PALESTINA

 TIERRA DE LOS

MENSAJES DIVINOS

 

ROGER GARAUDY

ÍNDICE

 

SEGUNDA PARTE: Historia de un mito

 

             III.   LAS RAZONES DEL ÉXITO DEL SIONISMO POLÍTICO

1.   El sionismo y las rivalidades coloniales en el Problema de Oriente

c)  Hacia la Segunda Guerra Mundial y la creación del Estado de Israel

La «cuestión de Oriente» fue resuelta cuando terminó la Primera Guerra Mundial: el 30 de octubre de 1919, ingleses y franceses decidieron repartirse las migajas del Impero otomano, según el plan premeditado por los acuerdos Sykes-Picot.

El 28 de junio de 1919, el Tratado de Versalles y el Pacto de la Sociedad de Naciones, recientemente creada, eran firmados. El Pacto consagraba el triunfo del colonialismo en su nueva versión. El artículo 22 fijaba desde su primera línea los principios de que aplicarían a las colonias sustraídas a los ven­cidos: tratándose de «pueblos todavía incapaces de dirigirse por sí mismos», se decía que, «el desarrollo de estos pueblos es una misión sagrada de civilización.

El apartado 3 colocaba a estos pueblos bajo «un régimen de tutela y de mandato».

El apartado 4 hablaba de «algunas comunidades que, per­teneciendo ahora al Imperio Otomano, han alcanzado un de­terminado nivel de desarrollo permitiendo que su existencia, como naciones independientes, pueda ser reconocida provi­sionalmente, a condición de que los consejos y la ayuda de un mandato gestionen su administración hasta el momento en que sean capaces de hacerlo por sí mismas».

Este era el caso de Iraq (Inglaterra), Siria y Líbano (Francia), Palestina (Inglaterra), de este modo repartidas en la Conferencia de San Remo (25 de abril de 1920), entre los vencedores sin efectuar la menor consulta a la Sociedad de Naciones.

El Mandato sobre Palestina recogía las mismas ambigüeda­des que se manifestaban en la Declaración Balfour: Palestina seguía siendo la tierra dos veces prometida: a los sionistas y a los árabes. El preámbulo hacía referencia a la Declaración Balfour y recogía los términos «Hogar Nacional Judío», por una parte, y, por otra, el respeto a las poblaciones no judías.

Pero se añadía una nueva contradicción con el Pacto de la Sociedad de Naciones, cuyo artículo 20 estipulaba: «El pre­sente Pacto abroga todas las obligaciones o entes internas incompatibles con estos términos». Era, con toda evidencia, el caso de Gran Bretaña, la cual mediante la Declaración Balfour, había asumido ciertos compromisos sobre un territorio que no le pertenecía.

La Sociedad de Naciones puso entre paréntesis la referencia a la Declaración Balfour sobre el mandato, reconociendo así «el hecho consumado», según la voluntad de los colonialistas.

*   *   *

A partir de este momento, el Mandato podía servir a los de­signios sionistas.

En julio de 1919, Louis Brandéis, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos y sionista de alto rango, llegaba a Jerusalén y habló ex-cátedra al general Louis Bols, Administrador jefe del Mandato: «Las órdenes de las autoridades militares tienen que someterse, en primer lugar, a la Comisión Sionista». Ante las protestas del Cuartel General, extrañado de que un jurista pudiese exigir la violación de la ley, Bradeis añadió: «Tiene que entenderse que el Gobierno británico está encargado de otrogar su apoyo a la causa sionista. Si esta regla de conducta no se aplica, informaré de ello al Foreing Office».

Quejándose de las injerencias de la Comisión sionista en toda su administración, el general Bols declaraba en marzo de 1920: «Esta situación no puede durar... De nada sirve decir a los musulmanes y cristianos de la población que nuestra de­claración referente al mantenimiento del statu quo haya sido cumplida. Los hechos demuestran lo contrario... Han con­vencido a los judíos de nuestra parcialidad. Y, encima, la Comisión Sionista me acusa, así como a mis oficiales, de anti­sionismo. Esta situación es intolerable..., es claramente imposible ceder ante gentes que proclaman oficialmente que sólo quieren un "Hogar Nacional", pero que, en realidad, sólo se sentirán satisfechos por un Estado judío, con todas sus implicaciones políticas»[1] .

