AL-‘AQÎDA
AT-TAHÂWÍA
wa imâmu l-atqiyâ*
el imam de los rectos,...
Muhammad
es Imâm (es decir, modelo,
guía) para los atqiyâ, los que buscan sinceramente a Allah, los rectos. Imâm
es un nombre que se da al que conquista la consideración y el respeto de los
demás -no debemos confundir esta palabra con Îmân,
la sensibilidad espiritual del corazón humano-. Atqiyâ
es el plural de la palabra taqí con
la que se designa a la persona que intuye la grandeza de su Señor y se
sobrecoge ante la inmensidad albergada en su propio corazón. Eso es a lo que se
llama en árabe taqwà, la inquietud
que moviliza al hombre tras el Absoluto y lo desconcierta y rinde ante Él. Pues
bien, Muhammad (s.a.s.) fue investido por Allah como Imâm
para todos los que buscan a su Señor Verdadero, los atqiyâ. En el Corán, Allah ordena a Muhammad (s.a.s.) que diga a
las gentes: “Si amáis a Allah, seguidme
y Allah os amará”, instaurando el imamato de Muhammad (s.a.s.), su carácter
de modelo a imitar en todo. De ahí la importancia de la Sunna, su Tradición. El
Corán también califica a Muhammad (s.a.s.) de antorcha que ilumina, de misericordia
para los mundos,...
wa sáyidu l-mursalîn*
el señor de los
mensajeros,...
Y de todo ello da testimonio Muhammad (s.a.s.), que integra en su
experiencia a todos los profetas anteriores y a todos sus seguidores, dejando
una herencia magnífica a su Nación (Umma),
continuadora en él de la inquietud que busca la reconciliación con la Verdad
Creadora. Su rango es el de dar fe de
la humanidad y de cada hombre (la Shafâ‘a).
Él dijo: “Soy el señor de los hijos de
Adán, y no es vanagloria. Seré el primero ante el que se abra la tumba, y el
primero en dar fe y del primero del que se de fe”. En esto se cifra su
interrelación con los miembros de su comunidad: del mismo modo en que los
musulmanes ahora damos fe de él diciendo Muhammadun
rasûlullâh, Muhammad es el Mensajero
de Allah, y lo bendecimos y saludamos cada vez que mencionamos su nombre,
esperamos que él nos incluya entre los suyos ante Allah el Día Terrible en que
todos los seres humanos se congreguen ante el Señor de los Mundos...
wa habîbu
rábbi l-‘âlamîn*
y el amado del
Señor de los Mundos,...
wa kúllu da‘wà
n-nubúwati bá‘dahu fa-gáyun wa hawà*
Toda pretensión
de profecía después de él es mal camino y frivolidad...
wa huwa l-mab‘ûzu
ilà ‘âmmati l-ÿínni wa kâffati l-warà* bil-háqqi wa l-hudà* wa
bin-nûri wa d-diyâ*
Él es el
enviado a la generalidad de los genios y a toda la humanidad, para transmitir la
verdad y el buen camino, con luz y resplandor...
Muhammad (s.a.s.) se presentó a sí mismo como enviado
(mab‘ûz) a todas las criaturas
dotadas de entendimiento y receptividad sin excepción, tanto a los seres
humanos (warà) como a los genios (ÿinn)
-criaturas que pueblan espacios más allá de la percepción directa de los
hombres-. Esto es importante: la universalidad de la misión de Muhammad (s.a.s.)
no es exclusiva de un determinado grupo, sino que abarca a todos aquellos que
sean capaces de comprender, sean lo que sean.
Los genios son criaturas extraordinarias y misteriosas a las que otros
pueblos llaman ‘demonios’. Dentro del Islam personifican las causas
espirituales e invisibles de ciertos fenómenos, pero no son entes autónomos,
ni semidioses, ni nada por el estilo. Son seres creados por Allah y sujetos a su
imperio. Sean lo que sean, no tienen un rango superior, y son apelados al igual
que los seres humanos, y pueden reconocer la sinceridad y la autoridad de un
profeta. El Corán relata cómo un grupo de ÿinn
escuchó las palabras de Muhammad -sin que éste notara su presencia- y se
hicieron musulmanes.
Esta referencia a los genios subraya la universalidad del mensaje
muhammadiano, que va dirigido a todos los mundos capaces de intuir a Allah:
todos esos seres son interpelados por el Corán.
