AQUIDA PRESENTACIÓN

AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (4)

 

Por ello, el Corán y la Sunna a veces lo describen con Manos, Rostro, Pies, o nos dicen que Allah se encoleriza, se eleva, desciende, sonríe o ríe, etc., términos que han confundido a muchos: unos los han afirmado dando cuerpo a Allah (los llamados mushábbiha o muÿássima), y otros los han negado para evitar la antropomorfización (grupos que han recibido el nombre de nufât, mu‘áttila o mu‘taçila). Otros los han interpretado metafóricamente restándoles fuerza y contenido (los ÿahmía). Los musulmanes admiten esas palabras sin darles modo ni proporciones, quedando sumergidos en el poder de sus sugerencias, perplejos ante el carácter conmocionador de las expresiones con las que Allah nos habla describiéndose a sí mismo, sin convertir la cuestión en un desafío a la razón sino un reto a la posibilidad de intimar con lo Absoluto, que es inmediato y familiar.

 

wa l-mi‘râÿu háqq* wa qad úsria bin-nabíyi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama wa ‘úriÿa bi-shájsihi fî l-yáqazati ilà s-samâ* zúmma ila háizu shâ allâhu min l-‘ulâ* wa ákramahu llâhu bimâ shâ* wa auhà iláihi mâ auhà* mâ kádzdzaba l-fuâdu mâ raà* fa-sallà llâhu ‘aláihi wa sállama fî l-âjirati wa l-ûlâ*

La Ascensión fue una verdad. Se hizo viajar nocturnamente al Profeta y se le alzó en persona y despierto hasta el cielo, y después hasta las alturas que Allah quiso, y lo honró con lo que quiso, y le reveló lo que le reveló: “El corazón no declaró falso lo que vió”. ¡Allah lo bendiga y salude en la Última y en la Primera!...

              El autor se refiere aquí al Viaje Nocturno (el Isrâ) del Profeta y a su Ascensión (Mi‘râÿ), que tuvieron lugar una noche, aproximadamente un año antes de la Emigración (la Hiÿra) a Medina. Esos dos acontecimientos tuvieron una importancia radical porque en ellos quedó cristalizada la universalidad de la misión de Muhammad (s.a.s.). El alcance de su función y rango en la historia de la humanidad quedan subrayados en el relato que se hace de esa experiencia singular. Tras ella, el Profeta y el Islam adquirieron un carácter definitivo. Por ello, el autor afirma que el Viaje Nocturno y la Ascensión son una verdad (haqq), es decir, no sólo ocurrieron sino que tuvieron una importancia radical y configuradora.

            En primer lugar, se ha discutido en el Islam si esos recorridos nocturnos por la tierra y los cielos se realizaron con el cuerpo o sólo con el espíritu (h). Ambas interpretaciones se justifican en la ambiguedad de los relatos, pero la opinión mayoritaria es que tuvieron lugar con todo el ser. Efectivamente, la Reunificación Muhammadiana ante Allah Uno-Único exige que sea el hombre en su integralidad el que se presente ante su Señor. Por tanto, la opinión según la cual el Mensajero realizó el viaje despierto y con su cuerpo es la que tiene más aceptación entre los musulmanes, y además tiene la fuerza de sugerir el carácter integrador del Islam que no margina la materialidad del ser humano en la experiencia de la Unidad y Unicidad de la Verdad.

            Los relatos más seguros cuentan que mientras Muhammad (s.a.s.) descansaba en su lecho lo inundó la Calma (Sakîna) y se le apareció Gabriel, el Ángel de la Revelación (el Málak Yibrîl), que lo invitó a montar sobre una cabalgadura extraordinaria (al-Burâq), y ésta alzó el vuelo trasladándolo a Jerusalem. El viaje duró menos de un instante. En la Mezquita Remota (al-Masÿid al-Aqsà), es decir, el Templo de Salomón, Muhammad dirigió el recogimiento de los profetas de toda la humanidad, convirtiéndose en su Imâm, en el Polo en el que confluye la espiritualidad del universo entero.