En el mes de julio de 1920, el general Sir Louis Bols era relevado de sus funciones, y reemplazado por Sir Herbert Samuel, sionista incondicional, y del cual, en 1921, Haim Weizmann, dirigente de la Organización sionista mundial, escribía: «Yo fui el principal responsable del nombramiento de Sir Samuel para Palestina. Es nuestro amigo. Ha aceptado este difícil puesto por petición nuestra. Es nuestro Samuel»[2].

Desde entonces, el Mandato británico en Palestina desarrolla febrilmente el sionismo. En 1918, Palestina es una país árabe comparable a todos los demás. Tiene 700.000 habitantes de los cuales 574.000 son musulmanes, 70.000 árabes cristianos y 56.000 de religión judía (mayoritariamente árabe también).

En el censo de noviembre de 1931, la población era de un poco más de 1 millón de habitantes, de los cuales 759.000 eran mu­sulmanes, 174.000 judíos (ahora de origen europeo generalmente), y 91.000 cristianos.

La inmigración había hecho crecer a la comunidad judía de 7 al 17 por ciento, aunque la ralentización del flujo de subsidios de diáspora, a veces, ralentizó el movimiento: en 1927 la emigración judía sobrepasa a la inmigración. En 1937, había 2.713 judíos inmigrantes contra 5.071 emigrantes[3] .

Resulta interesante tomar la fecha de noviembre de 1931 como punto de referencia del censo, ya que es una fecha anterior a las persecuciones antijudías de Hitler.

Por lo que a la tierra se refiere, en el año 1918, la población judía poseía el 2 por ciento de la tierra; al finalizar el Mandato, dicho porcentaje se había triplicado: mediante el juego de adquisición de tierras practicado por el Fondo Nacional Judío, «la propiedad inalienable del pueblo judío» pasó al 6 por ciento, estando situada en las mejores tierras y las mejor regadas.

Imponiendo cada vez más su ley, con la complicidad bri­tánica, los sionistas trataron incluso de comprar, alrededor de la mezquita Al-Aqsa, en Jerusalén, y cerca del «Muro de las Lamentaciones», tierras «waqf» (es decir, bienes de manos-muertas cuyas rentas iban destinadas a obras religiosas). En 1928, los musulmanes tuvieron que crear un «Comité para la defensa de la Mezquita Al-Aqsa».

El balance del Mandato británico fue una ganga para el sionismo. Durante el Mandato, el «Hogar» pasó de 80.000 ha­bitantes en 1922 a 640.000 en 1948, al tiempo que el movimiento sionista poseía sus ciudades, sus tierras, su industria y su ejército.

*   *   *

Por el contrario, los periodos de calma conseguidos por los árabes se produjeron como consecuencia de su rebelión contra la doble ocupación anglo-sionista: en abril de 1920, en mayo de 1921, en agosto de 1929, y, sobre todo, la de 1936 a 1939.

Una vez depositadas las conclusiones de la Comisión bri­tánica de investigación sobre los primeros levantamientos, y que demostraban que habían sido causados por las crecientes usurpaciones efectuadas por los sionistas, el ministro inglés para las colonias, Winston Churchill, hizo la siguiente declara­ción: «Han sido proferidas frases como: "Palestina tiene que ser tan judía como Inglaterra inglesa..." El gobierno de Su Majestad cree que tales perspectivas son inimaginables y que su objetivo no es ése. Al igual que tampoco pretende la desaparición o subordinación de la población, lengua y cultura árabes de Palestina. Llama la atención sobre el hecho de que los términos de la Declaración a los que se hace referencia no tienden a transformar toda Palestina en un Hogar Nacional Judío, sino a que un Hogar tiene que ser fundado en Palestina»[4] .

La rebelión de 1929 fue, en primer lugar, una «guerra de los campesinos», de los campesinos sin tierra, expoliados por la Agencia sionista al comprar la tierra a los grandes terratenientes, que frecuentemente vivían en el extranjero: entre 1922 y 1923, por ejemplo, más del 98 por ciento de las tierras vendidas se hicieron por estos terratenientes, de los cuales el 86 por ciento eran no residentes.