Muhammad (s.a.s.) aporta a esos universos -conocidos y desconocidos- una verdad
absoluta (haqq), es decir, que no es particular para ninguna especie,
raza, sexo, edad,... y les muestra a todos ellos una dirección (hudà), es
decir, una forma de enfocar la vida hacia el Uno-Único, Creador de todos y de
cada uno de los seres, sea cual sea su condición y características, y todo
ello es luz (nûr) que se intensifica hasta convertirse en resplandor (diyâ).
Muhammad (s.a.s.) es Mensajero de Allah y Maestro para la humanidad. Su
rango exige cortesía (ádab). El desdén hacia él es desdén hacia lo que representa. Los
musulmanes no hemos necesitado divinizarlo
para que nos inspire respeto, teniéndole una consideración que no deja de hacérnoslo
familiar y próximo. El Profeta (s.a.s.) contuvo un secreto profundo dentro de
su humanidad, en la que lo reconocemos y nos reconocemos.
wa ínna l-qur-âna
kalâmu llâhi minhu badâ* bilâ kaifíyatin qáula* wa ánçalahu ‘alà rasûlihi
wáhya* wa sáddaqahu l-mûminîna ‘alà dzâlika háqqa*
wa aiqanû ánnahu kalâmu llâhi ta‘âlà bil-haqîqa* láisa bi-majlûqin
ka-kalâmi l-baría*
Ciertamente, el Corán es Palabra de Allah que desde Él aparece -sin
modo- como discurso. Lo hizo descender sobre su Mensajero como revelación. Y
los mûminîn lo confirmaron en ello verdaderamente, y tuvieron la certeza de
que era la Palabra de Allah en su realidad. No es creado como sucede con la
palabra de los seres humanos...
El Corán es una irrupción poderosa de la expresividad de Allah en el
corazón de un hombre (el Mensajero), y éste lo transmite a la humanidad. Esto
es a lo que denominamos Revelación (Wahy). El Wahy
no admite resistencias: el Profeta -que ha sido previamente purificado por su Señor-
se ve obligado a comunicar aquello que tiene en él una fuerza descomunal, que
tiene tal intensidad que no le deja márgenes. El Profeta no interviene en
aquello que se le dicta en las profundidades de su corazón. Por tanto, lo que
enuncia como Palabra de Allah al resto de los mortales es realmente la Palabra
de Allah: no pertenece al Profeta.
La Revelación no es inspiración
(ilhâm): el Profeta era inspirado en
su vida (lo que nos permite recoger su Tradición
-Sunna- y encontrar en ella su valor
modélico), pero el Corán pertenece a otra categoría de certeza mucho más
profunda y radical.
Lo anterior nos ayudará a comprender el auténtico alcance del Corán
para los musulmanes, que preferentemente lo recitan. Recitar
es una actividad distinta a la de leer.
Al entonar el texto, el musulmán se sumerge en la esencia real (haqîqa)
del Corán, y ahí disfruta del sonido revelado que lo reconduce a la Fuente de
la que emana la Palabra. La recitación del Corán es una práctica cotidiana
que permite al musulman vislumbrar esos orígenes eternos del Libro, y por ello
puede decirse que el Corán es algo increado
(gáir majlûq): el Corán saca a su
recitador fuera del espacio y del tiempo y lo comunica con Allah, que es Quien
se le está expresando. Cada uno de sus sonidos está revestido de esa
atemporalidad.
En el Islam se abrieron debates sobre el carácter increado del Corán.
La sensatez dice que cada ejemplar del Corán es un volumen concreto compuesto
de hojas y tinta, de palabras y sonidos, todo ello revelado en un momento histórico
determinado. Pero el mûmin, el que
cuenta con sensibilidad espiritual, sabe que la cuestión no es tan simple. El
que recitando el Corán siente la emoción que es capaz de desatar, sabe que no
se encuentra ante un libro común: el papel, la tinta, las palabras,... todo
ello pasa a un segundo plano y ante él se despliega el secreto contenido bajo
su forma, y vislumbra en sus adentros correspondencias con algo eterno e
indefinible que también subyace en él mismo. La recitación del Corán es la
puerta a la experiencia que tuvo el Profeta, a quien el Corán asomó al
universo del Uno-Único, al lado del cual todo lo demás es secundario,
transitorio, nada...
