Tafsir al-Qur'ân

Sura Yâ-sîn

'ABD L-WAHID ONTIVEROS

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3ª parte

 

Inna as-hába l-yánnati l-yáuma fi shúglin fákihuna 55/ hum wa açwáyuhum fi dilálin ‘ala l-aráiki muttakiún* 56/ láhum fíha fákiha* wa láhum ma yadda’úna 57/ salám* qáulan min rábbin rahím* 58/ wa mtáçu l-yáuma áyyuha l-muyrimún* 59/ a lam á’had iláikum yá baní ádama an la tá’budu sh-shaitána innahu lakum ‘adúwun mubínun 60/ wa an u’budúni* hadza sirátun mustaqím* 61/ wa láqad ádalla minkum yíbillan kazíra* a falá takunu ta’qilun* 62/ hádzhi yahánnamu l-latí kumtum tú’adúna 63/ isláuha l-yáuma bima kúntum takfurún* 64/ al-yáuma nájtimu ‘alá afuáhihim wa tukallimuná aidíhim wa táshhadu aryúluhum bima kanu yaksibún* 65/ wa láu nasháu látamasna ‘alá á’iunihim fastabaqú s-siráta faanná yubsirún*66/ wa láu nasháu lamasajnáhum ‘ala makánatihim famá stata’ú mudíyan wa la yaryi’ún* 67/ wa man nu’ammirhu nunánkishu fi l-jalq* a falá ya’qilún* 68/

 

 

“ciertamente, las gentes del Yanna, hoy, están en una ocupación agradable” 55/ ellos, con sus esposas, a la sombra, sobre divanes, estarán recostados 56/ tienen en ella frutos, y tendrán cuanto deseen 57/ ¡Paz!, es la palabra que les llega de un Rabb Rahím 58/ y (vosotros), separáos hoy; vosotros, los muyrimún 59/ ¿acaso no os he avisado oh hijos de Adam que no adorárais a Shaytán? ciertamente, él es vuestro enemigo declarado 60/ sino que es a Mí a quien debéis seguir, éste es un sendero recto 61/ ha confundido, de vosotros, a muchas generaciones, no seréis (vosotros) sensatos? 62/ esto es Yahannam, que os fue prometido 63/ abrasáos, Hoy, en ella a causa de vuestro kufr, 64/ Hoy, sellaremos sus bocas, nos hablarán sus manos y darán testimonio sus pies acerca de aquello que lograron 65/ y si quisiéramos, les cegaríamos los ojos y se arrastrarían buscando el camino, pero ¿qué podrían ver?” 66/ si quisiéramos, si hubiéramos querido, los hubiéramos fijado en su sitio y no podrían avanzar ni retroceder 67/ y a quién hacemos avanzar en edad, entonces hundimos su cuerpo, ¿no entrarán en razón? 68/

 
 

         Ahora, el Corán al-Karim nos habla del Yanna, el Jardín al que tuvo acceso Habib an-Nayyar, Habib el Carpintero, el que abandonó los ídolos que esculpía en su nostalgia cuando a sus oídos llegó la Palabra del Amado a través de la lengua de los mensajeros. Habib el Amante salió de lo más escondido de la Ciudad, de lo más profundo, y se alzó al cielo de Allah dejando atrás a sus dioses. Y alcanzó el Yanna de la Paz en Allah. Ese Jardín de delicias es el que va a describir el Corán: es el espacio fuera del espacio, el tiempo fuera del tiempo, en el que el Nafs reconciliado consigo mismo en la pasión del Amor en Allah disfruta del placer del encuentro, resultado de su ‘amal, su esfuerzo en acercarse a su Señor Verdadero, su Dueño Verdadero, ínna as-hába l-yánnati l-yáuma fi shúghlin fákihuna, “ciertamente, las gentes del Yanna, hoy, están en una ocupación agradable”, es decir, están ocupados en su felicidad, es decir, ocupan el espacio del placer. Estas palabras merecen que nos detengamos en ellas aunque sea un sólo instante porque el Corán recurre a términos que deben llamar nuestra atención. En primer lugar, la frase aparece afirmada con la rotundidad del ínna, ciertamente, que otorga consistencia absoluta al enunciado. Las Gentes del Jardín, los As-háb al-Yanna, están Hoy, el Yáum de Allah, ese tiempo sin límites, disfrutando (fákihún), a semejanza del que saborea una fruta (fákiha). La fákiha (fruta) abunda en el Yanna. En casi todas las citas en que se describe el Jardín aparece la fruta como uno de sus elementos más atractivos: sin duda, tenemos que relacionarlo con un valor etimológico de gozo continuado. Este placer va ligado a la alegría ligera (fukáha), sin pesadez alguna, conveniente al nafs. Es un pequeño mundo de significados entrelazados que conviene siempre tener en cuenta, pues ofrece una amplia gama de sensaciones: el Yanna es un espacio de poderosas y gratificantes sensaciones armonizadoras desde un sentido más inmediato (la fruta) al más profundo (la alegría). Este placer es la ocupación (shugl) de los As-sáh al-Yanna: no es espacio para la pesadez, la preocupación, la tristeza o la tribulación, sino de la ligereza de espíritu.

