AQUIDA PRESENTACIÓN

AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (5)

 

wa nûminu bil-láuhi wa l-qálam* wa bi-ÿamî‘i mâ fîhi qad ráqam* fa-lau iÿtáma‘a l-jálqu kúlluhum ‘alà sháiin kátabahu llâhu ta‘âlà fîhi ánnahu kâinun li-yaÿ‘alûhu gáira kâinin lam yaqdirû ‘aláih* wa lau iÿtama‘û kúlluhum ‘alà sháiin lam yáktubhu llâhu ta‘âlà fîhi li-yaÿ‘alûhu kâinan lam yaqdirû ‘aláih* ÿáffa l-qálamu bimâ huwa kâinun ilà yáumi l-qiyâma*

Y aceptamos la Tabla y el Cálamo, y todo lo que en ella (Allah) ha signado. Si toda la creación se reuniera para alterar algo de lo que Allah ha escrito en la Tabla que ha de ser, para que no sea, no podrían conseguirlo. Y si la creación entera se reuniera para alterar algo de lo que Allah ha escrito en la Tabla que no sea, para que sea, no podrían conseguirlo. ¡El Cálamo se ha secado después de escribir lo que ha de ser hasta el Día de la Resurrección!...

Con esta imagen, tomada del Corán y de la Sunna, el autor subraya el carácter inalterable del Destino. El Corán habla de una Tabla (el Láuh) -a veces la describe como la Tabla Guardada (al-Láuh al-Mahz)- que es donde se ha escrito, gracias a un Cálamo (el Qálam) de luz, los destinos de cada criatura. Todo esto expresa de modo gráfico las grandes verdades a las que se refiere el Islam, pero también son verdades místicas cuyo alcance no intuimos, por lo que es necesario formular estos temas tal como los hizo el Mensajero, sin añadir más juicios ‘remitiendo su significado al que lo sabe’. En cualquier caso se trata de una imagen poderosa recogida de lo que dijo Muhammad (s.a.s.): “Ten presente a Allah y Él te tendrá presente; tenlo presente y lo encontrarás delante de ti. Si has de pedir algo, pídeselo a Allah. Si necesitas auxilio, búscalo en Allah. Has de saber que si la humanidad entera se reuniese para favorecerte con algo, no te haría más que el bien que Allah ha decretado para ti; y si se reuniese para perjudicarte no te haría más daño que el que Allah ha decretado que sufras. ¡Se han alzado los cálamos y se han secado las páginas!”. En el fondo, lo que lo anterior quiere decir para el musulmán es que no debe temer a las criaturas. El Destino lo invita a desapegarse de las inquietudes e inseguridades que lo someten a sus semejantes, a las circunstancias, a la fuerza de lo inmediato. Todo ello es relativizado en el sentido práctico que tiene el Destino entre los musulmanes, quedando liberados de la esclavitud. El Corán lo dice así: “No temáis a las gentes, ¡temedme a Mí!”, “¡Huid hacia Mí!”, “¡Resguardáos de Mí!”, “Quienes obedecen a Allah y a su Mensajero, quienes temen a Allah y se resguardan de Él,... esos son los que tienen éxito”, “Él es quien debe ser temido, y Él es el que disculpa”... Es en Allah en quien reside la fuerza y el poder, Él es el que doblega a la criatura, no las circunstancias, ni los dioses, ni los poderosos, ni los violentos,... La Verdad es Allah, y su realidad es la que rige todos los acontecimientos. Quien tiene esta visión y fluye con el Destino no tiene más señor que el Creador de los cielos y de la tierra, despejando su existencia de ídolos.

