PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

             III.   LAS RAZONES DEL ÉXITO DEL SIONISMO POLÍTICO

2.  El sionismo y el antisemitismo

b)  La responsabilidad de los dirigentes sionistas ante el antisemitismo hitleriano

En realidad, estas oleadas de antisemitismo las habían teni­do en cuenta los dirigentes sionistas para utilizarlas en favor de su movimiento. Según ello, el antisemitismo reforzaría el sentimiento de una comunidad nacional judía, impulsaría la emigración y contribuiría, consecuentemente, a alcanzar su objetivo esencial, que no era el de salvar individualmente vidas judías, sino el de establecer un Estado poderoso en Palestina.

En 1925, uno de los teóricos más eminentes del sionismo (coeditor de la monumental  Encyclopoedia judaica), Jacob

Klatzkin, definía las relaciones del sionismo y del antisemitis­mo del modo siguiente: «Si no admitimos la legitimidad del antisemitismo, negamos la legitimidad de nuestro propio na­cionalismo. Si nuestro pueblo se merece vivir una vida nacional, si eso es lo que quiere, entonces es un cuerpo extraño entre las naciones en las que viva, un cuerpo extraño que pone el acento en su propia identidad... Por tanto, es justo que luchen contra nosotros por su integridad nacional...

«En lugar de crear sociedades de defensa contra los antisemi­tas que quieren restringir nuestros derechos, tendríamos que crear sociedades de defensa contra nuestros amigos que quieren defender nuestros derechos»[1].

Hay que reconocer que Jacob Klatzkin hace suyas las cohe­rencias y la lógica de la idea sionista: si el principal enemigo es la «asimilación» (la igualdad de derechos), y si el objetivo prin­cipal es la creación de un Estado judío en Palestina, el antise­mitismo ayuda a la realización de este proyecto, mientras que la defensa de la igualdad de derechos es, por el contrario, un obstáculo.

Siegfried Moses, futuro dirigente de la Federación Sionista alemana, en un artículo publicado en Rundschau, anunciaba este principio básico del sionismo: «La defensa contra el antise­mitismo no es nuestra tarea principal; no nos concierne ni tiene la misma importancia que trabajar por Palestina»[2] .

Sin este hilo conductor, sería imposible comprender la polí­tica del movimiento sionista durante la época de los dicta­dores[3].

El rabino Joachim Prinz, cuando era el año 1937 dejaba Berlín para ir a América, evocó el memorándum dirigido por la Federación sionista de Alemania, el 21 de junio de 1933, al Partido Nazi. He aquí algunos extractos:

«En Alemania, todo el mundo sabe que solamente los sio­nistas pueden representar válidamente a los judíos en las ne­gociaciones con el gobierno nazi... El renacimiento de la vida nacional, tal y como se manifiesta en Alemania mediante su adhesión a los valores cristianos y nacionales, tiene que produ­cirse igualmente en la comunidad nacional judía. Para los judíos, también el origen, la religión, la comunidad de destino y la conciencia de grupo tienen que tener un significado decisivo para modelar la vida...

»En la fundación del nuevo Estado, que ha proclamado el principio de la raza, deseamos adaptar nuestra comunidad a estas nuevas estructuras... Nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía nos permite establecer relaciones claras y sinceras con el pueblo alemán y sus realidades nacionales y raciales. Precisamente porque no queremos subestimar estos principios fundamentales, porque también nosotros somos contrarios a los matrimonios mixtos, y por el mantenimiento de la pureza del grupo judío...

»Los judíos, conscientes de su identidad, en cuyo nombre hablamos, pueden encontrar su sitio en la estructura del Estado alemán ya que están liberados del resentimiento que los judíos asimilados tienen que experimentar; ...Nosotros creemos en la posibilidad de unas relaciones leales entre los judíos conscien­tes y el Estado alemán.

