misma Sura: Allah no sólo posibilita la vida, sino que la hace crecer y la embellece. Esa poesía del hombre expresa su voluntad de alzarse; el shí’r es manifestación de su sensibilidad (shu’úr), su capacidad de emocionarse, de sentir como se eriza su pelo (sha’r) ante la creación de Allah. Pero el Corán no es shí’r, no es fruto del hombre inspirado; el Corán es Wahy, Revelación de Allah, es invitación y respuesta de Allah: el movimiento es inverso, mientras la poesía eleva al hombre, el Wahy es descenso (Tançíl), es el acto por el que Allah se comunica al hombre retirando velos. El Corán no brota de un manantial humano, de un shu’úr o sensibilidad creada, sino que su fuente es Allah mismo, Palabra increada de Allah, sonido eterno, vibración eterna, convertida en palabras y sonidos que el hombre sepa reconocer, como a los mensajeros, que son báshar, seres humanos, palabras y sonidos con los que pueda vibrar remontándose a su Origen, transcendiéndolo todo. Allah no ha enseñado poesía a su mensajero, y la poesía no le conviene (la yánbaghi lah): el shí’r es reacción, el Wahy es contemplación. La Nubuwwa, la profecía, exige un corazón calmado, firme, capaz de contener lo que no podrían sostener las montañas si fuera depositado sobre ellas, como enseña el Corán. La Nubuwwa se asienta sobre un Sirát Mustaqím, un Sendero Recto para la Humanidad, y no se inclina ante nada, ni va y viene con las ilusiones y modas del momento, como sí hace la poesía. La Nubuwwa significa permanencia en Allah: in huwa illa dzíkrun wa qur-ánum mubín, “ciertamente, es Dzikr y Corán claro”, la Revelación es correr el velo que impide a la memoria recordar a Allah; la Revelación es una recitación (Qur-án), una Palabra efectiva capaz de transformar; es clara (mubín), manifiesta, no distorsionada por ninguna pasión. El Corán no es shí’r, por noble que sea, al menos a veces, la poesía, sino que pertenece a otro género, al de la palabra comunicadora de vida: litúndzira man kána háyyan wa yáhiqqa l-qáulu ‘ala l-káfirin, “para que adviertas al que está vivo y se cumpla la Sentencia contra los káfirín”, el Wahy es expresión de ese doble aspecto de Allah que es ‘Içça y Rahma, Poder y Amor; la Rahma habitará en el vivo (hayy) y la ‘Içça se realiza contra los káfirin, los que se han alejado de Allah. El Corán es cumplimiento. Es un mensaje (Risála) dirigido al que está vivo (hayy), es decir, aquél que tiene corazón que late, (el que “teme” a Allah en su intimidad, es decir, lo siente, y atiende al recuerdo, despierta al Dzikr, como hizo el hombre que emergió de las profundidades de la ciudad), mientras que por otro lado supone la confirmación del que vive aislado (el que existe entre sus propios muros, encadenados por sus limitaciones) que tampoco atenderá a la Palabra de Allah, a su llamada, ya implícita anteriormente en sí mismo y en cuanto le rodea, el káfir.

 

