ÍNDICE

 

Periodo de Mec

570-622

Da’wa: La Llamada al Islam

 

La Llamada Secreta

         Muhammad (s.a.s.) obedeció la orden de anunciar el Islam y comenzó a hacer la llamada (Da’wa), secretamente al principio, ya que podía ser peligroso sorprender a los quraishíes con propuestas que atacaban los cimientos de sus creencias. Esta primera fase del Da’wa duró tres años.

Los primeros en aceptar su mensaje y abrazar el Islam fueron su esposa Jadiÿa, su joven primo ‘Ali ibn Abi Talib, su esclavo Zaid ibn Hariza, al que había liberado de la servidumbre, su primera nodriza Umm Aiman y Abu Bakr, ciudadano poderoso de Makka, amigo de Muhammad (s.a.s.) y renombrado por su generosidad, su ponderación, su valor y sus riquezas. A su vez, Abu Bakr difundió el Islam entre sus amigos, respondiendo a su llamada varios de ellos, como ‘Uzman ibn ‘Affân, ‘Abdurrahmán ibn ‘Awf, Zubair ibn al-‘Awwâm, Sa’d ibn Abi Waqqas, Talha ibn ‘Abdullâh y otros, hombres y mujeres que jugarán un papel destacado en la historia del Islam, siendo personalidades fuera de lo común. Todos ellos se abrieron al Islam y aceptaron incondicionalmente a Muhammad (s.a.s.), convirtiéndose en sus Sahâba, sus Compañeros.

Pronto, otros siguieron su ejemplo y se fueron añadiéndose al número de los Sahâba, como al-Arqam ibn Abi al-Arqam, ‘Abdullâh ibn Mas’ûd, ‘Ubaida ibn al-Hariz, Sa’id ibn Zaid al-‘Adwi, y otros. Cada uno de estos personajes extraordinarios merecería un estudio singular: el Nabí (s.a.s.) forjó con ellos el germen de una civilización única, y fueron únicos. Otro de los signos de la autenticidad de Muhammad (s.a.s.) son precisamente sus Compañeros: la historia del primer siglo del Islam demostraría la valía de cada uno de ellos, su sentido de la independencia, su nivel espiritual, su capacidad intelectual, su sagacidad y prudencia, etc. Ellos rodearon a Muhammad (s.a.s.), le fueron leales y lo siguieron en todo momento, años más tarde se contarían por miles. Todos ellos han hablado de lo impactante que era la presencia del Rasûl Muhammad (s.a.s.), siendo todos ellos hombres y mujeres de notable personalidad. No hubieran podido ser engañados por un demente o por un interesado. Si se les llama Compañeros (Sahâba) es porque precisamente se separaban muy poco de él, frecuentaban su compañía (suhba), y esto es una garantía sobre la sinceridad y fuerza del Rasûl (s.a.s.).

Al-Arqam ofreció a Muhammad (s.a.s.) el refugio de su casa para celebrar reuniones con los primeros musulmanes, tanto hombres como mujeres.

Cada día había nuevos musulmanes. Hamza, uno de los tíos del Rasûl (s.a.s.), también se hizo musulmán y su buena reputación entre los quraishíes reafirmó la credibilidad del Mensaje (la Risâla). Un poco más tarde ‘Umar ibn al-Jattab, hombre poderoso, de gran inteligencia pero también de arrebatos violentos, llamó a la puerta de al-Arqam. Se había enterado de que su hermana se había hecho musulmana y venía a castigarla. Se le abrió. La aparición de ‘Umar detuvo el desarrollo de la asamblea y se temió lo peor. Muhammad (s.a.s.) se levantó, fue hacia él, y lo invitó a entrar: “’Umar –le dijo- ¿Es que vas a quedarte en el pórtico?”. “Vengo –respondió ‘Umar- por Allah y su Mensajero”. Abrazó el Islam y se convirtió en uno de sus mas celosos defensores.

