APRECIACIONES SOBRE EL ESOTERISMO ISLÁMICO Y EL TAOÍSMO

 ABD AL-WAHID YAHIA

(RENÉ GUÉNON)

 

ÍNDICE

 

Capítulo IX: CREACIÓN Y MANIFESTACIÓN*

    Hemos señalado en distintas ocasiones que la idea de "creación", si quiere entenderse en su sentido propio y exacto y sin darle una extensión más o menos abusiva, no existe en realidad más que en unas tradiciones que pertenecen a una línea única, la que está constituida por el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo; siendo esta línea la de las formas tradicionales que pueden llamarse específicamente religiosas, se debe deducir de ahí que existe un vínculo directo entre esta idea y el propio punto de vista religioso. En cualquier otra parte, la palabra "creación", si se quiere emplear en ciertos casos, sólo podrá traducir de un modo muy inexacto una idea diferente, para la que sería muy preferible encontrar otra expresión; por lo demás, este empleo no es, las más de las veces, de hecho, más que el resultado de una de estas confusiones o de estas falsas asimilaciones como se producen tantas en Occidente en todo lo que concierne a las doctrinas orientales. Sin embargo, no basta con evitar esta confusión y hay que abstenerse también con muchísimo cuidado de otro error contrario, el que consiste en querer ver una contradicción o una oposición cualquiera entre la idea de creación y esta otra idea a la que acabamos de aludir y para la cual el término más acertado que tenemos a nuestra disposición es el de "manifestación"; es sobre este último punto sobre el que nos proponemos insistir ahora.

 Algunos, en efecto, al reconocer que la idea de creación no se encuentra en las doctrinas orientales (con excepción del Islamismo que, por supuesto, no puede ser acusado a este respecto) pretenden, enseguida y sin tratar de ir más al fondo de las cosas, que la ausencia de esta idea es el signo de algo incompleto o defectuoso, para concluir de ello que las doctrinas de que se trata no podrían considerarse como una expresión adecuada de la verdad. Si así es por el lado religioso, en el que se confirma demasiado a menudo un "exclusivismo" molesto, hay que decir que hay también quienes, por el lado antirreligioso quieren, de la misma comprobación, sacar unas consecuencias completamente contrarias: éstos, atacando la idea de creación como todas las demás ideas de orden religioso, fingen ver en su ausencia misma una especie de superioridad; por lo demás, sólo lo hacen por espíritu de negación y de oposición y no para defender realmente las doctrinas orientales de las que poco se preocupan. Sea como fuere, estas críticas y estos elogios no son mejores ni más aceptables unos que otros ya que provienen, en resumen, de un mismo error, sólo que aprovechado según intenciones contrarias, conforme a las tendencias respectivas de los que lo cometen: la verdad es que ambos carecen de fundamento por completo y que hay en ambos casos una incomprensión aproximadamente igual.

La razón de este error común no parece, por lo demás, muy difícil de descubrir: aquellos cuyo horizonte intelectual no va más allá de las concepciones filosóficas occidentales se imaginan generalmente que allí donde no se habla de creación y donde es, sin embargo, manifiesto por otro lado que no tienen nada que ver con teorías materialistas, no puede haber más que "panteísmo". Ahora bien, sabemos cuán a menudo, en nuestra época, se emplea esta palabra a diestro y siniestro: representa para algunos un verdadero espantajo hasta el punto de creerse dispensados de examinar seriamente aquello a lo que se han apresurado a aplicarlo (el uso tan corriente de la expresión "caer en el panteísmo" es muy característica a este respecto), mientras que, probablemente a causa de eso mismo más que por cualquier otro motivo, los otros lo reivindican de buen grado y están completamente dispuestos a hacerse con ello como una especie de bandera. Es pues bastante claro que lo que acabamos de decir se liga estrechamente en el pensamiento de unos y otros a la imputación de "panteísmo" dirigida comúnmente a las mismas doctrinas orientales y de la que hemos demostrado bastante a menudo su completa falsedad, hasta incluso la absurdidad (ya que el panteísmo es en realidad una teoría esencialmente antimetafísica), para que sea inútil volver sobre ello de nuevo.