 

wa mâ ajtáa l-‘ábda lam yákun li-yusîbah* wa mâ asâbahu lam yákun li-yújtiah* wa ‘alà l-‘ábdi an yá‘lama ánna llâha qad sábaqa ‘ílmuhu fî kúlli kâinin min jálqih* fa-qáddara dzâlika taqdîra múhkaman múbrama* láisa fîhi nâqidun wa lâ mu‘áqqibun wa lâ muçîlun wa lâ mugáyyirun wa lâ nâqisun wa lâ çâidun min jálqihi fî samâwâtihi wa árdih*

Lo que yerra al hombre no podía alcanzarlo, y lo que le alcanza no podía errarlo. La persona ha de saber que la Ciencia de Allah es anterior a cada ser de su creación. Él lo ha determinado con medida exacta y definitiva, que no tiene revocador, ni aplazador, ni supresor, ni alterador, ni menguador, ni acrecentador entre las criaturas, ya sean de sus cielos o de su tierra...

            Lo que no te ha sucedido no podía haberte ocurrido, y lo que te ha sucedido no podías haberlo eludido. He aquí formulado lo que puede conferir calma al corazón. El lamento por lo que pudo haber sido o pudo no haber sido, es un adelanto del tormento que aguarda a quien no tiene conciencia del Destino que rige las cosas. Quien no sale del sufrimiento que produce la insatisfacción ante el devenir se condena a sí mismo a las repercusiones eternas de esa ignorancia, y se hace acompañar por sus fantasmas.

            El conflicto en el que vive el ser humano (el ‘abd) es el resultado de sus ‘dioses’, y el hombre tiene muchos más fantasmas de los que imagina. Un dios es todo aquello en lo que se sospecha que existe efectividad, pero sólo Allah es Eficaz. Quien se remite a su Señor y reunifica su ser ante el Uno que está por encima de todas las cosas encuentra el sosiego de quien está en paz con la existencia entera. De ahí la insistencia del autor de la ‘Aqîda en la cuestión esencial del Destino: quien carece de la paz que proporciona esta intuición primordial jamás alcanzará a descubrir la profundidad y el alcance del Islam. Quien se retuerce en las contradicciones y confusiones que le producen los conceptos es que está aún muy lejos de disfrutar del don de la vida. Quien se pierde por esos laberintos no sabe agradecer el instante en el que existe. Y esa ingratitud es Kufr, es rechazo del bien posible. Por ello el autor ya ha dicho que el Destino es la luz que ilumina los corazones de los que han intimado con Allah (los auliyâ) y de los que se han asentado en el conocimiento de la ciencia existente (ar-râsijîn fîl-‘ilm).

 

wa dzâlika min ‘áqdi l-îmâni wa usûli l-má‘rifati wa l-iqrâri bi-tauhîdi llâhi ta‘âla wa rubûbíatih* kamâ qâla ta‘âlà fî kitâbih* wa jálaqa kúlla sháiin fa-qáddarahu taqdîra* wa qâla ta‘âlà wa kâna ámru llâhi qádaran maqdûra*

Ello pertenece a la resolución del Îmân, es fundamento de la Má‘rifa y resultado del asentamiento en la Unidad y el Señorío de Allah. Allah ha dicho en su Libro: “Lo ha creado todo y lo ha predeterminado”, y también ha dicho: “La Orden de Allah es según un determinación prefijada”...

            La conciencia del Destino como realidad rectora de la existencia -y el Destino no es sino expresión de la Presencia de Allah, con toda su eternidad en cada instante- determina que la sensibilidad espiritual (el Îmân) sea resuelta, audaz y decidida, y se emancipe del mundo y se libere de las circunstancias, los dioses y los egoísmos, los lamentos y las desesperaciones, y pueda proponerse a Allah, el Señor de los Mundos. El Destino es el ‘Aqd, el punto de arranque del Îmân. El Destino es también uno de los fundamentos (usûl) de la Ma‘rifa, o Conocimiento Superior, el que nace de la síntesis de la existencia en Allah Uno-Único, un Conocimiento Trascendente que no resulta de ninguna elucubración ni de ninguna teoría sino del saboreo de la realidad en sus profundidades abismales. Presentir el Destino es asentamiento definitivo (iqrâr) en la Reunificación (Tawhîd) que no niega el Señorío (Rubûbía), culminando el proceso por el que todo es devuelto a su raíz. El Destino es necesariamente una de las bases del Islam: invita a rendirse ante quien lo ha determinado todo, desapegándose de las apariencias que confunden al común de los hombres, y lanzarse con el corazón por el universo unitario que sugiere la palabra Allah. Todo ello es definitivo en el Corán.

