APRECIACIONES SOBRE EL ESOTERISMO ISLÁMICO Y EL TAOÍSMO

 ABD AL-WAHID YAHIA

(RENÉ GUÉNON)

 

ÍNDICE

 

Capítulo IV: EL FAQRU *

 El ser contingente puede definirse como el que no tiene en sí mismo su razón suficiente; este ser, por consi­guiente, no es nada por sí mismo y nada de lo que él es le pertenece personalmente. Este es el caso del ser humano como individuo, así como de todos los seres manifestados en el estado que sea, pues, sea cual sea la diferencia entre los grados de la Existencia universal, siempre es nula respecto al Principio. Estos seres, humanos u otros, están pues, en todo lo que son, en una dependencia completa en relación con el Principio, "fuera del cual no hay nada, absolutamente nada que exista";(1) es en la consciencia de esta dependencia en lo que consiste propiamente lo que varias tradiciones designan como la "pobreza espiritual". Al mismo tiempo, para el ser que ha alcanzado esta cons­ciencia, ésta tiene como consecuencia inmediata el desapego con respecto a todas las cosas manifestadas, pues sabe entonces que estas cosas tampoco son nada y que su importancia es rigurosamente nula en relación con la Realidad absoluta. Este desapego, en el caso del ser huma­no, implica esencialmente y ante todo la indiferencia con respecto a los frutos de la acción, tal y como lo enseña especialmente el Bhagavad-Gîtâ, indiferencia por la que el ser escapa al encadenamiento indefinido de las consecuen­cias de esta acción: es la "acción sin deseo" (nishakâma karma), mientras que la "acción con deseo" (sakâma karma) es la acción cumplida con vistas a sus frutos.

Así, el ser sale, pues, de la multiplicidad; escapa, según las expresiones empleadas por la doctrina taoísta, de las vicisitudes de la "corriente de las formas", de la alternan­cia de los estados de "vida" y "muerte", y de "condensa­ción" y "disipación", (2) pasando de la circunferencia de la "rueda cósmica" a su centro que él mismo es designado como "el vacío (lo no manifestado) que une los radios y hace con ellos una rueda". (3) "El que ha llegado al máximo del vacío, dice también Lao-Tsé, estará establecido sólida­mente en el reposo... Volver a la raíz (es decir, al Principio a la vez origen primero y fin último de todos los seres) es entrar en el estado de reposo." (4) "La paz en el vacío, dice Lao-Tsé, es un estado indefinible; no se toma ni se da; uno llega y se establece en ella." (5) Esta "paz en el vacío" es la "Gran Paz" (Es-Sakînah) del esoterismo musulmán, (6) que es a la vez la "presencia divina en el centro del ser, implica­da por la unión con el Principio, que, efectivamente, no puede producirse más que en este centro mismo. "Al que permanece en lo no-manifestado, todos los seres se mani­fiestan... Unido al Principio, está en armonía, por él, con todos los seres. Unido al Principio, lo conoce todo por las razones generales superiores y ya no emplea, por consi­guiente, sus diversos sentidos para conocer en particular y en detalle. La verdadera razón de las cosas es invisible, imperceptible, indefinible e indeterminable. Solamente el espíritu, restablecido en el estado de simplicidad perfec­ta, puede alcanzarla en la contemplación profunda. (7)

La "simplicidad", expresión de la unificación de todas las capacidades del ser, caracteriza el retorno al "estado primordial"; y aquí se ve toda la diferencia que separa el conocimiento transcendente del sabio, del saber ordi­nario y "profano". Esta "simplicidad" es también lo que se designa en otra parte como el estado de "infancia" (en sánscrito bâlya), entendido, naturalmente, en el senti­do espiritual y que, en la doctrina hindú, es considerado como una condición previa para la adquisición del cono­cimiento por excelencia. Eso recuerda las palabras simila­res que se encuentran en el Evangelio: "Aquel que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". (8) "Mientras que habéis escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes, las habéis revelado a los simples y a los pequeños." (9)