 

        La descripción del Yanna continúa: hum wa açwáyuhum fi dilálin ‘ala l-aráiki muttakiún, “ellos, con sus esposas, a la sombra, sobre divanes, estarán recostados”, ellos (hum) con sus esposas (açwáyuhum), sus parejas espirituales con las que completan su ser, las bellezas eternas en las que reposarán, las huríes de ojos negros. Son sus açwáy, sus parejas, sus correspondencias en el Universo de Allah, que todo lo ha creado en parejas, según ya nos ha enseñado esta misma Sura. Con sus açwáy los seres humanos estarán a la sombra (fi dilálin), protegidos del sol: disfrutarán del Yamál, de la Belleza de Allah, y no estarán expuestos a su Yalál, su Majestad que reduce a la nada. El Yamál, la Belleza de Allah, implica amor hacia El, mientras que el Yalál destruirá a los kuffar, como ya veremos, pero el Yamál corresponde a los As-hab al-Yanna, estarán en la Belleza de su Señor, libres de la influencia de los Atributos del Yalál. El sol es aquí ese rigor, pero ellos estarán a la sombra (dilál). Ellos, los As-háb al-Yanna, junto a sus esposas, estarán bajo árboles deliciosos, ‘ala l-aráiki muttakiún, recostados sobre divanes, imagen del reposo y la calma, de la tranquilidad de espíritu, del sosiego en la realización absoluta del ser. Es la satisfacción suprema del nafs en la intensidad del anhelo del Qalb. Nafs y Qalb se funde en una misma realidad, en una misma vivencia de la unidad en Allah donde todo es cumplido. En el Yanna, láhum fíha fákiha, “tienen en ella frutos”, es decir, encontrarán en el Yanna toda suerte de frutas que saborear. Es el Jardín por excelencia, imagen fuera de este mundo del huerto perfecto en el que todo es placer. El acto de saborear la fruta describe la absoluta satisfacción en todo lo que viene de Allah. Se trata, como el Corán dice en otros lugares, de una fruta siempre distinta, de un sabor renovado. Son el fruto de su ‘amal, de su acción durante la vida, lo que han estado labrando. Pero si algo resume todo lo que han de encontrar en el Yanna es la frase con la que acaba la aya: wa láhum ma yadda’úna, “y tendrán cuanto deseen”. Hallarán en el Jardín todo lo que satisfaga al Qalb, el corazón que desea a Allah, y al Nafs, al individuo en sí. El verbo yadda’ún quiere decir “todo lo que pretendan, todo aquello hacia lo que se inclinan de forma natural”, todo ello es ahora cumplido. Es la satisfacción en Allah, la complacencia en El, tal como dice el Corán en otro lugar a la persona que entra en el Yanna: “¡Alma sosegada! entra en mi Jardín, complaciente y complacida”, satisfizo a Allah y ahora es satisfecha, agradó a su Señor y ahora es colmada por El, buscó a su Creador y ahora ella es la buscada por el Rahmán.

 