        Por otro lado, el Corán no deja de llamar nuestra atención hacia los signos (Ayát) de Allah, de los que es reflejo la palabra inteligible. El Universo significa que Allah es Uno y que todo vuelve a El como de El proviene, y El lo sostiene. Allah es el principio, el medio, y el final de todo cuanto existe: a wa lam yaráu, “¿es que no han visto...”, es decir, ¿es que no ven...?; los Signos-Ayát de Allah son el Universo visible, lo que el hombre contempla cada vez que abre los ojos. No nos pide el Corán que nos perdamos en pensamientos alambicados para conocer a Allah, nos invita a ver el mundo, y en el mundo, en lo inmediato, está lo que nos reconducirá a Allah. Quien mira con ojo penetrante, vislumbra su Presencia Absoluta. En cada átomo está el milagro del Rabb, de su Señor. El texto continúa diciendo: a wa lam yárau anná jalaqná lahum, “¿es que no ven que hemos creado para ellos...?”, el hombre (Insán) es califa (jalífa), destino de la creación entera (al-jalq): el universo se exhibe ante el ser humano para que este recoja con su inteligencia (‘aql) su significado que es Allah. Si el mundo, la existencia, tiene un sentido es porque lo tiene para el hombre, ése es el secreto de su destino. El hombre recibe en su seno el universo porque es capaz de aprehenderlo, y es precisamente esa facultad la que demuestra que el universo da algo, comunica un mensaje. Esa comunicación es la causa de “su creación para” el ser humano. Y el texto continúa: a wa lam yárau anna jalaqná lahum mimmá ‘ámilat aidína, “¿es que no ven que hemos creado para ellos lo que han hecho nuestras Manos...?”, es decir, Allah ha obrado con sus Manos, con sus dos Manos que son el Poder y la Sabiduría, la Fuerza y el Amor, para el Hombre. Lo que El ha hecho lo ha puesto a disposición del Ser Humano, para que recoja de ese acto el mensaje que comunica, todo ello es signo de amor y estima, es Takrím, señal del alto rango de la criatura creada con barro de alfarero. Al hacer receptivo al hombre, Allah posibilita su crecimiento y manifiesta con ello su Rahma hacia él. Todo cuanto ha creado Allah “con sus Manos” es para el hombre: la imagen pretende sugerir proximidad, hace intuir un vínculo estrecho e íntimo, explica al ser humano la “intención” de Allah. El califa, la criatura soberana, el hombre que actúa en el mundo, que aprovecha cuanto existe, que penetra con su entendimiento hasta los significados más profundos de lo que le rodea, aquél para el que todo es de utilidad, ese es el “destino” del Universo. Desde el momento en que el hombre es permeable, todo el mundo entero, cobra sentido en él. El es la conciencia de la creación: sin el hombre, la existencia carecería de finalidad; él es su finalidad, el punto donde se cierra el círculo, el momento en el que se aclara todo. El hombre es la sabiduría del Universo, dota a todo de significado y justifica su existencia. Sin el hombre, el Universo es una nebulosa, un absurdo. El ser humano no debe buscar el “sentido” de la vida; él es ese sentido, y él es el que da sentido. Al hacerlo, al reconocer su propio ser, su propia grandeza, al sentirse meta de Allah, se convierte entonces en califa.

 

        El hombre ha sido querido por Allah. Ese es el punto de partida; y el hombre se vuelve hacia Allah, universalizándose: ese es el cumplimiento de su ser. Sitiado entre Allah y Allah, el hombre crece. Todo ha sido dispuesto para ese crecimiento, y en todo hay signos en los que el hombre se reconoce, se aprehende.

 

