CIENCIAS DEL ISLAM |
PARTE
I
HISTORIA
DEL HADIZ
LECCIÓN 4
En el siglo sexto después de la Hégira (aproximadamente, s. XII) la
vida cultural islámica se vio afectada por la aparición de un nuevo elemento
que debilitó el movimiento de viajes en busca de hadices. Efectivamente, hasta
ese entonces no se habían abierto escuelas propiamente dichas especializadas en
el estudio del hadiz. Los interesados se veían obligados a realizar esos viajes
a los que hemos aludido en el capítulo anterior. Las escuelas existentes permitían
profundizar en el estudio del Derecho (Fiqh), sus corrientes
(madzâhib) y las opiniones de los grandes expertos (muŷtahidîn),
y eran promocionadas por la administración para formar jueces (qudât,
plural de qâdî).
La primera escuela (madrasa) especializada en el hadiz fue
creada en el signo sexto de la Hégira por el sultán Nûr ad-Dîn Mahmûd
ibn Abî Sa‘îd Zanki, y llevó su nombre, al-Madrasa an-Nûría, en Damasco.
Un gran muháddiz (experto en hadiz), Ibn ‘Asâkir, autor
de la Historia de Damasco, fue uno de los maestros que enseñaron en ese
centro.
Una segunda escuela (la Casa del Hadiz, Dâr al-Hadîz) fue
fundada años más tarde en el Cairo por el sultán ayyûbi al-Kâmil Nâsir
ad-Dîn, y en ella enseñó Abû l-Jattâb ibn Dáhia. La escuela
recibió el nombre de al-Madrasa al-Kâmilía.
También en Damasco se fundó la al-Madrasa al-Ašrafía, en la que enseñó
Abû ‘Amrû ibn as-Salâh y donde estudió el que más
tarde sería una de las figuras principales en las ciencias del hadiz, el Imam
an-Náwai.
Hubo otras casas del hadiz, menos importantes. Lo que es de destacar es que ninguna tuvo una vida prolongada. Por una parte, esa especialización no era del interés de las administraciones. Por otra, se renovó el interés en el sistema antiguo, prefiriendo los estudiantes seguir realizando viajes para contactar directamente con los trasmisores directos de los textos.
Los títulos de los expertos
Una de las particularidades de la ciencia del hadiz es el desarrollo de
una terminología técnica, a la vez complicada y puntillosa, que resume en un
solo nombre o adjetivo la consideración en que debe ser tenido tal o cual hadiz
y tal o cual experto. Al igual que para los estudiantes que viajaban existieron
títulos que describían a la perfección la cantidad y calidad de esos viajes,
los estudiosos y expertos en esta materia recibieron títulos ‘oficiales’
que definen sus características, grado de fiabilidad, etc. Esos títulos no los
concedía ninguna institución, sino que eran fruto del juicio de los críticos
según mereciese la labor del interesado. Tres de esos títulos (alqâb,
plural de láqab) nos interesan especialmente: músnid, muháddiz
y hâfiz.
Se llamaba músnid al trasmisor de un hadiz que era capaz de
hacerlo mencionando toda su cadena de trasmisión (isnâd),
pudiendo o no analizar esa genealogía; pudiendo o no, por tanto, juzgar la
autenticidad del hadiz que comunicaba.
Un muháddiz -que es un rango superior- era el que sí era
capaz de juzgar la validez del hadiz. El muháddiz conoce las
cadenas y sus posibles defectos (‘ílal), las biografías de los
mencionados en ellas, la fiabilidad de cada uno, conociendo de memoria un buen número
de hadices con sus cadenas, y haya estudiado los seis libros de hadiz, el Músnad
de Ahmad ibn Hánbal, los Súnan de al-Báihaqi, la
enciclopedia de at-Tabarâni, sumando a todo lo anterior mil
cuadernos de hadices.
