PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

             III.   LAS RAZONES DEL ÉXITO DEL SIONISMO POLÍTICO

2.  El sionismo y el antisemitismo

b)  La responsabilidad de los dirigentes sionistas ante el antisemitismo hitleriano

            2)  El rechazo a adherirse a la resistencia antifascista contra el hitlerianismo

Estos tratos excluían, naturalmente, una participación real en la resistencia al hitlerianismo.

«Los responsables nacional-socialistas han tenido una acti­tud extremadamente ambigua respecto al sionismo»[1] (161), escribe Eliahu Ben Elissar, uno de los más íntimos colaborado­res de Menahen Begin, en su libro: La diplomatie du III Reich et les Juifs. Los nazis distinguían cuidadosamente a los sionistas de los otros judíos alemanes. «Queriendo liberar a su país de los judíos, piensan naturalmente en Palestina: Alemania para los alemanes, los judíos a Palestina, ha sido siempre el grito de guerra de los antisemitas.» «Nosotros no tenemos que hablar con los judíos, —escribe Hitler en septiembre de 1921—, nada te­nemos que discutir con ellos, porque, en cuanto extranjeros, no tienen derecho alguno a ocuparse,, de nuestros asuntos, del mismo modo que ningún alemán tiene derecho a ocuparse de la política en el Estado judío de Palestina»[2].

Eliahu Ben Elissar, tres años después, añade que, en Mein Kampf. Hitler declara que los judíos, en su mayoría, no tienen la intención de asentarse en Palestina, «únicamente desean establecer la organización central de su misión charlatanesca de internacionalismo universal: esta organización tendría de­rechos de soberanía y no estaría sometida a la intervención de otros Estados» (Mein Kampf, p. 303). Estaba claro que a Hitler esto no le agradaba. Pero Eliahu Ben Elissar añade: «Únicamente los sionistas son los que se muestran dispuestos a "liberar a Alemania de sus judíos". Y, como este objetivo predomina sobre los demás, Hitler aceptará, con su pragmatis­mo característico, transigir en sus propios dogmas doctri­nales»[3]. El autor cita la explícita circular de la Wilhems-trasse: «Los objetivos que se asignó esta categoría (de judíos que se oponían a la asimilación y se mostraban favorables a un reagrupamiento de sus correligionarios en un hogar nacional), a cuya cabeza están los sionistas, son quienes menos se separan de los objetivos que en realidad persigue la política alemana respecto a los judíos»[4].

El autor sionista añade: «Los únicos judíos con quienes, en fin de cuentas, diversos organismos del III Reich, y en parti­cular el de Asuntos Exteriores y de Economía, establecerán ver­daderas relaciones de trabajo serán los sionistas y los judíos palestinos»[5].

Este comportamiento de los dirigentes sionistas provocará la condena, en todo el mundo, de los judíos antifascistas, y encontró una oposición dentro del movimiento sionista: «El 21 de agosto de 1933 se inaugura en Praga el XVIII Congreso Sio­nista, el primero que se convoca después del acceso de Hitler al poder. La situación de los judíos en Alemania es, evidentemen­te, el tema central de las preocupaciones y de los debates. Hoofien y Ruppin fueron directamente de Berlín a Praga. Un gran número de delegados reprocharon a Hoofien y a Cohén, los dos negociadores principales, haber pactado con el diablo y haber horadado, con el acuerdo de la Haavara, la lucha de los judíos contra la política racista del Reich. Tuvieron lugar luchas apasionadas, pero una moción que preconizaba la parti­cipación efectiva de la Organización en los esfuerzos por boico­tear a Alemania no prosperó. En la Wilhelmstrasse se subraya con satisfacción que el acuerdo con la Haavara «ha reforzado la posición de la mayoría moderada de los delegados»[6].

En Alemania se vio reforzada la posición de los sionistas. La Organización sionista fue autorizada a abrir en Alemania centros de formación profesional y agrícola para los candida­tos a la emigración deseosos de prepararse a una vida nueva en Oriente Medio. En varias ciudades se organizaron cursos de hebreo, y bajo la dirección de un hombre de extraordinario valor, Robert Weltsch, el periódico sionista Jüdische Rundschau aportó a miles de hogares judíos la esperanza de una existencia mejor. El ministerio del Interior autorizó a una delegación de sionistas alemanes para que participaran en el XIX Congreso sionista[7].

