CIENCIAS DEL ISLAM

 

CIENCIAS DEL HADIZ

 

índice

 

PARTE II

CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL HADIZ

 

LECCIÓN 8

LAS CONDICIONES DEL TRASMISOR

(SHURÛT AR-RÂWÎ)

 

 

         Desde los principios de la historia del hadiz los expertos consideraron que el trasmisor de palabras atribuidas al Profeta (s.a.s.) debía cumplir una serie de requisitos indispensables. En caso contrario, su información sería desestimada. Las condiciones que deben darse en un râwî (trasmisor) para que su riwâya (la trasmisión de un hadiz, la narración que hace un trasmisor) sea aceptada son cuatro. Si falta alguna de ellas, el relato no es aceptado y se abandona ese hadiz. Esas condiciones (shurût) son:

        

         1- ‘Aql, significa razón, y quiere decir que el trasmisor tiene que estar en el pleno uso de sus facultades mentales, no aceptándose la trasmisión que haga un menor o un deficiente.

2- Dabt, significa exactitud, precisión, y quiere decir que el trasmisor ha tenido que recoger el hadiz como es debido, habiéndolo comprendido, así como tiene que comunicarlo sin titubeo ni dudas.

3- ‘Adâla, significa justicia, y quiere decir que el trasmisor debe ser conocido por su rectitud y sus valores morales, siendo una persona justa, es decir, alguien cuyo testimonio fuese admitido en los tribunales.

4- Islâm, quiere decir que el trasmisor de un hadiz debe ser musulmán.

 

Las reflexiones de autoridades en la crítica del hadiz, tanto antiguos como recientes, sobre las condiciones para la aceptabilidad de un trasmisor quedan resumidas en esos cuatro puntos. A los antiguos les bastaba la práctica, y esas  condiciones eran implícitas. Los autores posteriores, que estaban al tanto de las prácticas de los antiguos, sistematizaron el método y la terminología. Un ejemplo del criterio simple de los antiguos está en la respuesta que dio Shu‘ba  ibn al-Haŷŷâŷ (muerto en el 160 después de la Hégira) cuando se le preguntó qué trasmisores deben ser rechazados, a lo que contestó: “Si trasmite hadices desconocidos por la mayoría supuestamente dichos por autoridades conocidas, debe ser rechazado. Si recibe una acusación sobre sus virtudes personales, debe ser rechazado. Si se confunde, debe ser rechazado. Si trasmite un hadiz sobre el que hay confusiones, debe ser rechazado. Todo lo demás, podéis aceptarlo y comunicarlo 

         En la cita anterior, Shu‘ba, sin utilizar la terminología técnica, prácticamente define dos de las condiciones, que son el Dabt (la precisión) y la ‘Adâla, la justicia. La confusión es contraria a la exactitud y las acusaciones ponen en duda la rectitud del trasmisor. En cuanto al uso de razón y el Islam, son cualidades que se suponían en los primeros tiempos, pues la justicia era sinónimo de ser musulmán y la precisión sólo puede residir en quien está en uso de sus facultades mentales.

         Los expertos y críticos del hadiz (los muháddizîn) de generaciones posteriores, sin embargo, definieron con detalle cada una de esas condiciones y elaboraron criterios sofisticados, no desdeñando entrar en lo obvio con el objeto de que todo quedara claro.

 

         1- Y, así, la razón (‘aql) significaba que el trasmisor (râwî) debía tener discernimiento (tamyîç). Un adulto (bâlig), es decir, cualquiera desde la pubertad en adelante, podía portar y comunicar un hadiz (tahámmul y adâ). Un menor tan sólo podía ser depositario de un hadiz (tahámmul) pero no se aceptaba su comunicación (adâ). Un menor (sabí) podía estudiar junto a un maestro y memorizar textos, se aceptaba su capacidad para recibir y guardar enseñanzas, pero la trasmitía sólo una vez que hubiera alcanzado la pubertad (bulûg) con la que comienza su vida como adulto y se le tiene por responsable de sus actos.

