PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

             III.   LAS RAZONES DEL ÉXITO DEL SIONISMO POLÍTICO

2.  El sionismo y el antisemitismo

b)  La responsabilidad de los dirigentes sionistas ante el antisemitismo hitleriano

                 4)  El rechazo de las ofertas de acogida a los judíos en lugares distintos de Palestina

La misma lógica asesina que facilitó el trabajo de los verdu­gos hitlerianos, tanto en Hungría como en otros lugares, inspi­ra, en pleno apogeo histérico, la continuidad de la «línea» seguida por la delegación sionista en Evián, en el año 1938: re­chazar, para todos los judíos amenazados de ser exterminados, un refugio distinto a Palestina, y, en consecuencia, cerrar las puertas de países que habrían podido ser su salvación.

El rabino Salomón Schonfeld, presidente del Comité de Ayuda, organizado por el gran rabino de Inglaterra, aporta un testimonio estremecedor: «Mi experiencia de 1942 a 1943 me ha llevado a la convicción de que los británicos estaban dispuestos totalmente a ayudar abiertamente, de manera positiva y sin reserva alguna, pero que esta disposición tuvo que hacer frente a la oposición de los dirigentes sionistas, obstinados en mante­ner que la única solución era Palestina... En diciembre de 1942 formamos un Comité de Ayuda contra el terror nazi... Se llegó a presentar una moción en la que se solicitaba al gobierno de

Su Majestad, en acuerdo con el gobierno del Dominio de la India, acordase refugio, en su territorio o sobre cualquier otro bajo su control, a las personas en peligro... y se invitaba a los demás gobiernos aliados a que adoptasen medidas análogas... En dos semanas, esta moción contó con la firma de 277 parla­mentarios de ambas Cámaras...

»E1 gobierno de Su Majestad entregó centenares de permi­sos de inmigración para Isla Mauricio y otros territorios... El 27 de enero de 1943, cuando ya se habían franqueado los últimos obstáculos, un portavoz de los sionistas anunció que los judíos se oponían a la moción por no hacer referencia a Palestina... La moción había muerto» [1].

Este testimonio confirma el de Morris L. Ernest, judío amigo del presidente Roosevelt, al que le habían encargado la tarea de convencer a Gran Bretaña para que acogiera a dos­cientos mil supervivientes de la masacre nazi. Ernst logró persuadir a los ingleses, los cuales se mostraron dispuestos a acoger a 150.000 «personas desplazadas», judíos o no. Los Estados Unidos tenían que hacer lo mismo. El presidente Roosevelt se mostró feliz por el éxito de esta misión, pero, cuando volvió Ernst, le dijo: «¡No hay nada que hacer! No podemos llevarlo a cabo porque los dirigentes judíos, cuya voz predomina en América, no son favorables a ello... El movi­miento sionista sabe que Palestina es y será durante cierto tiempo "a remittance society". Ellos saben que pueden recoger fuertes cantidades de dinero para Palestina con decir tan sólo a los donantes que no existe ningún otro lugar al que puede ir el desgraciado judío» [2].

La actitud de los dirigentes sionistas permaneció implaca­ble hacia todos aquellos países que se mostraron dispuestos a acoger a los judíos, como fue Suecia: «En 1939, en medio de la intensificación de la persecución contra los judíos alemanes, el Parlamento sueco votó una ley que permitía la entrada de decenas de millares de judíos alemanes para que escapasen de una muerte cierta... El gran rabino de Suecia, Dr. Mordechai Ehrenpreisz (sionista desde el nacimiento del movimiento y que participó en la conferencia de Basilea en 1897) y el jefe de la comunidad judía de Suecia... pidieron al Gobierno que no aplicase esta ley, y lo consiguieron... bajo el pretexto de que la entrada de estos miles de judíos plantearía un problema judío en un país que jamás había conocido el antisemitismo... Pero, cuatro años después, cuando todos los judíos daneses entraron clandestinamente y por sorpresa en Suecia, Ehrenpreisz también se vio sorprendido y no lo pudo impedir... El argu­mento del miedo hacia el antisemitismo no fue más que un pretexto para Ehrenfels, permitiéndole ganarse para su plan cri­minal a la dirección de la comunidad judía de Estocolmo. La verdadera motivación de este veterano sionista era el principio, típicamente sionista, de que, incluso si la muerte fuera una amenaza para los judíos, no había que buscarles más refugio que en Eretz Israel... Por ello, el presidente del Comité de Ayuda de la Agencia Judía en Jerusalén, Yitzchek Green-baumn..., le nombró, en el año 1944, para hacer parte del Comité de Ayuda sueco»[3].

