Periodo de Medina
622-632
La
batalla de Badr
(17 de Ramadan del 2º año de la Hiÿra - 13 de marzo del 624 dc)
Dos meses después de la incursión de Najla, al tercer día del mes de
Ramadan del segundo año de la emigración o hégira
(Hiÿra),
una importante caravana volvía de Siria a Makka con mil camellos ricamente
cargados. Todo Quraish, hombres y mujeres, tenían intereses en el flete de esa
caravana. Abu Sufian ibn Harb, a la cabeza de treinta hombres (setenta según
otras fuentes) la escoltaban.
Cuando el Rasûl Muhammad
(s.a.s.) fue informado de que una caravana volvía de Siria, llamó a sus
compañeros y les comentó la gran cantidad de riquezas que los quraishíes
recibían y lo pequeño del número de sus escoltas: esta fue la causa de la
expedición de Badr. El Rasûl (s.a.s.) se puso al frente de los musulmanes para
ir a su encuentro, con el fin de recuperar los bienes que les habían sido
confiscados en Makka (Meca). La decisión de partir encontró una buena acogida,
aunque hubo quienes se mostraron reticentes.
Muhammad (s.a.s.) reunió un destacamento de trescientos cinco hombres de
los que ochenta y tres eran emigrados de
Makka (Muhaÿirin)
y doscientos veintidós eran Ansâr
(los
habitantes de Medina que auxiliaron a los emigrados), todos decididos a
vencer o morir. Cuatro caballos y setenta camellos formaban la caballería. Los
combatientes musulmanes no pensaban que el encuentro con los quraishíes
desembocara en un combate serio, sino más bien en una escaramuza.
Abu Sufian, informado por un agente de los preparativos hechos en Medina,
envió un correo a Makka para exponer el peligro en el que se encontraba y pedir
refuerzos: "Defended vuestras mercancías", dijo enérgicamente
a los makkíes.
Los notables de Makka (precisamente aquellos que más habían destacado
en la persecución de los musulmanes) se reunieron y organizaron rápidamente
una tropa de novecientos cincuenta hombres, casi todos ellos combatientes
experimentados, y se hicieron acompañar de las mujeres que los animaban con
estridentes gritos y la recitación de poemas heroicos rimados al son de los
tambores.
Muhammad (s.a.s.) sabía que los makkíes socorrerían de alguna manera a
la rica caravana. Antes de salir a interceptarla, dejó el gobierno y la defensa
de Medina en manos de Abu Lubaba y ordenó a 'Umar ibn Umm Maktum hacerse cargo
de la mezquita.
El Rasûl Muhammad (s.a.s.) y sus partidarios habían emprendido el
camino a principios del mes de Ramadan (marzo del 624).
Abu Sufian supuso que los musulmanes intentarían asaltar la caravana, y
con prudencia ordenó desviarla de la ruta habitual, avanzando hacia Makka por
el camino que bordeaba el Mar Rojo. Pudo así escapar de la trampa tendida por
los musulmanes.
El pequeño destacamento de musulmanes se instaló cerca de los pozos de
Badr a unos ciento cincuenta kilómetros al sudoeste de Medina, en el trayecto
que debía seguir la caravana a Makka. Por otra parte, Muhammad (s.a.s.) y los
suyos no sabían nada del ejército de auxilio enviado por los quraishíes y
seguían esperando cerca de Badr, el paso de la caravana.
Abu Sufian hizo en solitario un reconocimiento en el que averiguó que
los musulmanes estaban apostados cerca de los pozos de Badr y envió un emisario
a informar al ejército que venía en su auxilio. Cuando los quraishíes
supieron que la caravana estaba salvada, algunos quisieron tomar el camino de
vuelta a Makka. Pero Abu Yahl que estaba al mando y que era un enemigo jurado
del Rasûl Muhammad (s.a.s.) no quiso perder la oportunidad de aplastar a los
musulmanes. Avergonzó ante los demás a los que proponían una retirada y
animó a todos a seguir adelante, diciendo: "No
volveremos a Makka, hasta no haber acampado junto a los pozos de Badr y pasar
allí tres días, festejando nuestra bravura y escuchando música. Los árabes
aprenderán así a temernos", asegurándoles de esta manera, que era
una ocasión magnífica para infringir a Muhammad (s.a.s.) una derrota
memorable. Los pozos de Badr son un lugar cercano a Medina. Si los musulmanes no
respondían a ese desafío, serían tenidos por cobardes.