            Inmediatamente después volvió a montar sobre la cabalgadura extraordinaria (al-Burâq, el Relámpago) y se alzó atravesando los siete cielos encontrándose en cada uno de ellos con un profeta arquetípico que lo saludaba, le daba la bienvenida a su cielo y lo confirmaba en su misión universal. En el primer cielo, Adán. En el segundo, Juan y Jesús. En el tercero, José. En el cuarto, Idris (Elías o Hermes). En el quinto, Aarón. En el sexto, Moisés. En el séptimo, Abraham. Después ascendió hasta el Loto del Límite (Sadrat al-Muntahà) dejando atrás al Ángel que no podía atravesar ese extremo de la existencia. Muhammad siguió avanzando hasta llegar frente al Gigantesco, el Soberbio en su Grandeza (al-Yabbâr) del que sólo lo separaba un Velo de Luz. En ese momento, Allah le transmitió la orden de que la Nación del Islam realizara el Salât, es decir, que cada musulmán tuviera momentos al día dedicados en exclusiva a recogerse ante Allah, con presencia de todo su ser orientado hacia quien lo ha creado y lo rige. Tras ello, Muhammad (s.a.s.) regresó a su casa, encontrando aún caliente el lecho en el que había estado acostado antes. Éste es, muy en resumen, el relato de lo que tuvo lugar en esa noche única que precedió a la Emigración de los musulmanes de Meca a Medina, quedando inaugurado el Islam como civilización universal.

 

wa l-haúdu l-ladzî ákramahu llâhu ta‘âlà bihi giyâzan li-úmmatihi haqq*

Y el Estanque con el que Allah lo dignificó como auxilio para su Nación es una verdad...

              El Profeta habló a muchos de sus Compañeros de un Estanque (Háud) reservado para él y para su Nación en el que vierte sus aguas un río fabuloso, el Káuzar,... todo esto junto a Allah en al-Âjira, en su Universo propio al que sólo permite el acceso la Revelación o la muerte. Quien beba de sus aguas no volverá a tener sed. Es el caudal muhammadiano, que se ha desbordado sobre la humanidad desde el mundo trascendente del Uno-Único.

            En su poderoso universo interior, Muhammad (s.a.s.) veía los correlatos espirituales de su propia existencia y significación. Ahora bien, no se trata de simples alegorías. Los musulmanes, al seguir al Profeta, participan de su grandeza en todas las dimensiones, y beben realmente de su manantial. Por ello, los musulmanes desean que se les de beber de ese Estanque (Háud) también junto a Allah, tras la muerte, en el universo infinito de al-Âjira, lo que significa que son aceptados definitivamente en la Nación de Muhammad y comparten su destino, no sólo en este mundo sino también en la eternidad de al-Âjira, el Universo de Allah. Esta confirmación se producirá tras la muerte, el Día de la Resurrección (Yáum al-Qiyâma), antes de que los destinados al Jardín entren en él. Según la mayoría de los relatos, se dará de beber a los musulmanes del Estanque tras salir de la tumbas, de las que se despierta con una sed abrasadora. El Imâm al-Qúrtubi escribió: “No pienses que esto está relacionado con este mundo sino que tiene lugar en la Tierra Cambiada que es blanca como la plata, sobre la que jamás se ha derramado sangre y en la que jamás se ha cometido injusticia alguna”.

            Todo lo relacionado con el Háud es extraordinario pues tiene que ver con la desmesura que nos aguarda después de la muerte. Su tamaño es inmenso, la fuente que lo riega es la Generosidad de la Abundancia (el Káuzar) que es el río de Muhammad procedente del Jardín, sus aguas son más blancas que la leche, más frescas que la nieve, más dulces que la miel, más perfumadas que el almizcle. Cada vez que se bebe de él, el Estanque se amplía. Sus orillas están sembradas de oro, gemas y plantas aromáticas. Cada profeta tiene su Háud, pero el más grande, el más dulce y el más abundante es el de Muhammad (s.a.s.).

 

wa sh-shafâ‘atu l-latî dzdzajarahâ láhum haqq* kamâ rúwiya fî l-ajbâr*

Y la Shafâ‘a que ha atesorado para su Nación es una verdad, tal como nos cuentan las noticias...

              Ese Día de la Reunión ante Allah, tras la muerte, todo aquello a lo que Él haya dado valor dará su testimonio (shahâda). A la mediación favorable se la llama Shafâ‘a. La mayor de las intercesiones será la de Muhammad: él dará fe de los suyos. Seguir a un profeta es colocarse bajo su estandarte. Son hombres a los que Allah ha distinguido, y ese privilegio se manifestará porque serán autorizados a hablar. Han sido enviados a sus pueblos, y certificarán en favor de sus seguidores. Ahora bien, esa mediación viene del favor que Allah les han concedido, y no les corresponde por naturaleza propia. Ellos son expresión del Favor, de la Fuerza de la Elección de Allah, y no de algo distinto. Todo está integrado en la Voluntad del Uno-Único, que se evidencia como Él quiere. Dice el corán: “Nadie intercede a favor de otro ante Él, si no es con su permiso”. Y así sucede con todo, incluso en nuestra cotidianidad: todo lo que tiene un efecto no lo hace de modo independiente, sino en la sujeción al Deseo del Señor de los Mundos.