         Ejemplos de lo dicho fueron Ánas ibn Mâlik, Ibn ‘Abbâs y Abû Sa‘îd al-Judri, quienes siendo niños conocieron personalmente al Profeta (s.a.s.) y escucharon sus palabras, y, una vez mayores, las trasmitieron a sus discípulos.

         Los muhaddizîn (expertos en ciencias del hadiz) no están de acuerdo sobre la edad exacta a partir de la cual la enseñanza del hadiz (tahdîz) es más aconsejable. Algunos opinan que nunca antes de los trece años, otros dicen que nunca antes de los quince. También se tuvieron en cuenta tradiciones regionales. Por ejemplo, la gente de Basora escribían y comunicaban hadices a partir de los diez años. En Kufa no se admitía a nadie como maestro antes de que cumpliera veinte años, teniendo que haber memorizado antes el Corán y haberse consagrado a prácticas espirituales intensas. La gente de Siria (Shâm, un concepto más amplio que el de la Siria actual), por su parte, ponía como condición un mínimo de treinta años.

 

         2- Con el término Dabt, precisión, exactitud, los críticos aludían a que el trasmisor (râwî) debía haber recibido el texto que comunicaba de forma debida, habiéndolo entendido a la perfección y habiéndolo memorizado perfectamente, sin titubear a la hora de repetirlo, todo esto desde el tahámmul (la recepción del texto) hasta el adâ, su comunicación a otros.

         El Dabt de un râwî -es decir, su precisión y exactitud en la salvaguarda y posterior comunicación de un hadiz- debe ser validado comparándolo con las enseñanzas de los Ziqât, que son los grandes expertos en la materia que han demostrado su excelencia en el arte del hadiz, de modo que si estos testimonian a favor del rigor de un râwî, éste pasa a ser tenido en cuenta como persona capacitada para enseñar. esto quiere decir que el grueso de lo que sabe y lo que comunica cualquier râwî debe coincidir con el conjunto de lo que han enseñado los maestros, pues el hadiz tiene una única fuente, que es el profeta (s.a.s.). Shu‘ba ibn al-Haŷŷâŷ dijo: “Un hadiz aberrante sólo te llega de una persona aberrante”.

         Afortunadamente, Allah ha querido que la riwâya (la trasmisión de hadices) tenga como garantes a grandes expertos, a ‘Ulamâ que le consagraron sus vidas. Esos ‘Ulamâ del hadiz fueron personas de un extraordinario rigor que decidieron no recoger más que lo que fuera sahîh, es decir, auténtico, sin que pudiera caber duda de que se trataba de palabras efectivamente pronunciadas por el Profeta (s.a.s.). Un texto sahîh no era sólo el que había sido trasmitido bien, sino el que fuera acompañado de la compresión de sus trasmisores y hubiera sido oído en una gran cantidad de ocasiones, de modo que pudiera establecerse contrastes que lo autentificaran. Desde los principios de la ciencia del hadiz, esas autoridades en la materia aconsejaron que no se dejaran por escrito los hadices que comunicaran personajes sobre cuya honestidad hubiera dudas, como quienes fueran acusados de embusteros, de fallos en la memoria, de defensores de causas políticas o corrientes de pensamiento extrañas a los musulmanes (bid‘a-s), e interesados por tanto en justificarlas en el Profeta (s.a.s.) en provecho de sus intereses, etc.

 

         3- Con el término ‘Adâla, justicia, los muhaddizîn aluden a la exigencia de que el trasmisor sea intachable como musulmán y recto en su comportamiento. Al-Jatîb al-Bagdâdi definió la ‘Adâla diciendo que el ‘adl, la persona justa, es “quien es conocido por el cumplimiento de sus obligaciones (islámicas) y su obediencia a lo que le ha sido ordenado (por Allah), evitando lo que le ha sido prohibido, absteniéndose de todo comportamiento censurable, siendo conocido como buscador de la verdad y respetuoso con ella, atento a lo que se le exige en sus acciones y en sus relaciones, cauteloso en lo que dice de modo que no ofende al Islam ni a su propia hombría. Se dice de quien es así que es ‘adl, justo en el Islam, y se le señala como persona sincera en lo que habla”.