 

fa-wáilun li-man sâra lillâhi ta‘âlà fî l-qádari jasîma* wa áhdara lin-názari fîhi qálban saqîma* láqad iltámasa bi-wáhmihi fî fáhsi l-gáibi sírran katîma* wa ‘âda bi-mâ qâla fîhi affâkan azîma*

¡Ay de quien se convierte en contrincante de Allah sobre el Destino y se presenta con un corazón enfermo para su análisis! Con su fantasía busca descifrar, en lo ausente a él, un secreto oculto. Y con lo que dice de él se convierte en un embustero culpable...

            Todo corazón (qalb) -que es el órgano de percepción por antonomasia del que la razón es una parte- puede estar vivo o muerto, sano o enfermo. Allah nos dice en el Corán: “A quien estaba muerto le hemos devuelto la vida, y le hemos dado una luz con la que camina entre las gentes”. El hombre está muerto en la ignorancia hasta que Allah alumbra su oscuridad con un conocimiento que ilumina su mundo. Así es como la cuestión del Destino resplandece en el musulmán y le propone una senda por la que ser dichoso en esta vida y alcanzar el Jardín junto a Allah.

            Pero un peligro gravita y es el de la fantasía (wahm), que es una enfermedad capaz de aniquilar la bondad que hay en el saber. Abordar la cuestión del Destino desde la frivolidad es convertirla en una excusa más para la irresolución. El Destino es enunciado en el Islam como estímulo, y aquellos aspectos que resultan confusos para la mente humana han sido plegados. Pero el ignorante -arrastrado por su enfermedad, de la que no es consciente y para la que no busca remedio- quiere urgar en esas zonas para las que no está habilitado, y lo hace porque en él tiene fuerza el wahm, la ilusión, la fantasía, la arbitrariedad. Busca desentrañar lo que pertenece al Dominio de su señor. Antes debiera corregir sus insuficiencias, pero el problema de las enfermedades del corazón -como la ignorancia y el falseamiento- es que no producen un dolor inmediato. Quien se empeña en urgar en el secreto del Destino se convierte en jasîm, en contrincante de Allah. Y Allah derrota siempre a sus contrincantes. Esa derrota del hombre es su vagar sin rumbo en este mundo y es sufrimiento eterno en al-Âjira, en el universo de Allah al que se pasa con la muerte, un tormento que es el correlato espiritual de su desazón presente.

 

wa l-‘árshu wa l-kursíyu haqq* wa huwa mústagnin ‘ani l-’árshi wa mâ dûnah* muhîtun bi-kúlli sháiin wa fáuqah* wa qad á‘ÿaça ‘ani l-ihâtati jálqah*

El Trono y el Pedestal son verdad. Él no necesita del Trono ni de ninguna otra cosa. Es Abarcador de todas las cosas, y está por encima de ellas. Ha hecho a sus criaturas incapaces de abarcarlo a Él...

            El Corán y el Profeta nos hablan del Trono de Allah (‘Arsh) y un Pedestal o Escabel (Kursi), es decir, un escalón sobre el que estaría alzado dicho Trono majestuoso. La imagen es clara: se trata del poder y dominio absolutos de Allah sobre la existencia entera. El Trono sobre el Pedestal son los símbolos de su autoridad y su ciencia. Ahora bien, también se afirma que tienen una realidad objetiva, y sobre esto -como sobre el tema de la Tabla y el Cálamo- hay discrepancias en la interpretación. Lo mismo que se ha dicho que el Destino es la Inteligencia Suprema, del Trono y el Pedestal se ha dicho que son las órbitas celestes más elevadas que contienen en su interior el universo entero. Son una especie de cúpula espiritual en cuyo núcleo existimos. La idea del Trono y el Pedestal siempre aparecen en el Corán y en la Sunna para sugerir la idea de que Allah lo abarca todo y nada lo abarca. Él es Muhît, y cerca todo lo que existe. Todo está dentro del alcance de su poder y su saber. Por otro lado, la capacidad para abarcar (la Ihâta) ha sido negada a las criaturas que están insertas en el mundo regido por Allah.

