EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
Entre los 73 mediníes que tomaron parte en el pacto de ‘Aqaba, la víspera de la Hégira, se encontraban también dos mujeres: La mazinita Nusaiba Umm ‘Umâra, y la salamita Asmâ’ Umm Manî. No se sabe exactamente la fecha de la conversión de Umm Waraqa bint ‘Abdallah b. Al-Harith. Participó ya en el año 2 H. en la batalla de Badr, en calidad de enfermera. Estaba tan altamente dotada intelectualmente que se hizo hâfiz del Corán. El Profeta la estimaba tanto que a título excepcional, la nombró imam de la mezquita de su barrio, donde ella dirigía los oficios de piedad (salat) de todos (incluidos los hombres). El Profeta iba frecuentemente a visitarla a su casa con algunos otros compañeros, y le predijo que tendría la dicha de morir como mártir (cf. Ibn al-Yanzî, Wafâ’ p, 317; ibn Rahûyah citado por Ibn Hayar, Matâlib, Nº 4159; Ibn Hanbal, VI 405, Nº 2; Abû Dûwud, II, 62 bâb imâmâ an-misâ’; ibn ‘Abd al Barr, Isti’ab, Kuna an-misâ, Nº 107).
Esperemos que los historiadores se sientan atraídos por el tema de la mujer musulmana en el comienzo del Islam.
Llegado al poblado de Qubâ, el Profeta aceptó la hospitalidad de un jefe local, Kulthûm ibn al-Hidm (que, según Samhûdî, 2ª ed. P. 244, no había aún declarado su conversión al Islam). Fue en la casa de Sa’d ibn Khaithamah, otro jefe, soltero por otra parte, donde se sentó para recibir a los visitantes. El primer día, se instaló debajo de un datilero. Poco de sus visitantes lo conocían personalmente, y hubo quien tomó a Abû Bakr por el Profeta, hasta que al ir a darle el sol a Muhammad, Abû Bakr corrió a extender su hopalanda sobre un árbol para darle sombra, y fue así como algunos aprendieron a conocer la modestia del Profeta.
La primera
decisión del Profeta fue construir una mezquita en Qubâ, célebre aún en
nuestros días. Allí trabajó todo el mundo: el Profeta, Abû Bakr, ‘Umar,
todos transportaban piedras para el edificio.
‘Ali, se
quedó en Meca para trasladar el dinero que el Profeta tenía en su casa, parte
más tarde y se reúne con el Profeta en Qubâ.
Se
conserva el texto de una carta del Profeta, en la cual ordena a los mediníes,
desde antes de la Hégira, a celebrar los viernes un gran oficio, en lugar del 2º
oficio diario, con la particularidad que el viernes el oficio del mediodía (2º),
fuera suprimido y reemplazado por un sermón (jutba), seguido de un oficio (salat)
de dos rak’at. Algunos días después de su llegada a Qubâ, fue él quien
dirigió el oficio (salat) del viernes, sea en Qubâ, sea entre los Banû Sâlim,
cuando estaba ya camino de Medina, y se conservan algunas frases de su primer
sermón en esta ocasión:
(Después
de haber alabado a Allah, dijo): “¡Pueblo!. Poned cuidado primeramente en
vuestras propias personas; sabed que cuando uno de vosotros muere, deja su rebaño
sin pastor, luego él encuentra a su maestro, que no tiene necesidad ni de intérprete
ni de intermediario. Allah le pregunta: ¿Mi mensajero no ha ido a tu casa?, ¿no
te he dado bienes, incluso muchos?, ¿qué es entonces lo que traes?. El hombre
mira a su derecha y a su izquierda, pero no encuentra a nadie que lo socorra, y
ve delante de él el infierno. Quien quiera protegerse de elle que de aunque sea
un trozo de dátil. Quien sea que no posea nada para darlo en caridad, que diga
una buena frase, porque una buena acción es recompensada por Allah de 10 a 700
veces más que su valor. Que la Paz sea con vosotros”.
Si el
Profeta se había entregado a la propagación de su religión, sus jóvenes
adeptos no estaban inactivos. El viejo ‘Amr b. Al-Yamûh estaba muy atado a su
ídolo y sus hijos y parientes próximos se divertían; cada mañana ‘Amr lo
encontraba en una situación ridícula y no sabía qué hacer. Un día, colocó
una espada cerca de la mano del ídolo, para que con ella castigase a sus
profanadores. Al día siguiente lo encontró derribado, con la cabeza hundida en
un montón de excrementos de la tribu. Ese día abrazó el Islam (cf. Samhûdi,
2ª ed., 234-5). El joven Suhail b. Hunaif destrozaba cada noche algunos ídolos
de madera en la ciudad y regalaba la “leña” a una mujer musulmana (cf. Samhûdi,
2ª ed., p. 249).
Después
de algunos días de estancia en Qubâ, el Profeta decidió dejar este lugar e ir
más al Norte en el Valle de (Yauf) de Medina. ¿Quería quizás vivir con los
de su familia, los descendientes de la madre de ‘Abd al-Muttalib?.