            En realidad, todo dará testimonio ante Allah el Día en que la creación se reúna ante Él, cada cosa con su propio lenguaje, que el hombre entenderá porque habrá sido dotado por la muerte con una sensibilidad distinta: hablará el cuerpo de cada ser humano (sus manos, sus piernas, su lengua, su corazón, sus ojos,...), y darán fe sus actos (el bien y el mal que hayan hecho), y darán fe los lugares en los que han estado, los compañeros que han tenido, las intenciones que han sentido,... y darán fe los profetas que les han sido enviados, y los Libros que les han sido transmitidos, y todo lo que existe dará fe de cada persona, en su favor o en su contra, porque ese Día -el que sigue a la muerte- es el Día de la Verdad, y todo será elocuente. Y todo será medido por Allah, cuya Balanza es precisa y exacta. En realidad, la muerte significa una inversión: todo lo que hasta entonces había sido mudo hablará elogiando o acusando a cada hombre. La Resurrección es el espacio en el que lo que ahora es espiritual, tomará cuerpo y tomará la iniciativa mientras que el hombre será pasivo, recibiendo la influencia de lo que contruye o destruye durante su vida activa.

            El primero en dar su testimonio será Muhammad (s.a.s.), el Shâfi‘: él hablará en favor de los suyos, de quienes lo han aceptado con fidelidad, de quienes han transmitido sus palabras, quienes han seguido sus enseñanzas. Con el término testimonio (shahâda, que si es favorable recibe el nombre de shafâ‘a) se alude en el fondo a la interrelación profunda que existe entre las cosas, y a las dimensiones infinitas de cada uno de nuestros gestos. Creemos que nuestros instantes son irrelevantes, pero en realidad todo está imbrincado de un modo absoluto sobre una Fuente Única cuyo alcance sólo descubriremos entonces. Cada uno de nuestros momentos hunde sus raíces en lo infinito, y tras la muerte tendremos ante nosotros sus frutos en lo eterno del mundo espiritual. Esto es terrible, porque nos es imposible calibrar las implicaciones de nuestra existencia en cada uno de sus instantes. Por ello existe una generalidad que es la Shafâ‘a de Muhammad (s.a.s.): si Muhammad da testimonio en nuestro favor -en estrecha vinculación al modo que los musulmanes lo damos en esta vida en favor de su autenticidad- Allah atenderá a la certificación de la mejor de sus criaturas.

 

wa l-mîzâqu l-ladzî ájadahu llâhu ta‘âlà min âdama wa dzurríatihi haqq*

Y el pacto que Allah concertó con Adán y sus descendientes es una verdad...

              El autor de esta ‘Aqîda (o Exposición de los Fundamentos del Islam, los Usûl ad-Dîn) hace mención aquí a un tema de gran importancia: el Mîzâq o pacto anterior a la existencia concreta de cada criatura. Según el Corán, antes de nacer, cada ser humano ha tenido una conversación con Allah en la que Él se le muestra y le hace dar testimonio de su Soberanía y Señorío (Rubûbía). El hombre acepta y declara, en el seno de su germen, la unidad y unicidad de su Verdadero Creador y su sujeción a Él (‘Ubûdía). Para algunos autores, esto tuvo lugar ‘en los riñones de Adán’. Los profetas, desde el primero hasta el último de ellos, han sido la reverberación de ese Pacto Primordial, un recordario que depierta en cada ser humano resonancias que le estimulan a buscar a su Verdadero Señor. Es como si al nacer olvidáramos de donde venimos, pero ese conocimiento estuviera latente en nosotros (constituyendo lo esencial en nosotros, nuestra Fitra): los profetas son los instrumentos con los que Allah desencadena el Recuerdo (Dzikr).

            A efectos prácticos, lo anterior quiere decir que cada criatura cuenta con las intuiciones necesarias de lo que es y de quién es Allah.    A ese eco que responde en el corazón de cada ser a la llamada que le dirige el Profeta se le llama Fitra, naturaleza original. Cuando Allah la labró en cada criatura es como si hubiera estado concluyendo con ella un pacto (Mizâq). Sus resonancias son la espiritualidad, la inquietud que empuja al hombre, la ansiedad que se apodera de él,...