A pesar de la decisión adoptada el 19 de diciembre de 1934, prohibiendo a los miembros de los movimientos juveniles judíos llevasen sus uniformes tradicionales, el 13 de abril de 1935, la policía política de Baviera, verdadero feudo de Himmler y Heydrich en aquella época, admitía excepcionalmente que el uniforme fuera llevado por los miembros de uno de estos movi­mientos porque: «Se ha constatado que "los sionistas de Esta­do" son aquellos a quienes la Organización se esfuerza, con todos los medios, incluso por vía ilegal, por enviar sus miembros a Palestina. Además, su actividad, resueltamente orientada hacia la emigración, va en el mismo sentido del objetivo perse­guido por el gobierno, y que no es otro que el de hacer marchar a los judíos de Alemania»[8].

«No hay razón alguna, escribía Bulow-Schwante, para que el ministerio del Interior entorpezca, mediante medidas adminis­trativas, la actividad sionista en Alemania, porque el sionismo no está en contradicción con el programa del nacional-socialis­mo cuyo objetivo es hacer salir progresivamente a los judíos de Alemania» [9].

Alfred Rosenberg, en una entrevista concedida el 3 de mayo de 1935 a Raymond Cartier, publicada en L'Echo de París, reco­nocía los méritos del sionismo porque se oponía a la asimilación de los judíos[10].

Una de las dos leyes de Nuremberg, la referente a «la protec­ción de la sangre y del honor alemanes», que había prohibido a los judíos izar la bandera nacional con la cruz gamada, las había autorizado a empavesar con los «colores judíos»[11], el blanco y el azul de la bandera sionista con la estrella de David [12].

Fuera del aterrizaje de algunas decenas de voluntarios ve­nidos de Palestina para tomar contacto con los partisanos yugoslavos y polacos, la Organización Sionista Mundial, que, sin embargo, disponía en todo el mundo de medios de propa­ganda, financieros, armas, tenía como prioridad exigir a las potencias una emigración sin restricciones a Palestina, y pre­parar un ejército judío destinado no a combatir a los nazis durante la guerra, sino a los ingleses, y sobre todo a los árabes, desde el final de la contienda.

Hannah Arendt ha demostrado en Echimann a Jérusalem (pp. 134-141) la pasividad e incluso la complicidad de los «Consejos judíos» (Judenrat), cuyos dos tercios estaban dirigi­dos por sionistas, en colaboración con los nazis.

Mientras que, al mismo tiempo, miles de alemanes, entre quienes había un gran número de judíos, luchaban heroicamente en España contra el fascismo y contra la Legión Cóndor de Hitler.

Más del 30 por 100 de americanos voluntarios pertenecien­tes a la brigada Abraham Lincoln, integrada en las Brigadas Internacionales de España, eran judíos. En la brigada polaca Dombrovski, sobre 5.000 polacos, 2.250 eran judíos (más del 45 %). Estos vinieron para combatir y morir en las sierras contra el fascismo antisemita, y contra las legiones de Hitler.

No es cierto, como lo pretende Begin, que, por vez primera en la historia desde hace 1.500 años, el Estado sionista haya creado un tipo inédito de judío: el judío guerrero. El judío hebraico luchó, en España y en otros lugares, en batallas por la libertad antes de que los sionistas les llevasen a la guerra de agresión. Pero esta lucha no la querían los dirigentes sionistas: el 24 de diciembre de 1937, el diario sionista de Palestina denunciaba a los judíos americanos voluntarios de la brigada Abraham Lincoln, que se habían batido en España en lugar de haber ido a trabajar en Palestina [13].

A los judíos ingleses que organizaron en su país la lucha, junto con otros combatientes de la libertad, contra el antise­mita Mosley, «führer» de la «Unión británica de fascistas» (B.U.F.) e imitador de Hitler, los dirigentes sionistas les exigían se apartaran de esta lucha que ellos decían ser inútil. En Londres, uno de sus representantes, a través de un artículo titu­lado: «¿Los judíos, tienen que participar en los movimientos antifascistas?», les respondía: «No. Tres ideales apelan con fuerza en favor de los judíos...

1.   La unidad del pueblo judío.

2.   La necesidad de un mayor orgullo judío.

3.   La construcción de la tierra de Israel.

Y perdemos nuestro tiempo preguntándonos si tenemos que participar en las organizaciones antifascistas»[14].

Nahum Goldman narra, en su Autobiografía, el dramático encuentro que mantuvo con el ministro de Asuntos Exteriores checo, Edouard Benés, en el año 1935, el cual reprochaba a los sionistas el haber roto el boicot contra Hitler a través de la «Haavara» (los acuerdos de transferencia), así como el rechazo por parte de la Organización Sionista Mundial a organizar la resistencia contra el nazismo.