El hâfiz es ya la cumbre en estos conocimientos. Es
definido como aquél que conoce las sunnas del Profeta (s.a.s.), y es experto en
las vías que han seguido y modos en que han llegado a él. Debe saberse de
memoria todos los hadices sobre cuya autenticidad haya acuerdo, las
discrepancias que existen y las fuentes y claves de los criterios propios. También
tiene que ser hábil en la terminología de la ciencia del hadiz, capaz de
diferenciar el texto de las expresiones utilizados en su interior para aclarar
conceptos o describir situaciones, etc. Alcanzar el título de hâfiz
es muy difícil porque exige una consagración plena a la ciencia del hadiz. Y,
además, requiere una memoria excepcional y una habilidad fuera de lo común, y
con el tiempo se fueron añadiendo más exigencias, cada vez más exageradas,
para considerar a alguien hâfiz. Se ha dicho que, por
ello, ha habido en realidad pocos huffâz. No obstante,
hubo muchos de ellos entre las primeras generaciones del Islam. Los relatos
sobre su prodigiosa memoria (hifz) son
desconcertantes. Era normal que un hâfiz se supiera de memoria y
pudiera comunicar cientos de miles de hadices (incluyendo entre ellos las enseñanzas
de los Compañeros del Profeta y sus Continuadores), cada uno con su cadena de
trasmisión y el juicio sobre su validez. Al-Bujâri dijo: “Me sé de memoria
cien mil hadices auténticos y doscientos mil que son dudosos”.
La memoria era la principal herramienta de los huffâz,
si bien muchos de ellos pusieron por escrito o dictaron a sus discípulos los
textos que conocían tras asegurarse que también se los aprendían de memoria.
La escritura (kitâba) era considerada un mero auxiliar y debía
servir, exclusivamente, para ayudar a la memoria. Se cuenta que había quienes,
tras asegurarse de que se sabían de memoria el hadiz que estudiaban, borraban
el texto para dejar de depender de la escritura. Entre los huffâz
se decía: “Los cuadernos son pésimos depositarios de la ciencia”. El ideal
era la persona que contenía la ciencia.
La trasmisión del hadiz por la memoria
(riwâyat
al-hadîz bil-hifz)
Si la memoria de la que hicieron gala los expertos en hadiz es
sorprendente, aún es mayor la admiración ante ellos cuando se tiene en cuenta
que, sobre todo los más antiguos, hacían hincapié en que la trasmisión debía
ser absolutamente literal, comunicando exactamente, palabra por palabra, las
enseñanzas del Profeta (y también, las de sus Compañeros y los Continuadores
de estos, distinguiendo claramente entre ellos). Decían que el discípulo debía
ser capaz de repetir las palabras de su maestro (sháij) sin
alterarlas en lo más mínimo, sin suprimir nada ni añadir nada, al igual que
el maestro le había trasmitido las del suyo. Por tanto, la función fundamental
de la ciencia del hadiz es la trasmisión rigurosa, de modo que la nación
musulmana tenga conocimiento exacto de lo que dijo e hizo el Profeta, pudiendo
sacar cada cual el provecho del que sea capaz. La necesidad de esta función la
basaban precisamente en un hadiz en el que el Profeta (s.a.s.) dijo: “Allah
bendiga a quien escucha un hadiz y lo trasmite tal como lo ha oído, pues cuántas
veces saca más provecho aquél al que le llega que el que lo trasmite”. Las
gentes del Hadiz (Ahl al-Hadîz) deseaban así rendir un
servicio a la comunidad.
La fidelidad a la letra ya había sido establecida como una virtud por el
Profeta (s.a.s.), quien corregía a sus Compañeros (los Sahâba)
cada vez que se equivocaban al repetir sus palabras. En cierta ocasión, enseñó
a al-Barrâ ibn ‘Âçib una invocación (du‘â) que debía
pronunciar cada vez que se acostara; al pedirle que se la repitiera, al-Barrâ
cometió un error que fue emplear un sinónimo para una palabra que el Profeta
le había dicho, y él se lo corrigió poniéndole la mano en el pecho, indicándole
con ello que debía guardar estrictamente lo que se le comunicaba.
Por todo lo anterior, los Compañeros del Profeta (s.a.s.) fueron severos
exigiendo la trasmisión literal (riwâya bil-lafz) de los
hadices. Consideraban que cambiar una palabra por un sinónimo era una traición
al legado de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), aun cuando no se altere el significado de
lo que dijera, y son abundantes los relatos que lo testimonian.
En la época de los Continuadores (los Tâbi‘în) y en la
de los Seguidores de estos últimos (los Tâbi‘î at-Tâbi‘în),
es decir, las dos siguientes generaciones, continuó siendo estricta la obligación
de trasmitir los hadices literalmente. Pero también empezó a haber aquellos
que opinaron que no estaba mal trasmitir el significado de los hadices (riwâyat
al-ma‘nà). Ibn ‘Awn, de la época de los Seguidores, dijo: “He sido
discípulo de tres maestros que exigían la trasmisión literal y de otros tres
que autorizaban la trasmisión del significado. Los tres que permitían el
significado fueron al-Hásan, Ash-Sha‘bi y an-Naj‘i, y los tres que
se aferraban a la letra fueron al-Qâsim ibn Muhammad, Raŷâ ibn Hyiwa y
Muhammad ibn Sîrîn”.