         El Ta‘dîl es la certificación de que una persona es ‘adl, y debe ser hecha por otra que a su vez sea ‘adl. El Ta‘dîl es, pues, el testimonio a favor de la credibilidad que merece un râwî. Lo contrario es el Taŷrîh que consiste en un testimonio contra la honestidad de un trasmisor, lo cual obliga a recusarlo.

         El conjunto de virtudes que se tienen en cuenta reciben el nombre colectivo de Muruwwa, que hemos traducido por hombría, pero en el sentido de adulto (a diferencia del niño o el joven) porque en realidad lo que designa es la forma de comportamiento de una persona mayor, con respeto hacia sí misma y hacia los demás. No se trata, pues, de las virtudes del varón frente a la mujer, sino del maduro frente al inmaduro. Esas virtudes fueron resumidas por el Profeta (s.a.s.) en un hadiz en el que dijo: “Quien se relaciona con la gente sin cometer injusticias, les habla sin mentirles, promete sin traicionar su palabra, es quien ha completado su Muruwwa y manifiesta su ‘Adâla. Confraternizar con esa persona es obligatorio y hablar mal de ella en su ausencia es un delito”.

         Este conjunto de virtudes que recibe el nombre colectivo de Muruwwa es la exigida a un râwî, y no se tiene en cuenta que tenga defectos de otra clase. Para ser ‘adl no se requiere la perfección moral, pues nadie está libre de debilidades, y, además, lo que se desconoce de cualquier persona es siempre mayor que lo que se puede saber de ella. Por ello, se enunció una regla general según la cual “aquel cuyos méritos y virtudes conocidos sean más abundantes que sus defectos y vicios conocidos, es ‘adl, y su bien predomina sobre su mal”, tal como dijo Sa‘îd al-Judri.

         La obligatoriedad que impone el Corán de pensar bien de los musulmanes mientras no se demuestre lo contrario hizo que algunos ‘Ulamâ creyeran que se debía aceptar el relato (riwâya) que hiciera el mastûr al-hâl, es decir, aquél cuya condición moral no fuera conocida. Se daba el nombre de mastûr al-hâl al conocido únicamente en su integridad como trasmisor, su cuidado a la hora de presentar sus conocimientos, sus escrúpulos que hacía intachable la forma en que exponía los hadices que sabía, etc., pero de quien se desconocían los pormenores de su vida. Según esos ‘Ulamâ, el mastûr al-hâl es ‘adl en lo que se refiere a su actividad como trasmisor y no debía ser rechazado, al menos hasta que no se le acuse abiertamente de persona no recta. Otros autores, más exigentes, para evitar dudas, demandaban siempre una certificación positiva de ‘Adâla, es decir, consideraban imprescindible que alguien irreprochable respaldara la rectitud moral de un râwî. El mastûr al-hâl quedaba así excluido. El Ta‘dîl se hizo, así, obligatorio, para evitar dudas, si bien no implicaba entrometerse en la vida privada del trasmisor, sino un conocimiento de las líneas generales de su comportamiento moral en el sentido de lo que dijo el Profeta (s.a.s.) sobre la Muruwwa en el hadiz arriba mencionado.