»Para alcanzar estos objetivos prácticos, el sionismo tiene la esperanza de estar capacitado para colaborar incluso con un gobierno esencialmente hostil a los judíos... La realización del sionismo sólo se ve perturbada por el resentimiento de los judíos del exterior contra la orientación alemana actual. La propaganda en favor del boicot actual contra Alemania es, en esencia, no sionista...»[4].

Esta colaboración de los dirigentes sionistas con los nazis duró hasta el año 1941. De ninguna manera se vio interrumpi­da por las leyes racistas de Nuremberg, en el año 1935.

Cuando fueron promulgadas estas leyes, referentes a la preservación de la pureza de la sangre alemana, Karesky, antiguo jefe de la comunidad judía de Berlín, concedió una entrevista a Angriff. de Goebels, y en la que manifestó: «Las leyes de Nuremberg... me parecen, dejando de lado su formu­lación jurídica, totalmente conformes con el deseo de una vida separada basada en un respeto mutuo»[5].

Los dirigentes sionistas, escribe Lenni Brenner, «estaban convencidos de que, dado que eran racistas opuestos a los matrimonios mixtos, y porque consideraban a los judíos como extranjeros en Alemania, y enemigos de la izquierda, estas semejanzas serían suficientes para que Hitler les tratase como "honestos compañeros" favorables a una distensión diplo­mática»[6] .

En la República de Weimar, en donde los sionistas sólo re­presentaban a una muy débil minoría de judíos[7], los diri­gentes sionistas, conscientes de que su política de emigración hacia Israel concordaba con la voluntad de los nazis de querer desembarazarse de los judíos, se propusieron a sí mismos como únicos interlocutores válidos ante el gobierno hitleriano.

Un informe de Keren Kayesod, presentado en julio de 1932 ante la vigésima cuarta conferencia de la «Unión Sionista en favor de Alemania» (ZVFD), decía: «A la hora de hacer una evaluación de la labor de Keren Kayesod en Alemania, no tenemos que olvidar que en Alemania tenemos que tener en cuenta no sólo la indiferencia de un muy gran número de judíos, sino también su hostilidad»[8].

Gérard Holdheim, dirigente sionista, escribía en el número de diciembre de la revista Süddeutsche Monatshaft (p. 855) lo siguiente: «El programa sionista concibe a la comunidad judía como un todo homogéneo, indivisible, sobre una base nacional. El criterio de judeidad no es, por tanto, una confe­sión religiosa, sino el sentimiento global de pertenecer a una comunidad de raza, unida por los lazos de la sangre y de la historia, y a voluntad de conservar su individualidad na­cional».

Este es el lenguaje y los temas desarrollados por el «nacio­nal-socialismo hitleriano». Por tanto, no es extraño que tales conceptos encontraran un eco favorable entre los nazis. El principal teorizador nazi, Alfred Rosenberg, escribía: «el sio­nismo tiene que ser apoyado con fuerza con el fin de que un determinado contingente anual de judíos alemanes sean trasla­dados a Palestina»[9].

La Unión Central de Ciudadanos Alemanes de confesión judía (C.V.) (las 4/5 partes de los judíos alemanes en 1925), ampliamente mayoritaria, que consideraba a los judíos como alemanes y cuyo objetivo era el de ser alemanes igual que los demás, luchando desde su fundación contra el antisemitismo, y no luchando en favor del separatismo y de la emigración, subrayaba el peligro que representaba el sionismo ya que compartía «ciertos postulados de los nacionalistas alemanes». De este modo, el movimiento sionista «apuñalaba por la espalda» la lucha contra el fascismo[10].

Con la ayuda de los nazis, la «Unión Sionista en Favor de Alemania» logró obtener el monopolio de la representatividad de los judíos en el Tercer Reich, eliminando progresivamente a la C.V a la que implacablemente combatían los hitlerianos.