        El texto continúa: a wa lam yárau anná jalaqná lahum mimmá ‘ámilat aidína an’áman fahum lahá málikun, “¿es que no ven que hemos creado para ellos, de lo que han hecho nuestras Manos, bienes de los que son propietarios?”. Allah es Creador de lo que el hombre considera suyo, de lo que es Málik, propietario. Ha creado para él los An’ám, término que en general designa todo bien (en singular Ni’ma), todo aquello en lo que hay beneficio para el hombre y el hombre sabe aprovechar; en sentido más restringido designa a los rebaños de ganado, los animales que se han dejado domesticar por el ser humano. Lo que el hombre encuentra que es Ni’ma para él, aquello de lo que disfruta, de lo que se alimenta, de lo que se enorgullece, todo lo que le “afirma” (Ni’ma viene de la misma raíz que Na’am, sí), le viene de Allah. Nada de ello es fruto de un acto creador del hombre (que nada puede crear a partir de la nada) sino que lo ha encontrado, y además lo ha encontrado “sumiso” a él, preparado para él. Pero incluso su capacidad para aprovecharlo no ha sido creada por él, le ha venido dada. Todo lo que no es producto de un artificio emerge del Querer de Allah, pero también los productos del artificio son suyos al haber sido El el Creador de sus causas. El hombre, lo que el hombre ha encontrado, lo que el hombre hace, todo está en el círculo de Allah. Corresponde al hombre hacer uso de lo que Allah le ofrece, activar lo que Allah ha dispuesto en él, ejercer su reino (Mulk), y desentrañar los signos. El káfir, el que se limita a la superficie, el que no va más allá de lo que emerge de la Voluntad de Allah, el que no quiere o no puede acceder al mundo unitario interior, se convierte en tirano, en destructor. El múmin retorna, con el universo, a Allah, se conjuga a sí mismo con el verbo creador de Allah. Para él, los rebaños de animales son An’am, auténticos bienes de su Señor: es su verdadero propietario, el Málik, los posee porque no desperdicia nada de ellos. Cuando el múmin observa su ganado, cuando medita en lo que tiene, advierte que no es suyo, no lo ha creado; para él es obsequio de Allah, como presente que se ha hecho a un sultán. La diferencia, el honor con el que ha sido coronado, lo alza, lo emancipa de toda esclavitud. No se convierte en esclavo de los ganados, como hace el káfir, al que el regalo de Allah ha hecho codicioso y avaro, no ha sabido comprenderlo y transcender su significado.

 

        La incapacidad para comprender el Universo, la impotencia que hace permanecer al hombre en la superficie de la existencia, es llamada por el Corán “ingratitud”, es decir, kufr. El kufr se opone al shukr, el agradecimiento. Shukr es sabiduría, es reconocer. Agradecer algo es percibir su Ni’ma, su carácter de obsequio hecho al hombre. Hay una estrecha vinculación entre el Imán y el Shukr. El múmin capta la bondad que subyace bajo lo que le es dado, descubre a Allah en todo aquello que encuentra a su alcance. Cuando descansa, come o bebe, presiente a Allah reconfortándolo: wa dzallalnáha lahum faminha rakúbuhum wa minha yákulun, “se los hemos sometido, de unos (se sirven) a modo de monturas, de otros se alimentan”. Los An’ám, los rebaños de animales que Allah ha puesto a disposición del ser humano, han sido “domesticados” (dzállala) por Allah para el hombre: si El no lo hubiera permitido, si su sabiduría no lo hubiera preparado, ¿qué fuerza tiene el hombre para imponerse a nada?. El musulmán relativiza su capacidad en Allah, mientras que el káfir la cree absoluta porque sólo ve a los animales que domina. El múmin ve el acto de Allah, es El el que lo rige todo, y no el hombre; es Allah el Señor de los Mundos, el verdadero Dueño, y no nadie aparte de El. Cuando se sirve de ciertos An’ám como montura (rakúb), cuando se alimenta (yákul) de ellos, comprende que todo le viene de quien atiende a sus necesidades, de quien lo creó y no deja de proveer para su vida. Cada instante es para el musulmán recepción de un obsequio, una Ni’ma se su Señor-Uno. Hacia donde se vuelva, encuentra que todo le reconduce a su Señor, a aquel del que proviene, aquel que es su fuente, el origen de su vida, el alimento de su vida, el destino de su vida.

 