(“Primeramente habitó en la casa de sus tíos maternos”, dice Bukhâri
2/30, y también 63/46/9): “Después de 14 noches de estancia entre los Banû
‘Amr ibn ‘Auf en Qubâ, envió a alguien a los Banû an-Nayyâr que vinieron
todos armados”; pero la historia de la camella mencionada más tarde estaría
en conflicto con la elección deliberada por causa de parentesco, a menos que
pensemos que su deseo personal y la predestinación divina coincidían. ¿Acaso
no le gustaba el vecinaje demasiado próximo de los no musulmanes (judíos) en
Qubâ’. ¿Acaso buscaba un espacio libre para construir su propia casa, para
ser más independiente?. ¿Acaso quería vivir justo en medio de los grupos
populares tanto por razones sociales como estratégicas?. (Por motivos
religiosos la mezquita central debe estar en el centro de la aglomeración). Hay
aún una hipótesis posible: Antes de la islamización de Medina, cuando la
guerra civil, de común acuerdo los Aus y los Jazray, habían elegido al jazrayi
‘Abdallah ibn Ubay como rey de Medina, e incluso se había encargado a los
orfebres fabricar una corona para él. Después de la islamización y cuando el
Profeta emigró a Medina para instalarse allí definitivamente, el proyecto de
reinado fue abandonado. El Profeta entendía la desilusión del rey electo;
buscaba por todos los medios consolarlo limando sus susceptibilidades al
tratarle con el máximo de cortesía toda su ida. Leamos este relato de Samhûdî
(2ª ed., p. 258, según Ruzain): “Cuando salió de Qubâ, acompañado de
algunos Ansâr en armas, y de la totalidad de los Muhâyirs mequíes, pasó por
los Banû al Hubla de los Jazray y quiso tomar a ‘Abdallah b. Ubaiy instalándose
en su casa; Pero él que estaba entonces sentado delante de su torre fortificada
con las piernas plegadas y con un mantón que le cubría la espalda y rodillas
(lo rechazó y) dijo: “Ve con las que te han invitado a instalarte en su
casa...). ¿Cuál de estas razones era la que había empujado a dejar a los Banû
‘Amr b. ‘Auf (de los Aus) para ir a vivir con los Jazray?. Nuestras fuentes
no nos aclaran nada. Para Bukhâri (2/30), “vivió primeramente con sus
parientes ansârîes (la madre de su abuelo ‘Abd al-Muttalib era de los Jazray)”.
Según ibn Zabala (citado por Samhûdî, 2ª ed., p. 262): “Quiso estar en el
centro de todas las aglomeraciones de los Ansar”. Sea lo que sea, según Bukhâri
88748/2,63/46/5) y Muslim (5/9), “envió a alguien a los Banû an-Nayyâr (sus
parientes) que vinieron todos armados y, partió en su compañía. Montó en su
camella”, dejó la cuerda sobre el cuello del animal, y siempre que pasaba por
una tribu y ésta insistía para que se instalase con ellos, él decía siempre;
“Dejad marchar a la camella: ella va a conducirnos donde quiera Allah”. En
efecto, después de haber marchado durante algún tiempo, la camella se sentó;
Muhammad le dio un golpe de talón para que se levantara, pero después de
avanzar de nuevo algunos metros, se sentó otra vez. Se trataba de una llanura,
un espacio sin habitar, en el dominio de los Banû an-Nayyar, antepasados
maternos del Profeta. La casa más próxima era la de Abû Aiyûb (murió más
tarde en el sitio de Estambul, donde su tumba es objeto de visitas piadosas aún
en nuestros días). Abû Aiyûb tomó enseguida el equipaje del Profeta dichoso
de recibirlo. El terreno donde la camella se sentó pertenecía a dos huérfanos,
y era utilizado como secadero para la cosecha. El Profeta la compró por diez dînâres
que pagó Abû Bakr (cf. Samhûdî, 2ª ed., p. 324), y allí mismo comenzó la
construcción de una mezquita: la actual gran mezquita de Medina. Entre los
constructores y obreros, todos musulmanes y voluntarios, estaban no solamente
los Ansâr y Muhâhirs, sino también extranjeros no mediníes; Uno de ellos,
llamado Talq, recibió los elogios del Profeta porque preparaba mejor que los
otros el mortero (Samhûdi, 2ª ed., p. 333-4). El Profeta no solamente dirigía
los trabajos y orientaba los muros en función de la qibla, si no que además
trabajaba como un simple obrero, transportando piedras y ladrillos. Al lado de
la mezquita, hizo construir una ancha habitación, la Suffah, que servía de
escuela durante el día y de dormitorio para los sin abrigo durante la noche (ésta
fue la primera “universidad” islámica). Al otro lado de la mezquita, se
construyeron algunas habitaciones para el Profeta y su familia. Algún tiempo
después, el Profeta envió a Zaid y Abû Râfi, sus dos esclavos libertos, a
Meca, para traer a su familia. Tomaron las camellas pertenecientes al Profeta y
a Abû Bakr, y compraron otros tras en el mercado de Qudaid. La caravana no se
componía más que de unas mujeres: Sanda (esposa del Profeta), Fátima y Umm
Kulthm (sus dos hijas), así como la mujer y las dos hijas de Abû Bakr. Los
mequíes respetaban en general a las mujeres, y no estaban todavía en guerra
contra los musulmanes. La caravana no fue pues hostigada por los mequíes. Según
Maqrîzî, Umm Aiman, mujer de Zaid, acompañó a la caravana, pero según
Suhaili realizó el trayecto entre Meca y Medina a pie, sola, y con muchas
penalidades. En todo caso, fue después del séptimo mes de estancia en casa de
Abû Aiyûb cuando el Profeta se instaló en sus alojamientos.
Hubo casos menos afortunados: unas musulmanas fueron retenidas en Meca, sea bien por sus maridos paganos, o bien por sus parientes. Así fue como una hija del profeta debió permanecer con su marido, Abû’l-‘As, que no se había convertido aún; y que Umm Salamah, cuyo marido había emigrado a Medina, no pudo en mucho tiempo abandonar Meca.