        Pero sobre todas las cosas, el Yanna es el lugar de la calma en Allah; ahí los as-háb al-Yanna son saludados: salám, qáulan min rábbin rahím, “¡Paz!, es la palabra que les llega de un Rabb Rahím”. Todo lo que les viene de Allah es Salám, Paz. Salám significa Paz y Salud; en realidad es absoluta falta de conflictos y contradicciones. Viven en Salám de Allah, en su eterna paz que no es quebrantada por nada. Salám es el Jardín: Dar as-Salám, la Morada de la Paz. Es el Qául de Allah en ellos, su Palabra o Sentencia. Ya hemos visto el mismo término al principio de la Sura: el Qául de Allah contra los kuffar: laqad háqqa l-qáulu ‘ala ákzarihim fahum la yúminún, “contra ellos se ha cumplido la Palabra de Allah, y no se abrirán a Allah”. El Qául de Allah es, ahora, el Salám. El Qául es aquello que dice (yaqúl) Allah, y es la Palabra determinante y rectora en el Universo, el imperativo ineludible. Viene de un Rabb (min rábbin), de un Señor (es decir, esa Verdad, esa Energía o Fuerza de la que cada criatura es expresión externa o resultado último), pero en este caso ese Rabb es Rahím, se vuelve hacia el ‘abd, el hombre, con Rahma. Allah mueve a cada hombre funcionando como Rabb suyo, como Señor interior que lo impele. Tu Rabb es Allah en tí, es su fuerza con la que acciona cada uno de los engranajes de tu ser. Tú eres el ‘abd de ese Rabb, eres el resultado de su acción. El es la energía que te alimenta y tú su movimiento en la Creación. Si en tu conciencia, en tu Nafs, en tu saber de tí mismo, te vuelves hacia esa fuente de todas tus energías, encontrarás a Allah como Rahím, y El te procurará el Salám. Si huyes de su Rahma, de su amor, no encontrarás mas que el vacío del fuego. Por ello, aquí, en el Yanna de Allah, sus habitantes sienten el imperativo de ese Rabb Rahím que es un mandato de paz, un saludo que los sosegará para siempre. En su Tafsir, Sayyid Qutb dice que ese Qául de Paz es takrím, es decir, es pronunciado en honor del hombre, es como si lo coronara afianzándolo en su gloria, en su plenitud.

 

        De golpe, sin intervalo alguno, el Corán se vuelve de repente hacia los kuffár: wa mtáçu l-yáuma áyyuha l-muyrimún, “y (vosotros), separaos hoy; vosotros, los muÿrimún”. Esta orden impone a los kuffár separarse, aislarse, Hoy, de los múminin. Es el Momento (el Yáum) en el que cada realidad se manifiesta en su perfecta distinción: es lo que significa el imperativo imtáçu, “separáos, aislaos, distinguíos”. Es el Yáum de la Verdad, el instante en el que cada criatura sabe su propia verdad, el Día terrible del descubrimiento. A los kuffár, el Qául de Allah les ordena apartarse, alejarse de la Rahma: no tienen parte en ella. Se les llama muyrimún, término con el que se designa a los criminales, los destructores de la vida. Muyrim es el que se ha negado a sí mismo la Rahma y la ha negado a cuanto le rodea, y Hoy es aislado definitivamente de toda su bondad. El Muyrim se ha desintegrado en su acto destructor: sus crímenes lo han alejado de Allah, fuente de todo bien, abundancia y prosperidad, es decir, de toda Báraka. Báraka es fecundidad, y el káfir, el muyrim, es estéril. Rahma es amor, pero el muyrim ha seguido las sendas del enemigo: a lam á’had iláikum yá bani ádama an la tá’budu sh-shaitána innahu lakum ‘adúwun mubínun,  “¿acaso no os he avisado que no adorárais a Shaytán? ciertamente, él es vuestro enemigo declarado”. Fue Shaytán, la arrogancia, la inclinación del Nafs, el que alejó a Adam del Jardín; fue Shaytán el que lo sacó de su estado de Paz en Allah. Seguir a Shaytán es apartarse de la Unidad de Allah, por ello es convertido en objeto de adoración por el hombre que lo sigue.

 

        Rahmán y Shaytán son dos polos opuestos, cada ser humano mira en dirección hacia alguno de esos extremos. Ese acto con el que los convierte en su meta es llamado ‘Ibada, adoración. Volverse hacia el Rahmán, es entregarse a la fuente de la vida y la existencia. Tender hacia Shaytán es lanzarse a la privación. El Qalb busca a Allah, pero el Nafs se inclina hacia Shaytán que lo confunde con sus promesas inmediatas.

 

        Imán es una apertura hacia Allah, Kufr es cerrazón. El múmin se abre, se universaliza; el káfir se aísla en sí mismo, inventa sus ídolos solitarios, se empequeñece. Por ello se dice que el káfir se aleja de Allah mientras que el múmin se acerca. Es necesario que precisemos estos términos: aproximarse a Allah es acudir a su Rahma, es beber de la fuente de la abundancia. Allah recibe el nombre de Rahmán cuando es vivido y sentido así, cuando el hombre, al abrirse, se hace capaz de recibir. Cuando el hombre se cierra, cuando su miedo lo hace receloso, es como si se hundiera por un abismo estrecho y oscuro, en cuyo fondo lo aguarda Shaytán. Shaytán es el opuesto al Rahmán. La misma palabra Shaytán significa el Lejano, el Remoto. Shaytán está lejos del centro de la existencia, el núcleo del que brota toda la vida, el eje del Universo que es la Rahma. Shaytán es pobreza, escasez, miseria , privación, nada. La conciencia del hombre está entre ambos extremos, Rahmán y Shaytán. El corazón tiende hacia el Rahmán, el Nafs tiende a Shaytán. Hemos visto que el Nafs, obsequio de Allah, es conciencia de sí mismo, su defecto es el exceso, el temer tanto por sí mismo que bloquea al ser humano hasta desconectarlo del Universo, replegándolo sobre sí mismo en un afán desmedido por proteger su individualidad.