            Estos signos (la Tabla -Láuh-, el Cálamo -Qálam-, el Trono -‘Arsh-, el Escabel -Kursi-) son entidades espirituales, habitantes de un mundo intermedio entre la materialidad de nuestra existencia y la Inefabilidad de Allah. Son seres, y no simples representaciones. Por ello el autor dice que son verdad (haqq), son algo estructurador de nuestro mundo. Son objetos que la visión del Profeta percibió en su peregrinación interior. Pero en cualquier caso, Allah está por encima de lo que sean. Él está muy por encima incluso de su propio Trono. Dicho de otro modo, el Trono no lo contiene, sino que Él es el que lo sostiene. Éste es el Tançîh que, después de acercar conceptos como los de la Ciencia, la Voluntad y el Poder de Allah, con imágenes gráficas y sugerentes, nos abruma haciendo a Allah más remoto que la capacidad que tienen las palabras para expresar cosas grandiosas y desmesuradas.

 

wa naqûlu ínna llâha ttajadza ibrâhîma jalîla* wa kállama llâhu mûsà taklîma* îmânan wa tasdîqan wa taslîma*

Y decimos que Allah tomó a Abraham como amigo íntimo, y habló a Moisés directamente, y lo decimos con receptividad, confirmación y rendición...

 

            El autor nos introduce en el tema de la Profecía (Nubuwwa o Risâla) y los Libros Revelados (al-Kútub al-Munáççala). Y lo hace mencionando a dos de los grandes profetas de la humanidad: Ibrâhîm al-Jalîl (Abraham, el que intimó con Allah) y Mûsà al-Kalîm (Moisés, aquél al que Allah habló). La aceptación de los mensajeros es cosa del Îmân, la sensibilidad o receptividad propias del corazón que encuentra en ellos correspondencias con sus propios presentimientos y es abrumado por la fuerza de la presencia de esos hombres singulares: entonces los confirmamos declarando su autenticidad (tasdîq) para, finalmente, rendirnos a sus enseñanzas y convertirlas en vías hacia Allah (taslîm).

            El autor ha elegido a estos dos enviados porque son descritos con particularidades significativas que Muhammad culminó en sí mismo: la intimidad con Allah y la palabra. La intimidad de Abraham debe ser entendida como el grado supremo del amor: el íntimo es el amante que ha sido aceptado. Abraham se entregó por completo a su Señor hasta penetrar en el secreto de su Soledad. Por su parte, Moisés es el modelo de legislador. De su relación con Allah -de las palabras que Allah le comunicó- surgió una nación dotada de una senda. Allah habló a Moisés y Moisés construyó con las Palabras de su Señor una comunidad. Ambas características -la intimidad y la confidencia- son los rasgos de Muhammad (s.a.s.), heredero de todos los profetas de la humanidad.

 

wa nûminu bil-malâikati wa n-nabiyîn* wa l-kútubi l-munáççalati ‘alà l-mursalîn* wa náshhadu ánnahum kânû ‘alà l-háqqi l-mubîn*

Abrimos nuestros corazones a los Malâika y a los Profetas, y a los Libros revelados a los Enviados, y damos fe de que fueron expresión de la Verdad Evidente...

            Toda senda verdadera hacia Allah y la armonía y la reconciliación con la Verdad se basa en la Revelación (Wahy), y ésta implica un proceso que nos indica un camino de retorno al origen. La Revelación nos viene de Allah, y con ella regresamos a Él. Revelación también se dice en árabe Nuçûl, Descenso: es Allah el que toma la iniciativa y se allega a nosotros. Es posible el proceso inverso, el Ascenso (Taraqqî) que nos hace trascender la inmediatez y alcanzar las alturas desde las que se ha desencadenado todo. Ahora bien, hay una disimilitud tan radical, Allah es tan remoto e inaccesible,... que es necesario un espacio intermedio. Ese espacio es el Malakût, el universo de las luces interiores.