         El Ta‘dîl, es decir, el testimonio a favor de la rectitud y justicia (‘Adâla) de una persona no tiene en cuenta la simple práctica exterior del Islam y una forma de vida austera. Es el resultado de un seguimiento de sus actos y la puesta a prueba de sus comportamientos hasta conseguir una imagen correcta del trasmisor del hadiz. Hemos comparado al principio al ‘adl, la persona justa cuya virtud la hace creíble, con el shâhid, el testigo en una causa. Para que un testigo, en un juicio, sea tenido en cuenta, tiene que ser avalado (Taçkía) por dos informantes que lo declaren persona veraz. Los mismos criterios se siguen en el caso del Ta‘dîl. Y el criterio que se sigue en ambos casos -en la Taçkía y en el Ta‘dîl- es el mismo. Los informantes deben demostrar que conocen personalmente al ‘adl (o al shâhid) y han tenido trato con él, de modo que puedan certificar su credibilidad gracias a haberlo frecuentado: “Un hombre se presentó ante el califa ‘Omar para dar testimonio en una causa, y ‘Omar le dijo: ‘No te conozco. Trae a alguien que te conozca y certifique tu credibilidad’. Un presente se levantó y dijo: ‘Yo le conozco’. ‘Omar le preguntó al que se presentaba avalando al testigo: ‘¿Qué puedes decir de él?’. El otro respondió: ‘Es una persona honesta y sincera’. ‘Omar dijo: ‘¿Lo sabes porque sea un vecino tuyo con el que tienes un trato frecuente?’. El que avalaba al testigo dijo: ‘No’. ‘Omar le dijo: ‘¿Lo sabes porque tengas relaciones económicas con él y puedes dar fe por ello de su honestidad?’. ‘No’. ‘Omar dijo: ‘¿Lo sabes porque hayas viajado con él y conoces por ello sus virtudes en medio de las tensiones?’. ‘No’. Por último, ‘Omar dijo al que se presentaba como aval del testigo: ‘Entonces no le conoces?, y, dirigiéndose al que se presentaba como testigo, le dijo: ‘Levántate y trae a alguien que sí te conozca y de testimonio en tu favor’...”.

         Esta preocupación por la ‘Adâla, es decir, la justicia, rectitud, y honestidad en el râwî, cuya ausencia hacía que se desestimara su testimonio (su comunicación de un hadiz), hizo que los muhaddizîn (los expertos en materia de hadiz) rechazaran la riwâya (relato) que hicieran los Ahl al-Ahwâ wa l-Bída‘, la gente frívola al servicio de corrientes de pensamiento o prácticas extravagantes, así como los Ahl al-Muŷûn wa l-Jalâ‘a, los libertinos. Por el contrario, no solicitaban certificación a favor de la virtud de los Mashâhîr, los célebres, es decir, aquellos cuya autoridad y rectitud ya era famosa entre los musulmanes; es decir, no necesitaban que nadie autorizara a personajes de la talla de Mâlik, Sufyân ibn ‘Uyaina, Sufyân az-Záuri, al-Áwça‘i, ash-Shâfi‘i, Ahmad ibn Hánbal, al-Láiz ibn Sa‘d, Shu‘ba ibn al-Haŷŷâŷ, ‘Abd Allâh ibn al-Mubârak, Wakî‘ ibn al-Ŷarrâh, ‘Ali ibn al-Madîni o Yahyà ibn Ma‘în, cuya notoriedad era tal que resultaba superfluo preguntar por ellos.

         Si Ta‘dîl significa certificación a favor de la credibilidad de un trasmisor, su contrario es Ŷarh, certificación en contra de su credibilidad. Pero si, en el caso del Ta‘dîl, basta un testimonio genérico de elogio de la persona afectada, para el Ŷarh se exige precisión. Una recusación que no sea explícita es rechazada, pues se entiende que lo que un crítico pueda considerar motivo de descrédito otro no le dé importancia: “Algunos críticos, cuando oyen el más mínimo comentario sobre la supuesta deshonestidad de un trasmisor, se abstienen de tenerlo en consideración, incluso cuando la acusación en concreta esté lejana de atentar contra su credibilidad; sin embargo, rechazan el hadiz que trasmite y lo desautorizan” (al-Kifâya, p. 109).