Nahum Goldman, presidente de la «Organización Sionista Mundial» y más tarde del «Congreso Mundial judío», hace una autobiografía no sólo tardía, sino también superficial: reconoce el error de no haber combatido el hitlerianismo, pero atribuyéndolo al desfallecimiento de los hombres, y no a la lógica interna del sionismo.

«No tenemos ni siquiera la excusa de haber sido atacados sin que pudiéramos haberlo esperado. Todo lo que Hitler y su régimen han podido hacer, todo ello fue anunciado con varios años de antelación, con un cinismo total. Nuestra sencillez y nuestro optimismo nos incitaron a subestimar estas amenazas. Es la razón por la cual, en este vergonzoso capítulo para el pueblo judío, no caben excusas ni para nuestra generación en su conjunto, ni para la mayoría de los dirigentes judíos. Nuestra generación fue condenada no sólo a asistir al extermi­nio de más de una tercera parte de su pueblo, sino que se le puede imputar la falta de haberlo soportado sin organizar una defensa digna de ello. Durante años de combate estéril contra el nazismo, con todas sus decepciones, encontré dirigentes no judíos que no ofrecían más comprensión que los dirigentes judíos. Y, como ejemplo, voy a citar una conversación que mantuve en Ginebra con el ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia, a quien visité poco tiempo después de la promulgación de las leyes de Nuremberg. Todavía hoy lo veo delante de mí, en su salón angular del hotel Beau-Rivage, en el cual, durante dos horas, dio cien pasos con nerviosismo, lle­gando incluso a gritar y lanzarme los más violentos reproches: ¿por qué el pueblo judío no reaccionaba inmediatamente con la necesaria amplitud? ¿Por qué mis amigos y yo no convocamos inmediatamente un congreso mundial judío para declarar una guerra sin cuartel contra el nazismo? El me aseguró que él mismo y otros hombres de Estado no judíos no habrían recha­zado su apoyo. ¿No comprende usted que los judíos pongan en peligro su futuro y su igualdad jurídica en todo el mundo si sólo reaccionan de esta manera tibia, sin llamar la atención de la opinión pública mundial, y sin adoptar las medidas enérgicas adecuadas contra los alemanes?

»E1 ejemplo de Hitler puede ser contagioso y puede animar a todos los antisemitas del mundo. En mi vida he tenido que participar en numerosos encuentros penosos, pero jamás me he sentido tan desgraciado y avergonzado como durante estas dos horas. Yo sentía en todas las fibras de mi ser que Benes tenía razón»[15].

Un ejemplo particularmente trágico es el de Polonia.

El objetivo de los dirigentes sionistas no era el de defender a los judíos de Polonia, sino el preparar «minorías agitadoras» para organizar la invasión de Palestina. En la primavera de 1939, veinticinco miembros de la Irgun (de Menahem Begin) se estaban entrenando, en Zakopane, en el macizo de Tatras, en el arte del sabotaje, de la conspiración y de la insurrección, bajo la dirección de instructores polacos[16] proporcionados por el gobierno antisemita del coronel Beck.

Abraham Stern, que formaba parte del ala fascista del sio­nismo, trataba de organizar el paso a Palestina, con la ayuda de Mussolini, contra los ingleses[17].

Por el contrario, cuando los nazis entraron en Polonia, y una vez que el ejército polaco había recibido orden de abando­nar Varsovia, declarada ciudad abierta, la mayoría de los diri­gentes sionistas se escaparon, entre ellos el presidente de la Organización Sionista Polaca. Moshe Sneh, y el jefe del Betar, Menahem Begin. Sneh llegó a Palestina, en donde se hizo cargo de la Haganah desde 1941 a 1946; Begin fue detenido en Lituania por los rusos, siendo liberado cuando los nazis inva­dieron la Unión Soviética. Jamás tuvo la intención de quedarse para luchar por Polonia. Cuando, en 1940, fue arrestado, se estaba preparando para marchar a Palestina. El mismo escri­be: «Había recibido un documento de viaje para ir a Kovno, junto con mi mujer y mi hijo, así como visados para Palestina. Estábamos a punto de marchar, pero solamente mi arresto impidió que lo hiciésemos»[18].

«Desde Palestina recibió una carta reprochándole haberse escapado de la capital polaca, mientras que los otros judíos quedaban allí abandonados. Como capitán del Betar, decía la carta, tendría que haber sido el último en abandonar el barco que estaba a punto de naufragar»[19].