Por ello, el autor de la ‘Aqîda
nos avisa de que el modo (la kaifía)
en que el Corán eterno se relaciona con nuestro mundo efímero es algo para lo
que no hay palabras justas. Ante la evidencia de la fuerza del Corán sólo es
posible decir que nos viene de Allah y nos alza hasta Él de una manera para la
que nuestro entendimiento carece de explicaciones.
La lectura del Corán constituye otra operación con la que el musulmán
se inspira en él para dirigir su vida y establecer en torno al Libro una
comunidad cuyos miembros no reconocen otra autoridad que la de Allah y el modelo
de su Mensajero (la Sunna). Muhammad
(s.a.s.) dijo: “El Corán es el Libro de
Allah en el que se os informa acerca de los que os han precedido, se os anuncia
lo que sucederá, se dirime entre vosotros, y el Corán es tajante y en él no
hay frivolidades. El engreido que lo abandone será quebrado por Allah. Quien
busque en otra parte, será confundido. El Corán es el sólido cordón
umbilical de Allah: en él hay un recuerdo sabio y en él hay un sendero recto.
Las vanidades de los hombres no lo torcerán, ni las lenguas lo distorsionarán.
Quien actúe de acuerdo a él, será compensado. Quien juzgue de acuerdo a él,
será justo. Quien invite a seguir al Corán, invita a las gentes a seguir una
senda recta”. Siendo de una importancia capital esa lectura del Corán que
descubre en él el modo de engendrar una civilización, sin embargo sólo la
recitación la completa y comunica al musulmán el secreto íntimo del Corán, y
por ello el Profeta dijo: “No es de los
nuestros quien no canta el Corán”.
La recitación del Corán va dirigida a la sensibilidad
del corazón (el Îmân), y por
ello, los que cuentan con esa receptividad, reconocen la autenticidad del Libro
y comprenden su verdadera significación y su profundidad: la aceptación del
Corán por los mûminîn, los
dotados de Îmân, es la prueba de que su origen se capta en la emoción
que es capaz de transmitir.
fa-man sámi‘ahu
fa-ça‘ama ánnahu kalâmu l-báshari faqad káfar* wa qad dzámmahu llâhu wa
‘âbahu wa áu‘adahu bi-sáqar* háizu qâla ta‘âlà in hâdzâ:
illâ qáulu l-báshar* sa-uslîhi sáqar* ‘alimnâ wa aiqannâ ánnahu
qáulu jâliqi l-báshar* wa lâ yúshbihu qáula l-báshar*
Quien lo escuche
y afirme que es palabra humana, niega a Allah. Ése ha sido denostado y maldito
por Allah, quien le amenaza con el Fuego de Sáqar. Allah ha dicho: “Dice (el
ignorante): ‘No es sino palabra de hombre’. ¡Lo quemaré en el Sáqar!”...
Sabemos y tenemos por cierto que el Corán es Palabra del Creador del hombre, y
no se asemeja a lo que dice el ser humano...
El Corán resulta desconcertante para quien se asome a él esperando
encontrar lo que imagina que debe ser un libro. Aparentemente, el Corán carece
de un hilo conductor, de una trama concreta. Si bien la Biblia, por ejemplo, nos
cuenta una historia (la del pueblo elegido, en el Antiguo Testamento; la de la
salvación, en el Nuevo), en el Corán todo aparece para ilustrar su mensaje básico
que es el de la Unidad de Allah, inexpresable más que en destellos. Es un Libro
especial que trabaja en las profundidades del ser humano, y no para satisfacer
su curiosidad. Por esto decimos que el Corán no es como el discurso humano, y
quien lo niegue, quien no pueda reconocer su origen inmenso y lo atribuya a un
autor humano, es porque es incapaz de saborear experiencias espirituales, está
apegado a las formas, y está condenado a la frustración cuando su mundo
desaparezca: su mundo se agota en la escasez de sus horizontes y tras la muerte
se verá en el Fuego de la Privación
(el Sáqar con el que amenaza el Corán
al que no descubre a su Señor tras todas sus manifestaciones, liberándose en
Él de todas las apariencias, agrandándose en su Inmensidad sin límites). Rechazo
e ingratitud se dicen en árabe con una sola palabra: Kufr.