El 4 de julio de 1939 fue creada, mediante una orden, la Unión de los Judíos del Reich, a la que todos los judíos tenían que adherirse obligatoriamente. El párrafo 12 de esta orden definía su objetivo: «La Unión de los Judíos del Reich tiene por objetivo promover la emigración de todos los judíos»[11].

La identidad entre el objetivo legislador alemán y el sionismo les permitió a los dirigentes sionistas jugar un papel de dirección entre los judíos alemanes.

Ya el 9 de julio de 1935, la policía política de Baviera había dejado notar que: «Las organizaciones sionistas han organiza­do, entre sus miembros y simpatizantes, colectas para promover la emigración, la compra de tierras en Palestina y para ayudar a la colonización de Palestina.

Estas colectas no exigen una autorización gubernamental, dado que están limitadas al círculo cerrado de los judíos.

Por otra parte, no existe, por parte de la policía del Estado, objeción alguna a tales prácticas, dado que estos fondos están destinados a facilitar la solución práctica del problema judío».[12]

Cuando se aborda la cuestión de la parte de responsabilidad de los dirigentes sionistas en la masacre de judíos por Hitler, como lo ha demostrado, entre otros, la señora Hannah Arendt, en su libro: Eichmann en Jerusalén[13] (147), el rabino Moshe Shonfeld en The Holocaust Victims accuse: Documents and Tes-timony on Jewish war crimináis (Naturei Karta of USA, Nueva York, 1977), o la colección de documentos titulada Nazi-zionist collaboration, publicada en Australia por la JAZA (Jews Against Zionism and Antisemitism: Judíos contra el sionismo y el antisemitismo), dos importantes fuentes de información, es importante subrayar dos aspectos capitales del problema:

1) Mostrar la parte de responsabilidad, real y muy impor­tante, de los dirigentes sionistas en la catástrofe judía no implica en modo alguno que se quiera minimizar o desculpabilizar el horror del crimen de los nazis, su crimen contra la humanidad o su crimen contra los judíos. El ejemplo de siste­máticas difamaciones de los sionistas contra el libro de Hannah Arendt es característico de su comportamiento. Hannah Arendt le denunció al evocar la campaña que hicieron en contra suya, resumiéndola así: «Todos supieron, inmediata­mente, y repitieron, que mi "tesis" era que los judíos se habían asesinado a sí mismos»[14].

Y ello, a pesar de que, tras haber asistido al procesamiento de Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt concluyó de manera irrefutable:

«La verdad es que, si el pueblo judío hubiera estado desor­ganizado y sin jefes, el caos se hubiera apoderado y también hubiera habido mucha miseria, pero el número de víctimas no hubiera alcanzado la cifra de cuatro y medio a seis millo­nes[15]. Según cálculos de Freudiger, el cincuenta por ciento de los judíos se hubieran podido salvar si no hubieran seguido las instrucciones de los Consejos judíos[16].

Un testimonio de la equivocación a la que la cólera contra el libro de Hannah Arendt había llevado a los sionistas, lo ofrece Jacob Robinson en su libro de refutación titulado: And the crooked shall be made straight. The Eichmann trial. The Jewish catastrophe and Hannah Arendt's narrative, The Mac Millan of N.Y. y Collier, Londres, 1965.

Al evocar esta obra de Robinson, que trata de deformar cada línea, pero sin conseguir destruir la verdad, Hannah Arendt escribe: «Nadie puede dudar de la eficacia que tiene la elaboración moderna de "la imagen de marca", y no existe persona que, conociendo las organizaciones judías y los innumerables canales de comunicación de que disponen, pueda subestimar las posibilidades que tienen en influir en la opinión pública...»[17].