            Se llama Malâika (Ángeles) a los habitantes de ese mundo central donde tienen lugar las visiones, los acontecimientos espirituales, las experiencias proféticas,... Quien se desapega del mundo inmediato, quien se espiritualiza, accede a ese universo diáfano cuyo umbral es prefigurado por el mundo de lo onírico. Negar su existencia es declarar imposible el saboreo de lo trascendente, y la espiritualidad se convierte entonces en moralidad, sus enseñanzas se tornan dogmas y se les defiende con instituciones eclesiales...

            Otro modo de explicarlo: los fenómenos que vemos son resultado de causas (asbâb). Esas causas son estímulos naturales que tienen orígenes espirituales, que a su vez tienen como única causa a Allah Uno-Único. Tenemos, pues, leyes físicas con un transfondo interior que a su vez nos remite al Uno-Único. Es legítimo atribuir las cosas a sus orígenes inmediatos, o bien descubrir sus resonancias íntimas, o, por último, ver en Allah la fuerza que lo realiza todo. Podemos situarnos en cualquiera de esos campos, y el Corán los enuncia todos, y todos son reales y válidos, pues Allah lo ha creado todo según la Verdad, imbrincándolo todo, tal como enseña el Libro. La Sharî‘a, la Ley del Islam, está destinada a ordenar la vida en el mundo de las causas aparentes: es el espacio en el que el ser humano es un individuo autónomo con plena conciencia de sí mismo y responsable de sus actos. En ese ámbito al hombre se le exigen cuentas, y la Sharî‘a le ha sido dada para iluminar su mundo. Cuando alguien se purifica entra en el universo del Malakût e intima con sus habitantes, los Malâika. Son criaturas de luz, inmateriales, aladas, es decir, ligeras, y no pertenecen al mundo físico de los hombres sino al espacio configurador de lo material. Rigen desde dentro la creación entera pero sin manifestar su presencia más que a quien se ha depurado de ataduras, quien ha sido capaz de profundizar en el prodigio de su propia existencia y ha descubierto que tiene dimensiones mucho más amplias que las que percibe el común de la gente.

            Los Malâika (plural de Málak) son criaturas; es decir, con el acceso a ellos aún no se llegado a la Unidad. Allah está más allá, y Él es el verdadero Creador de todos los mundos, pero ya se ha dado un paso importante en su dirección. Por su naturaleza, los Malâika están más cerca de ese origen. Son, por sus carácteristicas espirituales, los agentes más próximos a la Verdad Intangible. Los Malâika son puros, poseen intelecto pero no voluntad: cumplen inmediatamente lo que Allah les ordena, inhabilitados para cualquier rebeldía. Son incensables, y cada cosa que vemos en la existencia, cada cosa que se produce, tiene su Ángel, su motor interior, su rostro espiritual. Cada hombre tiene un compañero protector, su Ángel que lo vertebra y es su guía; y también tiene los que registran en la Memoria de la Existencia cada uno de sus actos, y todos ellos dan fe del Uno-Único. Los Malâika, criaturas nobles enaltecidas por Allah, gobiernan desde el corazón de las realidades los movimientos de los planetas, la firmeza de las montañas, el oleaje de los mares, los movimientos de los aires, y así hasta el infinito. También los hay inflexibles -los “de rostro severo”, como dice el Corán-, y son los encargados de administrar la Ira de Allah, los guardianes de su Fuego.

