PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

    CUARTA PARTE: Conclusión

«La historia, escribía Paul Valéry[1], es el producto más peligroso que la química del intelecto ha elaborado... Hace soñar. Embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos... los conduce al delirio de grandezas, o al de la persecución, y hace a las naciones amargas, soberbias, insopor­tables y vanas.»

En ninguna otra parte es más grande este peligro que en la historia de Palestina.

Por las razones denunciadas por Paul Valéry: la historia, como ideología de justificación de los nacionalismos arcaicos del siglo xix.

Por otras razones también: porque la mitología ha sustitui­do casi siempre a la historia.

Este libro no tiene la pretensión de situarse por encima de la historia, y de sus querellas. Pero, al contrario de lo que piensa Valéry, se esfuerza por interrogarle desde el punto de vista del porvenir. Porque la historia propiamente humana no es la que se escribe, sino la que se hace: la historia del futuro.

El porvenir no nace de la nada. Su construcción nos obliga a interrogar al pasado. No para sacar lecciones de éste, sino para verificar sus continuidades, continuidades en ocasiones orgánicas y portadoras de vida, a veces también escleróticas y reiterativas. Y también para descubrir las rupturas, rupturas en ocasiones creadoras, auténticamente revolucionarias, a veces también simples negociaciones, devolviéndonos, mediante una contrarrevolución, el pasado o el nihilismo, sin inaugurar ningún provenir de rostro humano o divino.

Esta larga investigación sobre la historia de Palestina ha tratado, ante todo, de reemplazar a la mitología por la historia, y hasta de informar a cerca de las razones del nacimiento de las mitologías, de explicar por qué han interferido con tanta frecuencia en la historia y han orientado (o desorientado) la marcha de la misma. Por eso no nos hemos contentado con relatar los acontecimientos sucesivos acaecidos en un territorio, sino que hemos tratado de seguir también la historia y el mito de Palestina en la imaginación de los pueblos.

Don Quijote tenía razón al creer que lo ideal es más auténtico que lo real.

Porque ocurre que el mito impone a la historia una forma, y modificará su curso, para mejorarlo o para empeorarlo: utopía creadora, o ideología de justificación.

Este ensayo sobre Palestina en la historia es un intento, contra toda mitología interesada, de poner en perspectiva la trayectoria histórica de esta región, distinguiendo cuanto hay en ella de continuidad y de ruptura.


 

I.  LA CONTINUIDAD

Palestina no fue nunca una entidad aislada. La continuidad de su historia reside precisamente en que fue, aparte de las rupturas que examinaremos, un lugar de encuentro, de convergencia, de integración.

En estos lugares se operan las síntesis o por lo menos las fusiones. Desde las caravanas de mercaderes procedentes de toda el Asia y llegaban al Mediterráneo para ganar Europa o el Maghreb, hasta los misioneros budistas enviados en el siglo ni a través del mundo por el emperador indio Agoka, de los cuales permanecieron en Palestina todos los que habían llegado a ella.

Palestina, inseparable del conjunto del Creciente Fértil, es la continuidad de un diálogo de las civilizaciones.

Ante todo por las migraciones, al ritmo de una cada milenio, de los nómadas que vagaban como un maé'lstrom desde Arabia a Mesopotamía, a Siria, a Palestina, a Egipto, y gracias a las cuales se fecundaron mutuamente, en este crisol, dos de las más grandes y más antiguas civilizaciones del mundo: la de Mesopotamía y la de Egipto.

En este lugar privilegiado de encuentro, por donde pasaban todos los vientos de la inspiración de Asia y de la India a Persia, y los de África a través de Egipto, retumbaron los ecos de las más elevadas espiritualidades: desde la epopeya faustina del Gilgamesh al gran sueño monoteísta de Akhenaton.

Así fue como Palestina se convirtió en la tierra de los men­sajes divinos: la tierra donde resuena la gran voz de los profetas de Israel, la tierra donde nació Jesucristo, la tierra en la que el Islam reconocería, en todos los profetas anteriores, a los men­sajeros del mismo Dios: Abraham, Moisés, Jesucristo, Mahoma.

En esta tierra se anudaron los lazos con el Occidente medi­terráneo, los filisteos y los fenicios pulularon en todo el Mediterráneo, en sus dos orillas, desde Cartago a Focea, que se convertirá en Marsella, y se enorgullecerá de ser «la puerta de Oriente».

Conoció también el desbordamiento de las dominaciones extranjeras: de los persas y de los egipcios, de Alejandro y de Roma, de los mogoles y de los cruzados, de los ingleses y de los sionistas.


[1] Paul Valéry, Ojeada al mundo actual, «La Pléyade» (Gallimard), tomo 2, p. 935