Finalmente
los musulmanes también serían advertidos por dos jóvenes, de que la caravana
había sido desviada de su curso y de que un ejército makkí se dirigía hacia
ellos en su lugar. Cuando el Rasûl Muhammad (s.a.s.) se enteró, consultó a
sus compañeros sobre la decisión a tomar. Los Muhaÿirin
(los musulmanes emigrados de Makka)
inmediatamente reaccionaron
a favor de la lucha contra los quraishíes. Le dijeron: “Haz
lo que Allah ha ordenado hacer. Nosotros estamos contigo”. Pero Muhammad
(s.a.s.) estaba especialmente interesado por conocer la opinión de los Ansâr
(los habitantes de Medina), y les insistió para que dijeran
abiertamente lo que pensaban. Les decía: “Gentes,
dadme vuestro consejo”. Finalmente uno de los Ansar se adelantó y dijo:
“Insistes tanto que parece que nos
necesitas para tomar una decisión”. Muhammad (s.a.s.) le respondió: “Si”.
A lo que los Ansâr dijeron: “Te hemos
aceptado como Mensajero de la Verdad, y certificamos que eres sincero. Te hemos
prometido obedecerte. Haz lo que te plazca, que nosotros estaremos contigo.
Juramos por lo que te obliga a comunicar la verdad que si nos obligaras a
atravesar el mar, te seguiríamos”. Las palabras de los
Ansâr
agradaron a Muhammad (s.a.s.), que les dijo: “Yo
os felicito, porque Allah ha prometido que uno de los dos grupos –la caravana
o el ejército quraishí- se os rendirá. Ahora mismo estoy viendo donde cada
uno de los Kuffar encontrará la muerte”.
El Rasûl Muhammad (s.a.s.)
envió espías para observar a los quraishíes y obtener información acerca de
su número. Los musulmanes se
enteraron de este modo, de que el ejército makkí contaba aproximadamente con
una cantidad de efectivos entre los novecientos y mil hombres, y que entre ellos
se encontraban los principales de quraish.
Los musulmanes descendieron al valle de Badr en el que había un arroyo
que estaba seco a causa de los intensos calores del verano. No encontraron agua
y a punto estuvieron de perecer de sed. Pero cayó una oportuna lluvia, lo que
les permitió aplacarla, realizar las abluciones y aprovisionarse de agua. El
ejercito makkí fue sorprendido por la tormenta que convirtió el lecho de los
valles en barrizales difíciles de atravesar, hecho que les desmoralizaría.
Los musulmanes se situaron en las inmediaciones del agua. Uno de los
Ansâr preguntó al Rasûl Muhammad (s.a.s.): "Oh
Mensajero, ¿es Allah el que guía tus movimientos o bien debemos recurrir a
tácticas de guerra?", a lo que Muhammad (s.a.s.) contestó: "Debemos
recurrir a tácticas de guerra". Entonces el Ansâr dijo: "Haríamos
mejor desecando los pozos, retirarnos algo, construir una alberca para nosotros,
y dejar que nuestros enemigos se queden sin agua. Combatiríamos saciados,
mientras que ellos estarían sedientos". El Rasûl Muhammad (s.a.s.)
recomendó entonces poner en práctica las sugerencias de su compañero.