No podría resumirse mejor el principio de esta colabora­ción entre dirigentes sionistas y los nazis que el que hizo, por otra parte aprobándolo y adornándolo para sí, el Procurador general Haim Cohén en la defensa de Kastner contra Greenwald: «Si esto no coincide con vuestra filosofía, podéis criticar a Kastner... Pero, ¿qué tiene ello que ver con la cola­boración?... En nuestra tradición sionista siempre ha existido el principio de seleccionar a una élite para organizar la inmigra­ción a Palestina... Kastner no ha hecho otra cosa»[4].

Un ejemplo típico de la manera como los judíos (sin «selec­ción») podían ser salvados cuando, en lugar de aislarse del resto del país, como lo exigían los principios mismos del sionis­mo, estaban profundamente vinculados con la población (sin por ello abandonar su especifidad religiosa y espiritual), es el ofrecido por Dinamarca, el único país de Europa en el que la casi totalidad de los judíos se vio a salvo del satánico proyecto de exterminio de los judíos. Y ello, así hay que hacerlo constar, gracias a un método particularmente humano de resistencia no violenta frente a un adversario salvaje y armado podero­samente.

Hannah Arendt cuenta cómo sucedieron las cosas en Dinamarca del modo siguiente: «Cuando los alemanes aborda­ron el tema del brazalete amarillo, respondieron simplemente que el Rey sería el primero en llevarlo. Los altos funcionarios daneses hicieron saber que cualquier tipo de medida que se adoptase en contra de los judíos les obligaría a dimitir. Un factor fue decisivo en todo este asunto: los alemanes no llega­ron a hacer la distinción, muy importante para ellos, entre los judíos nacidos en Dinamarca, unos seis mil cuatrocientos, y los judíos refugiados de Alemania, que habían encontrado refugio en el país antes de que comenzara la guerra y antes de que el gobierno alemán los declarase apatridas.

Fue entonces cuando los obreros daneses, pensando que podrían acelerar la derrota alemana, se rebelaron: hubo revueltas en los astilleros daneses, porque los obreros, que se habían declarado en huelga, no querían reparar los buques alemanes. El mando militar alemán decretó el estado de emer­gencia e impuso la ley marcial. Era, pensaba Himmler, el mo­mento de atajar el problema judío cuya «solución» se esperaba desde hacía ya demasiado tiempo. Lo que él no había previsto era que, dejando de lado la resistencia danesa, los responsables alemanes que vivían en Dinamarca desde hacía varios años no eran los mismos. El general Von Hannecken, jefe militar de la región, rehusó poner sus tropas a disposición del plenipo­tenciario del Reich, el doctor Werner Best. En varias ocasiones, las unidades especiales de los S.S. destinadas en Dinamarca, las Einsatzkommando, protestaron en contra de «las órdenes pro­venientes de las agencias centrales», según el testimonio de Best en Nuremberg. En cuanto al propio Best, ya no era digno de confianza, a pesar de que en Berlín no se supo jamás, proba­blemente, hasta qué punto se había convertido en un «irrespon­sable». (En efecto, era un antiguo miembro de la Gestapo, que había sido consejero jurídico de Heydrich. Autor, por aquel entonces, de una célebre obra sobre la policía. Había trabaja­do para el gobierno militar en París.) Sin embargo, estuvo claro desde los comienzos que en Escandinavia las cosas no funcio­naban bien. El servicio de Eichmann envió a Dinamarca a uno de sus mejores elementos, Rolf Günther, a quien nadie podía acusar de carecer de una «dureza sin piedad». Günther no impresionó a sus colegas de Copenhague. Y he aquí que Hannecken rechazó incluso que los judíos fichasen cuando iban al trabajo.

Best viajó a Berlín y obtuvo la promesa de que todos los judíos de Dinamarca, cualquiera que fuera su categoría, serían deportados a Theresienstadt. Bajo el punto de vista nazi, se tra­taba de una gran concesión.

Se decidió que los judíos serían capturados e inmediata­mente evacuados, en la noche del 1 de octubre. En el puerto, estaban preparados los barcos. Pero como no se podía contar con los daneses ni con los judíos, y ni siquiera con las tropas alemanas destinadas en Dinamarca, hubo que hacer venir unidades policíacas de Alemania para proceder a la búsqueda de los judíos, casa por casa. En el último momento, Best informó a sus policías de que no tenían derecho a derrumbar las puertas, porque la policía danesa podría intervenir. Pero' las dos policías no tenían que enfrentarse. Los policías alemanes no podían, pues, capturar más que aquellos judíos que les permitieran entrar libremente en sus casas. Sobre un total de siete mil ochocientos judíos, la policía alemana encontró exac­tamente a cuatrocientos setenta y siete en sus casas y, además, dispuestos a abrirles las puertas. Y es que, algunos días antes de la fatídica fecha, Georg F. Duckwitz, un agente alemán de transporte, y probablemente instruido por Best, había revelado todos los proyectos alemanes a funcionarios daneses, quienes, a su vez, lo comunicaron inmediatamente a los responsables de la comunidad judía. Contrariamente a lo que hicieron los respon­sables judíos en otros países, estos últimos extendieron la noticia por las sinagogas con motivo de la fiesta del Año Nuevo. Los judíos tuvieron justo el tiempo de abandonar sus casas y de esconderse, lo cual, en Dinamarca era extrema­damente fácil porque, según los términos utilizados en el juicio, «todas las capas de la población danesa, desde el rey hasta el ciudadano de a pie», estaban dispuestos a recibirles.