Christopher Sykes analiza del modo siguiente las con­secuencias del sistema de colonización sionista: «El problema de la tierra en Palestina provenía principalmente... de la venta de extensas superficies por propietarios ausentes a individuos y a sindicatos sionistas. Una condición habitual para efectuar estas ventas era la expulsión de sus ocupantes..., gentes des­graciadas que habían ganado su vida a lo largo de numerosas generaciones, sobre aquella tierra, y que eran expulsadas de ellas y privadas de las mismas sin recibir compensación alguna por su único medio de subsistencia... Los campesinos expoliados, verdaderas víctimas de la inmigración judía, eran la esencia del problema palestino»[5].

Estos campesinos sin tierra no podían siquiera trabajar como agricultores para los nuevos propietarios sionistas, porque lo prohibía la Carta del Fondo Nacional Judío... (Cf.s.p....)

Idéntica situación padecían los obreros. El lema de la central sindical sionista era: «Trabajo judío». La Carta de la Agencia Judía, ratificada el 14 de agosto de 1929 en Zurich, estipulaba: «En todos los trabajos y acciones emprendidos por la Agencia Judía, o apoyados por ella, el principio básico deberá ser el de utilizar a trabajadores judíos».

La lógica misma de esta política sionista de eliminar a los árabes de Palestina —unas mismas causas generan los mismos efectos— conducirá a nuevos levantamientos de los palestinos desde el año 1936 al 1939.

Este será un movimiento popular, con los campesinos sin tierra y una huelga de 174 días, que irá evolucionando hacia una verdadera insurrección.

Esta revolución será aplastada con gran derramamiento de sangre. Más de 3.000 árabes serán asesinados, hubo millares de heridos y más de 6.000 fueron internados en las cárceles y campos de concentración británicos.

*   *   *

El ocupante inglés había dejado despejado el camino al sionismo. Los sionistas ya no le necesitaban: después de tan furiosa represión, y no teniendo que temer, al menos por cierto tiempo, la cólera de los árabes, tan sólo les quedaba expulsar a los británicos para convertirse en los dueños del país.

Es importante subrayar que la lucha de los árabes y la de los sionistas contra los ingleses fue esencialmente diferente.

Para los palestinos se trataba de una lucha de liberación anticolonialista contra la invasión y contra el ocupante inglés que la favorecía.

Cuando los sionistas, después de haber gozado de la re­presión contra los árabes, se vuelven contra los ingleses, ya es otro asunto: se trata de un conflicto semejante al de los colonos contra su metrópoli.

Pero estos colonos en rebelión contra una metrópoli creen ejercer mejor su dominio sobre la población del país: los «in­surgentes» americanos querían la independencia contra In­glaterra, pero prosiguiendo la masacre de indios, y perpetuando, durante todo un siglo, la esclavitud de los negros.

Cuando África del Sur se rebela, lo hace para mejor ejercer el dominio sobre los negros.

Los sionistas no hacen una guerra de liberación anticolo­nialista: el terrorismo anti-inglés tiende sólo a ejercer su dominio sobre el autóctono árabe.       \

Una analogía similar nos permite comprender mejor la di­ferencia entre las dos luchas contra los ingleses, tanto la de los palestinos como la de los sionistas: es la misma que hay entre la lucha de liberación nacional del pueblo argelino, y el golpe de fuerza de la O.A.S., contra la Francia metropolitana, acusada de no ser demasiado eficaz contra el movimiento argelino de liberación nacional.

Cuando, el 17 de mayo de 1939, el gobierno inglés publica un nuevo Libro Blanco, el de Mac Donald, diciendo que el «Hogar Nacional» al ser ya una realidad, no debe favorecerse más la emigración ni la compra de tierras a los árabes[6] (94). Los sionistas montan en cólera.

Sus organizaciones militares y paramilitares, la Haganah de Ben Gurión, la Irgun de Begin y el grupo Stern de Shamir, ya no cesarán de aterrorizar a la población, hasta la creación del Estado de Israel y después.

La «solución final» está clara: expulsar o masacrar a los árabes de Palestina.