"Simplicidad" y "pequeñez" son aquí, en el fondo, equivalentes de la "pobreza" de la que también se trata tantas veces en el Evangelio y que en general se comprende muy mal: "Bienaventurados los pobres de espíritu pues el Reino de los Cielos les pertenece." (10) Esta "pobreza" (en árabe El-faqru) conduce, según el esoterismo musul­mán, al El-fanâ, es decir, a la "extinción" del "yo";(11) y por esta "extinción" se alcanza la "estación divina" (El-maqâmul-ilahi), que es el punto central en el que todas las distinciones inherentes a los puntos de vista exteriores son superadas y en el que todas las oposiciones han desaparecido y se resuelven en un perfecto equilibrio. "En el estado primordial estas oposiciones no existían. Todas se derivan de la diversificación de los seres (inherente a la manifestación y contingente como ella) y de sus contactos causados por el giro universal (es decir, por la rotación de la "rueda cósmica" alrededor de su eje). De golpe, dejan de afectar al ser que ha reducido su "yo distinto" y su movimiento particular a casi nada." (12) Esta reducción del "yo distinto", que finalmente desaparece reabsorbiéndose en un punto único, es lo mismo que El-fanâ y también que el vacío del que se ha tratado anteriormente; por otro lado, es evidente, según el simbolismo de la rueda, que el "movimiento" de un ser es tanto más reducido cuanto que este ser está más cerca del centro. "Este ser ya no entra en conflicto con ningún ser porque está establecido en el infinito, eclipsado en lo indefinido.(13). Ha llegado y se mantiene en el punto de partida de las transformacio­nes, punto neutro en el que no hay conflictos. Por concentración de su naturaleza, por mantenimiento de su espíritu vital, por reunión de todas sus capacidades, se ha unido al principio de todos los génesis. Al ser su natura­leza completa (totalizada sistemáticamente en la unidad principial) y al estar intacto su espíritu vital, ningún ser podría hacer mella en él." (14).

 La "simplicidad" de la que se ha tratado anteriormen­te corresponde a la unidad "sin dimensiones" del punto primordial, en el que desemboca el movimiento de retorno hacia el origen. "El hombre absolutamente simple conmue­ve por su simplicidad a todos los seres,... de tal modo que nada se opone a él en las seis regiones del espacio, nada le es hostil, y el fuego y el agua no le dañan." (15) En efecto, se mantiene en el centro, del que han surgido las seis direc­ciones por irradiación y adonde van, en el movimiento de retorno, a neutralizarse dos a dos, de modo que, en este punto único, su triple oposición cesa por entero y nada de lo que resulta de ella o se localiza allí, puede alcanzar al ser que permanece en la unidad inmutable. Al no oponerse éste a nada, tampoco nada podría oponerse a él, pues la oposición es necesariamente una relación recíproca que exige dos términos en presencia y que, por consiguien­te, es incompatible con la unidad principial; y la hostilidad, que no es más que una consecuencia o una manifestación exterior de la oposición, no puede existir con respecto a un ser que esté fuera y más allá de toda oposición. El fuego y el agua que son el tipo de los contrarios en el "mundo elemental" no pueden dañarle pues, a decir verdad, ya ni siquiera existen para él como contrarios, al haber entrado en la indiferenciación del éter primordial, equilibrándose y neutralizándose el uno con el otro por la reunión de sus cualidades aparentemente opuestas pero realmente comple­mentarias.

Este punto central por el que se establece, para el ser humano, la comunicación con los estados superiores o "celestes" es también la "puerta estrecha" del simbolismo evangélico y entonces se puede comprender lo que son los ricos que no pueden pasar por ella: son los seres apega­dos a la multiplicidad y que, como consecuencia, son incapaces de elevarse del conocimiento distintivo al cono­cimiento unificado. Este apego, en efecto, es directamente contrario al desapego del que se ha tratado anteriormente, como la riqueza es contraria a la pobreza y encadena al ser a la serie indefinida de los ciclos de manifestación.(16) El apego a la multiplicidad es también, en cierto sentido la "tentación" bíblica que, haciendo probar al ser el fruto del "Arbol de la Ciencia del bien y del mal", es decir, del conocimiento dual y distintivo de las cosas contingentes, le aleja de la unidad central original y le impide alcanzar el fruto del "Arbol de la Vida"; y verdaderamente es así, en efecto, como el ser está sometido a la alternancia de las mutaciones cíclicas, es decir, al nacimiento y a la muerte. El recorrido indefinido de la multiplicidad está representado precisamente por las espiras de la serpiente al enroscarse alrededor del árbol que simboliza el "Eje del Mundo": es el camino de los "extraviados" (Ed-dâllîn), de los que están en el "error" en el sentido etimológico de esta palabra, en oposición al "camino recto" (Eç-çirâtul-mustaqîm), en ascensión vertical según el eje mismo, del que se habla en la primera sûrat del Qorân. (17)