 Puesto que hemos sido llevados a hablar del panteísmo, aprovecharemos para hacer enseguida una observación que tiene aquí cierta importancia a propósito de una palabra que se tiene precisamente la costumbre de asociar con las concepciones panteístas: esta palabra es la de "emanación" que algunos, siempre por las mismas razones y a consecuencia de las mismas confusiones, quieren emplear para designar la manifestación cuando no se presenta con el aspecto de creación. Ahora bien, por ello mismo, a menos que no se trate de doctrinas tradicionales y ortodoxas, esta palabra debe ser absolutamente desechada, no sólo a causa de esta asociación lamentable (que ésta esté, por lo demás, más o menos justificada en el fondo actualmente, no nos interesa), sino sobre todo porque, en sí misma y por su significado etimológico, no expresa más que una imposibilidad pura y simple. En efecto, la idea de "emanación" es propiamente la de una "salida"; pero la manifestación no debe considerarse así en modo alguno pues nada puede realmente salir del Principio; si algo saliera de él, el Principio, desde entonces ya no podría ser infinito y se encontraría limitado por el hecho mismo de la manifestación; la verdad es que, fuera del Principio, no hay y no puede haber más que la pura nada. Si incluso se quisiera considerar la "emanación", no en relación con el Principio supremo e infinito, sino solamente en relación con el Ser, principio inmediato de la manifestación, este término daría motivos todavía para una objeción que, por ser distinta a la precedente no sería menos decisiva: si los seres salieran del Ser para manifestarse, no podría decirse que fueran realmente seres y estarían desprovistos de toda existencia pues la existencia, sea bajo el modo que sea, no puede ser más que una participación del Ser; esta consecuencia, además de que es patentemente absurda en sí misma como en el otro caso es contradictoria con la idea misma de la manifestación.

Hechas estas observaciones, diremos claramente que la idea de manifestación, tal como las doctrinas orientales la consideran de un modo puramente metafísico, no se opone en modo alguno a la idea de creación; solamente se refieren a unos niveles y a unos puntos de vista diferentes de tal modo que basta con saber situar cada una de ellas en su verdadero lugar para darse cuenta de que no hay entre ellas ninguna incompatibilidad. La diferencia, en esto como en muchos otros puntos, no es en resumen más que la misma del punto de vista metafísico y el punto de vista religioso; ahora bien, si es verdad que el primero es de orden más elevado y más profundo que el segundo, no lo  es menos el que no podría en modo alguno anular o contradecir a éste, lo que está suficientemente demostrado, por lo demás, por el hecho de que ambos pueden coexistir muy bien en el interior de una misma forma tradicional; tendremos que volver a hablar sobre esto mas adelante. En el fondo, pues, no se trata más que de una diferencia que, por ser de un grado más acentuado en razón de la distinción muy clara de los dos dominios correspondientes, no es más extraordinaria ni más problemática que la de los puntos de vista diversos en los que uno se puede colocar legítimamente en un mismo dominio, según se penetre más o menos profundamente. Pensamos aquí en puntos de vista como, por ejemplo, los de Shankarâchârya y de Râmânuja con respecto al Vêdânta; es verdad que, ahí también, la incomprensión ha querido encontrar contradicciones que son inexistentes en realidad; pero eso mismo no hace más que volver la analogía más exacta y más completa.

