EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
Primeramente algunas palabras sobre los términos Isrâ y Mi’rây. Literalmente habla Isrâ’ quiere decir: Hacer alguien un viaje durante la noche, y el término está extraído de un versículo del Corán XVII, 1 y, en efecto el acontecimiento del cual vamos a hablar tuvo lugar durante una noche. En cuanto al término Mi’rây , quiere decir el instrumento para subir o ir hacia arriba, una escalera. En la literatura islámica, los dos términos se aplican a un gran acontecimiento de la vida del Profeta Muhammad: Allah quiso honrarlo y recompensar a su Mensajero en la tierra por su comportamiento y lo llamó hacia él al Cielo y después de la recepción y de la audiencia a Allah, el Profeta volvió a la tierra, donde todavía pasó una quincena de años antes de emitir el último suspiro. Para designar la disposición más elevada del encuentro del creador con el mejor de sus seres creados, los sabios de las diferentes religiones se han servido de diversos términos: comunión o volverse uno con Dios, participación del hombre con la divinidad, encarnación y así podríamos seguir. En su respeto hacia Allah, en su modestia y en su pudor mismo, el Islam pensó que el ser humano no puede más que subir y ascender hacia Allah, sin que haya amalgama o fusión: Allah es Allah y el hombre queda en hombre muy al otro lado de la divinidad. El hombre puede destruirse en Allah, Fanâ fi’llâh, renunciar a sus deseos para conformarse únicamente con los mandatos revelados del Señor. Este milagro del Mi’rây –sinónimo de Isrâ’- que Allah hizo para honrar a su bien amado mensajero Muhammad, Profeta del Islam, es por muy buenas razones uno de los principales motivos de gloria y orgullo para la comunidad musulmana. El entusiasmo ha navegado libremente durante el transcurso de los siglos por boca de predicadores y por la pluma de escritores. Los hechos originales, seguros y auténticos han sido continuados en muchas obras que figuran en la cumbre de la literatura universal, hasta el punto que han tomado una importancia internacional. Así los cristianos de Andalucía han traducido al latín una de esas descripciones populares del Mi’rây, que recorrió toda Europa, de la misma forma que la recorrieron los cuentos de las Mil y Una Noches. La descripción de la visita del Paraíso y del Infierno, ha apasionado a los poetas y ha inflamado su imaginación a veces para desgracia nacional. Dante por ejemplo la devora y asimila en su Divina Comedia, y su pequeño espíritu lleva a condenar al Profeta del Islam, bajo la acusación de cisma, en un lugar que el gusto nos prohíbe incluso imaginar. Cuanto más noble y grande es un hombre, más sus enemigos son estúpidamente virulentos. Cada cual será individualmente responsable ante Allah.
Hay que leer las descripciones auténticas del Mi’rây como un hecho
espiritual edificante, y nunca como un relato turístico divertido. Las
interpretaciones individuales varían hasta el infinito: Basándose en los
detalles dados por el Santo Corán y por los Hadices dignos de fe, las diversas
obras sobre el Mi’rây constituyen toda una gradación entre buenos y menos
buenos.
Para distinguir los de cada categoría, es preciso una gran tolerancia, después
una búsqueda personal realizada con un espíritu abierto para que Allah nos
muestre la verdad. Así fue, sin pretensión alguna por mi parte, lo que
constituyó para mí esa búsqueda: Comencé a pensar en ello desde la escuela
primaria. Se nos enseñaba, en clase de geografía que la tierra es esférica
como una naranja; o bien cómo aprendí también en obras de geógrafos
musulmanes de la época clásica, que la tierra es como
la yema de un huevo, la clara que lo envuelve es como la atmósfera y
todo encerado es una cáscara que representa el cielo. Los mismos alumnos aprendía
en clase de teología, que Allah es el uno, único y que él es el Creador y Señor
del Universo, cuyo trono está en el cielo. Consideramos siempre al cielo encima
de nosotros. El respeto por la persona (dhát) del Señor de los mundos exige
que evidentemente su trono esté por encima de nuestras cabezas y no en absoluto
bajo nuestros pies. Pero ¿dónde está el cielo y la silla del trono divino?.
Lo que está por encima de nosotros en el polo norte se convierte para los
habitantes del polo sur en por debajo de sus pies. A esta pregunta del joven
muchacho que yo era, la respuesta es que ¡resulta blasfemo incluso el pensar en
estos mismos problemas!. ¿Era necesario pues tener dos personalidades en uno
mismo, y creer algunas cosas sin comprenderlas y comprender otras cosas sin
aplicar estos conocimientos a los otros campos?. Guardé silencio pero sólo
exteriormente, interiormente hervía , y el hervor creció con la edad y con el
desarrollo de mis conocimientos de estudiante.
En otros aspectos, la experiencia personal que me proporcionó un pequeño
incidente, de gran alcance me ayudó bastante: una misma cuestión llega al ánimo
de dos alumnos, pero la respuesta de un maestro común satisface a uno y
contraria al otro: Esto me ocurrió a mí cuando era profesor de la facultad de
derecho y, en compañía de un colega, profesor de filosofía, fui
ver a un tercero, primer profesor de teología, del que habíamos sido
alumnos antes. Uno de los dos quedó satisfecho de la explicación del profesor
de teología, pero no el otro. En lugar de acusar a mi colega de incomprensión,
le aconsejé el respetarnos mutuamente, aunque no fuera más que para conservar
nuestra amistad y buenas relaciones.