Debemos advertir que cuando hablamos de la trasmisión del significado
no queremos decir que el trasmisor interpretara el hadiz o que explicara su
sentido, sino que no se exigía a sí mismo la literalidad absoluta.
Efectivamente, los que se atenían a la letra estricta no toleraban ninguna
alteración, por insignificante que fuera, e incluso ‘pronunciaban las letras
tal como lo habían hecho sus maestros, con su tono y su deje’, y consideraban
estos extremos como parte de la fidelidad que les debían. Los que aceptaban la
trasmisión del significado (el ma‘nà) no veían necesario esa
rigidez. Pero se les exigirá grandes conocimientos de gramática, de modo que
la trasmisión ‘más libre’ que hacían jamás afectase al sentido.
Fue así como la gramática pasó a formar parte de las ciencias islámicas
(‘ulûm islâmía). Esos estudios permitieron valorar el estilo
del Profeta (s.a.s.) y de sus Compañeros, y descubrir dos de sus características
fundamentales: la Fasâha (la elocuencia) y la Balâga
(la expresividad). Se investigaron pormenorizadamente esas artes, que
también se convirtieron en ciencias. Pero sirvieron sobre todo para entender
exactamente lo que querían decir el Profeta y sus Compañeros, y adquirir
conciencia del valor del lenguaje. Con ello, se pasó a escuchar con una mayor
atención los hadices. Estas sutilezas fueron exigidas a todo el que quisiera
trasmitir ‘el significado’ de los hadices, de modo que no alterara lo
esencial.
El Imâm Mâlik tuvo una posición intermedia. Permitía la trasmisión
del significado cuando se trataba de relatos no alzados al Profeta (es decir,
dio permiso para ello cuando se trataba de las enseñanzas de los Sâhâba y de
los Tâbi‘în), pero exigía la literalidad en los hadices alzados (es decir,
en las palabras del Profeta). al-Báihaqi contó que Mâlik “corregía la i,
la y y la t en lo que se atribuía al Profeta (s.a.s.)”, como
ejemplo ilustrativo de su severidad.
No obstante, poco a poco, se fue imponiendo la licencia. Ibn as-Salâh,
tras repetir lo ya señalado acerca de los necesarios conocimientos
gramaticales, dijo: “Hay quienes han prohibido la trasmisión del significado
de las palabras del Profeta, autorizándolo en el caso de las de los demás,
pero en realidad no hay inconveniente en todos los casos, siempre que el
trasmisor conozca bien lo que describe, con la seguridad de que comunica
exactamente el significado”.
También debemos mencionar que, en el caso de la trasmisión del
significado, el comunicante debe dejarlo claro utilizando, al final, expresiones
como kamâ qâla (o tal como dijera el Profeta) o kamâ wárada
(tal como se ha citado que dijera el Profeta).
Con el tiempo, también dejó de verse con recelo el que un hadiz fuera
‘resumido’ o que se recogiera de él la frase más adecuada a un tema. Pero
también en este último caso se puso una férrea condición: que dicho hadiz
que se resumiera o del que se eligiera una frase debía aparecer citado en su
totalidad en otra parte. Y, así, vemos que al-Bujâri hizo eso mismo: en su Sahîh,
dividido en temas, escogía lo más apropiado para cada caso, pero siempre el
hadiz es citado completamente en algún capítulo. En caso de no hacerse así,
se considera que el experto ‘oculta’ parte del o que le ha sido ordenado
comunicar.
Poco a poco, los hadices fueron siendo recogidos, investigados y
clasificados, y eso hizo que los modos de recepción variaran. El método
principal era el samâ‘, la audición directa del hadiz de boca de un
maestro para ser inmediatamente retenido en la memoria. Esto fue cambiando, si
bien el samâ‘ mantuvo su prestigio. Aparecieron nuevas formas de
recibir un hadiz, como veremos en el próximo capítulo, que consagraremos, in
shâ Allah, a las formas en que se trasmitían los textos y a las autorizaciones
que legitimaban a un discípulo.
(TAHÁMMUL AL-HADÎZ)