 Por otro lado, conviene precisar el sentido mismo de la palabra "creación", pues parece dar lugar a veces también a malentendidos: si "crear" es sinónimo de "hacer de nada", según la definición admitida unánimemente pero quizás insuficientemente explícita, sin duda hay que entender con ello, ante todo, de nada que sea exterior al Principio; en otros términos, éste, por ser "creador" se basta a sí mismo y no tiene que recurrir a una especie de "substancia" situada fuera de él y que tiene una existencia más o menos independiente, lo que, a decir verdad, es por lo demás inconcebible. Se ve inmediatamente que la primera razón de ser de tal formulación es afirmar expresamente que el Principio no es un simple "Demiurgo" (y aquí no hay por qué distinguir según se trate del Principio supremo o del Ser, pues eso es verdad igualmente en ambos casos); sin embargo, eso no quiere decir necesariamente que toda concepción "demiúrgica" sea radicalmente falsa; pero, en todo caso, no puede encontrar lugar más que a un nivel mucho más bajo y correspondiendo a un punto de vista mucho más limitado que, al no situarse más que en alguna fase secundaria del proceso cosmogónico, ya no concierne de ningún modo al Principio. Ahora, si uno se limita a hablar de "hacer de nada" sin precisar más, como se hace de ordinario, hay otro peligro que se tiene que evitar: es el considerar esta "nada" como una especie de principio, negativo sin duda, pero del que se sacaría, en efecto, la existencia manifestada; eso sería repetir un error aproximadamente parecido a aquel contra el que hemos querido justamente prevenirnos, atribuyendo a la "nada" misma cierta "sustancialidad"; y, en un sentido, este error sería incluso todavía más grave que el otro pues se añadiría aquí una contradicción formal, la que consiste en dar alguna realidad a la "nada", es decir, en resumen, a la pura nada (1). Si se pretendiera, para escapar a esta contradicción que la "nada" de que se trata no es la pura nada simplemente sino que no es tal más que en relación con el Principio, se cometería aquí todavía un doble error: por una parte, se supondría esta vez algo muy real fuera del Principio y entonces ya no habría ninguna diferencia verdadera con la concepción "demiúrgica" misma; por otra parte, no se reconocería que los seres no son sacados en modo alguno de esta "nada" relativa por la manifestación al no dejar nunca de ser estrictamente nulo el finito para con el Infinito.

 En lo que se acaba de decir y también en todo lo demás que podría decirse sobre la idea de la creación, falta, en cuanto a la manera en que se considera la manifestación, algo que, sin embargo es completamente esencial: la noción misma de la posibilidad no aparece aquí; pero, que se observe bien que eso no constituye en modo alguno un prejuicio y esta manera de ver, por ser incompleta, no es menos legítima por ello, pues la verdad es que esta noción de posibilidad no tiene que intervenir más que cuando uno se coloca en el punto de vista metafísico y, ya lo hemos dicho, no es en este punto de vista en el que la manifestación es considerada como creación. Metafísicamente, la manifestación presupone necesariamente ciertas posibilidades capaces de manifestarse; pero si procede así de la posibilidad no puede decirse que venga de "nada", pues es evidente que la posibilidad no es "nada"; y quizá se objete, ¿no es contrario precisamente eso a la idea de creación? La respuesta es muy fácil: todas las posibilidades están comprendidas en la Posibilidad total que no hace más que uno con el Principio mismo; es pues en éste, en definitiva, donde están realmente contenidas en el estado permanente y desde tiempo inmemorial; y, por lo demás, si fuera de otro modo, sería entonces cuando verdaderamente no serían "nada" y ya ni siquiera podría tratarse de posibilidades. Luego si la manifestación procede de estas posibilidades o de algunas de ellas (recordaremos aquí que además de las posibilidades de la manifestación hay que considerar igualmente las posibilidades de no-manifestación, al menos en el Principio supremo, pero tampoco cuando nos limitamos al Ser), no viene de nada que sea exterior al Principio; y ese es justamente el sentido que hemos admitido para la idea de creación correctamente entendida, de modo que, en el fondo, ambos puntos de vista no sólo son conciliables sino que están incluso en perfecta conformidad entre si. Sólo que la diferencia consiste en que el punto de vista con el que se relaciona la idea de creación no considera nada más allá de la manifestación o al menos no considera más que el Principio sin profundizar más porque todavía no es más que un punto de vista relativo mientras que, por el contrario, desde el punto de vista metafísico, es lo que está en el Principio, es decir la posibilidad, lo que en realidad es lo esencial y lo que importa mucho más que la manifestación en sí.

 Podría decirse, en resumen, que esas son dos expresiones diferentes de una misma verdad, con la condición de añadir, por supuesto, que estas expresiones corresponden a dos aspectos o a dos puntos de vista que son ellos realmente diferentes; pero entonces uno puede preguntarse si la expresión más completa y más profunda de las dos no sería plenamente suficiente y cuál es la razón de ser de la otra. Es, en primer lugar y de un modo general, la razón de ser misma de todo punto de vista exotérico, en cuanto formulación de las verdades tradicionales limitada a lo que es a la vez indispensable y accesible a todos los hombres sin distinción. Por otro lado, en lo que concierne al caso especial de que se trata, puede haber motivos de "oportunidad", en cierto modo, particulares a ciertas formas tradicionales, en razón de las circunstancias contingentes a las que deben adaptarse y que requieren un ponerse en guardia explícito contra una concepción del origen de la manifestación de modo "demiúrgico", mientras que semejante precaución sería completamente inútil en otra parte. Sin embargo, cuando se observa que la idea de creación es estrictamente solidaria del punto de vista propiamente religioso, uno puede ser llevado a pensar por eso que todavía debe haber algo más; es lo que nos queda por examinar ahora, aún cuando no nos es posible entrar en todos los desarrollos a los que este aspecto de la cuestión podría dar lugar.