Durante esta primera fase de la revelación coránica, el tema fundamental va a ser la ‘Aqîda. La ‘Aqîda es la nueva visión de las cosas que el Islam propone. El Qur-ân es una puerta hacia Allah, el Uno-Único, y va a enseñar que es necesario purificar el corazón para poder entrar por esa puerta. Muhammad (s.a.s.) condujo a sus primeros compañeros (los Sahâba) en ese lento y demoledor proceso. Fue el maestro que los guió por el camino que conduce a la Inmensidad de Allah, al infinito del que es capaz cada ser humano. Paso a paso, los fue librando del culto a los dioses, del miedo a los hombres, de la dependencia de las cosas, para que, haciéndose grandes, fueran capaces de comprender a su Señor. Eso es la ‘Aqîda: lo que hay que saber de Allah para que la aspiración del ser humano se libre de mediocridades.

La ‘Aqîda enseña que Allah es radicalmente Uno y que de Él, y sólo de Él, depende cada criatura y cada instante de la existencia. Él es el Verdadero Soberano. Y es en esa sujeción a Allah donde el hombre puede reencontrarse con lo infinito y agigantarse en lo eterno. Por ello se llamará a las enseñanzas de Muhammad Islam, es decir, claudicación ante Allah. La auténtica claudicación ante Allah exige liberarse de los ídolos, sean del tipo que sean: sólo el que carece de ídolos realmente se realiza en su propia raíz, en su sujeción a la Verdad Creadora. Esto es lo que hacia peligroso al Islam.

El Qur-ân cuestiona a los dioses, rechaza intermediadores y habla de la capacidad del hombre, de cada hombre, de ser absolutamente singular ante su Señor-Único. Para alcanzar este grado, cada ser humano debe superar el estadio de idolatría, de miedos e ilusiones, y encarar su verdad y proponerse como meta a Allah, el Infinito. Fue así como el Rasûl Muhammad (s.a.s.) fue educando a sus compañeros, haciéndolos libres y grandes, preparándolos para, en un futuro, construir con ellos una Nación (Umma).

A lo largo de este primer periodo de revelaciones, el Qur-ân insiste en pocos temas: la Unidad Esencial de Allah (Tawhîd), su Soberanía en todas las cosas (Rubûbía), la sujeción de todo lo creado a esa Verdad que está en la raíz de cada ser (la ‘Ubûdía), el Islam como continuidad de todas las profecías anteriores, siendo heredero de las tradiciones espirituales de la humanidad (con referencias especiales a las del entorno inmediato: los judíos y cristianos), y sobre todo, el Qur-ân que iba siendo revelado en Meca anuncia el Fin del Mundo y la Resurrección (al-Qiyâma). Esto último es de trascendental importancia. Sólo intuyendo que todo ha de volver a Allah Soberano, pensar en ese vacío que sigue a la destrucción individual y colectiva, todo ello, nos asoma a lo grandioso de Allah. Una vez que los musulmanes eran asomados por el Qur-ân a la inmensidad que supone el conocer que todo está en manos del Uno-Único, sólo entonces, se está facultado para intuir el poder de su Presencia en cada instante. Y esto es lo transformador, lo que libera de mediocridades y rutinas.  Allah no es sólo Uno, sino que gobierna la existencia entera y la aguarda. Calibrar lo que significa esto exige visualizar lo que es Allah, y se consigue imaginando lo que sigue a la muerte: el desvalimiento del hombre ante la Verdad es lo que le muestra la fuerza actual de su Señor, el que da hechura a cada momento de su existencia.

Con estas referencias básicas el Rasûl (s.a.s.) iba modelando personalidades extraordinarias, de una gran sensibilidad espiritual, pero rebeldes ante la idolatría en la que está sumida la humanidad. A lo largo de trece años los musulmanes fueron creciendo en las implicaciones de lo señalado más arriba hasta hacérseles intolerable seguir subordinados a otros hombres cuando sólo están sujetos a la Verdad que los crea y los recrea en cada instante. Al cabo de esos trece años se propusieron sacudirse ese yugo y abandonaron Makka para crear en Medina una comunidad y una civilización.

 

 

La Llamada Pública

 

El Da’wa, la convocatoria, siguió realizándose clandestinamente durante tres años, pero Muhammad (s.a.s.) recibió la revelación siguiente: “Anuncia abiertamente lo que te ha sido ordenado y vuelve la espalda a los idólatras”. A partir de entonces y a lo largo de diez años el Islam fue proclamado abiertamente en Makka, afrontando innumerables obstáculos en cuya superación se iba forjando el ánimo y el valor de los primeros musulmanes.