         Hay tratados sobre las ciencias del hadiz que presentan curiosos capítulos en los que se enumeran las faltas leves que puede cometer alguien y sea por ello tenido por persona poco seria y no debe admitirse, por tanto, sus enseñanzas cuando se trata de dichos atribuidos al Profeta (s.a.s.). Así, si se descubre que un râwî gusta de perder el tiempo, es asiduo a los zocos, o bromea en exceso, por ejemplo, es considerado demasiado ligero como para confiar en su rigor. No digamos ya si disfruta de los juegos de azar o es aficionado a la música. Shu‘ba ibn al-Haŷŷâŷ contó: “Me encontré a Nâŷia, que es uno de los trasmisores de los hadices recogidos por Abû Ishâq, y estaba jugando al ajedrez, y decidí por ello no registrar los hadices que trasmitía”. También narró lo que sigue: “Fui a casa de al-Manhâl ibn ‘Amrû y al acercarme oí el ruido de un tambor, y di marcha atrás. Luego me arrepentí, porque tendría que haberme preguntado ¿y si no es él el que está tocando el tambor?”.

         Sin embargo, con frecuencia se encuentra en los libros de Ŷarh y Ta‘dîl juicios sumarios con expresiones como “tal trasmisor es débil”, “tal otro no es nada (no debe ser tenido en consideración)”, “tal otro es matrûk (es decir, su hadiz debe ser abandonado)”, y frases así. Es un error considerar que ello es suficiente. Pero sí rodean al râwî de una duda, y se debe investigar hasta concretar su condición. Como prevención, su relato de un hadiz debe ser dejado aparte hasta que la duda desaparezca.

         Toda esta severidad y tal cantidad de escrúpulos tienen sentido si tenemos en cuenta que los críticos y expertos en hadiz (los muhaddizîn) fueron desde los principios del Islam plenamente conscientes del valor y trascendencia de esos breves relatos a los que llamamos hadices y que son “palabras y hechos atribuidos al Profeta”. Los hadices no son refranes, versos, discursos o narraciones que sirvan para entretener a un auditorio, sino que son el Dîn de los musulmanes, la Ley que siguen como Senda. Y el Dîn sólo puede ser aceptado si es fruto de una trasmisión fiel (Naql Amîn) y una audición correcta (Samâ‘ Sahîh).

Los muhaddizîn se preocuparon de que el Naql fuese realizado en óptimas condiciones y que el Samâ‘ garantizase su correcta comunicación de generación en generación. Naql Amîn y Samâ‘ Sahîh son las columnas vertebrales del Islam, y son dos términos técnicos que conviene recordar siempre. Al definir con exactitud estos dos términos esenciales, los ‘Ulamâ subrayaban la necesidad de que el Dîn fuera un ciencia exacta libre de frivolidades y arbitrariedades, y los musulmanes pudieran tener la tranquilidad de estar “oyendo” al Profeta en cada hadiz autentificado, es decir, que toda palabra atribuida a él hubiera pasado un filtro riguroso, habiendo sido el resultado de una trasmisión fiel (Naql Amîn) y el comunicante lo hubiese recibido habiéndolo oído correctamente (Samâ‘ Sahîh).

         Si los ‘Ulamâ fueron tan estrictos fue porque el mismo Profeta había sembrado en su nación esas exigencias. Ibn Sîrîn dijo: “Estas cosas son Dîn. Fijaos bien de quién recibís vuestro Dîn”. Y ello, porque el Profeta mismo había dicho a Ibn ‘Umar: “¡Oh, Ibn ‘Umar! ¡Tu Dîn, tu Dîn! Tu Dîn es tu carne y tu sangre. Fíjate bien de quién lo tomas. Tómalo de los rectos. No lo recojas de los torcidos”.

         Siguiendo consejos parecidos, los Tullâb, los estudiantes de hadiz, se esmeraron desde los principios del Islam en acudir a los mejores maestros (šuyûj). Por ello, los maestros fueron divididos en fuertes y débiles, aquellos en cuya seriedad se podía confiar plenamente, y aquellos otros que podían ser puestos en duda. Todo ello de acuerdo a las severas normas del Ŷarh y el Ta‘dîl. Para anotar por escrito finalmente los hadices, se buscaron las fuentes más próximas al Profeta (s.a.s.), es decir, las cadenas de trasmisión con la menor cantidad posible de eslabones (una célebre sentencia entre los muhaddizîn dice: La brevedad en la cadena es cercanía a Allah), se desecharon las fuentes débiles, etc. Los hadices no se escogieron al azar, ni mucho menos. Hubo desde el principio sólidos criterios que se siguieron rigurosamente, gracias a lo cual contamos hoy con una información de proporciones enciclopédicas sobre los hadices, sus grados y rangos, sobre los trasmisores, sobre las circunstancias de la trasmisión, y un sin fin de detalles, cuidadosamente recogidos en innumerables libros.