El que niega lo que viene de Allah rechaza un obsequio en el que hay vida; es
desagradecido, es decir, no es capaz de reconocer el bien que tiene delante de sí
y se aleja condenándose a su vacío.
wa man wásafa
llâha bi-má‘nan min ma‘ànî l-báshari fa-qad káfar* wa man ábsara
hâdzâ ‘tábar* wa ‘an mízli qáuli l-kuffâri nçáÿar* ‘álima ánnahu
bi-sifâtihi láisa kal-báshar*
Quien describa a
Allah con las particularidades de los atributos propios de los hombres, niega a
Allah. Quien comprenda esto, aprende y de lo que dicen los negadores se aparta,
sabiendo que Allah no es, en sus Cualidades, como los hombres...
Esta mención del Tançîh es
especialmente oportuna en el contexto del tema del Corán: ¿qué es el Corán?
¿qué significa que sea Palabra de Allah? ¿cómo tuvo lugar la Revelación?
Todas estas son cuestiones que se nos escapan porque tienen lugar en el Poder,
la Voluntad y la Ciencia creadoras de nuestra existencia, y por tanto no están
sujetas a nuestras condiciones y a nuestras contradicciones. Nuestro lenguaje es
insuficiente para expresar lo anterior a sí mismo. Y dentro de ese ámbito están
Allah y el Corán.
wa r-ru-yatu háqqun
li-áhli l-ÿánna* bi-gáiri ihâtatin wa lâ kaifía* kamâ nátaqa
bihi kitâbu rabbinâ* wuÿûhun yaumáidzin nâdira* ilâ rabbihâ nâzira*
wa tafsîruhu ‘alà mâ arâda llâhu ta‘âlà bi-‘ílmih* wa kúllu mâ
ÿâa fî dzâlika min al-hadîzi s-sahîhi
‘an rasûlillâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama fa-huwa kamâ qâl*
wa ma‘nâhu ‘alà mâ arâd* lâ nádjulu fî dzâlika mutaáwwilîna bi-ârâinâ*
wa lâ mutawáhhimina bi-ahwâinâ* fa-ínnahu mâ sálima fî dînih* illâ man
sállama lillâhi ‘áçça wa ÿálla wa li-rasûlih* sallà llâhu
‘aláihi wa sállam* wa rádda ‘ílma mâ shtábaha ‘aláihi ilà ‘âlimih*
Verdaderamente,
las gentes del Jardín verán a su Señor -sin abarcarlo ni condicionarlo- tal
como anuncia el Libro de nuestro Señor: “Ese Día, rostros resplandecientes
mirarán hacia su Señor”. Y todo lo que hay sobre esta cuestión en los
hadices auténticos que nos han llegado del Mensajero de Allah es tal como él
lo ha dicho, y no entramos en el tema interpretando según nuestras opiniones ni
suponiendo en función de nuestras ilusiones. Pues no está sano en su Islam más
que el que se entrega a Allah y a su Mensajero, y remite lo ambiguo a quien lo
sabe...
El Corán dice: “Ese Día,
rostros resplandecientes mirarán hacia su Señor”..., el placer de estar
en el Jardín (ÿanna) -que hace resplandecer los rostros-
lo culmina un deleite supremo que es la contemplación de Allah, sin velo
que lo separe del mûmin. En otro lugar, refiriéndose a lo mismo, el Corán declara:
“Para los que han hecho el bien hay una
gran recompensa (el Jardín) y algo añadido a ella (la Visión)”. Estos
versículos son definitivos sobre el tema, pero además existen muchos hadices
del Profeta al respecto. Sus Compañeros le preguntaron. “¿Acaso veremos a nuestro Señor el Día de la Resurrección?”, y
él les respondió: “¿Acaso dudáis de
la luna las noches de plenilunio? ¿Acaso dudáis del sol cuando no hay nubes?
Pues con esa claridad veréis a vuestro Señor”.
Lo significado en última instancia por estos textos es aquello a lo que
aspiran los que sienten en su interior una poderosa inquietud espiritual, lo que
moviliza a quienes ansían la plenitud más absoluta. El anhelo de ver
es lo que pone en marcha a los mûminîn,
los abiertos de corazón, los que han intuido en sus profundidades esa
inmensidad ilimitada que les habla de algo profundo, inabarcable, poderoso,...
de Allah. Eso es lo que pretenden
alcanzar, y ese deseo se culmina en la Visión. Por ello se ha dicho que el
asunto de la Visión es uno de los puntos más nobles entre los Fundamentos
del Islam (Usûl ad-Dîn).