Desde su entrada en Varsovia, los nazis crearon un «Conse­jo judío» (Judenrat), colocando a la cabeza a Adam Czernia-kow, sionista, presidente de la Asociación de artesanos ju­díos[20]. En la mayoría de los casos, los nazis colocaron a la cabeza de estos «Consejos» (Rat) que ellos dominaban a sio­nistas. Los nazis, durante algunos meses, otorgaron a los judíos autorizaciones para ir a Palestina; los dirigentes sionistas se aprovecharon de ello para hacer salir a los jefes de su movi­miento. Adam Czerniakow cuenta haber recibido la oferta y que la rechazó indignadamente, llegando a decir incluso a un dirigente sionista que se aprovechaba de ello para irse a Pales­tina: «Usted es un sinvergüenza... Pretende ser un jefe y se marcha corriendo, junto con los de su misma especie, abando­nando a las masas en esta horrible situación»[21].

No sólo los dirigentes sionistas se escaparon del ghetto de Varsovia como desertores, sino también los dirigentes sionistas que presidían los «Consejos», que nada hicieron por organizar la resistencia [22]. Adam Czarnowski, en julio de 1942, cuando los nazis sacaron a 300.000 judíos del ghetto de Varso­via, se suicidó por no haber colaborado más.

Uno de los principales historiadores del levantamiento del ghetto de Varsovia, al reprochar al Dr. Nathan Eck el haberse convertido en defensor de la pasividad política de los dirigen­tes, concluía, en abril de 1968, con estas palabras: «¿Cree usted que si hubiésemos esperado hasta el final y obrado según los consejos de los jefes, hubiera tenido lugar la rebelión...? Pienso que no hubiera habido rebelión alguna, y reto al Dr. Eck para que aporte las pruebas convincentes en el sentido de que los jefes ni habían pensado en un levantamiento»[23].

El ejemplo admirable de Mordechai Arrielewicz, sionista de 24 años que voluntariamente volvió de Vilna para morir en el último combate del ghetto, no puede hacer olvidar la constante actitud de los dirigentes sionistas, quienes, en su preocupación exclusiva por construir su Estado en Palestina, jamás impulsa­ron a la resistencia.

Los dirigentes sionistas, que desde entonces hacen del «Holocausto» su principal argumento, se callaron en el momento en que hubiera sido necesario dar a conocer al mundo esta terrible realidad para poner fin a la hecatombe.

En primer lugar, las víctimas acusaron a la «Agencia judía» de no haber cumplido con su papel de información y de movili­zación, y a los jefes sionistas, en segundo lugar, por no haber revelado a los aliados los planes, como los del rabino Dov Weissmandel, cuya realidad hubiera evitado la muerte de miles de personas.

Samuel Tamir, que fue ministro de Justicia en Israel, en el proceso Kastner, decía: «Hasta mediados de julio de 1944, seis semanas después de que hubiera comenzado el ritmo de doce mil muertos por día, no hubo ni una sólo palabra oficial de la Agencia judía o de algún dirigente sionista diciendo que habían comenzado deportaciones masivas, y que habían sido exterminados medio millón de hombres.

«Entonces, la Agencia judía poseía las mejoras y más exactas informaciones sobre la suerte de los judíos de Hungría y sobre las deportaciones. No existía a este respecto censura británica, como lo probó el Tribunal... Durante un mes y medio, el señor Sharett y la Agencia judía suprimieron, consciente y volunta­riamente, las noticias que tenían»[24]. Y prosigue: «¿Por qué se suprimió esta horrible información por parte de Ben Gurion, Sharett, Weizman y todos los dirigentes oficiales? Porque, si el pueblo en Palestina hubiera sabido lo que acontecía en Hungría, y hubiera sabido que sus jefes tenían un corazón de piedra, se hubiera levantado una tempestad sobre nuestra tierra y hubieran perdido el poder. Y, al parecer, esto era para ellos lo más importante»[25] .

La tempestad se hubiera desencadenado, porque, quienes iban a morir, habían enviado mensajeros para salvar a miles de ellos.

El rabino Michael Dov Weissmandel, escondido en una cueva cerca de Lublín, hacía llegar, el día 15 de mayo de 1944, este mensaje a la Agencia judía: «Vosotros, hermanos nuestros de Palestina y de todos los países libres, vosotros ministros de todos los Reinos, ¿cómo podéis guardar silencio ante estas decenas de miles de asesinatos...?» Estos dirigentes sionistas, que, cuando se trataba de «su» Estado habían hecho, en el congreso de Biltmor de 1942, un verdadero ultimátum a los aliados, no les transmitieron siquiera los planes exactos de salvamento que les dirigía, entre otros, el rabino Michael Dow Weismandel, quien escribía: «Pedimos que los crematorios de Auschwitz sean destruidos por un bombardeo aéreo. Están perfectamente a la vista, como lo demuestra el mapa adjunto. Estos bombardeos retrasarían la acción de unos asesinos. Más importante aún es bombardear las líneas férreas entre Hungría occidental y Polonia y los puentes próximos a los Cárpatos. Dejad otros asuntos y haced éstos. Acordaos de que cada día de descuido mata a diez mil personas.