        Continúa el texto: wa lahum fiha manáfi’u wa mashárib, “y tienen en ellos provecho y bebida”. En esos An’ám halla el hombre infinidad de utilidades (manáfi’), incluso bebe de ellos su leche abundante (mashárib). El nómada que depende de modo inmediato de sus animales comprende mejor que nosotros las alusiones que contiene el texto. Nuestras sociedades procuran mantenernos lejos del origen de lo que nos alimenta, nos ha desconectado de lo que nos sustenta: somos servidos en supermercados que nos abastecen con sucedáneos extraños, perfectamente envasados, deformados de tal modo que son irreconocibles. Una nueva estética se impone que nos aísla cada vez más de Allah, de la fuente verdadera de toda vida. Esa es la estrategia del káfir; pocas cosas lo definen mejor que la evidencia del mundo absurdo que construye, un mundo del disimulo, un mundo donde las grandes verdades (la vida, la muerte) son camufladas porque son hirientes, porque son signos claros. Quien logra descifrar esos signos, inmediatamente se ve obligado a salir del mundo káfir, abandona sus engaños, se ríe de sus gestos huecos. Pero Allah está en todo, su verdad todo lo sostiene, y cuando se muestra un destello, todo lo falso se desvanece, y el hombre recupera su cordura, se reconoce.

 

        El mundo es para los seres humanos un cúmulo de manáfi’, de cosas que aprovechar. Esos manáfi’ les han sido brindado (el ser mismo les ha sido obsequiado, es Ni’ma de Allah), y dice el texto: a falá yashkurún, “¿es que no se van a mostrar agradecidos?”. El agradecimiento (shukr) es la señal de que se comprende el valor de algo. Pero el káfir se queda en la superficie y no sabe agradecer (la yáshkur), no sabe valorar lo que le es dado. Al no reconocer a Allah, al no serle agradecido, al no saber que es El el que mantiene y alimenta su vida, al creer fortuíto lo que le rodea, se apodera de él miedo, la angustia, el temor a perder aquello que cree haber conseguido únicamente gracias a su ingenio: se hace entonces avaro, codicioso, insolidario. Es esa desesperación la que empuja una y otra vez al káfir a la mentira y el autoengaño. Su mundo es lo efímero y lo inmediato, que siempre lo frustra, que siempre se está esfumando ante él, y por ello inventa modos para retenerlo, camuflarlo, y busca alejarse de la vida y de la muerte, encerrarse en una torre y rodearse de muros protectores, que son murallas que acaban cegándolo: “en sus cuellos llevan argollas, ante ellos y trás ellos hay diques...” ¿no era eso lo que la Sura decía al principio cuando los describía?. Esa es la ignorancia (yahl) a la que nos referíamos, ignorancia que es sinónimo de barbarie. Ese hombre aterrorizado es creador de monstruos.

 

        El káfir engendra dioses. Necesita dar consistencia a su mundo superficial, y para ello recurre a los mitos. Los ídolos, hijos del hombre, son el sustituto con el que el káfir quiere calmar su sed, pero nacen del yahl, la ignorancia. El Corán dice: wa ttájadzú min dúni lláhi álihatan la’állahum yunsarún, “adoptan, aparte de Allah, álihas...tal vez los socorran”. El término “adoptar” (ittájadza) es elocuente de por sí. También tiene el sentido de “acudir”, “buscar refugio”. El káfir quiere  reestructurar  el universo, modelarlo, porque para él carece de sentido. Inventa religiones, mitos, supersticiones, ideologías, filosofías,...todo ello en el vano intento de dar firmeza a lo que es fugaz y huidizo. El Islam no tiene nada que ver con eso, al contrario, es su antídoto: hunde sus raíces en el shukr, en la percepción inmediata del valor de la vida y cuanto la sostiene, y es eso lo que desvela a Allah, y en Allah todo se conjuga más allá de lo esquivo, no como concepción de algo absoluto producto de la razón, sino como superación de los límites que componen la existencia. El Islam devuelve a una vibración que es la que lo fundamenta todo, y en ella lo efímero y lo eterno son caras de una misma moneda. Pero eso sólo puede hacerlo quien está dotado de Imán, e Imán no es fe, sino verdadera apertura a los significados de todas las cosas, es abrirse a Allah, abrirse a las posibilidades de la existencia, y beber de ellas. El Imán es la capacidad universalizadora del hombre, esa capacidad con la que es capaz de transcenderlo todo, de transcender incluso los dioses que inventa para perseguir lo inalcanzable: Allah. Los kuffar han adoptado (ittajadzú) álihan (plural de Ilah, aquello a lo que el hombre reverencia porque le da consistencia a su mundo). Ilah es en lo que el ser humano deposita confianza. El Islam enseña que LA ILAHA ILLA ALLAH, no hay mas Ilah que Allah: ¡en nada puede reposar, mas que en Allah! Allah es el Ilah de la Gente, la verdad que busca el hombre, pero el káfir inventa, confía su ser a lo que no es Allah, a dioses de los que hace álihan, es decir, les confiere lo que es exclusivo de Allah, y en esas seguridades busca sosegar su desazón, pero es frustrado: la’allahum yunsarún, “tal vez sean auxiliados”, engendran alíhas con la esperanza de obtener una victoria (nasr), de ser reforzados cuando su destino es perecer, cual es el destino de todo lo creado. El káfir ha inventado el mito de la inmortalidad, porque necesita afianzarse, y sus dioses son las quimeras de esa inmortalidad. Pero hasta sus dioses se esfumarán, porque todo lo creado debe extinguirse. Sólo Allah permanece, sólo el que estaba antes, el que lo precede todo, el que es inalcanzable por el hombre, sólo El está fuera de las cadenas de la existencia. A Allah no hay que inventarlo, no hay que engendrarlo, a El sólo cabe entregarse (Islam). El Islam no es una operación intelectual, no es una doctrina, no es una fe, es simplemente abandonarse al que todo lo ha creado sin querer encadenarlo, sin querer imaginarlo.