2) La segunda observación es que esta política de colabo­ración con los nazis, con las sangrientas conclusiones para la totalidad de los judíos europeos, no puede atribuirse a errores o descuidos personales de determinados dirigentes que hubieran podido dejarse llevar a colaborar con ellos. La vinculación existente entre sionismo y antisemitismo se debe a la lógica misma del sionismo político concebido por Théodore Herzl: el objetivo del sionismo político, su único objetivo, es crear un Estado judío poderoso en Palestina. Salvar a los judíos era un asunto accesorio, cuando se trataba de llevar a Palestina a elementos eficaces (por su aportación financiera, su capacidad de trabajo o su aptitud para combatir en el ejército). Pero su acogida en un país amigo no era compatible con este objetivo.

Es significativo que los acusados de crímenes mayores de colaboración con Hitler, como Kastner (de quien volveremos a hablar), incluso cuando los tribunales de primera instancia reconocieron sus hechos y les condenaron, fueron «rehabilita­dos» por la Corte Suprema de Israel, porque hubiera sido tremendamente ilógico golpearles por haber aplicado la políti­ca constante de los dirigentes sionistas, convertidos en diri­gentes del Estado de Israel.

Esta «línea» había sido perfectamente definida por Ben Gurión en su carta del 7 de diciembre de 1938: «El problema judío ya no es lo que era... Miles de judíos están amenazados de ser aniquilados; el problema de los refugiados ha adquirido proporciones mundiales. Gran Bretaña trata de separar la solución del problema de los refugiados del de Palestina. Tiene la ayuda de los judíos antisionistas... Si Palestina no absorbe a los refugiados, otros territorios lo harán. El sionismo estará en peligro... Si los judíos tuvieran que elegir entre los refugiados salvar a los judíos de los campos de concentración, y ayudar a la creación de un Museo Nacional en Palestina, la compasión primaría sobre lo demás, y todas las energías de nuestro pueblo se dirigirían a la salvación de los judíos en diversos países. Los sionistas serían borrados de la agenda».

La organización socialista israelí «Matzpen» resumió el comentario de esta carta del modo siguiente: «Salvar a los judíos de las manos de Hitler es algo que Ben Gurion lo considera como una amenaza potencial para el sionismo, a menos que los judíos sean dirigidos hacia Palestina. Cuando el sionismo tiene que escoger entre los judíos y el Estado de Israel, la prioridad se la dan indudablemente al segundo»[18].

El 7 de diciembre de 1938, Ben Gurion proclamaba sin rodeos, dirigiéndose a los sionistas del «Labour»: «Si supiera que es posible salvar a todos los niños de Alemania llevándoles a Inglaterra, y sólo la mitad de ellos dirigiéndoles a Eretz Israel, yo escogería la segunda solución. Porque nosotros tenemos que tener en cuenta no sólo la vida de estos niños, sino también la historia del pueblo de Israel»[19].

Este fanatismo sangriento inspira, por ejemplo, la actitud de la delegación sionista en la conferencia de Evian, en julio de 1938, en donde 31 naciones se habían reunido para discutir la absorción de los refugiados de la Alemania nazi, mientras que, por ejemplo, la pequeña República Dominicana ofrecía acoger a 100.000 refugiados, pero la delegación sionista exigía como única solución posible que fuesen admitidos 200.000 judíos en Palestina (lo cual era, de manera inmediata y por razones de urgencia, materialmente imposible en una Palestina que tenía entonces medio millón de habitantes). De este modo los dirigentes sionistas torpedearon la conferencia.

Christopher Sykes, defensor de los sionistas, escribió lo siguiente al comentar esta actitud: «Lo que se trató de hacer en Evian no tenía nada que ver con el espíritu del sionismo. Está claro: si las naciones hubiesen cumplido con su deber y hubieran ofrecido hospitalidad a los judíos, de la que tan necesitados estaban, la presión en favor del «Hogar nacional» en Palestina hubiera disminuido. Al menos, esto era lo que deseaban los dirigentes sionistas. Después de la conferencia de Evian, las perspectivas para los judíos eran sombrías en todo el mundo, salvo (por citar a Norman Bentwich) «en el caso del punto luminoso de Palestina». Los sionistas querían que sucediera así. Pero, en los días terribles que se aproximaban, no se cansaron de repetir que el único refugio que deseaban era Palestina». Sykes añadía: «Esta perspectiva y esta concepción política, característica de la creciente estrechez de espíritu sionista puede parecer terriblemente parcial y cruel»[20]. Más adelante trata de justificar esta opción histórica: tenían un objetivo: establecer un Estado judío.