Otro Ansarí propuso que se construyera un pequeño refugio para el
Rasûl (s.a.s.), en el que se encontrara seguro para que en cualquier caso
pudiera volver a Medina sano y salvo y pudiera movilizar a los musulmanes de
allí, si hubiera necesidad de ello. Aceptándolo Muhammad (s.a.s.), pero les
aseguró que Allah garantizaba la victoria y les dijo: "Aquí
morirá tal quraishí, y más allá morirá tal otro, ... ". Nombró,
tocando con la mano el suelo, a todos los que efectivamente después morirían,
señalando el lugar en el caerían.
La noche anterior al viernes 17 de Ramadan del segundo año de la Hégira
(Hiÿra),
marzo del año 624, el Rasûl Muhammad (s.a.s.) la pasó recogido para implorar
el auxilio de Allah. En medio de sus invocaciones se le oyó decir: "Allah,
ahí está quraish, que ha venido a desafiarnos y a desafiarnos y a declarar
falsario a tu mensajero, mostrando su vanidad y su arrogancia. Hazme firme ante
ellos tal como me has prometido y haz que nuestros enemigos sean vencidos en el
espacio de una mañana". El Rasûl Muhammad (s.a.s.) no abandonó su
absoluto recogimiento, sentado y con las palmas de las manos vueltas hacia el
cielo, durante toda la noche. Su actitud de sumisión a su Señor era de tal
hondura que Abu Bakr, sintiendo pena y tristeza por su situación le dijo:
"Oh Mensajero de Allah (Rasûlullâh),
alégrate. Yo te juro por Aquel en cuyas
manos está mi vida, que Allah te dará la victoria que te ha prometido".
Los musulmanes fueron uniéndose a las invocaciones del Rasûl (s.a.s.), y todo
el campamento musulmán se convirtió en una única voz que se alzaba hacia el
cielo.
El encuentro entre los dos ejércitos tuvo lugar la mañana del viernes.
Frente por frente los dos ejércitos, las tradiciones tribales imponían que
representantes de cada uno de los dos grupos mantuvieran luchas singulares antes
del combate. Tres makkíes ('Utba ibn Rabi'a, su hijo al-Walid y su hermano
Shaiba) se adelantaron con actitud provocadora. El Rasûl Muhammad (s.a.s.)
envió contra ellos a 'Ubaida ibn al-Hâriz, Hamça y 'Ali. Los rivales se
pusieron a luchar con bravura, Hamça y 'Ali no tuvieron problemas para
desembarazarse de sus adversarios respectivos Shaiba y al-Walid, después
acudieron a socorrer a 'Ubaida que, de pie pero gravemente herido, se defendía
con valor. Finalmente, los tres héroes quraishíes fueron derrotados y sus
cuerpos quedaron muertos sobre la arena.
El Rasûl Muhammad (s.a.s.) alineó a sus combatientes y aconsejó a los
arqueros reservar sus flechas hasta que los jinetes makkíes estuvieran lo
suficientemente cerca.
Empezó el combate intensificándose. Los dos grupos cargaron con furor.
Los musulmanes, aunque pocos en número, eran superiores en táctica. Estaban
bien ordenados en filas y acribillaron a sus enemigos con sus flechas sin
desbandarse. En todo momento, el Rasûl Muhammad (s.a.s.) no dejaba de animar a
sus compañeros, estimulando en ellos el valor y el desprecio a la muerte.
El Qur-ân (Corán) recordó
después estos sucesos: "Oh Nabî,
anima a los musulmanes al combate. Si veinte de ellos son firmes vencerán a
doscientos, y si son cien vencerán a mil de aquellos que niegan a Allah".
