EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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 “Readaptación” de los desplazados

 

        Un gran número de refugiados encontró en Medina una hospitalidad inmediata con sus conocidos, pero evidentemente ése no fue el caso de todos: Sa’d ibn Khaithamah, que era soltero, abrió las puertas de su casa a un gran número de refugiados, que no tenían familia; familias enteras fueron acogidas en casa de los amigos, y a veces los mediníes ofrecían terrenos para que los refugiados pudieran construir sus casas. Pero la integración a gran escala no fue cosa fácil.

        Por otra parte, el clima de oasis mediní, no sentaba bien a los habitantes del desierto. Si los extranjeros preguntaban a los habitantes (pensemos en los judíos, cf. 962,ch. También Jaibar), el secreto de su inmunidad contra la malaria, ellos decían: hace falta rebuznar diez veces como un asno antes de entrar en la ciudad (cf. Samhûdi, 2ª ed., p. 59, 1167). Poco tiempo después de su llegada a Medina, el Profeta se informó un día acerca de la salud de sus conciudadanos. Abû Bakr sufría fiebre, y para responder al Profeta, compuso un verso donde decía que él estaba más cerca de la muerte que sus sandalias. Después Muhammad se dirigió a ‘Amir ibn Fuhairah, esclavo de Abû Bakr, el cual le contestó con un verso improvisado: “Yo probé la muerte antes de morir”. La respuesta de Bilâl mostraba la nostalgia que sentía por su antigua patria. Un Juzâ’í, aliado de la familia del Profeta, se trasladó a Medina viniendo de la región mequí. Como le preguntaron, describió las bellezas de la región de la Meca de esa época, y eso entristeció al mismo Profeta. Hacía falta hacer algo y el Profeta no tardó demasiado:

        Aproximadamente cinco meses de su llegada a Medina (cf. Samhûdi, 2ª ed., p. 267) reúne en una gran asamblea a todos los jefes de familia, mequíes y mediníes, y los exhortó a una colaboración sincera para facilitar la adaptación de los refugiados, proponiéndoles una solución concreta, firme y eficaz: Cada jefe de familia mediní –al menos aquellos que estaban en buena posición- debía alojar a una familia mequí; los dos “hermanos” contractualmente hablando, trabajarían en común y compartirían las ganancias, llegando incluso a heredar el uno al otro. Todo el mundo estuvo de acuerdo, y el Profeta asoció inmediatamente un cierto número de mediníes –186 según MaqrîzÎ- con un número igual de mequíes. En casi todos los casos se sorteó (qur’ah) la elección de hermano contractual (cf. Bukhârî, 23/3/2, 63/46/6m,91/27, caso de ‘Uthmân ibn Maz’ûn). La seriedad y la sinceridad del entusiasmo de los Ansar pueden ser juzgada por el hecho (cf. Bukhârî, 63/3) que pidieron al Profeta que tomara la mitad de sus tierras y se las diera a los inmigrantes mequíes. El amor propio de los mequíes no fue menor: rechazaron categóricamente el ofrecimiento diciendo: Alquiladnos vuestras tierras por medio de un contrato negociado. De igual forma (cf. Bukhârî 63/8/3) cuando el Profeta quiso reservar las rentas de la provincia de Bahrain (al-Ahsâ’ moderna) a los Ausâr exclusivamente, dijeron éstos: No al menos que los muhâyîríes, reciban otro tanto. La convivencia fue en general muy amistosa, ‘Umar, por ejemplo nos dice que él y su “hermano” compartían así todo su tiempo: un día trabajaba él en la explotación de dátiles, mientras que su hermano iba a casa del Profeta; y al día siguiente le tocaba trabajar al otro; y por la tarde cada cual contaba lo que había hecho. El caso de ‘Abd ar Rahmâb ibn ‘Auf tiene interés especial: su “hermano” le dijo: “Aquí tienes mis bienes, te doy la mitad de ellos; así mismo, como tengo dos esposas, me divorciaré de una de ellas, a tu elección para que te puedas desposar con ella”. ‘Abd ar-Rahman respondió: “Que Allah te bendiga en tus bienes y en tu familia; enséñame solamente el mercado de la ciudad”. Se dirigió allí, compró algunas cosas a crédito, luego lo vendió con un pequeño beneficio; lo hizo varias veces durante todo el día. Por la tarde había ganado bastante para comprar qué comer. Pronto fue a ver al Profeta para decirle que se había casado con una joven mediní, y que no solamente él había podido pagarle la dote sino que también había costeado la fiesta de la boda. Fue uno de los más ricos compañeros del Profeta, y eso gracias a su habilidad con el comercio.

        Los refugiados mequíes estuvieron muy agradecidos, y los veremos devolver a sus “hermanos” todos los bienes que había obtenido con la fraternización (mu’âkhât), siempre que tenían oportunidad de hacerlo: trataron estas buenas acciones como deudas de honor. Cuando los mequíes estuvieron integrados en la economía de Medina, el Profeta anuló las condiciones de herencia hacia los hermanos contractuales, recayendo ésta a los parientes de sangre: cada uno se convirtió sólo en amo de su hogar y su familia.

        Esta confraternización fue bien pronto útil de una manera inesperada: cuando las expediciones militares, el Profeta, entoló su ejército a uno de cada dos “hermanos”, el otro quedaba en la casa y se encargaba de las dos familias.

        Terminemos con esta pequeña anécdota: la camella del Profeta gozaba entre los musulmanes de Medina de una posición privilegiada, y nadie le impedía que comiera o bebiera donde quiera que fuese”, porque “Adbâ era la camella del Profeta”.

 

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