         Se llama Isnâd ‘Âlî, atribución elevada, al hadiz en cuya cadena de trasmisión figuran sólo personajes eminentes próximos a los tiempos del Profeta (s.a.s.) -es decir, que ese hadiz se lo hayan trasmitido entre sí y los hicieran públicos Sahaba, Tâbi‘ûn y grandes Aímma-. El Isnâd ‘Âlî presente la ventaja de apoyarse en nombres muy célebres, y quiere decir que el estudiante escogía a los mejores maestros, que estuvieran, además, separados de la Fuente del hadiz (el Profeta) por muy pocos otros, también de la misma categoría. El valor de los hadices apoyados en un Isnâd ‘Âlî es incuestionable, y fueron los más tenidos en cuenta.

Pero hubo críticos que valoraron el Isnâd Nâçil, o atribución descendente, es decir, los hadices en cuya genealogía abundara el número de trasmisores y fueran menos conocidos. Ello obligaba a un estudio más severo y a un ejercicio de crítica más contundente, y esto ya era de sí un mérito añadido. El trasmisor (râwî) que no buscaba sólo a los grandes maestros sino que acudía a todos los que podían comunicarle un hadiz presentaron una mayor cantidad de versiones que sirvieron para contrastar los textos y las informaciones, y nos dan en la actualidad la imagen de un amplísimo movimiento de búsqueda en el que las distintas partes se apoyan y son una garantía del celo extremo con el que se realizó la comunicación de hadices de generación en generación. La comunicación del saber, en el Islam, siempre ha estado descentralizada, no dependiente de ninguna autoridad concreta, y ello es manifestación de la conciencia de que el conocimiento es una propiedad y un bien públicos que nadie tiene el derecho a monopolizar. Este es uno de los aspectos más brillantes del Islam: el saber no es un arma de poder, sino un patrimonio común.

Otra de las reglas que llaman la atención en la ciencia del Ŷarh y el Ta‘dîl dice que “la contemporaneidad es un velo cegador” (al-mu‘âsara hiŷâb). Quiere decir que se tuvo en cuenta que resulta difícil a un crítico ser objetivo a la hora de enjuiciar a alguien que le fuera contemporáneo. La admiración excesiva, la reputación, la envidia, el odio, etc., pueden empañar el sentido de la ecuanimidad. Por ello, se prefirió enjuiciar a quienes ya hubieran muerto, y los sentimientos que despertara se hubieran atenuado. Ibn ‘Awn se presentó ante ash-Sha‘bi para exponer a su crítica hadices que había aprendido, y ash-Shab‘bi le dijo: “¿Te los han trasmitido vivos o difuntos?”, e Ibn ‘Awn le dijo: “Todavía están vivos”. Ash-Sha‘bi entonces le dijo: “Háblame de lo que te hayan comunicado los que ya estén muertos. De los vivos no me cuentes nada”.

Los primeros críticos del hadiz resumieron en términos técnicos (istilâhât, mustalahât) la valoración que hacían de cada râwî (trasmisor). Esos istilâhât son de una gran variedad, y cada uno de ellos sirve para indicar el grado de credibilidad que hay que dar al comunicante del hadiz. A continuación, presentamos un resumen de dichos términos técnicos.

 

1-                 A la cabeza de los “fuertes” están los Sahâba, los Compañeros del Profeta (s.a.s.). Cuando de alguien se dice que fue un Sahâbî, se está hablando de un testigo presencial de las palabras del Profeta (s.a.s.).