Este objeto fue perfectamente definido cuando el sionismo pudo alcanzarlo:

El profesor Benzion Dinur, que fue el primer ministro de Educación Nacional del Estado de Israel, y amigo del fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión, en su introducción a L'Histoire de la Haganah publicada por la Organización Sionista Mundial, escrita en 1954, decía: «En nuestro país no hay sitio más que para los judíos. A los árabes les diremos: ¡Marchaos! Si no están de acuerdo, si ofrecen resistencia, les echaremos por la fuerza».

Joseph Weitz, antiguo director del departamento de colo­nización, de la Agencia Judía, escribía al finalizar la guerra de junio de 1967 lo siguiente: «Para nosotros está claro que en este país no hay lugar para los dos pueblos. La única solución es el Eretz-Israél, con, al menos el Israel occidental (al oeste del Jordán) sin los árabes, y no hay más solución que transferir a los árabes a otros lugares, a los países vecinos» [7].

Por citar tan sólo los ejemplos más característicos de este terrorismo, y para el cual el fin justifica los medios, señalamos los siguientes:

— Lord Moyne, secretario de Estado inglés en El Cairo, declaró el 9 de junio de 1942 ante al Cámara de los Lores que los judíos no eran los descendientes de los antiguos hebreos, y que no tenían que «reivindicar legítimamente» Tierra Santa. Partidario de moderar la inmigración a Palestina, fue acusado de ser «un enemigo implacable de la independencia hebrea»[8].

El 6 de noviembre de 1944 fue abatido en El Cairo por dos miembros del Grupo Stern.

El 17 de noviembre de 1944, Winston Churchill, por aquel entonces primer ministro, declaraba ante la Cámara de los Comunes: «Si nuestros sueños por el sionismo tienen que evaporarse en el humo de las pistolas de asesinos, y si nuestros esfuerzos por su porvenir han producido una nueva banda de gangsters, dignos de la Alemania nazi, serán muchos los que, al igual que yo, reconsiderarán la actitud que siempre tuvimos. Si existe esperanza en un futuro pacífico para el sionismo, tienen que cesar estas malditas actividades; y aquellos que son los responsables de las mismas, tienen que ser destruidos y colgados».

Años más tarde, el 2 de julio de 1975, el Evening Star de Auckland, revelaría que los cuerpos de los asesinos ejecutados fueron intercambiados por 20 prisioneros árabes para ser en­terrados en el «Monumento a los Héroes» de Jerusalén. Él gobierno inglés deploró que «Israel honrase a unos asesinos» convirtiéndoles en héroes.

— El 22 de julio de 1946, hacía explosión el ala del hotel Rey David de Jerusalén, en la que estaban instalados el Estado Mayor y el Gobernador ingleses, causando la muerte de unas 100 personas: ingleses, árabes y judíos.

Había sido obra de la Irgun, de Menahem Begin, por la rei­vindicación que de tal operación hizo.

Sería fácil multiplicar los ejemplos de este terrorismo convertido en el principal medio que los dirigentes sionistas tenían para lograr sus objetivos. Menahem Begin dio la in­formación más clara de esta orientación, militante y terrorista, de la guerra preventiva al escribir: «Luchamos, por lo tanto existimos. Sangre, fuego, lágrimas y cenizas, y una especie de humanidad, una especie completamente desconocida en el mundo desde hace más de mil ochocientos años: el judío gue­rrero.

»Ante todo y sobre todo, tenemos que pasar a la ofensiva. Atacaremos a los asesinos.

»De la sangre y del sudor nacerá una generación orgullosa, generosa y fuerte»[9].

El giro decisivo se opera en mayo de 1942, cuando se reúne en el Comité de urgencia de asuntos sionistas, en el hotel Biltmor, de Nueva York.

El «Programa de Biltmor», que será asumido el 22 de mayo de 1945 por la Agencia judía, y presentado a Inglaterra como un ultimátum, define, por primera vez y con toda claridad, los objetivos siguientes:

—Ya no se trata de un «Hogar» en Palestina, sino de un Estado judío en toda Palestina, con su ejército propio;

—Una inmigración ilimitada cuyo control lo ejercerá solamente la Agencia judía;

Las indemnizaciones alemanas se consagrarán a la cons­trucción del Estado sionista.

