Periodo de Meca
570-622
Los antepasados de Muhammad
Según
la tradición musulmana, Ismael, el hijo de Abraham, se instaló con su madre
definitivamente en el lugar que más tarde se convirtió en la ciudad de Makka.
La región estaba habitada por los ÿurhumies, rama de los ‘amaliq (los
amalecitas que son citados en la Biblia). Ismael se casó con una ÿurhumi, pero
durante largos siglos nada sabemos de la evolución de esta familia. Los datos
históricos son más reveladores cuando llegamos a la época de ‘Adnân,
ancestro de Muhammad (s.a.s.) en el grado veintiuno. Todos los árabes se
dividen en ’adnaníes (árabes del norte) y qahtaníes (árabes del sur).
Mudar, abuelo en el grado decimoctavo, Kinana en el grado catorceavo y Quraish
en el onceavo, son personajes que dieron respectivamente sus nombres a
importantes ramas de las tribus septentrionales.
Con
otro personaje, Quraish, la historia de la familia quraishí se hace más dinámica.
Su padre, Kilab, había abandonado su casa, probablemente para una aventura
comercial en Palestina. En el camino se casó con una muchacha de la tribu de
Quda’a, que fue la madre de Qusai. A la muerte del padre, el tío tomó bajo
su tutela al joven Qusai manteniéndolo en Makka, para gran pena de su madre que
volvió junto a sus parientes del norte.
La
tribu de los Juza’a reinaba entonces en la ciudad cuando Qusai se casó con la
hija del jefe de esta tribu, que al mismo tiempo tenía a dignidad de ser el
guardián de la Kaaba. El hijo del jefe renunció más tarde en favor de Qusai a
la función de guardián, a cambio de algunas ventajas económicas, aunque los
demás juza’ies no cedieron más que ante la fuerza, recibiendo Qusai al apoyo
de la tribu de su madre. Según algunos cronistas, incluso hizo intervenir a su
favor al emperador bizantino. Los juza’íes tuvieron que alejarse de la ciudad
y contentarse con administrar los alrededores.
Bajo
la dominación de Qusai, Makka conoció una gran prosperidad: la administración
fue reorganizada y “democratizada”. Qusai construyó la Dâr
An-Nadwa
(la casa de las deliberaciones públicas),
donde cada ciudadano a partir de los
cuarenta años, tenía derecho a tratar los asuntos de la ciudad. Qusai
creo una tasa anual sobre los habitantes de la ciudad llamada Rifâda,
con el principal objeto de poder ayudar a los peregrinos y visitantes de las
ferias de Makka. Fue él quien dio a Makka un aspecto urbano, reemplazando las
tiendas de piel por casas de piedra. Según la mayoría de los cronistas, nadie
se atrevía a abatir los pocos árboles que había en el valle, y fue Qusai el
primero en romper esta superstición. Por el contrario, el historiador Baladuri
asegura que los habitantes de Makka quisieron cortar los árboles para construir
las casas y que fue Qusai el que lo prohibió, conservándose los árboles como
parte de los patios de las casas. Baladuri lamenta que las generaciones
posteriores no hayan comprendido el sentido profundo de esta recomendación de
Qusai y hayan desnudado el suelo de Makka de árboles tan útiles y tan difíciles
de restituir a causa del clima.
‘Abd
Maanaf, hijo de Qusai, consolidó el prestigio de Makka al incrementar las
relaciones diplomáticas y económicas con países extranjeros: Bizancio,
Persia, etc.; lo que le permitía enviar caravanas de comercio a sus respectivos
territorios.
Hashim,
hijo de ‘Abd Maanaf, era conocido pos su generosidad, fue un gran comerciante
y visitó con frecuencia Palestina. Falleció en Gaza donde fue enterrado. La
ruta de las caravanas de Makka pasaban por Medina: no nos extraña pues que
Hashim se casara con una bella mediní, la futura madre de ‘Abd al-Muttalib,
abuelo del Rasûl Muhammad (s.a.s.).
‘Abd al-Muttalib, abuelo de Rasûlullâh (s.a.s.), fue un hombre de gran carácter,
con magníficas cualidades que lo hicieron ser aceptado como jefe por sus
conciudadanos. Se le describe como alto, de tez blanca, con una bella barba. A
consecuencia de un sueño, encontró el emplazamiento del pozo de Çamçam,
cuyos vestigios se habían perdido tras la partida de los ÿurhumíes, solo a
algunos pasos de la Kaaba, centro espiritual de la ciudad. La posesión de ese
pozo le fue negada a ‘Abd al-Muttalib, ya que quería hacerlo de su propiedad.
