en
su oposición a los ejércitos de la frivolidad
(SEGUNDA
PARTE)
La fuerza de la
tenacidad, la perseverancia y la resistencia (a la que llamamos sabr,
paciencia) -para la ejecución de lo que el Islam exige- puede ser tenida en
cuenta dependiendo de varias circunstancias:
En ciertos casos, la
victoria en el ánimo pertenece al estímulo del Islam (dâ‘i d-dîn), que
derrota a los ejércitos de la comodidad y los somete. A esto sólo se llega con
una practica continuada de la paciencia, la tenacidad, la perseverancia, el
aguante y la resistencia. Los que llegan a este extremo son los que alcanzan la
victoria en este mundo y más allá de él junto a Allah. Son aquellos que, según
el Corán, han proclamado en sus corazones: “Nuestro Señor es Allah... Y se
han enderezado”. También según el Corán, son a quienes dicen los Ángeles
en el momento de la muerte: “No temáis, ni os entristezcáis. Alegraos con la
buena nueva de un Jardín que os ha sido prometido. Nosotros somos vuestros
aliados en este mundo y en al-Âjira (ante Allah)”. Son aquellos que han
obtenido la compañía (ma‘ía) de
Allah, los que han combatido en Allah
tal como Él exige, a los que Él ha guiado al margen de los demás seres
humanos.
En otros casos, en
los corazones predomina la frivolidad y la comodidad, y ante ellos cae
totalmente el estímulo del Islam. Ese desafortunado se rinde a Shaitán y sus
ejércitos, que lo guían a donde quieren. Algunos de esos corazones acaban
convirtiéndose en parte de los ejércitos de Shaitán trasformándose en sus
seguidores, y eso sucede a los débiles, los impotentes ante el poder ilusorio
de lo negativo. En otros, Shaitán es el que se convierte en uno de sus
soldados, y es el caso del pervertido, que en sí es más fuerte que el demonio,
tal como dijo un poeta: “Yo era un hombre al servicio de Iblis hasta que las
circunstancias / me alzaron, y ahora el demonio es parte de mis fuerzas”.
En
este apartado nos estamos refiriendo a todos aquellos en los que prevalecen sus
apetitos y han arruinado su vida en este mundo y el destino que les aguarda
junto a Allah tras la muerte. Son quienes han desesperado, los que no han sabido
resistir sus impulsos y debilidades, los que no han practicado el sabr.
Son los derrotados por la dura prueba, los que se han hundido en la desgracia,
los mal señalados en las Páginas del Decreto de Allah, los que se acobardan
ante el enemigo. Los han vencido los artificios, los engaños, las vanas
esperanzas, la soberbia, el desprecio al valor de los actos, la creencia en una
vida larga, la preferencia por lo efímero,... La víctima de esos enemigos fue
descrita así por el Profeta (s.a.s.): “El impotente es el que se deja guiar
por sus inclinaciones y relega lo que corresponde a Allah”.
A
este grupo de ‘impacientes’ pertenecen muchos tipos de gente: está el que
se convierte en enemigo de Allah y de su Mensajero, y les declara una guerra
abierta; el que procura distorsionar las enseñanzas del Profeta (s.a.s.) y las
hacen torcidas, interponiéndose para que las gentes no sigan ese camino; está
el que simplemente da la espalda al Islam y se dedica a sus cosas, buscando
satisfacer sus pasiones más inmediatas; está el hipócrita, el que tiene dos
caras, el que busca vivir a costa de los musulmanes y de los no-musulmanes; está
el libertino que se dedica a sus juegos y malgasta su vida en frivolidades y
superficialidades; está el que, cuando se le recuerda a Allah, dice: “Ojalá
pudiera seguir ese camino, pero soy débil. Pido disculpas, pero no puedo hacer
nada”; está el que dice: “Allah no me necesita ni de nada le sirve mi
recogimiento o mi ayuno”; está el que se declara fatalista; está el que se
desprecia a sí mismo; está el que desespera; está el que lo deja todo para más
adelante.
Son
muchos los que son presos de sus engaños, los que viven inmersos en sus egoísmos,
y no emplean sus inteligencias más que para fabricar argucias con las que
alcanzar lo que apetece a su animalidad. Sus inteligencias son como musulmanes
prisioneros en manos de infieles: los infieles los dedican a pastorear cerdos,
destilar vino y cargar con cruces. Y esa persona, desde el momento en que
entrega su inteligencia a los infieles, es como el que vende a un musulmán y lo
entrega como prisionero dejándolo a merced de quien lo humille.