El Corán dice: “Las miradas no
perciben a Allah”, y en este versículo se han apoyado los que niegan la
posibilidad de la Visión (la Ru-ya), pero precisamente lo que hace es subrayar su carácter
extraordinario. En primer lugar, el versículo continua diciendo: “...pero
Él si abarca las miradas”, es decir, las miradas de los hombres son
condicionadas por Allah, y hace con ellas según su Voluntad. Allah no es
material, no es un objeto, no es alcanzable por ninguna mirada ni ningún análisis.
Pero esto no quiere decir que Allah sea invisible; al contrario, Él es lo más
evidente. Sólo el velo de la ignorancia, la desidia y la dispersión del hombre
lo ocultan. La Verdad es presente, y
es la ausencia del ser humano lo que le impide percibir claramente al Único,
el Irrebatible. Por ello, la Visión se producirá después de la muerte, cuando
el ojo no ve, cuando sus facultades
naturales han desaparecido para dejar lugar a otra cosa para la que ya no
tenemos palabras. Es entonces cuando el Ojo del musulmán distinguirá a su Señor
-si bien ninguna mirada encerrará a Allah- de un modo inexpresable, y sin
abarcar su Verdad.
Sólo verá a Allah el musulmán,
es decir, quien se le haya rendido (el múslim).
Esto quiere decir muchas cosas. El que no se ha rendido a Allah (el kâfir,
el negador; el múshrik, el idólatra)
está aferrado a sus apegos, no se ha liberado para Allah, no ha inmensificado
su universo interior, y por ello sólo verá el tormento al que se ha condenado:
las llamas de su desesperación en un abismo infinito, habitado por los
fantasmas que se ha llevado consigo.
wa lâ tázbutu
qádamu l-islâm* illâ ‘alà záhri t-taslîmi wa l-istislâm*
El pie del Islam
sólo se afianza sobre la superficie de la entrega y la rendición...
La razón (‘aql) alcanza a
intuir a Allah, pero de Allah viene más información (la Revelación, el Wahy),
que nos ha llegado a través de una rigurosa transmisión
(naql). Y Allah -por su naturaleza
misma y que ha sido descubierta por la razón- exige de una absoluta entrega
(taslîm) y rendición (istislâm),
y esto es el Islâm, la claudicación ante el Absoluto. La resistencia de los apegos y
los formalismos intelectuales a los que estamos habituados nos desvían de la
vivencia de lo que supone fluir con Allah, con su Poder, su Ciencia y su
Voluntad Libres de todo condicionante. Por ello el autor declara que no es firme
el Islam más que con las actitudes que le son propias, y que consisten en la
absorción sin reservas de lo que nos viene de Allah.
fa-man râma ‘ílma
mâ házara ‘áunhu ‘ílmuh* wa lam yáqna‘ bit-taslîmi fáhmuh*
háÿabahu marâmuh* ‘an jâlisi t-tawhîdi wa sâfî
l-má‘rifati wa sahîhi l-îmân*
Quien ansíe
conocer lo que no está al alcance de su ciencia y su entendimiento y no se
contente con la entrega de su ser, su objetivo lo ciega ante el Tawhîd
sincero, la Ma‘rifa pura y el Îmân auténtico...
La razón (‘aql) -la inquietud que hay en ella- nos acompaña hasta los aledaños
de Allah asomándonos a lo infinito. Es un filtro idóneo que confiere sensatez
a las elecciones y resoluciones del ser humano y nos evita errar por lo absurdo
en lugar de afrontar lo verdadero. Una vez que nos asoma a ese universo, ahí
debe empezar el Islam, recogiendo sin reparos directamente de la Revelación de
ese Océano. Lo contrario -el intento de hacer digerible a la razón lo que se
aprehende en esos momentos- es erróneo porque es utilizar un instrumento
inadecuado: la razón nos ha conducido hasta Allah pero ya, a partir de
entonces, no puede juzgarlo, precisamente por la representación que se ha hecho
de Él. Ante Allah, el ser humano debe fluir por el espacio indeterminado de la
Verdad Absoluta que se convierte en su guía y habla a todo su ser (no sólo a
su inteligencia), transformándolo en su raíz. Se llama musulmán
(múslim) al que acepta ese reto. Lo contrario es convertir la
Revelación en motivo de especulaciones y elucubraciones pseudointelectuales, y
entonces surgen controversias inútiles y divisiones arbitrarias. El Corán
dice: “Hay entre las gentes quienes
discuten acerca de Allah sin conocimiento ni criterio ni luz alguna. Confunden a
los demás y serán avergonzados en este mundo, y el Día de la Resurrección
probarán el tormento del Fuego”.