El estudio del Mi’rây del profeta me llevó a estudiar el sentido de Allah,
según el Corán. Fui impactado por el hecho que el hombre es anunciado allí
como el esclavo (‘abd) y Allah como el Rey (malik). El lenguaje es un producto
de las sociedades humanas y con él no somos capaces de expresar el inmenso
contraste que representa el infinito poder de Allah ante la pequeñez del ser
humano, en un encuentro frente a frente. Allah es un ser necesario (dhât wâyib
al-wuyûd), inmanente, omnipresente, más cerca de cada uno de nosotros que
nosotros mismo de nuestra propia yugular. Al mismo tiempo, él es trascendental,
más allá de toda percepción física (mâ wará al-idrâk). ¿Qué hacer para
describirlo, para hablar de él, sino servirnos de todas las posibilidades del
lenguaje?. El Corán mismo prolonga su imagen bastante lejos: allah es el Rey (malik).
Como rey, tiene los tesoros (Khazâ’in), los ejércitos (yunûd), el reinado y
la realeza (mulk, malakût); tierra (‘arch), reposapie del trono (kursî), la
capital (Umm al-Qurá, nombre de Meca), el palacio (bait-Allâh). Y para recibir
delegaciones de sus siervos y súbditos –y también para hacer lo que quiere-
tiene incluso manos (yad-Allâh, yadâhu). El Hadiz ha añadido también dedos (asâbi),
diciendo por ejemplo que el corazón humano puede ser transformado, agitado por
Allah que lo toca con sus dos dedos. La Piedra Negra de la Ka’aba, de la Bait-Allâh
está descrita por el Profeta como “la mano derecha” de Allah (yamîn-Allah)
para recibir (istilâm) el pacto (bai’a) de pleitesía y sumisión por parte
del peregrino (hâyy, literalmente: el que se dirige, aquí, hacia Allah). Además,
los reyes no van a pie entre el público, fuera de las solemnidades: él queda
sentado en su trono, y los más fuertes servidores lo transportan sobre sus
hombros. Esta imagen está recogida en el Corán, respecto a Allah, donde dice
que el trono divino es como una litera transportada por ocho ángeles.
No es necesario traspasar los límites marcados por la estricta necesidad de una
descripción respetuosa de lo indescriptible. Así, hay que creer que, como rey,
Allah tiene su trono; pero sería ridículo pensar que el trono es solamente
para las ocasiones solemnes y que tiene también departamentos privados donde el
rey pasa su tiempo con sus familiares, donde se acuesta, etc. Hay que abstenerse
también de preguntar la forma y el lugar del Trono divino, porque nos hemos
servido del término “Trono” por la necesidad de describir la omnipotencia
de Allah frente a frente con sus criaturas. Para realizar esta descripción no
disponemos más que de medios materiales y conocidos por el hombre, que se
muestra impotente para describir al Dios trascendental e inmaterial. Si no se
sigue esta regla de conducta, se cometerán los mismos errores que algunos mu’tazilíes,
y otros pensadores musulmanes –Sinceros, ciertamente, en sus investigaciones
científicas, pero muchas veces perdidos por un exceso de lógica humana-
cometieron.
En mi humilde opinión, describir el Mi’rây debe encauzarse de la misma forma
que la descripción de Allah: creer en lo que dice el Corán y el hadiz, y no
perder de vista que se trata del mundo del más allá y que se habla de cosas
que la imaginación humana puede presentir pero no describir. Lo importante es
el contenido, la ascensión del hombre hacia Allah: y no la forma, el “cómo”,
y el “dónde”. Es un hecho puramente espiritual, y hay que entenderlo desde
un sentido místico y no con un sentido geográfico o turístico.
Los temperamentos de las personas difieren unos de otros: al día siguiente del
Mi’rây, antes incluso que Abû Bakr hubiera tenido ocasión de oír el relato
por boca del Profeta, cuando algunos paganos preguntaron a Abû Bakr:
¿Qué piensas de esto que cuenta tu amigo, o sea haber sido transportado
al cielo y haber sido recibido por Allah?. Abû Bakr respondió: Yo lo creo, lo
que él dice es verdad. Se cuenta que cierto número de conversos apostataron,
al no poder soportar la enormidad del hecho. Se precisa que Abû Bakr, sólo con
su fe, no cesaba de escarbar detalles: ¿Cómo era Allah?, ¿Cómo lo vistes?,
etc. Evidentemente hay muchas clases de temperamentos.
Terminemos esta introducción por un hecho precisado por el gran biógrafo Ibn Hichâm: Las revelaciones (Wahy) llegaban al Profeta en cualquier ocasión y bajo cualquier forma, pero la primera de todas las revelaciones, en la caverna de Hirâ, no le vino más que cuando dormía. No nos asombremos de ellos, ya que cuando algo insólito y extraño llega por primera vez el choque es demasiado grande de soportar. El contacto con seres celestiales, para aquel que ignora completamente estas cosas no es fácil: el proceso es habituarse gradualmente.