EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
Reorganización
administrativa
El año 9 H. es conocido en la historia islámica como el año de las
delegaciones, ya que algunas veintenas de delegaciones venían de todos los
rincones de Arabia e incluso más allá (como algunos ghassaníes de
Siria), y se trasladaban a Medina para anunciar la islamización de sus
pueblos y su unión al Estado islámico; no nos asombremos si el Profeta decide
reorganizar la administración: Las limosnas se vuelven tasas gubernamentales,
con tarifas fijas, a pagar sobre las cosechas, los rebaños y también sobre el
oro y la plata. Los paganos debieron en lo sucesivo hacer la entrega a agentes
nombrados por el Profeta. Señalemos que la entrega de este impuesto es una práctica
cultural, una parte de la fe y de la religión, tan importante como el salat o
el ayuno. Su efecto ha sido excelente: el musulmán se siente obligado a cumplir
con este deber incluso cuando no hay fuerza material por parte del gobierno para
obligarlo a ello. Mostremos aún un rasgo importante de esta legislación: el
Profeta y los miembros de su tribu, tanto como sus descendientes, no tienen
derecho de aprovecharse de esta tasa sea en la parte que sea: Las rentas del
Estado no solamente no son propiedad personal del Jefe del Estado sino que además
le son religiosamente prohibidas como cualquier cosa impuesta e indigna de su
alta posición.
En este mismo año 9 H., el Profeta prohibió a los paganos que se
aproximaran a la Kaaba, y un versículo del Corán la reservó además al culto
de Allah, el uno único, como lo habían querido sus constructores Abrahan e
Ismael. La peregrinación se convirtió en un deber individual de cada musulmán
o musulmana. Hay muchas religiones en el mundo que reclaman para sí el hecho de
ser universales pero sólo el Islam está dotado de elementos que unen
armoniosamente a todos los musulmanes del universo como es la Kaaba: los
musulmanes de los cuatro rincones del mundo deben orientarse hacia ella en la
ejecución de sus oficios cotidianos (salat), todo el mundo debe visitarla al
menos una vez en su vida para encontrar allí a sus hermanos de otras partes del
mundo. Muchos mediníes se dirigieron ese año a Meca; el Profeta quedó en
Medina por varias razones, y envió a Abû Bakr como administrador supremo de la
peregrinación; el Profeta proclamó al mismo tiempo que las alianzas que había
pactado con las tribus idólatras terminarían en cuatro meses. En la práctica
esto no tuvo mucha importancia, ya que casi la totalidad de estas tribus estaban
ya islamizadas.
El año siguiente (10 H.) vino la consolidación de la administración civil, y la apertura de un gran número de escuelas, sobre todo en el Yemen. En cuanto en Meca, nada de particular que citar sino es la visita que Muhammad hizo por fin de año. La noticia de que el Profeta iba a asistir ese año personalmente a la peregrinación de la Kaaba, tuvo tal resonancia, que se pudo contar hasta 140.000 musulmanes y musulmanas reunidos ese día para oír el memorable sermón pronunciado por Muhammad desde lo alto de la colina del Monte de la Gracia (Yabal ar-Rahma), en ‘Arafat, sermón que se resume como una “carta fundamental”, tanto los derechos como los deberes del hombre, verdadero testamento del Profeta, el cual moriría tres meses más tarde.