2-                 En segundo lugar, hay expresiones en grado superlativo que indican que la persona así descrita merece la máxima credibilidad, como áwzaq an-nâs (el más digno de credibilidad, el de más sólida seguridad), o bien se expresa la idea repitiendo el término como ziqa ziqa (autoridad autoridad), o repitiendo la idea con palabras sinónimas como ziqa hâfiz (autoridad de gran memoria).

3-                 En tercer lugar, están los trasmisores que merecen credibilidad “en singular”, como los dignos de apelativos como ziqa (autoridad, persona en quien se puede confiar), mútqin (persona de gran precisión en lo que trasmite), o zábat (firme, es decir, segura de lo que dice, que no titubea).

4-                 En cuarto lugar hay un rango ligeramente por debajo del anterior, como cuando se dice de alguien que es sadûq (muy sincero), o lâ bâsa bih (no está mal), o láisa bihi bâs (no ha reparo respecto a él).

5-                 En quinto lugar, se trata de un grado por debajo del anterior, y es la de los trasmisores que merecen juicios como sadûq sáyyi al-hifz (sincero a veces de mala memoria), o sadûq yáhim (sincero que ha veces se confunde), o lahu awhâm (cae en confusiones), o yujtî (se equivoca).

6-                 En sexto lugar tenemos a trasmisores de poca credibilidad, y se les llama maqbûl (aceptado) en lo que se debe tener en consideración, o láyyin al-hadiz (de hadiz poco consistente) en general.

7-                 En séptimo lugar tenemos a trasmisores de los que no se sabe gran cosa o nada pero que hayan tenido más de cuatro discípulos, y a estos se les llama mastûr (velado) o maŷhûl al-hâl (de circunstancia desconocida).

8-                 En octavo lugar está alguien a favor del cual hay un juicio positivo pero sin mucho peso, y también haya sido criticado pero sin exposición suficiente de las razones por las que debe ser recusado, y a éste se le llama da‘îf, débil.

9-                 En noveno lugar encontramos al que no haya tenido más que un discípulo, y se le llama maŷhûl (desconocido).

10-            En décimo lugar, está quien no haya sido enjuiciado de modo alguno, y se le llama matrûk (abandonado), o matrûk al-hadîz (alguien cuyo hadiz debe ser abandonado), o wâhî al-hadîz (de hadiz confuso), o sâqit (anulado).

11-            Quien haya sido acusado de embustero, y de él se dice muttaham (acusado).

12-            Por último, aquellos a los que se ha aplicado directamente el nombre de embusteros o inventores de hadices (kadzdzâb, waddâ‘).

 

 

Hasta finales del siglo tercero después de la Hégira se siguieron con mucha severidad estos juicios, demostrando una gran precaución, y era porque la trasmisión del hadiz se basaba sobre todo en el Samâ‘, la audición directa y la trasmisión oral. A partir del siglo tercero, cuando ya los hadices estaban recogidos definitivamente en libros, las condiciones para aceptar que alguien comunicara hadices se limitaron a las cuatro grandes criterios que hemos enunciado a la cabeza de este capítulo: sólo se aceptaba que los comunicaran 1- personas que estuvieran en uso de sus facultades mentales, 2- fuesen irreprochables moralmente, 3- fueran precisas a la hora de comunicarlos 4- y fueran musulmanas. Evidentemente, en la primera etapa era vital el rigor absoluto. En la segunda, ya nos e corría el peligro de las falsificaciones.

 

4- La última de las grandes condiciones es el Islam, lo cual es claro en sí. Los trasmisores de hadices comunican enseñanzas referentes al Dîn, a la Ley que deben seguir los musulmanes. Se trata de una responsabilidad que hay que sentir en primera persona. Sin embargo, en los primeros tiempos del Islam, esta condición era pedida a la hora de la comunicación (adâ), no en la de la recepción (tahámmul). Así, se aceptaron los hadices comunicados por Ŷubáir ibn Mút‘im, que había conocido y recibido enseñanzas del Profeta (s.a.s.) cuando aún no era musulmán.

 

     

LECCIÓN IX