El grupo de musulmanes salió poco a poco de la clandestinidad y se mostró tímidamente a la luz del día. El Rasûl (s.a.s.) se puso a enseñar públicamente. Se subía a la pequeña colina de Safa, muy cerca de la Ka‘ba, y llamaba sucesivamente a las diferentes fracciones de los Quraish: “Oh Banu Fahr, oh Banu ‘Adib ...”. Cuando alguno de los clanes no se presentaba encargaba a alguien el transmitirle la noticia. Abu Lahab, uno de los tíos del Rasûl (s.a.s.), del que ya hemos hablado, y miembro eminente del clan de los Banu Hashim, acudió al escuchar la llamada. Muhammad (s.a.s.) les dijo: “ Si yo os anunciara que cerca de aquí se ha reunido un ejercito para atacaros, ¿me creeríais?”. “Sin duda –respondieron- pues te tenemos por un hombre sincero”. El Rasûl (s.a.s.) retomó la palabra y dijo: “Pues bien, os anuncio la violencia de Allah”. Abu Lahab, personaje arrogante, replicó: “¡Maldito seas, ¿para eso nos has reunido?!”.

El Qur-ân se hizo eco de este suceso: “Malditas sean las manos de Abu Lahab, y maldito sea él entero. De nada le servirá su fortuna ni lo que gane con ellas ...”.

Allah ordenó a Muhammad (s.a.s.) comunicar las advertencias, primero a sus parientes más próximos: “Advierte a tu clan más inmediato...”. Los parientes próximos de Rasûlullâh (s.a.s.) eran los Banu Hashim, los Banu al-Muttalib, los Banu Naufal y los Banu ‘Abd Shams hijos de ‘Abd Manaf.

Muhammad (s.a.s.) los reunió y les dijo: “La claridad me ha llegado a la mente desde las sienes. Os lo juro: Si yo fuera capaz de mentir, no podría mentiros a vosotros que sois mi gente. Si yo deseara confundir a alguien, no me atrevería a confundiros a vosotros. Os lo juro por Allah, Uno-Único, yo soy el “Enviado de Allah” (Rasûlullâh), para vosotros en particular y para todas las gentes en general”.

Ante estas palabras, sus familiares adoptaron una actitud moderada, salvo Abu Lahab que sentía una aversión manifiesta hacia su sobrino, que dijo: “Detenedle antes de que los árabes se unan contra él. Si no se lo entregáis, seréis cubiertos de humillación. Si le defendéis, os arriesgáis a ser asesinados”. Abu Talib tomó entonces la palabra y dijo: “Lo defenderemos mientras existamos”.

En resumen, una vez constituido un primer grupo de musulmanes con una clara concepción de la Unidad de Allah, Muhammad (s.a.s.) se lanzó a anunciar públicamente su mensaje (el Islam), invitando primero a sus familiares y luego a todos sus conciudadanos a abrirse a la grandeza de Allah. Se llama Îmân a ese acto de expansión del corazón, y se llama Kufr a la cerrazón y el rechazo. La palabra Mûmin (en plural Mûninîn) designa al que reconoce en Allah a su único Señor y se orienta hacia Él con todo su ser. Por su parte, se da el nombre de Kâfir (en plural Kuffâr) al que se revuelve contra esa invitación, aislándose aun más en su aislamiento espiritual, aferrándose a sus dioses y a sus fantasmas. Los Kuffâr de Makka pronto se sintieron amenazados por el Islam que atacaba las bases de su idolatría, es decir, de su mundo, y se volvieron agresivos.

Previniendo que eso iba a ser así, Muhammad (s.a.s.) prefirió primero la clandestinidad de una llamada secreta (Da’wa Sirría) antes de proclamar públicamente el Islam (Da’wa Yahría). Con ello, Muhammad (s.a.s.) se perfilaba a sí mismo no sólo como Rasûl (un hombre que pronuncia palabras de Allah) sino también como Imâm (no confundir con la palabra Îmân que hemos analizado antes), es decir, alguien que encabeza una comunidad (Yamâ’a), es decir, alguien que sabía adaptarse a las circunstancias y planificaba la supervivencia y el desarrollo de un grupo, no dejándose confundir por el entusiasmo y dando pasos firmes y seguros, sin exponer a los suyos a la destrucción.