Se trata de una verdadera mutación del sionismo. Primero, desde el congreso de Basilea de 1897 y la Declaración Balfour de 1917, ya no se trataba públicamente del «Hogar nacional judío» en Palestina. En cuanto a un Estado en toda Palestina, los dirigentes sionistas siempre lo habían pensado, pero nunca hablaron de él (al menos oficialmente).

La inmigración ilimitada, controlada tan sólo por la Agencia judía, significaba la retirada de Inglaterra: en vano había tra­tado de cumplir las promesas de la Declaración Balfour y del Mandato, acomodando, en cierta medida, los derechos de las «poblaciones no judías». AL libro Blanco de Mac Donald, de 1939, se le consideraba nulo, e Inglaterra quedaba fuera del juego. Lo cual fue fácil cuando en la Segunda Guerra Mundial Inglaterra —que había ofrecido grandes sacrificios— salía es­quilmada, con sus ciudades en cenizas y su «Imperio» destruido. Los dirigentes sionistas habían elegido, en Biltmore, un protector mucho más poderoso: los Estados Unidos, quienes tenían ya la hegemonía de todo el mundo occidental.

Finalmente, al exigir que las indemnizaciones alemanas fueran entregadas no a todas las víctimas judías, en cualquier lugar en que se encontraran, sino al Estado de Israel, se con­firmaba que el sionismo era el único representante de los judíos de todo el mundo, cuando hasta entonces sólo habían sido una minoría.

El cambio producido en Biltmore, que marcó la supremacía del sionismo político más nacionalista sobre cualquier otra organización judía del mundo, incluido el sionismo religioso universalista, suscitó una oleada de protestas.

En el año 1938, Albert Einstein ya había condenado esta orientación:

«En mi opinión, sería más razonable llegar a un acuerdo con los árabes sobre la base de una vida común en paz y no sobre la base de crear un Estado judío... La conciencia que tengo de la naturaleza esencial del judaismo tropieza con la idea de un Estado judío dotado de fronteras, de ejército y de un proyecto de poder temporal, aunque sea modesto. Temo los perjuicios internos que el judaismo sufrirá a causa del desarrollo, entre nosotros, de un nacionalismo estrecho... Nosotros no somos los judíos de la época macabea. Convertirse en una nación, en el sentido político de la palabra, equivaldría a desviarse de la espiritualidad de nuestra comunidad que debemos al genio de nuestros profetas»[10].

Judah L. Magnes, presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén (desde 1925) y el filósofo judío del diálogo, Martin Buber (1878-1965), sionista desde los primeros momentos, crearon, por reacción contra la orientación del Biltmore, la or­ganización «Ihud» (Unión) en favor de un Estado binacional en Palestina, entre judíos y árabes, ya que Judah Magnes creía que el «programa de Biltmore conducía a la guerra contra los árabes»[11].

Martin Buber declaraba en Nueva York: «El sentimiento que tenía, hace sesenta años, cuando ingresé en el movimiento sionista, era fundamentalmente el mismo que tengo hoy... Esperaba que este nacionalismo no seguiría el mismo camino que los otros —comenzando por una gran esperanza— para degradarse posteriormente y convertirse finalmente en un egoísmo sagrado, atreviéndose incluso, al igual que Mussolini, a proclamarse sacro-egoísmo, como si el egoísmo colectivo fuese más sagrado que el individual... Cuando volvimos a Pa­lestina, la pregunta clave era: ¿Queréis venir aquí como un amigo, un hermano, un miembro de la comunidad de los pueblos del Próximo Oriente, o como los representantes del co­lonialismo y el imperialismo?

»La contradicción entre el objetivo y los medios para al­canzarlo dividió a los sionistas: unos querían recibir de las grandes potencias privilegios políticos particulares; otros, sobre todo los jóvenes, sólo deseaban que se les permitiese trabajar en Palestina junto a sus vecinos, en favor de Palestina y por un fututo...

»Los "Chalutzin" (pioneros) acudían a Palestina porque no encontraban en ningún otro sitio el sentido y la realización de su vida... No se trataba de construir un Estado político, sino una comunidad colectiva... No todo fue siempre perfecto en nuestras relaciones con los árabes, pero, en general, había una buena vecindad entre pueblo judío y pueblo árabe.