            Por otro lado, este tema incluye el del Destino, que el autor retomará a continuación desde un nuevo punto de vista. Muchos de los breves relatos que hacen referencia a esta cuestión también aluden a que, en ese momento previo a la existencia concreta de cada ser, Allah decide su Destino. Al dar hechura a cada ser también le señala la meta que habrá de alcanzar con su vida. Su felicidad y su infelicidad, su salud y su enfermedad, su riqueza y su pobreza, su posición ante Allah, todo queda ya señalado en ese germen primario. Nuestras existencias son el cumplimiento de las realidades incluidas en nuestra semilla.

 

wa qad ‘álima llâhu ta‘âlà fîmâ lam yáçal ‘ádada man yádjulu l-ÿanna* wa ‘ádada man yádjulu n-nâr* ÿúmlatan wâhida* fa-lâ yaçdâdu fî dzâlika l-‘ádadi wa lâ yánqusu minh* wa kadzâlika af‘âlahum fîmâ ‘álima mínhum an yaf‘alûh*

Allah sabe en su eternidad sin-principio el número de los que entrarán en el Jardín y el número de los que entrarán en el Fuego, en conjunto total. No aumenta ese número ni decrece. Y del mismo modo conocía los actos de las criaturas, y se cumplen como Él sabe que lo harán...

              No añadimos nada al conocimiento que Allah tiene de nosotros: Él nos ha configurado en nuestra semilla, y nuestra existencia es la realización de lo determinado en ese germen primario. Su conocimiento de nosotros es anterior a nuestra existencia. Todas nuestras intenciones, nuestros actos, nuestras realizaciones, nuestros triunfos y nuestras derrotas, todo lo que nos sucede, las desgracias que se abaten contra nosotros, los placeres que nos deleitan, nuestras esperanzas y nuestras desesperaciones, nuestras inquietudes y nuestras orientaciones, todo está contenido en ese primer momento en el que Allah nos crea en la nada. Por ello, su Ciencia es anterior a los datos, su Conocimiento abarca a los seres antes de que estos existan, y el Destino final de cada uno de nosotros (ya sea el Jardín o el Fuego tras la muerte) está en su saber antes de que realicemos el más mínimo de nuestros gestos. Él conoce, en su Eternidad sin-principio y sin-fin (el Áçal) el número (‘ádad) exacto de los que entrarán en el tormento del Fuego (Nâr) y el de los que accederán al disfrute en el Jardín (Yanna), así como los actos de sus criaturas antes de que ellas los ejecuten, y todo tiene el cumplimiento que Él sabe de antemano. El Corán dice: “Allah es Conocedor de toda cosa”.

 

wa kúllun muyássarun limâ júliqa lah* wa l-a‘mâlu bil-jawâtim* wa s-sa‘îdu man sá‘ida bi-qadâi llâh* wa sh-shaqíyu man sháqiya bi-qadâi llâh*

A cada cual se le ha facilitado aquello para lo que ha sido creado. Los actos son según sus postrimerías. Dichoso es aquél al que Allah ha decidido hacer dichoso. Desafortunado es aquél al que Allah ha decidido hacer desafortunado...

              Todo es según lo que Allah ha determinado (según su Decisión o Decreto, Qadâ). Allah conduce a cada criatura al Destino (Qádar) que Él ha establecido, y por ello cada cuál encuentra facilidad en aquello que lo guía -sin que él se de cuenta- a la meta que tiene marcada. Quien realiza el mal y encuentra deleite en él es porque se le está haciendo fácil el camino al Fuego; quien hace el bien y se encuentra cómodo en él es porque está siendo conducido al Jardín. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) dijo: “Todo ser tiene prefijado su lugar en el Jardín o en el Fuego. De cada criatura se ha dicho en la eternidad que será dichosa o infeliz”, y uno de sus Compañeros le preguntó: “¿Porqué no contentarnos con lo que ha sido determinado y abandonamos nuestros esfuerzos?”, y la respuesta de Muhammad (s.a.s.) fue la siguiente: “Quien esté destinado a la dicha junto a Allah es conducido por Allah a la acción propia de las Gentes de la Felicidad, y quien está destinado al infortunio eterno es conducido por Allah sobre la senda de la acción de las Gentes de la Desgracia”. Cada criatura cumple, pues, con las acciones que Allah ha establecido que haga y que la conducen a su Destino. El Profeta dijo: “Actuad: encontraréis fácil aquello para lo que habéis sido creados”. El hombre actúa según lo que ya ha sido decidido (en expresión del Profeta: según ha escrito una tinta ya seca), y en ningún momento se libera de ello. Esto es lo que significa la Unidad de la Acción, el carácter inalterable del Destino, la Decisión de Allah (el Qadâ).