 

        Cuando el hombre se obsesiona consigo mismo, cerrándose en lugar de abrirse a Allah, que es confianza en la vida, se dice entonces que sigue los pasos de Shaytán, es decir, se conduce a sí mismo a la más absoluta de las privaciones, hacia el fuego, en lugar de hacia la luz, hacia las tinieblas en lugar de hacia el espacio infinito de Allah-Rahmán.

 

        Shaytán, el Lejano, es el enemigo del hombre: seguir el camino de Shaytán es dañarse a sí mismo, es, en términos del Corán, cometer una injusticia contra el ser humano, el califa, al que debiera aspirar la criatura más noble. Por ello, el Corán dice: a lam á’had iláikum ya baní ádama an la tá’budu sh-shaytána, “¿no os es advertido, oh hijos de Adam, que no adorarais a Shaytán?”, es decir, que no lo sigáis, ni lo busquéis, ni lo hagáis un ídolo tras el que ir en pos, rindiéndosele. Y dice: ínnahu lakum ‘adúwun mubínun, “es para vosotros, un enemigo declarado”, un ‘adúw (enemigo) mubín (evidente). La afirmación está reforzada por la partícula ínna (ciertamente): sin duda Shaytán es enemigo del ser humano porque le impide realizar la grandeza de la que es capaz. Y dice: wa an u’budúni “sino que es a Mí a quien debéis seguir”. Es al Rahmán al que debe orientarse el hombre, no al Shaytán. En el Rahmán hay ganancia, en el Shaytán sólo hay pérdida. El Rahmán obsequia, el Shaytán arrebata. La ‘Ibada, la orientación del ser humano, debe ir dirigida hacia la fuente de la vida, no hacia su ausencia. Cuando el hombre se cierra en sí mismo, impide que le alcance la luz del Rahmán y se abisma en la oscuridad de Shaytán. Por ello, el Corán añade: hadza sirátun mustaqím, “éste es un sendero recto”, el de la ‘Ibada de Allah es el camino que conduce a la Rahma, la vía segura hacia la expansión del ser humano.

 

        Pero hay algo que es evidente: la mayor parte de la gente sigue a Shaytán. El Imán es esfuerzo, mientras que el kufr es inercia. La Ghafla, la desidia, en la que reposa el nafs, es de por sí tendencia a Shaytán. Mientras que acercarse a Allah exige ímpetu y decisión, con acomodarse el hombre, de modo natural, se hunde a sí mismo en la Nada de Shaytán. La grandeza a la que aspira el múmin implica ser audaz. Para apartarse de Shaytán, para evitar ese destino, hay que despertar del sopor de la pasividad. El múmin se convierte en muyáhid, en luchador. Sólo el que lucha es capaz de alcanzar un objetivo elevado. El que se conforma consigo mismo, el que se satisface en sus pequeñeces, el que prefiere proteger su mísero reino, no conquistará el espacio de Allah. Esto es así, es la vida misma que constatamos. Por ello, la mayor parte de la gente está sometida a Shaytán, en Shaytán, en la muerte, en la nada, están tranquilos: cada día se les arrebata algo, pero se van acostumbrando, hasta que no quede nada salvo un simple y doloroso vacío: wa láqad ádalla minkum yíbillan kazíra, “ha confundido, de vosotros, a muchas generaciones”, generaciones enteras (yíbill) de seres humanos han pasado por la vida como si no hubieran existido porque se han satisfecho en Shaytán que los ha confundido (ádalla), los ha “ensombrecido”, y continúa: a falá takanu tá’qilun, “¿no seréis (vosotros) sensatos?”, ¿no recuperaréis la cordura (‘aql)?. Esos que han desaparecido en las sombras de Shaytán no han encontrado la Paz, porque la Paz, el Salám, está en Allah, en el Rahmán; en Shaytán sólo hay un dolor infinito, un lamento eterno.