La Revelación es para ser vivida, para que conduzca la integralidad de
nuestro ser ante su Señor Único, no para elaborar teologías o metafísicas o
sistemas filosóficos. Para hacer esto último en ese terreno hay que ser
completamente arbitrario, y esto lo prohibe el Islam. Dice el Corán. “No sigas lo que desconozcas. El oído, el ojo y el corazón serán
interrogados”,... es decir, sigue sólo aquello de lo que tengas absoluta
certeza (que es Allah, gracias
precisamente a la razón) y abandona las especulaciones basadas en suposiciones.
Efectivamente, las iglesias y las jerarquías religiosas han sido creadas para
respaldar el absurdo de los montajes en torno a hechos tan básicos y sencillos
como las revelaciones espontáneas, que acaban siendo retorcidas por voluntades
enfermizas que desean controlar y someter a su lenguaje y a sus intereses e
inclinaciones -espirituales o materiales- lo que es de naturaleza escurridiza.
En cierta ocasión llegaron a oídos del Profeta los gritos que varios de sus
Compañeros se lanzaban mientras discutían acaloradamente sobre la significación
de un pasaje del Corán. Muhammad acudió a donde estaban, rojo de ira, y empezó
a tirarles el polvo del suelo, y dijo: “¡Despacio!
Eso es lo que destruyó a las naciones que os han precedido, que se desviaron de
sus profetas y se golpeaban entre ellos con el libro que les fue transmitido. El
Corán no se contradice sino que se confirma a sí mismo. Lo que entendáis de
él, ¡cumplidlo!; y lo que ignoréis de él remitidlo a quien lo sepa”.
Algunas cosas en el Corán pueden parecer oscuras,
confusas y ambiguas (mutashâbih).
En esos casos, en lugar de arriesgarse a interpretaciones que siempre serán
caprichosas, lo mejor es la modestia y abrir el corazón porque esa es la comprensión
que se debe tener en ese momento, y eso que era oscuro pasa a estar iluminado
por la habilidad interior del ser humano. Es entonces cuando queda realizado el Îmân, llega a su extremo el Tawhîd
y despierta la Má‘rifa, todo lo
cual es inexpresable porque tiene profundidades a las que sólo llega el secreto
del hombre.
A quien, por el contrario, le apetece medirlo todo con sus medidas,
incapacitándose para un crecimiento absoluto, creyendo que actúa racionalmente
cuando está especulando sin más fundamento que sus ilusiones, le suele ocurrir
lo que se dice a continuación:
fa-yatadzábdzabu
báina l-kúfri wa l-îmân* wa t-tasdîqi wa t-takdzîb* wa l-iqrâri wa l-inkâr*
muwáswasan tâihan shâkkan lâ mûminan musáddiqan wa lâ ÿâhidan
mukádzdziban*
Oscila entre la
cerrazón y la apertura, la confirmación y el desmentido, la afirmación y la
negación, indeciso, perdido en el laberinto, titubeando, no siendo mûmin
confirmador ni rechazador desmentidor...
wa lâ yasíhhu
l-îmânu bir-rú-yati li-áhli dâr s-salâm* li-man i‘tabarahâ mínhum bi-wahm*
au taáwwalahâ bi-fahm* idz kâna tá-wîlu r-rú-ya* wa tá-wîlu kúlli má‘nan
yudâfu ilà r-rubûbía* bi-tárki t-tá-wîl* wa luçûmi t-taslîm* wa
‘aláihi dînu l-muslimîn*
No es correcto
el Îmân en la visión para la Gente de la Morada de la Paz en quien la
considera en función de su ilusión o la interpreta desde su entendimiento,
pues la comprensión de la visión -así como de toda Cualidad atribuida al Señorío-
consiste en abandonar el intento de comprender y asumir la entrega. Sobre esto
se basa la senda de los musulmanes...