            Por otro lado, no se debe juzgar a nadie por sus acciones actuales. Nadie debe arrogarse ese derecho, pues el Destino sólo lo conoce Allah: es su secreto (sirr). Para evitar juzgar a los demás, el Profeta enseñó que sólo es realmente decisivo aquello que está en las postrimerías de cada vida (los jawâtim), es decir, las últimas acciones. Muhammad (s.a.s.) dijo: “Hay quienes realizan las acciones propias de las gentes destinadas al Jardín según el criterio de los hombres (es decir, hay quienes realizan el bien) pero están destinados al Fuego, lo mismo que hay gentes que realizan las acciones propias de quienes están destinados al Fuego según lo que le parecería a los hombres y sin embargo están destinados al Jardín”, y concluyó diciendo: “El valor de las acciones depende de las postrimerías (jawâtim)”. Esto nos invita a no juzgar a nadie y a tener esperanza.

            Es decir, feliz junto a Allah será quien Él ha decidido hacer dichoso, al margen de toda apariencia; e infeliz quien Él lo haya decidido, al margen de toda apariencia. En el fondo, lo único realmente importante es la sinceridad y la autenticidad, que son algo entre Allah y cada una de sus criaturas.

            Si juntamos todo lo dicho veremos que el Islam no promete ninguna salvación. El hombre debe redoblar sus esfuerzos como manifestación de sinceridad y autenticidad. Ésta es la quintaesencia del Islam. Abandonar la acción justificándose en el Destino sería signo de pereza. Confiar en la acción sería arrogancia. Intensificar la acción como signo de abdicación ante Allah es realización de lo que significa el Islam.

 

wa áslu l-qádari sírru llâhi ta‘âlà fî jálqih* lam yáttali‘ ‘alà dzâlika málakun muqárrab* wa lâ nabíyun múrsal* wa t-ta‘ámmuqu wa n-názaru fî dzâlika dzarî‘atu l-judzlân* wa súllamu l-hirmân* wa dáraÿatu t-tugyân* fal-hádzaru kúllu l-hádzari min dzâlika názaran wa fíkran wa wáswasa* fa-ínna llâha ta‘âlà tawà ‘ílma l-qádari ‘an anâmih* wa nahâhum ‘an marâmih* kamâ qâla llâhu ta‘âlà fî kitâbih* lâ yús-alu ‘ammâ yáf‘alu wa hum yus-alûn* fa-man sáala líma fá‘al* faqad rádda húkma l-kitâb* wa man rádda húkma l-kitâb* kâna min al-kâfirîn*

La raíz del Destino es el secreto de Allah en su creación. Él no ha asomado a ese secreto a ningún ángel cercano, ni a ningún anunciador enviado (a la humanidad). Profundizar en él o someterlo a análisis es pretexto para la frustración, escala hacia la privación y grado en la ascensión hacia la rebeldía arrogante. ¡Cuidado atento, para no someterlo a análisis, reflexión u obsesión! Allah ha plegado la posibilidad de una Ciencia del Destino privando de ella a sus criaturas, y les ha prohibido que se la propongan, tal como Allah ha dicho en su Libro: “A Él no se le pregunta por lo que hace. Ellos son los interrogados”. Quien pregunta: “¿Porqué Allah ha hecho tal cosa?”, está impugnando el juicio señalado en el Libro, y quien impugna el juicio del Libro es de los rechazadores...

              En su raíz (asl) el Destino (Qádar) es un secreto (sirr) entre Allah y su creación (jalq), entre la Verdad Absoluta y cada una de sus criaturas en el seno de honduras absolutas. Es en esa raíz donde tienen lugar la sinceridad y la autenticidad, un punto en el que coinciden la Libertad de Allah y la del hombre, y pertenece a un ámbito de la intimidad donde nada ni nadie tiene cabida, ni el Ángel más próximo a Allah (al-Málak al-Muqárrab) ni el mismo profeta enviado a las gentes (an-Nabí al-Múrsal),... es decir, no tienen conocimiento de ese enigma ni los más sabios entre los seres. Por tanto, los especuladores deben alejarse del tema pues todo análisis (zar) acaba en frustración (judzlân), en privación (hirmân) del bien que sugiere la idea de Destino, y en rebeldía arrogante contra Allah (tugyân), todo lo cual sólo puede atormentar al ser humano en lugar de iluminarlo.