  

        El destino que aguarda a los muyrimún tras la muerte es Yahannam: la Morada del Fuego. Yahannam es el término opuesto a Yanna. Procede de una raíz que significa “estar cerca, próximo”, al igual que Dúnia, el mundo al que se apega el káfir. El Corán se refiere aquí a Yahannam con breves pinceladas impresionistas: hádzihi yahánnamu l-latí kumtum tú’adúna..., “esto es Yahannam, que os fue prometido”, éste es el destino contra el que se os advirtió. Ese Yáum, ese Día de Allah, es el momento en el que se cumple su Promesa, el Wa’d al que ya se ha referido la Sura, la cuestión sobre la que debatían los hombres perdiendo un precioso tiempo: sus propias vidas. Es como si dijera: he aquí que tenéis delante aquello a lo que os ha arrastrado vuestro tiempo, eso que convertisteis en tema de polémica; al-Yáum, ahora, no os quedarán dudas pero tampoco os quedarán oportunidades, y no podéis echaros hacia atrás.

 

        Tanto Yanna como Yahannam pertenecen al Gháib, al ausente presente, son categorías a las que se accede sólo para ser “probadas”. Al igual que el dulzor o el amargor no son objeto de definición, es decir, no son consideraciones sobre las que se pueda debatir acerca de su realidad o irrealidad, si no que sólo son comprensibles en la medida en que el órgano capaz de percibirlas, en este caso el gusto, las experimenta. Yanna y Yahannam no son dados a la comprensión intelectual, pues son Gháib, sino que se ofrecen al entendimiento del Corazón, que es el que penetra en este mundo sutil de las correspondencias entre los fenómenos y su trascendencia. Por ello, la certeza en el sentido de apreciación real e inmediata de algo, no la tendrá el hombre hasta que se enfrente con Yahannam, hasta que no la sienta, pero entonces no podrá desprenderse de ella: isláuha l-yáuma bima kúntum takfurún, “abrasáos, Hoy, en ella, a causa de vuestro kufr”, sufridla, quemáos en Yahannam como consecuencia de haberla negado, y al haberla negado no os habéis prevenido (Taqwa). El Taqwa hubiese sido vuestro escudo protector, pero ahora estáis desnudo ante el fuego de Allah, ante su Yalál, su Majestad abrasadora. Vuestra Ghafla, vuestra despreocupación, os ató al Dunia de las sensaciones inmediatas que son internamente fuego y privación, dolor y angustia, que en el Gháib de Allah saltan hasta colocarse en primera fila, hasta ser percibidas directamente y sufridas en la fuerza de su intensidad mas absoluta.

 

        Aprovecharemos para una breve disquisición que tiene como fundamento la raíz del verbo “abrasarse” (S L A): el verbo sália-yasla es “quemarse”, “fundirse en algo a causa del elevado grado de su temperatura”, y de la misma idea procede el nombre de la principal ‘Ibada del Islam, el Salat. El kufr es causa de que el káfir se consuma en el fuego de Allah, del mismo modo que el Imán lo hace vivir en la bondad de su Rahma hasta colmar y penetrar todos sus resquicios. En el mismo sentido, el valor de la idea ha sido destacada por los lingüistas al observar su consonancia con el verbo wasala-yasil, llegar, comunicar: el Imán y el Kufr son manifestaciones externas que comunican internamente con dimensiones de Allah, sea su Belleza, sea su Majestad. A partir de estas reflexiones básicas podríamos retomar todo el discurso coránico buscando más datos y matices en su terminología: descubriríamos la sutileza y eficacia de su lenguaje, su percepción trascendente de cada realidad, veríamos como nada se pierde ante Allah sino que cada fenómeno está dotado de un valor, una significación, y una importancia que a nosotros se nos escapa al detenernos exclusivamente en un nivel, el inmediato, de nuestras percepciones, donde “todo desaparece”, pero olvidamos que “Allah permanece”. El Corán continúa sus referencias al estado de Yahannam con una declaración impactante: al-yáuma nájtimu ‘alá afuáhihim wa tukallimuná aidíhim wa táshhadu aryúluhum bima kanu yaksibún, “Hoy, sellaremos sus bocas, nos hablarán sus manos y darán testimonio sus pies acerca de aquello que lograron”, ese Día no hablarás tú sino lo que significas. La muerte ha enmudecido al ser humano, ha detenido su actividad física; por ello puede ahora, en sus entrañas, sentir todo lo que él ha significado, su sentido en la existencia. En su tumba, en su cuerpo inerte, en su Gháib, en su ausencia-presencia, el hombre por primera vez se reencuentra con su dimensión trascendente, y ya no puede evitar ser lo que él ha hecho de sí mismo, lo que “ha logrado” (yaksib). Todo ha sido trasladado, transpuesto; ha hecho su viaje de retorno a Allah. Su actividad ha cesado, su boca ha sido sellada (nájtimu ‘alá afuáhihim, colocamos un sello (játim) sobre sus bocas (afuáh)). Sólo así puede sentirse realmente. Entonces, su verdadero ser se expresa: hablarán sus manos y darán testimonios sus pies (tukallimuna aidíhim wa tashhadu aryúluhum), que representan la intención (las manos (áidi) que se dirigen a un objeto) y la acción (los pies (áryul) que emprenden el camino y llegan hasta la meta). Sus manos, sus pies, su ser entero, toman la palabra ante Allah sin que el hombre pueda acallarlos, y lo denunciarán. Lo que ha representado su vida será expuesto por testigos que no mienten (es la boca la que puede mentir): todo tiene su propio lenguaje, un lenguaje que los sentidos no perciben, y es su realidad misma, lo que son, ése es el lenguaje al que Allah atiende y que el hombre percibirá trás el acallamiento de sus engaños con su muerte física.