Los musulmanes se lanzaron con un gran ímpetu contra sus enemigos a
pesar de la superioridad numérica de los quraishíes. En medio de la lucha, el
Rasûl (s.a.s.) cogió un puñado de arena y la lanzó en dirección de los
quraishíes gritando: "¡Que sus ojos
sean cegados!". La arena entró en los ojos de los quraishíes que
empezaron la lucha desorientados. A partir de ese momento el curso de la batalla
fue favorable claramente a los musulmanes. Un extraño pavor se apoderó de los
quraishíes. Durante la batalla una presencia invisible luchaba al lado de los
musulmanes. El Qur-ân habla de mil Maláikas que acudieron para sembrar la
discordia en las filas de los makkíes. El
Qur-ân recoge esa extraña situación diciendo: "No
los combatíais, era Allah el que los combatía". Efectivamente, algo
extraño daba un valor extraordinario a los musulmanes, su número parecía
mucho mayor del que realmente era. Finalmente, hacia el medio día, el pánico
que sentían los quraishíes fue irresistible y emprendieron precipitadamente la
huida.
La batalla terminó con la victoria de los musulmanes y un rico botín
pasó a manos: setenta quraishíes perdieron la vida, de los que veinticuatro
pertenecían a la nobleza de Makka, entre los cuales se encontraba uno de sus
jefes: Abu Yahl. Otros setenta fueron hechos prisioneros.
Los musulmanes perdieron catorce hombres (seis Muhaÿirin y ocho Ansâr).
A partir de entonces en el Islam, recibe el nombre de Shahid, todo el que muere
en el ÿihâd, y el Qur-ân define el término diciendo: "No
creas que los que han muerto sobre el sendero de Allah están muertos, sino que
están vivos y sostenidos por su Señor".
Los cadáveres de los quraishíes fueron arrojados a los pozos de Badr.
El Rasûl Muhammad (s.a.s.) se puso delante de los pozos y comenzó a llamar a
los muertos por sus nombres y los nombres de sus padres, diciendo: "Oh
tal hijo de tal, tendríais que haber escuchado a Allah y su mensajero. Nosotros
hemos visto cumplirse lo que Allah nos ha prometido, ¿os habéis dado cuenta de
que vosotros habéis sido derrotados, tal como os prometió?". 'Omar le
dijo: "¿Cómo es que hablas a
cuerpos ya sin vida?", y el Rasûl (s.a.s.) le contestó: " Me
entienden mejor que vosotros".
El Rasûl Muhammad (s.a.s.) preguntó a sus compañeros lo que debía
hacerse con los prisioneros. Abu Bakr propuso exigir un rescate por ellos o
darles tiempo para que abrazaran el Islam. Por su parte 'Omar, remitiéndose a
las prácticas de guerra tradicionales entre los árabes, aconsejó que se les
matara. El Rasûl (s.a.s.) se inclinó a favor de la propuesta de Abu Bakr. No
obstante, el Qur-ân, a modo de reproche, dio la razón a 'Omar. Los musulmanes,
en esos momentos delicados en los que se estaba gestando la independencia del
Islam, tenían que dar muestras de severidad.
El hecho de que el Rasûl Muhammad (s.a.s.) consultara a sus compañeros
sobre el destino de los prisioneros demuestra que él practicaba la consulta (Shura)
antes de tomar decisiones. Hemos dicho que la liberación de los prisioneros a
cambio de un rescate (cosa que no existía en la Arabia preislámica, en la que
directamente se los esclavizaba o mataba) fue considerado un error por el Qur-ân,
indicando ese echo que el error era preferible a la imposición de un criterio
desde fuera. Ciertamente, en la Arabia en la que tuvieron lugar esos
acontecimientos, la dureza era el único lenguaje entendido y la opción de los
musulmanes por liberar a los prisioneros, podía considerarse como una debilidad
que impediría que otras tribus aun neutrales, respetaran a los musulmanes,
siendo la alianza con ellas estratégicamente necesaria. El Rasûl (s.a.s.) y
sus compañeros pensaron que lo mejor era una actitud humanitaria y un
aprovechamiento económico del tema, pero esa era una solución inmediata que no
tenía en consideración el futuro. No obstante, el reproche que hace el Qur-ân,
debido a su posterioridad, indica claramente que son preferibles los errores
frutos de una buena intención, antes que las estrategias.