            Son de luz. Pero también en ese mundo interior existen tinieblas: los genios (ÿinn), resultados del fuego y del humo de la explosión de la que surgió la existencia (mientras que los seres humanos están hechos de arcilla: tierra y agua, es decir, barro cocido al fuego al que Allah transmitió el aire de la vida, soplando en él el espíritu). Los ÿinn están dotados de inteligencia y voluntad, y son el principio del desorden en el universo: no tienen nada que ver con los Malâika. Entre los ÿinn los hay que son neutros, pero otros son terribles, a cuya cabeza está Shaitân (también llamado Iblîs): de ahí que se empleen los plurales shayâtîn y abâlisa para los peores ÿinn, los que son origen de la soberbia, el orgullo, el egoísmo, y destruyen finalmente al ser humano. Habitan ese mundo intermedio y son el origen de la locura, la magia, las experiencias espirituales falsas, etc.

            Pero los Malâika inspiran siempre lo mejor, y a la cabeza de ellos está Yibrîl, Gabriel, el Espíritu Puro (h al-Quds), que los cristianos han acabado confundiendo y lo han divinizado llamándole ‘Espíritu Santo’. Es el Ángel más cercano a Allah y es el transmisor de la Revelación.

            La Revelación consiste en que Allah ordena a Yibrîl transmitir su palabra a un hombre, el mensajero. El profeta es nabí cuando educa, y es rasûl cuando legisla. Todo rasûl es nabí pero no todo nabí es rasûl. Toda nación ha tenido sus profetas, y los musulmanes estamos obligados a aceptarlos a todos en conjunto, y además por sus nombres a los que aparecen en el Corán, que por lo general son los mismos de la tradición semita, y que sirven de modelos para dramatizar los contenidos y exigencias de la Unidad de Allah. Además, los musulmanes estamos obligados a seguir específicamente al último de los profetas, Muhammad (s.a.s.): no sólo lo aceptamos sino que es el único del que hay constancia de sus enseñanzas, quedando nosotros, por ello, comprometidos. Aceptamos y respetamos a todos los profetas, que transmitieron sin duda fidelignamente lo que les fue dictado (los Libros Revelados, al-Kútub al-Munáççala), pero sus enseñanzas se han perdido o han sido distorsionadas. En Muhammad sabemos que los tenemos a todos ellos.

 

wa nusammî áhla qiblatinâ muslimîna mûminîn* mâ dâmû bimâ ÿâa bihi n-nabíu mu‘tarifîn* wa lahu bi-kúlli mâ qâlahu wa ájbara musaddiqîn*

Y llamamos musulmanes mûminîn a las gentes de nuestra orientación, mientras reconozcan lo que nos ha traido el Mensajero, y confirmen todo lo que él dijo e informó...

            El Islâm es rendición incondicionada a Allah, que ha expresado su Voluntad con la Revelación. El Îmân es estar abierto sinceramente a Allah. El Islâm atañe al cuerpo, y el Îmân es cosa del corazón. Es Allah el que juzga la sinceridad del Islâm y el Îmân de una persona, no nosotros. Nuestro criterio es que coincida -aunque sólo sea formalmente- en nuestra misma dirección (Qibla). A quienes declaren estar orientados hacia Allah Uno-Único, debemos considerarlos musulmanes (muslimîn) y aceptar sin reparos que tienen Îmân (que son mûminîn), que son sinceros. Con ellos construimos nuestra comunidad (ÿamâ‘a) y nuestra nación (umma). Cualquier otra consideración es introducir la discordia, las sospechas y el juicio sobre las intenciones. Y no hay nada más alejado del Islam que la instauración de cualquier tipo de inquisición. Toda inclinación en ese sentido debe ser rechazada, denunciada y condenada. Muhammad (s.a.s.) dijo: “Signo de la belleza del Islam de una persona es que deje lo que no le incumbe”, es decir, que deje a Allah lo que sólo Él puede medir.

            Por ello es importante atenerse a la ‘literalidad’ de la Revelación como expresión de lo común: es el único terreno sólido. De ahí que los ulemas del Islam (los ‘ulamâ, los expertos que han dedicado sus vidas a recoger y estudiar las enseñanzas del Corán y la Sunna bajo cualquiera de sus aspectos) se han esforzado por transmitir lo innegable del Islam, lo cohesionador, como base para el acuerdo sobre el que erigir entre todos el edificio del Islam. Para ello han procurado comunicarnos la letra del mensaje coránico y la Sunna del Profeta, despejados de interpretaciones, opiniones e interpolaciones, para que no nos suceda como a las naciones que ya no pueden distinguir lo original de lo añadido por generaciones posteriores.