»Esta fase orgánica del establecimiento en Palestina durará hasta la época de Hitler.

»Fue Hitler quien empujó a las masas judías a acudir a Pa­lestina, y no a una élite para realizar aquí su vida y preparar el futuro. De este modo, a un desarrollo orgánico selectivo sucedió una inmigración de masas, necesitada de una fuerza política que le garantizase la seguridad... La mayoría de los judíos prefirió aprender más de Hitler que de nosotros... Hitler mostró que la Historia no sigue el camino del espíritu, sino el del poder, y que, cuando el pueblo es suficientemente fuerte, puede matar im­punemente... Esta era la situación que teníamos que combatir... Al «Ihud» le proponemos... que judíos y árabes no se contenten con coexistir, sino que cooperen... Esto facilitará un desarrollo económico de Oriente Próximo, gracias al cual Oriente Pró­ximo podrá aportar una gran y esencial construcción para el futuro de la humanidad»[12].

El profesor Judah Magnes, en 1924, se trasladó a Palestina para vivir como sionista religioso. Entonces escribió:

«Lo que más me inquieta es la falta total de imaginación constructiva en este tema cuyo conflicto puede resolverse entre ambos pueblos sin necesidad de acudir a la guerra... Los judíos tienen muchas razones para pedir justicia al mundo... Pero, por lo que a mí se refiere, no estoy dispuesto a hacer justicia a los judíos cometiendo una injusticia con los árabes, a saber, co­locarles bajo la ley de los judíos sin su consentimiento. Si no estoy a favor de un Estado judío, es por la única razón que aduje: no quiero ninguna guerra con el mundo árabe»[13].

Judah Magnes, sionista desde los comienzos, prosigue diciendo: «¿Acaso los judíos, aquí (en Palestina) en su esfuerzo por crear un organismo político, se agarrarán a la fuerza brutal y al militarismo, como lo hicieron algunos de los últimos amoneos? Parece que hemos pensado en todo, menos en el árabe»[14].

Judah Magnes, presidente de la Universidad hebrea de Je­rusalén desde 1926, pronunció el discurso inaugural del curso 1946 diciendo: «La nueva voz judía habla por la boca de los fusiles... Esta es la nueva Torah de la tierra de Israel. El mundo ha sido encadenado a la locura de la fuerza física. Que el cielo nos preserve de encadenar ahora al judaismo y al pueblo de Israel con esta locura. Ha sido un judaismo pagano el que ha conquistado a una gran parte de la poderosa diáspora. En los tiempos del sionismo romántico habíamos creído que Sion tenía que ser rescatado por la cordura. Todos los judíos de América llevan la responsabilidad de este error, de esta mutación... Incluso aquellos que no están de acuerdo con el modo de hacer de la dirección pagana, y que permanecen sentados, con los brazos cruzados. La anestesia del sentido moral conduce a su atrofia»[15].

Sin embargo, en Estados Unidos existía una minoría de rabinos y judíos laicos que trató de reaccionar.

El 31 de agosto de 1943 noventa y dos rabinos se reunieron en Atlantic City para tratar de frenar la corriente del cho­vinismo sionista cuya expresión fue el programa de Biltmore. Publicaron un Manifiesto en el que exponían sus principios: «Ha llegado el momento de gritar: ¡Basta! Condicionar a los judíos americanos por una bandera judía, un ejército judío, un Estado en Palestina y una doble ciudadanía son demasiadas cosas para aceptarlas. Hemos constatado con angustia la creciente secularización de la vida de los judíos de América, la absorción de muchos de ellos por la lucha nacionalista judía... Los extremistas pretenden hablar en nombre de todos los judíos americanos, los esfuerzos por cultivar y desarrollar las di­ferencias entre los judíos y sus compatriotas americanos... El paso a segundo plano de nuestra religión como base de la vida judía... No podemos pactar con una sociedad en la que el na­cionalismo se ha convertido en un credo impuesto... A la luz de nuestra concepción universalista de la historia del destino judío, y también porque estamos preocupados por la situación y seguridad de los judíos en otras partes del mundo, no podemos suscribir la orientación política que domina el actual programa sionista, y no lo apoyamos. Creemos que el nacionalismo judío tiende a crear confusión entre nuestros compañeros acerca de su sitio y su función en la sociedad, desviando su atención de su papel histórico: vivir en comunidad religiosa en cualquier lugar que se encuentren».