 

        Lo que el hombre gana o logra durante la vida en el Dunia (su kasb) es aquello con lo que va modelando su ser interior. Cada movimiento, cada acción, cada intención, cada pensamiento, hasta lo más insignificante, deja su huella, su vestigio (ázar) en su propio Libro claro (Imán Mubín) que es su misma realidad trascendente. Ya nos lo dijo la Sura al principio: inná nahnu nuhyi l-máuta wa naktubu ma qaddamú wa azárahum wa kúlla sháiin ahsaináhu fi imámin mubín, “hacemos resurgir a los muertos: hemos anotado lo que han hecho y sus consecuencias, todo lo hemos censado en un Libro claro”. Tu ser es tu libro en el que tú eres escrito: cada instante de tu vida deja en tí su huella, su ázar, que es tu kasb, lo que has adquirido. No hay instante en el que no adquieras algo internamente, no hay un segundo en el que una nueva palabra no sea escrita en tu libro. El acto más breve, el fulgor de un pensamiento que inmediatamente se diluye en la nada, todo ello señala en tí su ázar. Con ese ázar has ganado o perdido algo ante Allah. 

 

        Yáum al-Qiqyáma, Yáum ad-Dín, Yáum al-Ba’z, Yáum an-Nushúr,... son todos ellos nombres para el Momento de Allah, cuando su Soberanía (Mulk) arrebata el sentido y se muestra en su extremo. Es el Día de la Verdad, lo que viene después de la muerte: es la Verdad porque sobre ella no habrá ningún velo, nada la ocultará ni la distorsionará (será puesto un sello sobre las bocas de los hombres). La Verdad se mostrará en su desnudez absoluta (serán las realidades de cada ser, sus manos y sus pies, las que tomarán la palabra). Nada podrá entonces ser confuso. Es el instante en el que el hombre descubre que Allah es la Verdad (Haqq): “¿De quién es Hoy el Reino? De Allah, el Uno, el Irreductible”. Así como su Verdad será manifiesta, lo serán su Poder (Qudra), su Saber (Hikma), y todas las demás cualidades. Todo es convocado ante Allah: faidza hum yamí’un ladáina muhdarún, “y helos a todos ellos, a la vez ante Nos, presentes”. Con la muerte desaparece la mentira, y el hombre, la humanidad entera, se encuentra ante su Señor, ante su Verdad, ante Allah Señor de los Mundos (rabb al-’álamin).

 