Los musulmanes no tenían la intención de desencadenar una batalla.
Únicamente querían interceptar una caravana quraishí que venía de Siria.
Aunque las circunstancias se desarrollaron de tal modo que al final, la pequeña
expedición se convirtió en un acontecimiento crucial. En lugar de la caravana,
los musulmanes se encontraron frente a un ejercito para el que no estaban
preparados.
De acuerdo a las costumbres -y no sólo la de los árabes- los bienes del
enemigos no merecían ningún respeto. Asaltar la caravana de un grupo con el
que han roto las relaciones era una práctica aceptada. La emigración
(Hiÿra)
había significado una ruptura que hacía previsibles alianzas y hostilidades.
Los quraishíes siempre fueron plenamente conscientes de ello. Cuando los
musulmanes se propusieron apoderarse de las riquezas de los quraishíes no
actuaban como bandidos, sino como tribu que había sido ofendida por los
habitantes de Makka. Su actuación fue legítima dentro del marco de las
costumbres, y nunca fueron acusados de asalto. Sin embargo, Allah desvió del
curso de los sucesos para que tuviera lugar un enfrentamiento en el que se
midiera algo más que la posesión de un botín. El Qur-ân lo expresa así:
"Allah determinó que uno de los dos
grupos se rendiría a vosotros. Deseabais apoderaros del que iba desarmado, pero
Allah quería manifestar la Verdad y exterminar a los idólatras, con el fin de
que la Verdad se elevara anegando la vanidad de los hipócritas".
La batalla de Badr fue la primera experiencia que tuvieron los musulmanes
de lucha por el Islam. En esos primeros momentos todavía eran débiles y poco
numerosos. También era la primera vez que fueron tentados por la perspectiva de
un botín que les esperaría al final del combate, siendo ellos pobres y
habiendo sido desposeídos de sus riquezas por los mismos enemigos con los que
tenían ahora la oportunidad de luchar. Se trataba de gente que había sido
perseguida y tratada injustamente, poniéndoseles ahora a prueba en tales
circunstancias. En primer lugar, el triunfo supuso un importante respaldarazo
moral, habían triunfado los desposeídos a pesar de su escasez de recursos e
insignificancia numérica. Quedaba por ver como reaccionarían en medio de ese
acontecimiento prodigioso.
Los makkíes habían perdido la batalla, dejando en Badr sus bienes.
Algunos musulmanes se los disputaron y a punto estuvo de producirse un grave
conflicto. Pero hicieron lo que debían hacer: acudieron al Rasûl Muhammad
(s.a.s.) y le expusieron el problema. Hasta entonces, en el Qur-ân no había
nada sobre la cuestión del reparto del botín de guerra y solo existían los
criterios preislámicos. Se produjo entonces una revelación en la que Allah
decía: “Te preguntan a propósito del botín. Diles: el botín pertenece a
Allah y a su Mensajero. Temed a Allah y mantener la concordia entre vosotros.
Obedeced a Allah y a su mensajero
si sois musulmanes. Solo son musulmanes aquellos cuyos corazones tiemblan al
recuerdo del nombre de Allah, aquellos cuyo corazón se abre cuando se les
recitan los signos de Allah y se confían a su Señor”.
Esas enseñanzas fueron calando y nuevas revelaciones detallaron el modo
en que el reparto del botín podía hacerse de modo equitativo, pero ya había
quedado claro que el ÿihâd no era una continuación de las luchas tribales
preislámicas, sino una eclosión que surge de voluntades en expansión, que
luchan por abrirse camino y crear un nuevo mundo.
También hay que tener en consideración un punto importante, y que es el
de las consultas continuas del Rasûl Muhammad (s.a.s.) a sus compañeros
(Sahaba).