 

        Kuffar son los que han adoptado álihas a parte de Allah (min dúni llah, que también podría ser traducido: “por debajo de Allah”, no aludiendo a una jerarquía, sino a la imposibilidad de llegar a Allah). Su intención es la de poner orden en su mundo, triunfar (la’állahum yunsarún), y es ese objetivo el que les hace fracasar, porque a Allah se le busca por sí mismo, sin condiciones: la yastati’una nasrahum, “no pueden ayudarlos...”, esos dioses, esas ficciones, esos artificios, no pueden socorrer al hombre porque son tan inconsistentes como él. Al contrario: wa hum láhum yúndun múhdarún, “...son ellos los que (se convierten) para (los álihas) en un ejército preparado”, ellos, los hombres, acaban siendo sometidos por sus propios engendros, se transforman en ejército (yund) siempre dispuestos (muhdarún), siempre “presentes” para servir a sus dioses fruto de sus elucubraciones. El káfir es esclavo de sus propios artificios, es denunciado por ellos, se convierte en servidor leal de aquello en lo que desea liberarse de la pesada carga de su existencia. Los dioses les proporcionan certezas que les ciegan, por ello: falá yahçunka qáuluhum, “...que no te entristezcan sus palabras”, que la ceguera de la mayor parte de los hombres no te impida seguir adelante en tu camino, como su pueblo no le impidió “al hombre que surgió de lo más profundo de la ciudad”  avanzar hacia Allah. Que no te entristezcan  (la yahçunka) sus palabras, la sentencia que lacen contra tí (qául), lo que ellos digan, porque el Qául verdadero es el del Allah: inná ná’lamu ma yusirrúna wa ma yú’limún, ”Nosotros (Allah) sabemos lo que guardan en secreto y lo que manifiestan en público”. Es Allah el que domina todos los ámbitos; sabe (yá’lam) lo que el hombre porta en su secreto (ma yusirr), conoce su naturaleza interna, y lo que surge de ella, lo que hace público (ma yú’lin). Ahora, al revelársete te revela el verdadero ser del hombre, te comunica los entresijos que conforman su conciencia, y sabes ahora lo que motiva los comportamientos. No te dejes confundir, pues, y da firmeza a tus pasos. No te abandones a la tristeza (huçn) ni a la desesperación: Allah está contigo desde el momento en que te has abierto a El y has renunciado a los álihas. O ¿es que vas a hacer de los hombres dioses que guíen tu destino?.

 

5ª parte