            A efectos prácticos, aunque en su esencia designan dimensiones distintas y complementarias, identificamos Islâm e Îmân, y le damos el nombre genérico de Islam. Para nosotros el múslim siempre es mûmin, y remitimos a Allah el juicio sobre la sinceridad de cada cual. Lo contrario sería intentar sustituir a Allah. Es múslim-mûmin el que acepta nuestra misma dirección (Qibla), que adquiere forma material -para servir de referencia- en la Ka‘ba (la Kaaba, en Meca). Quien reconoce en ella el oriente para sus recogimientos se está declarando múslim-mûmin, y como tal debemos aceptarlo, negando esa condición a quien no cumpla con esto. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien haga el Salât como nosotros lo hacemos y coma de nuestra comida, es musulmán y tiene nuestros mismos derechos y obligaciones”.

            Sólo se excluye a una persona del Islam si niega al Profeta y sus enseñanzas, es decir, con una declaración formal contraria a la que lo hizo ser aceptado como musulmán. Mientras afirme la autenticidad de lo que enseñó el Profeta (s.a.s.), es múslim-mûmin (que puede estar equivocado en sus interpretaciones u opiniones, o ser incoherente en sus acciones, todo lo cual puede tener justificaciones más o menos admisibles o inadmisibles, pero no excluyentes). Sólo de esta manera evitamos la discordia, y dejamos a Allah el ámbito del secreto, que es donde sólo Él impera. Esta cuestión será precisada en los párrafos que vienen a continuación. Musulmán (múslim) -y por tanto mûmin- es todo reconocedor del Profeta (mu‘tarif bin-nabí) y confirmador de su autenticidad (musáddiq).

 

wa lâ najûdu fî llâh* wa lâ numârî fî dîni llâh*

No polemizamos en torno a Allah. No titubeamos sobre la Senda de Allah...

            Es decir, no convertimos a Allah en tema para discusiones, polémicas, ni es una excusa para demostrar conocimientos ni formular acertijos. Y en el Dîn de Allah, es decir, el Islam, la Senda por la que nos guiamos, no titubeamos, no lo abordamos con frivolidad, no lo acomodamos a nuestras circunstancias falseándolo, no forcejeamos de ninguna manera con él, sino que lo seguimos en la medida de nuestras posibilidades con las fuerzas y la resolución que nos han sido dadas. Y nada más. A esto se le llama rigor y coincidencia con la naturaleza primordial del ser humano (la fitra) que es acción, devenir, desenvolvimiento, y no laberinto, especulación, atolladero.

            Ante Allah y sobre su Dîn debemos revestirnos de Ádab, de cortesía, para no caer en la ingratitud ni en la falta de respeto que nos desvíen del camino. El Ádab, la cortesía, es reconocer las dimensiones gigantescas de la cuestión y no permitir que nuestras estrecheces, cortedades ni ilusiones juzguen lo que nos ha sido dado como el mayor de los obsequios. Calibrar las dimensiones de Allah y del Dîn -es decir, el Islam como Senda sobre la que nos orientamos hacia Allah- exige ese Ádab con el que ponemos cada cosa en su sitio, no nos permitimos abarcar lo inabarcable ni enjuiciarlo según nuestros criterios, sino amoldarnos a esa inmensidad y crecer nosotros en lo desmesurado. El Ádab, que nos impide fantasear con Allah y con el Dîn, es el aldabonazo con el que llamamos a las puertas de lo eterno. La falta de Ádab, que es en lo que se incurre cuando se toma a Allah y al Dîn como motivos para ejercitar nuestra arrogancia, es cerrar esas puertas y limitarnos a lo que ya tenemos, que es escaseces y distorsiones de la Verdad.

 


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