APRECIACIONES SOBRE EL ESOTERISMO ISLÁMICO Y EL TAOÍSMO

 ABD AL-WAHID YAHIA

(RENÉ GUÉNON)

 

ÍNDICE

 

Capítulo III: ET-TAWHÎD

La doctrina de la Unidad, es decir, la afirmación de que el Principio de toda existencia es esencialmente Uno, es un punto fundamental común a todas las tradiciones ortodoxas y podemos incluso decir que es sobre este punto sobre el que su identidad de fondo aparece más claramente, mani­festándose hasta en la misma expresión. En efecto, cuando se trata de la Unidad, toda diversidad se borra y es sólo cuando se desciende hacia la multiplicidad cuando las diferentes formas aparecen, siendo entonces múltiples los propios modos de expresión, como aquello con lo que se relacionan, y susceptibles de variar indefinidamente para adaptarse a las circunstancias de tiempos y lugares. Pero "la doctrina de la Unidad es única" (según la fórmula árabe: Et Tawhîdu wâhidun), es decir, que es por todas partes y siempre la misma, invariable como el Principio e independiente de la multiplicidad y del cambio que no pueden afectar más que a las aplicaciones de orden contin­gente.

Asimismo podemos decir que, contrariamente a la opinión corriente, nunca ha habido en ninguna parte doctrina alguna realmente "politeísta", es decir, que admi­ta una pluralidad de principios absoluta e irreductible.

Este "pluralismo" no es posible más que como una desviación que resulta de la ignorancia y de la incomprensión de las masas y de su tendencia a apegarse exclusivamente a la multiplicidad de lo manifestado: de ahí la "idolatría" bajo todas sus formas, que nace de la confusión del símbolo en sí mismo con lo que está destinado a expresar y la personificación de los atributos divinos considerados como otros tantos seres independientes, lo que es el único origen posible de un "politeísmo" de hecho. Esta tendencia va acentuándose además a medida que se avanza en el desarro­llo de un ciclo de manifestación, porque este mismo desa­rrollo es un descenso hacia la multiplicidad y en razón del oscurecimiento espiritual que lo acompaña inevitablemente. Por eso, las formas espirituales más recientes son las que deben enunciar del modo más ostensible al exterior, la afir­mación de la Unidad; y, de hecho, esta afirmación no está expresada en ningún lugar tan explícitamente y con tanta insistencia como en el Islamismo en el que parece incluso, si puede decirse, absorber en ella cualquier otra manifestación.

La única diferencia entre las doctrinas tradicionales a este respecto es la que acabamos de indicar: la afirma­ción de la Unidad está en todas partes pero, al principio, no tenía ni siquiera la necesidad de ser formulada expresa­mente para aparecer como la más evidente de todas las verdades, pues los hombres estaban entonces demasiado cerca del Principio para ignorarla o perderla de vista. Ahora, por el contrario, puede decirse que la mayoría de ellos, ligados por completo a la multiplicidad y habiendo perdi­do el conocimiento intuitivo de las verdades de orden supe­rior, sólo alcanzan con dificultad la comprensión de la Unidad; y por eso se hace poco a poco necesario, a lo largo de la historia de la humanidad terrestre, formular esta afirmación de la Unidad muchas veces y cada vez de un modo más claro, podríamos decir, de un modo más enérgi­co cada vez.

Si consideramos el estado actual de las cosas vemos que esta afirmación está de algún modo más velada en ciertas formas tradicionales y que incluso constituye a veces como su vertiente esotérica, tomando esta palabra en su sentido más amplio, mientras que en otras, aparece ante todos de tal modo que se llega a no ver más que ella, aunque haya sin duda, aquí también, muchas otras cosas, pero que sólo son secundarias con respecto a ésta. Este último caso es el del Islamismo, incluso exotérico; el esoterismo no hace aquí más que explicar y desarrollar todo lo que está contenido en esta afirmación y todas las consecuencias que derivan de ella y, si lo hace a menudo con términos  idénticos a los que encontramos en otras tradiciones, como el Vedanta y el Taoísmo, no hay motivo para extrañarse de ello ni para ver ahí el resultado de préstamos históricamente contestables; es así, simplemente, porque la verdad es una y porque, en este orden principial, como decíamos al comienzo, la Unidad se mani­fiesta hasta en su expresión misma.

Por otra parte, hay que observar, considerando siempre las cosas en su estado presente, que los pueblos occidentales y, más especialmente, los pueblos nórdicos, son los que parecen experimentar más dificultades para comprender la doctrina de la Unidad, al mismo tiempo que están más ligados que todos los demás al cambio y a la multiplicidad. Ambas cosas van evidentemente juntas y quizás hay algo ahí que depende, al menos en parte, de las condiciones de existencia de estos pueblos: cuestión de temperamento, pero también cuestión de clima, uno estando, por lo demás, en función del otro, al menos hasta cierto punto. En efecto, en los países del Norte, en los que la luz solar es débil y a menudo velada, todas las cosas aparecen a la vista con un valor igual, si así puede decirse, y de un modo que afirma pura y simplemente su existencia individual sin dejar entre­ver nada más allá; así, en la apariencia ordinaria misma no se ve verdaderamente más que la multiplicidad. Es completamente distinto en los países en los que el sol, por su irradiación intensa, absorbe, por decirlo así, todas las cosas en sí mismo, haciéndolas desaparecer ante él como la multiplicidad desaparece ante la Unidad, no porque deje de existir según su modo propio, sino porque esta existen­cia no es nada en absoluto respecto al Principio. Así, la Unidad se vuelve de algún modo sensible: este brillo solar es la imagen de la fulguración del ojo de Shiva que reduce a cenizas toda manifestación. El sol se impone aquí como el símbolo por excelencia del Principio Uno (Allahu Ahad) que es el Ser necesario, El solo que Se basta a Sí mismo en Su absoluta plenitud (Allahu Es-Samad) y de quien depen­den completamente la existencia y la subsistencia de todas las cosas que fuera de El no serían sino nada.

 El "monoteísmo", si se puede emplear esta palabra para traducir Et-Tawhîd, aunque restrinja un poco su signi­ficado haciendo pensar casi inevitablemente en un punto de vista exclusivamente religioso, el "monoteísmo", deci­mos, tiene pues un carácter esencialmente "solar". En ningún lugar es más "sensible" que en el desierto, donde la diversidad de las cosas está reducida a su mínimo y donde, al mismo tiempo, los espejismos revelan todo lo que tiene de ilusorio el mundo manifestado. Allí, la irradiación solar produce las cosas y las destruye, las transforma y las reabsor­be después de haberlas manifestado. No podría encontrarse una imagen más verdadera de la Unidad desplegándose exteriormente en la multiplicidad sin dejar de ser ella misma y sin ser afectada por ello y haciendo volver luego a ella, siempre según las apariencias, esta multiplicidad que, en realidad, nunca ha salido de ella, pues no podría haber nada fuera del Principio al que nada se puede añadir y del que nada se puede substraer, porque El es la indivisible totalidad de la Existencia única. En la luz intensa de los países de Oriente, basta con ver para comprender estas cosas, para captar de inmediato su verdad profunda; y, sobre todo, parece imposible no comprenderlas así en el desierto, donde el sol traza los Nombres divinos con letras de fuego en el cielo.

                                                    

                                                               Gebel Seyidna Mousa, 23 shawal 1348 H.

                                                            Mesr, Seyidna El-Hussein, 10 moharram 1349 H.

                                                                    (Aniversario de la batalla de Kervala).

 (Publicado originalmente en "Le Voile d'Isis", julio de 1930, p. 512-516).