Probablemente habrían permanecido en sus escondites hasta el final de la guerra si los daneses no hubieran tenido a Suecia por vecina. Parecía razonable enviar a los judíos a Sue­cia —lo cual se hizo, con la ayuda de los barcos de pesca dane­ses—. Ricos ciudadanos daneses pagaron el viaje (unos 550 francos) a quienes no podían hacerlo. Esto fue quizá lo más horroroso de todo: en aquel momento, y en todas partes, los judíos pagaban su propia deportación, mientras que los judíos ricos desembolsaban una fortuna para obtener visados de salida (en Holanda, en Eslovaquia y más tarde en Hungría), o bien dando de beber vino a las autoridades locales, o incluso negociando «legalmente» con las S.S., que sólo aceptaban dinero al contado, para vender los visados en Holanda por veinticinco mil o cincuenta mil francos actuales por persona. Incluso allí donde los judíos encontraban una simpatía real, y en donde la gente estaba realmente dispuesta a ayudarles, siempre tenían que pagar esta ayuda; los judíos pobres no tenían ninguna posibilidad de escapar a la masacre.

Tuvo que transcurrir gran parte del mes de octubre para que todos los judíos atravesaran los cinco a veinticinco kiló­metros de mar que separan a Dinamarca de Suecia. Los suecos acogieron a 5.919 refugiados, de los que al menos 1.000 eran de origen alemán, 1.310 eran semijudíos y 686 no judíos casados con judíos. (Cerca de un 50 % de los judíos daneses parecían haber permanecido en su país y haber logrado sobrevivir escon­diéndose.) Los judíos no daneses nunca fueron tratados tan bien: todos tuvieron autorización para poder trabajar. Los pocos centenares de judíos que capturó la policía alemana fueron enviados a Theresienstadt. Se trataba de viejos o de pobres que no habían sido informados a tiempo, o que no habían comprendido lo que pasaba. En el ghetto, gozaban de privilegios como nadie porque instituciones y ciudadanos dane­ses no cesaron de interesarse por su destino. Cuarenta y ocho de ellos murieron, cifra relativamente baja dada la media de edad del grupo. Cuando todo hubo acabado, Eichman, después de una madura reflexión, opinó que «por diferentes razones, las operaciones proyectadas contra los judíos de Dinamarca habían sido un fracaso». Mientras que el extraño Dr. Best declaraba que «el objetivo de las operaciones no era capturar a un gran número de judíos, sino de limpiar a Dinamarca, lo cual había sido logrado».

Política y sicológicamente, el aspecto más interesante de este incidente es el comportamiento de las autoridades alema­nas destinadas en Dinamarca. Es evidente que sabotearon las órdenes de Berlín.

Por lo que sabemos, es la única ocasión en que los nazis pudieron apreciar la abierta resistencia de las poblaciones indí­genas. Y parece que aquellos nazis que lo constataron, cambiaron sencillamente de opinión: haber creído que el exterminio de un pueblo entero no era algo decidido [5].

Esta vía, radicalmente opuesta a la de los sionistas que inci­taban a la segregación, era capaz de arrancar a miles de judíos de las manos de los nazis, en lugar de hacerse, por fanatismo, su propio instrumento.

Los dirigentes sionistas habían «franqueado el foso que separaba dos formas de ayuda: ayudar a los judíos a escaparse, y ayudar a los nazis a deportar»[6].

No se trata de juzgar a los hombres, sino que se trata de una filosofía, la del «darwinismo social», y la de «la selección de los más aptos», común a Hitler y a los dirigentes sionistas.


 

[1] Rabbi Moshe Shondfeld, The Holocaust victims acusse! Documents and testimony on Jewish war crimináis, parte I, Neturei Karta of U.S.A., Nueva York, 1977, pp. 60-61

[2] Intervención de Morris L. Ernst, el 22 de abril de 1950, en la 6.' Con­ferencia anual del «Consejo Americano por el Judaismo». Citado por Moshe Menuhim, op. cit., p. 96

[3] Rabbi Moshe Schonfeld, op. cit.. pp. 110-111

[4] Court record, ce. 124/53. Jerusalem district Court

[5] Hannah Arendt, op. cit.. pp. 191-194

[6] Hannah Arendt, op. cit., p. 19