        El Yáum al-Qiyáma es el Día de la Fuerza absoluta de Allah y la nada absoluta del hombre: el Viviente y el muerto se encuentran, ¿qué le queda al muerto?, wa láu nasháu látamasna ‘ala á’iunihim fastabaqú s-siráta faanná yubsirún, “y si quisiéramos, les cegaríamos los ojos y se arrastrarían buscando el camino, pero ¿qué podrían ver?”, si no fuera por su Rahma, la Verdad, Allah, podría entonces cegarlos, ¡tan intensa es su luz!. Esta imagen continúa su desarrollo: los hombres ciegos se arrastran vanamente intentando orientarse por la inmensidad a la que la muerte los ha lanzado, pero ¿qué podrían ver si han sido cegados?. Se les adivina desesperados, angustiados, perdidos; en su ceguera yerran esperando encontrar algo a lo que aferrarse, pero sólo está Allah. Al haber desaparecido sus vidas particulares, nada les queda. Es ahora cuando están absolutamente desnudos y se saben a merced del que los creó la primera vez. Pero la misma aya tiene otro comentario distinto fuera de este contexto: la partícula láu es el condicional “si”, pero indica una posibilidad de acción en el pasado. La expresión wa láu nasháu podría traducirse por: “si hubiéramos querido”, es decir, durante la vida misma del hombre, Allah (la luz de su Presencia) hubiera podido cegarlo (latamasna ‘ala á’iunihim), es decir, hubiera podido manifestársele la Presencia de Allah con toda su fuerza eliminando la visión física. La Presencia de Allah en el mundo, Presencia directa e inmediata, se muestra al hombre “cegándolo”, es decir, incapacitándolo. Por ello, Allah se vela a sí mismo en la existencia para permitir al hombre utilizar sus facultades. La Luz del Uno, a pesar de su intensidad con la que da vida a todo, se oculta en su propio brillo como Rahma hacia los hombres: ¿qué verían los hombres del mundo si Allah les permitiera verlo a El, visión que le incapacita al hombre para contemplar cualquier otra que no sea El?. No encontraría el ser humano ningún camino (sirát) de vuelta hacia su Señor, sería desprovisto de toda libertad, vagaría por la existencia sin ver, es decir, sin poder usar sus ojos para lo que fueron creados que es el mundo material. La vida, en el Islam, es el seguimiento consciente de una vía (sirát) para poder contemplar la Luz de Allah con la conciencia del individuo. El musulmán no renuncia a su persona, don de Allah, y espera mantenerla incluso después de la muerte para disfrutar plenamente de la Presencia de Allah, para sentir en su ser toda la belleza y bondad del Uno que lo ha creado. Con la muerte, Allah podría cegarlo, reducirlo a la nada, pero Allah es Rahmán: no condena al hombre al peor de los estados, que es la irrealidad, el no ser y la inexistencia. Mantiene en él la luz de los ojos para que siempre encuentre su senda, su destino.

 

        Pero el hombre, en su ser, ante Allah, quedará aterrorizado tras la muerte. La aniquilación de su vida supone la destrucción de todas sus quimeras: ante sí sólo encuentra la inmensidad de Allah, su grandeza sin límites, su poder que ejerce en absoluta libertad, y el hombre sabe entonces que está completamente en sus manos, como siempre lo estuvo, pero ahora lo ve con certeza al no haber nada que lo confunda: wa láu nasháu lamasajnáhum ‘ala makánatihim fama statá’u mudíyan wa la yaryi’ún, “y si quisiéramos los fijaríamos en su sitio, no podrían avanzar ni retroceder”. En el escenario del Yáum al-Qiyáma, esta imagen insiste en la sensación de absoluta dependencia que el hombre tendrá. Si bien su ser jamás ha dejado, ni durante un sólo instante, de depender de Allah, -pues sin ese soporte hubiera carecido de toda realidad-, ahora, tras la muerte y ante El, sin nada a lo que aferrarse, desnudo frente a su Señor, esa evidencia se le presenta con una intensidad dramática. La muerte física significa el retorno a Allah, el reencuentro del hombre con su propia realidad que es la nada. Sin vida, sin recursos, sin fantasmas, recupera la conciencia de su verdadero ser. Absolutamente en manos de Allah, como siempre ha sido, pero ahora ya no hay espejismos. Habiendo perdido la vida, el hombre carece de su voluntad, y por ello el Corán subraya su opuesto, la Voluntad libre y eterna de Allah-Uno: wa láu nasháu, “si quisiéramos”, “si hubiéramos querido”... siempre todo ha dependido de ese Querer de Allah; pero ahora, en el Yáum al-Qiyáma ese Querer es mas que manifiesto, es un Querer-Uno, una Voluntad-Sola. Allah nos dice: “Si quisiera, haría del hombre lo que me apeteciera, podría fijarlo, petrificarlo, tras la muerte, hacerlo desaparecer en la nada de la que ha surgido, y el hombre ni podría avanzar ni retroceder; jamás ha tenido movimiento propio, soy Yo el que lo ha activado, el que lo ha impulsado; soy Yo su Rabb, el que lo ha movido y el que lo ha parado”. Veámoslo en el texto: wa láu nasháu “si quisiéramos, si hubiéramos querido”...la masajnáhum ‘ala makánatihim, “los hubiéramos fijado en su sitio”, es decir, ciertamente, si hubiera sido nuestro Querer, que es el que confiere el movimiento, abandonar al hombre  a su nada, dejarlo adherido a ella, y esa nada es su sitio (makán) y también es su rango (makána), si eso hubiéramos querido en vez de crearlo en su momento, o si lo quisiéramos ahora con su muerte, ¿qué sería obstáculo a nuestro Querer que es verdaderamente lo único que existe?. Todo está en manos de Allah, en el Poder de su Voluntad y Palabra, en su Fuerza con la que quiebra la densidad de la Nada para sacar de ella la vida. Si Allah no lo hubiera querido, los hombres hubieran permanecido en las tinieblas del no-ser, o si no lo quisiera ahora tras la muerte, se volverían a hundir en esas oscuridades, y la gente famá stata’ú mudíyan wa la yaryi’ún, “ni podrían avanzar ni  retroceder”, no se produciría la vida, que es lo que Allah ama porque es lo que El ha querido. Su Querer es su deseo, su deseo es su amor; hubiera podido no querer, pero quiso y todo es fruto de ese acto amoroso de Allah, de su Rahma. Somos el objeto de su Querer, la vida que El deseó en su eternidad. Lo que está encerrado en el Corazón quiere expandirse, quiere crear, y admira la belleza. Allah quiso el mundo, y por ello el mundo fué. Pero ahora, lo que el Corán quiere que advirtamos en ese Poder de Allah, esa capacidad con la que crea y hace, su Fuerza con la que nos emancipó de la Nada, ¿cómo habría de devolvernos a ese estado vil?. Pero el tono es amenazante pues es Indzár, advertencia para que el hombre lea y comprenda los signos que hay en su existencia.

