ÍNDICE

 

Periodo de Mec

570-622

La persecución y las negociaciones

 

         El Rasûl (s.a.s.) continuó exhortando a las gentes a abrazar el Islam. Demostró el absurdo de adorar ídolos y la estupidez de sus adoradores. Pero los quraishíes rechazaron frontalmente su llamada. Dice el Qur-ân: “Cuando se les dice: Seguid lo que Allah revela, responden: ¡No!, seguiremos las tradiciones de nuestros padres. ¿Y si sus padres no entendían nada y estaban equivocados?”.

        Las objeciones y el intento por desacreditar a Muhammad (s.a.s.) se fueron acumulando. Se vertieron contra él calumnias y sus partidarios fueron encontrando una creciente hostilidad por parte de los makkíes. Dice el Qur-ân: “Los idólatras se ríen de aquellos que se han abierto a Allah, y cuando pasan junto a ellos se guiñan el ojo unos a otros, y cuando vuelven con sus familias se divierten contándose lo que han hecho. Cuando ven a los musulmanes se dicen: Están locos”.

        La agresividad de los Kuffâr de Makka fue creciendo con el nerviosismo que despertaba entre ellos la incesante convocatoria (Da'wa) que el Rasûl (s.a.s.) les lanzaba. Hubo intentos de asesinato motivados por la tensión que se creó. 'Uqba ibn Abi Mu'ît, uno de los notables de la ciudad, sorprendió en cierta ocasión a Muhammad (s.a.s.) arrodillado con la frente en el suelo en el recinto de la Kaaba. Aprovechó la ocasión para pasarle por el cuello parte de su propia túnica y apretó con la intención de asfixiarle, y lo hubiera estrangulado de no ser por la intervención de Abu Bakr que se lo impidió a la vez que le gritaba: "¿Serías capaz de matar así a un hombre que solo dice: Allâh es mi Señor?". El mismo personaje, en otra ocasión que encontró al Rasûl Muhammad (s.a.s.) en las mismas circunstancias, arrojó contra él la placenta de una camella recién sacrificada. Muhammad (s.a.s.) ni siquiera levantó la cabeza del suelo. Fue su hija Fátima, la que retiró la placenta de encima de su padre mientras él continuaba en su absoluto recogimiento. Era frecuente que se le arrojara tierra, piedras, espinos, inmundicias, cada vez que pasaba, entre las risas de los poderosos quraishíes. No obstante, la peor parte se la llevaron sus seguidores más débiles, los de origen más humilde, que no contaban con la protección de ningún clan. Algunos de ellos fueron torturados hasta la muerte. Las duras pruebas a las que fueron sometidos los primeros musulmanes los fortificaron y los afirmaron  en el Islam, El Qur'ân dice: "Los hombres creen que es suficiente con decir: Hemos abierto nuestros corazones a Allah. ¿Es que no van a ser puestos a prueba?. Sí, al igual que fueron templados los que os precedieron. Allah reconoce a los que dicen la verdad y los diferencia de los que mienten".

        El Rasûl Muhammad (s.a.s.) se empleó a fondo en advertir a su pueblo contra la violencia de Allah: “No creas que Allah está desatento a lo que hacen los hombres. Él los emplaza para un día en que sus ojos vean y despierten aterrados, con los cabezas humilladas, con los ojos espantados y los corazones vacíos ...”.

        Los quraishíes presentían que Muhammad (s.a.s.) amenazaba la continuidad de sus privilegios. Los humildes eran incapaces de abandonar sus dioses y los ricos temían por sus riquezas. Poco a poco, el clan de Muhammad (s.a.s.), los Banu Hashim, se iban distanciando de él. Solo los musulmanes permanecieron fieles. Los jerarcas quraishíes se citaron con Abu Talib, tío de Muhammad (s.a.s.), y le hablaron en los siguientes términos: “Oh Abu Talib. Tu sobrino cubre nuestros dioses de oprobio, acusa a nuestros sabios de ignorancia y afirma que nuestros antepasados han vivido en el error y en el extravío. Deténlo antes de que la discordia venga a arruinar la paz en la que vivimos”.

        El prudente Abu Talib habló con dulzura a los delegados y les prometió que hablaría con su sobrino para que cesara la difusión del Islam. Sus tentativas fueron vanas. Muhammad (s.a.s.) intensificó sus críticas a la idolatría y sus palabras empezaron a encontrar un mayor eco. Los quraishíes se alarmaron. Los dignatarios volvieron por segunda vez a encontrarse con Abu Talib y le amenazaron diciendo: “Si no impones silencio a tu sobrino, si no reprimes su ardor, tomaremos las armas para defender nuestras tradiciones. Los lazos de sangre no nos detendrán, y ya veremos a favor de quién está la verdad”.

       Asustado por estas amenazas, Abu Talib insistió a su sobrino para que abandonara el Islam. Pero recibió esta respuesta: “Aunque pusieran el sol en mi mano derecha y la luna en mi izquierda, no renunciaré a mis palabras”.

        Muhammad (s.a.s.) pronunció esas palabras llorando. Abu Talib, emocionado, le dijo afectuosamente: “Ve, sobrino y comunica lo que tengas que decir. Por mi parte jamás te abandonaré”.

        El crédito y respeto del que gozaba Abu Talib protegió a Muhammad (s.a.s.) durante algún tiempo, impidiendo que se transformaran en violencia las amenazas de los quraishíes.