"Pobreza", "simplicidad", "infancia", no son más que una sola y misma cosa y la renunciación que expresan todas estas palabras (18) desemboca en una "extinción" que, en realidad, es la plenitud del ser, así como el "no-actuar" (wou-wei) es la plenitud de la actividad pues es de ahí de donde se derivan todas las actividades particulares: "El Principio es siempre no-activo y sin embargo todo es hecho por él." (19) El ser que ha llegado así al punto central ha rea­lizado por eso mismo la integridad del estado humano: es el "hombre verdadero" (tchenn-jen) del Taoísmo y cuando, partiendo de este punto para elevarse a los estados supe­riores, haya realizado la totalización perfecta de sus posibi­lidades, se habrá convertido en el "hombre divino" (cheun-­jen) que es el "Hombre Universal" (El-lnsânul-Kâmil) del esoterismo musulmán. Así, puede decirse que son los "ricos" desde el punto de vista de la manifestación quienes son verdaderamente los "pobres" respecto al Principio, e inversamente; es lo que expresa muy claramente esta frase del Evangelio: "Los últimos serán los primeros y los prime­ros serán los últimos (20) y comprobamos a este res­pecto, una vez más, el perfecto acuerdo de todas las doctrinas tradicionales que no son más que las expresio­nes diversas de la Verdad una.

 

NOTAS:

*Publicado originalmente en “Le Voile d´Isis”, París, octubre de 1930, p. 714-721.

(1). Mohyddin Ibn Arabî, Risâlatul Ahadiyah,

(2). Aristóteles, en un sentido semejante, dice "generación" y "corrup­ción"

 (3). Tao-te-king, XI.

(4). Tao-te-king, XVI.

 (5). Lie-Tsé, I.

(6). Ver el capítulo sobre "La Guerre et la Paix" en Le Symbolisme de la Croix.

(7). Lie-Tsé, IV.

(8). Lucas, XVIII, 17

 (9). Mateo, Xl, 25; Lucas, X, 21.

(10). Mateo, V, 2.

 (11). Esta "extinción"  no carece de analogía, incluso en cuanto al sentido literal del  término que la designa, con el Nirvana de la doctrina hindú; más allá de El-fanâ está todavía Fanâ el-fanâi, la " extinción de la extinción" que corresponde asimismo al Parinirvâna.

 (12). Tchoang Tsú, XIX.

 (13). La primera de estas dos expresiones se refiere a la "personalidad" y la segunda a la "individualidad".

 (14). Ibídem. La última frase se refiere todavía a las condiciones del "estado primordial": es lo que la tradición judeo-cristiana designa como la inmorta­lidad del hombre antes de la "caída", inmortalidad recobrada por el que, habiendo vuelto al "Centro del Mundo", se alimenta en el "Arbol de la Vida".

(15). Lie-Tsé, lI.

 (16). Es el Samsâra budista, la rotación indefinida de la '"rueda de la vida" de la que el ser debe liberarse para alcanzar el Nirvana.

 (17). Este "camino recto" es idéntico al Te o Rectitud de Lao -Tsé, que es la dirección que un ser debe seguir para que su existencia sea según la "Vía" (Tao), o, en otros términos, en conformidad con el Principio.

 (18). Es la "renunciación" a los metales en el simbolismo masónico.

 (19). Tao-te-King, XXXVII.

 (20). Mateo, XX, 46.