        

        Se vuelve ahora el texto contra la arrogancia del ser humano: ¿cómo puede el hombre no volverse conscientemente hacia Allah cuando su existencia entera no hace sino retornar a El?. Es su seguridad en sí mismo, la ficción de su independencia, la quimera de su fuerza, todo ello es lo que confunde al hombre y  aísla de Allah; se aleja de Allah, pero necesariamente se encontrará con El tras la muerte, pero para entonces estará lejos, y su soledad lo hundirá en la más terrible de las agonías. Y en su misma energía de la que se enorgullece hay signos para la reflexión si fuera atento: cuando está en la cumbre de su poder, inevitablemente el hombre empieza a decaer. Esto sucede con cada ser humano, y con sus civilizaciones. Surge de la nada, asciende, pero pronto comienza a perder sus facultades, empieza a volver, pero ahora cargado con toda su experiencia. Dice el Corán al-Karim: wa man nu’ammirhu nánkus-hu fi l-jalq, “y a quien hacemos avanzar en edad, entonces hundimos su cuerpo”... En el cénit de su vida (‘umr), el hombre conoce el retroceso, cuando llega a su cúspide debe abandonarla. Así sucede. Esta degeneración (naksa) es el signo del inicio de la vuelta hacia Allah. Esta evidencia debería ser suficiente para que los hombres reflexionaran en sí mismos, en su vanidad arrogante: a falá ya’qilún, “¿no entrarán en razón?”, el verbo ya’qil significa “someterse al ‘aql, la inteligencia”, es decir, ¿no recuperará el hombre su juicio tras constatar lo que es y su destino?. Es como si el Corán le dijera: Has surgido de la nada, y comenzaste como un niño débil que necesita toda clase de cuidados; Allah te hizo salir de esa nada, y te facilitó tu existencia cuando tu no podías hacer nada; y empezaste a crecer y a adquirir fuerzas, y comenzaste a apartarte, pero has de volver a Allah, y Allah te reduce a Sí-Mismo, quitándote tus energías, arqueando tu cuerpo, arrebatándote la inteligencia, haciéndote perder la memoria: cuanto más vives más degenera tu forma, tu cuerpo y cuanto contiene (literalmente, tu jalq, tu creación). Toda tu vida ha sido un espejismo; tu aferramiento a la vida te muestra lo quimérico de tu ilusión, pues cuanto más vivas más degenerará tu jalq, más se hundirá lo que eres. E inmediatamente, por mucho que hayas sido hecho vivir, volverás a Allah, sin nada, o peor aún, volverás cargado, con tus espaldas arqueadas por el peso de lo que hayas adquirido a lo largo de tu vida, volverás a El con tu distanciamiento. Todo aquello en lo que el hombre pone toda su fe, la salud y la vida prolongada, son quimeras que el Corán desmonta, ¿no reflexionarán los seres humanos?. Lo único cierto es que has de volver a Allah, tu Creador.

 

4ª parte