La imposibilidad de abarcar a Allah es la única comprensión que podemos
tener de Él, por tanto, ahondar en el desconcierto que ello nos produce, crecer
en perplejidad ante Él, asumir que nos contradice para abatir nuestros dioses,
es lo que cada vez nos irá acercando más. Por tanto, la razón nos sirve para
arrimarnos a ese Océano, que a partir de entonces se revela a Sí Mismo y en el
que sólo cabe sumergirse, ahogándose en su inefabilidad.
wa man lam yatawáqqa
n-náfia wa t-tashbîh* çálla wa lam yúsibi t-tançîh*
Y quien no se
prevenga contra la negación o la comparación, resbala y no alcanza la
abstracción...
Por otra parte, la antropomofización tiene dos direcciones: la de
asimilar Allah a lo creado, dándole cuerpo, imaginando que es como el ser
humano, y por otro lado está la de asimilar lo creado a Allah, que es la
representación que está bajo la adoración de encarnaciones, profetas,
maestros espirituales, imágenes de dioses, objetos religiosos, ángeles,
demonios, fuerzas de la naturaleza, etc.
El nafy, la negación, degenera en una espiritualidad
vacía y fría (ilhâd), y
el tashbîh, la homologación, conduce a la idolatría
(shirk). Apartarse de las dos vías
del nafy y el tashbîh
es a lo que el autor llama aquí precaución
o prevención (taqwà, que
es sobrecogimiento ante Allah). Quien
se asoma a la Unidad de Allah descubre que Él es Trascendente y Presente, y
esto le obliga a afirmarlo sin homologarlo a nada, y ésta es la perfección del
Tançîh que posibilita la Reunificación,
el Tawhîd.
fa-ínna rabbanâ
ÿálla wa ‘alâ mausûfun bi-sifâti l-wahdânía* man‘ûtun
bi-nu‘ûti l-fardânía* láisa fî ma‘nâhu áhadun min al-baría*
Y es porque
nuestro Señor es descrito por la Cualidades de la Unicidad, se le adjudican los
Atributos de la Singularidad, y ninguna criatura participa en lo que
significan...
Se llama Cualidades de la Unicidad
(Sîfât al-Wahdânía)
a las expresadas en los versículos que dicen: “Di:
Él es Allah, Uno-Único (Áhad),
Allah, el Absolutamente Autosuficiente en Sí y del que todo depende (Sámad)...”.
Y se llama Atributos de la Singularidad
(Nu‘ût al-Fardânía) a los
expresados en los versículos que siguen a los anteriores: “...No ha engendrado ni ha sido engendrado, y nada hay que le equivalga”.
También se ha precisado que las Cualidades de Unicidad hacen referencia
a su Esencia (Dzât) y los Atributos de Singularidad son los que describen sus
Capacidades y sus Acciones (Afâ‘l),
determinantes del Destino. Ni en Sí ni en su Voluntad le es equiparable nada,
ni se le añade nada, siendo esto la perfección y plenditud de la abstracción
que evita a los musulmanes caer en la idolatría, pero que no niegan el Señorío
y el Dominio absolutos de Allah, que impera realmente en cada criatura y en cada
acontecimiento.
wa ta‘âlà
‘an il-hudûdi wa l-gâyât* wa l-arkâni l-a‘dâi wa l-adawât*
lâ tahwîhi l-ÿihâti s-sítti ka-sâiri l-mubtada‘ât*
Transciende los
límites y las finalidades, carece de pilares, miembros e instrumentos. No lo
contienen las seis direcciones como sucede con las cosas creadas...
Allah no es un cuerpo situado en un espacio, pero aún así (o precisamente por ello) su Fuerza es Absoluta. Es Anterior y Posterior a todo lo que existe, por lo que no lo afectan el tiempo ni las dimensiones, pero por eso está sobre todas las cosas y gobierna cada instante y cada lugar desde su trascendencia absoluta. Ese ‘sobre’ no indica lugar sino rango. No es contenido por nada, pero por ello está Presente con su Poder Doblegador en todas las cosas. No tiene órganos, pero en Sus Manos están todo lo que existe. Carece de ojos materiales pero su visión lo abarca todo. No es un individuo pero su Voluntad rige cada movimiento. No se mueve, pero su Presencia desciende de las alturas de su inefabilidad hasta el mundo de su esclavo...