Llegados
a este punto hay que hacer una observación importante y hay que vaciar el corazón
para reflexionar sobre ello tranquilamente. El que se engaña de los modos
explicados antes, humilla el Poder que Allah tiene en él y desprecia todo
aquello con lo que lo ha dignificado, renunciando casi a su condición humana,
mientras que por otro lado pone a disposición del demonio todo aquello con lo
que Allah lo ha obsequiado, entregándolo como prisionero. Pero a la vez, es
Allah el que está entregando esa
persona a sus propios enemigos, y Allah concede entonces dominio al demonio
sobre él, que lo utiliza conduciéndolo a su ruina. Al igual que ese hombre ha
humillado el Poder de Allah, Allah lo humilla entregándolo al desprecio, y es
entonces prisionero de todos los males, esclavo de todos los vientos. Es
sorprendente: el ser humano ha sido dotado para ser rey, y se aviene a ser
esclavo. En él hay prodigios, pero se abaja para rendirse a lo que carece de
toda fuerza y se deja arrastrar por ilusiones y falsedades. En sí, el universo
de Shaitan, el del mal, carece de entidad, tal como enseña el Corán: “No
tiene poder alguno sobre los que se abren de corazón a Allah y se apoyan en su
Señor. Su poder sólo es efectivo sobre quienes se le alían, los que se le
asocian”.
Ocurre
sin embargo a veces que los mejores de entre los hombres son engañados y
confundidos por el demonio, y caen en torpezas y se dejan guiar por sus
instintos, ¿cómo es que el Corán afirma que Shaitán no tiene influencia
alguna sobre los que se abren de corazón a Allah? La respuesta es la que sigue:
la fuerza que el Corán niega que el demonio tenga en los sinceros es la del
argumento en su contra. Es decir, puede engañarlos, confundirlos, y no son
inmunes ante ello, pero no los domina, no los convence, no los convierte en
parte de sus ejércitos. Otra respuesta posible: el demonio no tiene ninguna
sustancia, no tiene poder alguno, pero lo imagina el hombre y se doblega ante su
propia ilusión; el que se abre sinceramente hacia Allah acaba doblegando su
propio engaño y retorna a su Señor, a la Fuerza verdadera, y se aleja todo lo
que puede del mal.
Un
tercer caso en el tema que estamos tratando es el de quienes sostienen una lucha
interior en la que a veces su paciencia gana y otras pierde. En realidad, esta
es la situación en la que viven la mayoría de los musulmanes, quienes mezclan
acciones rectas con otras que son malas. En el ser humano hay fuerzas opuestas,
ejércitos adversos, y la pugna entre ellos es inevitable. La inteligencia, lo
que hace al ser humano lo que es, es el factor decisivo. Quienes ponen la
inteligencia al servicio de sus ángeles, pertenece al primero de los grupos que
hemos analizado. Quienes ponen su inteligencia al servicio de sus demonios forma
parte del segundo de los grupos. Y aquellos que van de un extremo al otro sonlos
componentes de este último grupo.
Y
ante Allah, el Día de la Resurrección (Yáum al-Qiyâma), la Retribución será
en función de la pertenencia a uno de esos grupos. Los habrá quienes entren en
el Jardín y no en el Fuego, quienes entren en el Fuego y no en el Jardín, y
quienes primero pasarán por el Fuego para después entrar en el Jardín. Es la
misma relación que existe entre la salud y la enfermedad. Hay en quienes la
fuerza de su constitución vence a todas las enfermedades; hay quienes a veces
están sanos y otras veces están enfermos; y hay quienes caen ante la más mínima
agresión de un mal.
Hay
quienes son pacientes, tenaces, resistentes y perseverantes teniendo que hacer
grandes esfuerzos, mientras que otros lo son espontáneamente, como si fueran
dones naturales. El primero es como quien tuviera que luchar con un hombre
fuerte, y sólo lo vence tras poner en acción todas sus energías; el segundo
es como el que rivaliza con un competidor débil, al que derrota fácilmente. En
el ser humano hay una guerra entre los ejércitos del Misericordioso y los del
Demonio, y quien se pone de parte de Allah decididamente, triunfa. Un Compañero
del Profeta (s.a.s.) dijo: “El sincero vence a su demonio y lo domina como
cualquiera de vosotros maneja su camello. Se cuenta que se encontraron dos
demonios, y uno le dijo al otro:
“¿Qué te pasa? ¿por qué estás débil y lánguido?”, y el otro le
respondió: “Es porque acompaño a un hombre que cuando come dice ‘Allah?, y
no puedo comer con él; cuando bebe dice ‘Allah? y no puedo beber con él;
cuando entra en su casa dice ‘Allah’ y tengo que quedarme a dormir fuera”.
El otro demonio le dijo: “Pues yo acompaño a uno que cuando come no dice
Allah y como con él; cuando bebe no dice ‘Allah’ y bebo con él; cuando
entra en su casa no dice ‘Allah’ y entro con él”.
En
resumen, quien se acostumbra con paciencia a la perseverancia en la práctica
del Islam acaba siendo temido y respetado por su enemigo interior. Y quien se le
hace difícil ser constante y fuerte, es objeto de las ambiciones de su demonio
y a punto está siempre de ser poseído por él.
continuación:
Los modos de la paciencia