El «Consejo Americano para el Judaismo» proponía una solución concreta al problema de las «personas desplazadas» (como más tarde se dirá): «Pedimos a las Naciones Unidas que garanticen, lo antes posible, la repatriación de todos los pueblos desenraizados de su patria por las potencias del Eje... y que se dé abrigo a los refugiados, cualesquiera sean sus creen­cias, ideologías políticas y orígenes nacionales... Para nuestros hermanos judíos pedimos sólo esto: Igualdad de derechos y deberes con sus compatriotas de cada nación... Estamos opuestos al establecimiento de un Estado judío en Palestina o en cualquier otro lugar; es una filosofía derrotista, que no aporta ninguna solución práctica al problema judío...

«Palestina forma parte del legado religioso de Israel, al igual que de las otras dos religiones. Esperamos que en Palestina se instaure un gobierno democrático, autónomo, en el que judíos, cristianos y musulmanes estén representados equitativamente.

«Incitamos a todos los judíos del mundo a que apoyen nuestra interpretaciones de la vida y del destino judíos con el fin de man­tener la más noble tradición de nuestra fe. Creemos que esta ver­dades ofrecen una base para todo programa de cara a un futuro de esperanza propuesto por hombres libres»[16].

Pero el extraordinario aparato de la organización sionista barrió cualquier resistencia a la ola nacionalista y logró obtener de 818 rabinos de América una declaración que, frente a la protesta religiosa de los 92, negaba la más flagrante evidencia al proclamar: «El sionismo no es un movimiento secular»[17] .

¿Cómo fue semejante viraje?

Sería ininteligible fuera del contexto histórico de la dia­bólica persecución hitleriana contra los judíos, y de la ex­plotación de este antisemitismo por el sionismo, no para defender los derechos humanos, sino para crear un poderoso Estado sionista.

Por lo tanto, tenemos que analizar aquí las relaciones entre el sionismo y el antisemitismo.


 

[1] Neville Barbón: Nisi Dóminos. George Harrap and Cy. Londres. 1946, página 97

[2] Citado por J. P. Alem: Juifs el árabes, Grasset, 1968, p. 126. Pos-periormente, al verlo demasiado objetivo en su gestión, Weizmann verá a Samuel «británico» al cien por cien

[3] Annual Repon, de 1935, pp. 43 y 214

[4] C. M. C. 1700, The Churchill memorándum, del 3 de junio de 1922

[5] Christopher Sykes: Order Wingate, Londres, 1959, p. 106

[6] C.M.D. 6019. «The Mac Donald White paper», del 17 de mayo de 1939

[7] Josephe Weitz: Journal. Tel Aviv, 1965. Citado por Noam Chomsky: Israel-jews and Paleslinian arabs, in Holy Cross quaterly, verano 1972, p. 9

[8] Isaac Zaar: «Rescue and liberation: America's part in the birth of Israel» (Nueva York: Bloch publishing Cy, 1954, p. 115

[9] Menahem Begin: «The Revolt». Story of the Irgun

[10] Moshé Menuhin: The deeadence of judaism in our time. 1969, p. 324.

[11] Norman Bentwitch: For Zion's sake. Filadeldia: Jewish Publication Society of America, 1954, p. 252

[12] Martin Buber. Texto íntegro de este discurso en: Jewish Newsleiter, del 2 de junio de 1958

[13] Norman Bentwich: For Zion's sake, Filadelfia jewish publication society of America, 1954, p. 188.

[14] Ibidem, p. 131

[15] Bentwich, op, cit.. pp. 240-242

[16] Samuel Halperine, The political world of American sionism. Wayne State, University Press, Detroit, 1961, pp. 84 y 85. i (105) Ibídem. Apéndice. Recordamos (el. s. p. 225) de la definición del «sionismo» dada por Encyclopoedia of Zionism and Israel: Desde 1896, «sionismo» se relaciona con el movimiento político fundado por Théodore Herzl» (vol. II, p. 1.262). «Herzl Press». Nueva York, 1971

[17]