            En cualquier caso, la Revelación es una interpelación de Allah: es el hombre el que debe responder. Nada puede juzgar a Allah, pero Él si juzga a los hombres. Por tanto, es la respuesta del ser humano lo que la Existencia exige. Nada pregunta nada a Allah ni le demanda responsabilidades, pues Él es el Uno-Único que está por encima de todas las cosas, pero Él sí pregunta a sus subordinados, que es la creación entera, que depende de Él y responde a Él de grado o a la fuerza. Someter a Allah a un interrogatorio únicamente es propio del que ignora lo que es y quién es Allah, es el propio del kâfir, el que niega a su Señor en sus adentros o pretende configurar un dios a su gusto.

 

fa-hâdzihi ÿúmlatu mâ yahtâÿu iláihi man huwa munáwwarun qálbahu min auliyâi llâhi ta‘âlà* wa hiya dáraÿatu r-râsijîna fî l-‘ílm* li-ánna l-‘ílma ‘ilmân* ‘ílmun fîl-jálqi mauÿûd* wa ‘ílmun fî l-jálqi mafqûd* fa-inkâru l-‘ílmi l-mauÿûdi kufr* wa ddi‘âu l-‘ílmi l-mafqûdi kufr* wa lâ yázbutu l-îmânu illâ bi-qabûli l-‘ílmi l-mauÿûd* wa tárki tálabi l-‘ílmi l-mafqûd*

Éste es el conjunto de lo que necesita (saber) quien tiene el corazón iluminado entre los que han intimado con Allah (los auliyâ). Es el grado de los firmemente asentados en la ciencia. Porque hay dos clases de ciencia: una ciencia existente en la creación y una ciencia inexistente en la creación. El rechazo de la ciencia existente es negación de Allah y la pretensión de conocer la ciencia inexistente es negación de Allah. No se consolida la sensibilidad espiritual (el Îmân) más que con la aceptación de la ciencia existente y con el abandono de la búsqueda de la ciencia inexistente...

              En lo dicho acerca del Destino hay pistas suficientes para quien tiene un corazón (qalb) iluminado (munáwwar). Ese conocimiento es el de quienes intiman con Allah (los auliyâ) siguiendo al Profeta hasta alcanzar una absoluta proximidad a su Señor. Es el grado (dáraÿa) de quienes se afianzan en el verdadero conocimiento (los râsijîn fî l-‘ilm), es decir, quienes abandonan las disputas, los laberintos de las polémicas entre hombres, la banalidad de las especulaciones inútiles, y se centran en lo seguro hasta alcanzar sus raíces donde sólo está la Verdad inaccesible al lenguaje.

            Hay dos tipos de ciencia (‘ilm): la que es posible al ser humano, la que está al alcance de sus aptitudes, y a la que el autor llama ciencia existente en la creación (al-‘ilm al-mauÿûd fî l-jalq), y es en la que deben centrarse los esfuerzos, y a la cabeza de esas ciencias está el estudio de la Revelación ofrecida a la humanidad, el Islam expresado en palabras claras; y hay otra ciencia que escapa a las posibilidades del hombre, a la que el autor llama ciencia inexistente (o perdida, o ausente) en la creación (al-‘ilm al-mafqûd fî l-jalq), y es el conocimiento imposible para el que el hombre no tiene herramientas (y emplea entonces la frivolidad y la elucubración, como sucede con la teología, la metafísica, la adivinación, etc.). Ir en pos de la ciencia inexistente es desconfiar y desafiar el secreto de Allah. Dice el Corán de ese saber oculto: “Nadie sabe lo que ganará mañana ni dónde morirá. Es Allah el Sabio, el Bien Informado”, es, por tanto, el conocimiento que Él se ha reservado.

            La sensibilidad espiritual que el Islam desea para los musulmanes se basa en la que es proyectada sobre la ciencia existente. El mûmin, el dotado de esa sensibilidad (el Îmân), debe centrarse en lo que le es ofrecido por la existencia y por Allah, apoyándose en la razón y en la Revelación, y abstenerse de la arbitrariedad, lo confuso, lo distorsionador. La sensibilidad espiritual, que tiene esos firmes anclajes que la hacen sensata y recta, puede entonces orientarse hacia la Verdad y afianzarse en Ella.

 


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