Esta actitud fue la simiente de una institución fundamental, la Shura
o deliberación. Los musulmanes tienen
la obligación de consultarse mutuamente en todo lo que afecta a la comunidad,
excepto de aquello que ya haya sido objeto de aclaración por el Qur-ân o la
Sunna. La Shura, por tanto, forma parte de las grandes tradiciones heredadas de
la práctica del Rasûl Muhammad (s.a.s.), y tienen su base en el igualitarismo
que debe regir las relaciones entre los musulmanes. Veamos su funcionamiento en
una cuestión concreta, a la luz de lo que hemos aprendido de la descripción de
la batalla de Badr:
"El ÿihâd fue prescrito a los musulmanes por el Qur-ân. Los
musulmanes están obligados a realizarlo para dar fuerza y asentamiento a su
comunidad. El ÿihâd es una institución islámica dictada por el Qur-ân, que
no puede ser anulada de modo alguno, ahora bien su forma, sus condiciones, las
circunstancias, todo ello está sujeto a consideraciones sobre las que los
musulmanes deben ponerse deacuerdo, debiendo inspirarse también, en las
prácticas del Rasûl Muhammad (s.a.s.), a la hora de adoptar decisiones
independientes dentro del marco de la Shura. El Emir, es decir, el que ha sido
elegido por los musulmanes en atención a su valía para cohexionar a la
comunidad, debe tomar decisiones en función del bien común, pero no puede
desechar las opiniones de los musulmanes. Este fue el comportamiento del Rasûl
(s.a.s.), que actuó como Emir en Medina. En este caso las palabras Emir e Imâm,
son sinónimos. El Emir o Imâm, está encargado de mantener el ÿihâd, que
adoptará las formas necesarias en caso de guerra, debiendo hacer frente al
enemigo. En caso de que no quiera hacerlo y si la consulta al pueblo confirma su
juicio, tiene derecho a firmar con su enemigo un tratado de paz. Pero cuando los
enemigos de los musulmanes les amenazan en su propio territorio, deben
rechazarlos por la fuerza, y no importa el medio o cual sea la situación. Este
deber incumbe a todo musulmán y toda musulmana. Estos son ejemplos de las
condiciones que legitiman la Shura".
En el caso de la batalla de Badr, hay que subrayar el interés que tenía
el Rasûl Muhammad (s.a.s.) por conocer la opinión de los Ansâr. El había
pactado con ellos un acuerdo que les obligaba a defenderlo en Medina, pero nada
decía de lo que sucediera fuera de la ciudad. Por ello, el Rasûl (s.a.s.) dio
preferencia a la opinión de los Ansâr. Estos se dieron cuenta espontáneamente
de que existía un pacto mucho más importante, que era el del Islam en sí, que
les obligaba a seguir al Rasûl Muhammad (s.a.s.) en todas las circunstancias.
El Qur-ân lo expresa así: "Allah ha
comprado a los musulmanes sus vidas y sus bienes para pagarles a cambio con el
Jardín: combate por Allah, mueren y son muertos ... ". Esta
circunstancia nos muestra como el Islam iba calando y alteraba las costumbres de
los árabes, introduciendo en una mentalidad tribal el germen de una concepción
universalista de los acontecimientos que iban teniendo lugar.
En tiempos de guerra, el Imâm puede recurrir a espías y observadores
que se infiltren en territorio enemigo para descubrir sus posiciones y planes,
así como su fuerza en armas y efectivos. Este comportamiento es ilegítimo y
condenable en el Islam, fuera de un estado de excepción como es el de la
guerra. La importancia del tema radica en lo inmoral que es para un musulmán
cualquier tipo de espionaje, y dada su necesidad para la supervivencia del Islam
en momentos críticos como es una guerra, ha hecho que sea estudiado para
analizar sus ventajas, sólo en esas circunstancias extremas.