Tal conflicto fue objeto de arbitrajes, oráculos e incluso de una decisión
tomada por la fuerza. ‘Abd al-Muttalib que había conservado sus lazos con la
familia de su madre y a la que visitaba con frecuencia, según mencionan los
cronistas, recibió el apoyo de toda una caballería procedente de Medina, para
defender en este asunto la causa de su pariente.
En
esta época se estableció la alianza de la familia del Rasûl (s.a.s.) con la
tribu de los Juza’a, alianza que permaneció en vigor hasta el advenimiento
del Islam. También de esta época data el voto que hizo ‘Abd al-Muttalib, según
el cual si llegaba a tener una decena de hijos, sacrificaría uno de ellos en el
altar de un dios, vieja practica que nos recuerda la de Abraham. Fiel a su
palabra, ‘Abd al-Muttalib quiso decidir la elección encomendándola a la
suerte, y fue el futuro padre del Rasûl (s.a.s.) el designado como víctima.
Bajo el consejo de una adivina, se ofreció al dios la elección entre un cierto
número de camellos o ‘Abdullâh. Se aumentó el numero de camellos ofrecidos
cada vez que la suerte recaía sobre el niño, hasta que los camellos fueron
aceptados por la divinidad. Comenzando por una decena, fueron cien los camellos
con los que terminó la partida.
Entre
otros relatos, se cuenta que fue ‘Abd al-Muttalib el que introdujo en Makka
tras un viaje al Yemen, un método para tintar los cabellos blancos. Otro relato
recoge la historia de un árabe del noroeste que fue asesinado en Makka, vengándose
los de su tribu tomando como prisionero a un makkí que viajaba por sus
territorios, y como ‘Abd al-Muttalib que en esos momentos se encontraba de
viaje en Taif, a su regreso, intervino en el asunto pagando él mismo el fuerte
rescate exigido para obtener la liberación de su conciudadano.
Se
cuenta también que un judío de Makka, vecino y protegido de ‘Abd al-Muttalib,
fue un día asesinado clandestinamente, y como después de penosas
investigaciones se averiguó que el jefe de uno de los clanes de Makka había
sido el instigador del crimen. Aunque negaba su culpabilidad tuvo que aceptar el
arbitraje de un neutral. Las dos partes acordaron al principio recurrir al Negus
de Abisinia, pero ante su rechazo a aceptar esta función, fue elegido otro árbitro.
Este se pronunció contra el notable, que tuvo que pagar el precio de la sangre
y el total de los bienes robados al judío. La cantidad fue entregada a ‘Abd
al-Muttalib que se la reintegró al sobrino del judío asesinado.
‘Abd
al-Muttalib fue también el que intervino en la negociación con Abraha,
gobernador abisinio del Yemen, que con su ejército pretendía apoderarse de
Makka, destruir la Kaaba e imponer el cristianismo. En ese mismo año fue cuando
nació el Rasûl Muhammad (s.a.s.). El fracaso de los etíopes fue estrepitoso,
considerándose que tal suceso fue premonitorio para el advenimiento de una
espiritualidad renovada en la figura de Rasûl Muhammad (s.a.s.).
Ocho
años más tarde murió ‘Abd al-Muttalib a una edad muy avanzada, y el duelo
fue tan grande en Makka que el mercado de la ciudad permaneció cerrado durante
muchos días. En su familia, la mujeres y otros parientes compusieron elegías
en su memoria y se cortaron los cabellos en señal de duelo.
No sabemos mucho de ‘Abdullâh, hijo de ‘Abd al-Muttalib y padre de Muhammad (s.a.s.). Era el menor de entre sus diez hermanos. Se cuenta que tenía una hermana gemela. Algunos meses después de su matrimonio con Amîna, emprendió viaje hacia el norte mientras su mujer, en cinta, permaneció en Makka. Durante su viaje quiso visitar a sus tíos maternos de Yazrib (la futura ciudad de Medina), ‘Abdullâh enfermaría, muriendo a temprana edad en dicha ciudad.