        Inamovible en sus designios, Muhammad (s.a.s.) siguió adelante procurando su realización. Los quraishíes intentaron alcanzar algún tipo de compromiso y acuerdo. Un anciano entre los notables de la fracción de los ‘Abd Shams, de nombre ‘Utba ibn Rabî’a, más conocido como Abu l-Walid, declaró un día ante el consejo: “Oh asamblea de los Quráish, permitidme dirigirme a Muhammad (s.a.s.) y le hablaré y le haré proposiciones. Puede que acepte algunas. Le daremos lo que quiera con tal de que nos deje tranquilos”.

        Con la aceptación unánime de sus pares, fue al encuentro del Rasûl Muhammad (s.a.s.) y le dijo: “Sobrino, tu eres de los nuestros – lo sabes muy bien -, eres uno de los bien nacidos y tu ascendencia es noble. Has presentado ante tu tribu un problema considerable, has dividido tu comunidad y has ridiculizado nuestros sueños, has denigrado nuestros dioses y nuestro culto y has declarado ignorantes a nuestros antepasados difuntos. Escucha, voy a hacerte unas proposiciones para que las examines, y puede que aceptes algunas”. Muhammad (s.a.s.) le dijo: “Habla Abu l-Walid, yo te escucho”. El anciano continuó: “Si con este asunto del Islam lo que pretendes es ganar dinero, te lo daremos hasta hacerte el más rico de nosotros. Si lo que buscas es prestigio, te haremos nuestro jefe y nada decidiremos sin tu consentimiento. Si quieres poder, te nombraremos nuestro rey. Si estas obsesionado por un demonio del que no puedes librarte, te buscaremos un médico y gastaremos nuestro dinero en curarte, pues es frecuente que un demonio familiar posea a un hombre hasta que se le cura”.

            Cuando ‘Utba ibn Rabî’a hubo terminado, el Rasûl Muhammad (s.a.s.) le dijo: “Ahora escúchame Abu l-Walid”, y le recitó el siguiente pasaje del Qur-ân (Corán):

  “Ha-Mim. Esto ha descendido desde el Posibilitador de Vida (el Rahmân), el Favorecedor de la Vida (el Rahîm). Un libro cuyos signos han sido esclarecidos para que sean una lectura en árabe para gentes que saben. Para que anuncie y advierta. Pero la mayor parte de las gentes lo esquivarán. No escuchan y dicen: nuestros corazones están cerrados y no entienden a qué nos estas invitando. Nuestros oídos son sordos y entre nosotros se interpone un velo. Haz lo que quieras y nosotros haremos lo que queramos. Diles: no soy más que un ser humano como vosotros al que se ha revelado que no ha más verdad que la única verdad. Sed rectos ante Allah, buscad que disculpe vuestras torpezas. ¡Ay de los idólatras, aquellos que no dan parte de sus bienes a los necesitados y se obstinan en rechazar que habrán de reencontrarse con Allah!. Pero aquellos que se abran a Allah y actúen rectamente, obtendrán una compensación que jamás será interrumpida. Diles: ¿es que verdaderamente vais a negar la existencia del que ha creado la existencia en dos fases y sustituirlo por otros. Allah es el Señor y Dueño de los Universos, sostenidos por montañas, y lo ha bendecido todo y lo ha enriquecido, y atiende a las necesidades de los que piden. Se dirigió al cielo, que era humo, y le dijo al cielo y a la tierra: venid a mí espontáneamente o a la fuerza. Y le respondieron: acudimos a ti con obediencia. Allah decretó que fueran siete cielos en dos fases y reveló a cada cielo su orden. Hemos adornado al cielo del mundo con lamparas y con protección. Esa fue la determinación del Poderoso (Açiç), el Sabio (Hakim). Si vuelven la espalda, diles: Yo os aviso contra un relámpago como el que acabó con los ‘Ad y los Zamud, cuando hasta ellos llegaron los mensajeros, un relámpago que les envolvió por delante y por detrás: ¡no reconozcáis como Señor más que Allah. Y ellos dijeron: si nuestro Señor hubiera querido, hubiera hecho descender Malaikas; nosotros negamos aquello que traéis.”

        ‘Utba escuchó con atención a Muhammad (s.a.s.), y después volvió junto a los miembros del consejo quraishí y les dijo: “Dejadlo en paz. Yo juro que las palabras que pronuncia tendrán un eco inmenso. Si los árabes lo matan, os librarán de él, pero si él los vence, su soberanía será vuestra soberanía y su gloria será vuestra gloria, y gracias a él seréis las gentes más afortunadas”.

            Los negociaciones que los makkíes intentaban concluir con el Rasûl (s.a.s.), eran intentos de soborno, pero él se mostró firme. Su vida era sencilla: vestía con gran simplicidad y los mueble de su casa estaban reducidos a lo estrictamente necesario; jamás durmió sobre un lecho cómodo sino que prefería una esterilla puesta directamente sobre el suelo, su alimentación era austera, y compartía lo poco que tenía con los necesitados. Sin embargo, a pesar de la estrechez, no cedió a las propuestas de sus conciudadanos ni se sintió tentado por la riqueza o el poder. Pudo utilizar el renombre que estaba adquiriendo en su propio provecho pero no lo hizo. También hubiera podido seguir una estrategia y aceptar lo que se le ofrecía para después utilizar el poder y la riqueza en beneficio de sus creencias si su estricta moral le impedía hacer un uso deshonesto de lo que se le proponía, sin embargo tampoco lo hizo. Es decir, no aprovecho la ocasión ni a favor suyo ni a favor de sus ideas, y es porque él estaba completamente entregado a su Creador y solo en Él había depositado su absoluta confianza. Eso es el Islam, y es lo que significa la rectitud. Por ello, los intentos de soborno fracasarían uno tras otro..