Dentro de esta perspectiva de los dirigentes sionistas, toda su política de colaboración con Hitler, y su responsabilidad en la muerte de millones de judíos, se aclaran en la lógica del sistema:

—el sabotaje del boicot de la Alemania nazi;

—el rechazo a asociarse a la resistencia, al hitlerismo;

—la cooperación con los nazis [21];

—el rechazo a las ofertas de acogida a los judíos en otros lugares distintos a Palestina.


 

[1] Jacob Klatzkin, ¡Crisis und Entscheidung in Judentum, Ber­lín, 1921, pp. 62-63

[2] Margaret Edelheim-Muchsam, Reactions of the jewish press to the Nazi challenge, Leo Baeck Institute Year Book, vol. V, 1960, página 312

[3] Lenni Brenner, Zionism in the age of the dictators, Crown Helm, London and Canberra, 1983

[4] Lucy Dawidovitch, A Holocausl Reader. pp. 150-155. Este docu­mento fue publicado por vez primera, en lengua alemana, en Israel en 1962

[5] Jewish Chronicle, Londres, 3 de enero de 1936, p. 16

[6] Lenni Brenner, Zionism in the age of diclators, op. cit.. p. 89. Ver: Boas, The Jews of Germany, p. 111

[7] En 1933, sobre 503.000 judíos que vivían en Alemania, sólo 8.739 (menos del 2 %) pertenecían al movimiento sionista (ZVFD), mientras que la Unión Central de Ciudadanos Alemanes de confesión judía representaba a más del 60% de la comunidad (tendencia «asimilacionista»).

[8] Citado en: Kurt Loewenstein, Die innerjüdische Reaktion auf die Krise der deutschen Demokratie, p. 363.

[9] A. Rosenberg, Die Spur des juden im Wandel der Zeilen, Munich, 1937, p. 153

[10] C. V. Zeilung. IX, 11 de julio de 1930

[11] Reichgeseizblall. 1939, pp. 1.097 y ss

[12]

[13] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem. Viking Press, Nueva York, 1965

[14] Hannah Arendt, New York Review of books. 20 de enero de 1966

[15] Según el libro (apología del sionismo) de Isaiah Trunk, Judenral: the Jewish Councils in Eastern Europe under Nazi occupation (Macmillan, N.Y. 1972), los dos tercios de los dirigentes de los «Judenrat» eran sionistas

[16] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem. op. cit., p. 141

[17] Hannah Arendt, The Jew as Pariah. Grove Press, Nueva York, 1978, página 275. Yo mismo he podido constatar este temible poder de los sionistas para hacer callar a quien los desenmascara: desde la publicación de mi libro sobre L'Affaire Israel, todas las grandes editoras de París rechazan la publica­ción de mis obras

[18] Ver Arie Bober: The other ¡sraé'l: The radical case against zionism, Anchor Books, Nueva York, 1972, p. 171

[19] Yoav Gelber: Zionisl Policy and the Fate of European Jewry (1939-1942), en: Yad Vaskem studies, Jerusalén, vol. XII. p. 199

[20] Christopher Sykes, Cross-roads lo Israel. Nel Mentor, Londres 1967, pp. 199-201

[21] Repitamos una vez más que estos crímenes fueron el hecho de los dirigentes del sionismo político, mientras que un gran número de judíos, e incluso de sionistas, escaparon a su influencia, y, en contra de sus directrices, se comportaron como resistentes admirables