Vosotros, nuestros hermanos, hijos de Israel, ¿estáis locos? ¿No veis el Infierno a vuestro derredor? ¿Para quién guardáis vuestro dinero? ¡Sois unos asesinos y unos locos!»[26] .

El rabino Weissmandel buscaba cualquier excusa que pudieran tener: «Acaso no estabais al corriente».

Pero, en el proceso de Kastner, se le preguntó a Manahem Bader, de la Agencia judía: «¿Ha recibido esta carta del rabino Weissmandel?». El respondió: «Cartas como ésta recibíamos todos los días»[27].


 

[1] Eliahu Ben Elissar, La diplomatie du III Reich et les juifs, Ed. Jul-liard, 1969, p. 85

[2] Ibídem, p. 86. Carta circular de Hitler a los Ortsgruppen y Sektions fürher du N.S.D.A.P., n° 5, 17-9-21

[3] Ibídem. p. 86

[4] Carta circular de Bulow-Schwante a todas las misiones diplomáticas del Reich; núms. 83-21, 28-2, 28-2-34. Referat Deutschland. Einstellung des Auslandes zur Judengrafe A.A. Bonn

[5] Ibídem. p. 87

[6] Ibídem. pp. 93-94

[7] Carta de Hering a la Federación sionista de Alemania, n° 1 A 416/ 5.012, 1, 2, 35. Referat Deutschland, Judenkongresse im Ausland, Bd. 1, A.A. Bonn

[8] Circular de Brunner a todos los servicios de policía, n° 17.929/35 II B, 13.4.35, Sammlung Schumachar, Dossier n° 240 I, BA. Coblenza

[9] Carta de Bulow-Schwante al ministerio del Interior, n8 ZU 83-21-28/ 8, 6.9.35, Inland II A/B, Das Judentum u in Deutschland, Bd. 3, A.A. Bonn

[10] Documento n° 623, Dossier CXLV, C.D.J.C., París

[11] Apartado 4 de la ley sobre «Protección de la sangre y del honor ale­manes», R.G.B. 1, 1935, I, p. 1.146

[12] Eliahu Ben Elissar, op. cit.. pp. 186-187

[13] Ver: Jewish Life, abril, 1938, p. 11

[14] Raphael Powell, Young sionist, Londres, agosto, 1934, p. 6

[15] Nahum Goldman: Aulobiographie, op. cit., pp. 157-158

[16] Daniel Lévine: David Reziel. The man and His Times, pp. 259-260

[17] Ibídem. p. 260. Al fijar su oposición a Inglaterra, los dirigentes sionistas habían contactado con Mussolini, desde el año 1922, desde el 20 de diciembre de 1922. Ver Ruth Bondy: The Emissary: A Life of Enzo Serení, p. 45. Weizman fue recibido por Mussolini el 3 de enero de 1923, y una segunda vez el 17 de septiembre de 1926. Nahum Goldman, Presidente de la Organización Sionista Mundial, mantuvo una entrevista con Mussolini el 26 de octubre de 1927, el cual le dijo: «Os ayudaré a crear este Estado judío». Nahum Goldman: Autobiografía, op. cit., p. 170

[18] Menahem Begin: While nights. pp. 84-85

[19] Lester Eckman y Gertrude Hirschler: Manhem Begin. p. 50

[20] Bernard Goldstein: The starsbear witmess. p. 35, y, Blumenthal, Eck and Kermsh: The Warshaw diary of Adam Gzerniakow, p. 2

[21] Op. cit.. p. 119

[22] Isaiah Trunk: Jewish resistance during the Holocaust (p. 257), e, Israel Gutman (del Yadvashem Holocaust de Israel): The génesis of the Resis­tance in the Warshaw ghetto, vol. IX, p. 43, reconoce las consecuencias del abandono de los jefes

[23] Israel Gutman: Jewish resistance during the Holocuast, p. 148

[24] Ben Hecht: Perfidy. Juliand Nessner Inc., Nueva York, 1961, p. 145

[25] Ibídem. p. 147

[26] Rabino Michael Dov Weissmandel: Exhibil of the defence, n° 36, State attorney V. M. Greenwald, District court. Jerusalem, ce. 124/53

[27] Ben Hecht: Perfidy. op. cit.. p. 143