Las palabras intercambiadas por el Rasûl Muhammad (s.a.s.) con uno de
sus compañeros, y en las que consultaba sobre el lugar más conveniente para
acampar, muestran que no todo las acciones del Rasûl (s.a.s.) obligan a los
musulmanes. Él (s.a.s.), se comportaba como un hombre corriente, que piensa y
actúa como el resto de los hombres, reconociendo que podía equivocarse y por
ello, sabiamente consultaba a quién tenía por experto en una materia, con el
fin de evitar errores en lo posible. Es decir, no estamos obligados a un
seguimiento obsesivo de los comportamientos del Rasûl Muhammad (s.a.s.), si no
están referidos a la revelación. Durante la expedición de Badr, por ejemplo,
eligió para acampar un lugar que Al-Habab, más acostumbrado a las guerras, le
desaconsejó y el Rasûl (s.a.s.) aceptó cambiar de lugar el campamento sin
sombra de enfado. Son numerosas las acciones del Rasûl (s.a.s.) que entrar en
el capítulo de la estrategia y que él (s.a.s.) realizaba en su calidad de Emir
e Imâm y no en tanto que Mensajero de Allah entre los hombres.
Hemos constatado también a lo largo de la descripción de la batalla,
que el Rasûl (s.a.s.) no cesaba de asegurar a sus compañeros la victoria.
Incluso llegó a indicarles los diferentes lugares en los que caerían muertos
sus enemigos, realizándose sus previsiones. A pesar de ello pasó toda la noche
del viernes (la del jueves para nosotros) en vela, con las palmas de las manos
vueltas hacia el cielo, pidiéndole a Allah un auxilio que ya le había sido
prometido. Su recogimiento era tan profunda y su emoción tan sincera que Abu
Bakr se compadeció del él (s.a.s.). ¿Porqué estas imploraciones del Rasûl
Muhammad (s.a.s.), cuando tenía absoluta certeza de la victoria?. Esta actitud
nos ilustra sobre cual es la función esencial de ser humano: la de realizador
de lo que Allah quiere, en la subordinación absoluta a Él. Con su invocación
(Du'a),
el Rasûl (s.a.s.) era la imagen viva de quién se conoce a sí mismo y de
quién conoce a Allah, entregándose por completo a esa verdad.
La victoria, sean cuales sean los medios por los que se hayan obtenido, o
su causas inmediatas, nos viene de Allah. Todo siempre es un obsequio que nos
llega de Allah, y reconocerlo pidiéndolo, es una inspiración con la que Allah
aumenta nuestra conciencia de la unidad que rige el universo. El Du'a, la
invocación, puede o no conseguir la realización de los deseos invocados, pero
lo que sí nos aporta es la capacidad de hacernos más sensibles y conscientes,
a la Verdad que define toda realidad. La presencia mágica de los malaikas
durante la batalla, simbolizan la respuesta de Allah a la invocación del Rasûl
Muhammad (s.a.s.), y nos sugiere la magnitud simbólica de ese acto humilde, que
encontró materialización en algo prodigioso. Es como si los malaikas fueran la
densificación de las palabras del Rasûl (s.a.s.). No solo tenía garantizada
la victoria, de lo que estaba seguro, sino que su triunfo se convirtió en luz,
gracias a su actitud. La batalla de Badr iluminó el alcance espiritual del
Islam, su trasfondo, que va más allá de todas las apariencias. El musulmán
hace confluir en su cotidianidad todo los mundos, y cada uno de sus instantes es
una coincidencia del mundo material, del espiritual y el unitario. El Islam es
fundamentalmente romper con los ídolos, y cuando estos son derrotados, la
hondura de la realidad se convierte en un océano portentoso en el que no hay
límites, ni fronteras, ni definiciones. La realidad es entonces el encuentro de
todas las posibilidades, y lo material y físico, y lo onírico, lo imaginario,
lo espiritual, lo denso y lo sutil, todo encuentra su centro, y un equilibrio
que amplía infinitamente el universo de cada musulmán. El Qur-ân habla de
esta presencia luminosa en medio de la batalla diciendo: "Allah
lo hizo para que vuestros corazones encontraran la paz y para que supierais con
toda certeza de que la victoria os viene de Allah".