Ya se trate de la manifestación considerada metafísicamente o de la creación, la dependencia completa de los seres manifestados, en todo lo que son realmente, con respecto al Principio, es afirmada tan clara y expresamente en un caso como en el otro; es sólo por el modo más determinado en que esta dependencia es considerada por una y otra parte por lo que aparece una diferencia característica que corresponde muy exactamente a la de los dos puntos de vista. Desde el punto de vista metafísico, esta dependencia es al mismo tiempo una "participación": en relación con lo que tienen de realidad en sí, los seres participan del Principio, ya que toda realidad está en éste; no es, por lo demás, menos verdad que estos seres, en cuanto contingentes y limitados, como la manifestación entera de la que forman parte, son nulos en relación con el Principio, como decíamos más arriba; pero hay en esta participación como un vínculo con éste, luego un vínculo entre lo manifestado y lo no-manifestado, que permite a los seres superar la condición relativa inherente a la manifestación. El punto de vista religioso, por el contrario, insiste más bien en la nulidad propia de los seres manifestados porque por su naturaleza misma no tiene que conducirles más allá de esta condición; e implica la consideración de la dependencia desde un aspecto al que corresponde prácticamente la actitud de el-ubûdiyah, para emplear el término árabe que, sin duda, el sentido ordinario de "servidumbre" no traduce más que de un modo bastante imperfecto en esta acepción específicamente religiosa, pero, sin embargo, lo suficiente para permitir comprender esta más de lo que lo haría la palabra "adoración" (que, por lo demás, responde más bien a otro término de la misma raíz, el-ibâdah); ahora bien, el estado de abd considerado así es propiamente la condición de "criatura" para con el "Creador".

      Ya que acabamos de recurrir a un término del lenguaje de la tradición islámica, añadiremos esto: nadie se atrevería, desde luego, a discutir que el Islamismo, en cuanto a su aspecto religioso o exotérico, sea al menos tan "creacionista" como puede serlo el mismo Cristianismo; sin embargo, eso no impide en modo alguno que en su aspecto esotérico haya un nivel a partir del cual la idea de creación desaparece. Así, hay un aforismo según el cual "el Çufí (se debe tener mucho cuidado en que no se trata aquí del simple mutaçawwuf) no es creado" (Eç-Çûfi lam yuklaq); eso quiere decir que su estado está más allá de la condición de "criatura" y, en efecto, en tanto en cuanto ha realizado la "Identidad Suprema", luego que se identifica actualmente con el Principio o con lo Increado, no puede ser necesariamente él mismo más que increado. Ahí, el punto de vista religioso también es superado necesariamente para dar paso al punto de vista metafísico puro; pero si uno y otro pueden coexistir así en la misma tradición, cada uno en el puesto que le conviene y en el dominio que le pertenece, ello prueba de un modo muy evidente que no se oponen ni se contradicen en modo alguno.

 Sabemos que no puede haber ninguna contradicción real ya sea en el interior de cada tradición ya sea entre ésta y las demás tradiciones, ya que no hay en todo ello más que expresiones diversas de la Verdad una. Si alguien cree ver aquí contradicciones aparentes, ¿no debería simplemente deducir que hay ahí algo que comprende mal o de un modo incompleto, en lugar de pretender imputar a las mismas doctrinas tradicionales defectos que, en realidad, no existen más que por el hecho de su propia insuficiencia intelectual?

   

NOTAS:


* Publicado primeramente en  “Etudes Traditionnelles”, X-1937, p. 325-333.

(1). El autor emplea aquí las palabras rien y néant que en castellano significan "nada". Ahora bien, rien (del latín rem, acusativo de res, cosa) tiene un sentido relativo, mientras que néant (del latín ne y entis, ser) es absoluto: es "absolutamente nada", el "no-ser", la "no-existencia". Hemos traducido rien por "nada" y néant por "pura nada". (N. del T.)